Estanislao Zeballos y la segregación porteña de 1852
Santiago Sánchez(*)
Un
joven provinciano de educación metropolitana
En el año 1899, el doctor Estanislao Zeballos
publicó un artículo titulado “Los porteños”, en el cual relataba la siguiente
anécdota: “Goyena, el orador y el maestro, fue la encarnación de esta altivez
centralista de la superioridad metropolitana en sus manifestaciones actuales.
Era el porteño-nacionalista, evolución patriótica y definitiva de los porteños-localistas
de 1852. [...] Había sido yo nombrado ministro de relaciones exteriores de un
presidente arribeño, y varios de mis amigos de la historia tradicional porteña,
me aconsejaban rehusar la cartera, Goyena los interrumpió y dijo: -Debe
aceptar. Es un joven provinciano de educación metropolitana”[1].
Estanislao Zeballos, nacido en Rosario en
1854, y radicado desde 1866 en la capital, era ese “joven provinciano de
educación metropolitana” o, según David Viñas, el “joven provinciano en la gran
urbe”, el típico “gentleman-escritor”, y el más orgánico de los intelectuales
de la Generación del ’80, esto es, quien más visceralmente encarnara sus principios
liberales y positivistas, como hombre de estudios y como funcionario público[2]. Ya hemos tratado en otro
lugar el rol desempeñado por Zeballos como asesor de Roca en la Campaña del
Desierto[3].
Las
campanas del Cabildo
La batalla de Caseros de 1852, en la cual las
tropas del Ejército Grande de Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos,
batieran a las del gobernador porteño Juan Manuel de Rosas, supuso no sólo el
fin de la larga hegemonía rosista, sino la posibilidad de una interesante
salida política para los provincianos. Esto es, la oportunidad histórica
de organizar institucionalmente el país, de unificarlo bajo una Constitución
Nacional, y de intentar balancear el brutal desequilibrio económico entre la
opulenta Buenos Aires -atalayada en su Aduana- y el asfixiado e indigente
Interior.
Hasta entonces, y más allá de la compleja
realidad de facciones en pugna, las guerras civiles que asolaron el país se
habían justificado -o pretendido justificar- como el maniqueísta duelo entre
unitarios y federales. Estos últimos habían prevalecido hasta 1852, de una u
otra manera. Pero ese mismo año, y tal como coinciden en señalar dos autores
tan alejados en el tiempo como el mismo Estanislao Zeballos (1899) y Félix Luna
(1982)[4], se produjo en Buenos
Aires un fenómeno curioso. En pocos meses, los unitarios antirrosistas y los
federales rosistas olvidaron sus diferencias y, aunados en su común condición
de porteños, se volcaron contra Urquiza y los provincianos.
Comenzó entonces, según Luna, el período de
mayor conflicto, el más virulento de la historia, entre Buenos Aires y el
Interior. Los localismos exacerbados de entonces, espontáneos,
irreconciliables, que obturaban cualquier proyecto de integración nacional,
resurgieron en estos años con un vigor inédito, revelando tendencias populares
muy profundas, subterráneas, irracionales si se quiere, que poco tenían que ver
con los meditados proyectos de intelectuales como Alberdi y Sarmiento, o con la
letra liberal y nacional de la Constitución de 1853, rechazada por Buenos
Aires.
El 11 de septiembre de 1852, las campanas del
viejo Cabildo, el mismo del 25 de mayo de 1810, tañeron a rebato, convocando a
una nueva revolución, para muchos tan “patriótica” como aquella otra. El pueblo
porteño se plegó a ella, y la provincia de Buenos Aires quedó
virtualmente segregada de la Confederación Argentina. En las siguientes
semanas, en tanto, milicias federales de la campaña bonaerense, afines a
Urquiza, se unieron a los refuerzos enviados por el propio gobierno
entrerriano, y en diciembre pusieron cerco a la capital. Pero los “muchachos
elegantes” de Buenos Aires no se dejaron doblegar: “Allá iban, en efecto,
comandados por los capitanes, distinguidos y gallardos [...] hileras de jóvenes
apuestos que representaban la cultura, los refinamientos y las esperanzas más
bellas de los salones porteños y de la Provincia-Estado, sublevada y
compacta [...] Llegados al Retiro el coronel Mitre desplegó en persona la
primera guerrilla de la juventud dorada de los Porteños contra los
centauros federales-urquizistas, y el 1º de línea, reaccionando sobre
este apoyo, rompió también sus fuegos. El coronel Rivero herido y tras breve
resistencia, replegó sus jinetes hacia la Recoleta y el coronel Lezica y el
comandante Conesa sacaban y reunían sus batallones al núcleo glorioso de los
muchachos elegantes del primero. ¡La situación de Buenos Aires se había
salvado!”[5]
¿Separatistas
o disidentes?
