Paternalismo empresarial y
condiciones de vida en los ingenios azucareros tucumanos. Fines del siglo XIX y
principios del XX
Alejandra Landaburu(*)
(UNTucumán. alelandaburu@hotmail.com)
En
este artículo nos proponemos establecer cuáles eran los beneficios sociales
otorgados por los propietarios de ingenios en sus fábricas y qué relación
tenían estos beneficios con las concepciones que tenían los industriales en
torno a la “cuestión social” en un período que se extiende desde fines del
siglo XIX hasta 1920 aproximadamente.
Patricia
Juárez-Dappe y Daniel Campi han analizado los problemas que tuvo la actividad
azucarera para cubrir su necesidad de mano de obra disciplinada y mostrado cómo
la participación de los poderes públicos resultó central, a través del diseño
de un marco legal que respaldaba las estrategias desplegadas por las fábricas y
por los cañeros para asegurar este objetivo[1]. A la par de esta
legislación coercitiva, reflejada en el Edicto de 1877 y en las Leyes de
Conchabo de 1888, los industriales tucumanos otorgaban también una serie de
beneficios como vivienda, seguros, asistencia médica primaria y educación. Es
decir, que desde temprano las prácticas coactivas se combinaron con
asistencialismo, y resulta de interés ofrecer alguna clave explicativa del
sentido de estas acciones. Algunas interpretaciones han señalado la fuerte
impronta que el catolicismo social tenía sobre algunos empresarios, otras
investigaciones han insistido en que los industriales eran tributarios de una
visión paternalista de los vínculos laborales, mirada que impregnó sus
relaciones con los trabajadores y, por fin, otros estudios han destacado que
por las características mismas del emprendimiento azucarero, la conformación de
los pueblos azucareros alrededor del ingenio daba una mayor visibilidad a las
condiciones de vida de los trabajadores, lo que motivó a los fabricantes a
tratar de mejorarlas.[2]
No obstante estas importantes contribuciones, resulta evidente la carencia de
una reconstrucción precisa de los beneficios que los ingenios otorgaban. La
dispersión o ausencia de datos ha sido un obstáculo para trazar un panorama
claro de la acción social desplegada por los industriales en el área de
influencia del ingenio. A pesar de estas dificultades, a través de un cuidadoso
relevamiento de fuentes se ha podido determinar, aunque de modo parcial, los
beneficios sociales brindados por algunas firmas azucareras. Esta información
nos ha permitido advertir las diferencias existentes entre los ingenios, lo que
se traducía en marcadas desigualdades en los beneficios que recibían los
trabajadores. En tal sentido, es necesario destacar que aunque la acción social
de los industriales haya respondido a diferentes móviles, sin duda el otorgamiento
de los beneficios sociales estuvo marcado por la necesidad de controlar la mano
de obra.
En
consecuencia, era la pertenencia a la fábrica en calidad de trabajador lo que
aseguraba la vivienda, la ración y la atención médica, y por lo tanto la
pérdida del puesto laboral no sólo implicaba la pérdida del salario sino
también del lugar de residencia y el acceso a los beneficios. Además, la
configuración de los pueblos azucareros permitió reforzar el sentido de
pertenencia de los trabajadores a una comunidad que se estructuraba en torno a
la fábrica. Así, el conservadurismo social de los industriales combinó la
coacción de la legislación con beneficios sociales, con el fin último de
asegurar el disciplinamiento de la mano de obra. Precisamente por ello examinar
la conformación del mercado de trabajo azucarero y la acción social desplegada
por los industriales en el marco de los pueblos azucareros, resulta central
para delinear con mayor precisión las concepciones de los propietarios de
ingenio respecto de las relaciones laborales y de la cuestión social.
La
conformación del mercado de trabajo
y
los beneficios sociales
La
expansión de la agroindustria en Tucumán redefinió las relaciones económicas,
sociales, políticas y espaciales de la provincia. En 1895 Tucumán era la
tercera provincia del país por la concentración de capitales y la innovación
tecnológica. Los cultivos de caña de azúcar (53.086 has.) representaban en la
misma fecha el 55% del total de tierras cultivadas, coexistiendo la pequeña y
mediana propiedad.[3] La actividad, intensiva en
el uso de mano de obra, especialmente en las tareas agrícolas, mostraba una
gran concentración de trabajadores por ingenio. La demanda, que aumentaba en el
período de zafra, era cubierta con miles de trabajadores “temporarios”, cuyas
condiciones de trabajo y habitacionales eran totalmente diferentes de las de
los trabajadores “permanentes”. Hacia 1895 se contaban en Tucumán unos 22.000
trabajadores vinculados a la industria azucarera en sus 35 ingenios. Cerca de
6000 eran obreros y empleados estables. A ellos se agregaban en época de zafra
16.000 trabajadores temporarios[4]. Industriales y cañeros
enfrentaban por igual serios problemas en la provisión de mano de obra para
atender las tareas de cultivo y cosecha, ya que la población rural nativa
resultaba insuficiente para el desarrollo de la actividad, por lo que a partir
de 1880-1895 la provincia se transformó en receptor de una fuerte migración
intrarregional, proveniente principalmente de Catamarca, La Rioja y Santiago del
Estero. Los propietarios apelaron a diversos mecanismos para disponer año a año
de un gran contingente de trabajadores para el desmonte, la elaboración de la
materia prima en los ingenios y la construcción de ferrocarriles, caminos y
canales de riego. El “despegue azucarero” requirió de una gran cantidad de
mano de obra que no pudo ser satisfecha simplemente con el crecimiento
demográfico ni con las migraciones internas, ya que se requería no solo la
provisión de grandes contingentes de trabajadores sino también el paralelo
disciplinamiento de la masa laboral, ante su falta de hábitos para el trabajo
regular e intensivo que exigía la nueva realidad productiva, caracterizada por
la moderna tecnología aplicada en los ingenios.[5]
Las autoridades locales
jugaron un rol fundamental en la sanción de una legislación coactiva que
permitiera la configuración de un mercado de trabajo. El Código de Policía de
1877 y las Leyes de Conchabo de 1888, reflejaban no sólo las dificultades
experimentadas en la consolidación de una fuerza de trabajo más estable, sino
que también revelan las concepciones que los legisladores tenían sobre el
desempleado, percibido como una amenaza al orden público. En consecuencia, se
otorgó a la policía una amplia jurisdicción de aplicación, registro y
distribución de las papeletas de Conchabo, que era el instrumento
administrativo a través del que se certificaba el empleo. Además de la vigencia
de este corpus normativo coactivo, los empresarios azucareros llevaron adelante
una serie de prácticas a los efectos de asegurarse un contingente permanente de
trabajadores, como el “adelanto” de salario que quedaba registrado en un
contrato escrito y firmado ante la presencia de un juez o de un oficial de
policía y en el que se consignaba el monto del adelanto, la duración del
trabajo y el salario del trabajador, aunque evitaba estipular las condiciones
de trabajo, las tareas a realizar, la duración de la jornada laboral, los
mecanismos de pago y los beneficios adicionales como ser las raciones y la
vivienda. Asimismo, para incrementar el control de los trabajadores los
industriales recurrieron a la vigilancia y a la seguridad privada como
mecanismos que complementaban la legislación provincial, aunque también se
instrumentaron otros incentivos como la entrega de viviendas, el acceso a la
educación y a la salud que aseguraba la vida en la comunidad del ingenio.[6]
La ley fue derogada en 1896 durante el gobierno de Lucas Córdoba, cuando el
sistema se tornó oneroso para los propietarios por la fuga de peones endeudados,
derogación que contó con el apoyo de los industriales luego de numerosas
discusiones sobre su conveniencia.
