Los trabajadores y la
construcción de la ciudadanía política en
Lisandro Gallucci**
En la historiografía argentina no son pocos los estudios consagrados al
estudio de los trabajadores. A una tradición bastante larga de escritos sobre
los aspectos organizativos e ideológicos del movimiento obrero, desde mediados
de la década de 1980 se agregó un nuevo conjunto de estudios que modificó
sensiblemente los abordajes hasta entonces canónicos en la temática. Mientras
los primeros escritos fueron claros tributarios de ideologías políticas
específicas, los estudios que comenzaron a producirse a partir de aquellos años
indagaban la experiencia de las clases trabajadoras desde dimensiones sobre
todo culturales, lo que llevó a convertir en materia de análisis aspectos hasta
entonces no considerados relevantes. Un lugar destacado entre esas nuevas
producciones ocuparon las de Luis Alberto Romero y Leandro Gutiérrez sobre las
formas asociativas y la vida cotidiana de los sectores populares porteños en el
período de entreguerras.[1]
El impulso a la exploración sobre ámbitos poco estudiados como las asociaciones
barriales, comisiones de fomento, clubes y bibliotecas populares, entre otros, no
provino únicamente de la adopción de temas y perspectivas entonces en boga en
la historiografía extranjera, sino también del interés por identificar el papel
jugado por los trabajadores en el sinuoso trayecto de la democracia
representativa en Argentina. Aunque más tarde matizada, la idea que guió a esos
investigadores fue que esas asociaciones constituyeron “nidos de democracia”,
verdaderos refugios donde los trabajadores mantuvieron viva la participación
frente a entornos políticos adversos.[2]
La vigencia de esa inquietud dio estímulo a una de las contribuciones
más destacadas en la historia política reciente. Si bien orientado a estudiar
los procesos formativos de la representación política en el espacio porteño de
mediados del siglo XIX, el trabajo de Hilda Sabato
reconocía de manera explícita ese origen común al señalar que el interés se
había gestado durante los años finales de la última dictadura. “En ese marco”,
ha comentado la autora, “propusimos la hipótesis, tal vez demasiado optimista,
de la histórica capacidad de nuestros sectores populares para generar celulares
‘nidos de la democracia’ en el seno de la sociedad civil.”[3]
Sin embargo, en tanto que durante el siglo XIX la capacidad de esos sectores de
crear tales espacios había sido muy reducida, era necesario esperar la llegada
de las transformaciones -sobre todo de carácter socioeconómico- que abren la escena
a la democracia de masas. Para los trabajadores, como para otros sectores de la
sociedad porteña, la experiencia de la ciudadanía política se habría forjado en
la esfera pública, a través de las movilizaciones callejeras y sobre todo de
las asociaciones, entre las cuales algunas comenzaron a asumir una identidad
clasista a partir de mediados de la década de 1870.[4]
Aunque referidas a distintos períodos históricos, las dos
interpretaciones comparten una idea similar acerca del desarrollo de la
ciudadanía política entre los trabajadores. En efecto, la multiplicación de las
asociaciones y la participación en el seno de éstas, la creación de bibliotecas
populares, la publicación de periódicos y sueltos, la organización de
movilizaciones y otras iniciativas semejantes, habrían sido los fundamentos a
partir de los cuales se constituyó la ciudadanía política de aquellos sectores.
Aun cuando en un caso ese ámbito sea conceptualmente definido como sociedad
civil y en otro como esfera pública, la ciudadanía es presentada en ambos como
un proceso cuya construcción se da en un ámbito externo al sistema político. La
gran proporción de habitantes extranjeros -más pronunciada todavía en la
población trabajadora- y la exclusión política que pesaba sobre éstos,[5]
la debilidad organizativa de buena parte de las asociaciones obreras y el
fuerte grado de control notabiliar sobre el sufragio,
conforman las razones para entender que todavía en 1912 “la ciudadanía política
es más una forma que una realidad”.[6]
Esa realidad habría comenzado a modificarse en las décadas posteriores, merced
a un más rápido proceso de modernización social, que involucraba una mayor
urbanización, un intenso crecimiento económico del cual también participaron
las clases trabajadoras y, no menos importante, el fortalecimiento del
movimiento obrero en sus diversas corrientes. A partir de estos profundos
cambios, la construcción de la ciudadanía política, ya de la mano de una incipiente
ciudadanía social, habría dado avances significativos.
Pero si esta explicación puede juzgarse válida para las principales
ciudades del país, caracterizadas por la urbanización, el crecimiento económico
y la presencia de un sólido movimiento obrero, ¿qué sucedió allí dónde todo
esto faltaba? ¿Fue posible algún desarrollo de la ciudadanía política en
aquellas regiones que no presentaban la misma morfología que la ciudad de
Buenos Aires? En particular, ¿cómo se constituyó la experiencia de ciudadanía
política de los trabajadores en espacios de condición periférica, como era el
caso de los territorios nacionales de
En la historiografía sobre la Patagonia, no son muchos los trabajos que
se han dedicado a explorar las relaciones entre la ciudadanía política y las
clases trabajadoras. En primer lugar, los conocimientos acerca de los
trabajadores en la Patagonia siguen marcados todavía por su carácter
fragmentario y por su desigual distribución espacial, aunque recientemente se
han hecho algunos esfuerzos por reunir y sistematizar los más recientes
desarrollos historiográficos en la materia.[7]
Sin embargo, buena parte de esa producción ha discurrido por temas y
perspectivas clásicas, tales como las condiciones de trabajo de los obreros, su
vida material, sus organizaciones sindicales y los principales conflictos
sociales en los que tuvieron parte.[8]
Menos frecuentes han sido, por otra parte, los intentos por vincular la
historia de las clases trabajadoras con la formación de la ciudadanía política.
Las razones son pocas, pero lo suficientemente contundentes para dar cuenta de
ese vacío historiográfico: la población de los territorios nacionales se
mantuvo excluida del sistema político nacional hasta la década de 1950 y
durante todo ese período el único ámbito de participación formal fue el
municipio, siempre que una localidad alcanzase el millar de residentes exigido
por la ley.[9] Estas fuertes limitaciones
sobre la vida política de los territorios nacionales –las que se mantuvieron
hasta la efectiva provincialización de los mismos, hacia finales de la década
de 1950-, han desalentado una exploración atenta del período territoriano en general y de las experiencias de ciudadanía
política de las clases trabajadoras en particular. Los trabajos que han abordado
en alguna forma la cuestión, han sedimentado cierto consenso en torno a que la
irrupción del fenómeno peronista en las tierras patagónicas representó el
acceso a la ciudadanía política por parte de las clases subalternas.[10]
En los períodos anteriores, la política habría sido objeto del exclusivo
interés de los grupos dominantes, a lo que habrían colaborado las constricciones
institucionales vigentes en los territorios nacionales y la propia debilidad
del movimiento obrero en estas regiones sureñas. Sin embargo, existen
importantes indicios que obligan cuanto menos a matizar esa caracterización en
la medida que sugieren que la noción de la ciudadanía política no era tan ajena
a las clases trabajadoras, ni estaban éstas tan alejadas de la vida política.[11]
Es con el objeto de realizar una contribución en tal sentido que en este artículo
nos proponemos indagar sobre dicho proceso a partir de un espacio local de la Patagonia
a comienzos de la década de 1920.
