La guerra gaucha y el film “muy nacional”. Aproximaciones a su
crítica cinematográfica
Martín Batalla(*)
Resumen
Este trabajo se ocupa de un film legendario en los
anales de la cinematografía criolla: La
guerra gaucha, dirigido por el realizador
Lucas Demare para el sello de los Asociados, y estrenado en Buenos Aires en
noviembre de 1942. En relación con él, aquí se estudia, por un lado, la
calurosa recepción tributada por los críticos de estreno y, por otro, se
examinan en perspectiva los pronunciamientos de los historiadores de cine,
quienes, ya beneficiados por la distancia temporal de sus exámenes, no dejan de
reiterar en lo sustancial los pronunciamientos de los analistas precedentes. Las
calibraciones tempranas de ese estreno subrayan, como las más tardías, la
consideración de al menos tres planos sustantivos –el histórico, el estilístico
y el mecánico–, que condensan las razones que singularizan el envío frente a
toda otra propuesta de la época: La guerra gaucha supera cualquier película
argentina realizada hasta la fecha. Ovacionado en el marco de su estreno, elogiado por los analistas
setenta años después, este film “muy nacional” nos permitirá contrastar las
evaluaciones (tempranas y reposadas) de dos fracciones analíticas, y examinar
el predicamento que la llamada “crítica impresionista” de diario, desempeñó en
los historiadores.
Palabras Clave: crítica cinematográfica; La guerra gaucha; El Mundo; La Nación; Crítica.
“La guerra gaucha” and the “very national” film.
Some approaches to its film critics.
Abstract
This work occupies of a legendary film in the
annals of the creole cinematography: La guerra gaucha, directed by
Lucas Demare to the stamp Associated, and performed for the first time in Buenos
Aires in November of 1942. In relation with it, we study, on one hand, the warm
reception taxed for the critics of premiere; on the other hand, to examine in
perspective the pronouncements of film historians, who, have been already
benefited for the temporary distance of their exams, don´t let up of reaffirm
in substance the pronouncements of previous analysts. The early calibrations of
this premiere underline, as the latest, the consideration as far as three
substantial scenes- the historic, the stylistic and the mechanical-, that
condense the reasons which single out the shipment in front of other proposal
of that time: The gaucha war overcomes any argentinian film realized up to
today. The film was applauded in the context of its premiere and eulogized by
the analysts after seventy year, this “very national” film will let us to
contrast the (early and quiet), and to study the predicament that the called
“impressionist critic” of news executed in the historians.
Keywords:
film critic; La guerra gaucha; El Mundo; La Nación; Crítica.
La guerra gaucha y el film “muy
nacional”. Aproximaciones a su crítica cinematográfica[1]
La guerra
gaucha: aplausos para un film “muy nacional”.
Los críticos del estreno
Considero que el terror que posee a los auditorios nacionales cuando se
anuncia una película muy nacional está bastante justificado. Los paisanos,
vistos por los hombres de Esmeralda y Corrientes, resultan, más bien,
deprimentes. Ya fatigó con exceso el mal teatro a ese gaucho inencontrable en
la campaña argentina. Por eso es lógico que los auditorios prefieran la
simpática honestidad de la comedia familiar, realizada a tambor batiente por
directores incapaces de abandonar el ambiente de cartón y madera terciada de
los “sets” (…) Pero no debemos engañarnos; no es en ese tipo de films –donde
los norteamericanos son maestros de gracia, fineza e intención– en el que se
afirmará la autonomía del cine local. En el cuadro de nuestra realidad esencial
existen temas susceptibles de universalización. Para producir ese ápice de la
cultura y el refinamiento que es una comedia de Oscar Wilde se requieren siglos
de cultura (…) Wilde no aparece de pronto; antes de él están Swift, Sterne, Ben
Jonson. En cambio, Steinbeck, Faulkner o Caldwell pueden surgir en cualquier
medio, por primitivo y áspero que sea. “La fuerza bruta”, “Santuario” o “El
camino del tabaco” son historias bien contadas, pero que pueden recogerse al
borde de los caminos.
(…) Los que se martirizan porque el cine argentino no puede soñar ni
siquiera con un improbable match con el de Hollywood están equivocados.
Ulyses Petit de Murat, “’El cura gaucho’ es cine nuestro”[2]
El viernes 20 de noviembre de 1942, un grupo de emprendedores amigos
cumplen prolijamente con el último ritual asignado a una empresa tan memorable
como intrépida: estrenan en Buenos Aires La guerra gaucha, el film de
Artistas Argentinos Asociados que haría época, y dejaría tanto en productores,
artistas y críticos locales, la generalizada impresión de haber tocado con la
obra un horizonte estilístico e industrial hasta entonces huidizo, cuya
efectiva concreción se había hecho esperar al menos una década entre los
gestores más prometedores de la factoría de películas en el país. El mejor film
rodado en Argentina por argentinos venía entonces a afianzar la madurez de la
cinematografía local, a consagrar la figura de un joven director de películas,
y a señalar una nítida divisoria de aguas con todo lo que quedaba atrás: a
pasar por una especie de Rubicón doméstico recién atravesado…[3]
Filmada casi por completo en duros exteriores de la provincia de Salta –en condiciones
heroicas, venciendo todo tipo de dificultades–, y estrenada, contra todos los
pronósticos, gracias a la tenacidad de sus artífices, La guerra gaucha, realizada por un equipo técnico y artístico de
inocultable jerarquía, pocas veces reunido, alcanzó la sala de su estreno con
considerable demora, más un defecto en la copia de proyección que aplazó su
exhibición hasta altas horas de la noche, en medio de una atmósfera de aplausos
constante prodigados por el encendido auditorio del Ambassador. Verdaderos
condicionantes de un mundo al revés, en esa sala por lo demás no habituada a
integrarse al circuito de exhibición de películas argentinas, el envío
norteamericano que se proyectó para amenizar la espera, fue abucheado por la
furia de los asistentes.[4]
La unánime consagración del film por parte de la crítica porteña –no
siempre tan concorde en sus ásperas apreciaciones; remisa a la efusión de los arrebatos–,
puede pasar, como el denso ambiente caldeado de su recibimiento, por firme
evidencia irrecusable de su sonoro impacto. El refinado periodista Abelardo
González, con asiento en la sección de cine del diario La Nación, así compendiaba para el inicio de su crónica, las notas
sobresalientes que a su juicio alcanzaba la película: “por la magnitud de su
empresa y la lograda sugestión de su drama; por la realidad y la inspiración;
por la dignidad del tono con que se evoca el heroísmo de nuestra gesta gaucha y
la exaltación patriótica que trasunta; por el vigor y el interés; por su
sentido y porque se ha conseguido que cruce entre sus imágenes y sus paisajes
“la sangre de la tierra”, puede estimarse que “La guerra gaucha” responde como
elevada expresión de nuestra cinematografía a la trascendencia de las luchas
que evoca y a la belleza del libro admirable en que se inspira”.[5]
Lo propio, pero desde la palestra de Crítica,
hacía su enviado especial Rolando Fustiñana, al titular su intervención “Tiene
valores excepcionales el drama épico ‘La guerra gaucha’”. Con una desmesura
inusual en él, Roland ponderaba la realización como “esfuerzo sorprendente”,
calibraba sus riesgos técnicos y estéticos, y situaba al film, sin titubeos
perceptibles, como parteaguas decisivo en la escueta historia de la filmación
de películas en la Argentina. Reseñando las circunstancias de su convulsionada première, Fustiñana escribía que su exhibición,
realizada sobre un clima de máxima expectativa, no sólo aplacó la natural
impaciencia del público que llenaba la sala, sino que mereció justicieramente,
frecuentes y entusiastas aplausos como señal de aprobación frente a un
espectáculo de jerarquía que ha de señalar un momento de superación dentro del
cine argentino.[6]
Los mismos sobresaltos de la sala impresionaron al emotivo crítico de El Mundo: “Pocas veces el público ha aplaudido, poniéndose
de pie, sin disimular su entusiasmo, como al finalizar el estreno de ‘La guerra
gaucha’, la noche del viernes, en el Ambassador”, escribió, sobresaltado,
Raimundo Calcagno, quien, al mando de su informada columna, también
exteriorizaba su inesperado estupor bajo la forma de un título concluyente:
“Logra su gran film el cine nacional: ‘La guerra gaucha’”.[7] Y acaso con más sobriedad
que sus colegas, Calki insistía allí en la feliz aleación de tema y forma como
una de sus consecuciones sustantivas: Manifestábase así, abiertamente, la
satisfacción de un anhelo largamente contenido: ver a la cinematografía
argentina afianzar su madurez técnica con una obra sólida, logrando la gran
película que, en la línea de “Viento Norte” y “Prisioneros de la tierra”,
pusiera, superándolas, un nuevo jalón en su progreso.[8]
Enfático acuerdo de términos; sorprendente unanimidad de las evaluaciones;
palmarias valoraciones condicionadas por la conmoción del auditorio. Tal como
tiempo después recordaría el director Lucas Demare, “en horas, La guerra gaucha fue el tema obligado de
todos en todos lados”.[9]
No era para menos. Su sólido argumento recreaba, de acuerdo con una acción
sostenida y arrebatadora, algunos escogidos relatos ultramodernistas del
homónimo volumen de Leopoldo Lugones, para narrar –con los enseres más eficaces
del cine clásico– la heroica lucha de los gauchos salteños contra el enemigo
español, durante las guerras de la Independencia argentina. Contra todos los
funestos vaticinios en torno a la adquisición del libro –“Han comprado diez
millones de palabras”, bromeaban los entendidos del ambiente[10]–, aun
así los Asociados logran plasmarlo en la pantalla, acentuando su intensidad
emocional y eludiendo el lastre fatigoso de sus virtuosismos verbales. La
órbita en que el film iría a inscribirse, más el correlativo horizonte de
recepción que buscaba asegurar, eran, obviamente, otros.