Los
beneficios sociales que otorgaban los empresarios en sus ingenios no eran
uniformes, variaban de fábrica a fábrica. ¿Por qué se otorgaban estos
beneficios? Las respuestas este interrogante son varias. Algunas
interpretaciones encontraron las causas en el paternalismo ejercido por el
empresariado, en tanto el patrón se interesaba por el obrero más allá de lo que
le debía estrictamente, es decir que podía comprender que resultaba equitativo
y podía servirle a su propio interés brindar servicios no impuestos por una
estricta lógica del mercado. La recuperación de la salud, el mejoramiento de la
vivienda, el socorro, la pensión por invalidez, el ocio sano, el apoyo a las
viudas, etc. podían atenderse con una lógica que no era la de la ganancia y sin
entrar en contradicción con ella. El patrón se convertía en un organizador de
la seguridad del obrero, por si mismo incapaz de esa tarea.[7]
Estas acciones contribuían, a su vez, a solucionar el grave problema de la
inestabilidad del obrero y les permitían también ejercer una tutela sobre los trabajadores para inculcarles sus valores
morales. En el caso de los trabajadores, éstos aceptaban la tutela y la
disciplina que traía aparejada, ante la seguridad que les brindaba trabajar en
la empresa, ya que si el trabajador la abandonaba perdía todas esas “ventajas
sociales”. Otros análisis hacen referencia a la influencia del catolicismo
social que promovía la imagen del “buen patrón”; se trataba de un paternalismo
teñido de valores religiosos que, como contrapartida, debía
corresponderse con la fidelidad y el afecto de los trabajadores.[8] Algunos incluyen el otorgamiento de estos
beneficios sociales en un entramado mayor “la fábrica con villa obrera”, donde
se concentra en un único espacio la esfera de la producción y la reproducción
de los trabajadores; se dan en él relaciones sumamente personalizadas entre los
individuos en sus roles de vecinos, familiares, compañeros. La fábrica con
villa obrera también puede inscribirse bajo la categoría de “paternalismo
industrial” en el cual el patrón asume el rol de “jefe padre” y la empresa
representa una “gran familia”. En el sistema de fábrica con villa obrera, la
industria se ubica en una zona alejada de los centros urbanos, con muy poca
población y ausencia de un mercado de trabajo previo, por lo tanto el
establecimiento fabril origina ese mercado y se convierte en polo de atracción
de mano de obra que luego se debía fijar por medio de la construcción de
viviendas. La lejanía de la ciudad obligaba a la empresa a ofrecer a los
trabajadores una mínima estructura, como casas de comercio, sala de primeros
auxilios que luego se hacía extensiva a un equipamiento cultural y deportivo.[9]
Asimismo,
los empresarios defendían el paternalismo que suponía su compromiso con los trabajadores, que
no eran abandonados a su propia suerte. Este compromiso se reflejó en la Revista Azucarera (publicación mensual
del Centro Azucarero Argentino).[10]
“[…] Los
ingenios de Tucumán son los únicos establecimientos industriales del país, en
que persiste aún algo del régimen patriarcal, de las relaciones personales e
íntimas que existían entre los patrones y obreros en otros tiempos […] Esto
explica que los dueños de muchos ingenios se ocupen personalmente del bienestar
de sus obreros. Vemos así que en numerosos ingenios existen hospitales,
escuelas y otras instituciones de beneficencia creadas y sostenidas
exclusivamente por lo patrones.[11]
Para
la corporación azucarera las vinculaciones laborales pertenecían al ámbito de
lo privado, lo que suponía que en gran medida no existía uniformidad en el tipo
de relaciones que se entablaban, ya que las condiciones de trabajo no eran
establecidas y reguladas por las agencias estatales, sino que eran definidas
por los criterios personales y particulares de los empleadores. Asimismo, esta
concepción consideraba que los patrones tenían una obligación con sus empleados
que excedía el ámbito exclusivamente laboral. En este sentido, los propietarios
de ingenio debían preocuparse por la suerte de sus trabajadores, no solamente
en lo que concernía a las condiciones de trabajo, sino también debían asegurar
condiciones de vida “aceptables” para aquellas personas involucradas en su
empresa.
Sin
embargo, la idea de que los industriales eran grandes proveedores de servicios
sociales fue en gran medida un discurso construido a partir de la llegada del
radicalismo al poder, ya que cuando el Estado intentó tener un rol más activo
en la regulación de las relaciones laborales, uno de los argumentos centrales
de los propietarios de ingenio giró en torno a las mejoras que habían brindado
en sus fábricas. Precisamente, porque la retórica en torno a las mejoras en los
ingenios asumió esta impronta defensiva, es que es preciso reconstruir en la
medida de lo posible cuáles fueron esas mejoras, y brindar alguna explicación
al respecto.
Cuadro N° 1. Servicios y beneficios
otorgados por los ingenios
|
Esperanza |
Santa Ana |
San Pablo |
Santa Lucía |
Mercedes |
Concepción |
Bella Vista |
Cat |
San Juan |
vivienda |
si |
si |
si |
si |
si |
si |
|
si |
Si |
pensión |
si |
no |
|
no |
si |
|
si |
no |
|
escuela |
si |
si |
si |
si |
si |
si |
si |
no |
si |
jornada laboral |
12 hs |
|
|
|
|
12hs |
12hs |
8 hs |
|
medico |
si |
si |
si |
no |
si |
si |
si |
no |
si |
deportes |
si |
si |
si |
si |
si |
|
|
no |
|
act. recreativas |
no |
si |
si |
no |
si |
si |
si |
no |
|
ración |
si |
|
|
|
|
Si |
opc. |
si |
|
proveeduría |
no |
si |
|
|
|
no |
si |
si |
|
descanso dominical |
si |
|
si |
|
|
si |
|
no |
|
seguro (acc. de trabajo) |
no |
si |
no |
|
|
si |
no |
|
si |
jubilación |
|
|
|
|
|
|
si |
|
|
Fuente:
Elaboración propia a partir de los datos consignados en la tesis.
Como se desprende del cuadro, en
los ingenios tucumanos las viviendas se otorgaban a los obreros permanentes, es
decir a los de fábrica, y tenían distintas características. Mientras las del
ingenio San Pablo, que comenzaron a construirse a partir de 1890, eran de
material, de dos ambientes y contaban con baño, las del ingenio Santa Ana
fueron en un principio chozas y solo más tarde se construyeron de material.
Para George Clemenceau, que en 1910 en su viaje por América del Sur llegó a la
provincia, las viviendas para obreros eran “indescriptibles”
y las casas de los peones “eran chozas
ruinosas donde prospera la abundante progenitura de algunos cortadores de
caña”.[12]
Según Juan
Bialet Massé, en el ingenio Esperanza había
192 ranchos de dos tipos: el viejo que constaba de una pieza sin galería, con
techo de una sola agua y el nuevo, donde las viviendas se acoplaban de a dos,
con galería cocina y resguardo.[13] En el ingenio Santa Lucía el grupo de viviendas estaba
constituido por una casa para empleados, de doce piezas; siete ranchos de dos
piezas, de ladrillo y barro con techo de paja para peones; ocho ranchos de una
pieza de iguales características y una casa para obreros de ladrillo y barro,
techo de paja y de tres piezas.[14] Las viviendas del ingenio
Mercedes eran de dos tipos, las antiguas, sin galería y de baja calidad, y las
nuevas, que se diferenciaban de otro tipo de viviendas de ingenio porque
estaban construidas a medio metro sobre el nivel del suelo, con vereda y
galería de ladrillo. Una nota distintiva la constituía la construcción de un
hotel para obreros solteros con pensión alimenticia.[15] Ubicadas a ambos lados de
un amplio boulevard, acopladas de a dos, con una amplia arboleda para sombra,
se encontraban las casas para obreros del ingenio Concepción. Los servicios se
completaron con la instalación de baños de agua fría y caliente en 1922. Se
diferenciaban las casas de los empleados y capataces por su mayor dimensión y
por tener incorporada una galería. El ingenio Bella Vista se distinguía por la pulcritud e higiene de las viviendas para los
obreros, debido en parte a la instalación de surtidores de agua corriente para
el consumo de los obreros, piletas de lavar, resumideros y luz eléctrica en las
instalaciones.[16] La Compañía Azucarera
Tucumana (CAT) fundada en 1895 aglutinó cinco ingenios, Nueva Baviera,
Trinidad, La Florida, Lastenia y San Andrés, debido a ello los datos que hemos
obtenido se refieren por lo general al conjunto. Las viviendas que otorgaba la
CAT a sus obreros eran cómodas, higiénicas, construidas con material y formando
barrios muy poblados.[17] Conjuntamente con las
viviendas para obreros permanentes y transitorios, algunos empresarios
azucareros establecieron en sus fábricas residencias particulares, referentes
simbólicos imposibles de soslayar: los “chalets”, de grandes dimensiones y gran
valor arquitectónico, algunos lujosos, rodeados de importantes parques
cuidadosamente diseñados. Construidos entre fines del siglo XIX y las primeras
décadas del siglo XX, estaban emplazados en áreas suburbanas o rurales,
reflejaban el prestigio del propietario, destacándose los de los ingenios
Mercedes, San Pablo, Bella Vista, La Florida, Trinidad, Concepción, Amalia y
Santa Ana[18]. Este último era
reconocido como el palacio más suntuoso de América del Sur por los
contemporáneos de Clodomiro Hileret, su fundador.
