Agencias
estatales, empresarios azucareros e instituciones educativas: la Escuela de
Arboricultura y Sacarotecnia de Tucumán y el discurso en torno a la
modernización agrícola, 1870-1920
Pablo Hernández(*)
y María Lenis(**)
(UNT-UCSE; phernandez52@hotmail.com /
ISES-UNT-CONICET; marialenis@gmail.com)
Una introducción necesaria: la agroindustria azucarera
tucumana a fines del siglo XIX y principios del XX
La industria azucarera tucumana
experimentó un proceso de crecimiento vertiginoso, sobre todo en las últimas
tres décadas del siglo XIX. No obstante, la consolidación de esta actividad
productiva no estaba vinculada a ventajas comparativas que le otorgaban
competitividad en los mercados internacionales, puesto que el clima tucumano,
con pronunciadas oscilaciones térmicas en el invierno (la zafra comienza en el
mes de junio y se extiende hasta septiembre) impactaban directamente sobre los
niveles de rendimiento de la caña de azúcar. En este sentido, en los países
productores de azúcar que gozaban de un clima tropical, los rendimientos de la
materias prima, tanto culturales como sacarinos, eran significativamente más
altos que en la provincia de Tucumán. Otro factor que conspiraba con la
posibilidad exportadora era la distancia existente entre el centro productivo y
los puertos de salida (mil kilómetros separan a Tucumán del puerto fluvial más
cercano, Rosario), lo que contribuía a elevar los costos de producción del
azúcar. En consecuencia fue el mercado doméstico el principal consumidor del
dulce tucumano. Esto fue posible, en gran medida, a las políticas
proteccionistas diseñadas desde el gobierno nacional. Como ha destacado Jorge
Balán, la elite política provincial supo negociar por canales alternativos e
informales, su apoyo al PAN, que se tradujo en una legislación favorable para
los negocios azucareros y condición suficiente para garantizar su consolidación
y el monopolio del mercado interno.[1]
De este modo, a
partir de 1876, con la llegada del ferrocarril a Tucumán, se inicia el
denominado “despegue azucarero”, ya que los propietarios de ingenio dieron
inicio al proceso de reconversión tecnológica que llevó a esta actividad
productiva a consolidarse en la medida en que el azúcar nacional avanzaba sobre
el importado. En este sentido “cuando los
similares extranjeros fueron desalojados completamente (hacia 1895), ni los
aportes migratorios ni el crecimiento natural de la población podían garantizar
las elevadas tasas de crecimiento de los años precedentes. Por tal razón y
tratándose de un producto de demanda fuertemente inelástica, se instaló en el
mercado del azúcar una tendencia crónica a la sobreproducción, que a partir de
1896 ocasionó abruptas caídas de precios, quebrantos, transferencia de activos
y hasta el cierre de varios ingenios, siete entre 1895 y 1901”.[2]
Otro rasgo
distintivo del caso tucumano, fue la fuerte presencia de pequeños y medianos
plantadores de caña. De este modo coexistían en la agroindustria tucumana la
gran propiedad con minifundios A diferencia de las provincias de Salta y Jujuy,
donde las empresas azucareras se desarrollaron con una gran integración
vertical, en Tucumán la producción de la materia prima estuvo, en parte, en
manos de los que ya a principios del siglo XX se denominaban "cañeros
independientes", un buen porcentaje de ellos minifundistas. En la
formación de este sector cañero tuvo notable incidencia, como ha demostrado
María Celia Bravo, la estructura campesina previa a la industrialización
integral de la industria azucarera.[3] En gran medida, esta reorientación productiva
de los campesinos tucumanos fue consecuencia de los altos márgenes de
rentabilidad que tuvo entre 1876 y 1895 la actividad azucarera. La presencia de
estos actores le imprimió a las relaciones entre industriales y cultivadores de
caña una importante dosis de conflictividad, que quedó eclipsada en la etapa de
expansión de la actividad, pero que resurgió con intensidad cuando la
sobreproducción se tradujo en caída de precios del dulce.
En consecuencia a partir de mediados de la década de
1890 el problema del exceso de producción impulsó a los actores productivos tucumanos
a diseñar sofisticados mecanismos regulatorios para ordenar el conflictivo
mundo del azúcar. De este modo, a finales del siglo XIX se exploraron medidas
tendientes a regular la comercialización del dulce como la conformación de
sindicatos que controlaran concentraran las ventas de azúcar. Como esta
tentativa fracasó, el Centro Azucarero Argentino optó por elevar un proyecto al
Congreso de la Nación que concediera primas para la exportación, con el
propósito de colocar el excedente de azúcar en el mercado internacional.[4] Sin embargo, ante el
escaso éxito de la denominada “Ley de Primas”, el problema de la
sobreproducción persistió y aún más, se intensificó en los primeros años del
siglo XX. En ese contexto fue el gobierno provincial el que avanzó con unas
polémicas y controvertidas leyes que buscaban sanear el saturado mercado
interno controlando la producción.[5] La sanción de las “Leyes
Machete” provocó intensos conflictos hacia el interior del “frente azucarero” y
dio inicio que largo proceso caracterizado por las disputas entre propietarios
de ingenio y cañeros por el precio de la materia prima y por la cuota que los
plantadores debían aportar a las fábricas.[6]
Por otra parte, a medida que el liderazgo de
socialistas y radicales se consolidaba en la Capital Federal en consonancia con
la desarticulación del PAN, la prédica en contra del proteccionismo azucarero
se acrecentó. En este sentido, en las primeras décadas del siglo XX cobró
consistencia una retórica que señalaba que las tarifas aduaneras altas atentaban
contra el poder adquisitivo de los consumidores. Por ello se remarcaba,
insistentemente, que la protección arancelaria había posibilitado la
consolidación del parque industrial tucumano y en consecuencia era necesario
que la industria azucarera cumpliera la promesa de proveer azúcar barata a los
trabajadores, más aún cuando su desarrollo había sido producto del impuesto al
consumo que los gobiernos del PAN habían promovido.[7] De este modo el mundo
azucarero adquirió mayor complejidad y el diseño de una política azucarera que
contemplara los intereses de los productores, las necesidades fiscales y al
“pueblo consumidor” se tornó una empresa ardua y difícil.
El
despegue azucarero, reorientación productiva
y
enseñanza agrícola, 1870-1895
La Escuela de Agricultura se creó en 1870 en la
provincia de Tucumán (conjuntamente con la de Salta y Mendoza) por medio de un
decreto del presidente Domingo F. Sarmiento. La fundación de dicho
establecimiento fue posible en tanto la Legislatura de la provincia cedió a la
nación los terrenos correspondientes (22 cuadras) para el funcionamiento de una
Quinta Normal de Agricultura, anexa al Colegio Nacional.[8] En 1871, se designó
director del nuevo establecimiento educativo a ingeniero alemán Federico
Schikendantz[9],
quien estuvo sólo un año al frente de la entidad, renunciando por desavenencias
políticas con el rector del Colegio Nacional, José Posse.[10] Este fue un proyecto
ambicioso por parte de Sarmiento, ya que no sólo creaba los departamentos
agronómicos anexos a los colegios nacionales, sino que establecía una sección
de ingeniería agronómica y otra de escuela práctica. “Este se convirtió en el primer intento concreto de diversificar la
enseñanza secundaria, concentrada hasta entonces en los colegios nacionales”.[11] Asimismo, constituyó una
iniciativa innovadora en la medida en que se contemplaban los espacios
regionales.
La puesta en funcionamiento de estos centros de
enseñanza agrícola por parte de Sarmiento reflejaba su concepción sobre el
poder civilizador de la agricultura y de la educación. En este sentido, los
programas de educación común y obligatoria y las políticas agrícolas de
frontera abierta, que diesen acceso a la propiedad de la tierra, se imponían,
pues, como corolarios necesarios para la construcción de una comunidad
política. De este modo, el desarrollo de la agricultura suponía un freno a la
tendencia latifundista imperante a la argentina, que se correspondía con la
expansión de la actividad ganadera[12]. La influencia de la
experiencia norteamericana, en Sarmiento, contribuyó a consolidar la noción de
una sociedad fundada sobre la integración del mercado nacional, en la cual la
comunicación escrita tenía un papel decisivo lo cual le permitía asignar a la
alfabetización un papel liminar: no sólo en la inducción del cambio social,
sino, fundamentalmente, en tanto orientadora de la dirección de ese cambio.[13]
La escasez de fuentes disponibles para la década de
1870 no nos permite reconstruir cual fue el derrotero de la escuela. Sin
embargo, conocemos que la Quinta Normal de Agricultura fue suprimida en junio
de 1876 por medio de la ley N° 763, que puso a disposición del Gobierno de
Tucumán el establecimiento y sus dependencias, probablemente como consecuencia
de la crisis financiera de 1876, como señala Gutiérrez.
