Criminalidad y
extranjeros: ¿víctimas o victimarios? Una visión desde las elites santafesinas
(1880-1900)(*)
María Gabriela Micheletti(**)
El fomento inmigratorio fue uno
de los postulados de la política nacional que mayor consenso suscitó en el seno
de las elites dirigentes argentinas de la segunda mitad del siglo XIX.[1] El arribo de inmigrantes,
necesario para poblar el país y poner en marcha el modelo de economía
agroexportadora y, por ello mismo, defendido con ardor por personas de variada
extracción política y desde distintos ámbitos, traía anexos, no obstante,
diversos problemas sociales de difícil solución.[2]
Una de las principales causas de
preocupación para las elites era la comprobación acerca de que, junto a los
elementos honestos y trabajadores inmigratorios deseados, se colaban una serie
de “indeseables”: enfermos, ancianos, menesterosos, miembros de grupos étnicos
despreciados y, también, delincuentes y criminales. Pero también era un punto a
tener en cuenta la manera en que se garantizaría la seguridad personal de los
nuevos habitantes que se radicaban en estas tierras. Las vinculaciones
existentes entre “inmigración” y “criminalidad”, entonces, se constituyeron en
un objeto de consideración para gobernantes y pensadores.[3] En este artículo se
indagan comportamientos y percepciones despertados por dicha cuestión en las
elites dirigentes santafesinas durante las dos últimas décadas del siglo XIX.
El recorte cronológico fija como fechas límites al año 1880, ya que a partir de
entonces el fenómeno inmigratorio se hizo más masivo y, por ende, más evidentes
sus efectos sobre el cuerpo social, y al momento del cambio de siglo, cuando la
relación entre los extranjeros y la criminalidad se revistió de nuevas
connotaciones políticas e ideológicas que condujeron a la sanción de una
legislación específica al respecto (vg., Leyes de Residencia y de Defensa
Social).[4]
La hipótesis de trabajo se centra en determinar si todos los sectores de la elite santafesina evaluaron de similar manera la relación entablada entre extranjeros y criminalidad, o si en ello se vieron influenciados por su propia posición política e ideológica.
Antes de avanzar, se hace
preciso, entonces, establecer una somera caracterización de las elites
santafesinas finiseculares. Por “elites” se entiende, para esta investigación, a las minorías que
concentraban en la provincia el poder político, económico y sociocultural –que
no siempre ni necesariamente deben aparecer concentrados en una misma persona
pero que, en Santa Fe, y a fines del siglo XIX, generalmente así ocurría-,
integradas por los hombres de gobierno y líderes políticos (oficialistas y
opositores) y por los máximos referentes del mundo de la cultura. Esas elites
estaban compuestas por un núcleo de familias distinguidas, vinculadas por
densas redes de parentesco –situación que aparecía especialmente acentuada en
la capital, pero que también alcanzaba a la ciudad de Rosario y al resto de la
provincia-, a las que se sumaban algunos otros individuos que, en base a mérito
y esfuerzo propio, habían logrado alcanzar prestigio y ser aceptados por dicho
círculo. Es decir que, en las elites santafesinas, se entremezclaban linaje y
cualidades personales, y ellas fijaban pautas en determinados aspectos de la
vida social, política, espiritual o cultural, ejerciendo una función rectora
desde esos distintos planos sobre el conjunto de la sociedad.[5]
Por sus características un tanto diferentes,
es posible distinguir a la elite –o elites- propia de la ciudad de Santa Fe y
su zona de influencia, de la elite perteneciente a Rosario y el sur provincial.[6]
En la ciudad capital, familias de larga trayectoria en la historia política
santafesina monopolizaban casi en su totalidad los cargos de la administración
pública provincial; propietarias de tierras localizadas principalmente en la
región central y, en menor medida, norte, de la provincia, se dedicaban a la
cría de ganado vacuno y a la colonización agrícola. La capital era el baluarte
del oficialismo, ya se tratase del iriondismo, en los
primeros años de la década del ’80, o del galvismo y
el leivismo, en los años siguientes, de modo que
prácticamente todos los miembros de su elite eran oficialistas.[7]
También era Santa Fe el bastión del catolicismo provincial, la ciudad en la que
los sentimientos religiosos aún permanecían firmes a pesar del espíritu
laicista de la época. La elite de Rosario, en tanto, tenía una base mucho más
abierta que la de Santa Fe. Ante la escasa presencia de familias tradicionales
en dicha ciudad, se conformó un núcleo con prestigio social a partir de
aquellos que lograron alcanzar una alta posición económica en las primeras