En esa impresionante traslación, resulta imprescindible subrayar cuánto
suponía para aquella insigne fuente literaria, la inesperada renovación de su
ciclo vital, ahora asegurado por canales de divulgación ajenos a los de su
selecto circuito de partida, y trazado con acuerdo a las modalidades
estilísticas propias de un arte para mayorías: poética realista, claridad y
velocidad narrativas, precisa caracterización de personajes, enérgica
manipulación del auditorio.[11] Si a
esto adicionamos el tono, el heroísmo y la exaltación patrióticos que podían
connotar “la sangre de la tierra”, se tornan en principio comprensibles los
enardecimientos impulsivos de aquella séance
inolvidable del estreno. “Desde las primeras imágenes sorprendentes, todo
el mundo tuvo la noción de que algo grande estaba pasando”, escribió uno de sus
artífices. Fue apoteótico”, recuerda René Mugica. “Un estreno brutal”, elige
Amelia Bence.[12]
La trama central de la película, adaptada por el flamante binomio de
guionistas integrado por Ulyses Petit de Murat y Homero Manzi, mostró al
obstinado sacristán Lucero (Enrique Muiño) pasando información secreta a los
capitanes Del Carril y Miranda (Sebastián Chiola y Francisco Petrone) mediante
los toques en código de la campana cómplice de su iglesia. En una de sus
asonadas, las montoneras gauchas apresan al teniente Villarreal (Ángel Magaña),
un americano leal a España, a quien alojan en la estancia de la patriota
Asunción Colombres (Bence).
En su pionera historia de la cinematografía local, Domingo Di Núbila reseña
la progresión causal del argumento, en los mismos términos lineales con que se
lo graficaba en pantalla: Los españoles terminan por descubrir el ardid del
sacristán, arrasan el pueblo, dejan ciego al viejo patriota y aniquilan a Del
Carril y los suyos. Entretanto, el teniente Villarreal, enamorado de Asunción y
contagiado de los ideales criollos, ha comprendido que la causa de la libertad
de América es también la suya. Y al final, cuando aún está fresca la sangre
derramada en defensa del solar nativo y la sombra de la esclavitud amenaza
extenderse con la victoria de los maturrangos, reaparece el sol de la libertad
sobre los valles y quebradas aureolando la figura de Güemes que llega.[13]
Esa estructura narrativa adoptaba como nervio expositivo las incidencias de
“Dianas”, de donde surge el incomparable sacristán –con su poblado y su
iglesia–, hábilmente refundido con el violinista ciego de “Sorpresa”. A ese
esqueleto conductor se suman las figuras de los capitanes patriotas guarecidos
en el monte espeso: el criollo y refinado Del Carril (proveniente de “Sorpresa”),
y el gaucho temerario Baltasar Miranda, héroe del film, ligeramente esbozado en
“Estreno” y “Al rastro”, y muy desarrollado después por los guionistas.
“Juramento” suministra el obligado idilio de Villarreal y Colombres; “Alerta”
inspira los tipos de Eduviges, del pequeño General y de Jimena; los enérgicos
episodios de la tropilla y la espectacular voladura del polvorín enemigo,
provienen, respectivamente, de “Carga” y “Al rastro”.[14] Las colas encendidas de los
caballos que bajan en indómito tropel por la quebrada, son un verdadero
hallazgo de ingenio de los guionistas.
Como se ve, y omitiendo lo que Borges denominó el “exornado estilo” de
Lugones –y que con malicia suplementaria definió después como “una serie de
cachivaches”[15]–, el
contenido era de por sí grandioso para lucirlo en la pantalla. En razón de esos
desusados componentes, la impresión causada por el film resultó lisa y
llanamente inocultable para el público; el hecho insólito de aplaudir en sala
una historia nuestra, un gesto aprobatorio difícil de callar en las reseñas de
los críticos. Sólo ese perdurable impacto, saldo de su encendida recepción,
podría explicarnos hoy también la llana concepción historicista que regula las
convicciones de Di Núbila, de acuerdo con la cual La guerra gaucha no sólo suministra el último jalón de una
periodización que se inicia con la era sonora (1933-1942), sino que incluso representa la indudable culminación
superadora de los esfuerzos artísticos y técnicos que exhiben una industria
(“muy”) nacional ya madura.[16]
Al borde mismo de los años sesenta, el crítico incluirá todavía como
corolario del primer volumen de su estudio, una elogiosa valoración del envío,
que, por la analogía emocional que trasunta (tanto como por los componentes que
releva: tema y realización), parece responder aún a la misma atmósfera
encendida que condicionó los juicios del resto de sus colegas:
La guerra gaucha transmitió con contagiosa
vibración el fervor de la lucha por la libertad, puso en la pantalla un
patriotismo electrizante y exaltó las virtudes humanas que exigen las horas
supremas: valor, generosidad, sacrificio, integridad.
Su impetuosa corriente emotiva se formó con muchos afluentes: personajes
que conformaron una variada colección tipológica y que con su actitud heroica
comprometieron la participación del público en los ardores de la gesta;
certeros y hábilmente balanceados toques de tragedia, ternura, romance, humor y
acción épica; autenticidad espiritual y física, excelente interpretación y
ensamble armónico de los valores de realización.[17]
“Contagiosa vibración”, “patriotismo electrizante”, “impetuosa corriente
emotiva”: ¿cuántas veces la crítica de diario había estado en condiciones de
aplicar ese vocabulario fervoroso a la prolija recensión de un film local? ¿Y
en cuántas otras había podido calibrar, en el escueto haber de su industria de
películas, el saldo favorable de un perfecto ensamblado entre la adopción de un
tema y el estilo de su realización? Como nunca antes en la historia de la
crítica argentina, el envío de los Asociados colocaba a sus ejecutantes en
actitud de prodigar unánimes ponderaciones.
Así, y dotado del “máximo de los recursos materiales y artísticos”, el film
La guerra gaucha no sólo es para
Calki “la gran película del año”, sino “la mejor producción que se ha realizado
entre nosotros”[18]. Esta segura convicción, que los historiadores
venideros replicarán para sus textos una y otra vez, conoce, junto a la
consignación de los aplausos, las variantes que ya se enuncian en el trance
mismo de su estreno: “una gran película argentina, quizá la más completa que se
ha producido en estudios locales” (La
Prensa[19]);
“elevada expresión de nuestra cinematografía” (González); “momento de
superación dentro del cine argentino” (Roland); “nuevo jalón en su progreso”:
“no se habla ya de firme intención sino de noble calidad” (otra vez Calki).[20]
Entre todos aquellos que se formulan para destacar esa consecución mayor del cinema criollo, el último de los
dictámenes reproducidos parece sugestivamente escrito para repercutir también,
y como por reacción refleja, sobre la diaria tarea de los mismos analistas de
periódico, que venían a aplaudir con él la saludable anexión de ese otro confín
–ahora metodológico– que hasta entonces esa crítica masiva sólo había podido
ejercitar aplicándose a los films de procedencia yanqui: desempeñar su función
legisladora sopesando los logros efectivamente
conseguidos, y no los buenos propósitos que nunca acababan por verificarse en
la pantalla.[21]
En el poderoso párrafo final de su apretada nota
del estreno (que vale, por así decirlo, por aplausos), Calki ratifica esos
conceptos con la contundencia de juicios concluyentes: “Tenemos,
como lo vislumbramos, la gran película del año, con un excedente en la
esperanza: ha resultado la mejor producción que se ha realizado entre nosotros.
No se habla ya de noble intención sino de firme calidad. Falta ahora que el
público le dispense el merecido apoyo para demostrar que el verdadero avance
del cine nacional se consigue así: poniendo cimientos a su espíritu”.[22]
Si el tiempo transcurrido y la reiteración de los elogios acabaron por
fosilizar después un repertorio de juicios obligados en torno a la película,
que hoy restan el debido alcance a las tempranas calibraciones de su estreno,
importa subrayar en perspectiva en esos comentarios críticos, la consideración
de al menos tres planos sustantivos –el histórico, el estilístico y el
mecánico–, que condensan las razones que la singularizan frente a toda otra
propuesta de la época. La película supera entonces cualquier film argentino
realizado hasta la fecha; presenta una narración inusual, equilibrada y
vibrante; descuella porque exhibe un dominio técnico acabado. Por todo eso hay
que aplaudirla.
