La línea justa: el partido comunista y el peronismo, 1955-1973(*)

 

César Abel Seveso(**)

 

“En la Argentina somos todos peronistas,

algunos a favor y otros en contra.”

Juan Domingo Perón

 

Una mujer tucumana

 

Paulino González Alberdi, uno de los líderes nacionales más importantes del Partido Comunista, recibió en Octubre de 1956 una carta manuscrita en hojas de cuaderno a rayas enviada desde la ciudad de Tucumán.[1] La autora, quién eludió brindar su nombre, le informó a González Alberdi que había leído en el diario La Gaceta los párrafos más relevantes de una conferencia que el dirigente comunista había brindado en su reciente paso por la provincia norteña. De manera efusiva, la autora de la carta elogió el acierto y la inteligencia con la que González Alberdi se había dirigido al pueblo tucumano ya que no había seguido “la asquerosa rutina” de los socialistas, demócratas y radicales de comenzar y finalizar los discursos haciendo hincapié en el penoso legado político dejado por el “tirano” depuesto. Según la mujer tucumana, los “cretinos cabezas huecas que de políticos no tienen nada” poco ganaban descalificando al régimen peronista o adulando a los dirigentes de la Revolución Libertadora. Muy por el contrario, los insultos hacia los peronistas, entre los que ella se incluyó, profundizaban el sufrimiento en el que habían caído los sectores populares luego del golpe militar contra el gobierno de Juan D. Perón. En un tono casi maternal, la mujer tucumana le aconsejó al líder comunista tener “mucho tacto” porque la herida abierta por la caída del peronismo era “profunda y dolorosa” aunque podía llegar a cicatrizar con palabras y frases de aliento. Y si bien la afiliación al partido no aumentaría, debido al miedo que el pueblo tenía a la represión estatal que casi cotidianamente recaía sobre los militantes comunistas, la mujer le prometió a González Alberdi que en las próximas elecciones muchos peronistas votarían por ellos. “No por esto”, finalmente aclaró, “vamos a dejar de ser religiosos”, respetando así la clásica idea del ateísmo de los comunistas.

Escrita sólo una semana antes de la conmemoración del “Día de la Lealtad”, la carta aludía frontalmente a los dilemas políticos más importantes de la segunda mitad del siglo XX y se hacía eco de la tarea del Partido Comunista que, luego del golpe de Septiembre, se había lanzado a seducir al electorado peronista. En la intersección entre sentimientos y política, la mujer afirmó seguir manteniendo su “amor a Perón” a la par que planteó la posibilidad de que las masas peronistas puedan ser conquistadas por los comunistas. La carta demuestra como el exilio de Perón, la represión que caía sobre la clase trabajadora y el desmembramiento de la estructura verticalista del Partido Peronista abrieron la posibilidad—si bien lentamente y no necesariamente mayoritaria—de una fuga de votos peronistas hacia opciones políticas neoperonistas e inclusive decididamente antiperonistas, como el caso del Partido Comunista, sin que esto implicara una evidente deslealtad hacia Perón.[2] Más aún, lo que la carta delata es el inicio, luego del golpe de 1955, de un complejo momento de exploración política por fuera de las fronteras partidarias propias, el cual a su vez coincidió con el acercamiento de la izquierda hacia la militancia peronista en las fábricas, las universidades y los barrios populares. Reconstruir y analizar éstos elusivos encuentros es, precisamente, uno de los objetivos de éste artículo. A través de la lectura crítica de publicaciones oficiales y documentación interna inédita del Partido Comunista, éste artículo explora las tácticas desplegadas por la dirección partidaria y los militantes de base en su acercamiento a los trabajadores peronistas durante los 17 años de exilio de Perón. El artículo no pretende recrear la historia del partido a través de sus congresos y publicaciones o detallar los encuentros y desencuentros entre los comunistas y el resto de la izquierda argentina.[3] En cambio, tiene dos objetivos fundamentales: reconstruir la historia reciente del comunismo a partir de los esfuerzos por ofrecer una alternativa a la hegemonía peronista y explorar el impacto que éstas políticas tenían al interior del Partido Comunista en las relaciones entre los cuadros dirigentes y la base partidaria. Es, en mi opinión, la construcción de esa alternativa la que lleva a los comunistas a descubrir quiénes verdaderamente habían sido, y eran, los peronistas, en la medida en que el contacto entre unos y otros sólo se hace fluido y cotidiano luego del derrocamiento de Perón. Finalmente, el artículo apuesta a reinsertar al Partido Comunista dentro del universo político e historiográfico del que fuera expulsado durante la década de 1960 debido a su oposición al uso de la violencia, una política reformista y dependiente de la coyuntura soviética y el llamado a una convergencia cívico-militar durante la última dictadura militar.[4] Es tanto en contra de ésta doble ilegitimidad—política e histórica—como en oposición a la tibia voluntad con la que el partido ha tratado de dar cuenta de su propia historia que éste artículo propone analizar los vínculos entre comunistas y peronistas.[5]

Fue justamente a partir de la consolidación del liderazgo de Perón a principios de la década de 1940 que comenzó a tomar forma un problema frente al cual los comunistas ensayaron diferentes respuestas, siempre con la creencia de que estaban en “la línea justa”. La solución al problema pasaba por encontrar una táctica que permitiera seducir a la clase trabajadora peronista, “abrirle los ojos”, tal cual se afirma en los documentos internos del partido, para acercarla a su verdadero y legítimo representante. Dicho de otra manera: ¿cómo un partido de izquierda, que se reconoce marxista-leninista, desarrolla una metodología política que le permita competir con los legados políticos de un gobierno populista para ganar el apoyo de la clase obrera? Si, por un lado, la carta que recibió González Alberdi muy tempranamente comprobaba el constante acercamiento entre peronistas y comunistas a la par que daba cuenta del resquebrajamiento de la maquinaria peronista, por el otro indicaba claramente algunos de los límites que el comunismo encontraría si no se conformaba con ser un partido sostenido únicamente por lo que comúnmente se llamaba el “activo de hierro”. Luego del golpe de 1955, los comunistas profundizaron tanto como les fue posible los viejos lazos con socialistas, demócratas y radicales del pueblo que habían construido en el seno de la Unión Democrática a la par que denunciaron el autoritarismo del nuevo gobierno en sus relaciones con los obreros y su política económica desembozadamente antipopular.[6] Ésta ambigüedad, sumada a la constante ilegitimidad con la que fue percibido el comunismo en la Argentina, lanzaron prontamente a las huestes policiales detrás de los militantes partidarios con una eficiencia probada ya desde inicios de la década de 1930. Sin una estrategia política precisa y constante, el Partido Comunista tratará, durante los años posteriores al golpe de 1955, de mantenerse en pie en un entorno hostil buscando, por un lado, construir alianzas y, por el otro, lanzarse decididamente a reclutar nuevos afiliados entre la clase trabajadora peronista—programa que denomino “concientización a largo plazo”.

