La trama teatral rosarina. La emergencia del
circuito independiente como un espacio de tensión entre el profesional y
filodramático
María
Julia Logiódice(*)
Resumen
Este trabajo se propone indagar en la
conformación del circuito independiente rosarino a mediados de siglo XX. Para
ello el trabajo reconstruye la trama teatral de la ciudad desde el surgimiento
de los primeros teatros a mediados del siglo XIX y la conformación de un
circuito profesional, hasta la emergencia hacia fines del siglo XIX de un
circuito filodramático. Delineado este cuadro, la investigación reconstruye la
llegada a la ciudad de los principios del Teatro Independiente bajo la
hipótesis de que éstos habilitaron una organización de las relaciones y los
medios de producción de manera alternativa al circuito profesional y
filodramático. Entendemos que la reapropiación de los principios del teatro
independiente por los artistas locales posibilitó el desarrollo de una
producción local perdurable y acumulativa, habilitó la emergencia de una
tradición teatral rosarina y construyó el espacio propio de la producción local
dentro del campo cultural de la ciudad.
Palabras clave: teatro independiente; teatro
filodramático; teatro profesional, circuitos teatrales.
Rosario theatrical plot. The emergence of the
independent circuit as an area of tension between the professional and
filodramátic circuit
Abstract
This work aims to investigate the formation
of Rosario independent circuit in mid-twentieth century. It reconstructs the
story of the emergence of the first theaters in the mid-nineteenth century and
the formation of a professional circuit, until the emergence in the late
nineteenth century of a filodramático circuit. Then, it reconstructs the
arrives in town of the principles of the Independent Theater under the
assumption that they brings a new way of organization of the relations and
means of production. We understand that the reappropriation of the principles
of independent theater by local artists enabled the development of a lasting
and cumulative local production, enabled the emergence of a theatrical
tradition in Rosario and built the space for the local production within the
cultural field in the city.
Keywords: independent theater; filodramatic
theatre, professional theater, theatre circuits.
La trama teatral rosarina. La emergencia del
circuito independiente como un espacio de tensión entre el profesional y
filodramático
Circuito profesional y filodramático
Los primeros teatros de Rosario datan de mediados
del siglo XIX, el “Teatro Nacional” (1854-1856), el
“Teatro Nuevo” (1856), “La Esperanza”
(1856-1868) -luego renombrado como “Teatro del Litoral” para finalmente tomar el
nombre de “La Ópera”- y “La Zarzuela” fueron los escenarios que cobijaron las
primeras representaciones en la ciudad. Estos
primeros tablados, ubicados en la zona de la Aduana, acompañaron el crecimiento
de una ciudad que hacia fines del siglo XIX se integraba al sistema territorial
nacional y al mercado internacional como principal puerto exportador de la
región.
Según
relata Ielpi[1] con
el advenimiento del nuevo siglo y hasta 1930, la ciudad se convirtió en una de
las plazas teatrales más importantes del país, después de Buenos Aires,
incorporándose en las giras de cuanta compañías y figura internacional
se aventuraran al suelo americano. Ensinck[2], por su
parte, afirma que en ese momento de esplendor Rosario fue la ciudad argentina que, después de la capital, construyó
más teatros entre ellos “El Olimpo” (1871-1929),
“La Comedia” inaugurada en 1894
y el “Politeama” (1895).
Ubicados en la calle el Progreso (actual
Mitre) -al 500, al 700 y al 900 respectivamente- estas salas trazaron el primer
circuito teatral en la ciudad. En 1904, se incorporaban a este circuito el
teatro “La Opera” (actual el
Círculo) ubicado en la esquina de Mendoza y Laprida, y el “Odeón” (actual Auditorio Fundación) construido sobre
el mismo solar sobre el que se encontraba el Politeama.
Emplazados
en una calle que llevaba el sugestivo nombre del “Progreso”, y protagonistas de
un período de modernización de la ciudad, estos edificios fueron el símbolo de
una burguesía comercial en ascenso que se integraba también culturalmente a un
circuito mundial en expansión. En este sentido, “La Opera”, el “Colón” y el
“Olimpo” fueron el escenario para las compañías líricas más importantes del
mundo y se convirtieron en el epicentro de la vida social y cultural de la alta
burguesía rosarina, especialmente de los inmigrantes italianos. Según relata
Ensinck para el núcleo de familias que
formaba la alta sociedad rosarina constituía casi una obligación moral tomar su
abono a la temporada lírica oficial anual, tanto es así que no figurar en la
lista de abonados se interpretaba como un signo de descenso en la jerarquía
social.
En
galpones mucho más precarios que las fastuosas sedes de la lírica, sobre la
misma calle del Progreso, se levantaban el “Politeama” y “La Comedia”. El
primero fue la sede de la vida cultural de las clases populares con un
repertorio de circo, música, bailes populares y la producción argentina de la
época como el sainete, el drama criollo o la revista de costumbres; mientras “La
Comedia” se erigía como la cuna del género chico y aglutinaba a un público
mayormente español dando lugar a un repertorio popular de zarzuelas, dramas
criollos y sainetes[3].
Estos dos fueron los escenarios locales privilegiados de lo que la
historiografía teatral nombró como “la edad de oro” de la escena criolla[4], es
decir “La Comedia” y el “Politeama” fueron los espacios por los que en la
primera década del siglo se presentaron la compañía de los hermanos Podestá con
obras de dramaturgos como Roberto J. Payró, Gregorio Laferrére y Florencio
Sánchez, para un público inmigrante que se veía representado por primera vez en
el sainete.[5]
A
pesar de las diferencias estructurales, de públicos y repertorios, podemos
pensar a estos teatros como parte de un mismo circuito, en tanto compartían
similares matrices y dinámicas de organización. En este sentido, se puede
afirmar que desde principios de siglo en Rosario funcionaba un circuito teatral
muy activo que articulaba con bastante claridad: salas- géneros teatrales y públicos, reproduciendo la división
entre “alta y baja cultura” que dominó la organización del teatro en la
modernidad. Un circuito que se organizaba fundamentalmente a través de los
mecanismos del mercado[6] y
donde ocupaban un rol fundamental los productores individuales y las compañías
nacionales e internacionales. Éstas tenían un funcionamiento de tipo
empresarial y se estructuraban en general en torno a la figura de la diva o el
capocómico. Por su parte, los productores profesionales eran en general
residentes de la ciudad, habitualmente los dueños o administradores de las
salas, y se encargaban de programar y organizar la llegada de las compañías.
Entre estas figuras podemos mencionar por ejemplo al empresario José Olmos
-propietario del Teatro “La Esperanza”, “La Zarzuela” y “El Olimpo”- Andrés
González -empresario del “Politeama” y el “Olimpo”- y Luis Carpentiero -“el
decano de los empresarios teatrales de Rosario” según Ensinck[7]-
quien también administrara “El Olimpo” junto con
“El Odeón” y “El Colón”. Estos
empresarios locales mediaban la relación entre el público
rosarino y las
compañías que se instalaban en la ciudad a hacer largas
temporadas. A su vez,
estas puestas se publicitaban a través de los grandes medios de
comunicación,
fundamentalmente la prensa, y se orientaban a un público masivo
aunque
diferenciado según las características que
mencionábamos anteriormente.
En el
marco de este circuito no se presentaba una producción teatral local, es decir
habitualmente en estos espacios no se presentaban textos dramáticos ni puestas
de compañías teatrales locales[8].
Por lo que este circuito puede pensarse como un
espacio destinado exclusivamente a la distribución,
un circuito subsidiario de un sistema de producción porteño e internacional.
Cabe
aclarar que durante el período no existían compañías locales, la única compañía
de tipo profesional de la que se tiene noticias es “Eduardo
Ricart” que fuera un caso excepcional dentro de la escena teatral rosarina. Si
bien no hay demasiados datos sobre ella, podemos decir que esta compañía
dirigida por el actor homónimo proponía casi día por medio dramas gauchescos,
sainetes y zarzuelas en salas de los barrios. Según recupera Ielpi, Libertad
Lamarque en 1924 trabajó en esta Compañía y según relata en su autobiografía:
“llevábamos a escena casi día por medio importantes obras en tres actos y
algunas de ellas en verso (…) alternábamos también día por medio con sainetes y
obras de género chico, argentinas y españolas (…) con estas salíamos a escena
con un solo ensayo, atropellado e incompleto (…) confiando a ciegas en el
apuntador y en nuestro oficio”.[9]
En esta línea Tiberti y Moreno recuperan una nota
titulada “Ricart en el centro” de la
revista “Teatro” de 1926 en la que se menciona que luego de recorrer “todos los
cines- teatros de los barrios (la compañía)… ha llegado al centro”[10]. De
donde podemos inferir que la circulación habitual para esta compañía eran los
escenarios más modestos de los barrios de la ciudad y los escenarios más
prestigiosos que veníamos describiendo no estaban disponibles para las
producciones de esta compañía local.
Ahora
bien, en términos mas bien conceptuales, proponemos nombrar a estas
experiencias como profesionales, con esta
nominación pretendemos distanciarnos del término “comercial” con que el
movimiento histórico del teatro independiente señaló a este circuito y que se
ha extendido acríticamente al ámbito académico reproduciendo una lectura
pesimista de las industrias culturales y lo masivo. A su vez, nos resistimos a
nombrarlo a la luz del concepto de industria cultural en tanto elegimos
privilegiar su dimensión aurática e irreproducible (Benjamín)[11]. En este sentido proponemos pensar con Williams, un
doble sentido de lo “profesional”: a) como el desarrollo de un adiestramiento
específico en lo teatral acorde a las fases más desarrolladas de una forma de
producción cultural y b) en tanto organización de las relaciones de los
productores culturales con las instituciones sociales, específicamente de mercado.[12]
Entendemos que a través de estas dos dimensiones- el nivel de adiestramiento y
la organización de las relaciones de producción- es posible recortar las
características singulares que diferenciaron a este espacio teatral.