No se abusaba con esto de un augurio ni se
confiaba el juicio de lo porvenir, subrayémoslo, a las prodigiosas facultades
de una imaginación crítica entusiasta. Los principales observadores apoyaban
sus evaluaciones en la percepción de una realidad bien comprobable, que el film
había logrado electrizar para erguirla encendida ante sus ojos: en su duradera
conmoción, el sólido mojón que permitiría a nuestra industria superar lo que
había hecho hasta la fecha, al conquistar nuevas extracciones de público y a
los sectores más remisos de la parte exhibidora; en la aleación de tema y
realización, el atisbo anticipado del grandioso porvenir que aguardaba a la
pantalla “nacional” frente al reflujo transitorio de los avances de Hollywood.
A mediados del mes de enero de 1943, Calki descargaba para su balance del año
concluido, las imputaciones que nuestro cine acumulaba en las columnas de un
activo que no podía ser más prometedor: "Puede decirse que jamás el
cine nacional ha estado en una situación tan favorable como la presente. No
sólo se halla en plena evolución, sino que en el año pasado lo hemos visto,
tras de afianzarse en el sentido comercial, con películas limpias y eficaces,
vigorizarse espiritualmente. ‘La guerra gaucha’ actuó a manera de picana,
obligándolo a erguirse. Por otra parte, el debilitamiento de la producción
extranjera, por causa de la guerra, vino como a allanarle el camino. Los films nacionales invadieron las
carteleras de salas céntricas que hasta hace poco parecían estar reservadas
exclusivamente para los films norteamericanos, y lo que es mejor,
satisficieron, en la mayoría de los casos, a los “habitués” de las mismas. El
público estaba conquistado, en todo sentido. 1943 se abre con perspectivas halagüeñas. El momento es propicio:
sólo falta ahora no desperdiciar la oportunidad. Los 56 films producidos en
1942 serán superados fácilmente en número y todos los esfuerzos deben tender a
que sean superados también en calidad…Ahora que se amplía el horizonte y el
camino aparece llano, es cuando más firme hay que andar sobre los pies”.[23]
Una premisa concluyente y su inmediata derivación
se desprendían con toda naturalidad de este auspicioso panorama: seguir en la
brecha de los films argentinos de resplandeciente calidad (una línea de
conducta destinada a profundizar esa pauta creativa juzgada irrebatible);
contrarrestar el poder de penetración cultural de la poderosa usina de
películas del Norte con acuerdo a esa lógica por fin reificada. Digámoslo con
las palabras de Petit de Murat: soñar con un probable match con el cine norteamericano…
A juzgar, entonces, por las voces del periodismo
masivo –por los aplausos de la sala que mantienen diecisiete semanas el film en
cartelera; por las fabulosas recaudaciones que superan a aquéllas consideradas
imbatibles: las de Saludos (Disney
Studios); las de la mismísima Gone with
The Wind (la suntuosa coproducción de David O. Selznick para la Metro)[24]–,
La guerra gaucha, con su “impetuosa
corriente emotiva”, con toda la carga del “patriotismo electrizante” que
inoculó en el público,[25]
sacude la pereza de un moroso ambiente provinciano cuyos mejores exponentes
cinematográficos –siempre foráneos– venían de otra parte.[26]
No disponemos de una literatura longeva ni
completa –ni Wilde, ni Swift, ni Ben Jonson han florecido entre nosotros–; en
cine en cambio estamos aún a tiempo de conseguir algo…[27]
En el marco de la batalla simbólica librada contra las hostiles marquesinas
extranjeras, pensar nuestra posición desde esa distant reading que nos propone el viejo redactor de Crítica, puede proporcionarnos (como sin
duda a los críticos de estreno) la justa medida de nuestras posibilidades.
Porque si, como explica Benedict Anderson, toda asunción de lo propio implica
una correlativa conciencia de lo ajeno, el reconocimiento de una alteridad con
la que se rivaliza, en el contexto ampliado de la República mundial del Celuloide (en el Planeta Hollywood de Franco Moretti[28]),
¡cómo no aplaudir semejante conquista!...[29]
La guerra gaucha
y la Historia del cine argentino. Los
críticos-historiadores
…la gran película
del año…
la mejor
producción que se ha realizado entre nosotros…
Calki [30]
…elevada expresión
de nuestra cinematografía…
La Nación [31]
…momento de superación del cine argentino…
Roland [32]
…nuevo jalón en su
progreso…
…no se habla ya de
firme intención sino de noble calidad…
Calki [33]
…una gran película
argentina, quizá la más completa
que se haya
producido en estudios locales…
…da el
cinematógrafo argentino un paso a adelante…
La Prensa [34]
El recuerdo del éxito rotundo de La guerra gaucha debió resultar,
para Domingo Di Núbila, un acontecimiento crítico definitorio en los años en
que concebía su influyente Historia…, y en especial cuando daba forma a algunos de sus criterios
compositivos primordiales: el punto de vista cronológico –tan insípido como
anodino– que preside el análisis de cada producción, más una concepción
superadora del arte cinematográfico que señala, para todo film examinado (para
su casa productora, para los departamentos técnicos y artísticos que la
componen), los logros superiores conseguidos sobre el anterior. Cualquiera que,
al azar, osara repasar las páginas de ese envío legendario –leído, citado y
fotocopiado como pocos libros en la Argentina, afirma Andrés Insaurralde[35]–,
podría con toda facilidad convalidar estos esquemáticos pronósticos.
Quien conozca acaso sólo una mínima parte de lo actuado por la crítica
cinematográfica de diario que lo precedió, apenas podrá abrigar dudas sobre los
motivos que sustentan tal metodología de trabajo. Su intensa labor previa como
crítico cinematográfico de diversos envíos gráficos y radiales, consigue
explicarnos hoy sus principales asunciones críticas –con sus alcances y con sus
limitaciones–, inclinadas hacia un puñado de ligeras variables analíticas ya
visibles en las reseñas de la época sonora: el repaso de los rubros destacados
en cada film, alguna advertencia sumaria al estudio productor, las derivaciones
de su repercusión pública, y, normalizando el conjunto, la homogénea capa de
barniz de un laxo criterio “positivista”, que evalúa en los progresos de cada
propuesta, los adelantos correlativos de toda la industria. De no restar reseña
alguna del período, el libro de Di Núbila podría testimoniarlo casi todo sobre
la crítica cinematográfica de diario.
De allí que no pueda sorprendernos hoy convalidar el decantado
posicionamiento desde donde la Historia
del cine argentino nos interpela: el
lugar de la crítica de cine. Y aunque el juicio resulte en principio
ciertamente tautológico –en tanto todo crítico visible ocupa ese puesto
institucional–, la expresión pretende destacar la forma en que su trabajo de
escritura, tras un imperativo perentorio de su autor, ya intersectado por el métier, buscó emplazarse con seguridad
en un campo para entonces muy consolidado: afirmando, frente al resto de sus
colegas consagrados, su figura como crítico de cine; exhibiendo, ante esas
mismas personalidades de la crítica, el manejo depurado de los protocolos de
lectura que había recibido de ellos en herencia. Con algo más de treinta años, Di
Núbila alcanza el puesto nada desdeñable de primer historiador sistemático de
nuestro cine.[36]
Entre los críticos de su generación, en efecto, pareció el más adecuado
para tender una mirada retrospectiva y evaluar, escribiendo la Historia…, el despegue y desarrollo de
la industria de películas sonoras que (sólo en parte) había podido seguir como
cronista. Nacido en 1924 (como Leopoldo Torre Nilsson, por suministrar un claro
elemento de cotejo), era más joven que Néstor (1902), Chas de Cruz (1904),
Calki (1906), Petit de Murat (1907) o Roland (1915). Sus primeras notas sobre
cine datan de principios de los años cuarenta, muy próximas a la apuesta del
director Lucas Demare. Néstor era un hombre ya asentado cuando se estrenó La guerra gaucha; Di Núbila rozaba en
cambio el límite de la mayoría de edad. El influjo de esa película rodada en
condiciones heroicas, y el rebote de los juicios consagratorios de colegas y
auditorios –¡un film tan aplaudido!, ¡un film tan argentino! –, debieron
alcanzar por tanto un predicamento convincente en el joven aprendiz.
De modo que, si esa búsqueda de posición en el campo puede explicar su
obediente preceptiva, el progreso del cine nacional refrendado en el mejor
producto emergente de estudios argentinos, justifica el extremo que clausura
una periodización que haría época. Si Tango!,,
la primera película sonora con sistema óptico (sin discos), viene a demarcar,
gracias a esa consecución sustantiva, el rápido despegue tecnológico de una
factoría local, La guerra gaucha,
menos de una década después, supondrá a su turno el punto culminante del arco
que subtiende una obvia trayectoria evolutiva. 1933-1942: lo que va de una pionera producción hablada al esplendor
de su logro sustantivo; del primario despunte de un campo que busca sus
espectadores, al apogeo de una industria de irradiación continental.[37]
La estricta demarcación de esos años
dorados resultará tan determinante después en críticos e historiadores
venideros, que muchos considerarán entonces oportuno conservar intocado ese
interregno –también llamado clásico por
Di Núbila–, y replicarlo, estudio tras estudio, sin objeciones de peso. A la
tenaz perseverancia de esa fórmula, mucho contribuirá también el periodismo
diario, que, con breves coberturas que registren las distintas ocasiones en que
el film regrese a las pantallas: para revisiones[38], aniversarios[39] y
recopiados a nuevo[40],
lucirán su obediente apelación a ese obligado manual de consulta, única
referencia en la materia durante tanto tiempo. Los juicios entusiastas que allí
se reiteren con ahínco –instancias reconsagratorias ante nuevas generaciones de
espectadores–, podrán dar cuenta suficiente del enorme predicamento del “Di
Núbila”, y, con él, de los persistentes protocolos de lectura de la crítica cinematográfica
que lo precedió.