Los trabajadores en Neuquén hacia 1920
Según los datos que arrojó el censo realizado en 1920, la capital del
territorio neuquino tenía 2.533 habitantes, lo que representaba el 76% de la
población de todo el departamento Confluencia.[12]
Aunque a falta de las cédulas censales resulta muy difícil saber qué proporción
alcanzaban los trabajadores en esa población, es legítimo suponer que
constituían el grueso de la población. Así lo reflejan, al menos, los padrones
electorales locales, en su mayor parte integrados por trabajadores, ocupados en
muy diversas ocupaciones pero en general de un bajo nivel de calificación, lo
que daba a los patrones una importante capacidad de rotación del personal. En
esto, la situación de la capital neuquina no se alejaba de la del resto del
territorio, donde los trabajadores acostumbraban a transitar por distintas
ocupaciones, muchas veces según la estacionalidad de las mismas. Sin embargo, en
algunos aspectos los trabajadores residentes en Neuquén se distinguían del
resto de la población trabajadora del territorio. Tales diferencias estaban
estrechamente asociadas con las actividades económicas desarrolladas en la
capital neuquina, principalmente ligadas al transporte y al comercio. Los
trabajadores ferroviarios fueron uno de los grupos de trabajadores de mayor
importancia en el escenario local, siendo “en general de origen europeo,
llegados mayoritariamente de la provincia de Buenos Aires”[13]
y llegando a conformar, en la opinión de algunos historiadores, una suerte de
“elite obrera” de la localidad.[14]
Una parte importante de los trabajadores de Neuquén se desempeñaba en
distintas actividades ligadas al comercio, lo que no resulta extraño en una
localidad que constituía un verdadero nudo de intercambios que operaba sobre un
importante espacio de la Norpatagonia. Esto no se
traducía, sin embargo, en una situación laboral demasiado favorable de los
dependientes de comercio ya que, como lo indicaba un informe del Departamento
Nacional del Trabajo, para 1924 aquellos trabajadores cumplían jornadas de doce
horas diarias de labor, lo que representaba una de las más extensas de todo el
país en la rama comercial.[15]
Algunos, no obstante, tenían mejor suerte puesto que, tras algunos años de
trabajo, podían pasar al frente de la administración de algún establecimiento,
tal como solía ocurrir en los casos de redes comerciales fundadas sobre lazos
familiares.[16]
Aunque de reducidas dimensiones, también existían en la ciudad de
Neuquén algunos establecimientos productivos dedicados a la elaboración de
bienes para satisfacer la demanda local. La producción de esas pequeñas
empresas estaba orientada sobre todo a la producción de artículos de consumo
liviano -panificados, bebidas, jabón, confección de vestimenta-, pero también
existían carpinterías, herrerías, talabarterías, hornos de ladrillos y fábricas
de carros. Si bien muchos de esos establecimientos se basaban en el trabajo
familiar, ocasionalmente contrataban mano de obra para tareas que no requerían
de una muy elevada calificación.[17]
Con todo, el empleo en aquellas empresas no se caracterizaba por su estabilidad,
sino más bien por la circulación permanente de los trabajadores, quienes
acostumbraban alternar estas labores con trabajos estacionales en las
propiedades rurales de la región.
Peones y jornaleros eran quienes poseían las trayectorias laborales de
mayor inestabilidad, circulando entre el campo y el pueblo en busca de empleos
que no requirieran demasiada preparación. Para muchos de aquellos trabajadores
escasamente calificados, contratar sus brazos en las chacras de los
comerciantes o colonos más acomodados de la localidad, representaba una
posibilidad interesante de empleo, sobre todo cuando la estacionalidad de
ciertas tareas elevaba la demanda de mano de obra. Al comenzar la década de
1920 existían en la capital territoriana tres
colonias que lograban abastecer buena parte de la demanda local de hortalizas,
huevos, leche y carne, entre otros productos.[18]
Si bien disponían de una mayor estabilidad, los empleados de las
reparticiones estatales no parecían tener mucha mejor suerte que la de los
demás trabajadores de la localidad. Pese a que sus remuneraciones podían ser
algo más elevadas,[19]
sus condiciones de trabajo muchas veces no eran demasiado buenas[20]
y, no menos importante, en muchas ocasiones sufrían prolongados retrasos en el
pago de sus salarios. La única alternativa frente a esto consistía en acudir a
la compra a crédito en los comercios de la localidad -por supuesto, en aquellos
que tenían la capacidad suficiente para hacerlo-, acumulando deudas en favor de
los comerciantes locales. Esta situación no era de todos modos privativa de
quienes trabajaban en las reparticiones estatales existentes en la localidad,
sino que era compartida por amplios sectores de la población trabajadora de la
región. En la mirada de algunos estudiosos, la venta a crédito representó la
base material en la construcción de relaciones clientelares en los diferentes
ámbitos locales del territorio, sin que la capital fuera una excepción a este
cuadro.[21]
Este repaso sobre los trabajadores residentes en la ciudad de Neuquén a
comienzos de la década de 1920 permite observar la existencia de múltiples
relaciones de dependencia entre aquéllos y los miembros de la elite local, a la
que pertenecían los principales propietarios y comerciantes de la población.
Para muchos de esos trabajadores escasamente calificados que recorrían la
región norpatagónica en busca de empleo, el contacto
con alguno de los miembros de la elite -ya fuera directo o a través de algún
mediador-, representaba una ventaja importante para ser contratado en algún establecimiento,
acceder a tierras en las colonias rurales del ejido o al crédito en las casas
comerciales de la localidad. Este tipo de prácticas constituyó, según algunos
historiadores, un terreno fértil para el desarrollo de relaciones clientelares
en las que fundaron su poder los miembros de las elites locales.[22]
Pero aún cuando esas relaciones de dependencia eran generalizadas en la
sociedad neuquina, la población subalterna de la localidad no era completamente
pasiva. En algunas oportunidades, los trabajadores fueron capaces de poner en
práctica formas de acción colectiva a través de las cuales planteaban sus
demandas de manera autónoma. En la primavera de 1921, poco tiempo antes del
frustrado proceso electoral analizado en este artículo, un grupo de trabajadores
ferroviarios lanzó un boicot contra algunos comerciantes de la localidad. Los
motivos de esa decisión no resultan claros dada la escasez de referencias a ese
episodio. La prensa local refiere a precios excesivos por parte de ciertos
comerciantes y a que algunos de éstos no respetaban el descanso dominical.[23]
Luego de varios días, el conflicto llegó a su fin. El 2 de noviembre de 1921,
una asamblea de ferroviarios resolvió por mayoría de votos levantar la medida y
designar una comisión encargada de comunicar la decisión a los comerciantes
afectados por la medida.[24]
El episodio da cuenta de la capacidad de los trabajadores de organizarse
colectivamente en función de demandas concretas y obliga a matizar
considerablemente las imágenes de pasividad muchas veces empleadas para
describir la situación de los trabajadores del territorio durante las primeras
décadas del siglo XX. Sin embargo, no deja de ser cierto que el movimiento
obrero local se encontraba en una situación de profunda debilidad organizativa
que contrastaba, por ejemplo, con las huelgas de los peones rurales que por los
mismos años se desarrollaban en el territorio de Santa Cruz.[25]
En ambos casos, la población trabajadora compartía una escasa calificación que
se combinaba también con una amplia movilidad laboral. Sin descartar por
supuesto el activismo de los dirigentes de Santa Cruz, la inexistencia en la
capital neuquina de empresas de una magnitud comparable a la de las estancias
ovinas de aquel territorio o inclusive a la de la producción cerealera del territorio de Pampa Central,[26]
obstaculizó la emergencia de acciones colectivas por parte de la población
trabajadora. Si bien éstas existieron en nuestro caso, no aspiraban a extender
sus demandas hacia otros trabajadores, permaneciendo éstas como reclamos
puntuales que no alcanzaban grados tan elevados de conflictividad como en otros
territorios nacionales. Es importante destacar, además, que en los tres casos
mencionados se reconocen elementos que, como el boicot, sugieren la existencia
de un repertorio de protesta compartido, las luchas de los trabajadores
patagónicos durante los años del “quinquenio rojo” fueron de carácter local y
se desarrollaron aisladas unas de otras.[27]
En ese contexto de profunda debilidad organizativa que caracterizaba a los
trabajadores neuquinos, la construcción de experiencias de ciudadanía política
no pudo desarrollarse exclusivamente en el ámbito de las sociabilidades
obreras. Si tales “nidos de democracia” eran inexistentes o al menos escasos,
¿cómo desarrollaron sus experiencias de ciudadanía política los trabajadores
neuquinos? Aquí entendemos que la clave no está en identificar un ámbito
autónomo y carente de contacto con las clases dominantes. Por el contrario, más
allá de sus diferentes ocupaciones, sus diversos grados de calificación laboral
y repertorios de protesta, los trabajadores de Neuquén mantenían estrechos
vínculos con los miembros de la elite local, lo que resulta importante destacar
para comprender mejor sus formas de acción política.