Volviendo
al proceso histórico, este circuito convivía con otros espacios y tipos de
producciones que han sido menos estudiados. A partir del trabajo de Ielpi
sabemos que por esa época, en la zona de Pichincha- en “el barrio de los quilombos”
lindante a la estación de trenes- hubo otras salas en las que se presentaron
géneros que estaban a mitad de camino entre “el burlesque”, las variedades
cuasi circenses, la pornografía y la música popular. Con un público mayoritariamente
masculino, se destacaban entre éstos los escenarios de “La Gruta Montecristo” o
“El Teatro Casino”, con capacidad para aproximadamente 800 espectadores.
En
los distintos barrios de la ciudad también
existieron escenarios al aire libre que, durante la temporada de
verano, se
levantaban para acoger a los circos que llegaban a la ciudad,
espectáculos de
variedades y compañías generalmente de origen
español. Entre éstos escenarios,
de existencia más efímera, que llevaron el nombre de
“Pabellones” se destacaron
el “Pabellón Argentino”, el “Pabellón
Las Flores”, el “Pabellón Americano”, el
“Parque Argentino”, el “Doré Park”.[13]
Respecto
de la publicación de revistas
especializadas, estas primeras décadas del siglo fueron muy
prolíficas y hasta
el momento no hemos podido detectar otro momento en la historia del
campo
teatral local de mayor productividad. Siguiendo a Ensinck, se pueden
mencionar
la existencia del semanario festivo ilustrado “El Teatro”
(1912), la revista
“El Teatro” de 1927, “Farándula”
también de 1927 que salía los días 10 y 20 de
cada mes, la revista quincenal “Teatro rosarino” cuyo
primer número se publicó
en 1920 y otra revista de igual nombre, “Teatro rosarino”,
pero cuya primera
edición data de abril de 1922. Estas dos últimas
publicaban obras de autores
rosarinos lo que da cuenta de la existencia de una producción
dramatúrgica
local.
Según Seibel[14] en la
década que va de 1910 a 1920 las compañías nacionales en muchas ocasiones
estrenaban obras locales de dramaturgos de las provincias. En el caso de la
ciudad de Rosario se puede mencionar a Alcira Olivé quien estrenó “La única
verdad”, una comedia dramática en tres actos, el 11 de agosto de 1920 en el
teatro Ópera, con la Compañía de Abad- Carbonell. Luego esta maestra y autora
local llegaría a estrenar cerca de 20 piezas con Compañías que pasaban de gira
por la ciudad tales como las de Luis Arata o Lola Membrives. Asimismo se puede
mencionar a Camilo Muniagurria, distinguido médico de la ciudad, quien estrenó
unas seis piezas entre las que se cuentan “Más allá de la ley” estrenada por la
Compañía de Pablo Podestá en abril de 1912 o “El embrujo” una obra de Correas y
Ricardo Warecki estrenada 1938 por la Compañía de la actriz Fanny Brena.[15]
Más allá de estas incursiones de los artistas
locales en el circuito profesional como dramaturgos, la producción teatral
netamente rosarina -según afirma Clide Tello - tuvo su lugar privilegiado en
las escuelas de arte escénico para niños y jóvenes - entre las que se
destacaron la de Alcira y Susana Olivé y la de Ernesto Larrechea- y los cuadros
filodramáticos de los clubes sociales y deportivos.[16] Ensinck
recuerda que el “Teatro Infantil Municipal”
fue fundado en 1925 por iniciativa de Ernesto Larrechea y actuaba
periódicamente en hospitales, asilos, escuelas, barrios, etc. En 1954 esta
institución se convierte en la actual Escuela Municipal de Danzas y Artes
Escénico Ernesto Larrechea.
Por su
parte los grupos filodramáticos fueron el espacio privilegiado de quienes se
querían acercar a la actividad teatral en la ciudad. Éstos aparecieron en
nuestro país hacia fines del siglo XIX y según Luis Ordaz eran “grupos de
aficionados al teatro que en un club o asociación de la índole más diversa,
representaban para sus amigos, familiares, consocios y vecinos, obras del
repertorio común, procurando remedar las versiones de la escena profesional”.[17]
Entre
los grupos filodramáticos rosarinos se destacaba el grupo del Círculo Católico de Obreros -en el que se iniciaron muchos de los
actores que luego formarían parte del movimiento de teatro independiente- que
desde 1908 hasta 1974 sostuvo una actividad permanente y el Cuadro Escénico del Centro Catalán (1909
– 1955) que desarrolló una intensa actividad en la década del ‘45 al ‘55 bajo
la dirección de Alberto Padró con un repertorio centrado en autores españoles
modernos. Ya promediando el siglo surgieron El
Núcleo Teatral La Cortada (1944- 1960) con la dirección de José M.
Torrejón, el Centro Progresista
(1949-1963) de la biblioteca pública “Agustín Álvarez” del barrio de Echesortu
que se destacó por un repertorio de la dramaturgia nacional en el que se
insinuaba una preferencia por sainetes y comedias como los de Alberto Novión
con “Misia Pancha la Brava” (1949), “Que suerte la de Vizcacha” (1954),
“Bendita seas” (1954) y “El gringo Baratieri” (1959); el Teatro Cultura de Rosario (1950-1975) dirigido por Susana Olivé
-otros de los grupos que nutrieron luego a los independientes- y que se
distinguió por presentar un repertorio heterogéneo de la dramaturgia universal
con obras de Chejov, George B. Shaw, García Lorca y Jean Cocteau entre otros,
por su parte el Teatro Libre
(1950-1959) dirigido por Ramón Fayos puso obras de la dramaturgia nacional
desde Sánchez (“En Familia”, 1952) y Discépolo (“El relojero”, 1955 y 1956)
hasta Gorostiza (“El puente”, 1959). También en el marco de la Universidad
Popular de Rosario dependiente de la Universidad Nacional del Litoral, se puede
contar el Teatro experimental Icaria (1942)
y la intensa actividad de La Escena
Andariega (1942-1977)-, un grupo dirigido por Ernesta Robertaccio que se
caracterizó por implementar una nueva modalidad: el teatro en las plazas. Este
grupo ofreció funciones en el Parque Independencia durante tres años, a la vez
que algunas presentaciones en el teatro “El Círculo” y en salas
cinematográficas los domingos por la mañana.[18]
Posteriormente este grupo pasó a formar parte de la “Asociación Ana María
Benito”.
Si bien son escasos los datos que hay respecto de
los cuadros filodramáticos rosarinos, podemos decir que lo habitual en estos
grupos era que se presentaran en una única función en las salas de las
asociaciones de las que dependían, en salones de clubes, escuelas, etc. Así por
ejemplo siguiendo la crónica de Tiberti y Moreno podemos ver que el Núcleo
Teatral “La Cortada” se presentó en la Sala de “Unión Ferroviaria”, en la Escuela
“Pedro Curuchet”, en el Club “Hindenburg”, en el salón “Instituto Tráfico”, en
la sala cine “Universal” y el Centro Asturiano, entre otros. A su vez, el
repertorio tendía a imitar al de las compañías del circuito profesional aunque
en este caso el trabajo del director y los actores eran gratuitos, y la
práctica teatral y los ensayos se centraban en aprender la letra y practicar la
“dicción interpretativa” y el “bien decir”, técnica en la que Robertaccio fue
pionera.
Eugenio Filipelli, quien fuera luego uno de los
protagonistas del movimiento independiente rosarino, relata de esta forma sus
inicios en los filodramáticos de Saavedra (Buenos Aires): “Las funciones eran
en general los sábados, antes de los bailes, en esos clásicos salones donde
teníamos que retirar las sillas después de la representación para que empezara
la reunión danzante. Nuestro público era familiar, personas mayores, los
jóvenes iban a bailar (…) muchos de nosotros nos hemos iniciado así en la
práctica del teatro, de manera parecida a aquellos actores rioplatenses de
orígenes circenses o radioteatrales (…) generalmente se ensayaba tres o cuatro
meses y todo consistía en aprenderse la letra, aunque siempre se apelaba al
clásico apuntador (…) creíamos que esa técnica de actuación era la más
aconsejable: casi todas las compañías profesionales la utilizaban con la mayor
utilidad. Por otra parte se respetaba de manera casi absoluta el texto (…) El
director prácticamente no existía en el sentido que le damos hoy. El que
dirigía era el más entusiasta (…) las escenografías eran telones pintados de
papel o tela burda con tradicionales ambientaciones: sala rica o pobre, patio,
jardín, pasacalle … las caracterizaciones se hacían apelando a pelucas,
postizos, barba, talco, para aumentar la edad de los actores jóvenes haciendo
de viejos, o de característicos, como se decía entonces…”[19]
En las presentaciones de los cuadros filodramáticos
tanto el público como los actores eran la misma gente del barrio, a su vez, los
actores no tenían mayor formación disciplinar. Según el relato de Filipelli,
tampoco había una diferenciación de roles, era el grupo mismo el que se
encargaba enteramente de las funciones de producción y circulación. Siguiendo
las distinciones que traza Brunner[20] podemos
pensar a los grupos filodramáticos como asociaciones voluntarias, es decir
agentes colectivos instituidos como grupos no profesionales y constituidos a
partir de relaciones de solidaridad interpersonal.