A mediados de la década de 1880 Federico Schikendantz,
se reinstaló en Tucumán e intentó revitalizar la escuela, elevando un proyecto
al gobierno provincial, de reorganización del establecimiento educativo. La
fundamentación de su propuesta, sostenía que “los gobiernos ilustrados que reconociendo su verdadera tarea, propenden
al bienestar y progreso de su país, procuran la creación de escuelas
agronómicas y aseguran su eficacia y porvenir y esto se ha hecho no solamente
en Europa donde el cultivo de muchos siglos ha dejado exhaustos los terrenos,
sino también en Norte-América y las colonias inglesas que disponen de vastas
extensiones de suelo intacto”.[14]
Afirmaba que el funcionamiento de estas instituciones
traería aparejado una serie de beneficios, como el desarrollo de una
explotación agrícola racional lo que provocaría un aumento de los rendimientos
del suelo con gastos relativamente pequeños y la consolidación de un segmento
campesino propietario. Esta división de la tierra haría contrapeso a la
tendencia a la concentración de la tierra dominante en la Argentina, sobre todo
en la región pampeana. El objetivo central de esta institución sería la
formación de agricultores cultos, es decir, la construcción de un segmento
rural que pudiera hacer un uso racional del suelo. Sin embargo, de acuerdo al
proyecto, los principales destinatarios serían los hijos de los hacendados y
aquellas personas que quisieran trabajar en la faena agrícola, y que con la
formación científica que la escuela les brindaría podrían hacerse cargo de la
administración de las fincas.
Para que la Escuela agronómica pudiera cumplir su
función era preciso reformular el funcionamiento de la escuela elemental.
Schikendantz consideraba fundamental que se fundara una en cada departamento y
dotarla de personal idóneo, con maestros egresados de la Escuela Normal. Luego
de egresar, el alumno ingresaría a una escuela superior que sería preparatoria
de la Escuela de Agronomía. La escuela superior sería un instituto de enseñanza
no sólo para el labrador sino también para el comerciante y el industrial.
El plan de estudios organizado en un trienio está
notoriamente orientado a una formación específica que hacía hincapié el
aprendizaje de las matemáticas, física, química, agrimensura, tecnología,
dibujo e historia natural; complementando la formación con materias como lengua
nacional e historia (universal y nacional) y ejercicios gimnásticos y
militares. Esta escuela se instalaría en la ciudad y no precisaría más personal
especial que el director, un secretario y un portero, ya que los diferentes
ramos de la enseñanza podrían ser cubiertos por los profesores del Colegio
Nacional y de la Escuela Normal. Para los alumnos que hubieren terminado la escuela
superior o preparatoria y quisieran dedicarse a la agricultura el proyecto de
Schickendantz preveía el ingreso a la escuela profesional o agronómica
organizada en dos cursos anuales uno teórico y otro de “trabajos exclusivamente
prácticos”, bajo el sistema de internado alojando a los profesores y discípulos
en la misma Granja.
Durante el primer año,
destinado a los saberes teóricos, se profundizarían los contenidos agrícolas
específicos necesarios para enfrentar la segunda etapa, a través del estudio de
materias como cultivos, arboricultura,
ganadería y zootecnia, ampliación de la geometría, construcciones rurales y
dibujo, química agrícola, código rural y ejercicios físicos.
Para Schickendantz el segundo
año de la Escuela Agronómica requería de forma excluyente la creación de una
Granja Modelo en la cual aplicar lo aprendido en forma directa a través de una
experiencia de campo.[15] Esta granja de 10 o 12
cuadras de extensión, destinaría diferentes sectores para los distintos
cultivos como caña, tabaco, maíz, cereales, legumbres, árboles frutales y
plantas de forraje; y reservaría algunas hectáreas para convertirlas en prados
artificiales, lo que permitiría al mismo tiempo ensayar los mejores métodos de
irrigación y drenaje y abastecer a los animales de servicio y de raza que debía
mantener la Granja. Asimismo el proyecto contemplaba la construcción de
habitaciones, aulas, galpones, corrales y establos, etc. El personal docente de
la escuela agronómica estaría integrado por un director, profesor al mismo
tiempo de Cultivos y de Química agrícola, por un profesor de Zootecnia y Código
rural, y por otro de construcciones y de geometría, quien sería también el
secretario y el contador; además de un mayordomo, una matrona, un capataz de
estancia y varios peones.
Durante la estadía en la
granja el alumno, bajo las órdenes
del director y de sus empleados, “tomara
parte en todas las faenas de la Granja: tendrá él con propias manos que
ensillar caballos y enyugar bueyes, que arar, sembrar y regar, que manejar la
hoz y la guadaña a la par de los peones. Atenderá personalmente al cultivo del
tabaco desde los almácigos hasta la fermentación y la enfardeladura de las
hojas y del mismo modo ayudará en todas las manipulaciones que exigen el
cultivo de la caña. Ejecutara los diferentes modos de injertar y no comerá
legumbres y frutas cuyo cultivo no le hubiera costado el sudor de su rostro.[16]
Complementara su experiencia en la estancia llevando “la vida de pastor y
puestero” por unos dos meses. Luego de haber probado que ha adquirido todos
los conocimientos teóricos y prácticos que la Escuela proporcionaría, y haber observado una conducta irreprochable,
recién podrían los alumnos aspirar al diploma de agrónomo.
La propuesta de Schikentantz
carecía, en algunos puntos de coherencia, (que se ponen de manifiesto en las
contradicciones existentes entre la fundamentación del proyecto y el programa
del plan de estudios), y resultaba, en gran medida, inapropiada para la
provincia de Tucumán por diversos motivos.
En primer lugar, como ya se ha señalado
anteriormente, uno de los rasgos distintivos de la agroindustria tucumana fue
la presencia un “significativo sector de
pequeños y medianos propietarios dedicados al cultivo de la caña de azúcar”.[17] El origen y consolidación
de este segmento de campesinos ha sido objeto de controversias y discusiones
historiográficas.[18]
No obstante, como ha destacado María Celia Bravo, la presencia de productores
agrícolas minifundistas en la economía tucumana, previa a la expansión de la
actividad azucarera (con una orientación comercial y no de subsistencia,
combinada con una persistente resistencia a la proletarización), contribuye a
explicar en gran medida, el fraccionamiento de la tierra en la provincia.
Asimismo, a partir de la década de 1880 advertimos claramente la consolidación
de la industria azucarera, no sólo por el número de ingenios que funcionaban en
la provincia, sino también por la expansión experimentada por el cultivo de la
caña.[19] Los agricultores
reorientaron hacia la caña y abandonaron la tradicional labranza de cereales. “En lo sucesivo, el monocultivo cañero sería
el rasgo característico de la llanura fértil tucumana”.[20]
De este modo, la propuesta de Schikendantz no se
adecuaba a la situación particular del caso tucumano. En ese sentido, el
discurso en torno a la modernización hacía referencia a una retórica, bastante
extendida, que remarcaba los beneficios de contar con una propiedad fragmentada
que fuera cultivada por sus dueños, y que consideraba que la educación agrícola
contribuiría a la consolidación de un segmento campesino que, sobre la base de
la pequeña propiedad, incorporara “saberes” técnicos, que les proporcionarían
herramientas para lograr un mejor aprovechamiento del suelo y que sirviera como
“barrera de contención” a la tendencia latifundista que se registraba con mayor
intensidad en el área pampeana. Sin embargo, la concentración de la propiedad
no era una característica de la provincia de Tucumán, lo que dejaba sin asidero
la fundamentación de Schikendantz y diluía la función de la Escuela de
Agricultura.
En segundo lugar, no quedaba claro, cómo el
funcionamiento de esta entidad educativa podía revertir la reorientación
agrícola hacia el monocultivo de la caña que había sufrido la provincia desde
1876. En este sentido, no se precisaba de qué manera se articularía la Escuela
con los agricultores de la provincia y cómo el funcionamiento de este
establecimiento garantizaría la pluralidad de cultivos. De este modo, el
funcionamiento de la Escuela resultaba insuficiente para alcanzar este
propósito, y más aún en un contexto expansivo de la industria azucarera que
profundizaba la tendencia hacia la monoproducción de los cultivadores
tucumanos.
En tercer término, si bien Schikendantz declaraba que
el objetivo de la Escuela era ofrecer formación “técnica” a los propietarios y
trabajadores agrícolas, el plan de estudios, con una fuerte impronta en la
formación general y específica, que consideraba fundamental la articulación con
la Escuela Elemental, limitaba significativamente el universo de alumnos que
podían asistir a la misma. Del análisis de la propuesta se desprende que la
Escuela buscaba dotarse de un plantel de estudiantes que pudieran constituirse
en especialistas y que estuvieran en condiciones de “asesorar” a los
productores agrícolas de la provincia sobre los cultivos más aptos para la
zona. Sin embargo, esta tarea no era posible solamente con el funcionamiento de
un establecimiento educativo de las características antes descriptas, era
necesaria la permanente intervención de las agencias estatales en el diseño de
políticas públicas que impulsaran la diversificación productiva.