Así, y en el primer volumen de su Historia
del cine argentino –según la mítica edición del sello Cruz de Malta,
dibujada por el escenógrafo Gori Muñoz–, Di Núbila escribió sobre el film del
realizador Demare, anticipando su consideración pormenorizada bajo esta
valoración general tan frecuentada: “El 20 de noviembre de 1942 se estrenó La guerra gaucha, hasta su momento la
película de mayor éxito del cine argentino, y también una de sus mejores. Dio
satisfacción a las esperanzas suscitadas por Artistas Argentinos Asociados y
demostró el grado de madurez alcanzado por nuestros films en todos sus
departamentos”.[41]
A ese sólido veredicto preliminar, seguía un análisis en detalle –más
extenso que el asignado a otros envíos corrientes–, devotamente memorizado por
todo cinéfilo de la época que presumiera de tal. Tanto el lugar reservado allí
a la película, como su condición de
film “cumbre”, “fuera de serie”, parecen, en efecto, haber magnetizado por
décadas a legos y especialistas. Esa resonante persistencia estética, tan
perdurable como opuesta a la que el propio Lugones pretendió agenciarse de su
restringido horizonte de lectores, fue la que también el crítico expresó en
estos conocidos juicios: “Su impetuosa corriente emotiva se formó con muchos
afluentes: personajes que conformaron una variada colección tipológica y que
con su actitud heroica comprometieron la participación del público en los
ardores de la gesta; certeros y hábilmente balanceados toques de tragedia,
ternura, romance, humor y acción épica; autenticidad espiritual y física,
excelente interpretación y ensamble armónico de los valores de realización”.[42]
Su propia implicación de espectador, al parecer no amortiguada aún para
1959, lo indujo, por último, a atribuir a la película la índole modélica que de
allí en más la acompañó por siempre: “El paso de los años se encargó luego de
confirmar la legitimidad dramática del film y la perenne validez de su tema.
Para sus espectadores de 1960 resulta tan entretenido, palpitante e inspirador
como para los de 1942/43. Es de los pocos que han superado el paso del tiempo y
adquirido el título de clásico de nuestro cine”.[43]
Ninguno de estos pronósticos, leídos por Di
Núbila casi en su totalidad en la crítica de diario, iría a caer en adelante en
saco roto. Sólo algunos años después, en el inteligente libro que escribió para el sello
editor de la Universidad de Buenos Aires, el prestigioso crítico José Agustín
Mahieu (1924) –entre algunos reparos atendibles– siguió muy de cerca los
desarrollos de su anticipado mentor. En este sentido, y al ocuparse del film,
es evidente que no quiso disimular la fuente de los juicios que reiteraba: “En
noviembre de 1942 se estrena La guerra
gaucha, el fruto más importante de Asociados. Este film ambicioso ocupa,
sin duda, un lugar poco común en la historia del cine argentino. A su respecto debemos
repetir un juicio anterior: su trascendencia es función relativa de su
ubicación histórica, y sus valores parten de un proceso de evolución que aún no
estaba maduro. Los guionistas…realizaron un minucioso trabajo de adaptación
sobre el…vigoroso libro de Lugones. Su intención fue dar ilación dramática a
los numerosos episodios aislados y conectar personajes y tipos en un relato
simple y a la vez fluido. El resultado fue una historia a veces convencional en
su estructura, pero dinámica, llena de acción y aventura (algún crítico europeo
la calificó de “western” de gauchos), y atravesada por un cálido aliento épico.
Su indudable sinceridad y vibración llega aún hoy al espectador argentino”.[44]
En 1971, Estela Dos Santos haría lo propio
tomando esa misma senda en un librito de ingente circulación popular
–precisamente por la colección que integraba–, sugestivamente titulado El cine nacional. Con una prosa ágil no
exenta de información certera, dedicaba allí varios párrafos a la película,
impresionada, cual muchos otros, tanto por las condiciones de su rodaje como
por la perdurabilidad del resultado obtenido. Obsérvese que Dos Santos
reduplica la fórmula de Di Núbila: “Fue un trabajo minucioso, tanto en la
preparación como en la filmación que se hizo en Salta. [Los integrantes del
equipo] vivían en un campamento a ración medida, sin agua. Se volvieron con la
película del año y nuestro clásico de clásicos, La guerra gaucha”.[45]
“Si alguna película argentina nos acompaña sin
posible olvido”, escribió a su turno Jorge Miguel Couselo (1925) –primer
director del Museo del Cine de Buenos Aires–, esa película “no es otra que La guerra gaucha”. Su potente adherencia
imaginaria supone para el crítico recuperar “el tipo de impacto con que nos
marcó”: esa atracción imantada que resultó determinante para la experiencia de
todos aquéllos que la vieron en la première:…su
estreno …tuvo lugar en el cine Ambassador la medianoche del lunes 20 de
noviembre de 1942. La vi por vez primera, recuerdo, en la matiné del sábado 21,
deslumbrado y conmovido, entre un público capaz de fervores –aplausos, gritos,
llantos– que nunca había conocido en la penumbra de la sala”.[46]
Remiso a las evaluaciones que el paso del tiempo
trae consigo, a los avances de la técnica, a las sensibles alteraciones de los
mecanismos de representación, para Couselo, el enigma de su permanencia parece
residir, como en Di Núbila, en ese componente emocional –hecho de aplausos, gritos
y arrebatos–, que siempre garantizó su eficaz comunicatividad con los
auditorios: La guerra gaucha encierra
ese misterio de su vigencia fuera de la óptica nostálgica o de la
predisposición respetuosa, o condescendiente, de la visión museológica “…[A]sí
como está, con el sello y los bríos de su momento, vale y proyecta
autenticidad. Se comunica con el espectador, lo emociona, lo convence, le
insufla ideales”.[47]
Todavía cuatro décadas después de escrito el “Di Núbila”, en un lujoso
volumen de divulgación editado por Manrique Zago, el periodista Ricardo García
Olivieri (1936) volverá, contumaz, sobre esos patrones ya muy cristalizados: su
relativa madurez industrial, la excelencia de su factura, su ascendiente sobre
las grandes audiencias: “En 1942, el cine argentino ya
estaba lo suficientemente maduro como para producir una película ejemplar para
su época y casi un modelo de reconstrucción histórica a partir de un texto
clásico, que resultara, al mismo tiempo, un sostenido entretenimiento. Esa
película es La guerra gaucha y, como
sucede con todas las obras que enaltecen un arte, su gestación no se produjo en
un abrir y cerrar de ojos…Rodada en el Norte, en condiciones casi heroicas, y
estrenada en el cine Ambassador una noche inolvidable de noviembre de ese mismo
1942, La guerra gaucha sortea las
dificultades del verano y se convierte en la película nacional más vista hasta
ese momento, superando las marcas argentinas de Lo que el viento se llevó”.[48]
“Muestra brillante del poderío de una industria” (según una hoja de prensa)[49];
“auténtico hito del cine nacional” (Armando M. Rapallo)[50]; notable “proeza
cinematográfica” (Couselo para la Historia
de la literatura del Centro Editor)[51]; “un arquetipo del cine
argentino, el índice de una meta” (Guillermo Fernández Jurado)[52]:
las
mismas ideas de “cumbre” y “madurez”, de
“modelo” y “heroicidad”, que –como Di Núbila’s key words– encuentran oportunidad de réplica en cada comentario.