 

Problemas y soluciones

 

En el mes de julio de 1956, una publicación del Comité de la Capital Federal enviada a los comités de barrio y direcciones de células advirtió críticamente que sólo el 15 por ciento de los afiliados estaban abocados a las tareas de reclutamiento.[7] Según se explicó, el problema radicaba en que no se comprendía masivamente la “necesidad histórica” de conformar un partido con 100.000 afiliados, de los cuales 40.000 serían residentes de Capital Federal. O que, en todo caso, la comprensión no era acompañada por el esfuerzo. Las condiciones estaban dadas: la creciente influencia del partido era respaldada por una línea política correcta y por la madurez ideológica de las masas obreras y populares. Sin embargo, a la falta de compromiso con las tareas de reclutamiento se le sumaban serias fallas en la transmisión de información, las cuales delataban la endeble estructura con la que el partido había emergido de la represión durante el gobierno de Perón. Aparentemente, los informes de la dirección del partido llegaban a destiempo a muchos barrios y células, por lo que no pocos afiliados crónicamente trabajaban retrasados en la discusión y comprensión de línea política en tanto que otros tantos recibían, en el mejor de los casos, solamente algunos de los informes. De manera contradictoria, luego de culpar a sus propios afiliados por desatender las tareas de reclutamiento se afirma que, en definitiva, los obreros no se sumaban a las filas del partido porque no deseaban asumir las variadas responsabilidades con las que eran cargados los militantes, por apatía y desinterés y también por temor a las represalias policiales y patronales.

Las soluciones que se plantearon desde el Comité de la Capital Federal no estuvieron a la altura de los graves problemas que los fallidos reclutadores enfrentaban cotidianamente. Tal vez sin advertir la complejidad del desafío, se llamó a realizar reuniones abiertas de célula a través de las cuales los reclutadores del partido y los habitantes de los diferentes barios porteños podrían conocerse, plantear dudas e informarse sobre la línea política de los comunistas. La otra solución, producto de una fuerte cultura burocrática-administrativa imperante en el partido, llamó a refinar los métodos de propaganda y difundir en la prensa partidaria las experiencias exitosas de reclutamiento, desarrollar planes a largo plazo y otorgar estímulos y premios a aquellas secciones que sumaran la mayor cantidad de afiliados.

Para fines de la década de 1950 las publicaciones oficiales registraron eufóricamente el crecimiento del partido como resultado de los métodos implementados para estimular el reclutamiento. El Comité de la Capital Federal anunció en El Activista que la línea del partido “encarna en las masas”, lo cual se veía reflejado, por ejemplo, en el surgimiento en las grandes empresas de “ciudadelas del partido” con más de un centenar de afiliados y en una casa con 11 afiliados de una misma familia.[8] No quedaban dudas, de acuerdo a la publicación, que los obreros peronistas ya habían comprobado las limitaciones de su práctica política y estaban sólo a la espera del reclutador comunista para sumarse al partido. A modo ilustrativo se publicaban numerosos artículos recopilando la experiencia directa de los militantes partidarios cumpliendo en el barrio y en la fábrica con los objetivos de la campaña de reclutamiento. Entre estos breves artículos, destinados no sólo a difundir ejemplos exitosos sino también a educar a los afiliados en una ética del sacrificio individual en pos del engrandecimiento del partido, cabe destacar lo que ocurrió en el Barrio Saavedra cuando tres obreros ingresaron al baño de la gran empresa donde trabajaban. El primero de ellos, identificado en la publicación como un obrero peronista, escribió en una de las paredes la sigla “VP” (Viva Perón), en tanto que otro de los obreros, “con toda cordialidad”, dibujó al lado de la VP una hoz y un martillo mientras le preguntaba: “¿no te parece viejo que lo que vale es esto?”. Lo que hace éste relato aún más interesante es que el obrero que dibujó la hoz y el martillo no era un afiliado del partido sino que fue el tercer obrero, delegado en la empresa y militante comunista, quién presenció los hechos y lo invitó inmediatamente a afiliarse. “Lo único que queremos preguntarle al compañero, aparte de felicitarlo, es lo siguiente: y por qué no afiliaste también al peronista, que estuvo de acuerdo con la hoz y el martillo?”.[9] Situaciones como ésta dan cuenta de la espontaneidad que, en muchos casos, guiaba las tareas de reclutamiento pero también develan la débil evidencia que los redactores de El Activista utilizaban para dar cuenta de la “izquierdización” de los obreros peronistas. La ambigüedad que caracterizaba el contacto entre comunistas y peronistas apareció nuevamente reflejada en un acto en repudio a la visita del ministro de Economía Álvaro Alsogaray a la ciudad de Bahía Blanca. En esa oportunidad, marcharon juntos militantes de la Juventud Comunista y obreros peronistas mientras coreaban consignas pidiendo la renuncia del ministro a la par que vivaban a Fidel Castro y pedían una baja en el precio del puchero.[10]

Los relatos épicos que circulaban por la prensa oficial contrastan, sin embargo, con los fríos informes internos en los cuáles se daba cuenta de la lentitud y precariedad que impregnaban las tareas de afiliación. Al mismo momento en que el partido llamaba a alcanzar la cifra de 40.000 afiliados para Capital Federal contaba solamente con 9.860 afiliados, llegando en Mayo de 1960 a cerca de 18.100 afiliados.[11] En éste mismo informe, se explica que la inmensa mayoría de los nuevos afiliados, provenientes del Interior y simpatizantes del peronismo, eran obreros y las mujeres eran amas de casa y empleadas domésticas. En lo que constituirá uno de los problemas permanentes dentro del Partido Comunista se hace hincapié en la falta de continuidad en las tareas de reclutamiento de nuevos afiliados y se menciona, como ejemplo del lento reclutamiento, que en los primeros cinco meses de 1960 se sumaron 1.500 nuevos afiliados. Si bien el informe menciona los casos exitosos de grandes empresas, como Thamet, Lastra y Santa Brígida, donde el partido había ganado las elecciones sindicales a dirigentes peronistas, el énfasis está puesto en criticar las “tendencias sectarias” que llevaban a desestimar el trabajo de masas para privilegiar la vida interna del partido. El excesivo control de los organismos centrales partidarios, la falta de correlación entre el tamaño de las células y el espacio geográfico sobre el cual trabajaban y la ausencia de reivindicaciones barriales en las células de calle son, entre otras, algunas de las fallas que se mencionan.