décadas de la segunda mitad del siglo XIX. Su origen era fundamentalmente
comercial y extranjero; si bien se debe aclarar que los comerciantes, eran a la
vez, en buena medida, propietarios de tierras, dedicándose muchos de ellos a
negocios especulativos y de colonización. A ese núcleo primero de comerciantes
y propietarios se sumaron, un poco más tarde, profesionales, para atender a las
necesidades siempre crecientes de una ciudad en expansión acelerada. En
política, la elite de Rosario adhirió, en su mayoría, a las facciones de la
oposición provincial: al liberalismo y, más tarde, también al civismo y al
radicalismo. En sintonía con las ideas liberales, el catolicismo era débil en
la ciudad de Rosario, en tanto que las logias masónicas contaron con singular
importancia, lo mismo que el movimiento asociacionista.[8]
El tratamiento de la criminalidad
obliga a caracterizar, al menos a simples rasgos, al sistema de justicia y
seguridad pública existente en Santa Fe en las dos últimas décadas del siglo
XIX.[9]
La justicia santafesina era
administrada, a principios de los ’80, en sucesivas instancias, por los jueces
de paz, los jueces de primera instancia y la Cámara de Justicia. El año 1887
constituyó un importante momento organizativo en la estructuración del poder
judicial, a través de la sanción de la Ley Orgánica de Tribunales, que
significó tanto una complejización de las instancias como un incremento del
funcionariado.[10]
Fueron creadas dos Cámaras de Apelaciones –una en Santa Fe y otra en Rosario- y
una Corte Suprema de Justicia en reemplazo de aquella última.[11] Pero la crisis financiera
afectó a este poder, y fue difícil encontrar jueces –incluso en provincias
vecinas- que se avinieran a cobrar los magros sueldos que se les adjudicaban.[12] Las deficiencias en la
administración judicial resultaron notorias, al punto de llevar a declarar en
1892, al ministro de Agricultura, Justicia e Instrucción Pública Gabriel
Carrasco, que “la justicia es cara, tardía y dudosa en los tribunales de la
provincia”.[13]
En cuanto a la policía, se
encontraba bajo las órdenes de los jefes políticos, funcionarios que estaban al
frente de cada departamento bajo la dependencia directa del ministro de
gobierno. Desempeñaba funciones de seguridad pero también políticas y “la
fuerza en su conjunto estaba orientada institucionalmente a reprimir la
oposición”.[14]
En general, los policías poseían muy poca instrucción y bruscos modales y, con
frecuencia, eran reclutados entre el sector de los “vagos y malentretenidos”.[15]
Las autoridades judiciales y policíacas de la zona rural santafesina gozaron de muy mala prensa durante todo el período. El cuestionamiento de jueces de paz[16], jefes políticos y comisarios de campaña fue constante en el periodismo, que criticó su falta de idoneidad y sus actividades políticas:
"Basta entre nosotros el
prestigio del paisano grosero y sin educación, sobre media docena de infelices,
para que ello equivalga a un título meritorio y se le confíen sagrados
intereses cuya importancia no conoce.
No se
busca en esos funcionarios el buen criterio, la razón, el juicio, sino
simplemente el influjo que puedan tener entre algunos desgraciados campesinos,
para llevarlos inconscientemente a formar en la masa de los electores
permanentes del gobierno."[17]
Las denuncias contra los jueces
de paz –que ocupaban el último escalón del sistema judicial y que también
cumplían funciones policiales- eran tantas y tan evidentes, que el mismo
gobierno se vio obligado a admitir que la organización de la justicia de paz,
“obra de la necesidad más que de la conveniencia, no corresponde en absoluto a
nuestros adelantos”, y que se hacía necesario que el juez no tuviera funciones
políticas y actuase “desligado de todo compromiso que le impida ser
equitativo”.[18]
En cuanto a las fuerzas policiales, objeto de tantas críticas y definidas como
“el refugio de lo que la sociedad desecha y las cárceles no recogen”[19], también generaban
dificultades a la misma elite gobernante debido a su dudosa procedencia.[20]
Así constituido a
fines del siglo, y con las falencias apuntadas, estaría en Santa Fe el sistema
judicial y policial encargado de lidiar con la cuestión planteada en torno a
los extranjeros y la criminalidad.
Al estudiar la relación entre
inmigración y criminalidad, se debe comenzar por distinguir los dos sentidos en
los que la misma puede entenderse. El primero, aquél por el cual los
extranjeros son los sujetos pasivos sobre los cuales se perpetran los actos
delictivos. El segundo, aquél que los presenta como sujetos activos de los
hechos criminales. Tanto el uno como el otro –valga la obviedad- encontraron
concreción en la realidad social santafesina decimonónica.
