Reflexiones acerca de dos luchas obreras impulsadas
por los comunistas: la huelga petrolera en Comodoro Rivadavia y la huelga de la
carne en Avellaneda (1932)
Hernán Camarero(*)
Durante el cuarto de siglo que concluyó con el
surgimiento del peronismo (hacia mediados de la década de 1940), los comunistas
argentinos consiguieron su más alta inserción en el movimiento obrero. Con la
implantación molecular de sus células fabriles y sus agrupaciones gremiales, el
Partido Comunista (PC) se convirtió en un impulsor principal de la movilización
de los trabajadores. Durante esos años, logró agrupar a miles de militantes,
montó una densa red de agitación y propaganda y lideró numerosos conflictos y
organizaciones sindicales, en especial, dentro del proletariado industrial.[1]
El comunismo no representó estas tendencias desde un comienzo. Se
propuso llegar a ese objetivo tras su ciclo inicial de desarrollo. Durante su
primera década de existencia como corriente (primero, como fracción de
izquierda del socialismo, luego, como partido socialista disidente y
revolucionario, y, por último, como partido comunista durante su primer
lustro), mantuvo una relación superficial con el mundo del trabajo, ocupando
allí una posición marginal. El proceso de inserción orgánica del PC en el
movimiento obrero se produjo recién desde mediados de los años veinte, cuando
se logró la penetración en los sitios laborales, especialmente en un puñado de
ramas industriales (como la de la carne, la metalúrgica, la textil, la del
vestido y la de la madera), y, sobre todo, en la construcción. El PC lanzó sus
políticas de reclutamiento obrero, a las cuales les dio una prioridad absoluta:
fue el denominado proceso de proletarización. Esta incursión fue acompañada por
la llamada bolchevización, es decir, la transformación de la estructura
partidaria en clave jerárquica, centralizada, monolítica y mayormente
burocratizada. Todo ello, en sintonía con los postulados de una Internacional
Comunista o Comintern cada vez más dominada por el estalinismo. Esta consigna
no sólo estipulaba un tipo de militante totalmente comprometido con la causa,
sino que reclamaba una sola forma organizativa, la celular. A partir de su
imposición desde 1925, progresivamente, todos los afiliados debieron agruparse
en alguna de las células constituidas por la organización, especialmente en las
creadas por fábrica o taller. A su vez, las células promovieron la conformación
de otros organismos de base, como el Comité de Fábrica, de Lucha, de Huelga y,
luego, de Empresa, que proliferaron en diversos ámbitos fabriles y de la
construcción, especialmente a partir de los años treinta. Gran parte de la
labor partidaria giró alrededor de la conformación, mantenimiento y extensión
de esas células y comités, a los que nutrió de actividades e instrumentos específicos.
Uno de ellos fue el periódico de empresa, original órgano de prensa que llevó
la influencia del PC hasta los sitios de trabajo, uno de los ámbitos
principales en donde germinaba la experiencia obrera.
La intervención comunista en las organizaciones y las luchas sindicales
fue causa y consecuencia de este desembarco en los establecimientos
industriales y en la rama de la construcción. Las células y los diversos
organismos de base del partido pudieron convertirse en un acicate para el
desarrollo de la protesta obrera y la estructuración gremial de los
trabajadores y ser, a la vez, producto de estos procesos. La mayor presencia
sindical del PC se pudo expresar entre los obreros industriales más nuevos, de
condiciones laborales más precarias, con altos niveles de desorganización
gremial y de disponibilidad política, y allí donde existía menor presencia de
las demás corrientes (o con presencia de la corriente más débil de todas a
efectos organizativos, el anarquismo).
Desde fines de la década de 1910 y principios de los años veinte, los
comunistas tuvieron una actuación, aunque poco relevante, en las huelgas
reivindicativas por sector y en la vida de algunos sindicatos locales y
federaciones provinciales de la Federación Obrera Regional Argentina IX Congreso,
primero, y de la Unión Sindical Argentina, luego, ambas bajo dirección sindicalista.
Luego, de manera lenta pero persistente, las organizaciones gremiales
orientadas por el PC se fueron extendiendo en el proletariado industrial. Desde
1928-1929, acorde con las posturas de la Comintern, que en ese entonces
pregonaba una estrategia combativa, sectaria y ultraizquierdista, denominada de
clase contra clase, las prácticas
confrontativas del PC se volvieron extremistas y sus estrategias en el campo
gremial se tornaron sectarias. El crecimiento del comunismo se produjo, en los
años siguientes, fuera del principal marco organizativo del movimiento obrero,
el de la emergente Confederación General del Trabajo sindicalista-socialista.
La opción fue la creación de los sindicatos únicos por rama, clasistas o
rojos, es decir, controlados por el PC. Éstos se fusionaron en un
organismo madre, el Comité de Unidad Sindical Clasista (CUSC), una suerte de
central rival a la poderosa CGT, acusada de burocrática, colaboracionista y
progubernamental. Si el CUSC careció de fuerza en la dirección global del
gremialismo en comparación con la CGT, ganó influencia por abajo, en la
difusión del sindicalismo industrial.
En buena medida, eso se debió a la combatividad de las organizaciones
dirigidas o influenciadas por los militantes del PC, que impulsaron violentas
huelgas durante el segundo gobierno de Hipólito Yrigoyen, la dictadura de José
F. Uriburu y las presidencias de Agustín P. Justo, Roberto M. Ortiz y Ramón S. Castillo.
En términos más globales, la acción de los sindicatos comunistas significó un intento de oposición al doble desafío planteado
por las clases dominantes y el régimen conservador surgido en los años ’30, el
de instaurar una acelerada acumulación industrial con escasas pretensiones
redistributivas y un orden político de limitada participación para clases
subalternas y corrientes políticas opositoras. El costo de esa resistencia no
fue menor: durante los años treinta, el PC sufrió una sistemática persecución
estatal por
parte de la Sección Especial de Represión del Comunismo, creada durante la
dictadura uriburista. Cientos de sus adeptos fueron encarcelados, entre ellos, buena parte
de los miembros del Comité Central (CC), muchas veces, en lejanas prisiones del
país. El partido fue declarado ilegal y hubo un proyecto en el Senado de la
Nación para convertir esa persecución en ley. Asimismo, merced a la aplicación
de la Ley de Residencia (Nº 4.144), varios de sus activistas extranjeros fueron
deportados a sus países de origen, en los cuales había regímenes autoritarios.