Claudio España y Miguel Ángel Rosado suman, cada uno por su lado, su carácter
notable y ejemplar: “film señero
y obra clásica de nuestra cinematografía”, “símbolo de nuestra pantalla”[53], el
primero; y el segundo: “El cine argentino le debe lo que el de sus respectivos
países a Roma, ciudad abierta, Vámonos con Pancho Villa, Nobleza
baturra, Bajos los techos de París o La diligencia: una condición de
clásico por excelencia que sería extravagante ponerse a discutir”.[54]
Como habrá podido observarse por mínima que haya
sido la atención dispensada a este escueto recorrido, la palmaria avenencia de
las apreciaciones resulta francamente inocultable entre los analistas. Y es de
cara al friso de este panorama histórico –donde campean, en torno al film,
tanta conciliación de ideas y tanta condescendencia unánime– que interesan los
capciosos recelos del legendario crítico Alberto Tabbia (1929), apuntados para
un reciente libro póstumo compilado sobre sus notas dispersas: “Cada historia, cada panorama del cine argentino que
respeta la primacía del film La guerra
gaucha…suscita la sospecha de que el autor no lo ha vuelto a ver desde hace
mucho tiempo. Esta sospecha, desde luego, no disculpa el acatamiento de los juicios
heredados, y menos aún la aprobación original, el eco borroso de aquella
primera visión”.[55]
El error de desconocer el carácter histórico de
cualquier valoración, o de adoptar como instrumento crítico los rótulos que en
su momento sólo sirvieron como intencionadas herramientas de publicidad[56],
podría incluso estar falseando buena parte de los pronunciamientos aquí
revisados. Así, y ya sea que se trate de una pertinaz y convencida cadena de
reiteración de juicios o, como escribe el propio Tabbia, de un “sonambulismo”
sólo característico de las historias (de los historiadores) del cine en la
Argentina[57],
lo cierto es que esta perspectiva, anclada
en la crítica de cine (focalizada en posiciones subjetivas conmocionadas
por los avatares de una recepción directa), recién iría a conocer otra
aproximación metodológica cuando Claudio España –y el equipo de investigadores
que lideró para el proyecto financiado por el Fondo Nacional de las Artes–
comunicara a sus lectores el nuevo enfoque nuclear adoptado en el examen del
conjunto.[58]
En el tiempo en que el sueño de la industrialización pretendía erigirse por
encima de la expresión artística y cuando aún la pantalla argentina se debatía
entre la creación personal y el dinero, los estudios primarios –a partir de
Argentina Sono Film y Lumiton– demarcaron los modos de realización y de
difusión de nuestra cinematografía. Creemos que es ésta la primera vez que se
eslabona la historia del discurso clásico y de la producción seriada en el cine
argentino tradicional, a partir de las fuentes y organizaciones de producción
privadas.[59]
Él mismo cronista de “Espectáculos” del diario La Nación, España –nacido,
significativamente, en 1942, pero diametralmente distanciado de aquellos
primeros comentaristas del sonoro, con quienes, por análogos motivos
generacionales, Di Núbila sí estuvo en íntimo contacto–, sustituyó la
perspectiva historicista del “(auto)biografismo
crítico” por el examen del
poderoso studio system argentino: sus
modelos de producción industrial,
apoyados en el sistema de estrellas y
en el esquematismo de los géneros; la
obligada norma de la transparencia,
una tersura fílmica de corte realista que disimula marcas y grietas de la
enunciación; más una periodización levemente corregida que llega hasta el
cierre de las principales galerías (1933-1956).[60]
En el marco de este nuevo “hábitat” (que no
encuentra ya su límite contenedor hacia 1942), La guerra gaucha no ocupa el punto más alto de ninguna evolución
imaginable: ni histórica, ni estilística, ni mecánica.[61]
Anodino eslabón en la cadena de los sellos, el tan aplaudido film de los
Artistas Asociados no puede resultar tampoco indicativo de madurez alguna; no
alcanza a distinguirse de otros films por sus valores narrativos, ni es tampoco
el único que exhibe un acabado técnico integral. Nada de lo considerado por los
comentaristas del estreno parece justificar los juicios empeñosamente
prolongados, que podrían obedecer más a la ostensible aprobación de aquella
experiencia original (naturalmente potenciada por los arrebatos épicos y
nacionalistas del envío), que, a un calmo y aséptico escrutinio en perspectiva,
como el que Fernando Martín Peña pudo realizar en una revisión reciente.
En Cien años
de cine argentino, Peña comienza por señalar el éxito “instantáneo y sin
precedentes” del film, a su juicio explicable gracias al deliberado carácter
apelativo de sus estrategias expresivas: los efectos nacionalistas del tema, el
uso dramático de las locaciones, el calculado patetismo de sus personajes. Su
condición de “potente vehículo emocional”, sumada al momento histórico de su
estreno (permeable a las formulaciones del discurso antiimperialista
emancipador, como a la superación del colonialismo y la dependencia), arrojan
para el crítico el siguiente corolario categórico: “La guerra gaucha quedó instalada definitivamente en el imaginario
popular”.[62] Lo
que, como valoración favorecida por el transcurso de los años, no parece por
cierto la más arriesgada del conjunto.[63]
Ulyses Petit de Murat, uno de los guionistas del
envío, escribió, años después, sobre sus supuestos logros: “Separo el
autor del crítico. Sé que “La guerra guacha” no es “La divina comedia” y que,
tal vez, ni siquiera conforme a Don Leopoldo Lugones allá donde se encuentra …Es
una película fuerte, sincera, honesta. Tiene algún error literario y algún
error técnico. Pero marca una etapa de expansión del cine argentino y la
conquista de auditorios nacionales que, no sé por qué recóndito milagro,
reconocieron su pasado, su gloria grande o pequeña…en aquellos rayos tan
ingenuos, tan de apoteosis escolar, cuando el general Güemes aparecía nimbado,
y lo veía llegar, con los ojos del espíritu, el ciego que encarnó Enrique
Muiño…”.[64]
Lo grueso de este sincero señalamiento –menos contencioso que el resto de
las afirmaciones fuertes de los críticos– merece, para ser justos, alguna
corrección aclaratoria: proyectada en toda Latinoamérica, pero también en
Cannes, en España y hasta en los Estados Unidos (en Noruega y Dinamarca), la
impetuosa circulación pública de la película escapó al rígido cerco de
contención del circuito doméstico. Del otro lado del Atlántico, y para la
ocasión de su estreno en París, la revista Cinémonde
permite sintonizar, a quienes hasta aquí sólo examinamos la crítica
argentina, la voz de un comentarista ajeno a ese horizonte cultural, pero
igualmente sobresaltado por la superproducción –“hors-série”– del director
Demare. El texto transmite la incómoda impresión de un “dejà-entendu”: “On se doutait
bien qu’il existait mais en fait on ignorait tout de lui. Le cinéma argentin se
révèle à nous par une superproduction. Superproduction par l’intention et
l’importance du métrage et que se différencie avantageusement des
superproductions technicolorisées en ce sens qu’elle repose sur un fond solide
d’humanité. Il convient de donner au titre sa pleine valeur et de signaler
qu’il ne s’agit pas en l’occurence d’un quelconque western où les gauchos
remplaçeraient les cow-boys, mais de la guerre que menèrent au milieu du siècle
dernier les argentins autochtones contre les envahisseurs espagnols. Ce sujet
grandiose donne lieu à des galopades, des embouscades et des combats tout comme
un bon film de Far-West, mais aussi à des moments de grand cinéma que réhausse
encore, le pittoresque folklore de l’Amérique latine. Il ne fait aucun doute que ce film hors-série a été soigné avec una
particullière tendresse comme pourrait l’être, une oeuvre de commande, un
monument de circonstance, élevé à la gloire de l’Union panaméricaine”.[65]
Ese tardío estreno francés, más
la atenta lectura del “Di Núbila”, pudieron haber bastado para que Georges
Sadoul –estrella indiscutida de la crítica de cine– reservara para el film en
su celebérrima Histoire du cinéma mondial,
un juicio y un contexto sudamericanos leídos, ellos también, en las páginas de
la Historia “hermana”:
“La période 1940-1945 ne fut pas heureuse pour le
cinéma argentin. Pendant la guerre la pénurie de pellicule vierge importée des
États-Unis avait fait perdre, au profit de Mexico, la prédominance de Buenos-Aires
dans le monde ibérique.…Lucas Demare se tourna vers des sujets tirés de
l’histoire argentine et son meilleur film, produit par des indépendants, La
Guerre des Gauchos (La Guera [sic] Gaucha), fut une intéressante réussite.…Avec
la fin de la guerre la production argentine retrouva peu à peu le niveau d’une
cinquantaine de films, mais dans l’ensemble, les oeuvres, très correctement
interprétées, photographiées et mises en scène, furent dépourvues de saveur,
d’originalité et même de nationalité”.[66]
Como se ve, La
guerra gaucha cual apogeo y cumbre del film (“muy”) nacional.
Et après, la fin du monde…
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Recepción: 01/10/2017
Evaluado: 12/11/2017
Versión Final: 30/11/2017
(*) Magister en Literatura argentina y Profesor en Letras, Universidad Nacional de Rosario (UNR). Docente en la Escuela de Artes Visuales “Emilio Pettorutti”, el Instituto Superior de Formación Docente “Pte. Arturo Illia” y el Conservatorio de Música “Juan Carlos Marcos Paz. E-mail: martinjbatalla@gmail.com
[1] Este trabajo se enmarca en un proyecto de investigación más ambicioso, que busca estudiar el nacimiento y la consolidación de la crítica cinematográfica argentina del primer tramo sonoro (1931-1945) con sede en los grandes diarios argentinos. El texto resulta en parte tributario de los estimulantes ensayos que integran el volumen Nacionalismo y cosmopolitismo en la literatura argentina, de María Teresa Gramuglio.
[2] Crítica “Sombras y sonidos”, Buenos Aires, 26/06/1941.
[3] Sobre la historia del sello que produjo el film, véase LUSNICH, Ana Laura “Artistas Argentinos Asociados. Del café a la gloria” en ESPAÑA, Claudio (dir.); Cine argentino. Industria y clasicismo I. 1933-1956, Fondo Nacional de las Artes, Buenos Aires, 2000, pp. 386-409, y MARANGHELLO, César; Artistas Argentinos Asociados. La epopeya trunca, Ediciones del Jilguero, Buenos Aires, 2002.
