El “otro yo” del
capitalismo y el “deber ser” del socialismo[1]
El pensamiento histórico permite recuperar el
pasado, no para repetirlo simplemente, sino para comprender el presente y
replantear el futuro.
La
historia actual, o reciente, es el primer testimonio o fuente de lo que pasó
antes. Pero la historia no es conocer lo que pasó antes solamente, sino que ese
primer paso deber servir para profundizar el conocimiento de la sociedad humana
a través de la comprensión de los procesos de cambio, especialmente sociales.
En la
actualidad, reflexionar sobre el capitalismo como sistema y el capital como
instrumento, por ejemplo, han sido dejados de lado y sustituidos por ambiguas
expresiones que hablan de globalizaciones y mundializaciones que actúan como
determinantes inamovibles para caracterizar el mundo en que vivimos. Ello nos
lleva a pensar que “otro mundo es posible”, lo cuál a pesar de las buenas
intenciones, necesita más especificaciones para saber qué “otro mundo” es al
que nos referimos. Porque la ideología de la dominación también usa esta
expresión para crear la ilusión de un mundo capitalista “con rostro humano” y
cuyo contenido ayuda a que la imprecisión sea funcional a la defensa del
sistema actual, con ajustes y crisis permanentes. Pero también existe la
creencia por parte de algunos bien intencionados, pero imprecisos, de que ese
“otro mundo” será un nuevo orden mundial, que no afecta ni afectará al sistema
capitalista, sino que es en cierta manera un “progreso”; cuando en realidad se
trata de una justificación. La añoranza de un supuesto y benigno “estado de
bienestar” es la ilusión reformista de cambiar algo para que nada cambie, como
dice la expresión popular.
Las
implicancias para América Latina en la actualidad reciente son muy fuertes ya
que, de
Armand Mattelart
escribiendo sobre el tiempo histórico y el progreso señalaba que “del primer
calculador analógico completo (1931) a los instrumentos utilizados durante la
segunda guerra mundial para codificar o decodificar mensajes, hasta las
actuales super-computadoras, la búsqueda científica
por recoger, utilizar, acomodar y trasmitir información recorrió un camino
dramático”. El poder y el dinero se interpusieron para transformar la perspectiva
humanista de los precursores de la cibernética en un instrumento de
manipulación de la comunicación. De allí la estupidización
programada por el sistema que lleva a la pasividad social y personal y a la
sustitución de la acción, por la virtualidad.
Hoy la
ciencia es manipulada como nunca antes en la historia, la aberrante actitud
hegemónica de
En
nuestro caso, es necesario destacar que cada historiador hace Historia desde el
punto de vista que ha elaborado, o aceptado, en lo que concierne a la teoría y
la metodología. Así, la selección de la información y la elección es un proceso
largo de formación intelectual. Sea esto asumido concientemente o no, dejándose
llevar a veces, por teorías que pasajeramente se ponen en boga.
Decía Lucien Seve que el supuesto
“objetivismo” era la “ideología de una burguesía triunfante: y el subjetivismo
es la ideología cínica de una burguesía que se pudre”. Por mi parte, ni una ni
otra cosa están presentes en mi actividad historiográfica. Asumo mi pertenencia
a una escuela de pensamiento a la cuál simplificadamente mencionaré como el
materialismo histórico, con todas las consecuencias intelectuales que la
constituyen.
Pero el
conocimiento es complejo y amerita por lo menos una aclaración de mi parte.
Entiendo que el pensamiento vulgar es el conocimiento que tenemos cuando
estudiamos. Y estudiar no es investigar. El conocimiento científico como
contrapartida del conocimiento vulgar implica un nivel de pensamiento
abstracto; o sea, una reflexión y una toma de posición frente a lo fáctico,
condicionada teórica y metodológicamente. Y es allí donde se construyen las
categorías analíticas. En este sentido podemos decir que “la teoría es la
realidad generalizada” (L. Trotski, 1938).
Y esa
sociedad humana es la que nos toca vivir, en todos los niveles en que ella se
expresa. El concepto de totalidad es inherente al conocimiento de la historia.
La misma ha sido comparada con el cuerpo humano: tenemos muchos órganos y
huesos, carne y otros componentes, pero el ser humano es una totalidad en si
mismo. La sociedad es también una totalidad y como se puede apreciar todas las
totalidades son relativas. Diría que dialécticamente relativas. No se puede
analizar o hacer un estudio a nivel micro y pensar que con eso se hizo o se
comprendió la historia. De la misma manera no se pueden juntar datos y más
datos, juntar fuentes y más fuentes y reflexionar al modo de los positivistas,
para creer que entonces sabemos lo que ha sido la historia anterior en relación
a la historia de hoy. Porque hoy, que estamos inmersos en la historia, no
podemos apartarnos de ella. Y ello es así porque la alienación social producto de
toda sociedad de clase, impide la auténtica posibilidad de una expresión
creadora y libre.