La cuestión del perfil de los
estudiantes que debían asistir a la Escuela fue retomada por el diario local
“El Orden” que en 1889, ante una tentativa del gobierno provincial de reflotar
la Escuela[21]
afirmaba que:
“qué clase
alumnos preparados va a recibir Tucumán en su escuela imaginaria? Los jóvenes
que han cursado en los colegios estudios literarios? Pero esos niños son nobles
para pelarse los guantes y tomar el áspero timonel, la mancera de un arado e ir
a surcar la tierra para sembrar porotos o papas; no dejarán la ciudad por las
rudas tareas agrícolas. Si buscamos alumnos en el campo no hallaremos sino
gentes pobres, ignorantes, absolutamente, sin las preparaciones necesarias para
entrar a aprender la parte científica de la agronomía. Gente por para parte que
no necesita más que lo que saben para hacer producir la tierra a su manera
criolla”.[22]
Como se advierte claramente, el diario local “El
Orden” se pronunció críticamente sobre el proyecto de Quinteros y sostenía que
destinar recursos económicos para sustanciar la Escuela, era inconducente, por
lo menos en los términos que en estaba formulado en el proyecto. En este
sentido remarcaba que “el establecimiento
proyectado no vendría a ser otra cosa que una nueva Quinta Normal, que no
sirvió a sus fines, y murió sin dar fruto alguno”.[23] La objeción principal del
periódico giraba en torno a la cantidad de tierra que debía ser adquirida por
la provincia a los efectos de garantizar un normal funcionamiento de la
Escuela. En ese sentido, destacaba que “la
antigua y finada Quinta Normal no tenía sino catorce cuadras de extensión y
después de ensayar todo género de plantaciones adaptables al país y al clima,
jamás alcanzo a cultivar toda su extensión agraria, quedando ociosa la tierra
por falta de materia experimental”.[24]
Asimismo, subrayaba que la falta de compromiso de las
agencias estatales para sostener y alentar el desarrollo de estas instituciones
había provocado el fracaso de la iniciativa de Sarmiento, ya que no sólo la
Escuela de Agricultura de Tucumán se había malogrado, sino también las de Salta
y Mendoza que habían sido creadas de manera conjunta. La experiencia indicaba
que para que este tipo de establecimientos educativos funcionaran aceitadamente
era preciso un compromiso real de los poderes públicos, sobre todo en la
contratación de expertos que pudieran dirigir de manera eficiente las
actividades teórico-prácticas. En este sentido, el diario que afirmaba que “en el asunto que nos ocupa se vuelve contra
la experiencia adquirida; se trata de poner de pie nuevamente la escuela
agronómica que se fundó hace algunos años en los ejidos de esta ciudad y que
acabó desastrosamente. Otra idéntica se estableció en Salta que terminó por las
mismas causas fundamentales, por extemporánea y enteramente inútil en su
aplicación práctica. La de Mendoza, coetánea de las anteriores subsiste
bamboleando, viviendo de gastos enormes sin haber dado hasta el día presente
ningún fruto apreciable”.[25]
Por otra parte se recalcaba que al ser la Escuela
Agronómica un establecimiento de enseñanza teórico-práctico, era preciso que
los ingresantes contaran con una formación académica que les permitiera llevar
adelante los estudios programados. En ese sentido, se consideraba fundamental
que los alumnos tuvieran nociones básicas de aritmética, física y geometría.
Los contenidos de los programas de las escuelas elementales de la provincia no
contemplaban esta formación específica, además las instituciones educativas se
encontraban en los centros urbanos. Esta situación planteaba un doble problema:
en primer lugar, la escisión que existía entre los contenidos enseñados en la
Escuelas Elementales y los requerimientos disciplinares que la Escuela
Agronómica debía tener, y en segundo lugar, la escasez de establecimientos
educativos en las áreas rurales, lo que provocaba la falta de formación de los
potenciales alumnos. De este modo, el diario esbozaba la cuestión de quienes
integrarían el plantel de alumnos.
A pesar de las tratativas, el proyecto no prosperó y
habrá que esperar hasta que la crisis de sobreproducción azucarera hiciera
sentir sus efectos sobre la actividad para que se impulsara el funcionamiento
de la Escuela.
Crisis de sobreproducción y el discurso en torno a la
diversificación de cultivos, 1895-1906
En 1895, comenzaron a percibirse los primeros síntomas de lo que iba a
ser la primera gran crisis de la industria azucarera. El precio del producto
comenzó a sufrir una paulatina disminución. Desde entonces, se produjeron una serie
de cosechas superiores a las necesidades del mercado interno, lo que provocó un
aumento considerable del stock de azúcar. Esta fue la primera gran crisis de la
industria por exceso de producción, y ante este primer contratiempo, “la desorientación de los industriales no fue
el menor de los males que contribuyeron a ahondarla”.[26]
En el marco de esta situación, los poderes públicos buscaron
reorganizar la Escuela, probablemente con el propósito de promover la
diversificación productiva. En 1895, advertimos un nuevo intento de poner en funcionamiento la
institución, esta vez la iniciativa partió del Gobierno Nacional que solicitó a
la provincia la devolución de los terrenos de la Quinta y nombró como director
de la misma al Ingeniero José González que se mantuvo en el cargo hasta marzo
de 1902, sin que su gestión produjera cambios significativos en derrotero de la
escuela. Esta iniciativa desde los poderes públicos nacionales alcanzó también
a la Escuela de Vitivinicultura de Mendoza[27] y precisamente allí reside
una de las principales diferencias entre la Escuela de Vitivinicultura de
Mendoza y la Escuela de Agricultura de Tucumán: mientras en Mendoza el
establecimiento asumió la impronta productiva regional (lo que quedaba
claramente expresado en su denominación) en Tucumán siguió llamándose Escuela
de Agricultura y su plan de estudio no se conectaba con la principal actividad
productiva de la provincia.
La sobreproducción mostró su rostro más duro entre
1902 y 1903. La gravedad de la situación obligó a los poderes públicos
tucumanos a intervenir para regular, no ya el mercado azucarero, sino la
producción. El problema fundamental era conciliar los intereses de cañeros e
industriales. En este contexto adverso, en el que la sobreproducción mostraba
de manera inequívoca los peligros de la monoproducción, el diario El Orden,
desarrolló una activa campaña a los efectos de promover la diversificación
agrícola. En este sentido, incluyó una columna semanal destinada a proporcionar
información acerca de cultivos aptos para el suelo y el clima tucumano que
contaba con la colaboración de diferentes agrónomos, entre ellos León
Caravaniez. A lo largo de los años 1902 y 1903, el diario dio publicidad a
forrajeras, naranjos, arroz, tabaco, maní entre otros cultivos
.El periódico reconocía que en esta crisis el sector
más vulnerable y perjudicado era el sector cañero, y por lo tanto lo invitaba a
abandonar el cultivo de la caña “es
tiempo de que el agricultor se convenza de que debe hacer rendir al terreno la
mayor variedad posible de productos agrícolas, si quiere estar al abrigo de
esas alternativas de los mercados, cuyas marcas causan en él mayores destrozos
que en los mismos industriales”[28]. En esta dirección
afirmaba que era necesario realizar una campaña, que no sólo involucraba a la
prensa sino también a los poderes públicos, con el propósito de lograr la
diversificación productiva. Con el propósito de reforzar sus argumentos
señalaba que los “años de oro” de la industria azucarera habían quedado en el
pasado y si se quería evitar nuevas crisis, la solución era la reorientación
agrícola, “El Orden ha hecho propaganda
constante sobre la necesidad de multiplicar cultivos, a fin de abrir nuevos
horizontes para la agricultura, descentralizando las fuerzas y las actividades
absorbidas por la caña, merced de las falsas e ilusorias perspectivas ofrecida
por ésta en épocas que no volverán.”[29]
El gobierno provincial comandado por Lucas Córdoba,
exploró diversas alternativas para campear la crisis, intentando, minimizar los
costos económicos y sociales. En el plano azucarero, buscó distribuir
equitativamente los costos de la sobreproducción través de la sanción de las
“Leyes Machete”[30],
en materia agrícola persiguió estimular la diversificación productiva a través
de un proyecto de ley de riego que eximía de pago del agua a aquellas propiedad
menores a 20 hectáreas que no estuvieran cultivadas con caña de azúcar. De este
modo, las chacras y quintas que se destinaran a la labranza de cereales,
tabaco, legumbres, textiles, oleaginosas, frutales y forrajeras, quedaban
exoneradas del impuesto hídrico.[31]
En esta coyuntura la Escuela estaba llamada a cumplir
un nuevo y relevante rol. La educación agrícola se convertía, de este modo, en
vector del cambio de las prácticas agrícolas de Tucumán, se transformaba en un
agente de modernización que permitiría revertir el monocultivo y abrir un
horizonte de posibilidades a los labradores de la provincia: “hemos anunciado hace tiempo, que el
gobierno provincial había puesto a disposición del superior gobiernos de la
Nación una superficie de terrenos de cerca de 200 hectáreas, en el departamento
de Famaillá, destinada a la creación de la Escuela Práctica de Agricultura.
