La memoria de la lectura: las virtudes privadas
y los valores públicos en los manuales de buenas
maneras
Cristina Godoy(*)
Resumen
En las primeras décadas del siglo XX, proliferaba
un tipo de literatura considerada “menor” pero
que a pesar de ello ejerció una gran influencia en la sociedad de la época. Los
manuales de buenas maneras, de urbanidad y comportamiento, consignaban qué era
lo correcto para hombres, mujeres y niños; y enseñaban el deber moral junto con
recomendaciones de carácter más material y doméstico. Analizarlos tanto desde
el plano de la escritura como desde la perspectiva de la historia cultural,
permite reconstruir la mentalidad y los códigos de sociabilidad de una sociedad
conservadora que debía enfrentarse a la aparición de los sectores subalternos
en los espacios públicos. Por lo tanto, el objetivo de la lectura de estos
manuales era el de civilizar emulando
a las elites, mediar entre lo público y lo privado y, además, a partir del rol
encomendado a la mujer/esposa/madre, prolongar el Estado para controlar, domesticar y limpiar el cuerpo y el alma.
Palabras clave: manuales; buenas maneras;
civilidad; sociabilidad; historia cultural.
The
reading memory: the private virtues and the public values in good manners´
manuals
Abstract
In the
first decades of 20th century, a kind of literature considered “minor” was prolife rated but in spite of that
practiced a big influence in de society of the period. Good manners manuals,
urbanity and behaviour recorded what was the right for people, including
children; and they taught the moral duty together with material and domestic
recommendation. To analyze them from the writing level to the perspective of
cultural history, allow us to rebuild the mentality and the codes of a
conservative society that must face to the appearance of subordinate areas in
public spaces. Therefore, the objective of the reading of these manuals was to
civilise emulating the elites, to mediate between the private and the public
and, in addition to this, as of the recommended role of women/wife/mother, to
extend the state to control, domesticate and clean the body and soul up.
Keywords: manuals, good manners; politeness;
sociability; cultural history.
La memoria de la lectura: las virtudes privadas y
los valores públicos en los manuales de buenas
maneras(**)
Construyendo la memoria de
la ortopedia social
Hace un par de años nos topamos
con El código social de Sara Montes[1]
cautivándonos la llaneza del lenguaje con el que regulaba la vida de las
personas. Un giro de la lente mostró que el texto no era para nada naive, una firme intencionalidad en la
propuesta y clara determinación en los objetivos pobló una segunda mirada. Se
trataba de una pedagogía de la conducta social cargada de sentidos[2],
desplegando un espectro temático sugerente para desentrañar la extrañeza de una
sociabilidad legislada. La búsqueda renovada satisfizo nuestra curiosidad: en
los años 30 y 40[3] este
tipo de literatura había proliferado desviando la afincada tradición de
importarla de otras metrópolis.[4]
Esta constatación levantó otra
esclusa: la fantástica oportunidad de reconstruir la memoria de la lectura de
lo adecuado para una sociedad todavía
ritualizada que confiaba sus comportamientos a discursos en forma de código y de manual como parte de una cultura eminentemente letrada en la que la
palabra escrita tenía el valor no sólo de la comunicación, sino del contacto,
el escrito era una forma de sociabilidad por momentos intimista o pública... “a
través de nuestros escritos dejaremos traslucir la educación y cultura que
hayamos adquirido”.[5]
Claro está que los interrogantes
que estos libros nos plantearon desde el ángulo de la lectura no fueron pocos: quién los escribió, cómo, porqué, y para
quién se escribieron, en definitiva, cuál fue la condición de producción de
esta ficción singular. Preguntas a las que se agregaba desde la perspectiva de
una historia cultural llegar a
entender cómo el lugar de cada
individuo mediaba la emisión y la recepción del lenguaje en la
configuración de una trama de relaciones. Estábamos ante artefactos
eminentemente culturales de lazos estrechos con tradiciones e identidades
reproductoras de códigos de comprensión, tanto así, que para nosotras por fuera
de ese momento cultural, este nudo literario construía la extrañeza, “…el mismo texto fijado en la escritura, no es el
“mismo” si cambian los dispositivos de su inscripción o de su comunicación”.[6]
Al colocarnos frente al desafío de decodificar
tanto la forma como el contenido, ¿en qué consistía la materialidad[7] de tales libros? Ellos contienen reglas de comportamiento, de buenas
maneras, una pedagogía de urbanidad. La gama de énfasis en la
organización de los contenidos marca diferencias: los hay de enunciados
taxativos, los que argumentan la disposición
de la norma, no siendo pocos los que
brindan consejos útiles para templar el carácter. Unos indican el buen comportamiento
del individuo en familia y en sociedad desde el nacimiento hasta la muerte,
pasando por los rituales del bautismo, confirmación, visitas, etc. Otros
privilegian la clasificación temática: la higiene, la puericultura, el
noviazgo, el matrimonio, la moral. Por seguir, hay tratados en forma de libro
de autoría puntual -existe la posibilidad del seudónimo[8]-, ediciones folletinescas
que se distribuían gratuitamente[9],
publicándose también conferencias
ordenadoras de la sociabilidad. Tratándose de boletines, folletos, revistas[10] y
almanaques[11], puede
que las normas y recomendaciones fueran extractos extraídos de publicaciones
más orgánicas a cargo de firmas editoras.[12]
De todas maneras, ya sea en forma
de libro o de folletín estos catálogos de
comportamiento eran cosa seria. Importaba lo escrito y cómo estaba escrito,
hechos señalados por la cantidad de ejemplares de cada una de las tiradas y de
las repetidas re-ediciones que muchos de ellos transitaron.[13] No sólo el número es
indicador de su popularidad sino también su formato. Cuando se trataba de
libros, eran pequeños y de fácil manejo, rasgos que hablan de su lugar en la
dinámica doméstica[14],
espacio social compartido por ambos sexos, diferente del libro de cocina, del
diccionario, del misal o del rosario, textualidades[15] que dan idea de una
división sexual y cultural más tajante. La actitud pedagógica era su constante,
no desperdiciaban circunstancia de enseñar el deber moral, material y mundano,
aun los libros de recetas culinarias incluían un apéndice de “las indicaciones
generales sobre el comedor, la mesa y su servicio”[16] para el buen desempeño de
la señora de la casa.
Así es que el código social y el
manual de urbanidad devienen en núcleos de convergencia cultural, en razón de
que el ejercicio de su lectura o la mera consulta ocasional frente a un evento
no dependía de una cuestión de sexos en oposición como aprender a cocinar,
ocuparse de la economía doméstica y hasta rezar. Su amplitud residía en que fue
lectura obligada de mujeres y de hombres que perteneciendo a una pequeña
burguesía en rápido crecimiento, cuyo sueño en el porvenir individual confiaba
en el optimismo de la integración social, compartían el interés en aprender las formas de atender, comer, visitar, noviar, de casarse, criar los
infantes y morir.[17] Así lo exigía la pretensión
de ascenso en la escala social a través del mundo de los negocios o del enlace
matrimonial adecuado, empresas civilizadas
adjudicatarias de éxito y prestigio.
En verdad, la impronta de los
manuales de comportamiento está estrechamente ligada a las implicancias
históricas, ideológicas y filosóficas del quid de la noción de civilización[18], en connotaciones tales
como: civilización y barbarie, no civilizado, advenedizo, teatro de
civilización... La mentalité colectiva
concebía el civilizar un designio.[19]
¿Qué significaba ser civilizado?