Un municipio solitario
Desde septiembre de 1921, la municipalidad de Neuquén se encontraba
intervenida por una comisión nombrada por el gobernador del territorio,
Francisco Denis. La renuncia de varios miembros del anterior concejo municipal
había producido la acefalía de la institución. Frente a esa situación, la
gobernación del territorio nombró a tres vecinos de la localidad para que se
ocuparan de los asuntos comunales hasta que el municipio fuera normalizado a
través de la celebración de nuevos comicios. Para ello era necesaria la
confección de un nuevo padrón municipal en el que, como sucedía antes de cada
elección, fueran incluidos los ciudadanos que accedían al derecho de voto en la
comuna -porque habían alcanzado la mayoría de edad o porque cubrían el período
de residencia requerido-, al mismo tiempo que eran excluidos aquellos que
habían perdido la posibilidad de participar en las elecciones, ya porque se
domiciliaron en otras localidades o simplemente porque habían fallecido.
Con miras a ese objetivo, el 8 de abril de 1922 las autoridades
interventoras ordenaron la constitución de una comisión especial que debía
encargarse de la depuración del padrón municipal. Pasados los veinte días
establecidos como período de tachas, el padrón sería sometido a las
modificaciones que surgieran de la evaluación realizada por la comisión y,
luego de recibir la aprobación de la justicia letrada, serviría de base a la
realización de elecciones comunales. Sin embargo, una vez publicado el padrón
confeccionado por la comisión, surgieron numerosos reclamos sobre inclusiones y
exclusiones injustificadas planteados por varios vecinos de la localidad.
Cuando esas demandas fueron elevadas a la justicia letrada, ésta intervino
ordenando una investigación sobre el proceso de formación del padrón electoral
para corroborar la exactitud de las irregularidades denunciadas. Luego de la indagación
la justicia letrada declaró la nulidad del padrón, lo que hizo que las
elecciones de 1922, que debían normalizar el municipio neuquino, nunca llegaran
a celebrarse. Sin embargo, los reclamos que se suscitaron durante todo el
proceso organizativo previo constituyen valiosos indicios para reflexionar
acerca de la relación entre las clases subalternas y la ciudadanía política.
Como han señalado Bonaudo y Sonzogni, una de las preocupaciones más persistentes en las
elites inscriptas en la tradición del liberalismo fue la de limitar la
participación popular a la jornada electoral.[28]
Pero aún cuando las elites pudieron asegurarse el control de la vida política -a
través de la definición de las candidaturas o la puesta en práctica de diversos
mecanismos de manipulación-, nunca lograron que la importancia y el significado
de las elecciones quedaran limitados al día de la votación. Por una parte, los
estudios sobre las décadas finales del siglo XIX como en las primeras del XX,
muestran que los trabajos electorales comenzaban mucho antes del día de las
elecciones, con el despliegue de una serie de esfuerzos organizativos previos por
parte de cada grupo participante en la contienda.[29]
En el caso argentino y en el de muchos otros países latinoamericanos, la
normativa permitía la participación electoral de sectores sociales de condición
subalterna, lo que la propia competencia política ayudaba a materializar. Esta
participación, aunque por lo general desarrollada bajo el control de los
notables, los ponía en contacto con discursos, figuras e instrumentos a partir
de los cuales pudieron construir sus experiencias de ciudadanía política.
Demostrar eso es el objetivo que perseguimos en este artículo, tomando como
caso unas elecciones frustradas en la capital del territorio nacional de
Neuquén a comienzos de la década de 1920.
Hasta 1927, cuando se habilitó a la población de Zapala a conformar su
propio concejo municipal, Neuquén representó la única localidad de todo el
territorio que contaba con un gobierno comunal surgido de elecciones.[30]
De acuerdo a la ley 1.532 de 1884, mediante la cual se estableció el marco
institucional en el que habría de desenvolverse la vida política en los
territorios nacionales, sólo podían constituir un gobierno municipal las
localidades que contaran con un millar de habitantes dentro de su respectivo
ejido. Cuando ello sucedía, la población local accedía al derecho de elegir a
los cinco vecinos que habrían de conformar un concejo municipal, que tenía
facultades para establecer impuestos locales y regular diversas actividades
desarrolladas en el pueblo.[31]
En cambio, cuando la población de una localidad no alcanzaba aquel requisito
demográfico, sus habitantes sólo podían aspirar a conformar una comisión
municipal integrada por tres vecinos del pueblo pero elegidos por el gobernador
del territorio.
En una sociedad de frontera, de escasa densidad demográfica y con un
muy marcado predominio de población rural como era el territorio de Neuquén
-todo ello resultante de una organización productiva que perduró, aunque no sin
modificaciones, hasta bien entrado el siglo XX-,[32]
las condiciones institucionales establecidas por la ley 1.532 afectaron
directamente las posibilidades de la población de participar en una arena
política formal, aún cuando fuera de dimensiones estrictamente locales. Pese a
las modificaciones menores que fueron introduciéndose al cuerpo de aquella ley,
la misma se mantuvo sin ninguna transformación significativa en sus dimensiones
estrictamente políticas. En efecto, desde la sanción de la ley en 1884 y al
menos hasta
De esta manera, la organización institucional que el Estado nacional
impuso sobre los nuevos espacios incorporados a su control luego de la
conquista militar de
Sin embargo, en la práctica concreta, la competencia que se desarrolló
en los municipios de los territorios nacionales pronto generó desconfianza entre
algunos observadores, quienes comenzaron a dudar acerca de las ventajas
reportadas por la creación de municipios. A pocos años de iniciada la
experiencia de gobierno comunal electivo en la ciudad de Neuquén, Eduardo Elordi, el gobernador del territorio, proponía hacer más
difícil la constitución de nuevos municipios elevando el número de habitantes
requeridos para ello.[37]
De este modo, entendía, se libraría a la población del territorio de los
problemas que generaban gobiernos comunales integrados por personas inexpertas
en los asuntos públicos, quienes cargaban a sus vecinos de impuestos
innecesarios y de todos los vicios que rodeaban a las elecciones. Esta
preocupación de las autoridades territorianas por
ajustar los controles políticos sobre los espacios locales se mantuvo como una
constante durante toda la primera mitad del siglo XX. En el caso del territorio
de Neuquén, por ejemplo, aún cuando varias localidades habían alcanzado el
millar de habitantes requerido para la formación de un concejo municipal, no
fue sino hasta mediados de la década de 1940 que desde la gobernación se
habilitó la creación de nuevos municipios que habrían de sumarse a los dos ya
existentes. Como ha señalado Susana Bandieri al
respecto, “aunque las localidades hubiesen superado los mil habitantes exigidos
por la ley de Territorios Nacionales de 1884 para convertirse en Municipios,
los gobernadores preferían mantener las mucho más ‘controlables’ Comisiones de
Fomento”.[38] En los casos de concejos
municipales contaban ya con cierta trayectoria, si su disolución podía
representar una solución demasiado controvertida, la intervención de los mismos
por parte del gobierno territoriano parecía una
opción más viable, sobre todo porque muchas veces podía contarse con el apoyo
de las facciones políticas que se encontraban desplazadas del gobierno comunal.