Aplaudimos (…) las iniciativas que tienen por objeto fomente entre nosotros la
agricultura, y educar las nueva generación en la práctica del cultivo de la
tierra. (…)La formación de capataces y mayordomos que prácticamente sepan la
ley de la producción es lo que precisa nuestra atrasada agricultura, y para
Tucumán sería de gran provecho, pues con dicha escuela, se demostraría que
existen cultivos capaces de sustituir, con ventajas, la monotonía cañera”.[32]
En este nuevo contexto se produce la organización
definitiva de la Escuela. Entre 1903 y 1907, desde las agencias estatales se
procedió a la confección de diferentes diseños curriculares tendientes a
definir el perfil que quería otorgársele a la institución. Estas iniciativas
abarcaban no sólo a la Escuela de Agricultura de Tucumán, sino también a la de
Mendoza y a la de La Plata, lo que le imprimió ciertas dosis de dificultad,
puesto que la tensión entre la elaboración de planes de estudios unificados y
nacionales y la educación regional emergió como una cuestión relevante, que en
última instancia reflejaba diferentes concepciones sobre la educación agrícola
y el rol que las Escuelas de Agricultura estaban llamadas a cumplir, sobre todo
en las economías extra pampeanas.
En 1903 el Diputado Nacional por Tucumán Federico
Helguera presentó ante el Congreso un proyecto de ley para crear una Escuela de
agricultura sobre la base la Quinta Normal. Esta propuesta, se resolvió en el
ámbito provincial y en febrero de 1904 se aprobó dentro del presupuesto de la
provincia una suma para garantizar el establecimiento de la escuela bajo la
dirección de Conrado Martín Uzal. El diario El Orden apoyó la iniciativa y “este establecimiento que ninguna utilidad ha
prestado hasta ahora, adquirirá así algún objetivo. Por otra parte, centro de
una zona agrícola como es Tucumán, necesita una escuela-tipo para sus cultivos
característicos. Se hace notar entre nosotros la falta de principios
científicos en nuestros cultivos, entregados a la rutina que deja degenerar los
productos y disminuye los rendimientos”.[33]
En mayo de 1904 se publicó en el diario El Orden la
apertura de las inscripciones para la nueva Escuela Agrícola Elemental. Los
únicos requisitos eran tener 15 años y haber cursado los tres primeros grados
en las escuelas comunes.[34] Asimismo, se enfatizaba
que los tres años de cursado serían eminentemente prácticos, egresando los
graduados con conocimientos suficientes para dirigir un establecimiento
agrícola. De este modo, se enseñaría el cultivo de plantas apropiadas para la
región tales como algodón, ramio, cáñamo, tabaco, café, arroz, etc. Se
instruiría también en la cría de aves de corral, lechería, agricultura y todas
las pequeñas industrias que se consideraban que debían existir en un
establecimiento rural.[35]
En 1905 arribó el Ingeniero Agrónomo Francisco Roca
Sanz a la dirección de la Escuela y encaró el proyecto de transformar el
funcionamiento de la institución. Para Roca Sanz el establecimiento no sólo
debía servir a los fines educacionales sino que debía convertirse en campo de
experimentación y como proporcionar y suministrar datos útiles e indicaciones a
los agricultores de la región.[36] Hacia 1906, la Escuela
había realizado progresos en el ensayo de algunos cultivos, como caña de
azúcar, arroz, tabaco, a la vez que se había dado pasos significativos en las
plantaciones de frutales. La institución había recibido una remesa de semillas
y árboles procedentes de Europa y África, con diferentes variedades de
algarroba, naranjos de Tánger, vides y olivos, iniciándose de manera inmediata
la aclimatación de las nuevas adquisiciones.[37] La irrigación de las
labores se hacía por medio de un sistema de canaletas que distribuían el agua a
distintas secciones del establecimiento. Esta nueva impronta que quería
otorgársele a la entidad, se debía, en gran medida, al cambio de signo que se
había manifestado en la producción azucarera. A partir de 1905, los
rendimientos de la caña comenzaron a disminuir, y por ello cobraba sentido, n
sólo formar a los productores agrícolas, sino transformarse en centro de
experimentación.
Durante el año 1905 el Ministerio de Agricultura de la
Nación se avocó a refuncionalizar las Escuelas de agricultura del país. En el
marco de esta reorganización de los establecimientos agrícolas, el ex director
de la Escuela Agronómica de Tucumán, Conrado Uzal envió una carta al Diputado
Dr. Gouchon, sobre la forma práctica que debía adoptar en el país la enseñanza
de la agricultura. Su experiencia al frente del establecimiento educativo lo
había convencido que estas instituciones debían, por sobre todas las cosas,
estar vinculadas con el medio local. En este sentido, una organización de las
escuelas experimentales, que no atendiera las particularidades regionales y
privilegiara un plan de estudios unificado o “nacionalizado” resultaría poco
conveniente, y en esa dirección Uzal afirmaba que “yo creo que la enseñanza agrícola (…) debe ser regional. Debemos
enseñar en cada provincia la manera especial de cultivar sus terrenos, (…) las
plantas herbáceas y arborescentes propias de cada región (…). Todo lo que tienda
a generalizar la enseñanza agrícola abarcando, sus innumerables ramas es
perjudicial”.[38]
En abril de 1906 se conoció el decreto del presidente
de la Nación reorganizando la Escuela Agrícola y Forestal de Tucumán, creada
con la categoría de secundario y de carácter agrícola. A pesar de las
recomendaciones de Uzal, el diseño curricular diseñado desde el Ministerio de
Agricultura privilegiaba una orientación agrícola general que no contemplaba la
especificidad azucarera, pues no incluía la enseñanza del cultivo de la caña de
azúcar. Esta situación fue señalada por los fabricantes de azúcar nucleados en
Centro Azucarero Argentino.[39] En consecuencia a
comienzos de 1907 el PEN procedió a la reforma del régimen interno y del plan
de enseñanza. La institución paso a denominarse Escuela de Arboricultura y
Sacarotecnia de Tucumán; .el decreto presidencial establecía que debía
especializarse en la enseñanza de cultivos frutícolas y forestales y de la caña
de azúcar, pudiendo los alumnos elegir la orientación a seguir, ya sea
arboricultura o sacarotecnia.
El nuevo plan de estudios contaba con un curso
preparatorio y cursos generales que tenían una duración de dos años. A partir
del tercer año se optaban por la especialidad. En ambas orientaciones se
contemplaba el estudio de la legislación y la administración, de la química y
el dibujo técnico.[40] El cuarto año era
eminentemente práctico, y en el caso de sacarotecnia debían realizar las
“aplicaciones” en ingenios y destilerías particulares. Como se advierte, la
preparación que los alumnos recibían estaba destinada a formar personal
competente para constituir un plantel especializado en las fábricas azucareras.
La impronta azucarera que asumió la Escuela
contribuyó, significativamente a la consolidación de ésta en el ámbito de la
provincia. A la vez que la llegada de Domingo Simois, como director del
establecimiento, y su permanencia a lo largo de diez años, le otorgaría la
cuota de estabilidad que la institución había carecido. En consecuencia le
imprimió a las políticas de ensayo y experimentación en diferentes cultivos,
pero sobre todo en los estudios relativos a la caña de azúcar. Después de
cuatro décadas, la Escuela se consolidó y se transformó en un referente en
materia agrícola, tal como quedó demostrado, años más tarde, durante la crisis
del “mosaico”.
Los bajos rendimientos, crisis de “mosaico” y
modernización
cañera. Simois y la consolidación de la Escuela,
1906-1920
Desde 1895 hasta 1906 el problema central que tuvo que
enfrentar la agroindustria fue la sobreproducción. En este sentido, los altos
rindes de las variedades de caña cultivadas en la provincia no habían motivado
la experimentación con diferentes tipos de gramíneas. Sin embargo, hacia 1906
está situación comenzó a cambiar. La crudeza de los inviernos se hizo sentir,
lo que afectó la productividad azucarera. En esta coyuntura, se inició un
proceso caracterizado por la experimentación y aclimatación de nuevas variedades
de caña, que fueran más aptas al clima subtropical tucumano y que mostraran
mayor resistencia a las heladas.