[4] La función del estreno estaba prevista para las 18 pero un problema en el revelado de la copia obligó a suspenderla. La secuencia en que Petrone vuela el campamento realista al disparar su arcabuz sobre el cargamento de pólvora, salía muy clara, como filmada con “efecto día”. En los laboratorios de los Estudios San Miguel, en Bella Vista, Demare se afanaba sin suerte por normalizar el tramo, al tiempo que se resistía a entregar las latas hasta que lo hubiera conseguido. Hubo que ir a buscarlas, arrebatárselas de las manos y volver al cine, con lo que la proyección del film recién pudo iniciarse después de la 1, para extenderse hasta las tres de la mañana. El título norteamericano que amenizó la espera fue pedido de apuro al cine Ocean. Cfr. “La guerra de Lucas Demare. El director que hizo posible un clásico del cine nacional recuerda pormenores de la filmación y las penurias que hablan de un fervor jamás superado”, en Antena, Buenos Aires, 28/09/1971) y “Lucas Demare, hoy. Entre la realidad y la leyenda”, en Clarín Espectáculos: Suplemento especial “35 años de La guerra gaucha” (Buenos Aires, 20/11/1977, p. 32).
[5] Abelardo González –sin firma–, “’La guerra gaucha’ responde a la gesta y el libro inspiradores”, La Nación “Espectáculos. Cinematógrafos”, Buenos Aires, 22/11/1942, s/p).
[6] Roland, “Tiene valores excepcionales el drama épico ‘La guerra gaucha’. Sustenta vibrantes principios de libertad”, Crítica “Sombras y sonidos”, Buenos Aires, 21/11/1942. Todas las expresiones entrecomilladas son citas de esta crónica.
[7] El tópico de los “aplausos” atestigua el suceso del film en más de una crónica de estreno. Escribe Calki, sólo unos días después: “Ante salas llenas, con un público que aplaude una tras otra sus escenas culminantes, se viene exhibiendo en el Ambassador ‘La guerra guacha’, película recientemente presentada por Artistas Asociados Argentinos. Es la justa recompensa al extraordinario esfuerzo que han cumplido sus realizadores, dando al cine nacional una obra de jerarquía”. Cfr. “Se exhibe con éxito ‘La guerra gaucha’”, en El Mundo, “Actualidad cinematográfica”, Buenos Aires, 27/11/942, p. 14. Ese mismo lugar común reaparecerá en diversas reseñas periodísticas, cada vez que el film vuelva a proyectarse en distintas salas del país, para sus muchas revisiones, sus aniversarios de estreno o el proceso de su revirado a color. Pueden consultarse innumerables artículos de prensa que siguen esos avatares, en los tres sobres de investigación dedicados a la película, coleccionados en la biblioteca del Museo Municipal del Cine de Buenos Aires.
[8] Calki, “Logra su gran film el cine nacional: ‘La guerra gaucha’”, El Mundo “Actualidad cinematográfica”, Buenos Aires, 2/11/1942, p. 11. Como se deduce de la consignación de las fechas, Roland es el único que publica su crítica al día siguiente del estreno, sin duda beneficiado por la aparición vespertina de Crítica; Abelardo González y Calki, en cambio, lo hacen para sus respectivas ediciones del domingo 22.
[9] Lucas Demare, hoy. Entre la realidad y la leyenda”, en Clarín Espectáculos: Suplemento especial “35 años de La guerra gaucha”…op cit.
[10] PETIT DE MURAT, Ulyses; Este cine argentino, Ediciones Del Carro de Tespis, Buenos Aires, 1959, p. 40.
[11] Entre otros, estos componentes atribuidos al llamado estilo clásico, aparecen provechosamente discutidos por Eduardo A. Russo, en RUSSO, Eduardo; El cine clásico. Itinerarios, variaciones y replanteos de una idea, Manantial, Buenos Aires, 2008.
[12] El primer testimonio pertenece a PETIT DE MURAT, Ulyses; Este cine argentino…, op. cit., pp. 41-42, los otros dos se recogen en Ricardo García Olivieri y Pablo O. Scholz, “50 años de ‘La guerra gaucha’”, Clarín Espectáculos (Buenos Aires, martes 10/11/1992, pp. 2-3).
[13] DI NÚBILA, Domingo; Historia del cine argentino I, Cruz de Malta, Buenos Aires, 1959, pp. 205-206.
[14] Este párrafo simplifica muchísimo la tarea de inspiración de los adaptadores, integralmente estimulada por el texto de Lugones. Fuera de los siete relatos identificados por la crítica, “Baile” suministra el velorio del angelito, “Táctica” y “Un lazo”, las secuencias costumbristas de los vivacs montoneros (con el tierno episodio del desembiche de los caballos que proviene especialmente del último); “Güemes”, por su parte, proporciona el material de los letreros iniciales y conduce la apoteosis del film a la aureolada escena del final, mientras que “Despedida”, “Castigo”, “Milagro”, “Vado” concentran algunos parlamentos decisivos de diversos personajes. Inspirándose en el espíritu de “Serenata”, con su personaje del viejo estanciero Florencio –loco por la revolución patriótica y profundamente conmocionado por La Chanson de Roland–, los adaptadores buscan conservar para la recepción del film, el visible pacto de lectura que Lugones ambicionó para su libro. Véase LUGONES, Leopoldo; La guerra gaucha, Losada, Buenos Aires, 1992. Estudio preliminar, vocabulario y notas de Susana Cella).
[15] Véase, para la primera expresión, BORGES, Jorge Luis; “Leopoldo Lugones, El imperio jesuítico”, Biblioteca Personal. Prólogos (Obras Completas IV, Emecé, Buenos Aires, 1996, p. 461; para la segunda, TABBIA, Alberto; “La guerra gaucha o la patria embalsamada”, en Notas para una constrahistoria del cine argentino (30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Buenos Aires, 2015, p. 27. Con una rara mezcla de abierto desprecio y embozada envidia, también Manuel Gálvez refiere la “peliaguda prosa lugonesca”, sólo admirada “por unos cuantos muchachos y por algunos maestros normales”. Al comentar la noticia de que La guerra gaucha está siendo vertida al francés por Francis de Miomandre, Gálvez adiciona: “El señor Miomandre tiene tal dominio de las jergas usadas entre nosotros, que va a poner en francés La guerra gaucha sin hacérsela traducir primero al castellano”. Cfr. GÁLVEZ; Manuel; Amigos y maestros de mi juventud, en Recuerdos de la vida literaria I, Taurus, Buenos Aires, 2002, pp. 227, 233, 235.
[16] Cfr. DI NÚBILA, Domingo; Historia del cine argentino I…, op. cit. y su reedición ampliada DI NÚBILA, Domingo; La Época de Oro. Historia del cine argentino I, Ediciones del Jilguero, Buenos Aires, 1998. Nos ocupamos de la alteración de la muy aceptada periodización de Di Núbila en el segundo apartado de este trabajo.
[17] DI NÚBILA, Domingo; Historia del cine argentino I…, op. cit.
[18] Todas las citas en Calki, “Logra su gran film el cine nacional: ‘La guerra gaucha’” El Mundo, “Actualidad cinematográfica …”, op. cit..
[19] “Cálida y digna exaltación de la patria hay en ‘La guerra gaucha’”, La Prensa, Buenos Aires, 22/11/1942, p. 12).
[20] En un librito aparecido apenas unos meses antes que el Di Núbila –deudor de la prolífica experiencia recogida como analista de películas–, Ulyses Petit de Murat puntualizaba las constantes de la industria criolla que había visto crecer desde Crítica film tras film: “El cine argentino [tenía] elementos para lograr una cierta calidad habitual y, de vez en cuando, la obra destacada”, escribía. En “Falta la gran película”, una pastilla periodística aparecida en su columna el mismo día de la première, Raimundo Calcagno reclamaba la estricta obediencia de esa constatación, lo suficientemente prevenido –como se puede adivinar– de los visibles valores de excepción que integraban la propuesta de Asociados: “Finaliza el año cinematográfico y aún no ha surgido, en la producción nacional, la película cumbre. El film que llamaríamos ‘de honor’, exponente de la indudable valorización artística de un cine que ya marcha seguro sobre sus pies. Que no intente sólo la obra de arte, sino que la consiga”. Cfr. PETIT DE MURAT, Ulyses; Este cine argentino…, op. cit. y Calki, “Falta la gran película”, El Mundo “Actualidad cinematográfica”, Buenos Aires, 20/11/1942, p. 16, (destacado nuestro).
