La arqueología y el estudio de campos de batalla: el caso de la batalla de Cepeda, 1859
Juan B. Leoni(*)
(CONICET–UNR; jbleoni@hotmail.com)
Introducción
La investigación arqueológica de campos de batalla constituye un área disciplinar de notable crecimiento en los últimos años. No sólo se multiplican las investigaciones sobre las más diversas batallas sino que, y a diferencia de otras ramas de la arqueología, sus procedimientos y resultados encuentran gran repercusión e interés en el público en general. A pesar que la relación entre la arqueología y los campos de batalla no es nueva, es sólo en las últimas dos o tres décadas que se ha consolidado como un interés de investigación y campo disciplinar pertinente, coherente y respetado.
En este trabajo se repasa brevemente el surgimiento y desarrollo de la investigación arqueológica de campos de batalla. Se puntualizan las objeciones y desinterés iniciales, y se discute la investigación de la batalla de Little Big Horn (1876), constituida en el caso de estudio fundante y paradigmático de la arqueología de campos de batalla. El resto del trabajo se enfoca en el estudio arqueológico actualmente en curso de la segunda batalla de Cepeda (1859), discutiéndose los objetivos y las distintas líneas de investigación que se encuentran en desarrollo. Se presentan también algunos resultados parciales obtenidos hasta el momento, que permiten visualizar el potencial de este tipo de investigaciones para profundizar el conocimiento de un crucial hecho de la historia de nuestro país.
La arqueología y la investigación de campos de batalla
La relación de la arqueología con las temáticas militares es de larga data. En efecto, estudios como los de Henri Schliemann en Troya, las excavaciones promovidas por Napoleón III para conmemorar las batallas de Gergovia y Alesia, o la tipología de armas prehistóricas desarrollada por Fox Lane Pitts-River, por sólo citar algunos casos, ejemplifican el interés arqueológico en variados aspectos de la historia, tecnología y táctica militar[1]. Sin embargo, con el desarrollo posterior de la disciplina, estas temáticas fueron relegadas o quedaron subsumidas bajo el estudio de procesos socioculturales más generales en los cuales ocupan un lugar secundario. Más recientemente, con el desarrollo y consolidación en los años 60 y 70 de la Arqueología Histórica, que implica el estudio arqueológico de contextos socioculturales para las cuales se dispone de fuentes escritas, comienzan a multiplicarse, sobre todo en los Estados Unidos, las investigaciones de distintos tipos de sitios arqueológicos de carácter militar. Así, se excavan fortificaciones, campamentos, guarniciones, arsenales y hospitales militares correspondientes a conflictos bélicos tales como los enfrentamientos entre ingleses y franceses en América del Norte en el siglo XVIII, la Guerra de Independencia (1775-1783) y la Guerra Civil (1861-1865) de los Estados Unidos, los enfrentamientos entre blancos e indios en el avance estadounidense hacia el oeste, entre otros[2]. En muchos casos, estos estudios han estado directamente relacionados con la reconstrucción y puesta en valor de estos sitios como lugares educativos y/o turísticos. La investigación arqueológica propiamente dicha se abordaba generalmente con preguntas acerca de la vida y actividades de sus ocupantes similares a las planteadas para sitios no militares. Es decir, se enfocaba fundamentalmente en cuestiones vinculadas, por ejemplo, con las diferencias de status identificables entre sus ocupantes según su rango militar y en función del consumo de alimentos y el uso de cultura material, la vinculación de los ocupantes de estos sitios con mercados supralocales e internacionales, o el intercambio de distintos tipos de productos con grupos indígenas locales, entre otras. Vale aclarar que esta situación ha cambiado notablemente en los últimos años. En paralelo con la eclosión de estudios académicos sobre arqueología e historia militar, y el renovado interés académico por la guerra y el conflicto como fenómenos socioculturales relevantes que se registra en fechas recientes, se retoma el estudio de estos sitios con un interés explícito en los aspectos específicamente militares. Se apunta sobre todo a recuperar la memoria, experiencia y formas de vida de los soldados ordinarios[3].
En este contexto, el estudio arqueológico de lugares donde ocurrieron acciones bélicas específicas, sin embargo, permanecía muy poco desarrollado. Durante mucho tiempo, el estudio de batallas ha sido el campo exclusivo del historiador militar. Ha seguido un discurso tradicional típico que suele enfatizar los méritos del comandante victorioso y construir una interpretación funcionalista de las mismas, en la que cada aspecto implicado se evalúa en términos de su utilidad y se ignora todo lo que no sea funcional (e.g. aspectos sociológicos de las instituciones miliares, factores rituales o culturales para entender como surgió y se estructuró un conflicto)[4]. Como ha señalado el historiador militar John Keegan[5], las narrativas históricas tradicionales de batallas (que él denomina “pieza de batalla” [battle-piece]), suelen exhibir una estructura común. Se trata de un género cuasi-literario que presenta una descripción simplificada del comportamiento humano en el combate y se caracteriza por “…su reducción de los soldados al rol de peones, su ritmo discontinuo, sus imágenes convencionales, su selectividad de incidentes y su foco en el liderazgo…”.[6] En estas narrativas todos los componentes de un ejército actúan de manera uniforme, sólo a algunos personajes importantes se los designa por su nombre y se les asigna roles destacados, y la motivación de los combatientes para luchar y exponerse al riesgo es generalmente simplificada[7]. Al propio Keegan se lo reconoce como iniciador de una variante de la historia militar reenfocada en lo que la experiencia de la batalla era para los soldados, muy seguida en la actualidad. Se combina con el surgimiento en los años 70 de una “nueva historia militar” que propone que para explicar y entender la guerra siempre hay que considerar su contexto social e impacto en las sociedades involucradas[8]. En este marco general, el interés de historiadores militares y arqueólogos a lo sumo pasaba por identificar los lugares geográficos específicos donde ocurrieron las batallas, aunque no considerándolos como objeto de estudio en sí mismos[9].
Muchos obstáculos han existido para el estudio arqueológico de los campos de batalla y su reconocimiento como sitios arqueológicos susceptibles de ser localizados, estudiados e interpretados como cualquier otro tipo de sitio arqueológico. En efecto, durante mucho tiempo primaron opiniones negativas, tal como la ejemplificada por el famoso arqueólogo estadounidense Ivor Noël Hume. Según él:
“Los sitios militares se dividen en dos categorías: aquellos en los que los soldados lucharon y aquellos en los que los soldados esperaron. Los dos son a veces sinónimos, aunque no siempre, y como regla general los últimos son los más interesantes arqueológicamente.”[10]
Y también,
“Poco de utilidad puede decirse acerca de los sitios de campos de batalla. Si uno de los bandos tuvo tiempo de atrincherarse, tal vez queden los restos de esas fortificaciones; si no, el sitio tendrá poco que lo distinga, excepto tal vez por algunas tumbas y materiales dispersos que pueden rescatarse con el uso de un detector de metales. No puede existir ninguna estratigrafía significativa (en lo que concierne a la batalla), y la recolección de reliquias se convierte entonces en el único propósito posible.”[11]
El desinterés se basaba fundamentalmente en tres conjuntos de causas, que podemos denominar como metodológicas, teóricas y morales/ideológicas. En primer lugar, como expresa la opinión de Noël Hume citada, se entendía que a pesar de ser eventos de alta intensidad, con cientos o miles de participantes combatiendo sobre extensas superficies de terreno, la corta duración y la amplia extensión espacial de los campos de batalla los hacía poco susceptibles de ser abordados con técnicas arqueológicas tradicionales tales como la excavación. Al no generarse estratigrafías substanciales con abundantes depósitos de materiales culturales, se entendía que poca información podría obtenerse de estos lugares. Esta percepción ha cambiado con el desarrollo de técnicas específicas para el abordaje de este tipo de sitios arqueológicos. En segundo término, al tratarse las batallas de eventos aislados y de corta duración, no concitaban interés analítico en el marco de los paradigmas teóricos dominantes en la arqueología, mucho más interesados en el estudio de procesos y estructuras de larga duración que en acontecimientos específicos. Tampoco se visualizaba claramente cuál podría ser el aporte original de la arqueología al estudio de batallas, más allá de la identificación de los lugares y la recuperación de artefactos empleados en las mismas. También estas objeciones han sido superadas, al comprobarse el aporte significativo que la arqueología puede hacer al entendimiento o incluso a la reinterpretación del desarrollo de batallas históricas, como muestra magistralmente el caso de Little Big Horn. Finalmente, un tercer conjunto de causas tiene que ver sin duda con cuestiones de tipo moral o ideológicas, expresadas en un rechazo mayoritario en la comunidad académica al tratamiento de temáticas militares, que se solían asociar con una reivindicación del militarismo o incluso con posturas políticas de derecha. La creciente toma de conciencia de que existe una diferencia bien marcada entre la condena moral y política de la violencia por un lado y su estudio científico por el otro, han permitido que el estudio de la violencia socialmente convalidada en el pasado, incluyendo a los campos de batalla mismos, pueda ser visto como una empresa académica legítima.