Brunner
afirma que en este tipo de organizaciones los colectivos actúan en el terreno
cultural con motivaciones de “testimonio”, “compromiso” o “militancia”[21]. Si
bien esto puede ser así en el caso de algunos de estos grupos, tales como “La
Escena Andariega” dependiente de la Asociación Ana María Benito (1927)- una
entidad cultural integrada y conducida por mujeres- cuya misión era “encauzar
la cultura popular con autoridad hasta entonces privativa del hombre”[22] o
el Círculo Católico de Obreros que seleccionó una dramaturgia didáctica y moral
acorde a su acción socio política de orientación democristiana[23], no
creemos que esto pueda generalizarse para todos estos colectivos.
En este sentido, preferimos recuperar la distinción
de Fos entre grupos y cuadros filodramáticos, para referirse
con este último término a aquellas asociaciones vinculadas en su mayoría a la
militancia sindical y política anarquista y socialista que se mostraban
críticos hacia el circuito de teatro comercial y representaban obras de
temática social y política. Los cuadros anarquistas trabajaban generalmente con
piezas creadas por ellos mismos y de temática eminentemente político-social: el
llamado “drama social” y su objetivo era la concientización del público y la
lucha por el cambio social a través del arte.[24]
En
este sentido, entendemos que la característica fundamental de los grupos
filodramáticos no estaba determinada por su finalidad – la que podía ser de diversa
índole- sino que estaba dada por el tipo de relaciones sociales que se
entablaba entre sus miembros y para con el público. De allí que proponemos
caracterizar a este espacio de la producción teatral asentado en el accionar de
los filodramáticos como un circuito comunitario.
Siguiendo la distinción que hace Weber, hay comunidad allí donde priman las
relaciones afectivas y la intención de los partícipes de la relación social de
“constituir un todo”.[25] De
esta forma, la comunidad se basa en una forma de control por normas compartidas
en el grupo y, frecuentemente, también por tradiciones, valores, liderazgos
carismáticos, experiencias comunes significativas, etc.[26] Denominamos
a este circuito como comunitario en
tanto los cuadros filodramáticos formaban parte de organizaciones sociales más
extensas -que a la vez los comprendían y excedían- asentadas en este tipo de
relación social voluntaria, afectiva y con intención de “constituir un todo”, y
donde todo el entramado de relaciones que se urdían en torno del acontecimiento
teatral estaban atravesadas por esta lógica de relación.
A mediados de siglo existían entonces en la ciudad
de Rosario al menos dos circuitos claramente diferenciados. Por un lado un circuito profesional, asentado en las
salas más importantes de la ciudad con un repertorio culto y popular e
integrado al circuito porteño e internacional, regulado fundamentalmente a
través de las dinámicas del mercado y organizado de manera profesional, a
través del accionar de empresas privadas y productores profesionales, donde la
participación de los agentes locales en las funciones de producción estaban
relativamente vedadas -con las excepciones de la dramaturgia que mencionamos
anteriormente-, por lo que la función fundamental que les correspondían eran de
distribución y expectación. Un circuito donde se presentaban compañías porteñas e
internacionales con profundos grados de especialización y jerarquización de las
tareas, y adiestramientos altamente desarrollados.[27] Un
circuito que se publicitaba a través de los grandes medios de comunicación de
la época y al cual accedía un público masivo, claramente diferenciado. Un circuito
que durante los ‘40, con el crecimiento del cine, comienza a perder el
protagonismo que había tenido en la escena cultural de la ciudad durante las
primeras décadas del siglo XX.[28]
Por otro lado, funcionaba un circuito filodramático de tipo comunitario, cerrado al ámbito local,
que ocupaba una territorialidad urbana más periférica en salones de menor
envergadura y espacios al aire libre. Con un repertorio muy variado según las
características de la asociación de la que dependían y donde se podía ver desde
un repertorio clásico y culto contemporáneo hasta sainetes criollos. Este
circuito se asentaba en el accionar de asociaciones voluntarias -donde el
vínculo afectivo y los valores compartidos ocupaban un lugar central- que
cumplían las funciones de producción y distribución de las obras. En este
circuito se presentaban producciones mucho más modestas en cuanto a recursos
económicos y materiales y los niveles de adiestramiento en estos casos eran más
generales. Con un trabajo menos especializado y menor formación, este fue el
reducto de la producción local hasta la emergencia del circuito independiente.
Teatro independiente, una definición conflictiva
A fines de 1941 llegan a Rosario de la mano de
Alberto Rodríguez Muñoz -un director y dramaturgo porteño- los postulados del
Teatro del Pueblo de Leónidas Barletta, y con éstos la propuesta de crear un teatro independiente en Rosario.
Cabe
aclarar que este objeto de investigación que
hoy construimos como “teatro independiente” ofrece grandes
dificultades para
ser delimitado, una de ellas es el deslizamiento entre los
términos
“independiente”, “experimental”, “de
arte”, “libre”, “vocacional”, “no
profesional” que los mismos grupos producían al definirse
y la prensa
reproducía. Básicamente, estos términos eran
usados muchas veces de manera
indistinta.[29]
El teatro independiente se configuró entonces como
un fenómeno heterogéneo cuya complejidad aún está en vías de investigación, sin
embargo la historiografía coincide en señalar el surgimiento de este movimiento
con la creación del Teatro del Pueblo en 1930 por Leónidas Barletta, un
intelectual vinculado al Partido Comunista. Según Dubatti el teatro
independiente constituye la aportación más relevante de la Argentina a la
cartografía del teatro mundial en la década del 30 y lo define como: “una nueva
modalidad de hacer y conceptualizar el teatro, que implicó cambios en materia
de poéticas, formas de organización grupal, vínculos de gestión con el público,
militancia artística y política y teóricas estéticas propias”.[30]
Osvaldo Pellettieri por su parte entiende que la
creación del Teatro del Pueblo aporta un elemento rupturistas inédito en la
escena nacional iniciando la etapa de modernización
del teatro argentino que se extendería hasta 1985. El autor reconoce dos microsistemas dentro de este largo proceso de
modernización, el microsistema teatral
independiente correspondiente a la primera modernización que se extendería
de 1930 a 1969; con tres momentos uno de culturalización
que se extiende hasta 1949 y que planteó la ruptura con el orden anterior a
partir del proyecto de un “teatro culto” que retoma de manera excluyente
prácticas dramáticas y espectaculares del teatro europeo, un segundo momento de
nacionalización (1949-1959) en el que
los autores van abandonando el discurso neutro “literaturizado” y comienzan a
indagar en la poética del realismo y la incorporación de la “lengua corriente”
y finalmente, a partir de 1960 la epigonización del Teatro independiente y la
emergencia de la segunda modernidad
(1960 a 1985) con la aparición del realismo reflexivo y la neovanguardia.[31]
Barletta, junto a la crítica y la historiografía
dominante, entendía que luego del florecimiento del teatro nacional a
principios de siglo -con la Compañía de los hermanos Podestá y de autores como
Florencio Sánchez, Gregorio Laferrére y Roberto Payró- habría comenzado una
etapa de degradación por la primacía del mercado. Este proceso de
“mercantilización” que se había afianzado en la ciudad de Buenos Aires durante
el período 1910-1930 -acompañando el ascenso de las clases populares y marcando
un proceso de consolidación y profesionalización del teatro nacional- se habría
dado de la mano del auge del género chico, el sistema empresarial de producción
y la “mediocrización” estética y moral del sainete y la revista porteña. Este
“teatro comercial” organizado en torno a la figura del capocómico habría
generado un “teatro de actor” en desmedro de los valores literarios, un teatro
de “diversión banal” en la que se habría perdido la función educativa y
artística del teatro.[32]
Según su acta fundacional el Teatro del Pueblo
surge con la finalidad de: “…realizar experiencias de teatro moderno para
salvar al envilecido arte teatral y llevar a las masas el arte en general, con
el objeto de propender a la elevación espiritual de nuestro pueblo (…)
considerando esta labor, no como una profesión, sino como una misión…”[33]
El Teatro del Pueblo participa de los ideales
emancipatorios de la intelectualidad de izquierda y desde allí conciben al
teatro como un instrumento para transformar la sociedad. Según esta lectura el
teatro debía operar como un espacio de ilustración y progreso social integrando
a un público pequeño-burgués y popular a una cultura humanista y universalista.
En rechazo al repertorio que proponía el teatro “comercial” -sainetes,
grotescos, revistas, comedia asainetada, etc.- que consideraban alienante, el
grupo promovió un repertorio internacional de contenidos “universales”, tanto
clásicos como modernos. Un repertorio que retomaba de manera excluyente
prácticas dramáticas y espectaculares del teatro europeo: una estética
realista, una narrativa lineal, una puesta autotextual y referencial al texto
dramático que reforzaba el valor de la palabra y donde el signo teatral
funcionaba como índice de los hechos sociales. Asimismo, el grupo llevó
adelante toda una serie de prácticas extra escénicas tendientes a la
ilustración del público como las sesiones de “teatro polémico”, publicación de
revistas, organización de muestras, exposiciones de plásticos, conferencias,
conciertos, etc.
Como afirma Dubatti esta idea utópica,
anticonformista y utilitarista del teatro va de la mano de una noción de
“artista ilustrado”, un artista cuyo trabajo lo acerca a la verdad.[34]
Afín a la estética realista promovida por el grupo, la práctica actoral y de
dirección estaban destinadas a destacar el valor de la palabra: las
entonaciones, las pausas, el tono, a partir del modelo de actuación que creaba
el director. Si el teatro era “la más
alta escuela de la humanidad”[35], el
artista debía asumir el rol de guía, de educador, de ejemplo para la humanidad.