De aquí la frecuencia con que los gobiernos territorianos
intervinieron los concejos municipales en varias localidades patagónicas,
sustituyéndolos por comisiones no surgidas del voto popular sino de la elección
del gobernador.[39]
En el caso particular de Neuquén, el municipio fue intervenido por el
gobierno del territorio en numerosas ocasiones entre 1906 y 1930, contando por
lo general con la adhesión de algunos miembros de la elite local.[40]
En efecto, las comisiones interventoras estaban integradas por vecinos que
participaban activamente en la vida política local, formando parte inclusive de
las dirigencias de alguna de las agrupaciones comunales. Para éstos, lograr la
intervención del municipio representaba una vía por la que podía accederse al
control del gobierno municipal, aún cuando hubieran sido derrotadas en las
urnas. En 1922, la comisión municipal que había sido designada por el
gobernador Denis para hacerse cargo provisionalmente de los asuntos comunales,
se encontraba presidida por Enrique Carro, uno de los principales dirigentes
del Partido Popular, agrupación que por aquellos años disputaba con la Unión
Vecinal el control del concejo municipal. Interesados en mantenerse al frente
del gobierno comunal, los dirigentes del Partido Popular no escatimaron
esfuerzos para asegurarse el triunfo en las elecciones que normalizarían el
municipio. Esto implicaba, entre otras cosas, ganar el apoyo del mayor número
posible de vecinos. Dada la inexistencia de un voto calificado en los
municipios territorianos, la condición social de los
simpatizantes no constituyó obstáculo alguno para que las dirigencias locales
se ocuparan de promover la participación electoral de aquellos.
Los trabajos electorales y las estrategias de los ciudadanos
Los preparativos para las elecciones comunales de 1922 habían comenzado
con la formación del nuevo padrón electoral, tarea que la comisión interventora
había asignado a José Fava, Eleuterio Pérez y
Nazareno Abelli, tres vecinos notables ligados al
Partido Popular, al que pertenecía Enrique Carro, el presidente interino de la
comisión municipal. Pasados los veinte días durante los cuales dicha comisión
atendió las solicitudes de los vecinos, el padrón fue sometido a las
modificaciones que los tres comisionados estimaron necesarias y, tal como lo
establecía la ley 1.532, fue dado a conocer colocando copias en el municipio,
el juzgado de paz, la oficina de correos, la estación ferroviaria y varios
comercios, entre otros sitios. Una vez finalizado el período establecido para
la presentación de pedidos de tachas e inclusiones por parte de los vecinos,
los miembros de la comisión depuradora informaban que habían decidido excluir
del padrón de argentinos a 391 individuos, dado que “desde hace tiempo no
forman parte de este distrito electoral, y a otros que no les corresponde votar
por tener su domicilio fuera de este circuito”, mientras que en el de
extranjeros removieron a 46 inscriptos “los que unos han fallecido y otros no
se encuentran en esta Capital ni alrededores.”[41]
Por otra parte, los comisionados agregaban que, atendiendo a los reclamos
presentados oportunamente por los vecinos, habían decidido la inclusión de 38
argentinos y 137 extranjeros que no se encontraban anotados en la primera
versión del padrón municipal.
Estas modificaciones despertaron la preocupación de algunas
agrupaciones locales, en la medida que varios de los individuos a los que
contaban como simpatizantes habían sido excluidos del padrón con el que habrían
de celebrarse las elecciones. En el reclamo que planteó ante la justicia,
Adolfo D’Achary, el presidente de la Unión Vecinal,
denunciaba a la comisión depuradora del padrón de estar “constituida por los
tres vecinos que son a la vezlas cabezas dirigentes
de una agrupación que pugna por conquistar las poseciones
públicas apoyadas no por las opiniones independientes y el prestigio popular
sino tan solo por el calor y la influencia Oficial”, y que en consecuencia “se
ha manifestado contraria a los intereses y política seguida por la ‘Unión
Vecinal’ que represento.”[42]
Además de denunciar la parcialidad de los comisionados, a los que asociaba con
el Partido Popular, D’Achary indicaba las
irregularidades que había cometido la comisión al inscribir a extranjeros “que
son completamente desconocidos en esta Capital”, a personas que no alcanzaban
el año de residencia, a otras que se habían ausentado de la localidad hacía
varios años, a individuos que no estaban enrolados o no tenían pase al distrito
militar local, e inclusive a menores de edad, entre los que figuraba el hijo de
José Fava, presidente de la comisión depuradora del
padrón.[43]
Para D’Achary, la intencionalidad de los comisionados
al confeccionar “un padrón electoral lleno de errores y falsedades” no era otra
que la de asegurarse que pudiera “competir con ventaja en los próximos comicios
la agrupación que subrepticiosamente dirigen.”[44]
Sin embargo, denuncias de este calibre formaban parte del repertorio de
estrategias empleadas por los dirigentes de las agrupaciones locales en ocasión
de cada jornada electoral. Lejos de expresar un puro celo republicano, ese tipo
de discursos formaba parte de los trabajos electorales destinados a maximizar
la presencia de los simpatizantes propios en las elecciones, al mismo tiempo
que a bloquear la participación de los adherentes de las agrupaciones rivales.
De aquí que cada una de las agrupaciones presentara pedidos colectivos de
inclusión y/o exclusión de individuos empadronados, siendo cuestionada su
condición de vecinos de la localidad. Por ejemplo, durante el período de
depuración del padrón, los dirigentes de la Unión Vecinal presentaron listas en
las que figuraban los nombres de cincuenta y dos personas que consideraban
injustificadamente removidas y en nombre de las cuales reclamaban su inmediata
inclusión. Si observamos con mayor detalle las características de los
individuos incluidos en la lista sobre los cuales se dispone de cierta
información -en este caso 43 extranjeros-, puede notarse que se trataba en su
mayor parte de trabajadores -86%-, mientras que un porcentaje muy menor se
dedicaba al comercio -9,3%- y sólo dos individuos fueron anotados como
“rentista” o “propietario”.[45] De este grupo de
extranjeros cuya inclusión apoyaba la Unión Vecinal, la mayor parte estaba
integrada por españoles -37,2%- y chilenos -30,2%-, seguidos más atrás por los
vecinos de procedencia italiana. Por otra parte, de este conjunto de
extranjeros, el 40% superaba los treinta años de edad y algo más de la mitad de
ellos se encontraban casados.