Para llegar a la cima social era menester activar estrategias que aseguraran el
triunfo, por eso la variedad de recetas pedagógicas que plegaba la consigna sea bien educado y triunfará: “los
buenos modales traen atracción y simpatía, innumerables amigos, por lo tanto
fama y riqueza”[20] para
el self-made man, el homo novi argentino o para el ideal femenino del momento. Aunque se
tratase de una sociedad de intensa movilidad hacia la modernización, los
mecidos en buena cuna no necesitaban
de esta literatura ortopédica, ellos traían el prestigio en el nacimiento, gracia que los hacía hombres y mujeres
“cultivados[21]” y
“civilizados”. Este puñado de notables si bien no había creado las reglas,
había “traducido[22]” un
siglo y medio de importaciones intelectuales y mundanas franco-inglesas al Río
de la Plata[23], a
través de viajes a Europa, lectura de manuales o de “literatura doméstica”.[24] Civilizados que creaban y/o reproducían
las tendencias de la moda[25] en el
vestir, en el hablar y en el barroquismo del gesto. Los círculos de poder
-natural depositario del ejercicio de la diplomacia y de cuestiones de Estado-
eran el modelo, el Olimpo a emular en
galas, tertulias y espectáculos.[26]
¿Quién es el Otro para estos rectores del deber? “El débil, el indolente, el
abúlico y perezoso se queja de no poder triunfar…”[27]; el “tímido” también era un
inválido social aunque ejercitándose podía llegar si no a triunfar, a alcanzar
una posición compatible con sus disposiciones personales. Éstas eran evaluadas
en la escuela donde el epítome[28] consistía en un
cuestionario, cuya resolución diagnosticaba el grado de “educación sobre
comportamientos” del alumno, especie de catecismo laico para estudiar lo que no
conocía o mejorar lo ya incorporado al mejor estilo iluminino-positivista: “el
que no estudiaba el epítome era un mal educado”.[29] Considerando el contexto
histórico-social, esta literatura pedagógica modelaba tanto la buena ama de casa, el pretendiente a
“festejante” de una “niña”, a la mujer y al hombre que aspiraban insertarse
como empleados en el mercado laboral urbano. Se trataba de un dispositivo de la
cultura de la época en que los discursos y las prácticas se entrelazaban para
generar la “acontecimientación”[30]
fracturando una causalidad tradicional al depositar el peso del análisis en la
vitalidad del poder del lenguaje y del interés político en qué se decía y qué
se acallaba.
A medida que las oleadas inmigratorias
se agigantaron, que la política generó nuevos sujetos y prácticas y la ciudad
se amplió, “el inclusivismo de los sectores subalternos” creó un Otro[31] heterogéneo,
cuyo nivel cultural espantó la mirada conservadora de la élite. Los cambios
vigorosos de la sociedad se entramaban con los vividos por una cartografía
urbano-social[32] a la que las variaciones en los modos de comportarse no le fueron
indiferentes, muy por el contrario, la vorágine revolvió los tiempos cotidianos
y también los cuerpos.[33] La
aceleración de la modernización de Buenos Aires iniciada unos treinta años
antes, le impuso una fisonomía estética renovada apoderándose de ella una
fiebre urbanística a partir de los
proyectos de reconfiguración arquitectónica y de los avances demográficos desde
la periferia al centro. El suburbio no fue más el afuera, formará parte de una ciudad moderna que modificaba su rostro tradicional
al ritmo de los tiempos sociales.
En el proceso de
cosmopolitización, hacia 1936 los habitantes de la ciudad partícipes del
mercado laboral en expansión se desplazaban en subterráneo a su lugar de
trabajo en el centro. Viajar bajo
tierra alteró la relación del individuo con sus pares, los códigos del
anonimato comenzaron su camino hacia la ferocidad[34], pero también se perfilaba
un cruce cultural.[35] Para
el contenido de los códigos de comportamiento, la dimensión que cobró esta
heterogeneidad en el imaginario colectivo no fue un dato menor, al crecimiento
urbano se lo culpaba de acarrear el “vicio” y la “grosería” sinónimos de
“demonio” y las “liviandades de la influencia extranjera”[36], ahí la distancia tajante
entre el interior (hogar / familia) y el exterior (tentación / peligro).
Entre los sectores dominantes que se ocuparon
de edificar un símil de la ciudad europea abriendo avenidas además de fundar
una territorialidad cultural, artístico-intelectual y deportiva que revolucionó
el concepto de ocio[37], la
burguesía vivía los valores de la modernidad conflictivamente y enclaves
conservadores y puritanos advertían el disloque de la modernización[38], el
desorden y desvío de las costumbres,
la invasión de artilugios extranjeros que afectaban la “moral”.[39] Así es
que mientras que el discurso de los manuales de urbanidad y buenas maneras, desde
principios de siglo hasta promediar la década del 30, legisló la conveniencia
socio-política de una pedagogía disciplinaria de nuevos actores sociales, al
franquear el umbral de los 40, el énfasis recayó en la prevención de la amenaza
moral negativa y material de la ciudad revitalizada.[40] Este punto de inflexión en
la cultura diaria tuvo un sustento tecnológico en relación con la ingeniería
moral de la ciudad: el “cinematógrafo”[41], las descortesías generadas
por la “velocidad del tránsito”, la “ofensa del teléfono”.[42]
Norbert Elias, refiriéndose al
traumatismo que representa la ciudad moderna, habla de la necesidad de
fortalecer la “autovigilancia” frente al peligro de la pérdida de
“autocontrol”. En la medida en que el cuerpo ha valido de soporte
disciplinario, las convulsiones sociales que los cambios rotundos provocan,
generan la obligación de atar el
cuerpo en la intimidad como en la vida pública.[43] En nuestra interpretación,
este cerrojo -más allá de teorías higienistas- fue básicamente de carácter
moral con la meta puesta en el control de las pasiones y la regulación de sus
espacios: “la limpieza del cuerpo es recomendable no sólo por la urbanidad e
higiene sino hasta por la moralidad”; “…nunca me meteré en el lecho ni
totalmente desnudo, ni con más ropa que los calzoncillos y la camiseta o camisa
de dormir, pues lo primero sería indecente, y lo segundo antihigiénico”.[44]
Efectivamente, si bien los autores de manuales y códigos pregonaban la oposición
de dos esferas de relación: la doméstica
(la familia en su residencia, el adentro),
o sea, el espacio de regulación del autocontrol y el afuera (territorio de la acción, de la actuación en el mundillo
social, pero también el espacio moral y socialmente contaminado), indicios nos
revelan una complejidad de corte político que altera la definición del trazo
lineal.
Parece haber suficientes motivos
para que esta literatura curiosamente considerada menor delineara distintos circuitos de lectura según la necesidad
de domesticación de los sentidos, adquiriendo el rango de un panóptico virtual, instrumento para
“saber si un individuo se conduce o no como debe”, a partir de la apreciación
autoadjudicada del control que se arrogaba la merced de “mantener el orden y
crear para ellos mismos nuevos instrumentos para asegurárselo”.[45] Con
base en la riqueza de materiales para el monitoreo de la conducta social se han
producido títulos de imprescindible lectura para el estudioso de los
comportamientos públicos / privados.[46]
El poder de la lectura en la
domesticación de los sentidos
“Ama
de la casa”, “reina del
hogar”, “espíritu de la casa”, “alma de
la vivienda”, “dueña y señora de la
casa”, “ángel del hogar”[47],
epítetos figurativos que caracterizaban el ideal femenino, metáforas del
lenguaje y de la imagen que consolidaron en el imaginario colectivo un perfil
de mujer / esposa / madre sin mácula.
En definitiva, desde el siglo XIX, la poética de la ficción doméstica -novela o manual- esculpió un sujeto femenino[48]
intermediario entre la divinidad / naturaleza y su cónyuge / prole.
En la división del trabajo
en el matrimonio, el concepto de “borde social[49]” resulta relativamente
eficaz para dar cuenta de la actitud de un marido que trabajaba como
empresario, profesional, político, etc., regresando a un hogar / refugio,
dominio “exclusivo y privado”, amparo que le permitía quitarse su máscara
pública y, a su vez, la de una mujer que no tenía necesidad de volver porque
permanecía en él, y tampoco tenía antifaces para remover porque ella misma era
un constructo de su atmósfera “natural”, herencia generacional, que la
“desposeía de atributos humanos (libertad e igualdad)”[50], entrega que le otorgaba
ese aura de sacerdotisa de un santuario particular y seguro: el hogar.
MARIDO |
ESPOSA |
-capital material, sostén
económico del hogar |
-ahorro y administración |
-valores públicos |
-virtudes privadas-recato |
-autoridad-supervisión |
-domesticación-vigilancia |
-maestro de su esposa |
-consejera, auxiliar y paño de lágrimas de
su marido |
-artífice de lo público |
-modeladora de lo privado[51] |
Paralelamente, la noción de
borde social sugiere una dicotomía entre espacios y personas, posición que
según la hermenéutica que se aplique bien puede derivar en la lectura parcial
de “una unidad familiar cerrada en sí misma”[52] o del “hogar estuche”.[53] Para
nosotras el desafío cautivante de este estereotipo de esposa / madre
rioplatense, caja de sastre de la época, es dar vuelta la caja y ver qué sorpresas
nos brinda su interior.