[21] Acaso una semblanza de Calki contribuya a situar en su real dimensión las elogiosas críticas de La guerra gaucha en contraste con el franco estímulo y el elogio amplio a las “firmes intenciones” de sus films congéneres: “[E]l cine nacional estaba en un estado incipiente, recién había formado sus negocios, sus estudios, sus relaciones con los distribuidores…; no competía con el cine norteamericano, pero lo molestaba un poco. Entonces, había que ayudarlo, había que estimularlo y yo –lo digo realmente en tono sentimental, en forma un poco ingenua, como considerando un deber el tener que estimularlo– tanto lo ayudaba que en mis críticas …tendía, en general, a la faz favorable de las películas nacionales. No por eso dejaba de fustigar a las realmente impasables. Pero todo lo significativo contaba con mi apoyo en El Mundo. Eso, ya lo dije, en mi primera época, porque de otra época no quisiera hablar; cuando el cine nacional se hace adulto, el crítico, a su vez, tiene que hacerse adulto también. Ya no se trata de cuidar a un niño, sino de reprenderlo”. Véase la entrevista al periodista, incluida en CALISTRO, Mariano y otros; Reportaje al cine argentino. Los pioneros del sonoro, América Norildis Editores, Buenos Aires, 1978, pp. 369-387. La cita pertenece a p. 374.
[22] Calki, “Logra su gran film el cine nacional: ‘La guerra gaucha’”, La Prensa…, op. cit. Obsérvese que esta cita vuelve sobre los pronósticos de la pastilla citada en nota previa, ahora para reconvenirse y corregirlos.
[23] Calki, “Momento propicio”, El Mundo (“Actualidad cinematográfica”, miércoles 13 de enero de 1943, p. 16). El paso del tiempo, y los avatares que vinieron con él (que los críticos de diario no podían anticipar), revelarían el costado amargo de este diagnóstico. Escribe Octavio Getino, beneficiado por la distancia de los años: “[Las estructuras industriales creadas] –dependientes de un mercado cuya hegemonía real estaba en manos de las grandes potencias– resultaban tan endebles e irreales como la misma ideología. Detrás del dorado brillo de las apariencias, apenas si existía una base frágil de yeso, como en la más fastuosa, pero ilusoria, moldura escenográfica. Cfr GETINO, Octavio; Cine y dependencia. El cine en la Argentina, Puntosur, Buenos Aires, 1990, p. 41.
[24] Lo que el viento se llevó (MGM, Victor Fleming, 1939) se exhibió en Buenos Aires simultáneamente en dos salas (Ideal y Broadway), desde septiembre de 1940; Saludos (Estudios Disney, 1942), fue estrenada en octubre de 1942.
[25] Las expresiones entrecomilladas pertenecen a DI NÚBILA, Domingo; Historia del cine argentino I…, op. cit..
[26] A los datos consignados habría que adicionar los numerosos premios cosechados por la película (la Asociación de Cronistas Cinematográficos de la Argentina, la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires y la Comisión Nacional de Cultura, no dejaron un solo rubro sin galardón) o su circulación internacional en exhibiciones americanas (D. F. mexicano, Río de Janeiro, Nueva York) y europeas (en Francia, como La guerre des gauchos, y en otras importantes capitales). Cfr. El cine argentino. 1933-1997, Cd-Rom (Fundación Cinemateca Argentina, Buenos Aires, 1997. Edición revisada y ampliada).
[27] Todavía en los cincuenta, y cuando el cine argentino había adoptado ya un acusado matiz cosmopolita –redireccionando el grueso de su producción con miras a la adaptación de los clásicos de la literatura mundial–, Ulyses Petit de Murat insistía, contra las conocidas pretensiones universalistas de Borges, en la necesidad de lograr nuestra expresión por el cauce de lo que aquél no hubiera vacilado en llamar nuestra “fatalidad” sudamericana: “No tenemos la tradición literaria, no nos circunda la belleza elaborada maravillosamente por el hombre, de las que dispone un europeo (…) Tenemos que conformarnos con una labor más modesta y empeñosa. Pero tenemos una ventaja sobre ellos. En nuestro cine está casi todo por hacerse. Poco a poco le iremos encontrando una fisonomía, como sucede en las demás artes”. Cfr. PETIT DE MURAT, Ulyses; El guión cinematográfico. Técnica e historia, Alameda, México, 1954, p. 55.
[28] ANDERSON, Benedict; Comunidades imaginadas. Reflexiones sobre el origen y difusión del nacionalismo, Fondo de Cultura Económica, México, 1993; CASANOVA, Pascale; La República mundial de las Letras, Anagrama, Barcelona, 2001; MORETTI, Franco; Lectura distante, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2015.
[29] De acuerdo con la opinión de Calki, también el corto argentino animado Upa en apuros, estrenado junto a La guerra gaucha, podría librar esa imaginaria confrontación deseada por Petit de Murat: “Quinterno se ha echado a sus espaldas, en su primer dibujo animado, las dificultades más engorrosas, y las ha resuelto gallardamente. Trabaja en su mayoría con figuras humanas, que el mismo maestro del género, Walt Disney, rehúye, por su dificultad de animación. Y exceptuando las muestras de este genio insuperable, consigue, y esto es ya mucho, cotejarse ventajosamente con las demás producciones similares extranjeras”. Cfr. Calki, “’Upa en apuros’, primer film local de dibujos animados en color estrenóse ayer”, El Mundo “Actualidad cinematográfica”, Buenos Aires, 21/11/1942, p. 11).
[30] “Logra su gran film el cine nacional: ‘La guerra gaucha” La Prensa…, op. cit.
[31] “’La guerra gaucha’ responde a la gesta y el libro inspiradores” La Nación, op. cit.
[32] “Tiene valores excepcionales el drama épico ‘La guerra gaucha’. Sustenta vibrantes principios de libertad” Crítica “Sombras y sonidos” …op. cit.
[33] “Logra su gran film el cine nacional: ‘La guerra gaucha’” El Mundo, “Actualidad cinematográfica” …op. cit.
[34] “Cálida y digna exaltación de la patria hay en ‘La guerra gaucha’” La Prensa…op. cit.
[35] En la solapa de presentación de la reedición: DI NÚBILA, Domingo; La Época de Oro…, op. cit.
[36] En rigor, y aunque imbuido de un espíritu menos sistemático y totalizador que DI NÚBILA, Domingo; Historia del cine argentino I…, op. cit., el pequeño libro PETIT DE MURAT, Ulyses; Este cine argentino…, op. cit., precede a la Historia… por algunos meses: su pie de imprenta es de junio del ’59, mientras que el de aquélla data de febrero del ’60. En el repaso de las nuevas generaciones críticas, cuando arriba al caso de Di Núbila, Petit informa “que está escribiendo una extensa historia de nuestro cine” (p. 72).
[37] Las 56 películas estrenadas ese último año –un record jamás alcanzado desde que existía la industria–, como el hecho de que aún el cine mexicano no hubiera arrebatado al argentino el mercado hispanoahablante, debieron fortalecer naturalmente ese optimismo crítico, sobre todo en momentos en que el cine nacional atravesada una de sus tantas crisis.
[38] Para su 25 aniversario, la Cinemateca Argentina y el Cine Club Núcleo organizaron un homenaje en la sala de Cine Arte, y una revisión en copia nueva gentilmente procesada por los Laboratorios Alex. Hablaron Roland, Petit de Murat y Mugica, quien entregó a Demare la reliquia del libro que se usó para la secuencia de presentación del film. Cfr. “El aniversario de ‘La guerra gaucha’”, La Nación, Buenos Aires, 22/11/1967.
[39] A poco de cumplir 30 años, la compañía española Tauro Films sometió el negativo a una ampliación a 70mm (similar a la operada sobre Lo que el viento se llevó), lo reviró a color y lo resonorizó estereofónicamente a 6 bandas. El original se quemó íntegro dos días después de que sus dueños hicieran la copia especial para el nuevo procesado. Cfr. “La ampliación a 70mm y el virado a color de ‘La guerra gaucha’”, La Nación, Buenos Aires, 9/09/1971. En 1992 (al cumplirse los 50 años de su estreno), y en 2002 (para los 60), la Municipalidad de Buenos Aires, el Museo del Cine y la Cinemateca Argentina organizaron sendos homenajes a su equipo y volvieron a proyectar el film, con amplia cobertura de la prensa de cine.
[40] Hacia el año 2000, no existía en el país una copia de la película en buen estado. El negativo original, propiedad de Artistas Argentinos Asociados, había sido vendido, junto con el fondo de títulos de esa marca, al grupo exhibidor Lautaret-Cavallo. En 1968, adquirido por el distribuidor español Celestino Anzuola, sufrió los procesos de laboratorio ya comentados. Vuelto a la Argentina, en abril de 1979, Anzuola vende el film a la empresa Aries Cinematográfica Argentina, que lo conserva desde entonces. Por gentileza de su directorio, Aprocinain hace una copia destinada a su archivo audiovisual.
[41] DI NÚBILA, Domingo; Historia del cine argentino …, óp. cit., p. 203.
[42] Idem, p. 206.
[43] Idem, p. 207.
[44]MAHIEU, José
Agustín; Breve historia del cine
argentino, Eudeba, Buenos Aires, 1966, p. 30.
Mahieu reiteraría con algunas variantes sus propios juicios para su siguiente libro: MAHIEU, José Agustín; Breve historia del cine nacional. 1896-1974, Alzamor Editores, Buenos Aires, 1974; cfr. especialmente el capítulo IV: “De la expansión a la crisis”, pp. 40-47.