El desarrollo de la industria
azucarera junto a la presencia del ferrocarril, delinearon complejos urbanos
que se consolidaron a principios del siglo XX. Estos eran concentraciones
poblacionales rodeados de un extenso espacio ordenado en función del cultivo de
la caña. El tendido de las líneas férreas fue central para el desarrollo de los
asentamientos urbanos, ya que a lo largo de su recorrido surgieron pequeños
centros aglutinados por las estaciones ferroviarias.[19] La fabrica con villa
obrera que incluye a la comunidad obrera, forma parte de un modelo de
industrialización presente en la primera etapa del desarrollo industrial
argentino y también común a ciertas actividades que, por necesidades de
funcionamiento, debían localizarse en zonas rurales o despobladas, como por
ejemplo las ligadas a recursos naturales (ingenios azucareros, yerbatales,
bodegas, etc.) o las vinculadas a sistemas de transportes destinadas al mercado
mundial (frigoríficos o ferrocarriles). Como sostiene Manuel Castells, “cuando la industria coloniza el espacio se
ve forzada a organizar la residencia de la mano de obra que necesita”[20] mediante cierto tipo de
alojamiento. De esta manera se crean condiciones favorables para el mejor
aprovechamiento del trabajo de su personal, puesto que se reduce al mínimo la
pérdida de rendimiento por el traslado de los obreros de sus viviendas a la
fábrica.
Olga Paterlini de Koch señala que
los pueblos constaban de diversos espacios: fábrica, anexos, sector de
administración y las primeras viviendas para obreros. La estructura urbana que
se organizó se expandió sobre terrenos que pertenecían al ingenio adoptando una
estructura monocéntrica, en tanto el centro lo constituía la fábrica y sus
anexos, a los que en algunos casos se agregaba el chalet del propietario con su
parque. Si bien hubo variaciones, en general la estructura que los formaba
partía de una avenida o boulevard, que establecía los nexos entre las áreas de
cultivo, la fábrica y la estación del ferrocarril, las calles de penetración y
las calles de derivación con pasajes peatonales[21]. Estos pueblos
consolidaron su estructura entre 1880 y el Centenario, período en el que se
trazaron sus calles internas, se mejoraron sus acequias de riego y se
establecieron sus espacios públicos. A medida que los pueblos crecieron, los
empresarios continuaron tomando medidas de urbanización, en tanto los terrenos
sobre los que se asentaron los pueblos azucareros eran propiedad de los ingenios.
Luego de 1916 y hasta la década de 1930 se afirmó la estructura urbana
descripta anteriormente y en algunos pueblos se trazaron calles internas,
acequias de riego y se agregaron instalaciones para servicios comunitarios. Más
tarde los empresarios comenzaron a vender las viviendas a sus usuarios, lo que
transformó a los pueblos en asentamientos autónomos que se incorporaron al
sistema urbano provincial, proceso que se desarrolló de manera dispar a partir
de los años cuarenta. Los servicios de agua potable y luz eléctrica comenzaron
a prestarse cuando los centros estuvieron consolidados. Desde principios de
siglo algunos ingenios como el Lules, ubicado en el departamento Famaillá poseían luz eléctrica no sólo para el
funcionamiento de las maquinas sino también para las casas de los ingenios
durante el período de zafra.[22]
Las viviendas eran de propiedad del ingenio y se
mantenían en manos de los trabajadores mientras conservaran su relación de
dependencia con la fábrica. Cuando tal situación cambiaba por voluntad del
trabajador o por despido, las familias eran desalojadas y colocadas fuera del
ingenio con sus pertenencias. La ubicación y calidad de las viviendas estaban
en relación al lugar que se ocupaba en la empresa. La jerarquía se expresaba,
en primer lugar, en la condición de empleado u obrero, y dentro del segundo
grupo, entre obreros de fábrica o surco y en cada caso entre permanentes y temporarios.
Del lugar que se ocupaba en la fábrica dependían elementos importantes como el
salario, la jornada de trabajo y la vivienda.
Además
de construir viviendas para los obreros, los ingenios establecieron una suerte
de “previsión social” que consistía
según los casos en una pensión -por accidentes de trabajo o viudez- o
jubilación. En el ingenio Esperanza, en caso de accidentes de trabajo, se
asistía al accidentado y se le pagaba el jornal. Si el obrero quedaba
inutilizado se le procuraba una pensión y alguna ocupación compatible con su
estado. A los que cumplían 60 años de edad y registraban una antigüedad de 15 años
en la fábrica se les otorgaba una pensión y algún trabajo que no exigiera
esfuerzos sino habilidad. Otra situación fue la del ingenio Mercedes, que se
distinguió por contemplar una variedad mayor de circunstancias. A los obreros
se les otorgaba una especie de jubilación, que consistía en una pensión y el
uso de la vivienda, la cual era heredada por la viuda en caso de muerte del
jubilado. Por accidentes de trabajo se les otorgaba a los obreros el sueldo
íntegro y la ración; por inhabilitación permanente sueldo, ración y un empleo
apropiado a su estado; por fallecimiento se le otorgaba a la viuda sueldo y
ración hasta que se casara o los hijos comenzaran a trabajar.[23] En algunos ingenios los
obreros estaban cubiertos por un seguro pagado por la empresa; tal fue el caso
de los ingenios Santa Ana, Bella Vista y Concepción, en el que el seguro
consistía en mil jornales.
En
1905 el ingenio Bella Vista elaboró y puso en práctica “El Reglamento para los
peones del ingenio Bella Vista”, documento que explicita cuáles eran las
condiciones laborales y los beneficios que recibían los obreros en el ingenio[24]. El reglamento del taller
era derogatorio del derecho civil en cuanto a la reciprocidad de los
contratantes y reflejaba la voluntad de absorción de lo público en lo privado,
característica de la tutela patronal.[25] Como propietario de la
fábrica, el patrón establecía un reglamento que tenía fuerza de ley, cuya
transgresión daba lugar a sanciones. Surgía así un sistema de reglamentaciones
obligatorias de función moralizadora, ya que además de exigencias técnicas de
seguridad e higiene se incluía disposiciones como la siguiente: “Queda
completamente prohibido a los peones de la fábrica [se lee en el segundo punto del reglamento
mencionado, titulado "Advertencias"], entrar al trabajo con cuchillo o cualquier otra arma. Queda también
prohibido hacer bailes y jugadas de taba o naipe, dentro del radio del ingenio.[26] Además establecía que en caso de accidentes de
trabajo, si bien los obreros no estaban asegurados, al trabajador
imposibilitado se le brindaba alojamiento, ración y sueldo íntegro durante un
año. En caso de fallecimiento el establecimiento se hacía cargo de la educación
de los menores hasta la edad en que pudieran incorporarse al trabajo en la
fábrica. El Reglamento modificado de 1910 incluía la concesión de jubilaciones,
aunque la edad a partir de la cual se otorgaría el beneficio era imprecisa y
quedaba sujeta a una interpretación a cargo del empresario sobre las
condiciones físicas de los trabajadores.[27]
Los
servicios médicos que otorgaban los
ingenios eran variados. Algunos ofrecían una atención primaria, una visita
médica semanal y la provisión de algunos remedios. Un ejemplo en este sentido
es el ingenio Concepción, que ofrecía solo esos servicios y en caso de gravedad
enviaba a los enfermos a los hospitales de la ciudad. En forma similar al
ingenio Concepción, el ingenio Esperanza para el cuidado de la salud contaba
con un médico y un botiquín, mientras el ingenio Mercedes aumentaba la visita
médica a dos veces a la semana y proveía los remedios. Los ingenios Lastenia y Nueva Baviera (CAT) también tenían servicios
médicos básicos y remedios gratis para los empleados. Otras fábricas instalaron
hospitales. Este fue el caso del ingenio Santa Ana, que bajo la dirección de
los doctores Honorio Folquer y Agustín Escudero, ayudados por tres enfermeros,
contaba con un consultorio, sala de operaciones, dos salas para enfermos (cada
una con 25 camas), una sección para maternidad, baños con agua fría y caliente
y un sector para autopsias. En 1918 ya existía un hospital en el ingenio San
Pablo, que constaba de salas de consultas, de curaciones, de operaciones, dos
para internaciones con capacidad para cinco enfermos cada una y una sala de
partos con su correspondiente sanitario.[28] En el ingenio Bella Vista,
en caso de enfermedad la empresa suministraba a cada peón los remedios
necesarios, a lo que se sumaba el derecho a la visita médica semanal gratuita.
Ante la situación de que el peón estuviera imposibilitado de trabajar, se le
suministraba la ración completa mientras durara la enfermedad. En 1916 se
instaló un hospital, llamado “San Luis”, que contaba con asistencia médica
permanente y veinte camas para internación.