En este sentido, se puede afirmar que las contradicciones entre lo que el Partido Comunista entendía que estaba a punto de ocurrir y lo que en realidad estaba ocurriendo, e inclusive las tensiones entre los diferentes frentes del partido, afloran con fuerza aún mayor cuando se analiza la evolución del consumo de la prensa y literatura partidaria. En un informe de Junio de 1962 al Comité Central se comienza recalcando que existía una “verdadera apetencia, verdadera avidez en las masas por escuchar nuestra palabra, por conocer nuestra opinión, por leer nuestros materiales” para reconocer luego que la represión policial, el empobrecimiento de la clase trabajadora, el trabajo ilegal, la débil infraestructura partidaria a nivel nacional y los bajos recursos económicos con los que se operaba no se correspondían con la apetencia de las masas ni con el empuje de los activistas.[12] En particular, no sólo decrecía la difusión de la prensa partidaria sino que aumentaban las deudas de los organismos regionales con los centrales y de los barriales con los regionales debido a que los pedidos de periódicos, libros y revistas crónicamente excedían lo que efectivamente se vendía. Para Octubre de 1961 se vendían entre 60.000 y 65.000 ejemplares del periódico partidario en todo el país en tanto que para Mayo de 1962 la cifra descendió a 55.000. De manera lapidaria, se reconoce en el informe que los cuadros y las direcciones intermedias minimizaban la importancia de la prensa y literatura partidaria privilegiando la labor de masas (huelga, solidaridad con Cuba, campaña electoral) y que solamente se mantenía un contacto irregular con los lectores simpatizantes y amigos. Más aún, en el mejor de los casos, la preocupación por difundir la prensa no contemplaba el sondeo de lo que los lectores pensaban de la misma—si se leía, como la leían, cómo se podía mejorar, a quién debía llegar y que tipo de materiales debían llegar a cada sector social. Los reclamos por una mejor planificación despertaban a su vez airadas críticas de los militantes de base, los cuáles acusaban de dogmáticos y burocráticos a los responsables de prensa que exigían el cumplimiento de los planes ya que, como ellos decían, “una cosa son los planes y otra la vida”.

 

Ser comunista

 

Al analizar las publicaciones oficiales y los informes internos que llegaban al Comité Central sorprende comprobar que, aún en medio de graves problemas financieros y tácticos, el afiliado partidario continuaba sus tareas específicas de militancia y reclutamiento e impulsando tareas vecinales que generalmente incluían desde la organización de un campeonato de bochas hasta el establecimiento de un comedor infantil. Cuando en Septiembre de 1962 sectores enfrentados del ejército marcharon por diferentes barrios de Capital Federal, militantes del partido aprovecharon la conmoción para tratar de reclutar entre la tropa y los vecinos, llegando incluso a ofrecerse como soldados voluntarios. “Los comunistas siempre salen a la calle”, exclamaban asombrados algunos vecinos. En el barrio de Versailles, una reclutadora salió a visitar a los vecinos con el objetivo de difundir la declaración del Comité Central y sumó tres nuevos afiliados, dos de ellos peronistas desencantados que no dudaron en sumarse a las filas del comunismo. Más aún, uno de los nuevos afiliados, un obrero de una fábrica textil, se comprometió a organizar una reunión con alrededor de 15 trabajadores peronistas para tramitar su afiliación.[13] Ejemplos como éstos no hacían sino confirmar la tesis, impulsada desde el Comité Central, que afirmaba que desde inicios de la década de 1960 se venía operando un giro a la izquierda de la clase trabajadora, el cual era apenas contenido por el ala de derecha del sindicalismo peronista. En términos tácticos, el giro del peronismo implicaba el abandono de políticas conciliatorias con los monopolios imperialistas, la oligarquía terrateniente y el gran capital para desplegar en su lugar un espíritu combativo impregnado de una conciencia de clase proletaria. En el plano electoral, el Partido Comunista apoyó primero la candidatura de Frondizi en 1958 y luego llamó a votar la fórmula Framini-Anglada para las elecciones en la provincia de Buenos Aires en 1962, aún en contra de la voluntad de un sector de afiliados que dudaban de los beneficios del creciente acercamiento al peronismo. En palabras de Victorio Codovilla:

"Hay quienes se plantean el problema siguiente: el “giro a la izquierda” que han iniciado los dirigentes peronistas ¿es sincero o es una maniobra táctica para presionar sobre el enemigo para arrancarle concesiones? Ya hemos dicho que hay que juzgar a los hombres no solamente por lo que dicen sino por lo que hacen; y lo que hacen actualmente los peronistas demuestra que el “giro a la izquierda” va en serio."[14]

La tarea inmediata que recaía sobre los camaradas del partido pasaba entonces por acompañar a los peronistas en su giro a la izquierda para acercarlos a posiciones clasistas y educarlos en los principios esenciales del marxismo-leninismo. Hacia fines de la década de 1960, Gerónimo Arnedo Alvarez insistirá nuevamente en el rol pedagógico de los militantes comunistas, los cuáles debían "ir denunciando y desenmascarando a los dirigentes capituladores, desenmascarando al mismo tiempo la línea y la ideología colaboracionista que éstos introducen en el campo obrero. Así crearemos mejores condiciones para la extensión de la influencia política de nuestro Partido entre las masas. Las masas peronistas están maduras para absorber bien estas críticas a sus dirigentes y para asimilar la política de nuestro Partido."[15]

Como recompensa al trabajo cotidiano y como forma de estimular el reclutamiento el Comité Central decidió establecer un sistema de premios y reconocimientos simbólicos. En 1964 ya se difundía permanentemente en la prensa partidaria las historias ejemplares de abnegados militantes y se entregaban premios—megáfonos, literatura política, relojes de oro y costosas lapiceras, por ejemplo—a las células y afiliados que lideraran las tareas de reclutamiento. Existían además otros beneficios no materiales que pasaban por la constitución de una nueva identidad individual y política a través de la militancia en el comunismo. El Activista publicó la siguiente declaración: “Desde que estoy en las filas del partido, ya no soy la misma. Yo me siento cambiada. Y también mis vecinos lo ven así. Me parece que ahora se ha elevado enormemente la consideración que ellos tenían por mí. Para todos ahora soy ‘la comunista’”.[16]