Así, el teatro independiente apostó a un “actor pensante”, opuesto al actor
poseído por los sentimientos; un actor en el que la parquedad era considerada
una virtud, una actitud de no adulación al público.[36]
En este
marco, el tipo de organización que asumía el trabajo artístico resultaba de
gran importancia. Una creación libre y comprometida con el pueblo no era
posible desde una organización empresarial del proceso productivo donde los
intereses económicos mediaban la relación entre el público y los artistas. La
autoorganización y la posesión de los medios de producción garantizaban la
libertad frente al “Estado”, “la burguesía” y las “grandes figuras”. En este
sentido, el estatuto del Teatro del Pueblo afirmaba: “El teatro del pueblo es independiente y no podrá aceptar
subvenciones en dinero efectivo, y de ninguna clase de vínculo o negocio con el
Estado, empresa comerciales o personas que traben su libre desarrollo o
acción”.[37]
Si bien
esta declaración no fue cumplida cabalmente ya que el grupo aceptó en tres
ocasiones la cesión municipal de las salas en que trabajaba, se transformó en
una importante bandera del movimiento.
En esta
misma línea se declarará la independencia de los partidos políticos aunque
trabajaron muy cerca de las organizaciones populares y obreras de extracción
socialista, comunista y anarquista que se opusieron a la dictadura de Uriburu.
Es decir, si bien el movimiento nunca adscribió formalmente a un partido
político fue aglutinando a sectores politizados, en especial de la izquierda
tradicional, y posteriormente antiperonistas. Es más, según los trabajos de
Carlos Fos pueden trazarse -a partir de la trayectoria de algunos integrantes
del movimiento- continuidades entre los independientes y los cuadros
filodramáticos de los movimientos libertarios y socialistas revolucionarios.
A su
vez, durante el peronismo el movimiento independiente asumió un rol opositor al
gobierno que constituyó uno de sus principales rasgos identificatorios.
Barletta fue, según Sigal, “uno de los principales animadores de la coalición
antiperonista de izquierda”.[38] En
ese contexto, el peronismo operó como una suerte de “enemigo visible”
propiciando el encuentro para intelectuales de izquierda y distintos niveles de
militancia que vieron en la producción del
teatro independiente una vía de acceso a mensajes éticos, políticos e
ideológicos opuestos al régimen oficial.[39]
La forma de producción cooperativa asumía un lugar
central en la oposición al modelo jerárquico de organización del actor cabeza
de compañía que regía tanto en el circuito comercial como profesional de arte.
Según Bayardo[40]
este modo de producción cooperativo
se caracteriza porque los actores se autoconvocan para llevar adelante una obra
y la producen a partir del aporte de sus miembros en trabajo, dinero o bienes.
Esta modalidad de producción se caracteriza por una escasa división de tareas
siendo el grupo de actores y el director quienes asumen no sólo los aportes de
capital sino también todo el trabajo que la puesta insume. Así, además del
trabajo propiamente escénico, los miembros de la
cooperativa desarrollan también las tareas técnicas y de gestión, lo que les
proporciona un control total del proceso productivo.
El teatro independiente instauró la figura del grupo, con roles rotativos, decisiones
colectivas y dinámica asamblearia, entes de lectura, tesorería, etc. Una forma
organizativa en la que el director fue asumiendo un lugar central -inédito
hasta el momento- en tanto orientador estético e ideológico del grupo. Se
adhería además a la idea de movimiento
en tanto formación en lucha por la obtención del centro de la actividad
cultural, movimiento que se sostenía desde el activismo y la militancia de sus
miembros.[41]
Este componente militante distinguía a los teatros
independientes de los grupos filodramáticos que tampoco buscaban el lucro con
su actividad, pero que tampoco se definían por este compromiso didáctico con el
pueblo.
“Los que pensamos con Romain Rolland que no hay
ninguna relación entre una cantidad de dinero y una obra de arte no tenemos
interés en que la obra produzca dinero. Apenas si aspiramos a tener lo
necesario para vivir y nos contenta la pobreza, porque ella nos procura de paso
la tranquilidad de saber que no usurpamos nada.”[42]
En los comienzos del movimiento esta dicotomía
entre el valor económico y el artístico se reflejaba en la exclusión entre el
circuito comercial y el independiente. En este sentido el estatuto del Teatro
del Pueblo prohibía a sus integrantes sostener actividades dentro del teatro
comercial[43],
así los actores no se mezclaban con los asalariados, no trabajaban para
empresarios ya que hacerlo implicaba la automática expulsión del movimiento y
tampoco pertenecían a la Asociación Argentina de Actores, que en tanto
sindicato aglutinaba a los trabajadores asalariados.[44] De lo expuesto hasta aquí cabría suponer que los integrantes del grupo
vivían de otros trabajos con los que contribuían a sostener su labor teatral.
El teatro independiente tiene así desde sus inicios
un componente de militancia vital
para su forma organizativa. El modo de producción cooperativo que garantiza una
libertad de acción y un compromiso con el pueblo se asentaba en un fuerte
núcleo de valores, en una ética militante
que oponía lo económico a lo estético. Este compromiso con un proyecto
colectivo a largo plazo que incluía la búsqueda de una línea estética estaba
fuertemente impregnado de un discurso de sacrificio personal en pos del éxito
futuro del movimiento, de la “misión”.
Es a propósito de esta tensión entre lo económico y
lo estético y las opciones sobre la profesionalización que se empiezan a romper
los postulados más dogmáticos del movimiento. Desde mediados de los cincuenta
se multiplicó la cantidad de grupos independientes que desde el interior del
movimiento empezaron a denunciar la automatización de las puestas en escena y
la deficiente formación de los actores, iniciando un proceso de fuerte
innovación estética -sobre todo en lo actoral y la puesta en escena- y
profesionalización de la actividad teatral.
Cabe destacar que es en este contexto específico de
reapertura y redefinición dentro del movimiento histórico del Teatro
Independiente -protagonizado entre otros grupos por Nuevo Teatro, Fray Mocho y
La Máscara- y en contacto directo con
estos grupos que comienza a consolidarse el movimiento rosarino.
Hay que decir que Barletta al definir el estatuto
del movimiento se había resistido a la idea de profesionalización así como
también a la noción de escuela. Sin embargo, si durante sus primeras décadas el
Teatro Independiente se había afirmado en la supresión de la idea de escuela, en este segundo período se
abandonó aquel precepto y el movimiento se constituyó en un importante espacio
de formación teatral. Con el ingreso al país de los primeros rudimentos del
sistema Stanislavsky y los libros
teóricos de Brecht se empezaron a desarrollar modernas técnicas de actuación.
La introspección, la identificación y el concepto de verdad escénica se anudaron en la creación de una nueva poética
para la práctica actoral y dramática: el realismo reflexivo.
En términos de Dubatti en este período el Teatro
Independiente se transforma en una gigantesca usina de capacitación e
irradiación de actores, dramaturgos, directores, escenográfos, para los demás
circuitos. Esta tendencia a los cruces e intercambios entre los diferentes
circuitos complejiza la dinámica más esquemática que había adoptado el campo
teatral en los inicios del movimiento, redefiniéndolo. El Teatro Independiente
se derrama por fuera de los límites del movimiento, y en esa apertura se
redefine.
A diferencia de Dubatti, para Pellettieri hacia
1959 el Teatro Independiente de Buenos Aires no se redefine sino que en tanto
movimiento histórico ingresó a su momento epigonal hasta finalmente disolverse.[45]
Así, si bien no existe acuerdo sobre la finalización de este movimiento[46],
los investigadores suelen reconocer la continuidad de muchas de las prácticas
inauguradas por el movimiento de teatro independiente y su fundamental aporte a
la generación de nuevas dinámicas dentro del campo teatral. Así por ejemplo
para Pellettieri los “tics, mitos, creencias, parte de sus utopías” se
encuentran actualmente diseminadas en nuestro teatro aunque como movimiento
histórico éste se hubiera disuelto hacia fines de los sesenta.[47] Por
su parte Dubatti va más allá y señala la continuidad del teatro independiente
hasta la actualidad, para este autor el movimiento “no desaparece ni se
disuelve”[48]
sino que se va transformando a partir de una concepción más abierta y menos
dogmática de lo independiente.[49]
Para Dubatti lo independiente rebasa ampliamente los límites de lo definido en
los Estatutos del Teatro del Pueblo e incluye una gran diversidad de grupos.
“La unidad la da un conjunto de coordenadas básicas compartidas (especialmente
el rechazo del teatro mercantilizado y de la producción industrial)”.[50] En
otra parte del mismo libro el autor precisa: “Diseña tres grandes enemigos: el
actor cabeza de compañía, el empresario comercial, el Estado. Contra el
divismo, contra la tiranía del dinero, contra las políticas oficiales”.[51]
Para el caso de Rosario, sostenemos la hipótesis de
que la recepción de los postulados del movimiento histórico del teatro
independiente en la década del ‘40 abrió una grieta, un nuevo espacio en este
entramado de circuitos que venimos describiendo reconfigurando el lugar del
teatro local.
Entendemos que los postulados del Teatro
Independiente sentaron las bases para la creación de un nuevo circuito de
teatro rosarino, es decir un teatro producido en la ciudad y con una presencia
permanente en la escena cultural. Así, creemos que la recepción productiva que
se hizo de los postulados del teatro independiente en nuestro contexto habilitó
otro modo de hacer teatro en la ciudad. Un nuevo modo que se ajustaría más a
las condiciones del campo teatral de la ciudad permitiendo la emergencia una
producción local más especializada y permanente.