No pocos comunistas, sobre todo los que aparecían al frente de los conflictos,
sufrieron torturas.
Hacia mediados de 1932, pocos meses después de la
asunción presidencial de Justo, los comunistas impulsaron dos huelgas
importantes, por su extensión y combatividad: la de los trabajadores petroleros
de Comodoro Rivadavia y la de los obreros de los frigoríficos (especialmente,
en la zona de Avellaneda). Se trata de dos conflictos escasamente examinados
por la historiografía, cuyo estudio puede arrojar alguna luz sobre el lugar de
los comunistas en el movimiento obrero de la época, en algunas regiones
distantes de la Capital Federal, el ámbito que ha sido más considerado para
estudiar la experiencia comunista. El objetivo de este artículo es indagar en
estos dos procesos de lucha y extraer algunas conclusiones generales.
El papel del PC en la huelga
de los trabajadores petroleros
de Comodoro Rivadavia
Hacia comienzos de la década de 1930, la ciudad de Comodoro Rivadavia
era la gran base petrolera del país y contaba con unos 10.000 habitantes. La
industria se extendía por varios kilómetros más allá de ese centro urbano, en
donde existían diversos campamentos de YPF, la Compañía Ferrocarrilera de Petróleo
y la Manantial Rosales (ambas pertenecientes a Royal Dutch Shell), la compañía
Diadema Argentina (subsidiaria de la Standard Oil) y la empresa Astra de
Petróleo Argentina. En conjunto, allí había unos 15.000 obreros y empleados
petroleros, la mayoría extranjeros (búlgaros, lituanos, rumanos, portugueses,
húngaros, yugoslavos, españoles, alemanes, italianos y chilenos, entre otros),
cuyos niveles de insatisfacción laboral eran muy altos.
El PC había logrado implantarse en la zona hacia mediados de los años
veinte y contaba con ocho células de unos sesenta afiliados en total, la
mayoría búlgaros, que se reunían en el Club Búlgaro Macedónico. La deportación
de varios de ellos redujo y desarticuló la acción del PC, que en 1928 reunía
apenas cuarenta militantes.[2] En los años siguientes,
hubo un proceso de virtual disgregación de los comunistas. En 1931 el CC del PC
decidió mandar a la región a un cuadro obrero experimentado de Córdoba
(dirigente de la Unión Obrera Provincial): Rufino Gómez. En la provincia
mediterránea, corría peligro de muerte por la persecución desatada y, en Comodoro,
podría ayudar en las tareas de consolidación partidaria y organización
sindical. Gómez necesitaba intérpretes para hacer reuniones entre esa masa
obrera heterogénea. La línea imperante en ese entonces era organizarse en
células idiomáticas, pero Gómez opinaba que, de ese modo, se favorecía a las
empresas, que alentaban la rivalidad entre obreros de distintas nacionalidades.
De allí que promoviera, en cambio, la formación, en todos los yacimientos, de
células de tres tipos: por empresa, por turnos de trabajo y por lugar de
vivienda. Para sortear la vigilancia patronal y el espionaje policial, se pautó
que las células no tuvieran más de cinco miembros, de modo que sus reuniones no
generaran sospechas.
Para mayo de 1931, el PC de Comodoro había recuperado sus activos y
también había conseguido muchos afiliados para la sección local de Socorro Rojo
Internacional (SRI), la entidad impulsada por los comunistas en todo el mundo
con el fin de encarar las tareas de solidaridad con los presos y afectados por
las medidas de represión anticomunista.[3] A fines de año, el partido
contaba con cerca de trescientos militantes, agrupados en unas setenta y cinco
pequeñas células y organismos, todos en la clandestinidad. El búlgaro
Estanislao Belasich (secretario del comité local), los italianos Nicola Conti y
Mario D’Arco, el portugués A. de Sousa y el español José Ramírez eran algunos
de los cuadros obreros claves.
A comienzos de 1932, los comunistas crearon la Unión General de Obreros
Petroleros (UGOP), con un estatuto “clasista y revolucionario”, que, de
inmediato, se adhirió al CUSC, a la Confederación Sindical Latinoamericana y a
la Internacional Sindical Roja (SR), todos organismos controlados por los
comunistas. Como puede advertirse, en este escenario, el PC no tenía competidor
alguno: “Con participación de más de doscientos obreros, acaba de crearse en
Comodoro Rivadavia, bajo la dirección del Partido Comunista y del Comité
Nacional de Unidad Sindical Clasista, la Unión General de Obreros Petroleros.
La novel entidad, compuesta por obreros que sufren una bestial explotación,
después de elegir a su Comité Central, aprobó por unanimidad la adhesión al
Comité Clasista y a la ISR, sobre la base de un informe que diera un compañero
con respecto a la vida, orientación, táctica y métodos de lucha de ambas
organizaciones”.[4]
Hacia el mes de marzo de 1932, la UGOP tenía 3.600 afiliados; el PC,
unos 400; el SRI, unos 500; y la Federación Juvenil Comunista (FJC), unos 20.
Entonces, se consideró que era posible lanzar una huelga, una experiencia que
no tenía tradición en el sector petrolero. La UGOP exigía reconocimiento del
sindicato, aumentos salariales, cumplimiento de la jornada de ocho horas, pago
de horas extras, calificación técnica de todo el personal, suministro de ropas
de trabajo, eficiente atención médica, cumplimiento de la ley de accidentes de
trabajo y que los comedores colectivos pasasen a ser administrados por los
obreros. En el momento más agudo de la desocupación, el sindicato hizo un
primer paro, organizado de modo clandestino, por la reincorporación de seis
despedidos de la Compañía Ferrocarrilera del Petróleo, que también habían sido
obligados a abandonar sus viviendas. La acción fue derrotada con la
intervención de infantes de Marina y, a continuación, se sucedieron detenciones
y deportaciones de activistas, y allanamientos a locales y domicilios obreros.