Los relatos que aparecían en las publicaciones oficiales claramente indicaban que la marcha era imparable y que no se observaban mayores contratiempos, salvo aquellos ocasionados por el desmedido crecimiento. Existió, no obstante, un sector donde el partido estuvo crónicamente retrasado: la Universidad. En contra de lo que se ha sostenido tradicionalmente, el análisis de la documentación interna y las publicaciones oficiales indica la debilidad de los comunistas en el ámbito estudiantil en comparación con la presencia del partido en las fábricas y lugares de trabajo. Más aún, estas mismas fuentes dan cuenta del desinterés y la escasa colaboración que el partido le brindaba a su rama juvenil, lo cual a su vez explicaría las sucesivas rupturas que el comité central debió enfrentar en el ámbito universitario. Sin dudas el problema era de larga data: ya en 1957, un informe ante el Comité Central Ampliado de la Federación Juvenil Comunista, criticaba a aquellos que “han perdido en algún rincón del local del Partido su espíritu juvenil”.[17] Se precisó, asimismo, que la militancia de los jóvenes comunistas se caracterizaba por el sectarismo, la falta de audacia y fervor revolucionario, la primacía de las tareas rutinarias y el desconocimiento de los problemas que más directamente afectaban a la juventud. Seis años después las falencias de la juventud ocuparon una parte importante de la exposición que Codovilla realizó sobre los principales problemas del partido ante los concurrentes al XII Congreso en Mar del Plata.[18] Para fines de 1966, Héctor Santarén reconoció, en un informe ante el Comité Central de la Federación Juvenil Comunista, la falta de apoyo de las direcciones barriales y locales del partido a las acciones emprendidas entre los jóvenes trabajadores y en la universidad, donde también se intentaban llevar adelante actividades conjuntas con jóvenes obreros peronistas y católicos. De manera contradictoria y ambigua—un rasgo común en gran parte de los informes internos del partido—sostuvo que “el prestigio de nuestra organización se extiende entre las masas de la juventud argentina” para luego terminar concediendo que “el crecimiento numérico es muy débil”. Santarén explicó:

"En la misma Juventud Comunista, en los sectores universitarios tenemos un muy débil trabajo ideológico y de lucha por la asimilación de la línea política del P.C. […] La presión política e ideológica de ideas ajenas a nuestra organización es muy grande en el sector universitario y esta presión no siempre ha encontrado a nuestros camaradas armados política y orgánicamente con la línea del P.C."[19]

Más aún, el estilo de militancia dentro del partido demandaba una gran dedicación y responsabilidad mucho mayor que la que los nuevos afiliados estaban dispuestos a asumir. Así se desembocaba casi irremediablemente en la deserción creciente o el débil compromiso, el cual se expresaba en la falta de interés y estudio de los documentos, el periódico y las revistas del partido. Asimismo el informe señaló una vez más la “falta de vida juvenil” y el desfasaje entre los estilos de vida de los jóvenes comunistas y el resto de los jóvenes argentinos. De ahí entonces que se llamara a fomentar la práctica del deporte y la concurrencia a fiestas, pic-nics y bailes para fomentar el desarrollo de una identidad individual y política juvenil.

 

La culpa es nuestra

 

Si bien el comienzo de la década de 1970 marcó finalmente la llegada a la tan ansiada meta de los 100.000 afiliados, diferentes documentos partidarios sugieren en cambio que el reclutamiento estaba, como siempre, por debajo de las expectativas del Comité Central.[20] Cada vez más ácidamente se irá difundiendo la crítica de que no se recluta porque, simplemente, los afiliados trabajan mal. En un informe al Comité Ejecutivo Ampliado del Partido Comunista Athos Fava citó el ya clásico El significado del giro a la izquierda del peronismo, publicado en 1962, para sustentar el argumento de que la línea política del partido era la correcta.[21] En consecuencia, en lugar de analizar el lento reclutamiento a partir de un desinterés por las propuestas del partido, Fava apuntó a la mala planificación, el espontaneísmo, el sectarismo, la falta de confianza en las masas y la falta de voluntad como los culpables de la situación. Era tal la confianza en la radicalización de la clase obrera que era común afirmar que existían miles de “comunistas sin carnet” para ejemplificar la distancia que existía entre la acelerada maduración ideológica de los trabajadores y la lentitud con la que el partido conducía el reclutamiento de nuevos afiliados.

Para revertir el devenir de los acontecimientos Fava simplemente volvió a plantear la necesidad de organizar reuniones de célula abierta, perfeccionar la organización partidaria y acercarse decididamente a las masas.[22] Más llamativo aún es que en semejantes condiciones se llamara a duplicar las filas partidarias. El panorama en la provincia de Buenos Aires no era más alentador. Las largas jornadas de trabajo junto con las grandes distancias entre las fábricas y talleres y los barrios obreros llevaban a que una gran cantidad de afiliados no participaran de las reuniones de célula o que se comprometieran a realizar tareas para las que luego no tenían tiempo. En contraposición, los militantes probados que cumplían a rajatabla las tareas asignadas tenían poca paciencia y poca fe para contribuir a la formación ideológica de los nuevos afiliados o a tomar contacto con los trabajadores peronistas que, habiendo girado a la izquierda, desencantados con Perón y la burocracia sindical, estaban supuestamente a la espera del camarada comunista para ingresar al partido. La creciente conciencia de clase de los obreros peronistas, según se afirma en un informe interno correspondiente al reclutamiento y asimilación de nuevos afiliados en la provincia de Buenos Aires, se reflejaba en el hecho de que escucharan sin enojarse no sólo las críticas a los jerarcas sindicales sino las críticas al mismo Perón. Se menciona, como ejemplo, la lectura realizada de un volante titulado “Perón bombero de las luchas sindicales” por un militante del partido en los talleres ferroviarios de Escalada. En el volante se criticaba una carta de Perón a José Rucci, secretario general de la Confederación General del Trabajo, en la que Perón parecía alentar la desaceleración de los reclamos obreros. El volante fue leído frente 10 obreros peronistas, los cuales “escucharon y aunque no convencidos totalmente, con dudas, algunos con expresiones de aprobación, otros en silencio, aceptaron todos sin rechazar con enojos la crítica a su líder”.[23] El ejemplo demuestra no sólo los magros resultados de casi 20 años de trabajo ideológico sobre los obreros peronistas sino que señala también la pobre evidencia sobre la cual los comunistas reafirmaban la creencia de la asunción de ideas de izquierda por la clase trabajadora.

El constante apoyo al peronismo terminará finalmente siendo plasmado en la resolución del XIV Congreso de Agosto de 1973 en la cual el Partido Comunista llamó a votar por la fórmula justicialista en las elecciones presidenciales.[24] Aún mientras se continuaba reclamando la depuración de la derecha peronista o la implementación de una política antiimperialista y popular, las filas partidarias recibieron la orden de trabajar junto a los militantes peronistas en la implementación de la campaña política y el recuento de los votos, asumiendo en muchos casos las tareas de fiscales electorales del justicialismo. Un informe redactado luego de las elecciones, en el cual se vuelca la experiencia de los comités de barrio de Capital Federal, da cuenta de los sinsabores que vivieron los abnegados militantes comunistas. El redactor del informe se permitió una sola generalización: todos los comités barriales reportaron un bajo índice de afiliación. En los barrios de Boedo y Caballito militantes peronistas dijeron tener temor a sufrir represalias como consecuencia de haber compartido tareas de proselitismo con los comunistas. En Flores, sin embargo, se realizaron pintadas, pegatinas de afiches y hasta un asado en común entre militantes de la Juventud Peronista y jóvenes comunistas en tanto que en Mataderos existía tal confusión respecto a la línea política del Partido Comunista que un grupo de militantes de Montoneros creían que el Ejército Revolucionario del Pueblo era el brazo militar de los comunistas.