Se pueden encontrar diversos antecedentes tempranos de trabajos arqueológicos en campos de batalla, remontándose incluso a algunos llevados a cabo en Inglaterra en el siglo XIX o a la exploración con detectores de metales de campos de batalla en los Estados Unidos en la década del 50 del siglo XX[12]. Pero los primeros trabajos sistemáticos corresponderían a la investigación de la batalla de Aljubarotta, ocurrida en 1385 en Portugal[13]. Esta investigación, promovida por el estado portugués en los años 50 y 60, buscaba rescatar la memoria del pasado medieval heroico portugués y conmemorar el surgimiento de Portugal como estado independiente, aunque no tuvo repercusión en el medio académico internacional. En América Latina, por su parte, se registran también antecedentes tempranos, ejemplificados por el estudio arqueológico de campos de batalla de la Guerra de Independencia cubana (1895-1898) por parte de arqueólogos cubanos en los años 60, 70 y 80[14], aunque desgraciadamente han permanecido poco conocidos para la comunidad arqueológica latinoamericana. En general, el aporte de estos trabajos ha sido limitado, no generando un gran impacto en la disciplina y apenas trascendiendo de un grupo reducido de académicos interesados en la temática específica. Esta situación cambiaría notablemente a partir de la investigación arqueológica del altamente simbólico campo de batalla de Little Big Horn.
Little Big Horn, un caso de estudio paradigmático
A la investigación desarrollada por los arqueólogos Douglas Scott, Richard Fox y colaboradores en el campo de batalla de Little Big Horn (Estado de Montana, Estados Unidos), en los años 80 se le reconoce el mérito de haber sentado las bases metodológicas y viabilidad científica de la arqueología de campos de batalla actual[15]. Allí se probaron y aplicaron las técnicas de campo que superaron los resquemores arriba discutidos y donde se demostró que la arqueología podía contribuir de una manera significativa a la profundización del conocimiento sobre una batalla e incluso a la reinterpretación de su desarrollo y desenlace. Esta investigación inspiró a la gran cantidad de trabajos que hoy se desarrollan en todo el mundo, al tiempo que alcanzó un grado de éxito pocas veces igualado en el discernimiento de acciones de combate específicas. Los resultados se vieron magnificados por tratarse de una batalla con alto contenido simbólico, vinculado tradicionalmente con el mito del heroísmo y sacrificio del Teniente Coronel George A. Custer y sus hombres en pos de la conquista del Oeste y la expansión de la civilización.
La batalla de Little Big Horn, ocurrida el 25 de junio de 1876, fue uno de los momentos culminantes de la larga serie de enfrentamientos entre los Estados Unidos y las diversas sociedades indígenas que habitaban las Grandes Llanuras del centro-norte del actual territorio estadounidense. Fue la más grande derrota sufrida por el ejército de los Estados Unidos en esos conflictos, que estallaban periódicamente en la segunda mitad del siglo XIX producto de las incursiones de grupos civiles y militares blancos en los territorios indígenas. En este caso particular, el tratado de Fort Laramie (1868) entre el gobierno federal y los Sioux les reconocía a estos últimos la propiedad de un extenso territorio que incluía las llamadas Colinas Negras, de gran valor simbólico y religioso para los Sioux. Sin embargo, el descubrimiento de oro en la Colinas Negras pronto llevó a que el gobierno quisiera abrirlas a la explotación minera. Ante la negativa indígena, se encomendó al ejército tomar las Colinas Negras y reprimir a los grupos de Sioux que habían abandonado sus reservaciones en rechazo a la violación del tratado[16].
La campaña militar incluyó el avance de varias fuerzas sobre el territorio indígena. Una de las mismas tenía como vanguardia al afamado 7° Regimiento de Caballería, al mando del controvertido Teniente Coronel George A. Custer, con la misión de reconocer el terreno y ubicar a los grupos de indígenas rebeldes. Esto lo logró el 24 de junio de 1876, cuando exploradores de la etnia Crow (tradicionales enemigos de los Sioux) al servicio del ejército detectaron la presencia de los indígenas buscados en el valle del río Little Big Horn (conocido como “hierba grasienta” por los Sioux), formando un enorme campamento compuesto por diversas parcialidades Sioux y grupos Cheyenne también en rebeldía. Liderados por Toro Sentado, prestigioso jefe espiritual de la tribu Sioux Hunkapa, se calcula que agrupaba entre 5.000 y 7.000 personas, de las cuales entre 1.500 y 2.000 eran hombres en edad de guerrear[17].
Sin esperar refuerzos, Custer avanzó con su regimiento (de unos 600 efectivos). Posiblemente subestimando el tamaño del campamento indígena, Custer dividió su fuerza en tres columnas de ataque, dejando un cuarto contingente para proteger los suministros y municiones del regimiento. Su propósito era rodear el campamento y evitar el escape de los indígenas. Una de las columnas, comandada por el Mayor Reno, avanzó sobre el campamento por el sur, siendo confrontada y derrotada por una poderosa fuerza de guerreros Sioux y Cheyenne. Se retiró hacia una colina donde se unió con la columna del Capitán Benteen y el grupo a cargo de los suministros, permaneciendo precariamente en ese punto durante dos días asediados por los guerreros indígenas[18].
El resto del regimiento, al mando del propio Custer, intentó atacar el campamento desde una dirección opuesta, pero también es enfrentado y completamente aniquilado por un gran número de guerreros. Se estima que en total cayeron unos 270 soldados y que los indígenas sufrieron entre 50 y 100 muertos en el transcurso de la batalla. En este punto surge el mito que idealiza los últimos momentos de Custer y sus hombres, luego reproducido acríticamente en muchas interpretaciones historiográficas de la batalla. El arqueólogo Fox[19] la denomina la narrativa “fatalista”, que sostiene que Custer y sus hombres se vieron rodeados por una masa abrumadora de guerreros y que intentaron presentar de forma desafiante y con gran heroísmo una defensa final ante el inevitable desenlace. Ese momento, generalmente conocido como la “última resistencia de Custer” (Custer´s last stand), sería reproducido luego por la historiografía militar y encontraría amplio eco en la cultura popular estadounidense, representándose en innumerables cuadros, novelas y películas de cine[20]. Aún cuando la conducta de Custer y otros oficiales fue cuestionada ya desde los días posteriores a la batalla, nunca se cuestionó el relato general del desarrollo de la misma y su fatal pero heroico desenlace.
Las tropas que llegaron al lugar en los días posteriores enterraron a los muertos, erigiendo lápidas donde yacían los cuerpos. El lugar se convirtió en un parque (Little Big Horn Battlefield) y luego en Monumento Histórico Nacional. La investigación arqueológica sistemática se encaró recién en 1983, cuando a raíz de un incendio accidental, gran parte del parque quedó libre del pastizal que normalmente lo cubría. Los arqueólogos Scott y Fox desarrollaron un innovador diseño de investigación que ha servido de base a todos los estudios arqueológicos de campos de batalla posteriores. Partiendo del supuesto básico de que el comportamiento militar está altamente pautado y de que los artefactos hallados en el campo de batalla reflejarán más o menos directamente ese comportamiento pasado, se abocaron a la recuperación de artefactos buscando patrones de distribución espacial que reflejaran distintas instancias del combate[21]. La metodología implementada se basó en la prospección extensiva con el uso de detectores de metales y la georeferenciación de los artefactos hallados para confeccionar mapas de distribución espacial de los mismos, buscando determinar asociaciones contextuales e inferir los patrones buscados[22].