Y esto es
una relación dialéctica. Somos libres, pero condicionados. Podemos pensar y
actuar, pero acotados a la realidad real. Y esa realidad real es una sociedad represiva,
como lo es toda sociedad de clase, aunque en nuestra época, hasta me atrevería
a decir que tenemos el privilegio de vivir los peligrosos períodos de agonía de
una civilización en crisis, que no puede solucionar sus propias
contradicciones; mientras que por el otro lado algo nuevo aparece ahora en el
horizonte, con más fuerza que la mera llamada utopía del socialismo que
caracterizó al siglo XIX y parte del XX. La pregunta es: ¿y para el siglo XXI?
Aquí
cabría preguntarse, como pensando en voz alta, si la crisis, con el
neoliberalismo decrépito inclusive, es una crisis de hegemonía o de
civilización. Personalmente creo que se puede pensar que hay una crisis de
hegemonía, en vías de transición a una crisis de civilización burguesa y
capitalista. Pero ello aparece fundamentalmente por las contradicciones
internas al sistema más que por agentes que actúan desde afuera en una relación
contra-sistema y por ello hablo más bien de “transición”. De todos modos esta
crisis se expresa en todos los niveles y enseguida haré una sucinta mención a
ello.
El
sistema capitalista, empujado por la revolución tecnológica y el aumento
fantástico de la productividad genera esta contradicción: por un lado resulta
en un aumento de la productividad por el empuje tecnológico, mientras que por
el otro su consecuencia es tendencialmente la menor necesidad de trabajadores.
Se llegó a un punto tal en que alrededor del 40 por ciento de la población del
planeta está viviendo o muriendo mejor dicho, ya que se encuentra por debajo del
nivel de subsistencia. Las Naciones Unidas (PNUD) en agosto de 2005 lo calculan
oficialmente de esa manera, y en cifras significa que hay más de 2500 millones
de seres humanos por debajo del nivel de subsistencia.
En ese
sentido el capitalismo es el arma más eficaz de destrucción masiva de la
humanidad, más grande y de mayor efecto que cualquier bomba atómica por si
misma. Y dentro de la lógica del sistema esto no tiene solución, como ya lo
demostrara Carlos Marx hace más de 150 años. Y que hasta ahora nadie ha podido
demostrar lo contrario, ni siquiera el mejor pensamiento burgués que sólo se
atreve a dar explicaciones justificativas que ya suenan aberrantes. El
capitalismo como arma de destrucción masiva no se refiere sólo a las guerras de
exterminio en el llamado tercer mundo (Irak) sino también a su propio interior
como en New Orleans.
Por ello
es que se hace una necesidad el comprender la coherencia del sistema en el cual
vivimos, dado que es el único camino para repensarlo, desmontarlo pieza por
pieza y encaminarnos a la superación dialéctica del sistema capitalista. Porque
como dice Jean Ziegler (ex-diputado suizo al
Parlamento Europeo y asesor de Naciones Unidas) “…el hambre y la destrucción
crónica son obra del ser humano. Son debidas al orden asesino del mundo. Quién
muere de hambre es víctima de un asesinato”.
Hoy, el
capitalismo se siente acosado, aunque los pueblos que lo acosan todavía no
saquen las conclusiones prácticas y organizativas necesarias. Así, se hace
perentorio como condición de vida, extraer de
Hay que
terminar con el complejo que nos instilan constantemente de “que no es posible”
salirse del sistema. Es más, se trata de una necesidad de vida o muerte el
salirse del mismo. Esta es una tarea histórica que no puede percibirse de un
día para el otro. Pero la lucha cotidiana, que sigue siendo expresada por la
contradicción entre Capital y Trabajo, con la carga de las reivindicaciones
mínimas, es el material con el que se construye la perspectiva de futuro. Y
nuevamente entra en juego la dialéctica: lo cotidiano aun mediatizado por el
capital construye el futuro, y el futuro será expresión de ese resultado, para
a su vez convertirse en materia para volver a construir otro futuro, ya que el
infinito nos está esperando, aunque nunca lleguemos a él. No hay ningún
supuesto “final de la historia”, sino que podríamos decir que la misma existe
hoy, solamente en sus comienzos.