Luego del fracaso, el PC se dispuso a preparar mejor la siguiente lucha:
extendió las células en los campamentos de YPF (donde había menor inserción) y
montó una imprenta clandestina, donde editó el periódico El Obrero Petrolero.
Las autoridades organizaron, sin éxito, comandos policiales para descubrir y
cerrar esa imprenta.
En abril, después de proponer el pliego de reivindicaciones a todas las
empresas, la UGOP volvió a proclamar el paro, esta vez en toda la rama, que, de
hecho, se transformó en una huelga general en Comodoro Rivadavia, declarada por
la Unión Gremial de los Obreros del Pueblo (dirigida por el comunista D’Arco).
El paro, al que llegaron a plegarse unos 5.000 obreros, fue violentamente
enfrentado por 2.000 marineros enviados en dos barcos de la Marina de Guerra,
800 soldados de dos batallones de zapadores pontoneros del Ejército, 450
policías reclutados en Chubut y decenas de policías de civil y espías.[5] Los huelguistas fueron
amenazados a bayoneta calada; muchos fueron llevados detrás de los cerros y
sometidos a simulacros de fusilamientos (como en Santa Cruz, en 1921). Sus
dirigentes y decenas de delegados fueron detenidos y varios de ellos,
torturados. En la emergencia, la UGOP y el PC recurrieron a todo tipo de
tácticas: lograron la solidaridad popular y la intervención de mujeres y niños
en el apoyo al conflicto, con caravanas de camiones que trasladaban activistas
y alimentos; intentaron confraternizar con las tropas; organizaron piquetes que
realizaban acciones directas y de sabotaje contra las empresas extranjeras (por
ejemplo, rotura de los caños subterráneos que transportaban el petróleo,
incendio de destilerías y refinerías, etc.); y desarrollaron prácticas de
autodefensa armada.
Pero la huelga, que estaba aislada y no contaba con ningún sostén por
parte de la CGT, fue finalmente aplastada en junio. El saldo fue de 1.900
obreros encarcelados, la deportación hacia sus países de origen de otros 1.000
(con previo paso por la Sección Especial, en Buenos Aires) y algunos obreros y
rompehuelgas muertos. Centenares de obreros fueron despedidos de sus trabajos y
desalojados de sus viviendas. Al final, el PC negó la envergadura de la
derrota, pero se acomodó, de hecho, a ese diagnóstico. En los meses siguientes,
la UGOP dirigió la lucha de los despedidos y desalojados, y habilitó comedores
para alimentarlos; en agosto, estaba implicada en otra huelga general.[6] Con el tiempo, varias de
las demandas que habían dado origen al conflicto fueron alcanzadas. Pese a
todo, en Comodoro quedó estructurado un PC de cierta influencia, que, incluso,
logró la legalidad durante algunos meses, hasta que, en 1933, sufrió una fuerte
persecución: más de treinta de sus principales miembros fueron nuevamente
detenidos, torturados y enviados, en las bodegas del barco Menéndez, hasta el
Dock Sur, en cuyos muelles los presos bajaron cantando “La Internacional”.
José Peter y los comunistas en
la huelga
de los obreros de la carne de
1932
Durante este período, los comunistas lideraron otro proceso importante
de organización y lucha sindical: el de los trabajadores de la carne. Allí se
había avanzado en el establecimiento y articulación de una serie de sindicatos
locales en una rama que, hasta el momento, había experimentado grandes
dificultades. El objetivo fundamental trazado por el Grupo Rojo de Obreros de
la Carne, que funcionaba en Avellaneda y actuaba en los marcos del CUSC, era la
constitución de un gremio único de industria a escala nacional.
Esta iniciativa había recibido un impulso en la reunión continental de
trabajadores de los frigoríficos, realizada en la capital uruguaya, en 1930,
con el patrocinio de la CSLA y del CUSC. Ese encuentro se había preparado con
mucha anticipación, desde medio año antes, y tenía el propósito de estudiar el
rol de la industria de la carne en la economía de los distintos países y
discutir las reivindicaciones y las experiencias de lucha de los obreros del
sector, con la perspectiva de crear una Federación Obrera Continental de la
Industria de la Carne. Entre los temas en consideración, estaban la aplicación
de la racionalización y del sistema “standard” en las empresas oligopólicas; el
aumento de la intensidad de la producción a costa del esfuerzo obrero; el
problema de la desocupación, la duración de la jornada de trabajo, el monto de
los salarios y las formas de pago; la situación de los trabajadores en caso de
accidentes, enfermedad y vejez; la explotación de las mujeres, los jóvenes
obreros y los niños; el régimen político interno de las empresas (espionaje
patronal, policía propia, falta de derecho de organización, persecuciones a la
prensa proletaria); y composición nacional de la masa obrera de los
frigoríficos (porcentaje de obreros nativos y extranjeros).[7] El evento, programado para
marzo de 1930, luego de sucesivas postergaciones, se realizó en mayo, en
Montevideo. Bajo el lema “¡Abajo el standard!”, se congregaron delegados de
Paraguay, Brasil, Uruguay y la Argentina. Allí hubo obreros de Zárate-Campana,
Berisso y Avellaneda, todos vinculados al PC.
A lo largo de 1931, a pesar de la dictadura, hubo progresos visibles en
este proceso de implantación y organización. En este sentido, cumplieron un
papel los planes de “emulación sindical revolucionaria” que diseñó el CUSC.
Hacia fines de aquel año, se impulsó un programa metódico, con directivas para
expandir o establecer, desde las células partidarias, la estructura sindical.[8] En la zona de Dock Sur
(Avellaneda), en el frigorífico Anglo, los objetivos eran “100 cotizantes, de
ellos, 20 mujeres y 5 jóvenes; editar 3 números de El Naif, 2 de La
Obrera del Anglo, 2 de un periódico lituano, 2 de otro en ukraniano [sic],
organizar un Comité de Obreros y Obreras suspendidos, y un curso de capacitación”.