Un perfil no muy diferente tenían los individuos con cuya adhesión
parecía contar el Partido Popular. Los comisionados empadronadores, ligados a
la mencionada agrupación, impulsaron la inclusión de 137 extranjeros al
registro electoral,[46] de los cuales una buena
proporción estaba formada por trabajadores de baja calificación -71%- y, dentro
de éstos, jornaleros y agricultores componían casi la totalidad del grupo, con
un 93,8%.[47] Asimismo, algo más de la
mitad de estos trabajadores escasamente calificados estaban casados y, en lo
que respecta a su nacionalidad de origen, no se observan diferencias
significativas si se los compara con el grupo analizado más arriba.[48] De esta mirada a un sector
de los hipotéticos simpatizantes de las dos agrupaciones que se disponían a
competir por el control del concejo municipal, surge que los trabajadores
representaban un sector que desempeñaba una importante participación en la vida
política de la comuna neuquina, aún cuando la historiografía regional ha
considerado que la movilidad espacial y laboral de esos individuos constituyó
un poderoso obstáculo para que se involucraran en los asuntos de la comuna.
Parece posible entonces entender que en el desarrollo de los trabajos
electorales que precedían a cada comicio, las
agrupaciones políticas locales no sólo representaban un vehículo de competencia
intraelites, sino que también constituían un espacio
al que los vecinos podían acudir para reclamar por sus derechos políticos
cuando entendían que les habían sido conculcados. En estas ocasiones, los
reclamos eran canalizados por las agrupaciones y planteados en forma colectiva
ante las autoridades.
Sin embargo, no era éste el único modo en el que los sujetos
pertenecientes a los sectores subalternos podían reclamar por el reconocimiento
de sus derechos. Numerosas peticiones planteadas de forma individual por
vecinos de condición social, sugieren que no parecen haber tenido dificultades
especialmente graves para comprender e internalizar el sufragio como un derecho
de ciudadanía. Muchas de las impugnaciones de las que fue objeto el padrón
municipal a poco de publicado fueron realizadas individualmente por vecinos de
la localidad. Si los reclamos colectivos ofrecen una oportunidad valiosa para
comprender los trabajos electorales organizados por las dirigencias locales,
aquellos otros presentados individualmente son útiles para aproximarse a las
nociones de ciudadanía de los vecinos de condición subalterna. La información
que aportan esas peticiones, por medio de las cuales estos sujetos de condición
social subalterna buscaban probar su condición de vecinos del pueblo, resulta
de suma importancia para tener una idea más detallada de esos individuos que
consideraban el ejercicio del sufragio tan importante como para realizar reclamos
al respecto.
Uno de estos casos fue el de Franklin Bellagamba,
un argentino de 23 años que trabajaba como agricultor en una chacra de la
colonia Bouquet, quien expuso ante el juez letrado “que como le acredite con la
libreta de enrolamiento adjunta de haber pedido mi pase a éste distrito a su
debido tiempo, y no habiendoseme incluido en el
padrón Electoral, Recurre a U.S. a fin de que se sirva ordenar se me incluya en
el padrón de electores.”[49] También su hermano menor
Carlos, con el que Franklin había llegado a Neuquén en marzo de 1921, manifestó
haber sido erróneamente excluido del padrón municipal y decidió escribir una
carta a la justicia letrada reclamando su incorporación al registro.[50]
Trabajadores como los Bellagamba, que sabían
leer y escribir, estaban en condiciones de presentar sus propias peticiones
ante la justicia del territorio. Más complicada era la situación de aquellos
trabajadores analfabetos que eran incapaces de hacer lo mismo. Cándido
Hernández, un agricultor analfabeto, chileno y casado, se quejaba por
intermedio de la pluma del procurador Juan Zufiria de
“que en el padrón figuraba vajo el numero 144 de estranjeros y al revisar el padrón en este Juzgado he visto
con sorpresa que por mala voluntad de la Comisión Depuradora se me ha excluido
del Padron sin causa alguna.”[51]
El mismo Zufiria había prestado su ayuda al hermano
de Cándido, Gregorio Hernández, quien tampoco sabía leer ni escribir, para
exponer que había sido indebidamente excluido del padrón porque “hace diez años
que recido en esta Capital.”[52]
Estos casos sugieren que obtener la asistencia de algún notable local
resultaba clave para reclamar por los derechos políticos, no sólo porque aquel
podía redactar la petición, sino también porque el testimonio prestado por el
primero podía ser un buen recurso para comprobar que el suplicante era vecino
del pueblo y cumplía con todos los requisitos para participar en las
elecciones. La importancia de los notables locales como fuentes de autoridad a
cuyo testimonio podía recurrirse para comprobar la condición de vecindad, se
observa claramente en los casos de individuos que, aún sabiendo leer y
escribir, buscaban la colaboración de aquellos vecinos prominentes de la
sociedad local. Esto fue lo que hizo Martín Ferramola,
un mecánico italiano de 46 años, casado y con once años de residencia en
Neuquén, quien luego de verse excluido del padrón electoral no sólo buscó la
colaboración de quien escribió la nota a su pedido -la diferencia caligráfica
entre su firma y el cuerpo de la nota es evidente-, sino que también logró
ofrecer “como testigos para justificar el tiempo en esta Capital á los señores
Arsenio B. Martín [y] Juan Zufiria”,[53] dos conocidos miembros de la elite local.
Casos como estos hacen suponer que los lazos patrón-cliente, forjados
en el lugar de trabajo o a través de la venta a crédito, brindaban a los
trabajadores envueltos en esas relaciones una trama de vínculos que les
permitía obtener la asistencia legal o simbólica necesaria para reclamar por
sus derechos políticos. Disponer de relaciones con los notables locales podía ser
un recurso clave a la hora de efectuar tales planteos ante la justicia letrada.
Por ejemplo, cuando “al observar el padrón en este juzgado ha visto con
sorpresa, que por mala voluntad de la comision
empadronadora se me ha excluido del padron sin causa
justificada alguna”,[54]
el jornalero español Robustiano Basterrechea
no se limitó a presentar individualmente su reclamo ante el juez letrado. Para
comprobar su condición de vecino buscó el auxilio de Félix Pérez, en cuyo
comercio había trabajado por un período bastante prolongado. De un modo
similar, cuando se vio excluido del padrón electoral, Pedro Gancedo -un
dependiente de comercio de nacionalidad española, casado y de 35 años de edad-,
propuso como testigos de sus cuatro años de residencia en la localidad a su
empleador, el comerciante Félix Pérez, y a Adolfo D’Achary,
el presidente de la Unión Vecinal.[55]
Es cierto que muchos de estos reclamos pueden ser interpretados como resultado de la
coerción ejercida por los patrones antes que del interés de los vecinos subalternos
por el resguardo y ejercicio de sus derechos políticos. No existen razones para
descartar la posible importancia de lo primero en casos como el de Francisco
Becerra, un agricultor que llevaba seis años trabajando en la chacra de un
miembro de la elite local y para quien la posibilidad de un desalojo
representaba un riesgo demasiado costoso.[56]
Al estar de tal modo comprometido su destino y el de su familia a la
permanencia en una tierra que no era de su propiedad, no es arrojado pensar que
sujetos como Becerra aceptaran seguir las “recomendaciones” que sus patrones
podían hacerles en vísperas de cada elección, sobre todo cuando estos mismos
formaban parte de la dirigencia de alguna de las agrupaciones políticas
locales. Pero que el recurso coactivo estuviera en las manos de patrones y
notables, no permite suponer que derechos políticos como el de sufragio resultaran
ajenos o irrelevantes a la población subalterna. No eran únicamente los sujetos
en condiciones de mayor vulnerabilidad quienes integraban las redes políticas
de los notables locales. Aquellos otros que contaban con una cierta
organización e identidad colectivas no parecían encontrarse completamente
ajenos a esas redes movilizadas en ocasión de las elecciones.