La preocupación de cañeros e industriales por los rendimientos
decrecientes de la materia prima tenía que ver, por un lado, en que afectaba la
principal actividad económica de la provincia, y en segundo lugar, con el nuevo
marco legal que regulaba la agroindustria desde 1904. La ley 4288, que establecía un impuesto de 15 centavos por Kg. de azúcar
para el 25 % de la producción nacional, el que sería exceptuado si el producto
se exportaba, al tiempo que autorizaba al Poder Ejecutivo a tomar las
siguientes medidas: aumentar a más del 25 % la cantidad gravada, aumentar a más
del 75 % la cantidad no sujeta al impuesto, disminuir los derechos aduaneros
toda vez que el precio de venta por mayor del azúcar supere los $ 3 m/n los 10
kg.[41]
De este modo, la ley fijaba un precio máximo
para la venta de azúcar en el mercado interno, una vez superado ese monto, el
presidente podía reducir los derechos aduaneros vigentes y permitir la entrada
de azúcares extranjeros a fin de lograr la provisión del mercado doméstico al
precio establecido por la nueva legislación.
En este contexto, si la producción de azúcar
continuaba descendiendo el Poder Ejecutivo Nacional estaba habilitado para
intervenir en el mercado azucarero, y disminuir los aranceles aduaneros que
aseguraban la competitividad del dulce local frente a los extranjeros. En
consecuencia, los actores azucareros expresaron su preocupación por abordar la
cuestión de los bajos rendimientos, preocupación que cristalizó en la creación
de instituciones específicas destinadas a estudiar de manera científica el
cultivo de la caña, ensayar nuevas variedades y recomendar a los agricultores
los tipos más aptos para el clima y el suelo tucumano. En este sentido, si la
industria azucarera quería evitar una rebaja del proteccionismo era necesario
modernizar el eslabón agrícola de la cadena productiva con el objetivo de
incrementar el rinde de la materia prima a los efectos de abastecer el mercado
interno con azúcar barata.
Desde 1907 el gobierno provincial encabezado por el
industrial azucarero Luis F.
Nougués, impulsó la creación de la Estación Experimental Agrícola de Tucumán,
cuyo inicio de actividades se concretó recién dos años después, en 1909. A
pesar de que el Centro Azucarero Argentino realizó un intento por establecer
una institución similar, que dependiera directamente del Ministerio de
Agricultura de la Nación, finalmente la entidad fue creada por el gobierno de
la provincia y solventada con un fondo especial que se recaudaba con un
impuesto de $0,05 m/n por tonelada de caña, es decir, la actividad en su
conjunto sostenía dicha institución.[42]
En esta coyuntura, la corporación que nucleaba a los fabricantes de azúcar
no fue ajena a la preocupación en torno a los bajos rendimientos de la materia
prima. En ese sentido, en 1912, la Revista Azucarera sostenía que “nadie ignora que la merma de la producción
de azúcar en estos últimos años es debida no sólo a causas accidentales, como
las heladas, falta o exceso de lluvia, etc., sino también a la degeneración de
las variedades de caña que desde una larga serie de años se cultivan en
nuestros cañaverales”.[43] Este pedido se fundaba en
que la dirección corporativa estaba en conocimiento de las iniciativas que
habían tenido los propietarios de ingenio propiciando ensayos con nuevas
variedades de caña. Con el objetivo de centralizar toda la información y
resultados obtenidos, el CAA dirigió una circular a los fabricantes para que
estos enviaran a la entidad datos sobre las nuevas cañas introducidas, su
capacidad de adaptación al clima de la región, la resistencia a heladas,
enfermedades o plagas y por último sobre el rendimiento cultural e industrial.
A pesar de las diferentes iniciativas tendientes a encontrar la causa
de los bajos rendimientos, la multiplicidad de respuestas ante un único
interrogante aportó una importante cuota de confusión entre plantadores de caña
y fabricantes azúcar. El punto álgido de la crisis fue entre 1916 y 1917,
cuando la denominada “plaga del mosaico” atacó a las variedades “morada” y
“rayada”, que eran las variedades plantadas con fines industriales. El efecto
más notorio de esta bacteria el brote de plantas raquíticas, lo que se traducía
negativamente en el rendimiento cultural y sacarino de las mismas. Esta crisis
marcó un punto de inflexión en la historia de la industria azucarera tucumana. Como
ha destacado Daniel Santamaría, las consecuencias de la plaga fueron más
profundas que la crisis de 1930, puesto que no sólo fue necesario encarar una
replante masivo de los cañaverales con variedades más aptas (las cañas de
Java), sino que además, dio inicio a un expansivo conflicto entre industriales
y cañeros por la participación de cada sector en la producción azucarera.[44]
Como han destacado Moyano y Lenis, en 1915, ante la debilidad de los
cultivos, la industria experimentó una fuerte reducción de la cosecha,
acentuada por las intensas heladas, que se tradujo en una baja de la producción
de alrededor del 43% respecto de la cosecha anterior. En los años 1916 y 1917
la crisis de la caña criolla se profundizó, destruyendo “el mosaico” enormes
cantidades de plantaciones y provocando prácticamente la pérdida de la cosecha
de 1916, llegando su producción sólo a 44.610 toneladas, mientras que en años
de normal desenvolvimiento la producción media de azúcar rondaba en las 150.000
toneladas.[45]
La crisis del mosaico fue superada en 1919 con el replante masivo de caña de
Java, que presentaba un mayor adaptación a las heladas y mayor resistencia a
las plagas.
De esta manera, la Escuela de Arboricultura y Sacarotecnia se consolidó
en un contexto adverso para la agroindustria azucarera, signado por el descenso
de los rendimientos de la caña de azúcar, por ello, durante esta etapa se
vigorizaron las prácticas intensivas de experimentación y observación, que ya
venía realizando el establecimiento desde 1907.[46]En esta coyuntura de
“emergencia agrícola”, Domingo Simois publicó, 1916, un informe en el que daba
cuenta de los avances que la Escuela de Arboricultura y Sacarotecnia había
realizado en materia de experimentación con diferentes variedades de caña. Este trabajo de
investigación constituyó la primera descripción botánica de la caña de azúcar
de Java en Tucumán. En el mismo, Simois, señalaba que en Tucumán sólo se cultivaban en gran extensión dos
variedades de caña: la morada y la rayada y resaltaba que el mejoramiento de
los cultivos había progresado muy poco, sobre todo en relación a los progresos
que se habían hecho en el campo fabril. Del informe de Simois se desprende que
no existía un acuerdo entre los diversos especialistas sobre la causa de los
bajos rendimientos. [47]
Algunos sostenían que los bajos rendimientos se debían por sobre toda las
cosas, al cansancio del suelo, y que por lo tanto, la solución era la
utilización de abonos para aumentar la productividad y disminuir gastos. De
acuerdo al Director de la Escuela, esto no podía ser así, ya que las
observaciones sobre el terreno y los análisis químicos de las tierras
ejecutados en el laboratorio de la Escuela, revelaron que los escasos
rendimientos que se obtenían eran el resultado de la falta de adaptación para
el clima de Tucumán de las de las variedades que se cultivaban a gran escala, o
sea la morada y la rayada. Estas variedades, a pesar de su riqueza sacarina,
tenían muy poca resistencia a los descensos bruscos de temperatura, característicos
de la provincia de Tucumán. De este modo, Simois consideraba que las variedades
de caña cultivadas no eran las propicias para el clima tucumano, puesto que
eran susceptibles a las heladas lo que afectaba considerablemente el
rendimiento de la materia prima.
Los estudios de los años subsiguientes realizados en la Escuela,
demostraron que de las seis variedades provenientes de Java, al menos cuatro,
podrían llegar a tener un enorme valor cultural para las plantaciones de la
provincia, y en consecuencia iniciaron la propaganda escrita entre los cañeros,
incitándolos a reproducir y observar aquellas variedades, invitándolos a
visitar el campo experimental de la Escuela, dándoles semillas, para que
pudieran confirmar en su propio terreno las ventajas que sobre las cañas morada
y rayada tenían tanto en lo referente a rendimiento cultural y sacarino como en
la resistencia a las heladas, algunas de las cañas de Java. De este modo,
recomendaba el replante masivo de los cañaverales con estas gramíneas. Para
evitar confusiones se procedió a la descripción de las variedades más aptas, y
la clasificación realizada por Simois, en base a los ensayos llevados a cabo en
la Escuela, fue ratificada por la Estación Experimental Agrícola de Tucumán. De
todos los estudios realizados, recomendaba para la provincia de Tucumán las
variedades P.O Java 213, 36 y 234 y concluía que el mayor rendimiento de estas
gramíneas permitirían a la actividad volverse más competitiva a nivel
internacional y por lo tanto ir abandonando paulatinamente el refugio de los
aranceles aduaneros “estos derechos
podrán ser rebajados sino inmediatamente, dentro de tres o cuatro años, con
beneficio evidente para la masa consumidora, y aun para la misma industria, que
podrá entonces soltar las muletas protectoras, en que debe apoyarse hoy por las
deficiencias técnicas y económicas”.[48]
De acuerdo a Simois, la modernización de cultivo de la caña tendría
como consecuencia fundamental una disminución de los costos de producción, que
le otorgaría a la actividad azucarera mayor competitividad frente a los
similares extranjeros, lo terminaría impactando en la protección que la
agroindustria recibía de los poderes públicos. Este nuevo escenario, que
permitiría prescindir de altas tarifas aduaneras, era central, puesto que en
1912 había entrado en vigencia una nueva ley azucarera en 1912 que fijaba una
disminución progresiva de los aranceles al dulce foráneo [49]
Por otra parte, este informe revela el grado de avance que había
registrado la Escuela en materia de investigación científica, a pesar de ser un
establecimiento orientado a la enseñanza. Las conclusiones de los estudios
estuvieron en consonancia con los resultados arrojados por la Estación
Experimental. En este sentido, las experimentaciones del establecimiento educativo
fueron pioneras en el marco de la crisis del mosaico y contribuyeron
significativamente a orientar el recambio del plantel de cañas.