La investigación arqueológica, conducida principalmente en la parte del campo de batalla donde ocurrió la derrota y muerte de Custer, permitió recuperar varios miles de artefactos. Fundamentalmente, se recuperó gran cantidad de vainas y proyectiles de armas de fuego empleadas por los soldados y por los guerreros indígenas, así como otros tipos de elementos de uniformes y equipamientos militares (botones, hebillas, herraduras, ornamentos corporales y faciales indígenas, etc). El análisis de estos materiales permitió determinar que los guerreros indígenas poseían por lo menos 47 tipos distintos de armas de fuego, incluyendo rifles de repetición Henry y Winchester, superiores a las carabinas monotiro Springfield del ejército. Por el contrario, el número de puntas de flecha metálicas halladas fue mucho menor. Pero un aspecto fundamental e innovador de la investigación fue que los autores aplicaron técnicas de análisis balístico (con ayuda de la policía del Estado de Nebraska) a las vainas metálicas halladas. En este tipo de armas de retrocarga que emplean cartuchos metálicos, el percutor deja una marca única, similar a una huella digital, sobre el fulminante del cartucho impactado. Esto permite individualizar armas específicas y determinar qué vainas fueron disparadas por una misma arma. Así se logró identificar unas 350 armas distintas y, lo que es más significativo, rastrear el movimiento de sus portadores a través del campo de batalla. De esta manera los arqueólogos contaron con una herramienta muy precisa para reconstruir el desarrollo de la batalla independientemente de las narrativas historiográficas[23].
Tras varios años de trabajo de campo, un nuevo cuadro de la batalla pudo emerger. Uno que, según Fox[24], contradice abiertamente la narrativa fatalista que había primado en la mayoría de las interpretaciones historiográficas de la batalla. En efecto, lejos del cuadro de Custer y sus hombres rodeados pero desafiantes, enfrentando su inevitable final, Fox describe una combinación de factores que hacen que el 7° de Caballería sea derrotado. Decisiones erróneas y errores tácticos del comandante y oficiales superiores, falta de entrenamiento, las habilidades de los formidables guerreros Sioux y Cheyenne, diferencias tecnológicas en el armamento, son todos factores intervinientes y que llevan a que las distintas compañías que formaban la fuerza al mando de Custer hayan actuado de manera descoordinada, empleando tácticas inadecuadas y siendo derrotadas separadamente por los indígenas. Fox resalta que en base a los hallazgos arqueológicos puede verse que esta fuerza fue perdiendo su cohesión y eficiencia (fenómeno que denomina “descomposición táctica”), disgregándose en grupos pequeños o incluso individuos aislados que fueron fácilmente aniquilados. Por supuesto, una interpretación como esta contradice la ortodoxia patriótica y tradicional acerca de la batalla, así como socava fuertemente el mito de Custer y su última resistencia. Asimismo, la versión que surge de la investigación arqueológica se acerca más a los testimonios orales de guerreros indígenas que participaron en los combates y las representaciones gráficas que algunos de ellos plasmaron sobre papel o cuero, que muestran en general a jinetes indígenas persiguiendo y matando a soldados que huyen. El hecho de que las repercusiones y controversias de la batalla y de la conducta de Custer se discutan y generen polémica hasta hoy en día ha contribuido decisivamente a que esta investigación arqueológica haya tenido una gran relevancia y trascendencia. Combinado esto con el alto estándar metodológico e interpretativo alcanzado, resulta indudable que este estudio contribuyó a que la arqueología de campos de batalla alcanzara de manera incuestionable su mayoría de edad.
La arqueología de campos de batalla tras Little Big Horn
Tras el éxito alcanzado por la investigación de Little Big Horn, comenzaron a proliferar los estudios de diversos campos de batalla, que resultaría imposible enumerar, inspirados en los principios metodológicos e interpretativos allí desarrollados. En todo caso, ya no se ha vuelto a cuestionar el aporte que la arqueología puede hacer al estudio de batallas pasadas, ni su validez como campo académico y científico.
El propósito de una investigación arqueológica de un campo de batalla es el de, en primer lugar, confirmar la ubicación y extensión precisas del mismo, e intentar reconstruir el paisaje en momentos en que se desarrolló el combate. Pero también se busca contribuir a llenar los vacíos y resolver las contradicciones que normalmente se encuentran en los documentos escritos y en las reconstrucciones e interpretaciones historiográficas de las batallas elaboradas en base a ellos. En efecto, las reconstrucciones históricas de batallas suelen estar generalmente basadas en los informes oficiales de los comandantes principales, en relatos de participantes y testigos de distinta jerarquía militar, así como en otros tipos de fuentes históricas primarias y secundarias. En los casos de batallas ricamente documentadas esto permite lograr descripciones completas y detalladas, pero existen muchos casos en los que la información escrita disponible es escasa o nula, no permitiendo ir más allá de la caracterización de algunos aspectos generales. Aquí el aporte arqueológico se vuelve indispensable. Pero aún cuando la información escrita sea abundante, suelen existir problemas de sesgos y contradicciones resultantes de los intereses personales o políticos de los participantes, especialmente los altos comandantes. De igual manera, diversos factores limitan o distorsionan la percepción sensorial de los participantes y testigos presenciales. El cansancio, la confusión y el estrés resultantes de experimentar situaciones en las que la vida está en riesgo; la presencia de obstáculos físicos a la visión como la topografía, el humo de las armas de pólvora negra o el polvo levantado por el movimiento de hombres y caballos, confluyen para que, casi inevitablemente, las narrativas personales de las batallas sean por lo menos parciales, si no abiertamente contradictorias[25]. Como acertadamente sintetiza el arqueólogo español Fernando Quesada Sanz[26]: “Confusión y caos. Perspectiva limitada. Intereses personales: la suma de todos estos aspectos hace que las narraciones de una batalla sean siempre de delicada interpretación”. En función del reconocimiento de estos problemas, el consenso actual reside en emplear el registro escrito y el arqueológico como conjuntos de datos independientes, y contraponerlos para detectar ajustes y desajustes entre ambos, evitando en lo posible interpretar uno en función del otro. En esta perspectiva, arqueología e historia se complementan en pie de igualdad para lograr el objetivo común de conocer mejor el pasado y enriquecer decisivamente la descripción de este tipo de acontecimientos históricos.
Finalmente, existen otros tipos de sitios arqueológicos que suelen estar directamente asociados con los campos de batalla. Se trata, por ejemplo, de los campamentos previos y posteriores a la batalla, lugares donde se emplazaron hospitales de campaña y piquetes avanzados, talleres de reparación de equipos y armas, y tumbas individuales o grupales. Si bien son sitios difíciles de hallar en general, no sólo aumentan mucho la información acerca de los combatientes, los equipos empleados y la batalla misma, sino que contribuyen a contextualizar material y humanamente a las batallas y a los ejércitos que participaron en las mismas, relacionándolos directamente con las sociedades de las que formaban parte. Con respecto al aspecto metodológico, algunos de estos tipos de sitios sí son abordables con las técnicas tradicionales de excavación arqueológica.
La arqueología de campos de batalla en Argentina: el caso de
Cepeda 1859
La popularidad de la arqueología de campos de batalla también ha alcanzado al medio académico latinoamericano, aunque aún el desarrollo de la misma apenas se encuentra en sus comienzos[27]. En nuestro país destaca el trabajo pionero de Mariano Ramos en la Vuelta de Obligado, que aborda el famoso enfrentamiento entre la flota anglofrancesa y las baterías costeras argentinas el 20 de noviembre de 1845[28]. A éste ha seguido la investigación de la batalla de La Verde, ocurrida el 26 de noviembre de 1874 entre fuerzas leales al gobierno nacional y fuerzas rebeldes al mando de Bartolomé Mitre, por parte de Carlos Landa, Emanuel Montanari y Facundo Gómez Romero[29]. Estos trabajos han sentado las bases de la arqueología de campos de batalla en Argentina y a ellos se suma nuestra investigación actualmente en curso en el campo de batalla de Cepeda[30].