Así es que, desviándonos un
tanto de la mítica, caemos en la cuenta de que esta especie de vestal utilizó
con destreza sus atributos cuasi sobrenaturales como herramientas de poder para
controlar una variedad de instancias en el interior de su “ámbito natural”,
regulación que se extendía a lo público por extensión del eco de sus signos
ideológicos. Ya sea porque su matrimonio fuese producto de selectivas
preferencias interparentelas que la convertían en articuladora de un circuito
de influencias; o bien, por su intervención en niveles de la agenda
público-política de actuación inteligente del que no estaba ausente su
injerencia social.
Tejido político que
entramaba intereses plurales en el que el “hombre de la casa”, sostén económico,
era la cara de la vida público-productiva complementado por el despliegue
público-social de la “reina del hogar”. Vale decir que la vida doméstica se
insertaba en la pública (valores) a través de la pedagogía de los sentidos
(virtudes), y la pública invadía ámbitos privados por medio de delineamiento de
esferas de sociabilidad, caso: la visita de cortesía. Va de suyo que esta
exhibición en claroscuro instalaba a ambos en estado de profunda ansiedad
frente al descontento e insatisfacción personal y a la fuerte exposición de la
mirada social reguladora de un sinfín de signos y símbolos verbales y
gestuales: sociabilidad en la que se plasmaba la reproducción del “capital
social” y del “capital simbólico”[54] en un
ordenamiento material e imaginario.
En este universo tan
complejo, la firma del acta nupcial, rito de iniciación en los menesteres
tocantes a los comportamientos sociales del matrimonio, se constituía en una
especie de ceremonia de ungimiento. Momento sublime que hacía de esta mujer
burguesa, la transmisora, defensora y vigilante de virtudes y valores, una
operadora de creencias, actitudes, opiniones y sentimientos que le abrían el
acceso al modelado “espiritual”[55] de sus
hijos y al lustre social de su marido, ascendiente incorporado a la frase
popular “detrás de un gran hombre hay una gran mujer”.
Madre de varones, los
preparaba para gozar de “respetabilidad”, calidad de “don de gentes” tan
admirada como necesaria en el mundillo burgués.[56] Como madre de mujeres, se
erigió en la escultora de futuras esposas / madres, machacando sobre la crianza
de niñas “creyentes” y “útiles”. Utilidad nodal, ya que la tradición inaugurada
en el XIX impuso que la misión primera de toda mujer residiera para la
imaginería colectiva en ser útil para los suyos y en los escenarios de
beneficencia.[57]
Debido a esta
responsabilidad de mediadora entre la vida privada y la social, o en opinión de
Himmelfarb de “pequeñas morales” y “grandes morales”, la madre que obedecía los
preceptos de la memoria de los manuales se constituía en liaison entre las abuelas y las nietas, encargada de conservar,
transmitir y reproducir las tradiciones de sus mayores y ancestros a la
generación más joven. Por esta razón las condiciones morales de una madre que
tenía bajo su vista esta panorámica tan perturbadora y sobre sus espaldas esta
carga moral / histórica / cultural tan pesada no eran equiparables con la
liviandad de la joven. Sintetizando, el matrimonio era para la mujer una
profesión tanto material como de fe y obediencia porque en su persona se
conjugaban la verdad, la moral y la regeneración salvadora, tríada de poder que
legitimaba su espacio de ejercicio: la familia en el hogar.
Entendemos, entonces, la
disparidad de sentidos entre la “educación” (en el más amplio sentido de la
palabra) propia del ámbito privado y la “instrucción” considerada como
formación y esclarecimiento de la inteligencia.[58] Contradicciones entre un
modelo femenino que se fracturaba frente a los desafíos provenientes del afuera
de progresiva exigencia de una instrucción más formal y sistemática para la
joven en la búsqueda de inserción en el mercado laboral en desarrollo; y por
otra parte, las condenas conservadoras que veían en la instrucción el peligro
del desorden que desafiaba el statu quo
imperante: “mujeres presuntuosas, muy penetradas de sus derechos y muy poco de
sus deberes”. El poeta no es ajeno a estos conflictos culturales.[59]
Porque en nombre de los
preceptos sociales tradicionales, la mujer más que sabia debía ser comprensiva,
por eso era prudente mantenerse al tanto de los nuevos métodos de instrucción y
ensayar los de provechosa utilidad, suficientes para transmitir la verdad a su descendencia. La crisis del
proyecto agro-exportador y el posterior proceso de sustitución de importaciones
incidieron en que la mujer y la madre vivieran el deseo y el desafío de salir a
realizar actividades productivas, gestando colisiones entre las demandas de las
condiciones materiales y la concepción de valor y moral, y no sólo en la visión
masculina sino también de buena parte de la cosmovisión femenina.[60]
Naturalmente que en el conglomerado social de la modernización la madre cuenta
en esta cruzada de normatividad del
carácter con refuerzos ideológicos de impronta indispensable en la
configuración de un imaginario colectivo: el maestro, el confesor, el legislador,
el publicista y la consejera social, aliados incondicionales a la hora de
formar a su descendencia en el cuerpo como un recordatorio[61] así como de evaluar
la degeneración de las virtudes.[62]
En efecto, la esposa
atesoraba el poder de alertar sobre la degeneración de las virtudes, de
conservar la “bondad” natural y preservar lo estético (fuerza superior de todas
las malas inclinaciones). Compañera abnegada y luminosa de su esposo, en el
discurso hegemónico ella era la salvadora de los males de la modernidad. En
esta línea, la prerrogativa de la madre consistió en “dominar los
sentimientos”, digamos que se erigía en reguladora de la naturaleza (divinidad)
y el orden (de las pasiones). Asimismo, se constituyó en intermediaria legítima
entre lo privado y lo público porque la maternidad -que se ejercía educando a
sus hijos y parientes de sangre, y a los otros
(ahijados/das, protegidos, hijos/as de sirvientes)-, se proyectaba en el autocontrol y las buenas maneras de la correcta disposición en sociedad. El
“orden ordinario de las cosas” segregaba a la vulgaridad del comportamiento y
del lenguaje al rincón de lo no civilizado, de la “barbarie”.[63]
No restringiremos aquí el
concepto de “privado” al espacio físico sino al proceso mayor de privatización
del individuo extensivo a determinadas actividades, por eso hablamos de “lo
privado”. El espacio privado, como hoy lo entendemos, da cuenta del resultado
de cambios diacrónicos en la larga duración temporal, “un aislamiento gradual y
socialmente codificado con bastante precisión de las actividades y del sentir
de cada hombre respecto a muchos, a veces incluso a todos los demás hombres”.
Asimismo, las connotaciones de “espacio público” y de “vida pública” -bajo
dominio masculino- no se comprenderán de no insertarlas en el marco de
prácticas que vienen moldeándose, y continúan en formación, es decir, “como un
aspecto de un proceso de civilización más amplio”.[64]
En un registro de poética
ironía psicoanalítica, Gay caracteriza la vida privada en términos de “guarida
oculta donde hombres y mujeres atendían sus heridas, recuperaban sus fuerzas y
representaban sus pasiones con riesgos que podían controlar”[65],
especialmente la mujer en su mundo privado. En cambio, Michel de Certeau gira
hacia la territorialidad en nombre de la temporalidad de los espacios privados,
en los que los “modos de operar” se repiten día a día. La “paz” y “seguridad”
caracterizaban estos espacios y la persona regresaba al propio ámbito que por
definición es suyo por cuanto toda visita es intrusiva e inoportuna de no haber
sido explícitamente requerida.[66] En la
rutina de la vivienda burguesa de proporciones considerables en la concepción
del espacio y del decorado[67], la
sala-comedor era compartido por todos, en cambio desplazarse o reposar en los
territorios propios segmentaba las relaciones: la mujer en el costurero, en el
recibidor o cuándo no en su dormitorio personal; el fumoir, la biblioteca o el escritorio para el hombre; y la sala de
juegos para los infantes.