Dentro de la misma región, en los más pequeños establecimientos La Blanca,
Wilson y La Negra, los objetivos de las células eran más acotados. En el
primero, “Debe reclutar 20 obreros de los cuales 5 mujeres y editar 2 números
de El Martillo”; en el segundo, “Debe reclutar 25 obreros de los cuales
3 jóvenes y editar 2 números de El Brete”; en el tercero, “Debe reclutar
25 obreros y editar 3 números de La Lucha”. En Berisso, en los
frigoríficos Swift y Armour, se trazaba una
ambiciosa meta: “Cada uno debe reclutar 100 obreros, de los cuales, 15
mujeres y 20 jóvenes. Debe editar 3 números de El Despertar, 3 de El
Joven Proletario, 2 de El Despertar Femenino, 2 en lituano, 2 en
búlgaro, 2 en ukraniano [sic] y 2 números del periódico para los desocupados.
Además, volantes y manifiestos por secciones. Debe organizar un comité de lucha
de desocupados de la localidad y un curso de capacitación”. En la planta
Smithfield, de Zárate, se delineaban las siguientes aspiraciones: “Debe
reclutar 25 obreros de los cuales 5 jóvenes y editar 2 números de El Látigo
Proletario. Debe desligar a los pocos obreros que aún siguen al sindicato
patronal reformista de Penelón”. Fuera de la geografía de Capital-GBA:
“Frigorífico Swift de Rosario. Debe reclutar 60 obreros de los cuales 10
mujeres y 10 jóvenes. Debe editar 2 números de El Combate, 1 número de
un periódico especial para las mujeres y 1 para los jóvenes, además de volantes
idiomáticos. Debe organizar un Comité de lucha de desocupación en el barrio y
un curso de capacitación”. También se definían políticas de reclutamiento y
edición de periódicos de fábrica en el Frigorífico Modelo, de la Capital, y en
el Frigorífico Liebigs, de Colón. Luego de este plan para lograr unos
quinientos cotizantes y varios comités de desocupados, cursos de capacitación y
periódicos de empresa, el siguiente paso era la celebración de una Conferencia
Nacional de Obreros de la Carne y la organización de una huelga de todo el
sector.
En enero de 1932, encaró la primera
lucha el sindicato obrero del viejo frigorífico River Plate (ex Anglo), que,
luego de haber sido arrendado al Armour, estaba en proceso de cierre y despido
de sus operarios. La organización, adherida al CUSC, logró el pago de los
sueldos.[9] Poco
después de este conflicto, en marzo, fueron liberados y llegaron desde Ushuaia
los dos principales dirigentes obreros de la carne del PC, Gerónimo Arnedo Álvarez
y José Peter. Ellos se pusieron al frente del proceso de conformación de la
Federación Obrera de la Industria de la Carne, con la edición de El Obrero
del Frigorífico. En la FOIC, confluyeron el sindicato de los trabajadores
del frigorífico River Plate de Zárate, el sindicato de obreros de la carne de
Berisso y las secciones sindicales de los cuatro frigoríficos de Avellaneda.
Era el viejo proyecto comunista de crear una entidad única en toda la rama. El
primer objetivo fue la preparación de una huelga por mejoras salariales y
laborales a escala nacional, que estalló unas semanas después.
Esta tarea fue encarada furtivamente
desde principios de 1932, centrada en el Anglo, de Avellaneda. Los comunistas
desplegaron todos los atributos de su experiencia en la militancia clandestina.
El primer paso fue confeccionar las reivindicaciones. Dada la imposibilidad de
realizar una asamblea abierta, éstas debieron discutirse en pequeñas reuniones
de obreros, camufladas como encuentros sociales (picnics, festivales o paseos),
que sorteaban las acciones de vigilancia realizadas por las empresas. Además,
había que limar las desconfianzas existentes entre obreros extranjeros y
argentinos. La información también circulaba, de manera subrepticia, a través
de los volantes y los periódicos del PC y la FOIC, junto a carteles y
pintadas fugazmente estampadas en las
paredes de los establecimientos. Como recordaba Peter, el modo más accesible de
llegar a los trabajadores era la visita a sus domicilios: “… nos habíamos
impuesto la tarea de recorrer los barrios obreros durante la tarde de los
sábados y en especial en el feriado de los domingos. Golpeábamos puerta por
puerta, preguntando si había obreros de los frigoríficos entre los habitantes
de las casas. En sus propias viviendas nos vinculábamos así a los trabajadores
de playas, cámaras frías, conservas y demás secciones”.[10]
Bandera Roja es una fuente
privilegiada e insustituible para analizar el conflicto, pues lo cubrió en
detalle. Hacia fines de abril, un activista del Anglo expresaba allí: “Cuando
empezamos nuestro trabajo de organización éramos muy pocos y hubimos de vencer
a la reacción feroz y al espionaje. Hoy somos ya casi una cuarta parte del
personal organizado, tenemos una fuerte sección sindical con grupos en todas
las secciones de la fábrica […]. Contamos con 7 comisiones internas […]. La
empresa desesperada porque no puede destruir a la sección sindical, pega golpes
de efecto, suspendiendo y despidiendo en masa grupos de obreros para decapitar
así a los organizadores”.[11]
Las reivindicaciones acordadas
giraron en torno al pedido de: readmisión inmediata de todos los obreros
despedidos por su actividad sindical y reconocimiento del derecho de
organización; total supresión del sistema de trabajo forzado (“standard”);
aumento general de salarios; equiparación de sueldos entre hombres, mujeres y
jóvenes; prohibición de despidos o suspensiones de personal sin causa
justificada frente al sindicato; y pago mínimo de 4 horas a todo obrero
convocado al trabajo. Estos reclamos de los trabajadores del Anglo fueron
tomados como modelo por los operarios de los demás frigoríficos. La coyuntura
no parecía apropiada para iniciar un conflicto, pues existía una alta
desocupación en el sector, debido a la disminución de la faena de ganado bovino
que se arrastraba desde la crisis de 1930.