Desde
los primeros años los empresarios destinaron recursos para la formación de la
niñez, de esta manera consolidarían lazos y compromisos posteriores de los
jóvenes con la empresa. En casi todos los ingenios analizados se promovió la
educación de los hijos de los trabajadores mediante la apertura de escuelas, llegando a funcionar algunas
dentro de sus instalaciones. Su colaboración se manifestó de diversas formas,
donación o préstamo de locales y terrenos, construcción de locales en esos
terrenos y pago del salario a los maestros. Si bien no hubo una legislación que
los obligara a realizar estas acciones, hubo demandas desde la prensa y desde
el mismo Consejo de Educación. La instalación de establecimientos educacionales
en espacios de los ingenios fue diversa y dependía de variables tales como la
capacidad productiva del ingenio y la cantidad de mano de obra que movilizaba
cada uno, la dimensión de los terrenos pertenecientes a las fábricas, del
paternalismo ejercido por algunos fabricantes y de sus propias concepciones
personales.
El
primer establecimiento instalado en un ingenio, el más antiguo y cercano a la
fábrica, se llamó escuela nuclear, mientras las escuelas de las colonias, de
menor envergadura, estaban ubicadas en las mismas, distantes de las fábricas. [29] Muchas veces las escuelas
funcionaban de día para niños y de noche para adultos. Según Bialet Massé, en
el Ingenio Esperanza existía una escuela mixta para los hijos de
obreros que por la noche funcionaba para adultos. Fundada en 1901, la misma
contaba con una pileta de natación, un gimnasio, una cancha de futbol y una
cancha para ejercicios militares costeadas por los propietarios. El ingenio
poseía además un pequeño batallón -con fusiles de palo y mochilas de cartón- que
presentaban en fiestas patrias y un pequeño terreno para experiencias agrícolas
de los alumnos. Clodomiro Hileret, propietario del ingenio Santa Ana, en 1901 inició gestiones
ante los poderes públicos para que se estableciera una escuela en terrenos del
ingenio y construyó un local para que funcionara la misma. En un comienzo el
edificio comprendía dos aulas grandes a los costados, unidas entre sí por una
amplia galería que servía para los juegos recreativos. La escuela de Santa Ana fue una escuela nuclear y en
las colonias del ingenio se fundaron otras escuelas en relación con ésta. En 1922 funcionaban seis escuelas, una nacional y seis
provinciales, ubicadas estas últimas en edificios construidos por los
propietarios del ingenio. [30]
En el
ingenio San Pablo la educación elemental se impartió desde la “Escuela
Elemental San Pablo”, fundada en 1894 en un local cedido por la empresa.
Funcionaba en un comienzo en una de las viviendas obreras de la avenida
principal, con el régimen de escuela de verano (asistían a clase desde febrero
hasta mayo), sistema que no solo contemplaba la crudeza de los inviernos, sino
que tenía un sentido económico preciso: adaptar el ciclo lectivo a las
necesidades del ciclo azucarero, puesto que la zafra comenzaba en junio.
Asimismo, en 1919 se inauguró una escuela para adultos.[31] En el ingenio Santa Lucía
existía una escuela elemental fundada en 1895 en un terreno cedido
gratuitamente por la empresa, llamada “Escuela Santa Lucía”. Años después, en
1910, se inició la construcción de la escuela Benjamín Zorrilla (luego Federico
Moreno en honor al propietario del ingenio), en una hectárea donada por el
ingenio.[32] El ingenio Mercedes fundó
en 1901 una escuela para niños y otra para niñas. La empresa también otorgó
tres becas para la escuela de agricultura, dependiente del gobierno nacional y
ubicada en la capital tucumana, pero no hemos obtenido datos sobre las
condiciones para acceder a esas becas.
En
las colonias pertenecientes a los ingenios también se fundaron escuelas. La
escuela del ingenio Concepción funcionaba en un local cedido gratuitamente por
el establecimiento, que también pagaba el salario al maestro. Si bien no
disponemos de la fecha exacta de su instalación, sabemos que en 1900 el Consejo
Provincial de Educación presentó una memoria donde figuraban los ingenios que
habían establecido escuelas bajo esta modalidad, siendo el ingenio Concepción
uno de ellos. Alfredo Guzmán donó en 1915 una hectárea para instalar una nueva
escuela para adultos en el ingenio haciéndose cargo de la construcción del
edificio. Otra empresa que se ocupó de la educación fue el ingenio Bella Vista.
En 1895 fundó en un terreno cedido gratuitamente, la “Escuela Ingenio Bella
Vista”, para la concurrencia de los hijos de los obreros y para los niños de
los alrededores del establecimiento. Años después, en 1907, cedió dos edificios
más para la instalación de dos escuelas públicas en sus terrenos.[33] También existía una
escuela de manualidades para niñas creada por la esposa del propietario Manuel
García Fernández.[34] Una situación diferente se
encuentra en el ingenio La Florida, allí los propietarios no se ocuparon de
proporcionar instrucción a los hijos de sus obreros, fue el gobierno de Lucas
Córdoba el que en 1903 fundó una escuela. En la Memoria al Ministro de Hacienda
e Instrucción Publica enviada por el Consejo de Educación, se consigna que en
La Florida los empleados del establecimiento habían resuelto abonar los
alquileres de la casa escuela y el sueldo del maestro y que los útiles habían
sido proporcionados por el Consejo de Educación.[35] En el ingenio Nueva
Baviera se instalo en 1911 la Escuela Nacional N° 88, ubicada en sus predios en
una zona muy cercana a la fábrica y que, si bien era una escuela perteneciente
a la Nación, contaba con la colaboración de los propietarios.[36] En el ingenio Trinidad, la
familia Méndez, propietaria del ingenio, fundó una escuela en su
establecimiento para la educación de los hijos de los obreros y de los vecinos
de la zona.
Las
condiciones laborales variaban según
los ingenios: algunos otorgaban descanso dominical y la jornada laboral era de
ocho horas, otros tenían jornadas más extensas y no otorgaban ningún descanso
semanal, algunos tenían proveeduría y pagaban con vales y casi todos
completaban el salario con la ración. En el ingenio Esperanza las condiciones
laborales eran duras, el trabajo de fábrica se realizaba en turnos de 12 horas
–de seis a seis- con una hora de descanso y un intervalo para tomar mate;
durante la cosecha el trabajo era continuo, organizado en dos tandas. El
salario se pagaba en dos partes, los sábados una cantidad a cuenta del trabajo
realizado –llamado el socorro- y a fin de mes el resto en dinero efectivo. El
salario se complementaba con la ración, que consistía en 920 gramos de carne,
920 de maíz y 15 de sal más leña. Había descanso dominical, pero en caso de
necesidad de algún trabajo extra en los talleres esas labores se pagaban como
día entero. El ingenio no contaba con proveeduría, existían
tres casas de comercio entre las cuales podía elegir el obrero para
abastecerse. Generalmente estos negocios tenían algún trato con los
propietarios.
El
ingenio Bella Vista establecía que los peones podían elegir cobrar sus salarios
con ración o sin ella, estableciendo que el peón que la aceptara y trabajara de
noche se le otorgarían 250 gramos más de carne, situación que evidencia que
aunque la ración se había abolido luego de la huelga de 1904, se seguía
utilizando como medio de pago, aunque en este ingenio era opcional. Según el
Reglamento el salario era de $ 50 mensuales sin ración y $ 40 con ella, lo que
indica que le cobraban $10 por una ración consistente en 1
kg de carne, un kg de maíz y leña semanal. Se ofrecían incentivos monetarios
de $5 a quienes trabajaran los treinta días del mes y 10 centavos a los
maquinistas por cada litro de aceite economizado, premios que demostraban la
necesidad de lograr mayor eficiencia en el trabajo fabril. Respecto a los
horarios de trabajo, se establecían dos turnos de 12 horas cada uno. Si bien los
peones debían acatar con respeto las órdenes de sus superiores, el Reglamento,
en un novedoso artículo, establecía la posibilidad de presentar una queja ante
una orden arbitraria, luego de cumplirla.
Algunos
autores como Emilio Schleh y Vicente Padilla destacan el buen trato dado a los
obreros en el ingenio Bella Vista y los beneficios otorgados por su propietario
Manuel García Fernández.[37] En este sentido coincidían
con la visión que este empresario tenía de su propia gestión. En 1917, ante un
intento de huelga en su ingenio, en una entrevista realizada por un periódico
local declaraba:
“No
creo amigo, que en mi establecimiento prospere ninguna huelga, pues en ninguna
parte el obrero goza de mayores consideraciones [...] existe un hospital, un
consultorio, partera, y muchas otras comodidades. […] este ingenio es el único
que trabaja todo el año[…] se mantiene la fábrica abierta y es lógico que
habiendo poco o nada de trabajo, el sueldo sea menor”[38].
En
el petitorio de los trabajadores que intentaban realizar la huelga, figuraba el
pago del salario por quincena en moneda legal; se oponían en realidad al pago
de una parte del salario con el vale que cambiaban en la proveeduría. La
defensa de este sistema, favorable a la patronal en tanto desembolsaba menos
dinero en efectivo, la realiza García Fernández mediante estos conceptos:
“Respecto
a los vales no veo la razón de la queja, pues es igual que dinero en efectivo.