En Lugano, La Boca y Barracas resultó difícil convencer a los afiliados comunistas para que se movilizaran en apoyo a la fórmula presidencial encabezada por Perón. Algo similar ocurrió en el barrio de Belgrano cuando una delegación de militantes comunistas concurrió al Ateneo Evita para consensuar una posición frente al asesinato de Rucci. Luego de una breve charla con un grupo de jóvenes que estaban en el local, los comunistas fueron recibidos por el secretario del Ateneo, Enrique Grynberg, quién afirmó que el Partido Comunista estaba integrado por “burgueses conservadores” y los increpó recordándoles su participación en la Unión Democrática en 1946. Sorprendidos, los militantes comunistas contestaron que era mejor dejar atrás el pasado para concentrarse en los acuciantes problemas actuales, tratando así de calmar los ánimos y llevar la discusión a un terreno más productivo. “Tenemos que cuidarnos ustedes y nosotros”, dijo Grynberg. “Va a haber revancha. Se que Uds. van a volver y entonces conversaremos nuevamente”. [25] Para Grynberg no habría otra oportunidad: el 27 de Septiembre fue asesinado.[26]

El desencanto con el peronismo se hizo finalmente incontenible. En Octubre de 1973, apenas un mes después de que Perón asumió la presidencia, el periódico partidario Nuestra Palabra tuvo que advertir sobre la peligrosidad de un documento reservado emitido por el Consejo Superior Peronista. En una “formal declaración de guerra al marxismo” se llamaba a excluir de los locales peronistas cualquier forma de marxismo así como prohibir toda vinculación con marxistas en actos y manifestaciones.[27] El giro a la izquierda había terminado.

 

A modo de conclusión:

Comunistas, izquierdistas, peronistas y parricidas

 

Un artículo recientemente publicado en la revista Latin American Perspectives analiza lo que las autoras denominan como una “extraña alianza” entre el Movimiento Territorial de Liberación (MTL), una agrupación piquetera que nuclea alrededor de 30.000 militantes, y el Partido Comunista.[28] Creado en el 2001 por el ex dirigente comunista Alberto Ibarra, el MTL integra el Bloque Piquetero Nacional, un espacio en el que confluyen las agrupaciones piqueteras más radicalizadas. Caracterizado por el rechazo a las políticas neoliberales y crítico del aparato partidario y sindical del peronismo, el MTL utilizó el asesoramiento técnico del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, fundado por el Partido Comunista en 1958, para conseguir préstamos del Estado. Los préstamos se utilizan para financiar las actividades cooperativas del MTL, entre las cuáles se destacan la adquisición de una planta para procesar minerales en la provincia de Jujuy y la construcción de un complejo de viviendas en Buenos Aires. La constante cooperación no ha implicado la cooptación por parte del Partido Comunista sino que ha permitido el surgimiento de una alternativa política frente a los patrones clientelísticos que permean las relaciones entre el Estado y otros grupos piqueteros. De todos modos, el MTL cuenta con afiliados comunistas dentro de sus filas y no podría llevar adelante sus actividades sin la colaboración del Instituto. Sin embargo, cuando las autoras del artículo le preguntaron a uno de los dirigentes del Partido Comunista si los integrantes del MTL votarían por el comunismo en las próximas elecciones, la respuesta fue contundente: “Por supuesto que no. Ellos votan al peronismo”.

La experiencia del MTL junto a la frase de Perón que encabeza el artículo sugieren la fuerte presencia y permanencia del peronismo en la política argentina poniendo así en cuestión en que medida el vínculo que se construyó entre un gobierno populista y el movimiento obrero no predestinaba necesariamente el fracaso de una política de izquierda. ¿Cuándo y por qué ese vínculo podía tener el potencial de sumergir en una ambigüedad cotidiana—que producía más errores que aciertos—a aquellos partidos que, como el comunista, estaban empeñados en acompañar y reorientar a la militancia peronista en su giro a la izquierda?[29] La convicción de que era posible “abrirle los ojos” a los trabajadores peronistas se sumó a la confianza, alimentada por la utilización del marxismo para entender el devenir histórico, de que ninguna derrota era permanente, que todo era parte de un aprendizaje y que las grandes transformaciones no tardarían en producirse. Ésta actitud, sin embargo, no era exclusiva de los comunistas. Es posible notar aquí también, como dicen Silvia Sigal y Eliseo Verón en su estudio del discurso de la organización Montoneros, la “necesidad de adherir al peronismo como único acceso al universo de opciones políticas de la clase obrera”.[30]

La inalterable creencia de los dirigentes del partido de que los trabajadores peronistas estaban “girando a la izquierda” y que era posible “reeducarlos” en los principios del marxismo-leninismo aparece hoy como un gran malentendido. Fue, en realidad, una manifestación más de un complejo proceso histórico marcado por la creciente politización de amplios sectores de la clase trabajadora y el estudiantado. El error, no sólo de los comunistas, fue confundir politización con “izquierdización” y asignarle carácter permanente y definitivo a un conjunto de expresiones sociales y políticas en un contexto histórico que precisamente se caracterizaba por la fluidez e inestabilidad.[31] La elección de un dirigente comunista como delegado fabril o, para citar un ejemplo extraído de El significado del giro a la izquierda del peronismo, que un grupo de trabajadores peronistas encarcelados solicitara a la editorial del Partido Comunista el envío de libros sobre la construcción del comunismo en la Unión Soviética no tenía necesariamente que significar la conversión al marxismo-leninismo de los obreros argentinos.[32] Que los más altos dirigentes partidarios no hayan notado ésa diferencia no se explica solamente a partir de una falta de agudeza política. También es necesario analizar la vida partidaria para explicar el lento crecimiento en la afiliación. Las contradicciones dentro de un mismo informe, cuando se sostiene el formidable influjo de nuevos miembros para luego lamentar el bajo número de afiliados, y el énfasis estadístico que inunda el lenguaje interno del partido indican claramente la percepción de un problema que no termina de ser verbalizado. Los errores de planificación o la falta de voluntad de los reclutadores, tal cual el Comité Central y los cuadros altos del partido sostuvieron durante casi veinte años, no eran los únicos factores en el lento crecimiento de la afiliación. La permanente prédica anticomunista de sectores dirigentes desde 1930 en adelante, la represión policial e ilegalización del Partido Comunista y la asociación entre antiperonismo y comunismo a partir de 1945 jugaron también roles fundamentales. Fueron precisamente éstas cuestiones las que quedaron desplazadas en la multiplicación autocomplaciente de informes y artículos que aseguraban el pronto ingreso de los peronistas a las filas partidarias.