Según lo que nos refiere Zeballos en 1899, no
hubo -ni podía haber- en el Estado de Buenos Aires de 1852-1861, un proyecto de
segregación serio. Los porteños del ’52 no habrían sido “separatistas”,
sino “disidentes” de la “familia argentina”. Para el rosarino, el “espíritu
centralista” de las “grandes capitales” era un fenómeno natural y universal, sin
peso determinante. Además, el proceso de unificación nacional, ya consumado a
fines del siglo XIX era considerado por él como de inexorable realización hacia
1852, aún cuando por entonces las circunstancias parecían demostrar lo
contrario.
En la visión de nuestro “joven provinciano de
educación metropolitana”, la “resistencia” de los porteños cumplió un rol
fundamental dentro de una historia que podríamos definir como teleológica, es
decir, orientada hacia un fin último, que en este caso no sería otro que el de
la unidad nacional argentina: “Y la Nación, fuerte e indisoluble, los despide
[a los porteños de 1852] con agradecimiento, porque su resistencia, como la del
agua y la del aire, era también en su tiempo, fuerza de evolución, de progreso
y de equilibrios institucionales”[6].
La pregunta que hoy nos surge, a más de cien
años de éste y de otros textos de Zeballos, es si en verdad fue así, si la
Confederación Argentina y el Estado de Buenos Aires de 1852 marchaban
necesariamente hacia un destino común, o si, por el contrario, hubo en un
momento de nuestra historia dos caminos divergentes a seguir, uno de los cuales
fue el “elegido”, de grado o por la fuerza... ¿O más bien por la fuerza?
Mitre
y Urquiza, o la tesis y la antítesis
Entre 1852 y 1861 el territorio que hoy
denominamos “República Argentina” estuvo dividido entre la Confederación
Argentina (el “Interior”), con capital en Paraná, y el Estado de Buenos Aires.
Este último, en el texto de su Constitución, prolongó unilateralmente sus
fronteras hasta el Estrecho de Magallanes, aunque sin llegar a proclamarse como
“nación” soberana, sino como “Estado Federal de la Nación Argentina”,
reservando sus facultades hasta el momento de un hipotético congreso general,
en el cual las delegaría[7]. Sin embargo, y como
vuelven a acordar Zeballos y Luna, no era éste el propósito de todos los
porteños. Un sector más radicalizado pretendía prolongar indefinidamente este
estado de cosas, forjando una Gran Buenos Aires que dominara desde las márgenes
del Plata hasta las tempestuosas aguas del Cabo de Hornos.
Las relaciones entre ambos Estados
“argentinos”, en algún momento relativamente pacíficas, fueron tensándose. En
1859, el general Urquiza se impuso a los porteños en la batalla de
Cepeda, y por vía del llamado “Pacto de San José de Flores”, pareció lograr un
principio de acuerdo con Buenos Aires, luego desbaratado por diversas
circunstancias políticas. En 1861, una nueva batalla, la de Pavón, en la que
claramente se estaban imponiendo los provincianos, se resolvió de manera
sorpresiva a favor de los porteños, cuando Urquiza retiró sus fuerzas
del campo. Por qué lo hizo, es un “enigma” que los historiadores aún debaten.
Para Zeballos, la victoria de Urquiza hubiera
retardado la unión nacional. A la postre, triunfaron y hegemonizaron los porteños
pero, de un modo paradójico, sobre la base de la Constitución “federal y provinciana”
del ’53. Así pudo resolverse, según el rosarino, la irreconciliable
contradicción. El choque y a la vez la confluencia de dos hombres opuestos como
Justo José de Urquiza y Bartolomé Mitre, este último gobernador de Buenos
Aires, habrían representado la tesis y la antítesis que devinieron en la
síntesis superadora, léase, la Nación Argentina.
El rústico Urquiza, “formado en un medio
estrecho y en la atmósfera lugareña de la campaña de Entre Ríos”, era no
obstante ello dueño de un “vasto talento”, y sobre todo “un hombre de acción”.
De allí, su autoritarismo y su violencia, que no estaban, sin embargo, reñidas
con “los más altos ideales cívicos”, superiores a los del más anti-porteño
Santiago Derqui, quien lo sucediera en el cargo de presidente de la
Confederación Argentina[8].