[45] DOS SANTOS, Estela; El cine nacional, Centro Editor de América Latina, colección “La Historia Popular / Vida y milagros de nuestro pueblo”, Buenos Aires, 1971, p. 80. El librito complementaba su título interpelando al lector ya desde la tapa, a partir de la reproducción de un fotograma del film: Sebastián Chiola, en la piel del capitán Del Carril, dispuesto a batirse, espada en alto, con el teniente Villarreal.
[46] “La épica y el tiempo: La guerra gaucha”, Cine Libre, Buenos Aires, nº 2, 1982, y reproducido en COUSELO, Jorge Miguel; “Literatura argentina y cine nacional”, en Historia de la literatura argentina 4. Los proyectos de vanguardia, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1980, pp. 65-67. Todas las citas tomadas de esta edición).
[47] Íbidem.
[48] GARCÍA OLIVIERI, Ricardo; Cine argentino. Crónica de 100 años, Manrique Zago, Buenos Aires, 1997, pp. 63 y 67. esperado cotejo con el imbatible film de Selznick (un dato que ya el mismo Di Núbila recogía para su libro), y el prolijo conteo de las semanas de su permanencia en la sala del Ambassador, recobra para el caso otras tempranas estimaciones que los críticos de los grandes diarios habían ya emitido como parte de sus juicios de valor en torno al film.
[49] Gacetilla de la oficina de prensa de los Estudios San Miguel y la Distribuidora Panamericana, fechada el 13 de abril de 1943, en ocasión de una reposición del film. En la línea de la crítica de diario, y junto al juicio sobre la película, se consigna que Lucas Demare agrega con ella “un nuevo eslabón a su cadena de éxitos” y que La guerra gaucha “lo pone a la cabeza de los directores de nuestra cinematografía”. Una nutrida colección de estas gacetillas puede consultarse en la biblioteca del Museo del Cine, en el sobre nº 3 dedicado a la película.
[50] Armando M. Rapallo, “La única obra mítica del cine argentino”, en Clarín Espectáculos: (Suplemento especial “35 años de ‘La guerra gaucha’” …, op. cit.
[51] COUSELO, Jorge Miguel; “Literatura argentina y cine nacional”, en: AA.VV. Historia de la literatura argentina 4. Los proyectos de vanguardia, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1980, pp. 601-624. La cita pertenece a p. 614.
[52] “El film, con ojos actuales. Las raíces de lo nacional”, incluido en “Informe especial. Lucas Demare. A un año de su adiós y cuarenta de ‘La guerra gaucha’”, Clarín (Buenos Aires, 5/09/1982).
[53] Los dos últimos juicios en Claudio España, “’La guerra gaucha’ cumple 50 años”, La Nación, Buenos Aires, 20/11/1992.
[54] Miguel Ángel Rosado, “A 40 años del estreno de ‘La guerra gaucha’. La vigencia de un film notable” en La voz de los espectáculos, Buenos Aires, 20/11/1982). Y otra vez Ricardo García Olivieri, en los noventa: “un ejemplo como producción y una de las películas de aquella época que mejor ha resistido el paso del tiempo. Un clásico”. GARCÍA OLIVIERI, Ricardo; Lucas Demare, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1994, p. 32. Colección “Los directores del cine argentino”.
[55] TABBIA, Alberto; “La guerra gaucha o la patria embalsamada”, en Notas para una constrahistoria del cine argentino (30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Buenos Aires, 2015, p. 27.
[56] El segundo criterio de examen pertenece también a TABBIA, Alberto; “La guerra gaucha o la patria embalsamada”, en Notas para una constrahistoria del cine argentino (30º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, Buenos Aires, 2015, pp. 49-52.
[57] Idem, p. 30.
[58] En todos sus trabajos anteriores, y al modo de los investigadores reseñados hasta este punto, España había aceptado plegarse sin reparos a las formulaciones de Di Núbila. Véase, entre otros, ESPAÑA, Claudio; “Introducción” en CALISTRO, Mariano, et al; Reportaje al cine argentino. Los pioneros del sonoro, América Norildis Editores, Buenos Aires, 1978, (ed. cit., pp. 15-53) o ESPAÑA, Claudio; “El cine sonoro y su expansión”, incluido en AA.VV., Historia del cine argentino, Centro Editor de América Latina, Buenos Aires, 1984.
[59] ESPAÑA, Claudio; “El modelo institucional. Formas de representación en la edad de oro”, en ESPAÑA, Claudio (dir.); Cine argentino. Industria y clasicismo…op. cit., 17. Véase también pp. 57-58; 115; 119; 121; 130; 148-149; 159. Aunque no se trate estrictamente de una historia integral del cine, los investigadores Abel Posadas, Mónica Landro, Marta Speroni y Horacio Campodónico adoptan las misas decisiones metodológicas de España para los dos volúmenes POSADAS, Abel y otros; Cine sonoro argentino. 1933-1943, El Calafate Editores, Buenos Aires, 2005-2006.
[60] A propósito de las dos intervenciones historiográficas más polarizadas –de las distancias temporales que guardaron con su objeto de estudio; de los disímiles enfoques analíticos que le destinaron–, sus principales divergencias podrían explicarse en función de sus respectivas posiciones de campo: la del crítico más joven, alejado de los hechos, que reorganiza el pasado fílmico desde la industria; y la de aquél que, primer espectador de las películas de que se ocupa –analista contemporáneo de un fenómeno que, en parte, él mismo acometió–, piensa esa misma historia desde la crítica. Mientras que el proyecto de España es, en rigor, una historia del cine argentino, el libro de Di Núbila es eso y también algo más: una historia de la crítica de cine en la Argentina.
[61] El film no figura, por ejemplo, entre los seleccionados por Daniel López en su libro: LÓPEZ, Daniel; Las grandes películas del cine argentino. 50 títulos significativos, Losada, Buenos Aires, 2009.
[62] PEÑA, Fernando Martín; Cien años de cine argentino; Biblos-Fundación Osde, Buenos Aires, 2012, pp. 86-87.
[63] Señalar los films considerados excepcionales para Peña puede resultar indicativo del sensible cambio experimentado por la crítica, a medida que se apagan los efectos de la recepción directa del estreno. De la época dorada, sólo Prisioneros de la tierra conserva su categoría de “clásico” (pero no La fuga, Viento Norte ni Así es la vida), que recién Los inundados le disputará con ventaja (“clásico del cine latinoamericano”). Los martes, orquídeas, Historia de una noche, Su mejor alumno resultan sólo envíos exitosos, con Dios se lo pague a la cabeza. “Obras mayores” son en cambio Los pulpos y Los verdes paraísos, las comedias brillantes filmadas por Schlieper, El hincha (“obra maestra total”), Más allá del olvido (no Las aguas bajan turbias), Breve cielo, Hombre de la esquina rosada y Dar la cara. Con La casa del ángel y La caída, Torre Nilsson hace dos películas “magistrales”; con Shunko y Alias Gardelito, Murúa filma “dos obras maestras sucesivas”. Las primeras tres películas de Favio son masterpieces; las iniciales de Polaco, “extraordinarias”. Mientras “el film político más importante de la historia del cine argentino” es La hora de los hornos, el más “extraordinario”, “sin antecedentes ni influencia visible posterior”, es Invasión. Tras estos juicios lapidarios, es notable observar cómo en las últimas cuatro décadas, a partir de los años setenta, se concentran para Peña los films más importantes como sus ponderaciones más elogiosas. Cfr. PEÑA, Fernando Martín; Cien años de cine argentino…op. cit.
[64] PETIT DE MURAT, Ulyses; Este cine argentino…op. cit., p. 42).
[65] MUSEUX, Guy; Cinémonde, 21/10/1947. Recorte conservado en el sobre nº 2 correspondiente a la película, archivado en la Biblioteca del Museo Municipal del Cine. La idea de western aplicada a los films de Demare es provechosamente discutida por Eduardo Rinesi, en RINESI, Eduardo; “Imágenes del desierto, ideología de la Nación” en Horacio GONZÁLEZ y Eduardo RINESI (comp.), Decorados. Apuntes para una historia social del cine argentino, Manuel Suárez Editor, Buenos Aires, 1993, pp. 49-72.
[66] SADOUL, Georges; Des origines à nos jours (Paris, Flammarion, 1968, pp. 440-441. La cita de Sadoul compendia en ajustado resumen el diagnóstico final del primer tomo de la Historia del cine argentino de Di Núbila. La neutralidad del gobierno argentino frente al conflicto bélico; el racionamiento de celuloide por parte de los Estados Unidos; la gradual pérdida del mercado hispanohablante en manos del cine mexicano; el creciente cosmopolitismo de la producción fruto de las adaptaciones de material extranjero. Si a este cuadro adicionamos la escasa inversión de base en la industria, la obsolescencia de galerías y equipos, o la ausencia de una sólida legislación estatal de protección, aspectos que Sadoul omite, el conjunto arrojaría como saldo la profunda crisis experimentada por la industria tras La guerra gaucha. Cfr. DI NÚBILA, Domingo; Historia del cine argentino I… Óp. Cit. pp. 213-243.