Es así que en el siguiente apartado nos proponemos,
a partir de una mirada genealógica, desentrañar cómo fueron recibidos los
postulados del movimiento histórico del teatro independiente en Rosario y
trazar algunos elementos de ese nuevo modo
de hacer.[52]
Debido al estado de conocimiento del campo teatral rosarino es aún muy
problemático poder delimitar con precisión esta frontera, de allí que para este
trabajo optamos por incluir dentro de esta nominación a aquellos grupos que las
investigaciones precedentes han nombrado como tales.[53]
La conformación del circuito independiente rosarino
En Rosario la denominación de teatro independiente se usa por primera vez en un artículo del
diario La Capital del 7 de diciembre
de 1941 en el que Alberto Rodríguez Muñoz -un joven teatrista porteño-
declaraba su tentativa de organizar “un
teatro independiente, es decir antiindustrial, en Rosario” y enumeraba las
condiciones materiales (ubicación geográfica, población y características
económicas) que habrían de convertir a la ciudad en un núcleo de labor teatral
de gran trascendencia dentro del movimiento escénico contemporáneo.
Retomando los postulados que desde hacía más de una
década Leónidas Barletta se había trazado para el movimiento de teatro
independiente porteño, sostenía que el teatro vivía una crisis que involucraba
no sólo la desprestigiada y exhausta “escena comercial” sino también algunos
cuadros experimentales. Rodríguez Muñoz criticaba a los cuadros experimentales
por hacer un teatro “antipopular”, de rebuscado exotismo para minorías
snobistas; y a la “escena comercial” por “intoxicar al pueblo con expresiones
inferiores”.[54]
Frente a esta situación el director declaraba la
necesidad de fundar un “Teatro Nuevo”, un teatro “revolucionario”, libre de los
“vicios del teatro burgués”, capaz de “revirginizar” la escena y recuperar la
“misión” que el teatro tiene con el pueblo.
“Crear un teatro nuevo consiste, en principio, en
organizar los viejos medios de realización escénica y crear nuevos medios de
expresión, plásticos, lumínicos, sonoros, coreográficos, etcétera. Consiste en
preparar al nuevo actor, voz y movimiento, carne y espíritu para un nuevo
estilo. Consiste en auspiciar, preparar y organizar al nuevo autor, fantástica
percepción de la realidad de hoy, idealizada, poematizada, cruda, potente, pero
siempre vívida, de acuerdo a un nuevo delineado de construcción y realización
escénica. Consiste en preparar también la nueva crítica teatral, no de
literatura dramática, para que se comprenda que el nuevo teatro no debe ser
apreciado de acuerdo a las viejas y expiradas normas de teatro, que un nuevo
teatro trae sus propias y nuevas normas. Aún así no se habrá hecho lo
suficiente, porque también es necesario y urgente “crear” al público nuevo,
desinteresado del arte y el teatro por tantos años de producción desordenada,
desorientada y hueca”.[55]
El teatro independiente emerge entonces como un
horizonte, un futuro a conquistar, una empresa eminentemente moderna con su
doble carácter de fuerza transformadora -creativa y destructiva- que afecta a
todas y cada una de las partes del teatro. Un proyecto radical que exige no
sólo la transformación de las prácticas escénicas sino también de la crítica,
el público y sus criterios de valoración. No obstante, podemos decir que la
dimensión “destructiva” de este proyecto modernizador en Rosario operó de
manera un tanto diferente al contexto porteño en tanto -como veníamos
desarrollando- no existía en la ciudad una producción comercial local ni una
crítica desarrollada que discutir. Rodríguez Muñoz trasponía así los términos
del diagnóstico de la escena porteña a una realidad teatral con sus propias
singularidades ya que Rosario no tenía grupos “experimentales” ni una
producción “comercial” propia contra la que alzarse, lo que habría de
condicionar el modo en que los artistas locales se apropiaron de los postulados
del Teatro Independiente.
A pesar de este desplazamiento, la propuesta de
crear un nuevo teatro en la ciudad tuvo una gran aceptación. Luego de una
conferencia en la Facultad de Medicina y tres artículos en el diario La Capital en los que Muñoz desarrollaba
los conceptos que habrían de animar esta empresa y convocaba a los interesados,
se presentaron más de 100 aspirantes para
integrar el nuevo cuerpo estable.[56]
Quedó así conformado en 1941 el grupo Teatro Nuevo XX que, con una actividad continua hasta 1948, habría
de iniciar la genealogía del teatro independiente en la ciudad.[57]
Con el propósito de dignificar la labor teatral a
partir de la consolidación de nuevas formas estéticas, el 19 de septiembre de 1942 en el teatro Ópera (hoy El Círculo) el elenco
hizo su primera presentación con “El cartero del rey” de Rabindranath Tagore y
“Detrás del mueble” del autor rosarino Roger Plá, con la que se inició la
modalidad del “teatro polémico”. Luego le siguieron “Un día de octubre” de G.
Kaiser, “Jinetes hacia el mar” de J. Synge, “Donde está marcada la cruz” y
“Todas las criaturas tienen alas” de E. O‘Neill, “El delator” de B. Brecht, “La
comandante bárbara” de B. Shaw, entre otros. Es decir, el repertorio se
correspondió -en su mayoría- al teatro europeo y norteamericano moderno de allí
que para Tello la experiencia de Nuevo Teatro XX corresponde a lo que Pellettieri
caracteriza como la fase de culturización
del teatro independiente.[58] Una
fase inicial dentro del movimiento caracterizada por la aparición de nuevos modelos dramáticos, espectaculares y una nueva
ideología estética. En esta línea el grupo también emitió sus obras por
radioemisoras locales, publicó Platea,
Boletín mensual del Teatro Nuevo XX y, según cuenta Cejas, en 1943 abrió su
propia sala en San Lorenzo 780.[59]
La
creación de esta sala significaría una gran novedad para la escena local, no
sólo por el tipo de prácticas que se habilitarían sino también por las
características que asumiría: un espacio específicamente destinado a la
práctica teatral destinado a la presentación de un elenco local. Recordemos que
hasta ese momento lo habitual era que los elencos locales -los filodramáticos-
se presentaran en salones de asociaciones civiles, bibliotecas y clubes,
mientras los edificios teatrales quedaban casi exclusivamente reservados para
las compañías profesionales. Con esta sala se habilita entonces por primera vez
un espacio con fines teatrales para un elenco de la ciudad.
Replicando
la práctica de los independientes porteños en esta sala además de presentar las
obras el grupo se llevaron adelante cursos, seminarios, conciertos grabados de
las nuevas corrientes musicales (como el jazz), recitales poéticos, mesas
redondas, exposiciones y conferencias de importantes personalidades del
quehacer cultural como Juan L. Ortiz, Roger Plá, Arturo Cuadraro, Emilio Pita,
Eduardo Dughera, Mario Briglia, entre otros.[60]
Todas
estas actividades se encuadraban en el objetivo emancipatorio que entendían
tenía el teatro para con el pueblo. “Creemos en un teatro nuevo, formal y
sustancialmente, revirginizador de la expresión y el espíritu popular. Popular,
desde luego, en el buen sentido artístico y social”.[61]
Para
Muñoz el “teatro-teatro” era un teatro para el pueblo. El pueblo operaba
entonces como fundamento último del nuevo teatro y lo definía.[62]
Podemos decir que este propósito emancipador le otorgaba al grupo un rasgo
singular dentro del campo teatral local pues, si bien algunos grupos
filodramáticos -como La Escena Andariega- también se habían planteado objetivos
de esta índole, nunca habían sido tan orgánica y explícitamente enunciados ni
involucraban una empresa tan radical como la de Nuevo Teatro XX.
Otro
rasgo inédito de este grupo fue su forma de organizar el trabajo. Nuevo Teatro
XX implementó una estructura compleja con una diferenciación de roles y
especialidad de saberes muy diferente al de los grupos filodramáticos. Por un
lado funcionaba el rol del director quien seleccionaba y coordinaba las
lecturas de los textos y marcaba las entradas y salidas de los personajes en el
espacio. Además trabajaron aportando bocetos escenográficos los artista
plásticos Julio Vanzo y Ricardo Warecki. También contaron con un cuerpo técnico
en luminotecnia y en sonido, apuntador, maquilladores, vestuaristas, utileros,
escenógrafos y administradores entre los que se contaban un secretario y asesor
letrado, un secretario general y un director general. A su vez funcionó una
Comisión directiva conformada por personalidades del quehacer artístico de la
ciudad que se abocaba a estudiar los problemas prácticos, fundamentalmente
económicos, que debía afrontar la entidad para sostenerse.[63] Además de esta cantidad de
auxiliares y técnicos, el grupo contaba con alrededor de veinticinco actores,
entre otros, Norma Tiranni, Lía Gravel, Jorge Salem, Guerino Marchesi, Américo
Pricco y Roberto Retamoso, quienes luego tendrían una gran trayectoria en la
ciudad.[64]
A
pesar de esta organización cuasi profesional “todo se conseguía a pulmón, por el esfuerzo de cada uno de los
integrantes”[65], es
decir según el modo de producción cooperativo que describíamos en el apartado
anterior. Esta combinación entre roles altamente especializados y un modo de
producción cooperativo fue sin dudas otras de las innovaciones de este grupo.
Recordemos que hasta ese momento en la ciudad la especialización era patrimonio
de las compañías profesionales mientras en la forma cooperativa que ensayaban
los filodramáticos no había grandes diferenciaciones de roles. Es así que Nuevo
Teatro XX introdujo esta innovadora forma de organizar el trabajo teatral, una
forma que -con diferentes grados- se trasladaría hasta los grupos posteriores.
En este sentido, consideramos que una de las
mayores innovaciones que aportó el teatro independiente en Rosario y cuyas
derivas continúan vigentes, fue precisamente la promoción de este modo de producción
cooperativo. Sostenemos la hipótesis de que la organización de las relaciones y
los medios de producción de una forma alternativa al circuito profesional y al
comunitario posibilitaron el desarrollo de una producción local perdurable y
acumulativa, habilitó la emergencia de una tradición teatral rosarina y
construyó el espacio propio de la producción local dentro del campo cultural de
la ciudad.