“La Atalaya” con la garantía del ingenio provee a los trabajadores. A estos se
les da un vale a la vista que son descontados en "La Atalaya”[…] gran
parte del comercio de la villa los canjea a los obreros, para luego cobrarlos
en la Atalaya. No comprendo la protesta que hay pues no hay motivo para ello”[39].
Otros
beneficios que otorgaba la firma consistían en la entrega anual, al finalizar
la cosecha, de 1.500 trajes a los hijos de los obreros –entregados por la hija
del propietario- y 300 kg. de leña mensuales a cada obrero. Las hijas y esposas
de los propietarios de algunos ingenios, especialmente los de la elite, tenían
un rol importante en la comunidad por medio de diferentes obras asistenciales
en la ciudad y la villa.
La
situación de los trabajadores de la CAT parecía ser la más dura; la prensa
criticaba las condiciones laborales de los obreros de esta compañía. En ocasión
de la huelga de 1919 , El Orden expresaba:
“en cuanto a las huelgas en los ingenios, los de la CAT son los únicos
que las merecen. Allí sí que tienen mucho que pedir los obreros, tratados como
bestias y explotados en todas las formas imaginables […] entre picos, palos y
azadones, deja sus salarios en manos de los proveedores.”[40]
Luego
de la citada huelga, la CAT junto a otros ingenios - Santa Rosa, San Pablo y La
Corona- otorgó la jornada de 8 horas (56 horas semanales) y una gratificación
para los obreros a jornal, manuales y de oficio, que no hubieran faltado
durante la zafra.[41]
El
uso del tiempo libre también fue
tenido en cuenta por los empresarios azucareros. El sistema de villa obrera
permitió un mayor control de los tiempos libres del personal, en detrimento del
juego, la bebida y otras actividades consideradas viciosas, reemplazadas
mediante la organización de actividades recreativas, deportivas y culturales.
Las actividades deportivas fueron muy estimuladas por los propietarios,
especialmente el fútbol, y varios ingenios formaron y apoyaron sus propios
equipos que luego competían en campeonatos interprovinciales. Los clubes
deportivos fortalecían la identidad del ingenio y el sentimiento de pertenencia
de sus trabajadores, a veces llevaban el nombre del propietario y por lo
general el local y la cancha se instalaban en los predios del ingenio. Algunos
ejemplos fueron el “Deportivo Aguilares”, “La Fronterita”, “Santa Ana”, “Club
Deportivo San Pablo”, “Club Atlético Santa Lucia” (1912), “Bella Vista”, “Sportivo Guzmán”, “Esperanza”, “Lastenia”
y “San Antonio”. Para la realización de actividades recreativas, deportivas y
culturales del personal jerárquico y directivos de las fábricas se organizaron
clubes sociales, donde también se realizaban bailes a los que asistían miembros
de la elite de la ciudad y de la villa. En el ingenio Santa Ana el personal
jerárquico de la empresa contaba con canchas de polo, de tenis y espacios para la
práctica del tiro al pichón.
Otras
actividades recreativas y culturales las constituían las bandas de música, que
casi todos los ingenios tenían, las mismas estaban integradas por trabajadores
y las fábricas los proveían de uniformes e instrumentos. Los ingenios contaban
así con músicos que alegraban las plazas los domingos a la tarde o actuaban en
las fiestas celebradas en ocasión de visitas ilustres. La banda no solo interpretaba
marchas militares, sino la música de moda o la que le gustaba a sus
integrantes. En la plaza del pueblo del ingenio Santa Ana se pasaban cintas
cinematográficas y en los intervalos la banda de música entretenía a los
pobladores. El ingenio Concepción poseía en 1922 un salón de fiestas donde se
presentaban obras teatrales y una biblioteca para sus empleados. Estas
actividades se complementaban con las fiestas patronales; en el ingenio
Mercedes, se celebraba el 24 de septiembre, día de la Virgen de la Merced,
ofreciendo chocolate a los obreros. Otros festejos se realizaban en ocasión de
la comunión de los niños, celebradas en El Oratorio, capilla fundada por los
propietarios en los terrenos del ingenio.[42]
A
partir de la aproximación que hemos realizado sobre algunos ingenios de los que
logramos obtener información, advertimos que en ellos se reflejaba de alguna
manera el concepto de fábrica y villa obrera, en tanto se establecieron
relaciones sociales en torno a la industria azucarera, donde la esfera de la
producción y la reproducción de los trabajadores se concentraban en un mismo
espacio. Allí se educaba a los obreros en la disciplina industrial bajo el
control directo de la empresa. Con el tiempo se produjo un desplazamiento desde
la fábrica hacia los alrededores, constituyéndose un sistema urbano que se fue
independizando de la empresa en algunas áreas: servicios, comercios, talleres,
escuelas, nuevas vías de comunicación, dando forma a los distintos pueblos,
como San Pablo, Santa Ana, Santa Lucía, La Florida, etc. En este sentido, las
estrategias empresariales frente a los trabajadores, la formación de
comunidades obreras, las viviendas creadas para asentar la población en las
fábricas, las escuelas que funcionaban en los predios (sostenidas por los empresarios)
la atención a la salud, los inicios de un sistema de previsión social, la
constitución de servicios comunitarios vinculados con la cobertura y regulación
del tiempo libre de los trabajadores (bibliotecas, clubes sociales, salas de
cine, eventos culturales ) se fueron ampliando a lo largo de los años. Estas
políticas empresariales se constituyeron en elementos apropiados para generar
consenso y garantizar la reproducción de las relaciones que se establecían en
función de la fábrica. Cada ingenio formaba una comunidad en la que convivían
propietarios, técnicos, empleados y obreros en general, donde no se compartía
un sistema entero de intereses, sino que era un sistema verticalista donde cada
sector estaba subordinado y cuyo vértice era el empresario.
Los
empresarios azucareros otorgaron en algunos ingenios servicios para beneficiar
a sus trabajadores y para asegurar su permanencia en las fábricas, pero siempre
lo hicieron desde una concepción que asimilaba los contratos laborales a los
contratos privados, de acuerdo a lo establecido por el Código Civil, de modo
que no aceptaban interferencias del Estado en cuestiones que consideraban
privadas. Hemos podido observar asimismo en nuestro análisis que los ingenios
que mayores beneficios otorgaban a los trabajadores estaban en manos de
familias tradicionales de Tucumán y que fueron fundados en la primera mitad del
siglo XIX, como San Pablo, Esperanza, Mercedes, Concepción. La excepción la
constituye el ingenio Bella Vista, fundado en 1882 por un español, quien
rápidamente se asimiló a la elite. Por el contrario, en los ingenios que se
establecieron o fueron adquiridos en pleno auge azucarero no se registran
tantas acciones tendientes a conceder a los trabajadores mejoras sociales, tal
es el caso de la Compañía Azucarera Tucumana – CAT- y del ingenio Santa Ana,
fundado por Hileret en 1889.
Una clave explicativa para
comprender estos dos estilos diferenciados de “gestión” en lo social residiría
en que los empresarios azucareros, especialmente los que formaban parte de la
elite que dirigía la provincia, se destacaban por su fe católica y algunos de
ellos se orientaban hacia el catolicismo social, que seguía los lineamientos de
la Encíclica Rerum Novarum de León XIII de 1891 –que marcó un viraje respecto a
las posiciones anteriores de la Iglesia al abordar directamente la cuestión
obrera y al proponer para ella otras soluciones como la creación de escuelas
profesionales, círculos de obreros o las asociaciones mixtas de obreros y
patrones. Las elites católicas promovieron
el pensamiento social cristiano entre sus trabajadores como un dique de
contención al socialismo y el anarquismo.
Un ejemplo sería la familia
Nougués, fervientes católicos que estaban al tanto de la actividad de León Harmel en sus hilanderías de Val de Bois en Francia, donde
desplegó una gran actividad social entre sus obreros, manifestada en un plan de
viviendas y en el otorgamiento de beneficios para los mismos. En este sentido
con este marco-ideológico religioso los Nougués intentaron proyectarse como
“buenos patrones católicos” y en función de ello otorgaron algunos beneficios a
sus obreros.[43] Su interés por lograr
“buenos obreros cristianos”, quedó reflejado cuando a partir de 1873, Serafina
Romero de Nougués desde la Sociedad de Beneficencia realizó gestiones para la
instalación de la congregación salesiana en Tucumán, con el objetivo de crear
una escuela profesional religiosa. Una vez concretado el arribo de los
salesianos en 1916 ella misma donó el terreno para la instalación de la Escuela
de Artes y Oficios.