No obstante, lo íntimo no
era la misma cosa que lo privado porque según las condiciones materiales
imperantes era difícil defender la intimidad de la correspondencia, de los
diarios personales, de los deseos y del lenguaje de los cuerpos. Muy a pesar
del control y el disciplinamiento, el nosotros
significante de lo privado se fue
conjugando gradualmente frente a un mundo exterior convulsionado por la
vorágine y las tentaciones de la modernización. Por eso lo privado mutó más en
una actitud ideológica que creció en un espacio específico resguardado por las
paredes de un ámbito que también varió su materialidad al ritmo de las
necesidades físico-materiales y socio-culturales.[68] En este hermetismo, el
balcón, apéndice del adentro, pertenecía al lenguaje del afuera.[69]
El modernismo cultural
afectó el clima de una sociedad obediente de las exigencias de las fases de un
sistema capitalista dependiente en plena virulencia, y las relaciones de
producción alteraron la concepción de las relaciones culturales. Razón por la
cual era deber de las mujeres ser “útiles” y “fuertes” para preservarse en ese
mundo trastornado o bien para adaptarse a la invasión de lo “nuevo” que se
constituyó en nutriente febril de un capitalismo en consolidación que idolatró
la novedad en la técnica, en las costumbres, en la moda como parte esencial del
intercambio de mercancía. Simultáneamente, tanta aceleración trastornó el ritmo
de los tempos sociales dominado por
la ansiedad que provocaba la incertidumbre y el riesgo; parafraseando a Peter
Gay, la seguridad personal se buscará en el hogar[70], y éste la garantizará a
cada uno de sus miembros, infantes, jóvenes y adultos en la triangulación:
verdad/espacio/palabra.[71]
¿Qué significaba ser mujer
“fuerte” en este mundo de orden y regulación? En términos de la época era la
diferencia entre la civilización y la barbarie, y este posicionamiento dio
lugar a discursos encontrados: ¿mujer, fuerte para rechazar o fuerte para
adoptar el cambio? De todas formas, la legendaria fortaleza de la madre le admitía
domesticar a los demás a través del ejercicio de la autodisciplina y el autocontrol,
capacidades conducentes al automejoramiento
y autorespeto[72], virtudes privadas
exhibidas como valores públicos y precondiciones de reverencia ajena.[73]
En esta arista de la
cuestión, el autocontrol bien puede arroparse entre los pliegues de la
hipocresía educadora de los sentidos porque “instruía sobre cómo disimular
sentimientos y convicciones en bien de la aceptación social”. De ahí que las
clases medias se harán adictas a la “duplicidad” entre la “aceptación” y la
“opinión pública” y serán aprensivas a la posición social, los imperativos
morales, tradiciones religiosas, conflictos intrafamiliares, va de suyo
refractarias al cambio cultural.[74] “La
lucha de la clase media por el dominio se llevó a cabo y se ganó en el frente
doméstico quizá más que en los tribunales y en el mercado”[75]; he aquí, uno de los
motores del ascendiente de los manuales de buenas maneras entre las clases
medias.
No es casual que tales
alegatos se expresaran en lenguaje leguleyo o cuasi militar. En esta etapa de
ascenso capitalista, de consolidación de la Nación y de un Estado burgués que
pugna por el orden a través del disciplinamiento del Otro en el patriotismo con el firme objetivo de homogeneizarlo a
través de la captación y cooptación del inmigrante a las pautas de la
nacionalidad y de cuidar la conducta del nuevo habitante urbano, esta madre de
los manuales de buenas costumbre, de códigos sociales, de publicistas y de
poetas, aparece a nuestro presente como la “mano derecha” o prolongación del
Estado. ¿Por qué? Simple, en razón de que ella dirimió la domesticación del
carácter, los criterios de fortalecimiento de la voluntad, el control sobre los
cuerpos y el honor patriótico desde antes de la formación del Estado,
sosteniendo un misal en una mano y un manual de buenas costumbres en la otra.
Su relevancia ideológica residió en ser la encargada de “limpiar el alma, el
cuerpo y el lenguaje” de su núcleo de afecto.
Regla de lo moral, colaboró
a través de las redes de parentelas, de amistades y filantrópicas en exportar
virtudes, constituyéndose en una especie de misionera entre otras cosas porque
“la moral equipara socialmente”[76] las tentaciones, resultado del cambio social
que la facultó a la sazón a ejercer este ministerio reparador. A medida que la
familia obrera consiguió abrirse camino y procuró vivir en localidades o
barrios que matizaban la identidad de sus residentes, anulando el carácter
exclusivamente popular o proletario, la conducta moral exigida a las muchachas
se asimiló más a los controles que regían para las capas medias.[77]
Ahora sí es comprensible el
sentido cultural de que la madre dirigiera
expandiendo su aura de autoridad y,
al mismo tiempo, asumiera el empeño de mantener la unidad cumpliendo a través del lenguaje metafórico de esta doble
obligación con las exigencias de una fase de la división del trabajo entre ella
y su marido. Aunque en el país no existió la figura legal de la firma del
contrato nupcial, el acto de la ceremonia civil sellaba este acuerdo
político-sexual hacia el logro del “equilibrio de poder entre los sexos”[78] en una
determinada cultura, en un tiempo histórico específico.[79]
En pocas palabras entre
marido y mujer hubo “cambio de servicios”, simbiosis en un cuerpo político que
curiosamente recuerda el travestismo andrógino de Jules Michelet: “el marido es
la cabeza y la mujer el corazón”.[80] He
aquí, la pertinencia de la referencia de Gay respecto de que “la constelación
edípica que estos sociólogos de la familia consideraban deseable convirtió a la
madre en la encarnación de la pureza y el padre en la encarnación del poder.[81] En él
radican la sabiduría, la reflexión, la autoridad y el mando. En ella, la
sensibilidad, la gracia, la dulzura, la bondad, las atenciones delicadas, la
abnegación y los entusiasmos”.[82]
¿Una literatura menor?...
Ya cerrando, desde el punto de
vista de las composiciones culturales de producción, caracterizamos a los
códigos y manuales de buenas maneras o de urbanidad, y tratados de civilidad[83] de los
primeros cincuenta años de corporativos:
militares[84] y
sacerdotes[85]
apuntaban a normar la disciplina de su tropa o moralidad de sus internados, el epítome habitó el aula[86] y
tanto el tratado seglar como el religioso el hogar cristiano.[87]
Teniendo en cuenta la universalidad de la educación reglamentada por la Ley de
Educación Común 1420 y la cotidianeidad de las liturgias sociales, gran parte
de la población femenina y masculina pasaba en algún momento por el tamiz de
los buenos usos[88] que colocaban al individuo
en estado de permanente exposición a la crítica y la censura. Desde la cuna,
pero también en la escuela, la iglesia o el cuartel, agentes orgánicos se
encargaban de administrar los sentidos
de la vida colectiva/familiar, de la privada/personal y de la actuación
pública. Esta ortopedia fue configurando una memoria de la pedagogía
doméstica semipública, mixtura constitutiva de la extrañeza de la otredad[89] que
nos ha convocado a esta hermenéutica.
Ideas y venidas de reciprocidad,
dimes y diretes en cartas, tarjetas y visitas, franqueaban las virtuales
empalizadas entre lo público y lo doméstico bajo la vigilancia materna
mediadora de tradición, identidad y memoria, “de la memoria corporal que nos permite
manejar nuestra posición, programar el movimiento que reproduce en el gesto de
enojo, el enojo de los padres, la que nos sirve para sentarnos y caminar”.[90] En
fin, hábitat modelador de los comportamientos de los hijos, encargados de
trasladar a sus actividades mundanas la educación moral y de cortesía
inculcada, extendiendo un circuito de trayectos culturales entre esferas que a
primera vista parecían ajenos a tal maraña política.
Para nuestro estudio este
género literario se constituye en un “archivo”, sistema discursivo que
circunscribe el campo de posibilidades que condicionan históricamente la
aparición de enunciados: el modo en que aparecen las conductas, su permanencia,
sus agrupamientos, la escala de valores que manifiestan. Simultáneamente, una
“arqueología” buscará la descripción del archivo que permite comprender las formas
de lo decible, de lo que debe conservarse, de lo actualizado y las formas de
apropiación.[91]
En este orden de cosas, la
cacofonía del sistema de valores de la época constriñe al lector a no pasar por
alto el dejo de sumisión constitutiva de redes de transferencias, amalgama de
una estructura jerarquizada en roles y poderes cuyo pivote fue un ideal
femenino internalizado en los artilugios ideológicos que promovían la escuela,
la iglesia y el Estado, y defendido por los intereses de la moral
liberal-conservadora, trinchera de la burguesía argentina. No olvidemos que,
desde el punto de vista político, la moral fue creada históricamente como
instrumento de poder, complemento de la ideología burguesa cuando el
capitalismo requirió de su vigencia, poder que manipuló su fortaleza para
nivelar los sujetos a través del sentimiento de culpa provocado por la falta,
con la meta en el disciplinamiento socio-moral; suministrando el “sentido
moral” en el recodo de lo personal, la especificidad y la discontinuidad de la
subjetividad del individuo, de colectivos, de clases y de sexos.[92]
Textos anticanónicos,
curiosamente ejercieron un poder soberano en la configuración de una
ejemplaridad valórica, robusteciendo la tesis de que “la cultura moderna
depende de una forma de poder que funciona por medio del lenguaje -y sobre todo
de la palabra impresa- para construir la subjetividad”[93] en la regulación, la
domesticación y la vigilancia de virtudes privadas y valores públicos. En
definitiva, estamos frente a un género de literatura menor que emana sentidos,
despliega simbología, delatando significados puntuales del encofrado de una
sociedad selectiva, prejuiciosa y discriminante.