En este contexto desfavorable, los comunistas no pudieron revertir la “considerable sospecha”, como dice Daniel James, que recaía sobre ellos toda vez que su discurso excedía la inmediatez de los reclamos fabriles.[33] No encontraron una estrategia viable y autónoma sino que optaron por el apoyo a las fórmulas electorales del peronismo a la par que trataban de desperonizar a obreros, vecinos, estudiantes, campesinos y amas de casas como parte de lo que denominé “concientización a largo plazo”. Éste es un partido que no se plantea seriamente que tiene para ofrecerle a los peronistas que ellos no puedan encontrar por sí solos, dentro del peronismo mismo o en la variada oferta de la nueva izquierda argentina. Dicho de otra manera: afirmar, como era común, que el partido le ofrecía “un puesto de lucha” a los obreros y estudiantes peronistas era un oferta fácil de declinar. Aquí cabe imaginar la confusión y el desencanto de la mujer tucumana que le escribió a González Alberdi prometiendo votar por el Partido Comunista cuando luego éste llamara a apoyar las candidaturas electorales del peronismo. Inclusive, apostar a la formación de un gobierno de coalición entre las fuerzas populares y democráticas, tal cual lo hizo el comunismo en la Argentina, carece de sentido si esas mismas fuerzas están poco interesadas en integrar la supuesta y futura coalición. La estrategia frentista refleja nuevamente la mentalidad técnico-burocrática del Comité Central, cuyos integrantes sólo vislumbraron la construcción de hegemonía a partir de la planificación política dirigida desde arriba.

Finalmente, no habría sólo que analizar las razones por las que los obreros, estudiantes y amas de casa no se afiliaban al Partido Comunista, sino también los factores que desencadenaban el abandono de las filas partidarias y los motivos por los cuales muchos otros seguían nominalmente afiliados pero concretamente desvinculados. La fuerte presencia de estos problemas en las documentación interna que he analizado sugiere que las tareas que un afiliado comunista debía asumir implicaban un aporte de dedicación y sacrificio que no todos estaban dispuestos a otorgar. Si militar en el peronismo implicaba en la mayoría de los casos—hasta la planificación y ejecución del terrorismo de Estado—participar de manifestaciones obreras y llevar adelante paros y otras medidas de fuerza, afiliarse al Partido Comunista requería, entre otras actividades, comprar y leer la prensa partidaria, pagar la cotización, participar de reuniones de célula y reclutar nuevos afiliados. Los llamados a retomar la audacia y la jovialidad que constantemente se repiten en los análisis de las políticas de reclutamiento, asimilación y organización de las células indican claramente que un gran sector de los afiliados al partido llevaba adelante las tareas encomendadas de manera rutinaria. No pocas veces, como sostuvo un ex integrante del Comité Central, un militante de base con futuro prometedor se iba transformando en un “oscuro funcionario, cuando no en un burócrata resignado con su suerte”.[34] Es ésta militancia rutinaria y de tiempo completo a la que apunta Eric Hobsbawm cuando dice que los “Partidos Comunistas no eran para románticos” sino que requerían una combinación de “disciplina, eficiencia empresarial, identificación emocional absoluta y dedicación total”.[35]

La reflexión anterior no excluye un análisis que nos permita entender los beneficios obtenidos por aquellos obreros, obreras y estudiantes que, pese a la represión, la dura vida partidaria y la incomprensión del resto de la sociedad, dejaron atrás el peronismo y continuaron militando en el comunismo. En este sentido, habría que explicar, tal cual lo ha hecho Jorge Ferreira en su libro sobre el Partido Comunista Brasileño, cómo y por qué el partido podía ser no sólo una organización política, comunitaria y familiar sino también adquirir rasgos míticos que la emparentaban con lo sagrado.[36] Esa relación tan intensa entre los afiliados y el partido aparece con fuerza en el título de la reciente novela autobiográfica de Jorge Sigal, El día que maté a mi padre.[37] Sigal, un ex dirigente de la Federación Juvenil Comunista, utiliza la figura del parricidio para dar cuenta del impacto que sufrió cuando decidió renunciar al partido. Si bien el padre de Sigal, también afiliado comunista, había muerto en un trágico accidente su recuerdo había perdurado en los rituales de militancia, de manera que abandonar el partido implicó para él cortar los lazos con el lugar a través del cual su padre seguía viviendo en el recuerdo. Tal cual lo han demostrado Richard Flacks, entre otros, la militancia en un partido de izquierda permitía dar forma a una nueva identidad política, asumirse como integrante de una comunidad dentro de la cual uno era portador de derechos y ocupaba un lugar clave en el enfrentamiento entre democracia y autoritarismo.[38]

 

 

RESUMEN


La línea justa: el partido comunista y el peronismo, 1955-1973

 

Luego del golpe de 1955 y el exilio forzado de Juan Domingo Perón, el Partido Comunista diseñó múltiples tácticas para seducir a la clase trabajadora acompañando así lo que se vislumbraba desde el Comité Central como el lento pero constante giro a la izquierda dentro de un sector mayoritario del peronismo. A través del análisis de documentos internos inéditos y publicaciones oficiales, el artículo reconstruye el impacto de las políticas de reclutamiento en el ámbito barrial, fabril y universitario. De esta manera, éste trabajo realiza dos contribuciones importantes: explora los dilemas ideológicos y la vida interna del Partido Comunista y recrea las interacciones entre comunistas y peronistas entre 1955 y 1973. Asimismo, el artículo plantea la necesidad de reinsertar la historia del comunismo dentro de
la pujante historiografía sobre la nueva izquierda en Argentina.

 

Palabras clave: Partido Comunista - peronismo - obreros - prensa - afiliación

 

ABSTRACT

The fait line: the comunist party and peronism, 1955-1973

 

After the 1955 coup that led to the exile of President Juan Domingo Perón, the Argentine Communist Party developed a wide range of tactics to "seduce" the working class, supplementing what the party's central committee understood as the slow but steady leftward migration by an important number of Peronist militants. Through the study of unpublished internal documents and official party publication, this article reconstructs the impact that the recruitment efforts had on the shop floor, around the neighborhood, and in the universities. As a result, the article makes two important contributions: it explores the ideological dilemmas resulting from this approach and its impact on
internal party life, and it recreates the fluid relationships between communists and Peronists between 1955 and 1973. Moreover, the article argues for the need to reinscribe the history of communism within the flourishing historiography on the Argentine New Left.