Con
motivo de
En
realidad la insurrección se prepara y si en la historia, hacer es también
deshacer, llega un momento en que no apelar a la fuerza social es perder una
oportunidad histórica que no volverá a repetirse en décadas, seguramente. Hacer
y deshacer es una constante. La democracia pretende incluir a los seres humanos
y lo hace a través de las elecciones y el voto, pero el mercado y la economía
capitalista los excluyen, a través de la desocupación y la miseria para
garantizar su tasa de beneficio, y todo esto genera una contradicción constante
y sustancialmente imposible de resolver dentro del sistema como tal.
La clase
trabajadora aprende, lucha y actúa y puede triunfar o ser derrotada. No hay
ninguna previsión aritmética para saber cuándo y cómo el sistema lleva a la
sociedad a un cruce de caminos. Y esto ya es política. Quien diga que no le
interesa la política o que está por el statu-quo, se ubica en la supuesta
comodidad del sistema. Tomar partido es un problema tanto de conciencia como de
acción concreta, y aquí no hay posibilidad de separar dos cosas que son
interdependientes.
En la
medida que la ideología es saber (o sea no sólo conocer) y la política es
hacer, o sea también deshacer, no hay otro medio para juzgar una práctica
política o un pensamiento aislado, sino a través de sus resultados.
Saber
vivir sumergido en medio de todas estas contradicciones, es empezar a
entenderlas, para poder separar la paja del trigo. Y comenzar a entenderlas es
comenzar a rebelarse ante el desorden existente. Hoy la resistencia de los
pueblos del mundo, en sus cuatro puntos cardinales, hacen tambalear la
hegemonía imperialista norteamericana y no hay en el horizonte perspectivas de
nuevas hegemonías como las conocidas en la historia pasada.
La nueva
fórmula mágica que se quiso imponer con el llamado ajuste neoliberal es que
vamos “hacia un capitalismo sin trabajo mas un capitalismo sin impuestos”. Lo
que es un absurdo en la contradicción de sus propios límites y definiciones
estructurales. Se trata de una contradicción básica e imposible de cumplir en
los límites del sistema del capital (o sea que tendríamos que empezar a hablar
de socialismo). Y esto es así pues si bien el capitalismo destruye al trabajo
(y al trabajador) todo tiene un límite en la lógica del capital ya que del
trabajo humano surge la plusvalía y sin ella no hay posibilidades de
recomposición capitalista. La abolición del trabajo es una reivindicación
socialista en la perspectiva de una sociedad sin clases sociales, lo que
implica también la desaparición de la relación Capital/Trabajo, esencial y
fundacional del sistema, históricamente considerado.
Tecnología,
electrónica, hardware, software, biotecnología, clonación, toyotismo,
flexibilización…, y al fin globalización. Nos abruman con una demostración de
capacidad destructiva de apariencia invulnerable. La historia corre con el
tiempo acelerado. El software y el hardware, dicen los entendidos en tecnologías
modernas llevan a que el “saber” pierde en 12 o 14 meses su valor, y el plazo
es cada vez más corto. El saber se hace obsoleto más rápidamente que nunca
antes en el pasado, y aumenta la elitización y la
marginación social.
Entonces
se busca atomizar el saber. La inteligencia humana es puesta a prueba
nuevamente, porque conocer es equivalente a estudiar lo que ya se conoce y en
cambio el saber es reflexionar sobre lo que se conoce. Y ese saber es una
reflexión de segundo nivel, posterior al conocer. Este saber es innovador y la
justificación de lo que denominamos “investigar”. La velocidad del tiempo
histórico apenas da tiempo para conocer, que ya se pasa a otro nivel en el que
unos pocos privilegiados están en condiciones de “saber”. Esta urgencia del
capitalismo, que tiene al mundo por escenario para invertir capitales y
comerciar productos, no tiene interés en que las mayorías “sepan” sino que a lo
sumo conozcan, así la educación tiende a convertirse en un privilegio; pero
entonces capacitan técnicos. Si a ello le agregamos el aumento de la
productividad como producto de la incorporación tecnológica, el mundo del
trabajo está en crisis permanente. Sin embargo, el del capital, ahora
mundializado también, porque se compite no sólo por mercados sino por
supervivencia para saber: las guerras por el petróleo que son algo muy concreto
y material juegan aquí un rol muy prosaico.