Tomemos por caso, por ejemplo, el boicot que en 1921 los ferroviarios
de Neuquén lanzaron contra los comerciantes de la localidad. Resulta altamente
sugestivo que entre las personas que el presidente de la Unión Vecinal
reclamaba incluir en el padrón, se encontraba Ángel Bulgherini,
un maquinista italiano de 35 años y casado, quien durante el boicot de 1921 era
el presidente del sindicato local de ferroviarios y que había sido designado por
sus compañeros para integrar la comisión que negoció con los comerciantes contra
los que se dirigía la medida.[57] Si, como puede suponerse,
los dirigentes de la Unión Vecinal eran lo suficientemente prudentes como para
limitarse a reclamar la inclusión de aquellos con cuyos votos contaban, parece
que algunos obreros ferroviarios -e inclusive sus dirigentes gremiales- podían
pertenecer a sus redes políticas o bien que, en ocasión de las elecciones
municipales, aquellos trabajadores podían negociar su apoyo hacia alguna de las
agrupaciones políticas conducidas por los notables locales. Lo que un caso como
éste sugiere es que la pertenencia a las redes políticas de los notables
locales no era privativa de los vecinos que mantenían una actitud deferente
frente a los primeros. Antes bien, incluso los miembros de las escasas
organizaciones gremiales existentes podían negociar su incorporación a esas
tramas de relaciones movilizadas en ocasión de las contiendas electorales. Este
caso, junto a los mencionados en las páginas precedentes, conduce a pensar que,
aún en un espacio claramente periférico y con una sociedad civil débil -de lo
que es muestra, entre otros elementos, la debilidad del movimiento obrero
neuquino-, la existencia de clientelas políticas no se desprendía directamente
del poder económico de las elites locales, sino que su construcción debe ser
ubicada en un plano claramente político. Las relaciones de apoyo político
forjadas en la sociedad local no resultaban simplemente de la coerción ejercida
unilateralmente por el patrón, sino que dependían principalmente de que las
mismas fueran percibidas por las partes como un vínculo de reciprocidad.
Conclusiones
En este artículo hemos tratado de aproximarnos a los procesos de
construcción de la ciudadanía política de los trabajadores desde un lugar poco
frecuente: las prácticas electorales. Por regla general la historiografía ha
considerado, para el caso de esos sectores, que sus experiencias de ciudadanía
política se gestan en el espacio de sus propias sociabilidades (sindicatos,
asociaciones barriales, bibliotecas, clubes, etc.) y sin que sea necesario
algún contacto con las instituciones propias de la representación política. De
esta manera, la práctica del sufragio no habría cumplido un papel demasiado
significativo en las experiencias de ciudadanía política de las clases
subalternas en general, puesto que “es probable que nociones como la de
soberanía popular y representación en su versión moderna resultaran muy
abstractas para amplios sectores de la población.”[58]
La situación no habría cambiado demasiado inclusive tras los procesos de
modernización desarrollados a partir de comienzos del siglo XX, ya que “los
sectores populares en constitución (…) no establecieron una relación directa y
clara entre el ejercicio del voto y la mejora de sus condiciones.”[59]
De esta manera, ya en la sociedad civil, ya en la esfera pública, la
ciudadanía política se constituiría efectivamente por fuera del campo trazado
por las instituciones. El fuerte interés por los modos informales de
participación política, considerados más autónomos y de intervención más
directa -desde las páginas de prensa publicadas por sindicatos o bibliotecas
populares hasta las movilizaciones callejeras, entre muchas otras formas-,
tendió a desalentar el estudio de las experiencias más institucionales de vinculación
de los sectores trabajadores con el resto de la comunidad política, tales como
la participación electoral. Al menos para fines del siglo XIX y comienzos del
XX, las elecciones han sido vistas habitualmente como un mecanismo para
resolver disputas entre distintas facciones de las elites o como un método de
sanción de candidatos ya elegidos por los gobiernos, no como un espacio de
construcción de la ciudadanía política.
Si bien en la historiografía política reciente abundan referencias a
las normativas electorales y a los modos en que fueron definiéndose los límites
entre quienes podían ejercer el voto y aquellos que quedaban excluidos del
mismo, son pocos los trabajos que han visto en las elecciones una dimensión
constitutiva de la ciudadanía política. Los estudios que se han ocupado de las
prácticas electorales en las primeras décadas del siglo XX han centrado su
atención en las estrategias empleadas por las dirigencias partidarias para
ganar adhesiones y en las transformaciones experimentadas en los niveles de
participación electoral, sobre todo luego de la reforma electoral de 1912.[60]
Mucho menos numerosos son, en cambio, los trabajos que se han preguntado por la
importancia de las elecciones en el proceso más general de construcción de la
ciudadanía política y, en un sentido más preciso, sobre la relevancia que las
mismas tuvieron en la experiencia ciudadana de sectores sociales diferentes a
los que dominaban los mundos de la prensa y las asociaciones civiles. Mientras
que para otros espacios de América Latina se cuenta con algunos trabajos que se
han ocupado de las modalidades que adquirió la participación de los sectores
subalternos en las elecciones,[61]
en el caso de Argentina resultan mucho más escasos los estudios que han
mostrado interés por realizar estudios en la misma dirección. Cuando se han
estudiado las estrategias electorales por lo general ha sido para observar a
través de qué prácticas las dirigencias movilizaban a un sector de la población
en su propio beneficio, desestimándose la importancia que aquellas redes
pudieron tener en las experiencias políticas de sectores sociales subalternos.
Como ya fue comentado, en este artículo hemos indagado en torno al
sufragio como una práctica envuelta de profundas y múltiples significaciones en
la formación de experiencias subalternas de ciudadanía política. Con ello no
hemos querido proponer que el sufragio sea la dimensión clave para desentrañar
los complejos senderos de la construcción de la ciudadanía política en los regímenes
representativos modernos, como tampoco que el voto constituye el aspecto
primordial en las prácticas políticas de los sectores sociales de condición
subalterna. Esta mirada a los frustrados comicios municipales de 1922 en
Neuquén nos ha servido para indagar en torno a las experiencias políticas que
construyeron distintos sujetos de condición subalterna a partir de su
participación en las jornadas electorales.
De la exploración de ese episodio concreto surgen algunas cuestiones
significativas acerca de la importancia que las elecciones tuvieron en la
construcción de las experiencias de ciudadanía de un sector de la sociedad
neuquina más extenso que el representado por quienes integraban la elite local.
Gran parte de las huellas documentales recogidas en este trabajo sugieren que los
sujetos de condición social subalterna parecían no tener dificultades insalvables
para entender al sufragio como un derecho político que cabía reclamar cuando su
ejercicio era obstaculizado o denegado. Es verdad que en algunos casos resulta
difícil elucidar si se trataba de individuos celosos de sus derechos políticos o
si, en cambio, eran tan solo miembros de clientelas políticas compelidos por
sus patrones a reclamar su inclusión en el padrón electoral. Pero aun manteniendo
esa cautela metodológica, los indicios expuestos en este trabajo permiten
suponer que el sufragio no era algo intrascendente o ajeno a la población
subalterna, ni siquiera en un escenario como el de Neuquén, donde el ejercicio
del voto estaba limitado al ámbito estrictamente local. Por el contrario,
peones, agricultores, ferroviarios, carreros y dependientes de comercio, entre
otros, mostraron preocupación por buscar sus nombres en los padrones
municipales y reclamar su inclusión cuando habían sido excluidos de los mismos,
convencidos en que tenían derecho a participar en las elecciones comunales.