Urquiza no pretendía, según Zeballos, humillar
a Buenos Aires, sino lograr la unidad de la Patria Grande de todos los
argentinos, provincianos y porteños. Mitre, en tanto, leader
de los porteños, su antítesis, tendía también a lo mismo: “El general
Mitre, había pasado su juventud y el aprendizaje político en un ambiente más
alto y culto que su ilustre rival. Los libros y el contacto con estadistas
notables en sus peregrinaciones de emigrado, imprimieron felices direcciones a
sus tendencias y a su carácter político [...] De temperamento vehemente,
apasionado, ambicioso y romántico, resistió, sin embargo, sereno, frío e
imperturbable, las sugestiones exageradas de su interés personal y de los
hombres de Buenos Aires, que acaudillaba. Como el general Urquiza, tuvo la
visión clara de los grandes destinos nacionales y consagró sus influencias en
Buenos Aires a realizarlas bajo los auspicios de las influencias locales, de
cuyo seno había surgido”[9].
Entre 1862 y 1868 Bartolomé Mitre gobernaría
como presidente de la unificada República Argentina. Hasta la federalización de
Buenos Aires, acaecida en 1880, el conflicto de ésta con el Interior, aunque no
desaparecería del todo, revelaría paulatinamente una nueva puja, esta vez con
la emergente Nación Argentina. Esta última terminaría por amputarle a la
provincia mayor su vieja Gran Aldea, convirtiéndola por la fuerza en Capital
Federal. Entonces porteños y provincianos, por igual, se
empeñarían en hacer de Buenos Aires la urbe más europea y más grandiosa de América
Latina y del mundo hispano, hasta conseguirlo.
Hacia 1899, las fuerzas centrífugas habían
sido sofocadas definitivamente y la unidad territorial del país no peligraba en
absoluto. Las amenazas eran ahora de otro orden. Era la inmigración masiva la
que ponía en tela de juicio la hegemonía cultural del Estado-Nación argentino y
de la elite criolla tradicional. Una nueva batalla estaba siendo librada, y
ésta no era de orden militar sino ideológico. El enfrentamiento entre unitarios
y federales, o entre porteños y provincianos formaba parte ahora, para Zeballos
y para otros intelectuales del régimen oligárquico, de un pasado ya superado.
Ahora, había que crear una identidad nacional, un sentimiento de pertenencia
común a los “viejos” argentinos criollos y a los “nuevos” argentinos, hijos de
inmigrantes. Estanislao Zeballos y otros hombres de la Generación del ’80
estaban comprometidos, directa o indirectamente, en este propósito, y en la aún
más compleja empresa de escribir la Historia e inventar la Tradición de una
Patria Argentina todavía brumosa.
RESUMEN
Estanislao Zeballos y la segregación porteña de
1852
Entre 1852 y 1861 el territorio argentino estuvo
dividido en el Estado de Buenos Aires y la Confederación Argentina. Por
entonces, la identidad nacional era aún débil. Cada provincia poseía su propia
identidad local, y existía una rivalidad intensa entre Buenos Aires y el
interior. Esto cambiaría a partir de 1861, con la creación de la República
Argentina.
Palabras clave: Zeballos – nación – Buenos Aires –
Confederación Argentina
ABSTRACT
Estanislao Zeballos
and the segregation of Buenos Aires (1852)
From 1852 to 1861
Argentine territory was splittered into the State of Buenos Aires and the
Argentine Confederation. In those times, national identity was still weak.
Every province had its own local identity, and there was an intense rivalry
between Buenos Aires and the interior. This would change since 1861, after the
creation of the Argentine Republic.
Key words: Zeballos – nation
– Buenos Aires – Argentine Confederation
Recibido: 22/04/07
Aceptado: 12/07/08
Versión final:
26/08/08
Notas
(*) Profesor y Licenciado en Historia (UNR), Becario doctoral del CONICET. E-mail: javi_san1973@yahoo.com.ar
[1] ZEBALLOS, Estanislao, “Los porteños”, en Revista de Derecho, Historia y Letras, tomo IV, 1899, p. 622.
[2] VIÑAS, David, Indios, ejército y frontera, Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, 2003, pp. 227-234.
[3] SÁNCHEZ, Santiago Javier, “Estanislao Zeballos y la cuestión indígena”, en Historia Regional, Sección Historia, ISP Nº3, Año XX, Nº 25, 2007, pp. 159-169.
[4] LUNA, Félix, Buenos Aires y el país, Sudamericana, Lanús, 1982.
[5] ZEBALLOS, “Los porteños”, op. cit., pp. 627-628.
[6] ZEBALLOS, “Los porteños”, op. cit., pp. 622.
[7] LUNA, op. cit., p.96.
[8] ZEBALLOS, “Los provincianos”, en Revista de Derecho, Historia y Letras, tomo V, 1899, pp. 145-158.