Contexto histórico
Tras el triunfo de Justo J. de Urquiza en la batalla de Caseros (3 de febrero de 1852) finalmente se dio inicio al proceso de construcción del estado nacional argentino. Se formuló una constitución y se comenzó a construir el aparato institucional y administrativo de un estado federal, bajo la conducción del nuevo presidente, Urquiza. Sin embargo, ya desde sus comienzos este proceso fue obstaculizado por la elite político-económica liberal porteña, que le disputó a Urquiza el liderazgo de este proceso y separó a la Provincia de Buenos Aires de la Confederación Argentina. Tras varios años de conflicto abierto y paz inestable, se produjo un agravamiento de la tensión por cuestiones económicas (disputa por derechos aduaneros en 1856) y políticas (asesinato de un dirigente federal en San Juan atribuido a instigación porteña en 1858), de manera que hacia fines de 1858 la confrontación bélica era ya inevitable. La guerra abierta entre ambas entidades políticas, con la cual ambos bandos esperaban imponerse sobre sus adversarios y poner un fin definitivo a la situación, finalmente se produjo en 1859[31].
La Confederación y Buenos Aires movilizaron sus ejércitos y se prepararon para la confrontación, que finalmente ocurrió en la cañada del arroyo Cepeda (Partido de Pergamino, Provincia de Buenos Aires) el 23 de octubre de 1859. En esta batalla, el ejército de la Confederación, comandado por el presidente Urquiza, se impuso sobre el de Buenos Aires, liderado por Bartolomé Mitre. Urquiza avanzó luego hasta la ciudad de Buenos Aires y negoció un acuerdo para la reincorporación de Buenos Aires a la Confederación (Pacto de San José de Flores, 10-11 de noviembre de 1859). Sin embargo, la paz sería breve pues Buenos Aires pronto desconocería varios aspectos del pacto, llevando al país a un nuevo enfrentamiento civil en el que se impondría definitivamente, permitiéndole liderar el proceso de construcción del estado nacional e imponer su programa liberal al resto de las provincias[32].
El desarrollo de la batalla según las fuentes documentales
El desarrollo de la batalla de Cepeda se conoce por un número reducido de fuentes primarias, los partes de ambos bandos redactados tras la batalla. Se trata de dos por el lado nacional, uno firmado por Benjamín Victorica, secretario de Urquiza y otro a cargo de Benjamín Virasoro, jefe del Estado Mayor del ejército[33]. Ambos fueron escritos el 24 de octubre en el mismo campo de batalla y describen brevemente las alternativas del combate, presentando un contundente triunfo de las fuerzas de Urquiza. Por el lado porteño, existen dos partes escritos por Mitre. El primero redactado al día siguiente de la batalla en San Nicolás[34] y el segundo, mucho más extenso y detallado, que data del 8 de noviembre ya en la ciudad de Buenos Aires[35]. En este último, brillante pieza literaria que podría encuadrarse perfectamente en lo que Keegan denomina “pieza de batalla”, Mitre detalla el desarrollo del combate. Intentando disimular con su elocuente habilidad literaria lo que parece haber sido una contundente derrota, Mitre describe una serie de acciones en las que las fuerzas de infantería y artillería de Buenas Aires logran triunfos parciales sobre sus homólogas nacionales. Minimiza así la derrota general y contradice abiertamente la versión nacional (que ya conocía al haberse publicado en los diarios de la Confederación). Los posteriores abordajes históricos de la batalla se han basado casi exclusivamente en estos partes, confiando particularmente en el relato de Mitre para describir los aspectos específicos de la misma[36].
Según estos documentos, el ejército de la Confederación se componía de entre 12 y 13.000 efectivos, siendo su núcleo el llamado “ejército entrerriano” (formado por la Guardia Nacional de Entre Ríos y las fuerzas de línea acuarteladas junto al Palacio San José). Lo complementaban tropas de línea nacionales, guardias nacionales movilizados de las otras provincias de la Confederación y contingentes de indios aliados[37]. La mayor parte del ejército correspondía a fuerzas de caballería (unos 9.000 hombres); la infantería estaba conformada por seis batallones (unos 3.000 soldados) y la artillería se componía de entre 30 y 35 piezas, incluyendo cañones de 4 y 8 libras, obuses de calibre no determinado y coheteras Congreve. El ejército de Buenos Aires, por su parte, contaba con unos 8.000 efectivos, tanto de tropas de línea como de guardia nacional de la provincia, de los cuales aproximadamente la mitad eran de caballería. Su artillería consistía en 24 piezas, que incluían cañones de 4 libras y obuses de 6 pulgadas[38].
Según lo expresado en los partes, la batalla puede descomponerse en una serie de puntos principales:
1) Se producen una serie de escaramuzas de caballería durante la mañana del 23 en territorio santafecino. Si bien son inicialmente favorables al lado porteño, luego el ejército confederado revierte la situación y Urquiza avanza con todas sus fuerzas, cruzando el Arroyo del Medio, hacia la posición de Mitre, situada en la denominada “horqueta” del arroyo Cepeda. En esos primeros choques se produce el desbande de gran parte de la caballería porteña.
2) Mitre se ve obligado a plantear una batalla defensiva, ante la inferioridad de su caballería. Dispone su ejército formando una línea de batalla de ocho batallones de infantería y artillería intercalada, con el flanco derecho apoyado en el arroyo Cepeda. Los restos de la caballería se ubican en los flancos y a retaguardia de esta línea.
3) El ataque principal de Urquiza comienza recién alrededor de las cinco de la tarde, por la demora de la infantería, artillería y parque de municiones en alcanzar, en un terreno fangoso por lluvias previas, a la vanguardia de caballería. El ejército ataca con la infantería por el centro, formada en seis columnas con baterías de artillería intercaladas, y grandes contingentes de caballería formando las alas.
4) Los restos de la caballería porteña ubicados en ambos flancos se desbandan completamente, prácticamente sin combatir.
5) Se produce la derrota de tres batallones de infantería en la izquierda de la línea porteña, como resultado de un eficaz ataque de armas combinadas por parte del ejército nacional.
6) El resto de la infantería de Buenos Aires, situada a la derecha de la línea, se sostiene, según Mitre imponiéndose sobre varios batallones y baterías nacionales, aunque al anochecer se encuentra rodeada por fuerzas nacionales de caballería, que toman el campamento porteño.
7) Mitre se atribuye el triunfo, haciendo que las bandas de música de los batallones ejecuten el Himno Nacional. Sin embargo, inicia hacia la medianoche una retirada con los restos de su ejército hacia San Nicolás, donde llega tras cubrir una distancia de 80 km en unas 15 horas de marcha. Fuerzas de caballería nacionales lo hostigan sin lograr detenerlo.
Si bien estos puntos son generalmente aceptados en todas las interpretaciones históricas posteriores de la batalla, las discrepancias entre los relatos de ambos bandos son notorias, particularmente en relación con los eventos que llevan al desenlace de la misma. Baste con señalar aquí que la versión nacional destaca la dureza de los combates en algunos puntos, pero indica un total triunfo sobre las fuerzas porteñas y su posterior persecución hasta San Nicolás. Mitre, por su parte, afirma haber derrotado al grueso de la infantería y artillería nacionales, quedando dueño del campo de batalla aunque reconociendo haber perdido su campamento y parque. Atribuye el no haber podido obtener un triunfo completo al mal desempeño de su caballería, y destaca el haber salvado intacta una parte de sus fuerzas (unos 2.000 efectivos y seis piezas de artillería). Los números de bajas de cada bando son difíciles de evaluar, en tanto los partes sólo hacen menciones parciales, pero habrían sido mucho mayores en el lado porteño, que entre muertos, heridos, prisioneros y desbandados perdió tres cuartas partes de su fuerza.
Arqueología Histórica de la batalla de Cepeda 1859
La investigación en Cepeda comenzó en el año 2011, dirigida por el autor de este trabajo y el Lic. Lucas H. Martínez (del Instituto Cultural de la Provincia de Buenos Aires)[39]. La misma tiene como objetivo general lograr un mejor entendimiento del desarrollo de la batalla que el existente hasta el momento, complementando y/o modificando en el proceso las narrativas tradicionales de la batalla derivadas de las fuentes primarias arriba mencionadas. A un nivel más específico, la investigación busca determinar la ubicación precisa del lugar de la batalla o de lugares donde ocurrieron eventos puntuales de la misma, así como obtener evidencias del desarrollo del combate y de los tipos de armamentos empleados. Adicionalmente, la investigación busca contribuir a la protección y puesta en valor del lugar histórico y ha colaborado activamente con la creación del Museo Histórico “Batallas de Cepeda” en la localidad de Mariano Benítez, Partido de Pergamino (inaugurado el 28 de marzo de 2015 y dirigido por el Sr. Faustino Godoy), vinculándose así directamente con la comunidad local.