Pero los acontecimientos se precipitaron. El 6 de mayo, el PC informaba
que el Anglo, “... que olfatea la proximidad de la huelga, extrema la feroz
ofensiva contra la organización sindical. En los mítines comunistas concurren,
además de la policía, elementos pesquisantes del frigorífico, para identificar
a los obreros, para luego expulsarlos del trabajo”.[12] En la noche del 9 de
mayo, se reunieron unos doscientos delegados de los cuatro frigoríficos de
Avellaneda, y de los de Berisso y Zárate, bajo la organización del Consejo
Federal de la FOIC, liderado por Peter. Allí se aprobaron los reclamos, se
obtuvo un “aval mayoritario” para ir al conflicto y se nombró un Comité de
Huelga. Asimismo, se designó a la comisión encargada de presentar en el Anglo
el 20 de mayo, a las ocho de la mañana, las demandas que la patronal debía
responder con un plazo de cinco minutos. A esa hora, en el patio del
establecimiento, bajo la convocatoria del pito de la sala de máquinas, los
operarios se reunieron en asamblea y proclamaron el inicio de la medida de
fuerza. La tapa de Bandera Roja exhibió fotos de los obreros saliendo de
la planta en paro y rodeados por la policía. Los comunistas entendieron a la
huelga como un hecho bélico: “Preparada durante varios meses por la Federación
Obrera de la Industria de la Carne […] fue decretada sorpresivamente para no
permitir al coloso imperialista tomar medidas de contra-ofensiva. Esta huelga
es el principio de las hostilidades que declara el proletariado revolucionario
del país a las empresas imperialistas, que por sus métodos de explotación son los
peores opresores de la economía del país y los verdugos de toda la población
laboriosa de la ciudad y del campo”.[13]
Sólo en el Anglo, fueron casi cuatro mil los obreros que empezaron el
paro y cerca de tres mil los asistentes a las asambleas casi diarias realizadas
bajo el auspicio de la FOIC y el CUSC. Dos días después, se sumaron a la medida
los 2.500 trabajadores de otro frigorífico de Avellaneda: La Blanca. El
conflicto se tornaba más violento y el PC llamó a la autodefensa obrera armada:
“La perrada policial de Martínez de Hoz y de Justo 4144 da carta blanca a los
provocadores y golpea, sablea y encarcela a los huelguistas […]. Contra las
milicias patronal y policíacas, organicemos las milicias obreras para defender
la dirección de huelga, para aplastar la reacción, para imponer el derecho de
reunión, de palabra, huelga, etc., por encima de los esbirros y lacayos de la
empresa imperialista”.[14] El día 22, se realizó una
asamblea en el Salón Verdi, de la Boca, en la que Peter arengó a los obreros y
los convocó a reafirmar la lucha, al tiempo que condenó a la CGT y a la FORA por
no adherirse a ella. También hablaron allí Rodolfo Ghioldi y dirigentes del
CUSC, SRI, Alianza Antifascista, Comité de Desocupados de Avellaneda, entre
otros organismos, todos comunistas.[15]
Desde el día 23, en Avellaneda, la acción tomó características más
vastas: el CUSC, un Comité Sindical de Frente Único formado por la FOIC y el
SOIM, y la célula comunista de la metalúrgica TAMET hicieron sumar a muchos de
los 800 obreros de esa fábrica a la huelga por sus propios reclamos y en apoyo
a la de los frigoríficos. Para el PC, los “tres colosos” fabriles de Avellaneda
(Anglo, La Blanca y Tamet) estaban en pie de lucha. El 29 quisieron agregarse
los obreros del Wilson, aunque la célula del PC tuvo dificultades para hacer
cumplir la medida: “Ayer a las 9, grupos nutridos a los gritos de ‘Viva la
huelga’, hicieron abandono de sus tareas, dirigiéndose a la gerencia, donde
iban a presentar el Pliego de Reivindicaciones. Toda la perrada policial de V.
Alsina, jefes y capataces, armados, se lanzaron contra los obreros, mientras
otros empleados cerraban el portón. Los huelguistas se han resistido
bravamente, pero ante la fuerza armada de la perrada, tuvieron que replegarse”.[16] El mismo día, la célula
comunista del frigorífico Armour (Berisso), compuesta mayoritariamente por búlgaros
y lituanos, intentó llevar allí la protesta, sin lograrlo; lo mismo ocurrió en
el Swift;[17]
Arnedo Álvarez, también infructuosamente, trató de plegar a los del Smithfield,
de Zárate. Las informaciones de Bandera Roja daban cuenta de 10.000
participantes en el momento cúlmine del conflicto, aunque la cifra puede ser
exagerada, pues el paro sólo tenía verdadera fuerza en el Anglo y en La Blanca,
como reconocía el propio diario.
Tanto en el Comité de Huelga como en las comisiones de Solidaridad, de
Propaganda y de Recursos creadas para sostener el paro, los comunistas tenían una
presencia destacada, pero también había trabajadores de distintas tendencias.
Entre las iniciativas adoptadas, la FOIC logró organizar a los desocupados
acampados en Puerto Nuevo, a quienes las empresas intentaban reclutar para
reemplazar a los obreros en inactividad. Además, se generalizaron los piquetes
contra los rompehuelgas y grupos de autodefensa enfrentaron a las patrullas
policiales y al virtual toque de queda imperante. En los barrios humildes de la
Isla Maciel, las fuerzas de seguridad efectuaron redadas y asaltos a domicilios
obreros, y detuvieron a centenares de huelguistas, la gran mayoría trasladados
en camiones del propio Anglo al Cuadro Quinto del Departamento Central de
Policía. También fueron allanados y clausurados los cuatro locales que la FOIC
tenía habilitados en Avellaneda y en La Boca. Para el 29 de mayo, eran casi
seiscientos los detenidos, entre ellos, Peter y Esteban Peano (ambos de la FOIC
y de la máxima dirección del PC), los integrantes del Comité de Huelga, Romeo
Gentile (secretario del Sindicato Obrero de la Industria Metalúrgica), Prospero
Malvestitti y el secretario de la CSLA, Miguel Contreras, que apoyaban el conflicto.[18] Un nuevo Comité de Huelga
prosiguió la lucha. El SRI desplegó una actividad intensa para juntar ropa y
dinero para los presos, y presentar los amparos judiciales.