Sin
embargo, a fines de 1947 una parte del grupo decide dar el paso hacia la
“profesionalización”. En una nota para el diario El Litoral de Santa Fe Muñoz declaraba: “Hemos superado la etapa
más dolorosa y difícil de la trayectoria de un elenco dramático. Dejamos atrás
todo lo que signifique “experimental” o “independiente”, para entrar en el
terreno “profesional” en el mejor y más profundo sentido de la palabra. Hemos
comprendido que no podemos hacerle más bien al teatro “desde afuera” y al
margen de la profesión. Debemos ocupar el lugar copado hasta ahora por la
baratura y el mercantilismo.”[66]
Conservando
los postulados del Teatro Independiente el grupo se rebautizó como “Compañía de
Nuevo Arte Dramático” y con la dirección de Muñoz y las actuaciones de Lía
Gravel, Norma Tiranni, Jorge Alberto Gómez, Jorge Salem y Roberto Guthié
emprendió una gira por el interior del país, Capital Federal y la República
Oriental del Uruguay. Posteriormente el grupo se disolvería y Muñoz se
radicaría nuevamente en Buenos Aires.
Con la
disolución de Nuevo Teatro XX se ponía en juego en la ciudad, muy
tempranamente, la paradoja que la propuesta independiente portaba en torno a la
profesión, paradoja que se
profundizará en la década siguiente cuando los grupos vayan alcanzando cada vez
mayores niveles de especialización técnica.
Otro
grupo que asumió los postulados de Barletta fue Las Cuatro Tablas (1951-1955) fundado por Julio Imbert y su esposa
Graciela Ensinck, Haydé Romano y Victor Rissot. Éste, al igual que el anterior,
estrenó su primera obra en el teatro El Círculo con “La lombriz” del mismo
Imbert el 3 de noviembre de 1951. Además de otras cuatro obras de este autor y
director el grupo propuso un repertorio con obras de Lenormand, García Lorca,
Tagore, Chejov, O Neill, Shakespeare, Caldwell y Hughes, entre otros, y
recitales poéticos con obras de Lorca, Storni, W. Whitman, José Pedroni, R.
Tagore, F. Horne, L. Hughes, R. Pedroso.
Como
en los filodramáticos, al no contar con sala propia los ensayos de Las Cuatro
Tablas se hacían en el Ateneo “Luis Bello” del Centro Republicano Español y las
presentaciones en el teatro El Círculo, Amigos del Arte, Centre Catalá, la Sala
Ramona Ortiz de Colombres de la Biblioteca del Consejo de Mujeres y algunos
barrios de la ciudad.[67]
Entre sus integrantes se contaban, además de los ya mencionados, Idilia Solari,
Orlando Calcagno, Fulvio Torti, Rogelio Romano, Erika Boero y Jorge Alberto
Gómez (quien había participado en Teatro Nuevo XX), entre otros.
Una de
las grandes innovaciones de este grupo, además de la selección de un repertorio
de una dramaturgia propia, fue la propuesta del escenario circular desde el que
montaron la puesta de “La inocente” de H. Lenormand y la lectura escenificada
de “La doncella, el marinero y el estudiante”, “Quimera” y “El paseo de Buster
Keaton” de García Lorca, estrenos mundiales que el grupo montó en el foyer del
teatro El Círculo. En cuanto a las puestas se optaba por un escenario despojado
potenciando el uso de la luz. Según Tello las propuestas de este grupo
respondían al canon del realismo-naturalismo con procedimientos del drama
psicológico, del simbolismo y un incipiente expresionismo.[68] A su vez, la práctica de
dirección, se asemejaba a la ejercida por Muñoz, según relataba Idilia Solari:
“Imbert seleccionaba las obras que luego eran leídas por en grupo, sin ahondar
en ningún análisis y de allí al escenario. Lo importante era que los actores
aprendieran la letra. El director marcaba las entradas, salidas y movimientos
de acuerdo a las indicaciones del texto.”[69]
En
forma contemporánea a este grupo funcionaron el teatro Antoine fundado en 1952 en honor a André Antoine, precursor del
teatro moderno y el Núcleo Teatral
Bohemia (1952-1957) creado por Cesar Riccó, Jorge Horat, Félix Verón y
Héctor Barreiros, quien ocupó el rol de director y en 1963 fundó Aquelarre, un
grupo cuya trayectoria se prolonga hasta el fallecimiento de su director en
2011. Y si bien no hay demasiados datos de estos grupos podemos decir que tanto
el repertorio como los espacios por los que circularon se asemejaron a las
prácticas de Las Cuatro Tablas y fueron parte de este momento fundacional del
teatro independiente en Rosario.[70]
Reflexiones
finales. Lo independiente, un espacio paradojal
El
teatro independiente en Rosario reconfiguró el campo teatral construyendo otro
espacio posible para el teatro local e inaugurando un nuevo circuito para la
ciudad. Un circuito que trastocaba el trazado un tanto esquemático que regía la
actividad teatral desde principios de siglo y que se caracterizaba por un
vigoroso circuito profesional por donde circulaban compañías nacionales e
internacionales y un circuito filodramático en el que se presentaba la
producción local de los cuadros filodramáticos.
La
reapropiación de los postulados del movimiento porteño a partir de la realidad
concreta del contexto local dio lugar a la emergencia de una tradición para el
teatro rosarino. Una tradición entendida en términos de Williams como
“reproducción en acción”, es decir como un proceso de “selección y reselección
de aquellos elementos significativos del pasado, recibidos y recuperados, que
representan no una continuidad necesaria, sino deseada”.[71] Una tradición que le
configuró un espacio propio y singular a partir de su modo de producción, sus
políticas de circulación, su figuración del artista, su forma de articularse
socialmente y de trazar sus vínculos con el público y las demás formas
culturales. Una tradición que se afirma y construye en un espacio intermedio
entre lo comunitario y el mercado, y articula su hacer de manera paradojal y
contradictoria en ese diálogo.
Si
bien excede los términos de este trabajo detallar las continuidades y rupturas
que traza este nuevo circuito, consideramos pertinente analizar algunas de las
características que asume el mismo en relación al filodramático y profesional,
en tanto el circuito independiente traza su singularidad combinando maneras de
hacer de ambos.
Al
igual que el circuito filodramático, el independiente habilita un espacio de
producción para los artistas locales -un espacio vedado dentro del circuito
profesional- difundido fundamentalmente “cuerpo a cuerpo” sin mayor acceso a
los medios masivos de comunicación. Pero a diferencia de aquél sus pretensiones
respecto del público trascienden a los miembros de la comunidad próxima. Como
el circuito profesional, el independiente apunta a un público más general y se
caracteriza por hacer funciones pagas y frecuentes.
Asimismo
el circuito independiente se articula -aunque con mucha dificultad- en un
mercado cultural incipiente a partir del desarrollo de un trabajo especializado
y con crecientes niveles de adiestramiento que delimita claramente al productor
del espectador -lo que lo diferencia del circuito comunitario y lo acerca al
profesional-. Sin embargo, a diferencia de este último no logra insertar su
práctica plenamente en el mercado por lo que los actores no consiguen
configurarse como artistas “profesionales“. Obturada la posibilidad de vivir
del teatro, en estos “profesionales sin profesión” se refuerza el núcleo
ideológico que legitima su inserción en la sociedad como productores
culturales. Un núcleo ideológico que según los diferentes momentos históricos
se articulará en torno a diferentes “compromisos”, así si en los pioneros de
los cincuenta fue el compromiso con la emancipación del pueblo y en los sesenta
con la revolución, hoy se estaría gestando un compromiso con la posibilidad de
vivir del teatro.
Tal
como sucede con el circuito filodramático, el independiente es llevado adelante
por asociaciones voluntarias, agentes colectivos instituidos como grupos con
motivaciones de “testimonio”, “compromiso” o “militancia”, donde priman las
relaciones de solidaridad social y una forma de control por normas compartidas,
en el caso de los independientes orgánicamente explicitados. Sin embargo, los
grupos del circuito independiente tienden a la profesionalización, buscan
-aunque sin éxito- articularse como productores profesionales, y esto los
coloca en ese espacio de tensión entre la asociación voluntaria propia del
circuito comunitario y el agente profesional que predomina en el circuito
“industrial”. En este sentido, la relación con el público se da entre los
independientes en ese mismo espacio de tensión. Se distancian de éste a partir
de un alto grado de adiestramiento -como en el circuito profesional- pero su
relación no se da plenamente como una relación de intercambio mercantil sino
que median su relación -con el público y su práctica- a partir de una
consistente construcción ideológica. Una construcción asentada sobre una
concepción instrumental del teatro que negará retóricamente su asunción en
tanto mercancía. Esta idea utópica, anticonformista y utilitarista del teatro
va de la mano de una figuración del artista pobre y comprometido que contradice
la lógica del mercado y explica en parte la imposibilidad de vivir del teatro.
Respecto
del capital, el circuito independiente se aproxima más a las prácticas del
comunitario. Allí no hay una separación entre medios y productores sino que es
la misma asociación voluntaria la que aporta el capital necesario para la
producción. En este sentido, ambos asumen un alto grado de control de los
medios y las relaciones de la producción.