La investigación sigue tres líneas básicas: 1) la investigación documental, apuntada fundamentalmente a relevar aspectos relacionados con el equipamiento de los contendientes; 2) el relevamiento y análisis de materiales procedentes del campo de batalla en manos de coleccionistas privados e instituciones de la zona; y 3) el trabajo de campo arqueológico en sectores específicos del área general del campo de batalla. Las tres líneas de investigación han comenzado a producir información relevante, que permite profundizar en el entendimiento de la batalla más allá de las descripciones presentes en la mayor parte de los estudios históricos.
Investigación documental
La investigación documental permite obtener información acerca de varios aspectos de la batalla y de su contexto histórico[40]. Aquí nos concentramos preferentemente en las cuestiones referentes al armamento empleado por los contendientes, aspecto muy poco tratado en los trabajos históricos previos.
Una valiosa fuente de información la constituyen las “Relaciones del Parque de Artillería de Buenos Aires”[41], que proporcionan un detallado registro semanal de las entradas y salidas de armamentos, equipos y otros materiales antes de la batalla. El análisis de estas relaciones durante los meses previos a la batalla evidencia un esfuerzo por parte del gobierno porteño para dotar a su ejército de armas modernas para el contexto local[42]. Se trata de la incorporación masiva de fusiles y carabinas de sistema de disparo por percusión (conocidos como “fulminantes” en los documentos de la época), más eficaces que los de chispa de uso corriente en el país en esos años. Según estos inventarios se incorporaron al menos 3.006 fusiles fulminantes (1.201 franceses; 687 ingleses; el resto no discriminados), 1.500 carabinas fulminantes francesas y 1.097.425 cápsulas fulminantes, empleadas en el disparo de las armas. También se evidencia la incorporación de fusiles de percusión y cañón rayado, denominados “rifles” o “a la Minié”. Estas armas marcan un avance tecnológico significativo al poseer mayor alcance y precisión que las armas de cañón liso (ya sea de chispa o percusión), y su empleo en masa habría dado al ejército porteño una significativa ventaja táctica. Sin embargo, el número de armas de este tipo incorporadas, 299 (sin discriminar modelo o procedencia), es bajo y no parece que hayan logrado ejercer un impacto significativo en las acciones militares, aunque sus proyectiles, de forma ojival, son hallados con frecuencia en el campo de batalla (ver más abajo).
Para el ejército nacional la información documental es mucho más escasa, al haberse perdido buena parte de los archivos de la Confederación durante el período de Paraná como capital provisoria del estado nacional[43]. Sin embargo, en la “Memoria del Departamento de Guerra y Marina de la Confederación” de 1860, se incluye un cuadro de armamento en poder de los Cuerpos del Ejército Nacional que menciona mayoritariamente armas de chispa (734 fusiles y 1.606 carabinas; tan sólo 45 fusiles fulminantes). Lo mismo ocurría con el armamento de la Guardia Nacional de las distintas provincias, que incluía sólo armas de chispa (4.039 fusiles y 2.700 carabinas)[44].
En suma, el análisis de fuentes primarias inéditas indica que el ejército porteño podría haber gozado de cierta superioridad tecnológica en Cepeda, aunque evidentemente esto no resultó decisivo en el resultado final de la batalla. Asimismo, algunas de las diferencias mencionadas son importantes para identificar los materiales hallados en el campo de batalla y en función de ello hacer inferencias acerca del desarrollo de la batalla; por ejemplo, adscribir casi con total certeza las balas ojivales halladas en el campo a la acción de tropas porteñas.
Otras fuentes importantes de información son las fichas individuales de filiación, completadas al momento que un individuo era incorporado al servicio militar, o las “Listas de Revista”, nóminas mensuales de personal de cada unidad militar[45]. Este tipo de documentos permite enriquecer el conocimiento relativo a la composición de los ejércitos, tanto a nivel de soldados individuales como de unidades militares formales.
Relevamiento de colecciones previas
Un factor ineludible a la hora de desarrollar investigaciones en cualquier campo de batalla es tomar en cuenta si el registro arqueológico ha sufrido un proceso de alteración significativo por la extracción previa de materiales relacionados con la batalla. En el caso de Cepeda, este proceso incluye tanto los hallazgos accidentales efectuados por puesteros y dueños de campos en el transcurso de sus actividades cotidianas, como una serie de intervenciones por parte de coleccionistas, aficionados e historiadores amateur locales, con el empleo de detectores de metales. Dado que estas intervenciones tienen un efecto significativo sobre el registro material de la batalla, ha sido parte integral de nuestra investigación desde sus comienzos intentar ubicar a autores y lugares de estas intervenciones, como una forma de evaluar el impacto de las mismas en el registro arqueológico y para obtener información que complemente las investigaciones arqueológicas propiamente dichas.
Los materiales que hemos relevado hasta el momento se hallan hoy concentrados en el Museo Histórico de Mariano Benítez, que los ha recibido como donaciones. Corresponden a la antigua colección del Museo Histórico de Pergamino, así como a los materiales donados por las familias Palú, Talón, Benavente y Pavlovich. Conforman un conjunto heterogéneo, con una amplia representación de armas de fuego, blancas y proyectiles de artillería. Se destaca una granada de obús intacta, un hallazgo en extremo raro, que coincide con el calibre de los obuses porteños mencionado en los partes (Figura 1). Espuelas, hebillas y un botón con la leyenda “Urquiza – Federación o Muerte”, representan los elementos de uniforme y equipamiento de las tropas. La escasa o nula información de proveniencia espacial de estos materiales limita significativamente la información que puede extraerse de ellos, aunque sin duda aportan a la hora de ilustrar la variedad de armas y equipos que se emplearon en la batalla.
Figura 1: Materiales extraídos del campo de batalla actualmente en el Museo Histórico “Batallas de Cepeda”, Mariano Benítez (Partido de Pergamino, Provincia de Buenos Aires).
Trabajo de campo arqueológico
El escenario en el que se desarrollaron los eventos relativos a la segunda batalla de Cepeda abarca un área de varios kilómetros cuadrados de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. Aún limitando el área de investigación al lugar donde se produjo el choque principal, en territorio bonaerense, la superficie sigue siendo muy amplia. El monolito conmemorativo existente en la actualidad sólo señala de forma muy general la localización de las batallas de 1820 y 1859, habiéndose ubicado donde lo está por ofrecer un fácil acceso y no por otro tipo de consideraciones históricas específicas[46].
Las fuentes primarias mencionan sólo unos pocos rasgos geográficos, que sirven como puntos de referencia básicos para localizar el lugar donde se desarrolló la batalla. Destaca la denominado “horqueta” formada por el arroyo Cepeda y su afluente Los Cardos, señalada por Mitre en sus partes como el lugar donde acampó y esperó la batalla[47]. Aún con esta valiosa descripción, sin embargo, la disposición exacta del campamento del ejército de Buenos Aires y su despliegue para la batalla permanecen poco conocidos.
Los trabajos de campo arqueológicos desarrollados hasta el momento han consistido primeramente en prospecciones generales del terreno, especialmente del área en torno a la mencionada “horqueta” y otras que según habitantes de la zona tendrían alguna relación con la batalla, y luego en intervenciones con detectores de metales en varios sectores específicos. Éstos se definen empleando los límites de los campos actuales y dentro de ellos se plantean conjuntos de transectas paralelas de 100 m de largo por 3 m de ancho, separadas 5 m entre sí. Cada hallazgo individual se georeferencia con GPS portátil. La profundidad de los hallazgos típicos relacionados con la batalla raramente excede los 15 cm.