Finalmente, el conflicto de la carne se agotó por la represión y el aislamiento. Ni la CGT
ni la FORA anarquista le prestaron respaldo efectivo, sino que denunciaron que
había sido copado por el comunismo. Con el solo concurso del CUSC, la lucha no
podía continuar. El 3 de junio, el PC y el CUSC lanzaron una arriesgada huelga
general en Avellaneda, que fue impedida por la policía: “Se palpaba de armas en
plena calle. Las patrullas de cosacos y policías en motocicletas, automóviles y
a pie, formaban un verdadero ejército. Todo el mundo era detenido, registrado y
metido en camiones, llevándoselos presos. Desde ayer las comisarías de
Avellaneda, Lanús, Sarandí, V. Alsina, Piñeyro, Dock Sud, Isla Maciel y demás
localidades del partido están repletas de detenidos”.[19] Otro tanto ocurría en
Berisso, donde se produjeron allanamientos policiales al local de la FOIC y a
los barrios proletarios.[20] Ante estos reveses, unos
días después, una asamblea convocada por el Comité de Huelga en el cine Select,
de Avellaneda, examinó la situación de debilidad y votó levantar la medida,
tras casi veinte días de desarrollo.
Había ocurrido una derrota inocultable. El saldo de la más masiva y
geográficamente extendida huelga de los obreros de la carne hasta ese entonces
realizada en el país dejó cientos de obreros detenidos, despedidos y heridos,
sin alcanzar las demandas. La FOIC pareció quedar templada por la adversidad,
ya que, en los años siguientes, reconstruyó la organización y preparó nuevas
medidas de fuerza. Varios de los despedidos atendieron la labor militante en
los frigoríficos desde afuera; otros emigraron a distintos gremios y, dada su
experiencia, se convirtieron en cuadros sindicales destacados. Algunos cuadros
fueron deportados: por ejemplo, el lituano Jaime Jungman. En el caso de Peter,
el partido decidió, en octubre de 1932, enviarlo a un largo viaje a la URSS,
junto a Jesús Manzanelli y a otros dirigentes obreros del PC, para conmemorar
la Revolución soviética y la finalización del Primer Plan Quinquenal. A su
vuelta, se consolidó como el líder máximo de la FOIC y el principal referente
de la comisión sindical del PC.
Reflexiones finales
El ejemplo de las huelgas obreras dirigidas por los
comunistas que han sido analizadas en este artículo, la de los petroleros de
Comodoro Rivadavia y la de los trabajadores de la carne en Avellaneda y otras
regiones del país, ambas ocurridas en 1932, nos conducen a algunas reflexiones
finales.
La primera se refiere a la posición adoptada por el gobierno de Justo
frente a los conflictos obreros de ese álgido año. Es evidente que el Estado
reaccionó de manera disímil en relación a las distintas huelgas, según la
posición del sindicato en la estructura económica, la filiación política de sus
líderes, el tipo de amenaza que representaban y la distancia del ámbito porteño.
Frente a los paros promovidos en la ciudad de Buenos Aires por organizaciones
de mayoría sindicalista y socialista, adheridas a la CGT, que tuvieron
un perfil menos confrontativo, el Gobierno eligió una vía negociadora. Por
ejemplo, el que sostuvo la Federación Obreros y Empleados Telefónicos, que duró
52 días, entre mayo y julio. O el que en abril iniciaron de manera conjunta el
Sindicato de Obreros del Calzado (de la CGT) y la Federación Obrera del Calzado
(anarquista), para reclamar, entre otras reivindicaciones, la jornada de 7
horas, aumentos de salarios, la abolición de las horas extraordinarias y la
concentración total del trabajo en fábricas y talleres; la acción comprometió a
unos quince mil obreros y se prolongó durante 40 días, pero, en los últimos
diez, la protesta fue parcializada; si bien se obtuvieron algunas mejoras, no
se consiguieron ni las 7 horas ni la concentración del trabajo. En el conflicto
de los telefónicos, el PC no pudo incidir en modo alguno, porque casi carecía
de presencia en el sector. En el del calzado, la intervención del PC fue más
importante, pues tenía presencia en el Comité de Huelga, pero estaba en clara minoría
y no pudo imponer su línea más combativa. En cambio, la administración Justo
optó por reprimir sin contemplaciones la lucha de los petroleros, lo cual, como
señaló Joel Horowitz “... reflejaba la importancia de la industria, el papel de
los comunistas, y también la escasa visibilidad del conflicto para la opinión
pública”;[21]
en la de la carne, el Gobierno eligió disolverla por algunas de esas mismas
razones, aunque el conflicto, a pesar de que los diarios casi no informaron
sobre ello, pudo salir a la luz pública, gracias a la información desplegada
por los comunistas. En ambos casos, el hecho de que las huelgas se
desarrollaran fuera de la Capital Federal, incidió en el carácter profundo y
descarnado que alcanzó la acción represiva gubernamental-patronal. Las noticias
de estos eventos apenas lograron hacerse conocer en la ciudad porteña.
La segunda reflexión alude a las razones que permiten
explicar un conflicto en dos escenarios industriales que hasta ese momento
carecían, en buena medida, de sindicalización obrera y que habían mostrado
grandes dificultades para organizar la lucha gremial y hacer avanzar las
demandas laborales. Entendemos que aquí se impone una correcta evaluación de
las características, los espacios y las condiciones sociales que hicieron posible
la experiencia obrera y sindical de los comunistas, en relación con las de las
otras corrientes del movimiento obrero.
¿Es acaso casual que la penetración comunista fuera tan limitada en
importantes secciones del mundo del trabajo, como lo eran la de los
trabajadores del transporte, de los servicios y de algunos pocos manufactureros
tradicionalmente organizados, con muchos trabajadores calificados (marítimos,
ferroviarios, tranviarios, municipales, empleados de comercio y del Estado,
telefónicos y gráficos, entre otros)? De ningún modo. Allí, la hegemonía era
disputada por socialistas y sindicalistas, tendencias que desde mucho
tiempo antes venían negociando con los poderes públicos y ya habían obtenido (o
estaban en vísperas de hacerlo) conquistas efectivas para los trabajadores. Los
sindicalistas confiaban en sus acercamientos directos con el Estado; los
socialistas apostaban a potenciar su fuerza con la utilización de su bancada
parlamentaria, desde la cual apoyaron los reclamos laborales, en especial, los
provenientes de sus gremios afines. En ambos casos, se privilegiaba la
administración de las organizaciones existentes, que gozaban de considerable
poder de presión y estaban en proceso de jerarquización, complejización e
institucionalización. En el caso de los ferroviarios, incluso, ya habían dado
lugar al surgimiento de una suerte de elite obrera. En suma, aquellos eran
territorios ocupados, en donde los comunistas no encontraron modos ni
oportunidades para insertarse e incidir.