Posiblemente
sea mirando las salas donde pueda recortarse con más claridad el espacio
singular del circuito independiente. Retomando los conceptos de Francisco
Javier[72]
podemos diferenciar entre espacios teatrales y parateatrales o no
convencionales; una distinción central en tanto se erige como una importante
instancia de mediación entre el público y los artistas. Los espacios teatrales
son edificios proyectados y construidos para funcionar como salas teatrales,
con todas las comodidades que esto implica: ingresos amplios y diferenciados
para el público y los artistas, salas de estar, un espacio escénico delimitado
de la sala que generalmente cuenta con butacas fijas y cómodas para el público,
camarines, parrilla de luces y sistema de sonido montado, escenario en altura
con telón, entre otros. Por el contrario, los espacios parateatrales son
estructuras edilicias construidas con otra finalidad y adaptados luego para
funcionar como salas. Creados en una fábrica, depósito o vivienda desafectada,
estos espacios cuentan generalmente con muros descascarados, pisos de
materiales desiguales y muy deteriorados, modestos sistemas de iluminación,
gradas para el público y variedad de sillas o bancos, a menudo incómodos.
Si el
circuito profesional de distribución se asentó en los edificios teatrales más
importantes de la ciudad y el comunitario en clubes, organizaciones políticas y
sociales, el independiente se distinguió por construir sus salas en espacios
parateatrales pero con fines específicamente teatrales. Salas que se levantaron
como espacios específicamente dedicados al teatro -como en el profesional- pero
que se crean en espacios parateatrales, como los locales que comparte el
circuito comunitario.
Entendemos
que las investigaciones sobre el campo teatral rosarino están aún en una fase
exploratoria, en tal sentido esperamos que estos trazos contribuyan a aportar
algunas claves para poder pensar sus singularidades en tanto consideramos que
algunas de las características que asumen hoy los grupos locales, así como
también las dificultades y debates que se están dando en torno a la actividad-
específicamente las desencadenas entre el Movimiento Vea Teatro Rosarino
y Teatro En Rosario a propósito de la creación de la Comedia Municipal
de Teatro “Norberto Campos” en 2012- encuentran en la emergencia del circuito
algunas claves para su comprensión.
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Evaluado: 04/10/2016
Versión final: 25/11/2016
(*) Núcleo de Trabajo sobre Prácticas y Experiencias Culturales (Centro de Estudios Interdisciplinarios - Universidad Nacional de Rosario). Magíster en Estudios Culturales (CEI - UNR) y Licenciada en Ciencia Política (UNR). Candidata al Doctorado en Ciencias Sociales (FLACSO). Becaria doctoral de Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET. 2010-2015). Docente adscripta a la Cátedra de Sociología Sistemática (UNR). Julia Logiódice es además actriz y directora teatral. E-mail: julialogiodice@ hotmail.com
[1] IELPI, Rafael Oscar. Rosario del 900 a la “década infame”. Homo Sapiens, Rosario; 2006, Tomo IV.
[2] ENSINCK, Oscar Luis. El teatro en Rosario. Separata de “Historia de las instituciones de la provincia de Santa Fe (Tomo 5-2°parte), Santa Fe, 1974.
[3] Se conoce como “género chico” a un sistema de producción teatral innovador que surgen en Madrid hacia fines de 1870 y traído luego a la Argentina diez años más tarde. Éste se caracteriza por las formas breves, también llamado “teatro por horas” o “por secciones”, con una entrada muy barata por sección – cada una de las cuales ofrece una pieza breve- adaptándose a los tiempos de los obreros urbanos. Cfr. DUBATTI, Jorge. Cien años de teatro argentino. Biblos, Buenos Aires, 2006. PELLETTIERI, Osvaldo. Una historia interrumpida. Teatro argentino moderno (1949-1976). Galerna, Buenos Aires, 1997.
[4] Jorge Dubatti en “Cien años de teatro argentino” cuestiona esta lectura de la edad de oro del teatro rioplatense presente en las primeras interpretaciones de la historiografía como las de Luis Ordaz, José Marial, Juan Carlos Ghiano y Raúl Castagnino, en tanto –entre otras cosas - se ha convertido en la matriz de lectura dominante de la década del 20 como “declinación” y la consecuente emergencia en la década del 30 del movimiento de teatro independiente como “salvación” (2012 : 15-27).
[5] Cfr. ENSINCK, O, El teatro…, op. cit; IELPI, R., Rosario…, op. cit.; TELLO Clide. “Rosario”. En: PELLETTIERI, Osvaldo (coord.), Historia del teatro argentino en las provincias. Volumen II. Galerna, Buenos Aires, 2007. Según el trabajo de Ensinck en este precario predio, cuna del teatro popular en la ciudad, inició Florencio Sánchez su carrera como periodista y autor teatral con el sainete de costumbres rosarinas “Gente honesta”. En él, Sánchez criticaba a través de su personaje “El Chifle al presidente del Consejo Deliberante, director del diario La República y dueño además del teatro El Círculo: Emilio Schiffner, quien lo había echado del diario por defender intereses gremiales. Una hora antes del estreno de esta obra, como había trascendido que aludía a políticos locales, el Escuadrón de seguridad ocupó la cuadra del teatro y la Municipalidad prohibió el espectáculo; seguidamente se implantó la censura previa y algunas noches más tarde Florencio Sánchez fue golpeado en la cortada Ricardone. El texto completo de “Gente honesta” finalmente fue publicado en La Época del 26 de junio de 1902. Por su parte en “La Comedia” se estrenó en mayo de 1907 “El Pim- pam Pum” revista teatral de sátira de Julio Cabañero que satirizaba sucesos y personajes de la vida política local santafesina y de Buenos Aires. Ejecutada por una compañía de zarzuela española esta obra también fue suspendida por la municipalidad.
[6] El mercado existe dondequiera hay competencia por oportunidades de intercambio entre una pluralidad de partes potenciales; sociológicamente representa una coexistencia y secuencia de “consociaciones racionales”, cada una de las cuales es efímera en tanto termina con el acto de intercambio. BRUNNER, J. Joaquín. Un espejo trizado. Ensayo sobre culturas y políticas culturales. FLACSO, Chile, 1988, p. 353. Y se diferencia de la comunidad y la administración pública en tanto dispositivos o mecanismos de organización, regulación o control social de las actividades sustancialmente diferentes. En el mecanismo institucional de administración pública la producción, circulación y distribución de la cultura es administrada por organismos públicos, en términos weberianos podríamos hablar de una forma de control burocrática que opera mediante governmental administration of production by government employees BRUNNER, J., Un espejo…, op. cit., p. 354.
[7] EINSINK, O., El teatro…, op. cit, p. 310.
[8] Una excepción en esta dinámica fueron las puestas de Sánchez y Cabañero que mencionáramos en la nota N°2 y las puestas de la Compañía de Ricart sobre la que volveremos en el cuerpo del texto.
[9] IELPI, R., Rosario…, op. cit., p. 32.
[10] MORENO Oscar y TIBERTI Omar. Crónica de una utopía teatral. Los teatros independientes de Rosario y sur de la provincia de Santa Fe (1924- 1983). UNR Editora, Rosario, 2013, p. 38.
[11] Dubatti, sin desconocer esta dimensión aurática, sostiene que durante 1910 y 1930 el teatro adquirió una dimensión “industrial” en el sentido de “una producción rentable, prolífica y seriada, de labor múltiple y agotadora, y en algunos casos con alto rendimiento económico, que estimula la práctica de un conjunto de técnicas dramáticas, actorales, de dirección y empresariales, sobra las que los artistas reflexionan intensamente. Adaptamos el término “seriada”, que remite a la “producción en serie”, al trabajo teatral: queremos decir que la intensidad de la producción es tal que el teatro parece una “máquina” que no para de multiplicar funciones, escribir nuevos textos, realizar estrenos semanales y reposiciones de repertorio, acelerar ensayos y simultáneamente intervenir en las discusiones gremiales” (2012:19).
[12] WILLIAMS, Raymond. Sociología de la cultura. Paidós, Barcelona, 1994.
[13] IELPI, R., Rosario…, op. cit., pp. 148-160.
[14] SEIBEL, Beatriz. Historia del teatro argentino. Desde los rituales hasta 1930. Corregidor, Buenos Aires, 2002. SEIBEL, Beatriz. Historia del teatro argentino II: 1930-1956. Corregidor, Buenos Aires, 2010,
[15] TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., p. 422.
[16] TELLO, C., “Rosario”, op. cit., p. 438.
[17] Citado en PELLETTIERI, 1997, p 154.
[18] Cfr. TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit..
[19] FREGGI Sara, FILIPPELLI, Adriana y MOSET, José. Eugenio Filippelli. Trotatablas. Crónica de una obstinación. Asociación Argentina de Actores, Buenos Aires, 1994, pp. 32-39.
[20] BRUNNER, J., Un espejo…, op. cit..
[21] Idem, p. 353.
[22] Documento Interno. Ana María Benito. Inédito.
[23] TELLO, C., “Rosario”, op. cit., p. 438.
[24] FOS, Carlos, “Una mirada desde la memoria reconstruida a los teatros de los socialismos locales” En: Revista Afuera. Estudios de Crítica Cultural. Año V. Nº 8. Puesta en línea en Mayo 2010. Consultado en 2010. http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=56&nro=8. FOS, Carlos, “Socialistas internacionales y ácratas: vías de encuentro en las tablas” En: Revista Afuera. Estudios de Crítica Cultural. Año V. Nº 9. Puesta en línea en Noviembre 2010. Consultado en 2010. http://www.revistaafuera.com/articulo.php?id=137&nro=9.