Va de suyo que la de los manuales
y códigos de buenas maneras no fue la única literatura en mediar los
comportamientos con el poder y control sociales entre lo público y las
emociones privadas, sino que guardó correspondencia con el melodrama que
denunció “el dilema de los que han quedado afuera”[94] y con la novela amorosa por
capítulos[95] la
cual redimensionó la fantasía de hombres y mujeres. Géneros pequeños los tres, cuya popularidad
masiva contribuyó vigorosamente en fabricar en la mentalité de la época cierta transversalidad interpretativa de una
realidad que hizo de receptáculo de un imaginario que empalmó el lugar social objetivo del individuo al imaginado quimérico de la utopía
subjetiva de encumbramiento social.
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(*) Profesora de Teoría de la Historia y del Seminario Interdisciplinario Historia y Ficción en la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Editora y codirectora de la colección universitaria Trama. Cuadernos de Historia y Crítica. Vicedirectora de la Escuela de Enseñanza Media Nº 435. Coautora del diseño Curricular del Profesorado en Ciencias Sociales del Instituto Superior Galileo Galilei. Autora de Historia ¿aprendizaje plural o gritos desilencio? (Laborde. 1999), Historiografía y Memoria colectiva (Miño y Dávila, 2002), coordinó el Dossier “Marc Bloch en el Espejo del Siglo” (Estudios Sociales Nº 14, 1998); junto a Eduardo Hourcade escribió Marc Bloch. Una historia viva (CEAL, 1992) y La muerte en la cultura. Ensayos históricos (UNR, 1993). Con Eduardo Hourcade y Horacio Botalla Luz y contraluz de una historia antropológica (Biblos, 1995) Su último libro fue Historia y ficción realizado en colaboración con María Inés Laboranti (UNR, 2005). Falleció en agosto de 2005.
(**) El presente trabajo fue presentado como ponencia por la Profesora Cristina Godoy en el marco del IVº Congreso nacional de Historia de Entre Ríos, realizado entre 18 y 21 de octubre de 2001, a sugerencia de María Inés Laboranti el Comité Editorial de la revista ha decidido publicarlo en la Sección Textos, a modo de homenaje a su trayectoria tal como indica la coordinadora del Dossier. Va de suyo en este acto también nuestro agradecimiento a sus hijos.
[1] MONTES, Sara; Código Social (Argentino), Cabaut y Cia. Editores, Buenos Aires, 1931. [Cuarta edición].
[2] Hayden White señala: “el tema de la ideología apunta al hecho de que no existe modo de valor neutral de encadenamiento, de explicac ión o inclusive de descripción de cualquier campo de hechos, sean éstos imaginarios o reales… el verdadero uso del lenguaje mismo implica o comprende una postura específica ante el mundo que es ético e ideológico y aun generalmente político: no sólo toda interpretación sino también todo lenguaje está contaminado políticamente”, WHITE, Hyden, Tropics of Discourse. Essays in Cultural Criticism, The John Hopkins University Press, Baltimore, 1985.
[3] Teniendo en cuenta que el Código de Montes de 1931 es la cuarta edición, muy pocos textos de la pedagogía social, escritos por argentinos, presentan ediciones anteriores, en este sentido, se la puede considerar una pionera.
[4] Incluso se remontan al siglo pasado como el caso del venezolano CARREÑO, Manuel Antonio; Manual de Urbanidad y Buenas Maneras (1854), que estudia GONZÁLEZ STEPHAN, Beatriz; “Modernización y disciplinamiento. La Formación del ciudadano: del espacio público al privado”, en: Cuadernos del Ciesal, Nº 2/3, Rosario, 1994. El texto de Carreño tiene otra edición en 1916 y ambas estuvieron a cargo de empresas de París.
[5] LÓPEZ CORTIZAS, G.; Seamos Correctos. Nuevo Manual de Urbanidad, Buenos Aires, 1945.
[6] CHARTIER, Roger; Pluma de ganso, libro de letras, ojo viajero, Universidad Iberoamericana, México, 1997.
[7] Ibídem.
[8] Por razones de las que no nos ocupamos aquí, nombres masculinos pueden ocultar una autoría femenina.
[9] Libro del Hogar. Normas sociales. Conocimientos útiles. Artes culinarias, Publicación periódica. Distribución gratuita (30.000 ejemplares), Director Mateo Rebac, Rosario, 1945.
[10] El Hogar, Mundo Argentino, Eco.
[11] Almanaque Enciclopédico Sol y Tierra, de interés y utilidad para todos, Editorial Merello, Rosario, 1933.
[12] Esta práctica también se observa en ediciones españolas, tal Nuevo Manual de Urbanidad, Cortesía, Decoro y Etiqueta ó El Hombre Fino, Librería de Hijos de D. J. Cuesta, Madrid, 1889.
[13] Hay que contemplar que la industria editorial vive una expansión y diversificación interesante de analizar. ROMERO, Luis Alberto, “Una empresa cultural: los libros baratos”, en GUTIERREZ, Leandro H., ROMERO, Luis Alberto; Sectores populares. Cultura y política, Editorial Sudamericana, Bs. As., 1995.
[14] El concepto de cotidiano ha vivido en los últimos años aplicaciones múltiples y desde filiaciones diversas. En este ensayo adoptamos el enfoque teórico de Agnes Heller que acentúa la historización de la noción, permitiendo entablar mediaciones con lo no cotidiano. En este sentido, Heller define la vida cotidiana: “...conjunto de actividades que caracterizan la reproducción de los hombres particulares, los cuales, a su vez, crean la posibilidad de la reproducción social”. HELLER, Agnes; Sociología de la vida cotidiana, Editorial Península, Barcelona, 1977.
[15] El ‘rosario’ en un sentido ‘textual’, desmitificando la noción de texto como texto escrito. Ver el tratamiento que Roger Chartier hace al respecto en “Texts, Forms and Interpretation” en CHARTIER, Roger; On the Edge of the Cliff, The John Hopkins University Press, Baltimore, 1977, cuando analiza las ideas de MCKENZIE, D.F. en su libro Bibliography and the Society of Texts.
[16] C. DE GANDULFO, Petrona, El Libro de Doña Petrona, Editorial Atlántida S.A., Buenos Aires., 1941. [9ª. Ed].
[17] Sobre la temática de las formas de la lectura -la novela de entrega semanal- que en esta vertiente presenta ciertas semejanzas, consultar, SARLO, Beatriz; El imperio de los sentimientos, CATALOGOS editora, Buenos Aires, 1985.
[18] Norbert Elias distingue la vastedad del término civilización de la especificidad histórica del de cultura. El concepto de “civilización” se presenta como “camino perpetuo”, autoadjudicándose determinadas sociedades la propiedad de lo “civilizado” como producto de su ineluctable desarrollo histórico, incluso esgrimiéndolo políticamente para fines de expansión -Inglaterra y Francia son los paradigmas. En cambio, la noción de “cultura” implica una especificidad histórica y a la vez, su significado incluye la multiciplicidad de formas, “…el término cultura no se refiere de modo inmediato a los hombres, sino exclusivamente a ciertas realizaciones humanas”. ELIAS, Norbert; El proceso de la civilización, FCE, México, 1993. Para una perspectiva a ‘la francesa’, BRAUDEL, Fernand; Las civilizaciones actuales, Ed. Tecnos, Madrid, 1978.