Breves consideraciones finales
Los avatares de la industria azucarera marcaron, en
gran medida, el derrotero de la Escuela. En el siglo XIX, los altos
rendimientos de los cañaverales y la tendencia cada vez más acentuada hacia el
monocultivo, no generaron una necesidad real de contar con una institución que
promoviera la investigación científica en materia agrícola, y que motorizara
estudios tendientes a generar una diversificación productiva. Precisamente, fue
en un contexto de crisis que la Escuela finalmente se organizó y logró
funcionar aceitadamente. En este sentido, la impronta regional reviste una
importancia significativa, puesto que la institución se consolidó en el medio
local a partir de que el diseño curricular incorporó el estudio del cultivo de
la caña y la práctica fabril en los ingenios. Desde esta perspectiva, los
poderes públicos nacionales se mostraron sensibles a las demandas de los
actores vinculados a la agroindustria.
En este sentido, el discurso en torno a la
modernización agrícola fue adoptando diversos significados de acuerdo a los
diferentes momentos que atravesó la principal actividad en la provincia de
Tucumán. Durante la etapa del “despegue azucarero” la diversificación de
cultivo no constituía un problema nodal, y por lo tanto, la reorientación
productiva de los agricultores de la provincia hacia la caña de azúcar y el
abandono de labranzas de cereales y frutales fue considerada como uno de los
rasgos que evidenciaban el crecimiento de la agroindustria azucarera. Este
cambio productivo tuvo lugar en el marco de la fase expansiva de la actividad,
en la que el azúcar tucumano iba desplazando lentamente a sus similares
extranjeros del mercado doméstico. En este contexto la Escuela de Agricultura
parecía no tenía cabida, y sus propósitos aparecían como discordantes con el
perfil productivo que iba adquiriendo la provincia.
Sin embargo, a mediados de la década de 1890 y hasta
los primeros años del siglo XX, los bajos precios del azúcar como consecuencia
de la sobreproducción alertaron sobre los peligros del monocultivo y las voces
que reclamaban la adopción de múltiples cultivos se hicieron oír. Desde la
prensa, e inclusive algunos industriales azucareros comenzaron a señalar los
beneficios de contar con una estructura productiva diversificada y señalaban la
importancia que la Escuela de Agricultura podría tener como agente de cambio de
las prácticas de labranza de los agricultores tucumanos. En el marco de la
crisis, se le asignó a la Escuela un rol relevante, en el que la enseñanza y la
experimentación con variedades aptas para el suelo y el clima tucumano se
combinaban para configurar un nuevo perfil agrícola provincial. En
consecuencia, la modernización estaba asociada fundamentalmente a la
diversificación productiva.
Sin embargo, la crisis del mosaico y la destrucción de
más del 50% de los cañaverales de la provincia marcaron un punto de inflexión
en el desarrollo de la industria azucarera tucumana. En este contexto adverso
cobraron consistencia las experimentaciones con nuevas variedades de caña que
presentaran mayor grado de adaptabilidad al clima y suelo tucumano. La Escuela
de Arboricultura y Sacarotecnia fue pionera en el cultivo de la denominada
“caña de Java” y en el momento más agudo de la crisis, Domingo Simois
recomendaba el reemplazo de las cañas criollas por las de Java y destacaba el
grado de atraso considerable que experimentaba el eslabón agrícola. De este
modo, la propagación del mosaico abrió la puerta a la modernización de los
cañaverales de la provincia. Sin embargo, la retórica que remarcaba los
beneficios de la diversificación productiva se intensificó.
De este modo entre 1916 y 1920, la modernización
agrícola de la provincia tenía dos costados: por un lado, la renovación del
plantel de cañas y por otro la pluralidad de cultivos. Esto era así en tanto,
los altos rendimientos de las variedades de Java (que duplicaban a las
“moradas” y “rayadas”) otorgaban la posibilidad a los ingenios de
autoabastecerse y prescindir del aporte de los cañeros, a quienes se los
invitaba nuevamente a abandonar el cultivo de la gramínea y abocarse a nuevas
labranzas. La década de 1920 estará atravesada por las tensiones entre
industriales y cañeros, que sufrían de manera desigual las consecuencias del
replante de los cañaverales. La diversificación aparecía como una posible
solución y la Escuela se constituía en una pieza clave para trazar un nuevo
perfil productivo a la provincia.
RESUMEN
Agencias
estatales, empresarios azucareros e instituciones educativas: la Escuela de
Arboricultura y Sacarotecnia de Tucumán y el discurso en torno a la
modernización agrícola, 1870-1920
Esta presentación analiza las construcciones discursivas en torno a la
modernización agrícola elaboradas por las agencias estatales y por los factores
productivos tucumanos. El sentido de esta primera aproximación, es examinar el
rol otorgado a la Escuela de Arboricultura y Sacaroctenia en la promoción de
una explotación más racional del suelo. La cuestión de la educación agrícola
aparece vinculada a dos grandes temas: en primer lugar a las políticas
educativas diseñadas por el gobierno central, que precisaba de la concurrencia
de los Estados provinciales, y en segundo término a la consolidación de una
economía agroexportadora como motor dinámico del crecimiento argentino con
centro indiscutido en la región pampeana. De este modo, los proyectos de
creación de establecimientos educativos destinados a la formación de
“agricultores cultos” constituyó, por lo menos en el campo de la retórica, una
de las preocupaciones fundamentales tanto de los poderes públicos, (nacionales
y provinciales) como de actores sociales relevantes. En este sentido, la
cuestión de la creación y funcionamiento de las escuelas experimentales debe
abordarse en el marco del proyecto político de la Generación del 80´ y del
proceso de construcción del Estado Nacional.
El estudio del establecimiento educativo tucumano cobra especial
relevancia puesto, que entre la fundación y la puesta en macha efectiva de la
Escuela de Arboricultura y Sacarotecnia de Tucumán, transcurrieron treinta
años. Este derrotero da cuenta, en gran medida de las políticas en torno a la
educación agrícola implementadas desde las agencias estatales, y las
dificultades que experimentaron los poderes públicos para delimitar el perfil
que buscaba imprimírsele a la institución, que reflejaban los desacuerdos a
cerca de las marcas identitarias que debía asumir la Escuela. Estas
divergencias se cristalizaron en los debates en la prensa local en torno a la
modernización agrícola, a la educación y a la especialización azucarera.
Palabras Clave: educación agrícola, industria azucarera,
agencias estatales, modernización agrícola
ABSTRACT
State
Agencies, sugar entrepreneurs and educational institutions: the School of
Arboriculture from Tucumán and the speech concerning the agricultural
modernization, 1870-1920
This presentation analyzes the
discursive constructions concerning the agricultural modernization elaborated
by the state agencies and by the productive factors from Tucumán. The sense of
this first approximation, it is to examine the role granted to the School of
Arboriculture in the promotion of a most rational exploitation of the soil. The
question of the agricultural education turns out to be linked to two big
topics: first to the educational policies designed by the central government,
which was necessary the concurrence of the provincial States, and in the second
term to the consolidation of an economy based in exportations as dynamic engine
of the Argentine growth with center undiscussed in the pampeana region. Thus,
the projects of creation of educational establishments destined for the
formation of " educated farmers " it constituted, at least in the
field of the rhetoric, one of the fundamental worries so much of the public
power, (national and provincial) as of social relevant actors. In this respect,
the question of the creation and functioning of the experimental schools must
be approached in the frame of the political project of the Generation of 80 '
and of the process of construction of the National State.