En cambio, durante el período de entreguerras, como producto de los
avances de la industrialización sustitutiva, se verificó una situación nueva.
Esa industrialización impuso cambios en las orientaciones del movimiento
obrero, que había echado raíces muy débiles en estos nuevos sectores
manufactureros. El crecimiento de un proletariado industrial más moderno y
concentrado (en el rubro de la construcción, de la carne, de la metalurgia, de
la madera, del vestido, textil y petrolero), mayoritariamente semicalificado o
sin calificación, en donde la situación laboral era ostensiblemente más
precaria, dejaba un espacio vacío de representación, organización y
socialización. Allí había disponibilidad y oportunidad para el despliegue de
una empresa política. En este escenario, estaba casi todo por hacer y los
comunistas demostraron mayor iniciativa,
habilidad y capacidad para acometer los desafíos. Usando una imagen metafórica:
el PC se concebía a sí mismo capaz de abrir senderos o “picadas” en una selva,
es decir, apto para habilitar caminos no pavimentados y alternativos a los
reconocidos. Era una faena para la cual las demás corrientes del movimiento
obrero no parecían estar tan bien predispuestas o preparadas.
Es preciso señalar que las tareas de movilización y organización de los
obreros en los nuevos espacios de la vida industrial, que se multiplicaban en
la Argentina a partir de los años veinte y treinta, se presentaban plagadas de
dificultades, originadas en la hostilidad de los empresarios y del Estado. Esos
trabajadores se enfrentaron a formidables escollos para agremiarse y hacer
avanzar sus demandas en territorios hasta entonces muy poco explorados por la
militancia política y sindical. Para abrirse paso a través de esos obstáculos,
se requerían cualidades políticas especiales. Sostenemos que el PC estaba en
posibilidad de exhibirlas. Ellas se resumían en un tipo de compromiso militante
firme, una ideología finalista y una serie de repertorios organizacionales,
que, de conjunto, hicieron altamente eficaz la modalidad de intervención
comunista en la clase obrera. Blindados con estas disposiciones subjetivas y
apoyados en una estructura partidaria rígida pero efectiva, los miembros del PC
pudieron absorber y racionalizar los golpes, las derrotas y los fracasos, tanto
los que provinieron de los peligros externos (la acción patronal y
gubernamental, que recurrió a una represión anticomunista durante varios años)
como de las vicisitudes internas (crisis partidarias y cambios abruptos de
líneas políticas). El PC pudo expresar una conciencia y una cultura proletarias
contestatarias en medio de la adversidad, en donde fueron frecuentes el
aislamiento, la persecución y la clandestinidad.
Las huelgas de 1932 en la actividad petrolera de Comodoro Rivadavia y
de los trabajadores de los frigoríficos son una evidencia de las disposiciones
subjetivas y repertorios organizacionales
puestos en práctica por los comunistas, así como de las condiciones sociales
que hicieron factible y efectiva dicha intervención militante.[22] La derrota de ambos
conflictos ocupa, entonces, un lugar de menor relevancia en el argumento
expuesto. Lo que se pretendió privilegiar en este artículo es el análisis de la
experiencia obrera comunista, así como sus razones y sus condiciones de
posibilidad. Algunos años después, en otro contexto, esa misma empresa política
logró un resonante triunfo, el de la huelga de los obreros de la construcción,
entre fines de 1935 y principios de 1936.
RESUMEN
Reflexiones acerca de dos luchas obreras impulsadas por
los comunistas: la huelga petrolera en Comodoro Rivadavia y la huelga de la
carne en Avellaneda (1932)
En 1932, los comunistas impulsaron dos huelgas
importantes, la de los trabajadores petroleros de Comodoro Rivadavia y la de
los obreros de los frigoríficos (especialmente, en Avellaneda), que han sido
escasamente examinados por la historiografía y cuyo estudio puede arrojar
alguna luz sobre el lugar de los comunistas en el movimiento obrero de la época.
El objetivo de este artículo es indagar en estos dos procesos de lucha y
extraer algunas conclusiones generales acerca de las características, los espacios y las
condiciones sociales que hicieron posible la experiencia obrera y sindical de
los comunistas. En particular, se enuncian las razones que permiten explicar la
existencia de conflictos
en dos escenarios industriales que hasta ese momento carecían, en buena medida,
de sindicalización obrera y que habían mostrado grandes dificultades para
organizar la lucha gremial y hacer avanzar las demandas laborales.
Palabras clave: Partido Comunista argentino - movimiento obrero -
huelgas obreras - industria petrolera - industria de la carne
ABSTRACT
Rethinking two workers strikes
carried out by communists: the oil workers strike in Comodoro Rivadavia and the
meat workers strike in Avellaneda (1932)
During
1932, the communists carried out two major strikes: the oil workers in Comodoro
Rivadavia and the meat workers (especially in Avellaneda). Both are fights
barely studied in the history field, therefore this article attemps to analysis
those strikes paying attention to the extent and importance of the communist
influence inside the labor movement and unions, paying special attention to the
reasons wich allowe to explain the existence of two different industrial scenes
of conflict both of them free of struggles till then. And more, in those cities
there was a very low rate of union subscription and there were also various
difficulties to organize and make de labour claims moving forward.