[19] Las reglas (sociales) “…se observan en todo país civilizado”, MONTES, Sara; Código Social (Argentino)…, op. cit.; “…la pobreza no está reñida con la caballerosidad”, LÓPEZ CORTIZAS, G.; Seamos Correctos. Nuevo Manual de Urbanidad…, op. cit.; “…la vida preciosa del caballero no está a merced del primero que ofende su honor…CARLÉS, Manuel; “Prefacio”, en FERRETO, E., Código de honor. Compendio de leyes de honor destinadas a resolver las vertencias cabalerescas, Colegio Militar de la Nación, Sexta ed., Buenos Aires, 1930. …, “...las reglas (sociales) se observan en todo país civilizado...”, BALLARI, Pr. Antonio; Urbanidad Cristiana, Editorial Apis, Rosario, 1952.
[20] LÓPEZ CORTIZAS, G.; Seamos Correctos. Nuevo Manual de Urbanidad…, op. cit.
[21] Elias afirma que de la misma forma que “civilizado”, “cultivado” se refiere en primer término a la forma de comportarse o de presentarse de los seres humanos. ELIAS, Norbert, El proceso de la civilización…, op. cit.
[22] Este término de valor semántico ha sido tomado de TERÁN, Oscar; “Oscar Terán”, en HERRERO, Alejandro y HERRERO, Fabián; Las ideas y sus historiadores. Un fragmento del campo intelectual en los años noventa, UNL Editora, Santa Fe, 1997.
[23] CALZADILLA, Santiago; Las beldades de mi tiempo, Casa Vaccaro, Buenos Aires, 1919. ACHUGAR, Hugo; “Repensando la heterogeneidad latinoamericana (a propósito de lugares, paisajes y territorios), en Revista Iberoamericana, 176-177, Julio-Diciembre, 1996.
[24] Concepto tomado de ARMSTRONG, Hugo; Deseo y ficción doméstica. Una historia política de la novela, Ediciones Cátedra, Universitat de València, Madrid, 1991.
[25] SIMMEL, George; Ensayos filosóficos, Ediciones Península, Barcelona, 1988. [1908].
[26] Nuevo Manual de Urbanidad, Cortesía, Decoro y Etiqueta ó El Hombre Fino…, op. cit.
[27] LÓPEZ CORTIZAS, G.; Seamos Correctos. Nuevo Manual de Urbanidad…, op. cit.
[28] Especie de manual de buenas maneras utilizado en la escuela para enseñanza de estos menesteres.
[29] BLANCO-AMOR; Las buenas maneras. Tratado de urbanidad para mayores, Editorial Losada, Buenos Aires, 1956.
[30] FOUCAULT, Michel; “Diálogo con los historiadores”, en FOUCAULT, Michel; El discurso del poder, Folios Ediciones, Argentina, 1983.
[31] “La representación de la ciudad como espacio de transformaciones violentas y refugio de signos desconocidos, y como ámbito de multitudes pobladas de tipos desviados, construía otra imagen de la urbe porteña”. TERÁN, Oscar; Vida intelectual en el Buenos Aires fin-de-siglo (1880-1910), FCE, Buenos Aires, 2000.
[32] “El tranvía ha venido a ser para los argentinos el federis Arca. En él se vé en la más íntima apostura y condeándose una gran dama con su riquísima toilette, al lado de una fregona con su canasta y chismes, un peón de fábrica al lado de un tenienge general... ¿Quieren ustedes ver nada que sintetice mejor que los tranvías el verdadero trono de la noble igualdad?...”, CALZADILLA, Santiago; Las beldades de mi tiempo…, op. cit., p. 161. Para el caso de la ciudad de Buenos Aires, ver el estudio de GORELIK, Adrián; La grilla y el parque. Espacio público y cultura urbana en Buenos Aires, 1887-1936, Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 1998.
[33] “Pero no se tardó mucho en advertir que empezaba a cambiar el comportamiento de la gente en las calles, en los vehículos públicos, en las tiendas. Antes se podía ceder cortésmente el paso. Ahora era necesario empujar y defender el puesto, con el consiguiente abandono de las formas que antes caracterizaban la “urbanidad”, esto es, el conjunto de reglas convencionales propio de la gente educada que habitaba tradicionalmente la ciudad. De pronto se descubrió que para entrar en un cine había que hacer cola”. ROMERO, José Luis, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Siglo XXI editores, Buenos Aires, 1986. También, WILLIAMS, Raymond; “The New Metropolis” en WILLIAMS, Raymond; The Country and the City, Oxford University Press, New York, 1973. THOMPSON, F.M.L., “Homes and Houses”, en THOMPOSON, Francis M. L.; The Rise of Respectable Society. A Social History of Victorian Britain 1830-1900, Harvard University Press, Cambridge, 1988.
[34] “Si se observa de cerca uno advierte que las actividades del que viaja en metro son numerosas y variadas. La lectura ocupa allí un gran lugar… mayormente en la forma de historietas o comics o de novelas sentimentales… Así, las aventuras, el erotismo o el agua de rosas se derraman en los corazones solitarios de los individuos que se concentran con constancia patética en ignorar todo cuanto los rodea sin dejar pasar la estación donde deben apearse”, AUGÉ, Marc; Un etnólogo en el metro, Gedisa, Buenos Aires, 1987. GORELIK, Adrián; La grilla y el parque…, op. cit.
[35] SARLO, Beatriz; Una modernidad periférica. Buenos Aires 1920 y 1930, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1988. También, SARLO, Beatriz; El imperio de los sentimientos …, op. cit.
[36] BALLARI, Pr. Antonio; Urbanidad Cristiana…, op. cit.
[37] SARLO, Beatriz; La máquina cultural. Maestras, traductores y vanguardistas, Ariel, Buenos Aires, 1998.
[38] “La cultura de Buenos Aires estaba tensionada por ‘lo nuevo’, aunque también se lamentara el curso irreparable de los cambios”, en SARLO, Beatriz; Una modernidad periférica..., op. cit.
[39] Por caso, el uso del “rouge”, BALLARI, Pr. Antonio; Urbanidad Cristiana…, op. cit.
[40] “La acumulación de personas y de vehículos en las calles de las modernas urbes, plantea problemas de convivencia que no podían prever los viejos tratadistas, ni mucho menos las gentes urbanas anteriores a los tratados”, BLANCO-AMOR; Las buenas maneras…, op. cit.
[41] “Hacia 1930 existen más de 1000 salas de cine en el país. Pocos años después se abren 600 con técnica de sonido. SARLO, Beatriz; Una modernidad periférica..., op. cit.. También “La radio, el cine, la televisión: comunicación a distancia”, en SARLO, Beatriz; La imaginación mecánica. Sueños modernos de la cultura argentina, Nueva Visión, Bs. As., 1992. Para el análisis de la ortopedia de la ciudad ver ELIAS, Norbert; El proceso de la civilización…, op. cit.
[42] BLANCO-AMOR, Las buenas maneras. Tratado de urbanidad para mayores, Editorial Losada, Bs. As., 1956.
[43] GAY, La experiencia burguesa, I y II, FCE, México, 1992. HIMMELFARB, Gertrude; The De-Moralization of Society. From Victorian Virtues to Modern Values, Vintage, New York, 1998.
[44] BALLARI, Pr. Antonio; Urbanidad Cristiana…, op. cit.
[45] FOUCAULT, Michel; El discurso del poder…, op. cit. Aspectos sobre la circulación del poder también se encuentran en FOUCAULT, Michel, Vigilar y Castigar. Siglo XXI, Buenos Aires, 1976.
[46] ELIAS, Norbert; El proceso de la civilización, FCE, México, 1993; GAY, Peter; La experiencia burguesa Vol I y II, FCE, México, 1992., en el marco de fuerte tendencia psicoanalítica de los comportamientos; tres años más tarde, se editó ARMSTRONG, Nancy; Deseo y ficción doméstica. Una historia política de la novela, Ediciones Cátedra, Universitat de València, Madrid, 1991., a partir de una teoría político-literaria del género; BURKE, Peter; Los avatares de El Cortesano, Gedisa, Barcelona, 1995., en los parámetros de una historia cultural, y en 1997, BENSO CALVO, Carmen; Controlar y Distinguir. La enseñanza de la urbanidad en las escuelas del siglo XIX, Servicio de Publicacións da Universidade de Vigo, Vigo, 1997., en terrenos de una historia de la educación. Asimismo, Michel Foucault configura una genealogía arqueológica del control del cuerpo en la “época clásica”, FOUCAULT, Michel; La verdad y las formas jurídicas, Gedisa, Barcelona, 1980. Naomi Tadmor se ocupa de la popularidad de la novelística y de los tratados de conducta en el siglo XVIII, TADMOR, Naomi; “The concept of the hosehold-family”, in: Past & Present, May 1996. Para los Siglos XVI-XVIII: REVEL, Jacques; “Los usos de la civilidad”, en ARIÈS, Ph. y DUBY, G.; Historia de la vida privada. El proceso de cambio en la sociedad del siglo XVI a la sociedad del siglo XVIII, 5, Taurus, Madrid, 1990. Para el Siglo XVIII: CHARTIER, Roger; “Los manuales de civilidad. Distinción y divulgación”, en CHARTIER, Roger; Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna, Alianza Editorial, Madrid, 1993.