El propósito fundamental del trabajo de campo es el de obtener muestras espacialmente localizadas de los tipos de artefactos presentes en cada sector, intentando discernir tanto variaciones dentro de los mismos como entre distintos sectores. Se busca así generar una gran base de datos espacial que registre la distribución bidimensional de distintos tipos de materiales y sus asociaciones contextuales. Esta base de datos espacial, y en función de la presencia/ausencia y la distribución diferencial de distintos tipos de artefactos, es la que permite luego realizar inferencias acerca del desarrollo de la batalla, que pueden ser contrapuestas a las afirmaciones expuestas en los documentos escritos.
La probabilidad de encontrar armas enteras es muy baja, dado que aquellas abandonadas o perdidas durante el combate serían recuperadas por los vencedores luego de la batalla. Lo más susceptible de hallarse son partes de armas rotas o inutilizadas y, sobre todo, proyectiles de artillería y de armas de fuego portátiles, así como objetos pequeños más propensos a perderse fácilmente (e.g. botones, hebillas, etc.)[48]. Estos elementos son, sin embargo, cruciales para determinar la ubicación, movimientos y tipos de tropas implicadas en el combate.
Los hallazgos más comunes realizados hasta el momento se dividen en varias categorías generales:
-Armas de fuego portátiles: esta categoría incluye, en primer lugar, diversas partes de fusiles, carabinas, pistolas y revólveres empleados por ambos bandos. Elementos tales como muelles que permiten el movimiento de percutores, guardamontes, porta-baquetas y “sacatrapos” (implementos empleados para extraer balas atoradas en el cañón) han sido hallados en diversos sectores del campo de batalla. En segundo lugar se encuentran los proyectiles de plomo para armas de avancarga. Eran de forma esférica en el caso de armas de cañón liso y de forma ojival en el caso de armas de cañón rayado. Se trata de hallazgos muy comunes y permiten fundamentalmente determinar zonas hacia donde se disparó y donde por lo tanto debe haber habido tropas durante la batalla. Las balas ojivales, por su parte, son mucho más escasas que las esféricas y se encuentran mucho más concentradas en ciertas partes del campo de batalla. Dado que eran empleadas principalmente por el ejército porteño, permiten inferir zonas donde estaban fuerzas de la Confederación que recibían estos disparos.
-Artillería: las evidencias de la acción de la artillería son muy comunes en el campo de batalla, algo esperable dado que entre ambos bandos emplearon unas 60 piezas de artillería. Comúnmente se encuentran dos tipos de proyectiles, las balas de hierro de metralla y las esquirlas de granadas de obús. Las primeras son pequeñas bolas de hierro (entre 3 y 4 cm de diámetro) que eran cargadas en los cañones en “tarros” (latas) o “sacos” (bolsas) conteniendo números variables de ellas. Se empleaban a distancias cortas (100-300 m) contra formaciones de infantería o caballería, dispersándose al ser disparadas y causando graves daños en sus blancos.
Por su parte, las granadas consistían, según lo expresa Mitre en su Manual de Artillería, en un “globo hueco de fierro fundido con un taladro por donde se llena la pólvora y se cierra con una espoleta. Tiene hasta ocho pulgadas de diámetro y se arroja con obuses”[49]; al explotar, generalmente en el aire encima de las tropas enemigas, producían esquirlas o cascos de entre 50 y 1.300 gramos de peso, que podían dispersarse “á más de 400 varas en circunferencia”[50].
La artillería de la época empleaba también la denominada “bala rasa” o bola sólida de hierro de gran tamaño, de efecto devastador contra formaciones de infantería o caballería. Si bien hay ejemplares de las mismas en las colecciones privadas y de museos locales, no hemos encontrado ninguna hasta el momento en el trabajo de campo arqueológico. Esto se debe probablemente a que su mayor tamaño los convierte en objetos conspicuos, y a menos que se hayan enterrado con cierta profundidad, es muy probable que fuesen hallados con anterioridad y retirados del lugar.
La distribución de los distintos tipos de proyectiles permite inferir lugares que fueron batidos por el fuego de artillería y donde por lo tanto se ubicaron o desplazaron distintas tropas; así como deducir, en función del alcance de las piezas de artillería de la época, la probable posición de las baterías que los dispararon durante el combate.
Finalmente, hemos hallado también otro elemento relacionado con el empleo de artillería. Se trata de pequeños tubos de cobre rellenos con un material fulminante denominados estopines, que se usaban para disparar cañones y obuses. El hallazgo de los mismos es muy importante porque permite determinar con mayor certeza la ubicación de las piezas de artillería durante la batalla (ver más abajo).
-Armas blancas: a pesar que las armas blancas (sables, lanzas, bayonetas, cuchillos) eran muy empleadas en las batallas de la época, sobre todo por la caballería, su hallazgo no ha sido tan común hasta el momento. Sólo hemos encontrado tres regatones (extremo inferior) de lanzas de caballería, así como posibles partes de hojas de sable y bayoneta. Su presencia en el campo puede deberse a la rotura de las armas de que formaban parte, un hecho muy frecuente en el combate.
-Uniformes y equipos militares: en esta categoría se incluyen botones de uniforme metálicos, que suelen tener en el anverso un escudo nacional o bien un número indicando la unidad de pertenencia. Su hallazgo es de gran importancia para determinar posición y movimientos de batallones y regimientos individuales durante la batalla. Hasta el momento sólo hemos hallado dos ejemplares con el número “2” en el anverso, aunque por su desgaste no se puede determinar si se trataba de unidades de infantería o caballería. Son también comunes botones metálicos más pequeños, remaches, broches y ojalillos, que formaban parte de uniformes, mochilas, cartucheras y calzado. Las hebillas, de múltiples formas, tamaños y materiales, son comunes en el lugar y provienen tanto de cinturones y correajes de las tropas, como de aperos de caballos.
-Hallazgos diversos: también se han recuperado materiales que si bien corresponden al siglo XIX no pueden, por su carácter generalizado, atribuirse directamente a la batalla. Se trata de elementos pertenecientes a maquinarias agrícolas, carros o al uso de caballos (herraduras, estribos, espuelas), partes de cuchillos y utensilios de cocina, ollas, baldes, fragmentos de cadenas e incluso una pava de hierro, que según los estudios metalográficos realizados es compatible con las usadas en el siglo XIX. Dado que la zona ha sido habitada desde antes de la batalla, resulta probable que muchos de estos materiales sean en realidad producto de ocupaciones rurales. Aunque algunos hayan sido efectivamente empleados por los participantes en la batalla, resulta prácticamente imposible realizar una adscripción segura.
Por otra parte, se han hallado también en un sector específico materiales no metálicos como fragmentos de botellas, platos y contenedores diversos de vidrio, gres y loza (ver más abajo). Al igual que en el caso antes discutido, sus características permiten asignarlos a categorías con un amplio rango de uso temporal compatible con la fecha de la batalla, lo que los vuelve posibles indicadores de un área de campamento. Sin embargo, no puede excluirse tampoco que correspondan a ocupaciones civiles previas o posteriores, por lo que se necesitarán más investigaciones arqueológicas e históricas para develar su real significación.
Distribución espacial e interpretaciones preliminares
La enumeración de materiales hallados en el campo de batalla de poco serviría, aparte de ilustrar algunos tipos de armas y equipos empleados, si no se considera su distribución espacial y asociaciones contextuales. Es esto lo que diferencia a la arqueología de campos de batalla de la actividad de coleccionistas y aficionados, y donde reside su gran potencial interpretativo, ya que permite realizar inferencias acerca del desarrollo del combate que los hallazgos aislados por sí solos no permiten. Obviamente, a mayor cantidad de superficie investigada, mejor será la capacidad para obtener un cuadro más global de la batalla. Dado que la investigación de Cepeda está en curso, por el momento sólo se tienen visiones parciales que irán completándose a medida que el estudio avance. En la Figura 2 se indican los sectores investigados con los detectores de metales, así como se incluyen áreas que sabemos fueron intervenidas previamente por aficionados. La Figura 3, por su parte, grafica esquemáticamente inferencias interpretativas realizadas en función de los materiales hallados en cada sector y de la lectura cuidadosa de los partes oficiales de la batalla.
Figura 2: Plano del área de investigación indicando sectores investigados y áreas intervenidas previamente por otras personas.