Key words: Communist Party - Peronism - workers - press - membership

 

Recibido: 30/04/07

Aceptado: 28/07/07

Versión final: 08/08/07

 

 

Notas



(*) Por sus críticas y comentarios me gustaría agradecer a: Natalia Milanesio, Matthew Karush, Alejandro Schneider, Oscar Videla, comité editorial de Historia Regional y a los participantes de la conferencia “Political Imaginaries in Latin America: Reverberations within the Contemporary Left,” Indiana University, Bloomington, 4-5 Mayo 2007. Agradezco también la permanente colaboración de Beatriz “Taty” Muñoz en la sede central del Partido Comunista. El apoyo brindando por el Departamento de Historia en Indiana University hizo posible la investigación y escritura del presente artículo, y al College of Arts and Sciences.

(**) Estudiante de doctorado, Departamento de Historia, Indiana University, Bloomington. Email: cseveso@indiana.edu

[1] Carta manuscrita al Sr. Delegado del Partido Comunista Don Paulino González Alberdi, Tucumán, 10 de Octubre de 1956. Partido Comunista de la Argentina, Comité Central, Archivo [en adelante, PCACCA] Legajo 29.

[2] Para el crecimiento del neoperonismo luego del golpe de Setiembre de 1955, ver MELÓN PIRRO, Julio César. “Antiperonismo, neoperonismo y partidos políticos: Resultados electorales 1955-1960”. Ponencia presentada en el Latin American Studies Association (LASA) International Congress, Miami (Florida), 16-18 de Marzo de 2000.

[3] El interés por el estudio del Partido Comunista es aún marcadamente minoritario si se lo compara con la copiosa historiografía sobre la nueva izquierda en Argentina. En especial, para el período analizado en éste artículo, ver, FALCÓN, Ricardo y Hugo QUIROGA. “Contribución al estudio de la evolución ideológica del Partido Comunista Argentino (1960-1984)”, Contribuciones Programa FLACSO-Santiago de Chile, Número 50, Noviembre de 1987; TORTTI, Maria Cristina. “Izquierda y ‘nueva izquierda’ en la Argentina: El caso del Partido Comunista”. Revista Sociohistórica, vol. 6, 1999, pp. 221-232. Para un estudio del Partido Comunista antes de 1940, ver CAMARERO, Hernán. “A la conquista del proletariado: La experiencia comunista en el mundo de los trabajadores de Buenos Aires, 1925-1935”, Tesis de Maestría, Universidad Torcuato Di Tella, 2003; SEVESO, César. “A New Law for a New Crime: Anticommunism in Argentina, 1930-1940,” Journal of Iberian and Latin American Studies, vol. 13, no. 1, Julio 2007.

[4] Ver, entre otros, RAMOS, Jorge Abelardo. El Partido Comunista en la política argentina. Su historia y su crítica. Editorial Coyoacán: Buenos Aires, 1962, y Ramos. Historia del Stalinismo en la Argentina. Ediciones del Mar Dulce: Buenos Aires, 1969; PUIGGRÓS, Rodolfo. Las Izquierdas y el problema nacional. Editorial Jorge Alvarez: Buenos Aires, 1967; VARGAS, Otto. El Marxismo y la revolución Argentina. 2 volúmenes. Editorial Ágora: Buenos Aires, 1987 y 1999.

[5] La renuencia del Partido Comunista a construir un relato histórico propio ha sido señalada en varias oportunidades, tanto por historiadores como por militantes. Entre otros ver, FALCÓN y QUIROGA. “Contribución”; NADRA, Fernando. La religión de los ateos. Reflexiones sobre el estalinismo en el Partido Comunista Argentino. Puntosur: Buenos Aires, 1989. Una prueba de esa renuencia se puede encontrar, por ejemplo, en la sección denominada “antecedentes históricos” en el web site oficial del Partido Comunista (http://www.pca.org.ar/Documentos/ANTECEDENTES%20HISTORICOS.htm, consultado en Junio de 2007) donde no se analiza el periodo que va de 1943 a 1969. Sin embargo, la carencia de una historia institucional propia que de cuenta de los desaciertos cometidos no es exclusiva de los comunistas sino también común en la Unión Cívica Radical, el Partido Socialista y el Partido Justicialista. El Partido Comunista comenzó a realizar una autocrítica a partir del XVI Congreso de Noviembre de 1986 y ha dispuesto la apertura de su archivo histórico y hemeroteca a investigadores y estudiantes.

[6] Ver SPINELLI, María Estela. Los vencedores vencidos. El antiperonismo y la “revolución Libertadora”. Editorial Biblos: Buenos Aires, 2005, pp. 240-249.

[7] Comité de la Capital Federal del Partido Comunista, “Carta a los camaradas de los comités de barrio”, Buenos Aires, Julio de 1956. Panfleto, PCACCA, Legajo 26.

[8] “Hay que ver lo nuevo que crece y se desarrolla”, El Activista, Año 2, Mayo 1959, n. 7, p. 1.

[9] “Saavedra: Hay miles de comunistas sin carnet. ¡Afiliémoslos!”, El Activista, Año 2, n. 7, Mayo 1959, p. 3.

[10] “Alsogaray corrido en Bahía Blanca”, Frente Unido, Año I, n. 11, Marzo de 1960, p. 2.

[11] Informe interno sobre problemas en el reclutamiento y la asimilación de nuevos afiliados, PCACCA, Legajo 43, s/fecha (c. 1960), p. 1.

[12] “Informe al Comité Central del Partido sobre la situación en el Frente de la prensa y la literatura partidarias”, Buenos Aires, Junio de 1962, PCACCA, Legajo 46.

[13] “Algunos elementos y experiencias del trabajo del partido durante los días de la lucha armada”, PCACCA, Legajo 47, s/fecha.

[14] CODOVILLA, Victorio. El significado del “giro a la izquierda” del peronismo. Editorial Anteo: Buenos Aires, 1962, p. 21. Énfasis en el original. En este mismo sentido ver los informes e intervenciones publicados en Partido Comunista de la Argentina. XII Congreso del Partido Comunista de la Argentina. Editorial Anteo: Buenos Aires, 1963.

[15] ARNEDO ALVAREZ, Gerónimo. Arraiguemos más y más la organización partidaria entre la clase obrera y el pueblo. Informe rendido ante la VII Conferencia Nacional del Partido Comunista, realizada los días 14, 15 y 16 de abril de 1967. Editorial Anteo: Buenos Aires, 1967, p. 17.

[16] “Una gran ‘veta’: El reclutamiento femenino”, El Activista, Año VI, n. 23, Diciembre 1963, p. 8, PCACCA, Legajo 57.

[17] BERGSTEIN, Jorge. Para seguir avanzando. (Informes rendidos ante el Comité Central Ampliado de la Federación Juvenil Comunista, realizados en Buenos Aires los días 13 de Octubre de 1956 y el 25 de mayo de 1957). Editorial Voz Juvenil: Buenos Aires, 1957, p. 60.