The study of this educational
establishment receives special relevancy becouset between the foundation and
the effective function of the School passed thirty years. This course realizes,
to a great extent of the policies concerning the agricultural education
implemented from the state agencies, and the difficulties that experienced the
public power to delimit the profile that was seeking to stamp itself on the
institution, which the disagreements were reflecting to near the brands that
had to assume the School. These differences crystallized in the debates in the
local press concerning the agricultural modernization, the education and the
sugar specialization.
Key
Words: Agricultural education, sugar
industry, state agencies, agricultural modernization
Recibido: 31/05/2015
Evaluado: 24/07/2015
Versión final: 10/09/2015
Notas
(*) Jefe de Trabajos Prácticos, Cátedra de
“Historia Económica”, Facultad de Ciencias Exactas, Universidad Nacional de
Tucumán. Profesor Adjunto, Universidad Católica de Santiago del Estero.
(**)Auxiliar Docente Graduado, Cátedra de Historia social y
política argentina, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional de
Tucumán. Profesora Adjunta, Cátedra “Historia de la Cultura”, Escuela
Universitaria de Cine, Video y Televisión, UNTucumán. Investigadora Asistente
del CONICET.
[1] BALÁN, Jorge: “Una cuestión regional en la Argentina: Burguesías provinciales y el mercado nacional en el desarrollo agro exportador”, en Desarrollo Económico. Revista de Ciencias Sociales, Vol. 18 N° 69, 1978.
[2] MOYANO, Daniel; CAMPI, Daniel y LENIS, María: “La formación de un complejo científico-experimental en el norte argentino: La estación experimental agrícola de Tucumán (1909-1922)”, en Prohistoria, Vol.16 julio-diciembre de 2011.
[3] Cfr. BRAVO, María Celia: "El campesinado tucumano: de labradores a cañeros. De la
diversificación agraria hacia el monocultivo", en Población & Sociedad, Nº 5,
Tucumán, 1997.
[4] LENIS, María: “El Centro Azucarero Argentino frente a la primera crisis azucarera de sobreproducción. Tensiones y conflictos, 1895-1897”, en Revista de Historia Americana y Argentina, Tercera época, N° 46, UNCu, Mendoza, 2011
[5] LENIS, María: “Estrategias corporativas frente a la primera crisis de sobreproducción azucarera en Tucumán (Argentina): de la regulación de la comercialización a la regulación de la producción, 1895-1904” en América Latina en la Historia Económica. Revista de Fuentes e Investigación, N° 37 enero-julio de 2012, Instituto Mora, México, 2012.
[6] Sobre este tema véase los trabajos de María Celia Bravo: "Las leyes 'machete' y la ruptura del frente azucarero tucumano", en CAMPI, Daniel: Estudios sobre la historia de la industria azucarera argentina, UNJu-UNT, San Salvador de Jujuy, 1991; “Crisis azucarera y conflicto social en Tucumán, Argentina. Los laudos arbitrales del Presidente de la Nación, 1927- 1928” en AA.VV: El Azúcar en América Latina y el Caribe. Cambio tecnológico, mercado mundial y economía azucarera. Perspectiva histórica y problemas actuales, Senado de la República, México, 2006.
[7] Cfr. MOYANO, Daniel y LENIS, María: “De lo nacional a lo regional. Discurso empresario e industria azucarera en el norte argentino, 1894-1923”, en Revista Escuela de Historia, Vol.1 N° 6, UNSa, Salta, 2007; LENIS, María: Estrategias corporativas y discurso empresario: el Centro Azucarero Argentino, 1894-1923, Tesis Doctoral Inédita, Facultad de Filosofía y Letras, UNT; San Miguel de Tucumán, 2009.
[8] Registro Nacional de la República Argentina que comprende los documentos los documentos expedidos desde 1870-1873, tomo sexto, Bs. As., 1874, p.133
[9] Federico Schikendantz nació en Alemania en 1837 donde estudió ingeniería y filosofía. Su arribo a la Argentina estuvo vinculado con la firma Lafone, que requería técnicos que pudieran encargarse de las fundiciones en la minas de Andalgalá, provincia de Catarmarca. Durante su estadía al frente de la explotación minera desarrolló un nuevo procedimiento de separación del oro de otros minerales cupríferos, lo que permitió aumentar el rendimiento de la mina. También de avocó al estudio de los alcaloides, de los depósitos salinos y de la meteorología. Muchas de estas investigaciones se plasmaron en la obra “Las industrias de Catamarca”, escrita de manera conjunta con Samuel Lafone. En este libro propone aumentar la producción agrícola, controlar la escasez de agua a la que debía cuidar y preservar, se oponía además al desmonte y quemazón de los campos y cerros a los que consideraba costumbres bárbaras. Explicaba que los suelos sin vegetación no podían retener el agua y provocaban torrentes descontrolados y estimulaba la utilización de abonos para colocar al servicio de la agricultura los campos agotados.
[10] CERVIÑO, Rodolfo: “Breve historia de la Escuela de Agricultura y Sacarotecnia” en Revista de la Junta de Estudios Histórica de Tucumán Nº 1, 1968.
[11] GUTIÉRREZ, Talía; Educación, Agro y Sociedad. Políticas educativas agrarias en la región pampeana, 1897-1955, UNQ, Bernal, 2007, p. 33
[12] Véase HALPERIN DONGHI, Tulio: Una nación para el desierto argentino, Prometeo,
Bs. As., 2005, y BARSKY Osvaldo, POSADA, Marcelo y BARSKY, Andrés; El pensamiento agrario argentino, CEAL, Bs. As., 1992. Probablemente
Sarmiento tenía como marco de referencia al Homestead
Act o Ley de Asentamientos Rurales, sancionada en los Estados Unidos en
1862 que establecía la titularidad de una propiedad de 65 hectáreas a aquellas
personas que cultivaran la tierra por un periodo de cinco años Cualquier
persona que nunca hubiese tomado las armas contra el gobierno de los EE.UU.,
incluyendo los esclavos liberados, podrían presentar una solicitud de
reivindicación de una concesión de tierras federales. Véase
ENGERMAN, Stanley y SOKOLOFF, Kenneth: Economic
development in the Americas since 1500. Endowments and institutions,
Cambridge University Press, New York, 2012.
[13] HALPERIN DONGHI, T.: op. cit..
[14] El Orden, 31-12-1884.
[15] La realización del proyecto demandaría un gasto original 40000 m/n para compra de terreno, herramientas y animales de raza, y construcciones necesarias y un desembolso mensual de 1500 a2000 m/n, además de la entrada que significaran los derechos de matrícula y la pensión de los alumnos y los productos de la Granja y el encastar de hacienda particular por los animales de raza.
[16] El Orden, 1-1-1885
[17] BRAVO, María Celia: Campesinos, azúcar y política: cañeros, acción corporativa y vida política en Tucumán (1895-1930), Prohistoria, Rosario, 2008, p. 23.
[18] Cfr. PUCCI, Roberto: La elite azucarera y la formación del sector cañero en Tucumán (1860-1920), CEAL. Bs. As., 1982; BALÁN, Jorge: “Migraciones, mano de obra y formación de un proletariado rural en Tucumán, Argentina, 1870-1914”, en Demografía y Economía, Vol. X N° 2, México, 1976; LEÓN, Carlos: “El desarrollo agrario de Tucumán en el período de transición de la economía de capitalismo incipiente a la expansión azucarera”, en Desarrollo Económico, Vo.33 N° 130, Bs. As., 1993 y BRAVO, María Celia: Campesinos…, op. cit..
[19] “En 1874 se estimaba que existían en la provincia alrededor 9.361 propiedades rurales y urbanas que pertenecían a 7.158 dueños, lo que arrojaba un promedio de aproximadamente seis propietarios cada cien habitantes, relación que ponía de manifiesto la subdivisión de la propiedad. (…) Los cañeros incrementaron su participación en el área cultivada con caña de azúcar de un 13 % en 1874, hasta controlar el 42% de la superficie sembrada en 1895, convirtiéndose en un factor imprescindible para el desarrollo de la actividad azucarera. Durante el período 1881-1888, las plantaciones cañeras crecieron un 250%, mientras que el área sembrada en fundos de ingenios aumentó un 186%. Entre 1888 y 1895 los ingenios expandieron sus cañaverales un 211%, en tanto que los pertenecientes a cañeros independientes crecieron un 226%” (BRAVO, María Celia: Campesinos…, op. cit., pp.42-47).
[20] BRAVO, María Celia: Campesinos…, op. cit., p.62.
[21] En 1889, bajo el gobierno de Lídoro Quinteros, se dio impulso a un nuevo proyecto que buscaba revitalizar la Escuela. Las gestiones del gobernador ante los poderes públicos nacionales perseguían la instalación de una Escuela Agronómica en la provincia de Tucumán. Resulta necesario destacar que para que el establecimiento educativo funcionara adecuadamente, era preciso que la provincia cediera una legua cuadrada, a los efectos de que la institución contara con los terrenos para llevar a cabo las prácticas referentes a los cultivos.