[47] “Amalia de José Mármol, las novelas de Juana Manso de Noronha, los cuentos de Juana Manuela Gorriti, insisten rotundamente en la imagen de la mujer como “ángel del hogar”, cuyo papel tradicional apoyaba los ideales de la patria y los valores nacionales”, MASIELLO, Francine, “Estado, género y sexualidad en la cultura del fin de siglo”, en LUDMER, Josefina (comp.); La cultura de fin de siglo en América Latina, Beatriz Viterbo Editora, Rosario, 1997.
[48] ARMSTRONG, Nancy; Deseo y ficción doméstica. Una historia política de la novela…, op. cit.
[49] GAY, Peter; La experiencia burguesa Vol I y II, FCE, México, 1992.
[50] HIMMELFARB, Gertrude; The De-Moralization of Society…, op. cit. Puntualmente en la Argentina; “... la mujer no entra en la categoría de ciudadana. Dicho de otra manera, la política moderna no admite un registro léxico para aquellos sujetos pertenecientes a la esfera privada. Quedan en lo amorfo, sin vocabulario jurídico propio”. MASIELLO, Francine; “Estado, género y sexualidad en la cultura del fin de siglo…”, op. cit.
[51] Agradecemos a Paula Caldo y Ticiana Celi, becarias del proyecto de investigación en curso, el aporte de la elaboración de este esquema comparativo a partir de las “observaciones” y “consejos” de CONDESA de A*; La mujer en la familia. La hija – la esposa – la madre, Montaner y Simón Editores, Barcelona, 1907.
[52] ARMSTRONG, Nancy; Deseo y ficción doméstica. Una historia política de la novela…, op. cit.
[53] TERÁN, Oscar, “Oscar Terán”, op. cit.
[54] Las nociones de “capital social” y “capital simbólico” están trabajadas en: BOURDIEU, Pierre; La dominación masculina, Anagrama, Barcelona, 2000.
[55] “Iglesia y burguesía estuvieron de acuerdo en imponer a todos, incluyendo a sus propios integrantes, el disciplinamiento de las pulsiones, en otras palabras, en crear un tipo determinado de cultura y ese tipo concluyó enlazado de alguna manera con el modo de producción y el sector social dominante, por lo cual la impronta burguesa fue más definitoria que la eclesial”. BARRÁN, Pedro, Historia de la sensibilidad en el Uruguay. Tomo 2. El disciplinamiento (1860-1920), Ediciones de la Banda Oriental, Montevideo, 1990.
[56] Tanto fue así, que en opinión de Himmelfarb, la respetabilidad devino en una empresa familiar cuya meta era llegar a la comprensión de que “la reputación colectiva era prioritaria a la preferencia personal”, reputación lograda ya sea por el prestigio alcanzado en el mundo de la profesión liberal, de los negocios y/o de la política.
[57] “El ser útil es el fin de toda vida humana, pero especialmente de vuestra vida, ¡oh jóvenes!, que estáis destinadas á ser un sostén, un apoyo, una fuerza para el hombre... El Dante, en su Infierno, representa á Beatriz cogiéndole de la mano y conduciéndolo, á través del Purgatorio, hasta el recinto del Paraíso. El mundo moderno es un Purgatorio. Vosotras habréis de coger de la mano á los compañeros de vuestra vida, para conducirlos, á través de las sombras y de los sufrimientos, al Paraíso celeste... Debéis ser útiles á las almas, á las inteligencias, á los corazones y á la vida material...”, CONDESA de A*, La mujer en la familia…, op. cit.
[58] Ver para este tema, BENSO CALVO, Carmen; Controlar y Distinguir. La enseñanza de la urbanidad en las escuelas del siglo XIX, Servicio de Publicacións da Universidade de Vigo, Vigo, 1997.
[59] “El tremendo problema de la guerra que ha modificado al mundo... ha sido acaso benéfico para la mujer...quiere con todas sus hermanas del mundo, una reconsideración, una revisión de aquellos valores fundamentales de los sexos; pide todos los derechos y está dispuesta a acatar todos los deberes correlativos...al del planeta y seguirlo siendo cada vez más y cada vez mejor?” ¿Qué más puede pretender, por tanto, la mujer, que seguir siendo lo que ha sido: la verdadera fuerza centrípeta espiritual del planeta y seguirlo siendo cada vez más y cada vez mejor?, NERVO, Amado; La Mujer Moderna y su papel en la evolución actual del mundo, Editorial Tor, Buenos Aires, 1919.
[60] BARRANCOS, Dora; “Moral sexual, sexualidad y mujeres trabajadoras. Imágenes y Lenguajes”, en DEVOTO, F. y MADERO, M. (dir.); Historia de la vida privada en la Argentina, 3, Taurus, Buenos Aires, 1999.
[61] BOURDIEU, Pierre; Meditaciones pascalianas, Anagrama, Barcelona, 1999.
[62] “686. La esposa es el jefe de la casa internamente, y su autoridad se ejerce hasta los umbrales de la puerta de calle; de allí en adelante el jefe es el esposo. 687. La esposa es la encargada de velar por la educación de los hijos, siendo la más directamente responsable de la conducta de ellos ante la sociedad. 688. El prestigio de la dama casada es tanto mayor cuanto más correctos y discretos sean sus actos”, MONTES, Sara; Código Social (Argentino)…, op. cit.
[63] En términos barranianos.
[64] ELIAS, Norbert; “¿L’Espace privé, Privatraum o Espacio Privado?” en ELIAS, Norbert; La civilización de los padres y otros ensayos, Grupo editorial norma, Bogotá, 1998.
[65] GAY, Peter, La experiencia burguesa…, op. cit. También: “Era un petit hotel. Tenía entrada para auto, con una puerta a un costado que daba a un vestíbulo. En el vestíbulo había una escalera de madera, alfrombrada, que llevaba a la planta alta. A la izquierda de la escalera estaba la puerta de la sala, una habitación amplia, cuadrada, con gran ventana a la calle, muebles franceses y una vitrina con porcelana y cristales. Alfombra como en todas las habitaciones de la casa, y dos o tres jarrones con flores y frescas. Sillones mullidos, con ceniceros sobre una cinta de gamuza en el apoyabrazos. A la derecha de la escalera del vestíbulo estaba la puerta del comedor, que era luminoso porque se abría a un gran jardín con césped, flores y dos árboles grandes....”, STEIMBERG, Alicia, “La salita de música”. Colección Los Grandes Cuentos, La Opinión, Buenos Aires, 1978-1979.
[66] DE CERTEAU, Michel and GIARD, Luce “Private Spaces”, en DE CERTEAU, Michel, GIARD, Luce, MAYOL, Luce; The Practice of Everyday Life, Volume 2: Living & Cooking, University of Minnesota Press, Minneapolis, 1998.
[67] “¿Sabes por qué me he venido? Por huir de mi casa donde no podía dar un paso sin romperme la crisma contra algún objeto de arte. La sala parecía un bazar, la antesala ídem, el escritorio ¡no se diga!, el dormitorio o los veinte dormitorios, la despensa, los pasadizos y hasta la cocina estaban repletos de cuanto Dios creó”, WILDE, Eduardo, “Vida Moderna”, Prometeo y Cía, [1899] en Colección Los Grandes Cuentos, La Opinión, Buenos Aires 1978-1979. Consultar respecto de los cambios: LIERNUR, Jorge Francisco “Casas y jardines. La construcción del dispositivo doméstico moderno (1870-1930)”, en DEVOTO, F. y MADERO, M. (dir.); Historia de la vida privada en la Argentina…, op. cit.