Key words: Argentine
Communist Party - labor movement - workers strikes - oil industry - meat
industry
Recibido: 30/04/07
Aceptado: 17/07/08
Versión final: 26/08/08
Notas
(*) Doctor en Historia (Universidad de Buenos Aires). Profesor e investigador en la Facultad de Filosofía y Letras y Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, y en la Universidad Torcuato Di Tella. E-mail: hernancamarero@ciudad.com.ar
[1] Un estudio general sobre este proceso en: CAMARERO, Hernán, A la conquista de la clase obrera. Los comunistas y el mundo del trabajo en la Argentina, 1920-1935, Buenos Aires, Siglo XXI Editora Iberoamericana, 2007.
[2] “Al Bureau Político del Comité Central. Informe de organización sobre la actual situación del partido”, 29/5/28. Para la inserción del PC y las huelgas de Comodoro luego de 1931, nos apoyamos en GÓMEZ, Rufino, La gran huelga petrolera de Comodoro Rivadavia (1931-1932) en el recuerdo del militante obrero y comunista Rufino Gómez, Buenos Aires, Centro de Estudios, Colección Testimonios, 1973.
[3] “El partido se engrandece. Comodoro Rivadavia”, La Internacional, órgano del PC, (en adelante, LI), año XIII, n° 3376, Buenos Aires, 1/5/31, p. 5.
[4] “Se ha creado la Unión General de Obreros Petroleros”, LI, año XIV, n° 3386, Buenos Aires, 15/2/32, p. 2.
[5] La mejor cobertura del conflicto se hizo en La Internacional y en Bandera Roja (en adelante, BR), que fue un fugaz diario impulsado por el PC en 1932: “Se baleó a los obreros en Comodoro Rivadavia”, BR, año I, n° 17, Buenos Aires, 17/4/32, p. 1; “Desembarcaron tropas en Comodoro Rivadavia”, BR, año I, n° 26, Buenos Aires, 26/4/32, p. 1; “Comodoro Rivadavia bajo el terror del 4144”, BR, año I, n° 29, Buenos Aires, 29/4/32, p. 1; “Es brava la huelga de los petroleros…”, LI, año XIV, n° 3392, Buenos Aires, 01/5/32, p. 3; “Pese a la normalidad de los palos, deportaciones y desalojos, sigue la gran huelga de Comodoro Rivadavia”, BR, año I, n° 43, Buenos Aires, 14/5/32, p. 1; “No traicionar la heroica huelga de los petroleros”, BR, año I, n° 54, Buenos Aires, 25/5/32, p. 1; “Comodoro Rivadavia y Avellaneda señalan el camino, LI, año XIV, n° 3394, Buenos Aires, 14/6/32, p. 3.
[6] “Estalló la huelga en Comodoro Rivadavia”, Mundo Obrero, diario del PC, año I, n° 2, Buenos Aires, 25/8/32, p. 1.
[7] CONTRERAS, Miguel: “Gran Conferencia Internacional de obreros de los frigoríficos y saladeros de Argentina, Uruguay, Paraguay y Brasil”, El Trabajador Latinoamericano (en adelante, ETLA), órgano de la CSLA, año II, n° 26-27, Montevideo, diciembre de 1929, p. 8.
[8] Las citas y datos que siguen en este párrafo son de “La emulación sindical revolucionaria en marcha” y “Argentina: la Federación Obrera de la Carne y su plan de emulación revolucionaria”, ETLA, año IV, n° 46-47, Montevideo, enero/febrero de 1932, pp. 3-4 y 17-19.
[9] “El hermoso triunfo de los obreros del frigorífico River Plate de Zárate”, LI, año XIV, n° 3385, Buenos Aires, 07/01/32, p. 1.
[10] PETER, José, Crónicas proletarias, Bs. As., Esfera, 1968, p. 145.
[11] “Preparando las huelgas en Avellaneda”, BR, año I, n° 26, Buenos Aires, 26/4/32, p. 3. Muchos de los artículos sobre la huelga luego fueron retomados en: PETER, José, ¡Así… se preparó la huelga de los frigoríficos!, Montevideo, CSLA, 1934.
[12] “Van hacia la huelga los obreros del Anglo”, BR, año I, n° 35, Buenos Aires, 6/5/32, p. 3.
[13] “Estalló la huelga en el Anglo”, BR, año I, n° 49, Buenos Aires, 20/5/32, p. 1.
[14] “Los obreros de La Blanca entraron ayer al combate”, BR, año I, n° 51, Buenos Aires, 22/5/32, p. 1.
[15] “Miles de obreros huelguistas de La Blanca y del Anglo juraron luchas hasta vencer”, BR, año I, n° 52, Buenos Aires, 23/5/32, p. 3.
[16] “El lunes no debe entrar ningún carnero a las fábricas”, BR, año I, n° 57, Buenos Aires, 29/5/32, p. 3.
[17] LOBATO, Mirta Z., La vida en las fábricas. Trabajo, protesta y política en una comunidad obrera, Berisso (1904-1970), Buenos Aires, Prometeo Libros/Entrepasados, 2001, pp. 217-221.
[18] “La ‘normalidad’: ¡600 presos! La feroz reacción del gobierno 4144 se ha desencadenado contra los obreros ¡Aplastemos la dictadura de Justo!”, BR, año I, n° 57, Buenos Aires, 29/5/32, p. 1; “Palabras de ‘normalidad’, realidad de balazos. Peano y Malvestitti cazados a tiro”, BR, año I, n° 61, Buenos Aires, 2/6/32, p. 1.
[19] “La ciudad proletaria vivió ayer en pleno estado de guerra”, BR, año I, n° 63, Buenos Aires, 4/6/32, p. 3.
[20] “Aumenta el terror en Berisso”, BR, año I, n° 68, Buenos Aires, 9/6/32, p. 3.
[21] HOROWITZ, Joel, “El movimiento obrero”, en CATTARUZZA, Alejandro, Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930-1943), t. VII de la Nueva Historia Argentina, Buenos Aires, Sudamericana, 2001, p. 251.
[22] Sobre la noción de repertorio, como conjunto de prácticas de acción colectiva entre las cuales la gente puede optar en un lugar y tiempo determinados, ver: TILLY, Charles, “Contentious Repertoires in Great Britain, 1758-1834”, en TRAUGOTT, M. (ed.), Repertoires and cycles of Collective Action, Duke, Duke University Press, 1995.