[22] El Orden, 6-06-1889
[23] El Orden, 29-04-1889
[24] El Orden, 6-06-1889
[25] El Orden, 6-06-1889
[26] SCHLEH, Emilio: Compilación Legal sobre el azúcar. Legislación Nacional (Impuestos Internos, Primas a la Exportación y Régimen Aduanero), T.I, Imprenta Ferrari Hnos, Bs. As., 1939, p. 11. La cosecha solamente de Tucumán para 1895 fue de 109.253 toneladas, y la producción total de azúcar del país fue de 130.000. Internamente se consumían aproximadamente 75.000, por lo tanto la cosecha del año siguiente se inició con la existencia de un excedente de 55.000 toneladas. Para agravar aún más esta situación, la producción del año 1896 fue de 163.000 toneladas. El total de azúcar disponible era de 218.000 toneladas, mientras el mercado interno solo consumía aproximadamente 79.000. El excedente de producción era de 139.000 toneladas, lo que produjo el paulatino descenso del precio del artículo.
[27] Véase RODRÍGUEZ VÁZQUEZ, Florencia: Educación agrícola y vitivinicultura en Mendoza. La formación de recursos humanos y la generación de conocimientos técnicos (1890-1920), Prohistoria, Rosario, 2012.
[28] El Orden, 5-03-1902.
[29] El Orden, 6-03-1902.
[30] Las “Leyes Machete” de 1902 y 1903 fijaban a la producción de azúcar de la provincia un límite de 71.500 Toneladas; sobre esta cantidad se pagaría un impuesto de medio centavo por kilo que sería prorrateado entre las distintas fábricas. Toda la producción que excediera dicha cantidad pagaría un impuesto de 40 centavos por kilo de azúcar exportado al extranjero en razón de 39 ½ centavos si la exportación se hacía con prima y 40 centavos si se efectuaba sin ella. El producto de lo recaudado se utilizaría para indemnizar a los plantadores que quedaran con la caña en pie y quisieran acogerse a los beneficios de la ley, con la obligación de destruir sus plantaciones o destinar la materia prima a otras aplicaciones que no fueran el azúcar o el alcohol. La indemnización de la materia prima estaría en manos de una Comisión Clasificadora, que debía pagar como máximo para las plantaciones de primera clase $150 por hectárea. Para un análisis completo de esta temática véase: BRAVO, María Celia: "Las leyes 'machete' y la ruptura del frente azucarero tucumano", en CAMPI, Daniel: Estudios sobre la historia de la industria azucarera argentina, UNJu-UNT, San Salvador de Jujuy, 1991
[31] El Orden, 28-05-1902.
[32] El Orden, 29-04-1902.
[33] El Orden, 11-02-1904
[34] El Orden, 4-05-1904
[35] El Orden, 4-05-1904
[36] El Orden, 22-02-1905
[37] El Orden, 5-05-1906
[38] El Orden, 9-08-1905
[39] En 1905 el presidente del Centro Azucarero Argentino, Ernesto E. Padilla indicó la necesidad de crear una Estación Experimental que se dedicara a realizar investigaciones sobre los cultivos, para que pudiera recomendar las variedades de cañas más apta para el clima de la provincia y a la vez difundir novedosas técnicas sobre cultivos. De este modo, las prácticas innovadoras llevadas a cabo por algunos propietarios de ingenio se difundirían al conjunto del sector, otorgándole a la actividad mayor rentabilidad. La asociación consideraba fundamental que la nueva institución dependiera del gobierno nacional, el que debía solventarla económicamente No obstante, no se iniciaron acciones para concretar este anhelo. En 1906 la Comisión Directiva reflotó la propuesta y dirigió una nota al Poder Ejecutivo de la Nación proponiendo la creación de una estación experimental de cultivos, especializada en el rubro azucarero para la provincia de Tucumán. La respuesta del Ministro de Agricultura, Ezequiel Ramos Mejía, fue positiva, al considerar necesaria la creación de instituciones de naturaleza científica. Señalaba que los poderes públicos habían actuado en esa dirección y habían remitido un proyecto de ley al Congreso Nacional sobre enseñanza agrícola, en el que estaba comprendida la fundación de una estación experimental. Véase Revista Azucarera, Nº 45, Año IV-2ª Época, septiembre de 1906, p.133
[40] Revista Azucarera, Nº 52, Año V-2ª Época, abril de 1907, pp. 49-52.
[41] SCHLEH, Emilio, Compilación Legal del sobre el Azúcar. Tomo I. Imprenta Ferrari Hnos., Bs. As., 1939, pp.19-21.
[42] Véase: SCHLEH, Emilio: Los Grandes Pioneers de la Argentina. La obra económico-social de Don Alfredo Guzmán. Guillermo Kraft Ltd, Bs. As., 1943; Actas de la Comisión Directiva del Centro Azucarero Argentino, Tomo I, 1894-1923. Para un análisis completo de la temática véase: MOYANO, Daniel; CAMPI, Daniel y LENIS, María: “La formación de un complejo científico-experimental en el norte argentino: La estación experimental agrícola de Tucumán (1909-1922)”, en Prohistoria, Vol.16 julio-diciembre de 2011
[43] Revista Azucarera, Nº 118, Octubre 1912, p. 158.
[44] SANTAMARÍA, Daniel, Azúcar y sociedad en el noroeste argentino, IDES, Bs. As, 1986, p. 53.
[45] LENIS, María y MOYANO, Daniel: “Discurso científico e innovación agrícola en la industria azucarera tucumana, 1906-1920” en Travesía. Revista de Historia Económica y Social, Nº 10, 2007, Instituto de Estudios Socio-Económicos, Facultad de Ciencias Económicas, Universidad Nacional de Tucumán, 2007.
[46] En 1907 el Ministerio de Agricultura de la Nación introdujo de Brasil, del Instituto Campinas, 70 variedades con las cuales la Escuela Nacional de Agricultura que empezaba a funcionar en Tucumán, organizó y perfeccionó la primera colección de estudio, para dar base técnica al cultivo y selección de las plantaciones. En 1908, bajo el gobierno de Luis F. Nougués se introdujeron seis variedades proveniente de la Isla de Java, las que fueron repartidas entre industriales y plantadores, que no se mostraron propensos a cultivar esta nueva gramínea, y la casi totalidad de los que recibieron las semillas las destruyeron, por temor a introducir en sus plantíos alguna enfermedad. Hacia 1909 ya poseía más de 80 variedades de caña, determinando una serie de gramíneas superiores en diferentes aspectos a las criollas. Este plantel de cañas llegó a la cantidad de 200, en 1912, de las cuales las variedades de Java despertaron interés por reunir una serie de características que llenarían las aspiraciones de los industriales en esos momentos, es decir, gran resistencia a los intensos fríos y mayores rindes culturales. Cfr: La industria azucarera tucumana, presente y porvenir, talleres de La Gaceta, Tucumán, 1916.
[47] Tanto el Centro Azucarero Argentino como la Estación Experimental Agrícola de Tucumán, contaban con publicaciones oficiales, en las que daban a conocer los resultados de investigaciones y lanzaban explicaciones sobre las causas que afectaban el rendimiento de la caña. Véase: Revista Azucarera Nº 118, Octubre 1912, pp. 158-161; Nº 119, Noviembre de 1912, pp. 178-181; Nº 120, Diciembre 1912, pp. 192-195, Revista Industrial y Agrícola de Tucumán, Año 5, Nº 1, junio de 1914, pp. 2-3.
[48] SIMOIS, Domingo: La industria azucarera tucumana, presente y porvenir, talleres de La Gaceta, Tucumán, 1916
[49] Las altas tarifas aduaneras constituían un elemento central del desarrollo azucarero. El establecimiento de aranceles para el azúcar extranjero se discutía en el ámbito parlamentario, y era el Congreso Nacional el que fijaba los niveles de protección para la actividad. Sin embargo, desde 1904 la potestad de reducir los derechos pasó a manos del Poder Ejecutivo Nacional. Esta cláusula se mantuvo en nueva legislación azucarera de 1912, a pesar de que los industriales azucareros instrumentaron diversas estrategias para suprimirla. La denominada Ley Saavedra Lamas, fijaba la reducción progresiva de la protección aduanera del azúcar nacional desde 1912 hasta el año 1921 en el que el azúcar refinado importado pagaría 7 centavos el Kg. y el no refinado 5. En palabras de Brígido Terán (senador por Tucumán e industrial azucarero), esta legislación arancelaria proporcionaría cierta estabilidad y permitiría a los industriales perfeccionar sus sistemas de fabricación y de cultivo, de manera tal que para el año 1921 los derechos de los azucares nacionales estarían en condiciones de sufrir una nueva rebaja, sin el temor de producir una crisis industrial. Véase: Revista Azucarera, Nº 110, Febrero 1912, p. 22.