Durante el
período comprendido entre 1880 y 1900, la política santafesina se desenvolvió a
través de la puja entre dos grandes facciones: el oficialismo autonomista (en
sus sucesivas versiones iriondista, galvista y leivista) y la oposición liberal (a la que más tarde se
sumaría el civismo), y la identificación de los extranjeros como víctimas de
delitos fue usual en los órganos de prensa adscriptos a esta última.
El periodismo que respondía a la elite
política opositora –que tenía su bastión, como se ha señalado, en la ciudad de
Rosario- asumió la permanente misión de noticiar casos en los cuales residentes
extranjeros resultaban lesionados en sus intereses materiales o en su
integridad física.[21]
Como la visión que presentaba a los extranjeros como víctimas era un argumento
propio de la oposición, esa imagen sería más fuerte en Rosario, en donde dicha
oposición contaba con mayores medios para su prédica, a través de consolidados
periódicos que gozaban de una fuerte inserción local y regional, como La
Capital y El Municipio, y en donde, además, el importante colectivo
de origen inmigratorio radicado en ella y su zona de influencia multiplicaba
–en relación, por contraste, con la ciudad capital- el número de los casos a
denunciar. La intencionalidad de esas denuncias
resulta clara: además de la de defender un segmento de la población muy
apreciado por los liberales[22], ellas permitían inculpar
a la elite capitalina gobernante por la inseguridad existente en la provincia
en general y, en particular, en la campaña poblada por colonos inmigrantes.[23] Estos últimos se
presentaban como un segmento de la población especialmente expuesto a sufrir
las consecuencias del bandolerismo rural, un problema de vieja data común a
toda la región pampeana, que había encontrado en los nuevos habitantes de las
hasta entonces casi desérticas extensiones múltiples potenciales víctimas.[24] Mientras las autoridades
locales subalternas poco hacían para evitar que esos hechos ilícitos se
produjeran, el reproche de la prensa se haría oír con insistencia durante todo
el período objeto de estudio: “Mal, muy mal está la justicia de
jurisdicción superior, pero está mucho peor la justicia inferior. Esos jueces
de paz son no solamente la rémora, sino el insalvable obstáculo que impide el
desarrollo material de nuestras colonias, en gran parte.”[25]
Sólo hacia el fin del siglo, con un cambio de orientación política en el
gobierno santafesino[26],
la prensa hasta entonces opositora se mostraría confiada en la superación de
los males que habían aquejado por décadas a los pueblos de campaña[27],
en tanto que restaba responsabilidad al ejecutivo provincial con respecto a los
crímenes aún existentes para atribuírsela a las autoridades locales encargadas
de llevar a la práctica los propósitos de orden y garantías individuales
sostenidos por el gobierno.[28]
Reflejo de la preocupación del nuevo gobierno por reducir la criminalidad en la
campaña fue un proyecto del ejecutivo tendiente a eliminar la posibilidad de
libertad provisoria bajo caución en los casos de delito y hurto, y que, acogido
favorablemente por la Legislatura, fue convertido en ley en diciembre de 1898.[29]
La situación de inseguridad que debían afrontar en la campaña los extranjeros
inmigrantes, no obstante, seguía dejando que desear, según el juicio emitido
para entonces en su tesis ante la Universidad de Buenos Aires por Antonio
Cafferata:
"Por
lo demás, el mejor medio de atraer la inmigración es garantir absolutamente en
toda la República la seguridad de las personas y de los bienes sin dejarlas a
merced de los criminales de nuestras campañas, cuando no de las autoridades que
allí existen; es asegurar una justicia pronta, barata y eficaz que no sólo se
administre con arreglo a derecho y equidad sino que reprima o castigue
severamente cuantos abusos se cometan con el habitante pacífico y honesto.