[68] “Indiscreet, the home openly confesses the income level and social ambitions of its occupants”, [Indiscreto, el hogar confiesa abiertamente el nivel de ingresos y las ambiciones sociales de sus ocupantes], DE CERTEAU, Michel, GIARD, Luce, MAYOL, Luce, The Practice of Everyday Life…, op. cit.
[69] “…Leer en el balcón es considerada una grosería porque demuestra indiferencia respecto a lo que sucede en el afuera”, ARCADE, Nuevas Normas Sociales, Editorial Sopena Argentina, S.R.L., Buenos Aires, 1945. [1938].
[70] GAY, Peter; La experiencia burguesa…, op. cit.
[71] “Una galantería aceptada, puede dar origen a una audacia indiscreta, y para evitar lo segundo, lo esencial es no dar ocasión para lo primero... Piratas de frac y guante blanco, de americana y sobrero hongo, lo mismo que de blusa y gorra, existen en las diversas gradas sociales y para librarse de ellos no hay más que saber evitar la primera frase...”, MARQUESA DE L’ISLE, La vida social, Buenos Aires, s/f.
[72] La correlación entre autodisciplina, automejoramiento y respeto corresponde a HIMMELFARB, Gertrude; The De-Moralization of Society…, op. cit.
[73] “La mujer dentro de la familia, en el hogar doméstico... resume en sí, las funciones del ministro de hacienda, para la oportuna distribución de las rentas; las del jefe de policía para vigilar los actos de cada uno de las individuos de la servidumbre y, finalmente, las de general del ejército en campaña, para velar por la disciplina que debe observar el personal de servicio...”, MARQUESA DE L’ISLE, La vida…, op. cit..
[74] El tema de la ‘hipocresía’ es tratado por GAY, Peter; La experiencia burguesa…, op. cit. y HIMMELFARB, Gertrude, The De-Moralization of Society…, op. cit. Es de interés el proceso de desarrollo de esta actitud personal para con los demás, o sea, eminentemente social: HELLER, Ágnes; El hombre del Renacimiento, Ediciones Península, Barcelona, 1980.
[75] ARMSTRONG, Nancy; Deseo y ficción doméstica. Una historia política de la novela…, op. cit.
[76] HIMMELFARB, Gertrude; The De-Moralization of Society…, op. cit.
[77] BARRANCOS, Dora; “Moral sexual, sexualidad y mujeres trabajadoras...”, op. cit. Ver: ROBERTS, Elizabeth, A Woman´s Place. An Oral History of Working.Class Women 1890-1940, Blackwell, Oxford 1995. [1984].
[78] Elias destaca que el “equilibrio de poder entre los sexos” presenta variaciones culturales que lo hacen más equilibrado y muy poco equilibrado, ELIAS, Norbert; La civilización..., op. cit.
[79] “El esposo debe ser amigo para su esposa... El esposo deber ser compañero para su esposa... El esposo debe ser protector para su esposa... El esposo debe ser maestro para su esposa... Mientras que: La esposa debe ser consejera para su marido... La esposa debe ser auxiliar para su marido... La esposa debe ser un paño de lágrimas para su marido”, CONDESA de A*; La mujer en la familia…, op. cit.
[80] Ibidem.
[81] GAY, Peter; La experiencia burguesa…, op. cit.
[82] Ibidem.
[83] Denominación preferida de los franceses: “...Segunda cadena semántica: la que incerta civil y civilmente, en una serie de adjetivos que designan las virtudes mundanas... Enunciada siempre en la forma del deber ser, la civilidad trata de transformar en esquemas incorporados, reguladores automáticos y no dichos de las conductas, las disciplinas y censuras que ella enumera y unifica en una misma categoría”, CHARTIER, Roger, Libros, lecturas y lectores en la Edad Moderna…, op. cit. pp. 247 y 249. “La civilidad (o la honneteté, como se dice cada vez con más frecuencia) es la expresión de una virtud individual y de una voluntad social; no puede enseñarse ni tampoco aprenderse más que en los círculos cerrados en que la practican quienes ya llevan su marca... La civilidad vacila entre dos definiciones: un modelo que vale para todos y un sistema de connivencias que distingue a la minoría”. REVEL, Jacques: “Los usos de la civilidad...”, op .cit., pp.194-200.
[84] CRAVIOTO, Mayor Adrián; Urbanidad y Cortesía Militares, Ed. Cultura, México, 1937. FERRETO, Escipión A; Código de Honor..., op. cit. FERRETO, Escipión A., Las vertencias caballerescas ante el código de honor, Círculo Militar y Círculo Naval, Talleres Gráficos Gadola, Bs. As., 1934. [En 1935 el Colegio Militar de la Nación publicó la séptima edición del Código de Honor].
[85] Por caso, Rvdo. P. Tomás Péndola (de las escuelas pías), PÉNDOLA, Tomás; Guía de la juventud en sus relaciones religiosas y sociales, Saturnino Calleja Fernández, Madrid, 1886. [Traducción del italiano]. TÓTH, Tihamer; Castidad y juventud, Federación de la Juventud Católica Argentina, Buenos Aires, 1936. TÓTH, Tihamer; ¡Sé sobrio!, Ed. Poblet, Bs. As., 1945., BALLARI, Pr. Antonio; Urbanidad Cristiana…, op. cit.
[86] En este sentido, en el sistema escolar las normas impartidas en la educación salesiana sobre todo basadas en los ‘reglamentos’ de Don Bosco en DON BOSCO; Obras fundamentales, Juan Canals Pujol y Antonio Martínez Azcona (Dir.), La Editorial Católica, Madrid, 1979. También el texto de PRATS DE SARRATEA, Teresa; Educación doméstica de las jóvenes, Imprenta A. Eyzaguirre, Santiago de Chile, 1909, era utilizado en la escuela. Asimismo, se destacó el clásico venezolano: CARREÑO, Manuel Antonio; Compendio del Manual de Urbanidad y Buenas Maneras. Arreglado por el autor para el uso de las escuelas de ambos sexos y adoptado en las escuelas públicas de Buenos Aires, Garnier Hermanos, París, sin fecha. [El texto original es de mediados del siglo XIX]. Agradecemos a Ana Virginia Persello habernos facilitado este texto perteneciente a la biblioteca familiar en Armstrong (Santa Fe).
[87] El manual cristiano tiene una doble entrada ya que en razón del caudal inmigratorio, muchos anglosajones trajeron consigo los protestante-puritanos. TRINE, Rodolfo Waldo; El credo del caminante (Reglas de conducta en la vida diaria), Librería Parera, Barcelona, 1919. [Traducción directa del inglés]. FOESTER, Friedrich W.; Introducción ética de la juventud, Editorial Labor, Buenos Aires, 1935 [Traducción de la quinta edición alemana]. Pero el lado católico atendía esta influencia cargando las tintas sobre “el individualismo protestante y el utilitarismo calvinista difundidos ampliamente en un mundo cda vez más anegado en la materia, en el egoísmo, han sido gran parte para que se perdieran, hasta en pueblos de neta raigambre católica, aquellas buenas maneras, que la Iglesia halló en la tradición hebraica y en la clásica grecolatina...”, BALLARI, Pr. Antonio; Urbanidad Cristiana…, op. cit.
[88] Blanco-Amor recomienda que todos deben educarse por alguna razón: los viajantes, los sacerdotes, los niños, el campesino, el habitante de la ciudad… Respecto a la escuela primaria, “Seamos aseados. El lavado de la cabeza” y “La limpieza de los vestidos” citados por Beatriz Sarlo de José J. Berrutti, Alborada (libro de segundo grado), Ángel de Estrada, Bs. As., (onceava edición), en SARLO, Beatriz; La máquina…, op. cit.
[89] Conceptos darntonianos. DARNTON, Robert; The Great Cat Massacre and Other Episodes of French Cultural History, Allen Lane, London, 1984.
[90] PARADA, Rafael, “Identidad y memoria, simetrías del olvido”, en RICHARD, Nelly (Ed.), Políticas y Estéticas de la Memoria, Editorial Cuarto Propio, Santiago de Chile, 2000.
[91] FOUCAULT, Michel, La arqueología del saber, Siglo XXI, México, 1970.
[92] HIMMELFARB, Gertrude, The De-Moralization of Society…, op. cit.
[93] ARMSTRONG, Nancy, Deseo y ficción doméstica. Una historia política de la novela…, op. cit.
[94] MASIELLO, Francine, “Estado, género y sexualidad en la cultura del fin de siglo”…, op. cit.
[95] SARLO, Beatriz; El imperio..., op. cit.