Hemos visto que para hacer efectivas esas demandas algunos eran capaces de
presentar individualmente sus peticiones a la justicia letrada, mientras que
los analfabetos debieron apelar a la ayuda de otras personas -muchas veces
notables del pueblo- para poder hacer lo mismo, aunque tampoco faltaron sujetos
que, sabiendo leer y escribir, también buscaron el auxilio de vecinos que con
sus testimonios pudieran apoyar la legitimidad del reclamo.
Para ciertos sectores de la población, especialmente aquellos ubicados
en posiciones subalternas, el ejercicio efectivo de los derechos políticos dependía
muchas veces de las relaciones mantenidas con los notables locales, quienes
constituían los actores de mayor peso en la arena política local. En la medida
que los padrones eran vulnerables a un alto grado de manipulación -podían de
hecho ser conformados por los miembros de alguna de las facciones locales-, los
vecinos subalternos corrían muy frecuentemente el riesgo de verse excluidos de
dichos registros o que su inclusión fuera objeto de impugnaciones. Frente a
esto desarrollaron diversas estrategias -individuales o colectivas, autónomas o
heterónomas-, a través de las cuales reclamaron su reconocimiento como miembros
legítimos de la comunidad política local. Situaciones como la representada por
el caso de las frustradas elecciones comunales en Neuquén en 1922 sugieren que
la práctica del sufragio constituyó una parte -aunque no la única, ni la más
importante- en la construcción de las experiencias de ciudadanía política de
los trabajadores y las clases subalternas en general.
RESUMEN
Los trabajadores y la
construcción de la ciudadanía política en
Los trabajos sobre el movimiento obrero han estado por lo general
inclinados al estudio de su desarrollo organizativo, a identificar las
corrientes ideológicas predominantes en su seno en un determinado contexto o al
análisis de los conflictos mantenidos con actores de las clases superiores. En
el campo historiográfico argentino, los intentos por vincular la historia de
los trabajadores con la de las instituciones representativas han sido poco
frecuentes. En lo que respecta a los períodos anteriores a la llegada del
peronismo, la historia de los trabajadores y sus organizaciones ha sido
generalmente vista como la de un desarrollo gestado al margen de las
instituciones políticas. Este artículo pretende avanzar sobre las relaciones
entre trabajadores e instituciones y prácticas representativas, pero en un
espacio local y de condición periférica como lo era el municipio de Neuquén a
comienzos de la década de 1920. En particular, el ámbito de las elecciones es
analizado para dar cuenta de la capacidad –no siempre advertida- de aquellos
sectores de la población de apropiarse de los principios fundamentales de la
modernidad política.
Palabras clave: Patagonia
– Trabajadores – Elecciones – Sociedad Local
ABSTRACT
Workers
and the Making of Political Citizenship in
Studies about workers movement
had been generally inclined to the analysis of their organizational
development, the identification of
predominant ideological trends or conflicts with the upper classes. In
Argentine historiography, attempts to relate workers history with the history
of representative institutions had not been frequent. On periods before the
arrival of peronism, the history of workers and their
organizations was sought as a process given at the very margins of political
institutions. In this article our purpose is to advance on the study of
relations between workers and political practices and institutions, but in a
local and peripheral space as was the
Key
Words:
Recibido: 30/04/08
Aceptado: 16/07/08
Versión final: 02/08/08
Notas
* Una versión previa de
este trabajo fue presentada en las Iº Jornadas de
Historia Social de
** CEHiR-GEHiSo (UNCo) – CONICET-UNSAM. E-mail: lisandrogallucci@gmail.com
[1] GUTIÉRREZ, Leandro y ROMERO, Luis Alberto; Sectores populares. Cultura y política,
Buenos Aires, Sudamericana, 1995.
[2] GUTIÉRREZ, Leandro y ROMERO, Luis Alberto,
“Participación política y democracia, 1880-
[3] SABATO, Hilda; La política en las calles. Entre el voto y la movilización. Buenos
Aires, 1862-1880, Bernal, UNQ, 2004, p. 29.
[4] Ídem,
pp. 266-280.
[5] Cabe recordar, empero, que esa exclusión regía
solamente para las elecciones nacionales. Los ámbitos municipales, en cambio,
estuvieron desde siempre abiertos a la participación, inclusive formal, de los
vecinos extranjeros.
[6] GUTIÉRREZ, Leandro y ROMERO, Luis Alberto; op. cit., p.157.
[7] MASES, Enrique y GALLUCCI, Lisandro (eds); Historia de
los trabajadores en
[8] MASES, Enrique y otros; El mundo del trabajo: Neuquén 1884-1930, General Roca, Publifadecs, 1994. MASES, Enrique y otros; El mundo del trabajo en Neuquén. 1930-1970,
Neuquén, Educo, 1998. QUINTAR, Juan; El choconazo, Neuquén, Educo, 1998.
[9] REYNA, Máximo, Territorios Nacionales. Leyes
y decretos sobre su administración y resoluciones varias aplicables a los
mismos, Buenos Aires, L.R. González y Cía., 1914. En adelante, todas
las referencias a la ley 1.532 son tomadas de la compilación citada.
[10] RAFART, Gabriel y MASES, Enrique (dirs.); El peronismo desde los territorios a
[11] GALLUCCI, Lisandro; “La vida política en las
afueras del sistema político”, en: BANDIERI, Susana y otras (dirs.), Hecho en
Patagonia. La historia en perspectiva regional, Neuquén, CEHIR-Educo, 2006.
[12] Ministerio del Interior, Censo General de los
Territorios Nacionales, República Argentina, 1920, Buenos Aires,
Establecimiento Gráfico A. de Martino, 1923, tomo II,
p. 27.
[13] MASES, Enrique y otros, El mundo del trabajo en
Neuquén, 1884-1930, General Roca, Publifadecs,
1994, p. 36.
[14] Ídem,
p. 92.
[15] Crónica mensual del departamento nacional del
trabajo, Buenos Aires, año VIII, nº 94, 1925, pp. 1660-1661. Cit. en ídem, p. 89.
[16] Una situación muy similar se daba en el
territorio de Pampa Central. Cfr. LLUCH, Andrea; “El capitalismo comercial en
el mundo comercial de principios de siglo XX”, ponencia presentada en las IX Jornadas de Historia Económica, San
Martín de los Andes, 2003.
[17] Ídem,
p. 46.
[18] La colonia Valentina, que para 1915 contaba
con 69 pobladores, para 1921 alcanzaba a 96 colonos con sus familias. Las otras
dos colonias eran Bouquet Roldán, en cuyas
[19] Mientras que el jornal de un peón carrero
rondaba $1,50 m/n, los de un peón municipal alcanzaban los $2,50 m/n. Cfr. MASES,
Enrique y otros, El mundo del trabajo…, op. cit., 62-63.
[20] Los empleados de la Oficina de Correos y
Telégrafos se quejaban en 1921 de que el edificio donde vivían y trabajan era
“…inhabitable por lo antihigiénico y falta de la debida aireación, necesaria
para toda oficina donde deben trabajar tanto personal y mucho más indispensable
en ésta, donde por la naturaleza del trabajo que se realiza, requiere una
completa ventilación, por hallarse habitada durante el día y la noche por los
empleados que trabajan en ella.” Neuquén,
año XII, nº 2244, 3/1/1921.