A continuación se especifican algunas de estas interpretaciones:
1) En el Sector 1, ubicado junto al arroyo Cepeda, al norte del monumento conmemorativo, la variedad de materiales hallados (esquirlas de artillería, partes de lanzas, partes de fusiles, municiones esféricas de armas portátiles y ojivales de revólveres) permiten inferir el desarrollo de un combate en el que participaron unidades de infantería, caballería y artillería. Esto se ajustaría a lo descrito por Mitre en su relato, quien señala cómo los batallones de infantería y la batería de artillería de la derecha porteña derrotaron aquí a una fuerza de infantería y caballería federal[51].
2) En la parte noreste del Sector 3 encontramos una concentración bien definida de balas ojivales de base hueca del tipo de las empleadas por los fusiles ingleses Enfield de cañón rayado y calibre .577 de pulgada (“rifles”), incorporados por el ejército de Buenos Aires en cierto número. Esta concentración señala un lugar hacia el cual los soldados porteños dispararon y donde probablemente se situaron tropas de infantería o caballería nacional.
3) En una amplia franja de los Sectores 3, 5 y 6, la gran cantidad de metrallas y esquirlas de obús halladas señalan áreas muy batidas por artillería. Si nos atenemos a los relatos de la batalla y a los sucesivos movimientos de avance y retroceso de las infanterías de ambos bandos, podemos suponer que este fue un lugar central en el desarrollo de la batalla y que el material encontrado refleja distintas instancias de la misma. Podría corresponder al terreno donde según el relato de Mitre se habría producido el avance victorioso inicial de las fuerzas de infantería y caballería de la Confederación, luego detenido y contraatacado por los batallones de Buenos Aires que previamente se habían impuesto en el combate de la derecha.
4) El hallazgo en la parte norte del Sector 4 y sureste del Sector 6 de estopines de artillería reflejaría la posición de baterías de artillería, presumiblemente porteñas. No podemos precisar en este punto si se trata de parte de la batería principal ubicada en el centro de la línea porteña o de la batería menor asignada al ala izquierda de la línea. El hallazgo en esos mismos sectores de dos botones con un número “2” en el anverso apoyaría la primera posibilidad, dado que el batallón 2° de Infantería de Línea porteña formó en las cercanías de la batería principal durante el combate. Asimismo, parte de los proyectiles de artillería mencionados en el punto 3 podrían provenir del disparo de estas baterías, sobre todo las esquirlas de obús, aunque la mayoría de las metrallas están a una distancia que excedería el rango común de uso de este tipo de proyectiles.
5) El hallazgo en el Sector 4 de gran cantidad de material no metálico (loza, gres, vidrio) de uso principalmente doméstico, así como de un contexto subsuperficial formado por huesos y madera quemados que podría corresponder a un fogón, reflejaría la posición de una probable área de campamento. Es sabido que el ejército porteño acampó en la zona desde varias semanas antes y que luego estos campamentos fueron saqueados por los vencedores. Por supuesto, para confirmar esta interpretación se necesita descartar que estos materiales sean producto de ocupaciones rurales previas o posteriores a la batalla.
Estas representan algunas interpretaciones parciales que se pueden plantear preliminarmente en función de la información disponible hasta el momento. Al progresar la investigación y cubrirse áreas mayores del terreno podrá disponerse de mayor cantidad de interpretaciones de este tipo que, a su vez, se unirán, a la manera de un gran rompecabezas, para construir un cuadro más amplio de la batalla. De la combinación de este registro material con las fuentes escritas, identificando tanto sus puntos de acuerdo como de tensión, surgirá eventualmente una reconstrucción interpretativa de la batalla novedosa y seguramente más completa y precisa que las disponibles hasta el momento.
Figura 3: Inferencias interpretativas del desarrollo de la batalla en función de los hallazgos arqueológicos realizados.
Comentarios finales
El propósito de este trabajo ha sido el de mostrar el potencial de la arqueología de campos de batalla. Las batallas suelen ocupar un lugar central en la construcción de tradiciones, identidades y mitos nacionales, étnicos o políticos, y las interpretaciones históricas de las mismas tienden a enfatizar o ignorar selectivamente ciertos aspectos con el fin de adecuarse a discursos políticos específicos. Es por esto que la visión arqueológica se vuelve esencial, no sólo para complementar las reconstrucciones históricas existentes, sino también para construir visiones nuevas y más precisas de esos hechos históricos.
RESUMEN
La arqueología y el estudio de campos de batalla: el caso de la batalla de Cepeda, 1859
En este trabajo se repasa el surgimiento y desarrollo del campo disciplinar de la arqueología de campos de batalla. Se mencionan las objeciones y desinterés iniciales que impidieron su desarrollo y se presenta brevemente la investigación arqueológica de la batalla de Little Big Horn (1876), caso de estudio fundante y paradigmático de este tipo de estudios. El resto del trabajo se enfoca en el estudio arqueológico, actualmente en curso, de la segunda batalla de Cepeda (1859). Se discuten los objetivos y las distintas líneas de investigación en desarrollo. Se presentan también algunos resultados parciales obtenidos hasta el momento, que permiten visualizar el potencial de este tipo de investigaciones para profundizar el conocimiento de un crucial evento de la historia de nuestro país.
Palabras clave: arqueología – campos de batalla – Cepeda – 1859
ABSTRACT
Archaeology and the study of battlefields: the battle of Cepeda, 1859
In this paper, I review the origin and development of the field of battlefield archaeology. The initial objections and disinterest that prevented its earlier development are pointed out. The archaeological research of the Little Big Horn (1876) battlefield is briefly presented, as it constitutes a seminal and paradigmatic study case in the field. The rest of the paper focuses on the archaeological study, currently in progress, of the second battle of Cepeda (1859). Its objectives and different lines of research are discussed. Preliminary and partial results are presented as well, which contribute to visualize the potential of this study to deepen existing knowledge of a crucial event in national history.
Key words: archaeology – battlefields – Cepeda – 1859
Recibido: 01/03/2015
Evaluado: 30/05/2015
Versión final: 01/08/2015
Notas
(*) Lic. y Dr. en Antropología. Investigador Adjunto CONICET; docente y director del Departamento de Arqueología, Escuela de Antropología, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario.
[1] CARLSON-DREXLER, C.; “Conflict archaeology: studying warfare and aggression in historical archaeology”; en The SAA Archaeological Record 10, vol. 4; pp. 31-32; 2010; QUESADA SANZ, F.; “La ‘Arqueología de los campos de batalla’. Notas para un estado de la cuestión y una guía de investigación”; en Saldvie, vol. 8; pp. 21-35; 2008.
[2] STARBUCK, D.; The archaeology of forts and battlefields; University Press of Florida; Gainesville; 2011.
[3] GEIER, C.; BABITS, L.; SCOTT, D. y ORR, D.; “‘The time has come’ the Walrus said, ‘to talk of many things…’: an introduction”; en GEIER, C.; BABITS, L.; SCOTT, D. y ORR, D. (eds.); Historical Archaeology of military sites: method and topic; Texas A&M University Press; College Station; 2011. STARBUCK, D.; op. cit.
[4] CARMAN, J.; Archaeologies of conflict; Bloomsbury; London & New York; 2013, p. 15.
[5] KEEGAN, J.; The face of battle; Penguin Books; New York; 1976.
[6] KEEGAN, J.; op. cit.; p. 6 (traducción del autor).
[7] KEEGAN, J.; op. cit.; p. 64.
[8] LEE, B. y ROBERTS, J.; “Introduction”; en LEE, B. y ROBERT, J. (eds.); Recent directions in the military history of the ancient world; Publications of the Association of the Ancient Historian 10; Regina Books; Claremont; pp. 1-10; 2011.
[9] CARMAN, J.; op. cit.; pp. 43-44.
[10] NOËL HUME; I.; Historical Archaeology; A. Knopf; New York; 1969; p. 184 (traducción del autor).
[11] NOËL HUME; I.; op. cit.; p. 188 (traducción del autor).
[12] CARMAN, J.; op. cit.; CONNOR, M. y SCOTT, D. “Metal detector use in archaeology: an introduction”; en Historical Archaeology vol. 32, núm. 4; pp. 76-85; 1998.
[13] CARMAN, J.; op. cit.; p. 44.