[25] Al hablar de una forma de regulación comunitaria no consideramos que desaparezcan la competencia y la autoridad – que priman en el mercado y el Estado respectivamente- sino que no lo definen como tal. Con esta definición recuperamos la distinción clásica de Weber entre comunidad y sociedad quien distingue la comunidad de la sociedad según el tipo de la relación que prevalezca, - si bien la inmensa mayoría de las relaciones sociales participan en parte de la comunidad y en parte de la sociedad- se llama comunidad “a una relación social cuando y en la medida en que la actitud en la acción social se inspira en el sentimiento subjetivo (afectivo o tradicional) de los partícipes de constituir un todo”. Por su parte llamamos sociedad a una relación social cuando y en la medida en que la actitud en la acción social se inspira en una compensación de intereses por motivos racionales (de fines o valores) o también en una unión de intereses con igual motivación. Uno de los tipos más puros de sociedad es el cambio estrictamente racional con arreglo a fines y libremente pactado en el mercado, por su lado la comunidad familiar expresa con mayor adecuación ese tipo de relación donde priman los valores afectivos. Y sobre la base de ese sentimiento las acciones están recíprocamente referidas. “la comunidad es normalmente por su sentido la contraposición radical de la lucha, y sólo la aparición de contrastes conscientes con respectos a terceros puede crear un sentimiento de comunidad”. WEBER, Max, Economía y sociedad. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1997, p. 33.
[26] BRUNNER, J., Un espejo…, op. cit., p. 354.
[27] WILLIAMS, R. op. cit., p. 85.
[28] Para ver el crecimiento del cine en la ciudad y la transformación de salas teatrales en cinematógrafos ver: PARALIEU, Sydney. Los cines de Rosario de ayer y de hoy. Fundación Ross, Rosario, 2000.
[29] TELLO, C., “Rosario”, op. cit.. DUBATTI, J. Cien años..., op. cit..
[30] DUBATTI, J. Cien años..., op. cit., p. 81.
[31] PELLETTIERI, O. Una historia interrumpida…, op. cit., p. 20.
[32] En el contexto de la gran inmigración, la declinación de este componente civilizatorio del teatro se presentaba para las elites porteñas como una gran preocupación, que se puede rastrear desde los escritos literarios de Sarmiento hasta bien entrado el siglo XX. Asimismo, las críticas fundadas en la “barbarización” o “vulgarización” del arte en el marco del desarrollo de las industrias culturales fue un tópico muy transitado en los debates culturales de la elite argentina y tiñó las primeras valoraciones sobre el sainete y el grotesco criollo. Cabe decir además que con la denuncia de la mercantilización de las relaciones al interior del mundo del arte, los grupos independientes recuperaban un problema propio del arte modernista En este sentido, compartían el lamento y el pesimismo -que posteriormente desarrollarían a nivel teórico Adorno y Horkheimer- sobre el desarrollo de las industrias culturales y la integración “corrupta” de la clase trabajadora a la sociedad capitalista. En tal sentido, entendemos que los independientes cuestionaban la cosificación de raíz burguesa de la obra de arte que la asumía como mercancía pero sin trastocar la razón instrumental que le subyacía, pues si en el teatro “comercial” el teatro era instrumento de lucro, para los independientes el mismo era un instrumento de concientización.
[33] MARIAL José. El Teatro Independiente. Alpe, Buenos Aires, 1955, p. 61.
[34] DUBATTI, J. Cien años..., op. cit., p, 83.
[35] LARRA, Raúl. Leónidas Barletta, el hombre de la campana. Conducta, Buenos Aires, 1978, p. 106.
[36] PELLETTIERI, O. Una historia interrumpida…, op. cit..
[37] LARRA, R. Leónidas…, op. cit., p. 80.
[38] SIGAL Silvia. “Una nueva intelectualidad”. Intelectuales y poder en Argentina. La década del sesenta. Siglo XXI, Buenos Aires, p. 153.
[39] Cfr. PELLETTIERI, O. Una historia interrumpida…, op. cit.
[40] BAYARDO, Rubens. “Economía de la escena. Las cooperativas de teatro”. En: Boletín del Instituto de Artes Combinadas VIII. Facultad de Filosofía y Letras, UBA, Buenos Aires, 1990.
[41] PELLETTIERI, O. Una historia interrumpida…, op. cit., p. 41.
[42] Leónidas Barletta, en DUBATTI, 2012, Op. Cit, p 81.
[43] “El Teatro del Pueblo reducirá a lo estrictamente indispensable sus relaciones con las organizaciones teatrales, comerciales y gremiales, prohibiéndose el ingreso de los actores y auxiliares al teatro comercial y negándose la representación de las obras de aquellos autores que sólo vieron en el teatro una provechosa industria” (Dubatti, 2012, P 80).
[44] BAYARDO, R. “Economía de la escena…”, op. cit..
[45] Con la caída del peronismo el Teatro Independiente se había quedado sin oponente, el rol identitario y transgresor del régimen que aglutinaba a sus miembros y convocaba al público se había disuelto. A su vez la crisis económica y el desgaste de los integrantes del movimiento hicieron que muchos abandonaran el movimiento para integrarse al teatro comercial y a la TV. Además durante los cincuenta a la par que desarrollaba la radio, el cine y la TV, el teatro fue aumentando la calidad de sus puestas y sus niveles de profesionalización. En este marco fue perdiendo protagonismo el circuito comercial y creciendo el teatro profesional de arte, el independiente y el oficial. Si el teatro independiente clásico se había caracterizado por el estreno de “textos nuevos” dentro del realismo, a partir de los sesenta ese rol ya había sido asumido por el circuito profesional.
[46] Existe un productivo debate en torno a las derivas de este movimiento. Por un lado Pellettieri afirma la epigonización y disolución del microsistema del teatro independiente hacia fines de los sesenta (PELLETTIERI, O. Una historia interrumpida…, op. cit., p. 40). Tirri (1973) afirma que durante los sesenta se da la consolidación y disolución en tanto “movimiento” generándose un nueva modalidad de interacción entre actores, directores y dramaturgos (37). Ordaz a su vez señala el avance de la profesionalización en este período y los cruces e intercambios con otros circuitos, aunque sin determinar su disolución. Dubatti por su parte asume la postura de la continuidad y resignificacion del movimiento (2012: 141-142).
[47] PELLETTIERI, O. Una historia interrumpida…, op. cit., p. 39.
[48] DUBATTI, Op. Cit, P 143.
[49] DUBATTI, Op. Cit, 141-142.
[50] DUBATTI, Op. Cit, p117.
[51] DUBATTI, Op. Cit, p 83.
[52] DE CERTEAU, Michel. La invención de lo cotidiano. El arte de hacer. Universidad Iberoamericana, México, 1996, p. 70.
[53] Cfr. TELLO, C., “Rosario”, op. cit.,; TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., CEJAS, J., “Teatro…”, op. cit..
[54] La Capital, Rosario, 7/12/1941.
[55] La Capital, Rosario, 21/12/1941. Alberto Rodríguez Muñoz, “El Nuevo Teatro en Rosario”.
[56] TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., p. 41.
[57] TELLO, C., “Rosario”, op. cit.,; TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., CEJAS J., “Teatro…”, op. cit. coinciden en señalar a la creación de Nuevo Teatro XX como el primer grupo de teatro independiente de Rosario.
[58] TELLO, C., “Rosario”, op. cit., p. 441.
[59] CEJAS Julio. “Teatro: la búsqueda de una identidad tan esquiva como los orígenes de la misma ciudad”. En: Historia de Rosario 1.0. Rosario. Sociedad de Historia de Rosario. Nueva Hélade.2002.
[60] TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., p. 44.
[61] RODRÍGUEZ MUÑOZ. La Capital, Rosario, 7/12/41.
[62] Entendemos que en la construcción simbólica de “el pueblo” los independientes trazaron una diferenciación entre un “buen” y un “mal” sentido de lo popular, una distinción que se configuró fundamentalmente en disputa con el peronismo. Ver: LOGIÓDICE, María Julia. “Políticas teatrales en santa Fe (1940- 1989). Articulaciones entre teatro independiente rosarino y Estado Provincial”, En: Revista SAAP, Vol. 9, Nº 1, mayo 2015, pp. 75-92.
[63] Entre los integrantes de la misma se contaba a Juan Grela, Pedro Storni, Eduardo Dughera, Alberto García Fernández, Emilio Pita, Alberto Mussio, Nélida Esther Oliva, Ignacio Sénder y Félix Aleart. TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., p. 45.
[64] TELLO, C., “Rosario”, op. cit., p. 440.
[65] Norma Tiranni en Idem, p. 441.
[66] Alberto Rodríguez Muñoz en TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., p. 46.
[67] Idem, p. 80.
[68] TELLO, C., “Rosario”, op. cit., p. 443.
[69] Idem, p. 445.
[70] Antoine fue fundado por Damián Rotsen y Noemía Pampalona y contó con la participación de Miriam Burgos, Norbeta Berrios, Darío López Laza, entre otros. De este grupo no hay mayores datos, se sabe que se presentaron en la Sala Eva Perón (hoy Plataforma Lavardén) con “Una mujer libre” de A. Salacrou, “Prueba de amor” de R Arlt, “El bello indiferente” de Cocteau y “La cuerda” de O’Neill (TIBERTI y MORENO, Crónica…, op. cit., p. 89). Bohemia por su parte estrenó obras de J. J. Bernard, B. Shaw, Imbert, J. Cocteau, Camus, entre otros. Y entre sus actores se contaban Walter Pangia, Nilda Deval, la misma Graciela Ensinck (de las Cuatro Tablas), Telma Vilmar, Mariano García Torres, Oscar Moreno (actor invitado), Esteban Boero, entre otros. Y sus presentaciones tenían lugar en el teatro La Comedia, la Sala Ramona Ortiz de Colombres de la Biblioteca del Consejo de Mujeres, el Centro Asturiano y el Olimpo.
[71] WILLIAMS, R. Sociología…, op. cit., p. 159.
[72] JAVIER, Francisco. El espacio escénico como sistema significante. Leviatán, Buenos Aires, 1998.