[21] Susana Bandieri ha
señalado que “la permanente condición de iliquidez monetaria, agudizada por la
escasez de instituciones bancarias, propició por parte de los sectores
mercantiles locales el manejo casi exclusivo del crédito en condiciones
usurarias, tanto en relación al ámbito privado como al oficial”. BANDIERI,
Susana; “Neuquén: grupos de poder…”, op. cit., p. 186.
[22] Ídem,
pp. 186-190.
[23] Neuquén,
año XIII, nº 2.467, 3/11/1921.
[24] Uno de los comerciantes, el español Luis
Bonet, “supo agradecer la importancia de la misión desplegada por los
[comisionados] nombrados y concurrentes adheridos a la asamblea, librándose así
de la acción impuesta por varios ferroviarios algunos de los mismos, quien
imparcialmente desentendidos del asunto figuraban en la colectividad.” Neuquén, año XIII, nº 2.467, 3/11/1921.
[25] BAYER, Osvaldo,
[26] ETCHENIQUE, Jorge y HAUSER, Vanina, “Trabajo y conflictividad social en el territorio
nacional de
[27] La falta de referencias a los sucesos de Santa Cruz por parte de la prensa regional de aquellos años revela el aislamiento en el que se desarrollaron las acciones colectivas de los trabajadores patagónicos en las primeras décadas del siglo XX.
[28] BONAUDO, Marta y SONZOGNI, Élida;
“Los grupos dominantes entre la legitimidad y el control”, en: BONAUDO, Marta (dir.), Liberalismo, estado y orden burgués
(1852-1880), Buenos Aires, Sudamericana, Nueva Historia Argentina,
tomo IV, 1999.
[29] Entre muchos otros, SABATO, Hilda; op. cit.; ALONSO, Paula; Entre la revolución y las urnas. Los
orígenes de
[30] La única excepción había sido la de Chos Malal -la antigua capital,
ubicada al norte del territorio neuquino-, que mantuvo un gobierno municipal
hasta 1904, desde cuando perdió peso político a raíz del traslado de la capital
al extremo este del territorio, donde poco tiempo después sería oficialmente
fundada la localidad de Neuquén. Sobre Chos Malal, véase KIRCHER, Mirta; “Miradas, relaciones y prácticas:
la construcción de la política en Neuquén (1884-1904)”, en: PRISLEI, Leticia (dir), Pasiones
sureñas. Prensa, Cultura y Política en
[31] Sobre las atribuciones de los concejos
municipales en los territorios norpatagónicos, puede consultarse ROCA, Juan
Carlos; “Acción pública y acción privada en la urbanización de la nueva capital
del territorio del Neuquén.
[32] BANDIERI, Susana; "Frontera comercial,
crisis ganadera y despoblamiento rural. Una aproximación al estudio del origen
de la burguesía tradicional neuquina", en: Desarrollo Económico, n° 122, Buenos Aires, IDES, 1991. BANDIERI,
Susana; “Estado nacional, frontera y relaciones fronterizas en los andes
norpatagónicos: continuidades y rupturas” en: BANDIERI, Susana (dir.), Cruzando la
cordillera…La frontera argentino-chilena como espacio social, Neuquén, CEHir-UNCo, 2001.
[33] Durante la etapa territoriana
existieron varios proyectos parlamentarios para reformar la condición de
exclusión política que pesaba sobre los territorios nacionales, pero ninguna de
esas iniciativas fue logró siquiera su aprobación en el recinto. Al respecto,
véase FAVARO, Orietta y ARIAS BUCCIARELLI, Mario, “El lento y
contradictorio proceso de inclusión de los habitantes de los territorios
nacionales a la ciudadanía política: un clivaje en los años ’30”, en: Entrepasados, nº
9, Buenos Aires, 1995.
[34] MORINELLI, Marta; “Legislación para la
organización y administración de los territorios nacionales”, en: BANDIERI,
Susana y otras (coords.), Neuquén. Un siglo de historia. Imágenes y perspectivas, Neuquén, UNCo-CALF, 1983.
[35] RUFFINI, Martha; “Autoridad, legitimidad y
representaciones políticas. Juegos y estrategias de una empresa perdurable: Río
Negro y
[36] Diario de Sesiones de
[37] Archivo Histórico de la Provincia de Neuquén
(AHPN), Caja nº 45, leg. 10.
[38] BANDIERI, Susana; “Neuquén: grupos de poder,
estrategias de acumulación y prácticas políticas”, en: Anuario IEHS, nº 15, Tandil, UNCPBA, 2000, p. 191.
[39] Algunos trabajos abordan el tema en los casos
de Comodoro Rivadavia (PERALTA, Verónica; “Participación política: elecciones
en Comodoro Rivadavia, 1905-
[40] Durante ese período, el municipio fue
intervenido entre 1906 y 1911, 1917, 1919, 1921, 1925, entre 1926 y 1928, y
1930. MANARA, Carla y FERNÁNDEZ, Sonia; “Las asociaciones española e italiana
de socorros mutuos de Neuquén: dirigencia y poder. Un estudio comparado
(1909-1930)”, Tesis de Licenciatura en Historia, Facultad de Humanidades, UNCo, 1992.
[41] Archivo
de la Justicia Letrada del Territorio Nacional de Neuquén (en adelante
AJLTN), Exp. 345, 1922, fº 32.
[42] Ídem,
fº 41
v.
[43] Ídem, fº 41 v- 42 v.
[44] Ídem, fº 41 v.
[45] AJLTN,
Exp. 345, 1922, fº 21-32. Hemos incluido en la noción
de ‘trabajadores’ tanto a los que se ganaban la vida en empleos de cierta
calificación (empleados, carpinteros, herreros, maquinistas, mecánicos) como a
quienes tenían ocupaciones que no demandaban demasiada preparación (horneros,
albañiles, agricultores, jornaleros).
[46] Como en el caso del grupo anterior, sólo se
trata de extranjeros, puesto que las listas que incluían ciudadanos argentinos
sólo detallaban el nombre y apellido del individuo, como su número de libreta
de enrolamiento.
[47] AJLTN,
Exp. 345, 1922, fº 30-31.
[48] De estos trabajadores poco calificados, un
43,9% eran españoles, seguidos por los chilenos (31,6%) y más lejanamente por
los italianos (17,3%).
[49] AJLTN, Exp. 345, 1922, fº 112.
[50] Ídem, fº 115.
[51] Idem, fº 181
[52] Idem, fº 182.
[53] Ídem, fº 160.
[54] Ídem, fº 157-158.
[55] Ídem, fº 175.
[56] Ídem,
fº 121-122.
[57] AJLTN,
Exp. 345, 1922, fº 21.
[58] SABATO, Hilda, op. cit., p. 23.
[59] GUTIÉRREZ, Leandro y ROMERO, Luis Alberto; op. cit., p.170.
[60] DEVOTO, Fernando y FERRARI, Marcela (comps.); La
construcción de las democracias rioplatenses: proyectos institucionales y
prácticas políticas, 1900-1930, Buenos Aires, Biblos,
1994. MELÓN PIRRO, Julio César y PASTORIZA, Elena; Los caminos de la democracia. Alternativas y prácticas políticas,
1900-1943, Buenos Aires, Biblos, 1996. CHAVES,
Liliana; “Sistema electoral y electorado urbano en la transición a la
democracia ampliada. Córdoba, 1890-
[61] ANNINO, Antonio (coord.); Historia de las elecciones en Iberoamérica, siglo XIX, Buenos
Aires, FCE, 1995. IRUROZQUI,
Marta; ‘A bala, piedra y palo’. La
construcción de la ciudadanía política en Bolivia, 1826-1952, Sevilla,
Diputación de Sevilla, 2000.