De nada
les serviría el suelo fértil y el abundante producto de nuestros sembrados si
después de conseguido ha de ir el comisario, el juez de paz o sus protegidos a
arrebatárselo."[30]
Estas ideas ya habían sido
desarrolladas en años anteriores por la prensa de oposición sureña. A juicio de
los sectores de la elite que se expresaban a través de ella, los gobiernos
autonomistas, con su descuido, comprometían el éxito mismo de la causa
inmigratoria, ya que el flujo podría detenerse si los europeos que deseaban
trasladarse a estas tierras tomaban conocimiento de la ausencia de garantías
individuales.[31]
La crítica se veía potenciada, además, porque en muchos casos eran los mismos
jueces y autoridades policiales los que aparecían como directamente
responsables o cómplices de los hechos denunciados[32], entre cuyas víctimas se
contaban incluso mujeres inmigrantes.[33] Los abusos cometidos por
las autoridades locales hacia los extranjeros merecieron un extenso lugar en
las crónicas de la época, en las que, invariablemente, los segundos eran
quienes tenían la razón.[34] En 1884, el rosarino La
Capital, enrolado en la corriente liberal mitrista,
alertaba: “En un pueblo donde los comisarios estaquean a honrados extranjeros y
se les absuelve de culpa y pena, [...] la vida de sus habitantes está en
peligro.”[35]
Años después, sostenía: “Jueces hay y comisarios también que son verdaderos
señores de horca y cuchillo, verdugos en toda la acepción de la palabra que
parodiando a Alberdi, pero de una manera siniestra, creen que ‘apalear es
poblar’”.[36]
El Municipio, por su parte, advertía que las autoridades de campaña
“destruyen con sus actos por una parte, lo que la inmigración y la fecundidad
de nuestro suelo levantan por otra”.[37] Según este diario de
Rosario, más tarde enrolado en el civismo:
"El gobierno sabe que en la
mayor parte de las colonias ejercen mando absoluto individuos que ni por sus
sentimientos, ni por sus condiciones intelectuales, están preparados para los
cargos que desempeñan. Sabe que [...] aquellos mineros de la tranquilidad del
poblador europeo, van abriendo la fosa del crédito de la provincia y dando
margen a protestas diarias que de aquí van a Buenos Aires, y de allí al viejo
mundo, a desmentir nuestras aparatosas manifestaciones de protección al
inmigrante. [...]
El colono mal tratado por la
justicia de su juez de paz, sabe que allí, dentro de las fronteras de su
colonia, concluyen de hecho sus recursos de derecho, y que aventura para
siempre su tranquilidad y sus bienes si pretende ir en busca de fallos más
rectos allí adonde funcionan tribunales superiores.
La independencia de los jueces,
que es garantía de la ley y del derecho, en donde la ley y el derecho se
respetan, no existe entre nosotros [...]"[38]
Claro está que desde las esferas
gubernamentales se trataba de levantar estos cargos, y la prensa que respondía
a la elite oficialista capitalina negaba asidero a las denuncias formuladas. En
una ocasión, por ejemplo, según una noticia del rosarino El Mensajero,
recogida por el santafesino galvista Nueva Época:
“El
presunto martirizado [un italiano] extrañóse tanto de
la narración [hecha por La Capital], como el martirizador [el capitán
acusado]. Dijo que en vez de haber sido maltratado como se suponía, se le
habían, hasta cierto punto, prodigado atenciones, por lo que estaba
agradecido.”[39]
Las imputaciones contra las
autoridades se presentaban a veces envueltas con cuestiones de “nacionalidad” y
los empleados policiales y los “caudillejos” criollos
de la campaña eran acusados de ensañarse con los habitantes de otras
nacionalidades.[40]
Algunos titulares pecaban de sensacionalistas: “Bárbaro atentado policial.
Falta de garantías para los extranjeros” y “Persecución a los extranjeros. Los
italianos fuera de la ley. Impunidad de los asaltos policiales”, eran los
enunciados de dos noticias que referían los golpes de machete propinados por
agentes policiales a un italiano en Rosario; la conclusión de El Municipio
era drástica: “Lo que hay es que siendo extranjero y sobre todo italiano, los
agentes de la autoridad se creen dispensados de todo vejamen [...] Ya lo saben
los italianos: han de emigrar, han de morir defendiéndose contra la canalla o
han de soportar con mansedumbre toda clase de martirios.”[41]
También los bandidos rurales parecen haber
privilegiado como presas de sus actos –en general, robo acompañado de atentados
contra la persona, cometidos muchas veces bajo la protección o apañamiento de
las autoridades- a los colonos inmigrantes por sobre los estancieros criollos,
en una elección en la que no habrían estado exentas las razones étnicas.[42]
En rigor de verdad, los jueces de
paz –a menudo individuos ignorantes, prepotentes y serviles al poder político-
acostumbraban hostilizar al elemento extranjero, si bien debe aclararse que
estas fallas eran propias de la época y comunes en más de una provincia.[43] También debe admitirse
que no sólo los extranjeros eran víctimas de las autoridades policiales y
judiciales inferiores y que, más que cuestiones de nacionalidad, muchas veces
eran la incompetencia o venalidad de los funcionarios las que daban lugar a los abusos
perpetrados sobre los habitantes, más allá de su origen nativo o foráneo.