Otro caso paradigmático sería el de la familia
Padilla, propietarios del ingenio Mercedes, también muy católicos, en la que se
destaca Ernesto Padilla -hijo de José, uno de los fundadores-. Gobernador de
Tucumán en el período 1914-1916, varias veces diputado, tenía una formación
intelectual en la que habían influido las obras del Cardenal Mercier, de
Toniolo y los discursos del Conde de Mun, por quien sentía gran admiración ya
que lo consideraba como el mejor exponente del catolicismo social, lineamiento
al que adhería[44]. Así lo demuestran las
conferencias que dictó, en el año 1900, en los centros obreros de la capital, y
el discurso que pronunció con motivo del aniversario del Círculo Central de
Obreros en 1901.[45] Por último, debe ser
mencionado el industrial Alfredo Guzmán, que en 1911 impulsó la creación del
Círculo de Obreros del Ingenio Concepción “con
el fin de atender mejorar y promover el bienestar material y moral de los
trabajadores del ingenio Concepción”. Entre las condiciones para ser
aceptado figuraba “no estar afiliado a
ninguna sociedad anticatólica ni sectaria”. En la comisión directiva se
incorporaba un Director Espiritual, el capellán del ingenio, lo que demostraba
la clara orientación católica del mismo y la influencia de los Círculos
Católicos de Obreros fundados por el padre Grote en el sentido de prevenir influencias
revolucionarias en los trabajadores.[46]
Hemos podido observar que algunos
empresarios azucareros fueron filántropos en el sentido de la ayuda que se
ofrece al prójimo, sin requerir una respuesta o algo a cambio. La filantropía
reemplazó a la “caritas” relacionada con la limosna individual pregonada por la
iglesia católica durante gran parte del siglo XIX. La filantropía consideraba
que la limosna tenía un carácter degradante y no aportaba soluciones al
problema de la pobreza e introdujo la idea de investigar la vida de los pobres,
así como la búsqueda científica de los verdaderos males sociales. Comenzó a
predominar la idea de la prevención y el interés por cambiar las instituciones
asistenciales orientándolas con un carácter terapéutico. Las iniciativas
asistenciales privadas se llevaron a cabo también por empresarios azucareros.
Alfredo Guzmán fue un filántropo que planificó con objetivos claros hacia donde
orientar su obra benéfica para operar sobre aspectos específicos de la
problemática social. El matrimonio Leston-Guzmán concibió un plan de asistencia
orientada a tres etapas de la vida: la niñez, la juventud y la vejez. En primer
lugar para favorecer a la niñez, promueve en 1900 la fundación de las
Conferencias de San Vicente de Paul que instalaron el Asilo Maternal en una
propiedad cedida por el matrimonio Guzmán. En 1907 se funda en el asilo una
nueva sección: la Sala Cuna para niños huérfanos de padre, madre o que padecían
alguna enfermedad contagiosa, que contará en 1908 con un terreno propio cedido
por Guzmán. En 1912 crea la Gota de leche, primera que se establece en Tucumán
y el Consultorio Externo. Las Gotas eran instituciones creadas para remediar
los problemas de desnutrición y alta mortalidad infantil en familias
trabajadoras de bajos recursos. En 1936 construyeron el Colegio Guillermina
Leston de Guzmán que pusieron a cargo de religiosas y que estaba destinado a la
educación de mujeres a las que se les brindaba enseñanza primaria y
conocimientos prácticos de confección, economía doméstica y artes plásticas
para jóvenes pobres de los barrios vecinos. La obra de Alfredo Guzmán culminó
con la creación del Hogar San José para ancianos en el año 1942.[47]
Manuel
García Fernández, fue otro filántropo, propietario del ingenio Bella Vista,
realizo numerosas donaciones en España, en su pueblo natal y en Buenos Aires
pero la obra que coronó sus acciones filantrópicas fue la donación de un millón
de pesos, para la construcción del edificio de la Escuela de Artes y Oficios de
los salesianos en el año 1922, que pasó a llamarse como su hijo fallecido,
“Tulio García Fernández”. Las gestiones realizadas para lograr la instalación
de la congregación salesiana a Tucumán reflejaban el interés de los sectores dirigentes
de la provincia, en radicar personal religioso especializado en el disciplinamiento y capacitación laboral de los sectores
obreros. La instalación de una escuela profesional religiosa atendería al doble
objetivo de formar técnicos aptos para desempeñarse en los ingenios y prevenir
los conflictos sociales derivados del desarrollo industrial. [48]
Otros
industriales realizaron donaciones o legaron en sus testamentos para obra de
bien público, tal fue el caso de Federico Moreno, propietario del ingenio Santa
Lucía, que dispuso en su testamento que las ganancias obtenidas por la venta
del ingenio debían ser invertidas en obras benéficas, e inclusive en vida
contribuyó en la fundación del hospital de Monteros y colaboró con
instituciones de beneficencia. A la provincia de Tucumán le correspondieron
$385.000 que fueron administrados por una comisión nombrada a tal efecto y que
fueron invertidos en diferentes obras de beneficencia.[49] Los Méndez, fundadores del
ingenio La Trinidad, cooperaron en la fundación del convento Nuestra Señora del
Huerto y del colegio de los padres Escolapios y colaboraron con las misiones de
los frailes Capuchinos.[50] El Dr. Eugenio Méndez con
su esposa Javiera López Mañan, establecieron mediante
testamento que su importante patrimonio sea destinado a obras de bien público,
ya que no tuvieron hijos. Todo ello demostraba que las preocupaciones por lo
social no estaban ausentes en ese sector, pero se trataba de antiguas prácticas
que dejaban librada a la iniciativa privada y al deber religioso de la caridad.
El catolicismo de algunos
empresarios azucareros también quedó demostrado con la colaboración que
prestaron para la instalación de parroquias en sus ingenios: pagaban los
sueldos de los sacerdotes, construían iglesias y se encargaban de los
ornamentos reglamentarios, es decir se responsabilizaban del sustento de las
nuevas parroquias y de sus curas. Los sacerdotes que lograban pertenecer a una
parroquia de ingenio obtenían importantes beneficios y disfrutaban de la vida
social que transcurría en los chalets de los propietarios. Por otra parte, la
parroquia era un centro de atracción y control de la feligresía y junto a la
fábrica impulsaban la vida asociativa del pueblo.[51]
Es
relevante destacar que los beneficios sociales fueron implementados en
cada ingenio de manera individual, no existían acuerdos o consensos entre los
propietarios de las fábricas, sino que, más bien, se relacionaban con sus
posibilidades económicas, determinadas muchas veces por el éxito en el
funcionamiento de sus empresas en relación a su producción, con la escala y
dimensión del ingenio y con su propia concepción respecto a las obligaciones
que tenían para con sus empleados y obreros.
Consideraciones
finales
Del
análisis realizado se desprende que, más allá de las mejoras que se advierten
en los modos de vida de los trabajadores (vivienda, ocio, etc.), las
condiciones laborales en todos los ingenios eran sumamente duras, como lo
demuestra la extensión de la jornada laboral de 12 horas, los castigos que
seguían existiendo en algunos establecimientos a pesar de la abolición de la
ley de conchabo, la ración que generalmente era escasa, la existencia del vale
–con el cual se abonaba parte del salario- que luego era cambiado en la proveeduría,
generalmente de propiedad del dueño del ingenio. En este sentido, los avances
en materia social excluyeron los aspectos que podían impactar directamente en
el costo de producción, en consecuencia, la vida en la fábrica se caracterizó
por su dureza. Asimismo, la vivienda, el acceso a los centros deportivos, las
pensiones, jubilaciones y otros beneficios, estaban atados indisociablemente al
empleo en el ingenio, lo que implicaba que la pérdida del trabajo para un
obrero de la agroindustria azucarera revestía consecuencias mucho más serias
que simplemente quedarse sin salario.
Ahora
bien, también se advierten comportamientos similares por parte de los
empresarios azucareros en el caso de la educación, de la atención médica, en la
política habitacional y en el “proto” sistema de
previsión social. De este modo, en todos los pueblos azucareros existían
establecimientos educativos, lo que demostraba la aceitada articulación entre
los poderes públicos y la empresa privada. La vinculación de los industriales
con las escuelas instaladas en sus ingenios fue diversa y se manifestó mediante
la donación de terrenos o locales, préstamo de sitios o solares, pago de
sueldos a los maestros y ayudas como leña o útiles escolares. Por otra parte, a
partir de los casos reseñados se observa que ninguno tenía hospitales (con la
excepción del ingenio Bella Vista) y los servicios médicos eran mínimos, en
general una visita semanal del médico y la provisión de los remedios. Este
comportamiento continuó aun después de la sanción de la Ley de Asistencia
Médica de 1925: las numerosas multas reflejan la reticencia de los industriales
a implementar las mejoras en el plano de la salud y las dificultades que
tuvieron los poderes públicos para hacer cumplir la normativa vigente. A pesar
de estas limitaciones comienza a notarse, en los que tenían un sistema más
desarrollado, una suerte de previsión social con seguros, jubilación y cierta
responsabilidad ante los accidentes de trabajo, si bien aún no se había
avanzado en el plano del derecho positivo con el dictado de la legislación
correspondiente.