[18] CODOVILLA, Victorio. Por la acción de las masas hacia la conquista del poder. Informe rendido en nombre del Comité Central ante el XII Congreso del Partido Comunista. Editorial Anteo: Buenos Aires, 1963, pp. 39-40.

[19] “La F.J.C. y la unidad de la juventud argentina en la lucha por sus derechos, contra la dictadura y por una salida democrática y progresista para el país”, Informe de Héctor Santarén ante el Comité Central de la Federación Juvenil Comunista, realizado los días 25 y 26 de Noviembre de 1966, PCACCA, Legajo 58, p. 21.

[20] Existen sin embargo estimaciones oficiales que afirman que para mediados de 1960 ya se había superado la cifra de los 100.000 afiliados. Por ejemplo, en Junio de 1964 Gerónimo Arnedo Alvarez sostuvo en una reunión del Comité Central que el partido tenía 130.000 afiliados, de los cuáles solo 50.000 habían recibido el carnet que los acreditaba como tales. Para dar una idea del fuerte crecimiento, Alvarez detalló en su informe que desde Febrero de 1963, cuando se realizó el XII Congreso, hasta Junio de 1964 el partido había reclutado 52.610 nuevos afiliados y la Juventud Comunista 17.000, los cuáles estaban radicados mayoritariamente en Capital federal y la provincia de Buenos Aires. El índice de reclutamiento en la provincia de Santa Fe aparece en éste y otros informes casi siempre por debajo de las expectativas del Comité Central. Ver, “Reunión del CC del 27/6/64”, Buenos Aires, Junio 1964, PCACCA, Legajo 54, p. 10; Partido Comunista. XII Congreso del Partido Comunista de la Argentina. Informes e intervenciones. Editorial Anteo: Buenos Aires, 1963. pp. 335-337.

[21] “Informe rendido por el camarada Athos Fava ante el C.E.AMP.: Balance y conclusiones de la Segunda Promoción de nuevos afiliados ‘Victorio Codovilla’”, PCACCA, Legajo 88, s/fecha (c. 1972).

[22] Un idéntico llamado a realizar reuniones de célula abiertas también aparece en CODOVILLA, Victorio. Como detener los avances de la reacción internacional y nacional. Editorial Anteo: Buenos Aires, 1966, pp. 67-68.

[23] Informe sobre el reclutamiento y la asimilación de nuevos afiliados en la provincia de Buenos Aires, PCACCA, Legajo 92, s/fecha (c. 1973), p. 6.

[24] “Así votarán los comunistas”, Nuestra Palabra, Año I, n. 10, 29 de Agosto de 1973, p. 6.

[25] “Reunión con Secretarios/Ctes. de Barrio de Capital: 25/27 Sep. 1973”, PCACCA, Legajo 92, pp. 12-13.

[26] Sobre la muerte de Grynberg ver, “Enrique Grynberg: Hasta la victoria siempre”, El Descamisado, Año I, n. 20, 2 de Octubre de 1973, p. 6.

[27] “Peligroso ‘documento reservado’”, Nuestra Palabra, Año I, n. 16, 10 de Octubre de 1973, p. 3.

[28] ALCAÑIZ, Isabella y SCHEIER, Melissa. “New Social Movements with Old Party Politics: The MTL Piqueteros and the Communist Party in Argentina”, Latin American Perspectives (Marzo 2007), vol. 34, n. 2, pp. 157-171.

[29] Diferentes respuestas a ésta pregunta han sido sugeridas, entre otros, por James, Daniel. Resistance and Integration. Peronism and the Argentine Working Class, 1946-1976. Cambridge University Press: New York, 1993 [1988]; BRENNAN, James. El Cordobazo. Las guerras obreras en Córdoba, 1955-1976. Editorial Sudamericana: Buenos Aires, 1996 [1994]; BERROTARÁN, Patricia M. y POZZI, Pablo, eds. Ensayos inconformistas sobre la clase obrera argentina, 1955-1989. Ediciones Letra Buena: Buenos Aires, 1994; SCHNEIDER, Alejandro. Los compañeros. Trabajadores, izquierda y peronismo, 1955-1973. Imago Mundi: Buenos Aires, 2005.

[30] SIGAL, Silvia y VERÓN, Eliseo. Perón o muerte. Los fundamentos dicursivos del fenómeno peronista. Buenos Aires: Eudeba, 1986, p. 146.

[31] Para el caso del peronismo ver, por ejemplo, Correspondecia Perón-Cooke. Tomo II. Ediciones Papiro: Buenos Aires, 1972; “Charla de la Conducción Nacional ante las agrupaciones de los frentes”, en BASCHETTI, Roberto, comp. De Cámpora a la ruptura. Documentos 1973-1976, vol. I. Editorial de la Campana: La Plata, 1996, pp. 258-311. La interpretación del peronismo en el PRT-ERP se puede encontrar en DE SANTIS, Daniel, comp. El PRT-ERP y el peronismo. Documentos. Editorial Nuestra América: Buenos Aires, 2004. Una lectura irónica de la inestabilidad en la militancia política, es decir, el pasaje de una organización a otra tan característico en las décadas de 1960 y principios de 1970, se puede encontrar en PERLONGHER, Néstor. Siglas” en Prosa plebeya. Ensayos, 1980-1992. Editorial Colihue: Buenos Aires, 1997, pp. 211-213.

[32] CODOVILLA. El significado, p. 37.

[33] JAMES Resistance and Integration, p. 68.

[34] NADRA. La religión, p. 171.

[35] HOBSBAWM, Eric. Interesting Times. A Twentieth-Century Life. Phanteon Books: New York, 2002, p. 133. Énfasis en el original.

[36] FERREIRA, Jorge. Prisioneros do Mito. Cultura e imaginário politico dos comunistas no Brasil (1930-1956). Editora da Universidade Federal Fluminense: Niteroi/ MAUAD Editora: Rio de Janeiro, 2002.

[37] SIGAL, Jorge. El día que maté a mi padre. Confesiones de un ex comunista. Editorial Sudamericana: Buenos Aires, 2006.

[38] FLACKS, Richard. Making History. The American Left and the American Mind. Columbia University Press: New York, 1988. Ver también, GRANDIN, Greg. The Last Colonial Massacre: Latin America in the Cold War. University of Chicago Press Chicago, 2004; TRÍMBOLI, Javier. La izquierda en Argentina: Conversaciones con Carlos Altamirano, Martín Caparrós, Horacio González, Eduardo Gruner, Emilio de Ipola, Beatriz Sarlo y Horacio Tarcus. Editorial Manantial: Buenos Aires, 1998.