[14] Ver LANDA, C. y HERNÁNDEZ DE LARA, O.; “Campos de batalla de América Latina: investigación arqueológica de conflictos”; en LANDA, C. y HERNÁNDEZ DE LARA, O. (eds.); Sobre campos de batalla: arqueología de conflictos bélicos en América Latina; Aspha; Bs. As.; 2014; pp. 35-48.
[15] FOX, R.; Archaeology, history, and Custer’s last battle; University of Oklahoma Press; Norman; 1993; SCOTT, D.; FOX, R.; CONNOR, M. y HARMON, D.; Archaeological perspectives on the battle of Little Big Horn; University of Oklahoma Press; Norman; 1989.
[16] PANZERI, P.; Little Big Horn: Custer´s Last Stand; Osprey Publishing; Oxford; 1995; ROBINSON, C.; The Plains Wars 1757-1900; Osprey Publishing; Oxford; 2005.
[17] PANZERI, P.; op. cit.; ROBINSON, C.; op. cit.; STARBUCK, D.; op. cit.
[18] PANZERI, P.; op. cit.; ROBINSON, C.; op. cit.
[19] FOX, R.; op. cit.; pp. 31-35.
[20] Entre las que sin duda destaca “Murieron con las botas puestas”, dirigida por Raoul Walsh y protagonizada por Errol Flynn y Olivia De Havilland.
[21] FOX, R.; p. 39; SCOTT, D. et al.; op. cit.
[22] También se analizaron los restos humanos recuperados del campo de batalla, registrándose las heridas y mutilaciones sufridas a manos de los vencedores así como realizándose un perfil etario, de salud y étnico de los soldados que componían el 7° Regimiento; STARBUCK, D.; op. cit.; pp. 91-92.
[23] También se comprobó que los cartuchos de las carabinas de la caballería tenían defectos de fabricación que hacían que se rompiesen y trabasen las armas, obligando al soldado a un complejo proceso de extracción del cartucho dañado para volver a hacer operativa el arma.
[24] FOX, R.; op.cit.
[25] FOX, R.: op. cit.; pp. 9-12; KEEGAN, J.; op. cit.; pp. 35-45; QUESADA SANZ, F.; op. cit.; pp. 8-29.
[26] QUESADA SANZ, F.; op. cit.; p. 28.
[27] LANDA, C. “Arqueología de campos de batalla en Latinoamérica: apenas un comienzo”; en Arqueología 19, vol. 2; pp. 265-286; 2013; LANDA, C. y HERNÁNDEZ DE LARA, O. (eds.); op.cit.
[28] RAMOS, M.; BOGNANNI, F.; LANZA, M.; HELFER, V.; GONZÁLEZ TORALBO, C.; SENESI, R.; HERNÁNDEZ DE LARA, O; PINOCHET, H. y CLAVIJO, J.; “Arqueología histórica de la batalla de Vuelta de Obligado, Provincia de Buenos Aires, Argentina”; en RAMOS, M. y HERNÁNDEZ DE LARA, O. (eds); Arqueología histórica en América Latina; pp. 13-32; PROARHEP; Luján; 2011.
[29] LANDA, C.; MONTANARI, E. y GÓMEZ ROMERO, F.; “Arqueología de campos de batalla. “La Verde”, primeras aproximaciones (partido de 25 de Mayo, provincia de Bs. As.)”; en RAMOS, M., TAPIA, A., BOGNANNI, F., FERNÁNDEZ, M., HELFER, V., LANDA, C., LANZA, M., MONTANARI, E., NÉSPOLO, E. y PINEAU, V. (eds.); Temas y problemas de la arqueología histórica. Tomo I; pp. 137-144; PROARHEP; Luján; 2011.
[30] LEONI, J.B. y MARTÍNEZ, L.H.; “Un abordaje arqueológico de la batalla de Cepeda, 1859”; en Teoría y Práctica de la Arqueología Histórica Latinoamericana, vol. I; núm. I; pp. 139.150; 2012; LEONI, J.B.; MARTÍNEZ, L.H. y PORFIDIA, M.A.; “Arqueología de la batalla de Cepeda, 1859 (Partido de Pergamino, Prov. de Bs. As.): metodología, expectativas arqueológicas y primeros resultados”; en RODRÍGUEZ LEIRADO, E. y SCHÁVELZON, D. (eds.); Actas del V Congreso Nacional de Arqueología Histórica Argentina, Tomo 2; pp. 571-594; Académica Española; Saarbrücken; 2013; LEONI, J.B.; MARTÍNEZ, L.H.; PORFIDIA, M.A; y GANEM, M.; “‘…un reñido combate bien nutrido de fuego de artillería e infantería…’: La batalla de Cepeda 1859, desde una perspectiva arqueológica”; en LANDA, C. y HERNÁNDEZ DE LARA, O. (eds.); op. cit.; pp. 109-138.
[31] CÁRCANO, R.; Del sitio de Bs. As. al campo de Cepeda (1852-1859); Coni; Bs. As.; 1921; SABATO, H.; Historia de la Argentina 1852-1890; Siglo Veintiuno; Bs. As.; 2012.
[32] CÁRCANO, R.; op. cit.; SABATO, H. op. cit.
[33] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA; Memoria presentada por el Ministro de Estado en el Departamento de Guerra y Marina al Congreso Legislativo de la Confederación Argentina en su sesión ordinaria de 1860; Imprenta y Litografía Berthein; Bs. As.; 1860; pp. 189-194.
[34] CARRASCO, E. y CARRASCO, G.; Anales de la ciudad del Rosario de Santa Fe, con datos generales sobre historia argentina, 1527-1865; Peuser; Bs. As.; 1897; pp. 426-428.
[35] ARCHIVO DEL GENERAL MITRE; Tomo XVI. Campaña de Cepeda. Años 1858-1859; Sopena; Barcelona; 1921; pp. 224-242.
[36] Ver por ejemplo: BEST, F.; Historia de las guerras argentinas. De la independencia, internacionales, civiles y con el indio. Tomo Segundo; Graficsur; Bs. As.; 1983; BEVERINA, J.; La Guerra del Paraguay. Tomo IV; Ferrari Hnos; Bs. As.; 1921; CÁRCANO, R.; op. cit.; FERRARI OYHANARTE; E.; Cepeda. 23 de octubre de 1859; Coni; Bs. As.; 1909; ROTTJER; E.; Mitre militar; Institución Mitre; Bs. As.; 1937; RUIZ MORENO, I.; Campañas militares argentinas. La política y la guerra. Tomo 3; Claridad; Bs. As.; 2008.
[37] AUZA, N.; El ejército en la época de la Confederación. 1852-1861; Círculo Militar; Bs. As.; 1971.
[38] ARCHIVO DEL GENERAL MITRE; op. cit.
[39] LEONI, J.B. y MARTÍNEZ, L.H.; op. cit.; LEONI, J.B. et al.; op. cit..
[40] TARUSELLI, G.; Informe sobre el estado actual del conocimiento histórico sobre la batalla de Cepeda 1859; M.S.; Bs. As.; 2011.
[41] ARCHIVO GENERAL DE LA NACIÓN; Relaciones del Parque de Artillería de Bs. As. 1859; Sala X. 20-2-5.
[42] Ver LEONI; J.B. et al.; op cit.; 2014.
[43] AUZA, N.; op. cit.; TARUSELLI, G.; op. cit.
[44] MINISTERIO DE GUERRA Y MARINA DE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA; op. cit.
[45] TARUSELLI, G.; op. cit.
[46] RODRÍGUEZ, A.; “Dictamen sobre el lugar donde se libraron las batallas de Cepeda el 1° de febrero de 1820 y el 23 de octubre de 1859”; en Boletín de la Academia Nacional de la Historia, vol. 41; pp. 317-321; 1968; p. 320.
[47] ARCHIVO DEL GENERAL MITRE; op. cit.; p. 225.
[48] QUESADA SANZ, F.; op. cit.; p. 27.
[49] MITRE, B.; Instrucción práctica para los señores oficiales de artillería; Imprenta Tipográfica a Vapor; Montevideo; 1863[1844]; p. 20.
[50] MITRE, B.; op. cit.; p. 54.
[51] El análisis específico de los materiales hallados en este sector y de las interpretaciones resultantes se ha presentado en LEONI, J.B. et al.; op. cit.: 2014; se remite al lector a ese trabajo para una descripción más detallada.