Es relevante destacar que el
trabajo infantil existía en todos los ingenios, los niños –de 12 a 18 años-
eran ocupados en el pelado de caña y en los cultivos (arado, desyerbe y
aporque) y algunos, en pequeño número, en trabajos fabriles adecuados a su
edad; la abrumadora jornada laboral era de 12 horas, en un trabajo pesado y a
la intemperie. Si se suma el hecho de que el trabajo era a destajo, lo cual implicaba
que el pago era en función de la caña cortada y transportada, se comprende que
los niños desde temprana edad intervenían en esas tareas para aumentar los
ingresos de la familia, aunque recibían por ella magros jornales. Dentro de los
establecimientos las mujeres se desempeñaban como cosedoras de bolsa y
cocineras, aunque es probable que hayan asumido una variedad más amplia de
tareas. Los empresarios azucareros no cumplían la ley que prohibía el trabajo
femenino e infantil y cuando esta ley se discutió en el Congreso Nacional, la
comisión directiva del Centro Azucarero recomendó combatirlo “para salvaguardar
los intereses de la industria azucarera”[52]. Para ellos el trabajo
infantil no era pernicioso, pues consideraban que era preferible el trabajo en
la fábrica antes que los niños permanecieran en la calle, donde adquirirían
vicios y se dedicarían a la vagancia.
Por
último, debemos señalar que la falta de información relativa a los servicios
que brindaban los ingenios en esta primera etapa resulta llamativa. Antes de la
llegada del radicalismo al poder no se advierte una clara necesidad por parte de
los empresarios azucareros de dar a publicidad las “políticas sociales” que
implementaban en sus fábricas. Ni la prensa local, ni la Revista Azucarera (publicación mensual del Centro Azucarero
Argentino), ni las diferentes publicaciones de los industriales, hacían
referencia a estas acciones. Esa carencia contrasta con la abundante
información relativa a medidas de política económica, especialmente aquellas
vinculadas al proteccionismo azucarero, a los avances tecnológicos en los
ingenios o a las mejoras en los cultivos de caña de azúcar, sobre los cuales
existe profusa información tanto en el diario El Orden como en la antes mencionada Revista Azucarera. Este desequilibrio no sólo indica la importancia
otorgada por los mismos industriales a cada uno de los tópicos, sino que
también refleja una concepción sobre la naturaleza de los servicios sociales
que se prestaban en los ingenios: las prestaciones ofrecidas por los
fabricantes de azúcar eran concebidas como una decisión individual que debía
ser tomada y ejecutada por cada empresario. Probablemente esta noción era
producto, en alguna medida, del lugar que industriales tenían en la
constelación de alianzas que configuraban el denominado “Orden Conservador”.
Esta centralidad de los tucumanos se expresaba en el alto perfil político de
los mismos, que lograron a través de los diversos cargos públicos (que incluían
puestos en los diferentes poderes del estado) labrar pactos políticos cuya cara
más visible fue el estímulo y la protección a la agroindustria azucarera por
parte de los gobiernos conservadores. En este sentido, hasta el arribo de
Yrigoyen los poderes públicos se mostraron sensibles a las demandas de los
industriales, sobre todo aquellas referidas a la actividad azucarera y a la
cuestión social. La Ley de Residencia de 1902 y la Ley de Defensa Social de
1910 expresaron de manera clara que la mirada que el gobierno tenía sobre la
protesta obrera concordaba con las ideas de los sectores patronales. Esta mirada
coincidente profundizó la concepción liberal de los empresarios azucareros
sobre la naturaleza de las relaciones laborales y reforzó la noción de que lo
que sucedía en el interior de sus fábricas pertenecía a la esfera privada, a
sus convicciones personales.
De
este modo, a partir de 1904 con la llegada del socialismo a la Cámara de
Diputados y con el estallido de la primera protesta obrera en el mundo
azucarero, las críticas a las condiciones de trabajo imperantes en los ingenios
se intensificaron. Desde los poderes públicos, tanto nacionales como
provinciales, se registraron ciertas iniciativas tendientes a dar mayor
intervención a las agencias estatales en la regulación de las relaciones
laborales, instancia que provocó la articulación de respuestas por parte de los
industriales que involucraron definiciones en torno a la “cuestión social”. No
obstante, cuando las críticas provenían del ámbito parlamentario, sobre todo de
la bancada socialista, la retórica de los industriales a través de los representantes
en el congreso, mostró una decidida consistencia. En tal sentido, se delineó
una visión de las relaciones de trabajo de acuerdo a los preceptos
constitucionales establecidos en su artículo n°14, como una estrategia
defensiva que buscaba detener el avance del estado en la regulación de las
relaciones laborales.
RESUMEN
Paternalismo
empresarial y condiciones de vida en los ingenios tucumanos. Fines del siglo
XIX y principios del XX
El objetivo de este trabajo es establecer cuáles eran
los beneficios sociales otorgados por los propietarios de ingenios en sus
fábricas y qué relación tenían estos beneficios con las concepciones que tenían
los industriales en torno a la “cuestión social” en un período que se extiende
desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX. La actividad azucarera
demostró tempranamente la necesidad de contar con una mano de obra disciplinada
y para lograrlo fue importante el respaldo de los poderes públicos a través del
diseño de un marco legal que respaldaba las estrategias desplegadas por las
fábricas y cañeros para asegurar ese objetivo. A la par de esta legislación
coercitiva, los industriales tucumanos otorgaban también una serie de
beneficios como vivienda, seguros, asistencia médica primaria y educación. Es
decir, que desde temprano las prácticas coactivas se combinaron con
asistencialismo, y resulta de interés ofrecer alguna clave explicativa del
sentido de estas acciones. Las diferencias existentes entre los ingenios, se
traducían en marcadas desigualdades en los beneficios que recibían los
trabajadores, pero sin duda era la pertenencia a la fábrica en calidad de
trabajador lo que aseguraba la vivienda, la ración y la atención médica y por
lo tanto pérdida del puesto laboral no sólo implicaba la pérdida del salario sino
también del lugar de residencia y el acceso a los beneficios.
Palabras
clave:
empresarios azucareros - beneficios sociales - cuestión social
ABSTRACT
Paternalism and living conditions in the sugar mills
of Tucumán. Ends of the 19th century and beginning of the XXth
The aim of this work is to
establish which social benefits were granted by the owners of sugar mills in
his factories and what relation they had these benefits with the conceptions
that the manufacturers had concerning the "social question" in a
period that spreads from ends of the 19th century until beginning of the 20th
century. The sugar activity demonstrated early the need to possess a
disciplined workforce and to achieve it there was important the support of the
public power that designed a legal frame that was endorsing the strategies
opened by the factories and the cane planters to assure this aim. Together with
this coercive legislation, the manufacturers of Tucumán were granting also a
series of benefits as housing, insurances, medical primary assistance and
education. That is to say, that from early times the coercive practices
combined with a welfare policy and it turns out from interest to offer some
explanatory key of the sense of these actions. The existing differences between
the sugar mills they were translated in marked inequality in the benefits that
the workers were receiving, but undoubtedly it was the belonging to the factory
as worker what was assuring the housing, the share and the attention medicates
and therefore loss of the labor position not only was implying the loss of the
salary but also of the place of residence and the access to the benefits.
Key Words: sugar
entrepreneurs - social benfits - social question
Recibido: 01/03/2015
Evaluado: 30/04/2015
Versión final: 01/08/2015
Notas
(*) Profesora Asociada
de la Cátedra de Historia Económica. Instituto de Investigaciones
Socio-Económicas. Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad Nacional de
Tucumán.
[1] JUAREZ DAPPE,
Patricia, When Sugar Ruled. Economy and Society in Northwestern Argentina,
Tucumán, 1876-1916, Athens, Ohio University Press, 2010; CAMPI, Daniel, Azúcar y trabajo. Coacción y mercado laboral en Tucumán,
Argentina, 1856-1896, Tesis doctoral inédita, Universidad
Complutense de Madrid, 2002.
[2] LUPANO,
María Marta, La gran familia industrial.