Dice
Jean-Marie Vincent que los posmodernos se convierten
en un espejo que permite a los neo-conservadores observarse a si mismos por
encima de la chatarra intelectual de justificación del sistema. Y entonces lo
único “verdadero” es la realidad real. Desaparece la aspiración por la
superación de una sociedad, que en definitiva, para decir lo menos, es injusta,
y se justifica la vigencia del statu-quo. Por eso plantea Patrick Tort que “… la proliferación de lo insólito engendra la
indiferencia, la banalización del horror hace que el individuo encuentre un
refugio individualista que multiplica la impotencia; que entonces subyace feliz
y tranquila”. Y para completar la cita de autores, mencionemos a Jean Ziegler cuando dice que “el espectáculo permanente de la
disfuncionalidad crea el ardiente deseo de la ignorancia”. Y entonces la
primera maniobra es la desinformación de lo sustancial, sustituida por lo
trivial. Pero los medios de comunicación masiva están en manos del capital
mundializado que nos ofrece en píldoras retaceadas la mera información de los
hechos, por no mencionar la tendencia a la mentira, la justificación del orden
establecido y el elogio del “terrorismo” cuando es ejercido por la potencia
imperialista hegemónica.
Pero si
esto sucede en la sociedad considerada como totalidad, nosotros pretendemos
reflexionar y asumir, y superar, los obstáculos que no ingenuamente colocan en nuestro
camino las clases dominantes. Porque cuando prima el mercado y la competencia
es ley, se acabó la solidaridad social.
El viaje
a la esperanza que menciona Raymond Williams, es una respuesta a la desazón y a
la desesperación social propia del sistema. Y esa esperanza para nosotros es el
socialismo, que imaginamos en el horizonte futuro, aunque la imagen sea borrosa
y siempre sujeta a nuevos enfoques.
Pero la
sociedad clasista no desaparece ni porque la neguemos intelectualmente, ni
porque veamos un futuro sin líneas perfectamente definidas a priori, sino por
la transformación social y la abolición del capitalismo. Y estos son objetivos
irrenunciables.
Me dirán
que quizá me estoy escapando de la historia, pero no es así, y para ello
recuerdo las enseñanzas de los maestros de los mejores tiempos de los Annales de París, cuando sostenían que si la historia está
llena de datos, de fechas, de acontecimientos, los mismos están siempre llenos
de pasión, y no se puede escribir sobre ese pasado dejando de lado la pasión
del historiador que es un reflejo de la pasión con que ha transcurrido lo que
llamamos historia. Afirmación que cobra más vigencia ahora que en épocas
anteriores ya que cuanto mayor es la injusticia relativa, más se justifica la
pasión por abolirla.
Hemos
mencionado la situación del capitalismo de hoy y hemos planteado una
perspectiva socialista a la sociedad de clases. No se trata aquí de hacer un
recuento sistemático de situaciones tan diferentes que vive el mundo. Pero no
podemos dejar de plantearnos: ¿hacia donde vamos? Descarto considerar la
autodestrucción del sistema, lo mismo que no voy a referirme a las supuestas
bondades de un capitalismo ahora con fachada humana. Ya hay demasiados
posibilismos en la vida actual y defensores de un cambio de maquillaje para que
nada cambie. El sistema es cada vez más un aparato de destrucción masiva de la
sociedad, del ambiente y de la vida. Hago mi apuesta a una sociedad en
transición al socialismo donde vayan desapareciendo la explotación, el hambre,
la acumulación del capital y la destrucción “asesina” de la vida misma en el
planeta.
Rosario, setiembre de 2005
Notas
[1] Este texto
reproduce la clase magistral que dictara Alberto J. Pla en teatro
La clase estuvo
precedida de unas breves palabras de agradecimiento que nos pareció justo
reproducir también en esta nota:
“Para empezar, quiero agradecer a
quienes han hecho posible el otorgamiento de esta distinción por parte de
En
especial a
Gracias.
Asimismo
quiero relevar la importancia que tiene para mi que esta Universidad y esta
Facultad de Humanidades, en la cual ingresé por primera vez en el lejano año de
1962 me haya distinguido con tal honor. Solamente he estado ausente cuando las
dictaduras militares hicieron imposible mi estadía en el país, y aun así esperé
hasta el último minuto para viajar al exterior, lo que me permitió hacer
experiencias nuevas, especialmente en Universidades de Venezuela y de México,
que nos acogieron con todo afecto.
Por fin, quiero dedicar esta
distinción a mi compañera de toda la vida, mi esposa Guillermina, que siempre
estuvo conmigo en los vaivenes de persecuciones y también en las alegrías de la
vida. Asimismo a mi hija Laura Elisa, que cada día que pasa aumenta mi admiración
y cariño hacia ella.
En otro nivel no puedo dejar de
mencionar mi gratitud a los colegas especialmente de las cátedras de Historia
de América Contemporánea, tanto de
A Todos, mil
gracias, repetidas en mis sentimientos, hasta el infinito.”
Este artículo fue
editado originalmente en: Cuadernos de Filosofía y Política. Escuela de
Filosofía. Facultad de Humanidades y Artes. UNR. N 7, Otoño de 2006.