Espacio urbano, prácticas sociales e ideología (1870-1945), Santiago Arcos
editor, Bs. As., 2009. NEIBURG, Federico, Fábrica
y Villa Obrera: historia social y antropología de los obreros del cemento,
CEAL, 2 T, Bs. As., 1993
[3] Censo Nacional de 1895, levantado el 10 de mayo de 1895, 3 Vol., Taller
Tipográfico de la Penitenciaria Nacional, Bs. As., 1899
[4] GUY, Donna J.: “The
Rural Working Class in Nineteenth Century Argentina: Forced Plantation Labour
in Tucumán”, Latin American Research
Review, 13:1, pp. 135 – 145, Arizona, 1978. Citado en PUCCI, R.:“Tucumán, 1880 – 1917: su estructura económico social.
Pautas para una interpretación del despegue azucarero”. Cuadernos de Historia
Regional, 2:5, p.10- 21, Universidad de Luján, 1986.
[5] CAMPI
Daniel, Azúcar y trabajo… op.cit. p. 207
[6] JUAREZ DAPPE, Patricia, When Sugar Ruled… op.cit ; CAMPI, Daniel, Azúcar y trabajo.. op.cit.
[7] CASTEL,
Robert, La metamorfosis de la cuestión
social. Una crónica del salariado, Paidós, 1997, Bs. As., pp. 256-258
[8] BRAVO, María
Celia, “Liberales, socialistas, iglesia y patrones frente a la cuestión de los
trabajadores en Tucumán”, en SURIANO, Juan, La cuestión social en la Argentina, 1870-1943, La Colmena, 2000.
[9] LUPANO,
María Marta, La gran familia industrial.
Espacio urbano, prácticas sociales e ideología (1870-1945), Santiago Arcos
editor, Bs. As., 2009.
[10] El Centro
Azucarero Argentino (CAA) era una asociación que nucleaba a los fabricantes de
azúcar y a los productores de alcohol del todo el país, fundada en Buenos en
1894. Véase, LENIS, María: Estrategias
corporativas y discurso empresario: El Centro Azucarero Argentino, 1894-1923.
Tesis Doctoral inédita, Universidad Nacional de Tucumán, 2009.
[11] Revista Azucarera, N° 132, diciembre de
1913, pp.243-244.
[12]CLEMENCEAU,
Georges, Notas de viaje por América del
Sur, Hyspamérica, Bs. As., 1922, p. 158.
[13] BIALET
MASSÉ, Juan, Informes sobre el estado de
la clase obrera, T.I. Hyspamérica, Bs. As., 1982,
pp. 222-226
[14] MERCADO,
Lucía; El ingenio Santa Lucía de
Tucumán. Los primeros habitantes, Indugraf S.A, Bs.
As., 2003, pp.150-153
[15] BIALET
MASSÉ, Juan, Informes sobre… op.cit
[16] El Orden, 16 de julio de 1917
[17] La
Compañía Azucarera Tucumana –CAT- fue fundada por Ernesto Tornquist
en 1895 y aglutinaba tres fábricas: Nueva Baviera, Trinidad y La Florida. En
1898 se incorpora la “S.A. Ingenios del Río Salí” propietaria de los ingenios Lastenia y San Andrés, de este modo la CAT aglutinó cinco
grandes fábricas y se convirtió en la firma más importante del negocio
azucarero hasta mediados del siglo XX. Sobre la obra social de la CAT. Véase, PADILLA,
Vicente; El Norte Argentino. Historia
política-Administrativa Social, Comercial e Industrial de las Provincias de
Tucumán, Salta, Jujuy, Santiago del Estero y Catamarca, Establecimientos
Gráficos Ferrari, Bs. As., 1922.
[18] PATERLINI
DE KOCH, Pueblos Azucareros de Tucumán,
Instituto Argentino de Investigaciones de Historia de la Arquitectura y del
Urbanismo, Tucumán, 1987. pp.115-126
[19] En 1876 el
Ferrocarril Central Córdoba, línea estatal, vincula Tucumán con el puerto de
Rosario; en 1885 el Ferrocarril francés –línea privada- conecta los ingenios.
[20] CASTELLS,
Manuel, La cuestión urbana,
Barcelona, Siglo XXI, 1974, p.181
[21] PATERLINI
DE KOCH, Olga, Pueblos Azucareros… op. cit.
[22] PATERLINI
DE KOCH, Olga, Pueblos azucareros… op.cit
[23] BIALET MASSÉ, Juan, Informe sobre… op.cit
[24] CAMPI
Daniel, “Reglamento para los peones del Ingenio Bella Vista” en Estudios del Trabajo, N°26, año 2003, p.
105-109
[25] CASTEL,
Robert, La metamorfosis de la… op. cit.
p.258
[27] CAMPI,
Daniel; El Reglamento del Ingenio Bella Vista… op.cit. p. 107
[28] PATERLINI
DE KOCH, Olga, Pueblos Azucareros… op.cit, p.129
[29] VIDAL
SANZ, Lucía, La educación en el Tucumán
del azúcar. El caso de las escuelas de ingenio. 1884-1916, Tesis de doctorado inédita. Facultad
de Filosofía y Letras, UNT, 2010
[30] VIDAL
SANZ, Lucía; La educación en … op.cit
[31] NOUGUÉS,
Miguel Alfredo; Los fundadores, los
propulsores, los realizadores de San Pablo. Tucumán, 1976.
[32] MERCADO
Lucia, El ingenio Santa Lucia de
Tucumán. Los primeros habitantes. Indugraf. S.A, Bs.
As., 2003, pp. 150-153
[33] VIDAL
SANZ, Lucía; La educación en …op.cit.
[34] PADILLA,
Vicente; El Norte Argentino en… op.cit.
[35]VIDAL
SANZ, Lucía, La educación en … op.cit; sobre el ingenio La Florida, véase SALVATIERRA,
D.F, El ingenio de Azúcar. La Florida. en Ensayos Económicos.
Monografías industriales. Imprenta de Coni Hermanos, Bs.
As., 1900. En Biblioteca Tornquist.
[36] VIDAL
SANZ, Lucía; La educación en … op. cit.
[37] SCHLEH,
Emilio: Cincuentenario del Centro
Azucarero Argentino, Bs. As.,
1944; PADILLA, Vicente: El Norte
Argentino… op.cit
[38] El Orden, 16 de julio de 1917
[39] El Orden, 16 de julio de 1017
[40] El Orden, 2 de mayo de 1919 y 5 de mayo
de 1919
[41] El Orden, 11 de mayo de 1919
[42] ARANDA,
Nelly Cristina; “El cierre de los ingenios azucareros en Tucumán y su efecto
social. El caso del Ingenio Mercedes”. Tesina de Licenciatura, inédita,
Facultad de Filosofía y Letras, UNT, Tucumán, 2009.
[43] Así lo
reflejan las memorias de NOUGUÉS, Miguel Alfredo Los fundadores, los propulsores, los realizadores del San Pablo,
Tucumán, 1976. Sobre las características del “patrocinio patronal” véase, CASTEL,
Robert La metamorfosis de …, Paidós,
Bs. As., 1997.
[44] FURLONG,
Guillermo; Ernesto Padilla, Su Vida, Su Obra, 3 tomos, edit. Universidad Nacional de Tucumán, 1959,
Tucumán.
[45] La
Verdad. Revista Semanal Católica. Año I, Nº 12, 18 de noviembre de 1900 y Año
II, Nº 51, 18 de agosto de 1901.
[46] Reglamento
del Círculo de Obreros del Ingenio Concepción. Librería e
imprenta Colón. Tucumán. 1913
[47] PÁEZ
DE LA TORRE, Carlos, Vida de Don Alfredo
Guzmán, 1855-1951, Estación Experimental Agro-Industrial “Obispo Colombres”, Tucumán, 1989
[48]
Véase, LANDABURU Alejandra; Educación, niñez y juventud. El proyecto
salesiano en Tucumán, 1916-1930, Edunt, Tucumán,
2012
[49] FIERRO,
José; Conferencia leída en el Circulo del Magisterio. Fiesta de homenaje a la
memoria de Don Federico Moreno. 5 de agosto de 1933. Tucumán.
[50] La
familia Méndez era muy religiosa y no parecían inclinarse hacia el catolicismo
social, sino a un catolicismo tradicional. Los fundadores del ingenio
pertenecían a la Venerable Orden Terciaria de San Francisco, a su muerte fueron
enterrados en la Iglesia San Francisco. Corominas, J.; Los Méndez en Tucumán, Bs.
As., 1991
[51] SANTOS
LEPERA, Lucía: “Las parroquias de
los pueblos azucareros de la diócesis de Tucumán durante los años treinta” en CARETTA,
Gabriela y ZACCA, Isabel (Comp.) Derroteros
en la construcción de Religiosidades. Sujetos, instituciones y poder en
Sudamérica, siglos XVII al XX,
CEPIHA - UNSTA - CONICET, Salta, 2012
[52] Revista Azucarera, N° 52, Bs. As.,
julio de 1907