“Resentimientos personales”, intentos de soborno y amenazas eran señalados
explícitamente en algunos expedientes levantados, como directas causales de los
abusos de autoridad perpetrados.[44]
Como señala Tulio Halperin Donghi,
la ubicación de muchos inmigrantes en los niveles más
bajos de la población era una de las causas principales de que éstos quedaran
expuestos –al igual que tradicionalmente lo habían estado los sectores criollos
humildes- a “la arbitrariedad y la brutalidad administrativas” de las
autoridades locales, independientemente de las cuestiones étnicas.[45]
Entre los casos informados por la
prensa –y al margen de los cometidos por las autoridades-, también deben
consignarse aquellos en los cuales incautos e ingenuos extranjeros caían
víctimas de estafas urdidas por la “viveza criolla” o de facinerosos que se
aprovechaban de su necesidad económica. Al respecto, en 1889 La Capital denunciaba
la existencia de “comisionados expresos de algunos lupanares de Buenos Aires,
que corren detrás de las familias de inmigrantes recién llegados al país, para
contratar a jóvenes hijas de familia, con engaños, por supuesto, pretextando
darles colocación honrosa, para ser luego conducidas a aquellos centros de
corrupción.”[46]
Para la elite gobernante
santafesina, en tanto, el padecimiento de delitos por parte de los extranjeros
constituía un verdadero problema. Además de tener que soportar la crítica de la
prensa opositora sureña y la conformación de peligrosas solidaridades étnicas
que desembocaban en la rápida concertación de decenas o cientos de hombres
armados dispuestos a defender a su connacional[47], debía hacer frente a los
continuos reclamos de los representantes diplomáticos[48], “ángeles guardianes” de
que carecían los elementos criollos[49], que se atrevían a poner
en cuestión al sistema judicial de la provincia alegando que las fallas en éste
eran las que impedían el castigo de los culpables.[50] No faltaron casos,
inclusive, en que grupos de residentes extranjeros reunieron pruebas que
remitieron a sus respectivos gobiernos, a fin de que interpelaran y reclamaran
del argentino la resolución del asunto.[51] La intervención de los cónsules
extranjeros era solicitada desde la misma prensa de oposición, a pesar de que
ello fuese en desmedro de la soberanía nacional.[52] En 1884, Mariano Echagüe,
el ex-jefe de policía de la ciudad capital, acusado de haber “martirizado” a un
belga en la cárcel, se defendía de la “calumnia”, alertando sobre dicho
proceder y negando la “gringofobia” que se le
achacaba:
"Se nos quiere presentar
como enemigos sistemáticos del elemento extranjero [...]
Los
agentes comerciales que las naciones amigas acreditan en nuestro país se tornan
en fiscales públicos, formando una especie de Tribunal sui generis, alentados
por algunos periodistas extranjeros (y lo que es peor aun por algunos
nacionales) interviniendo aun con pretextos fútiles en el mecanismo
institucional del país y presentándonos a cada paso el fantasma de las
intervenciones extranjeras. No apelan a los Tribunales, ejercitando todos los
recursos que las leyes les confieren; se dirigen a los cónsules y
vice-cónsules, elevando cualquier querella de carácter correccional a una
cuestión internacional. Quieren algunos que nuestros jueces juzguen a los
extranjeros bajo la amenaza de los fuegos de escuadras europeas."[53]
Hubo algunos casos de singular
resonancia. Como el ocurrido en Rosario en enero de 1889, debido a la detención
indebida y maltrato de catorce italianos por parte de la policía. El recurso de
habeas corpus entablado por el cónsul de esa nacionalidad derivó en la
inmediata liberación de los presos dictaminada por el juez –a la que, no
obstante, el jefe político intentó resistir- y avalada por la cámara de
apelaciones. Lo inusual de la manera en que quedó resuelta la cuestión, con el
fallo de la justicia a favor de los detenidos, animó a un grupo de italianos a
levantar una suscripción a fin de obsequiar con una medalla de oro al juez
interviniente.[54]
Ese mismo año, tres hechos más cobrarían especial notoriedad pública. A fines
de octubre, un sastre italiano detenido por embriaguez sufría serios maltratos
en el departamento de policía en el que permanecía detenido.[55] Casi simultáneamente, era
un joven alemán la nueva víctima inocente de la violencia policial. La
colectividad alemana de Rosario se organizó para protestar en contra de la
policía y reclamó la intervención diplomática, que efectivamente tuvo lugar;
sin embargo, la causa quedó poco después en el olvido.[56] En diciembre era un joven
español empleado en el cuerpo de bomberos –fuerza agregada a la policía-, quien
sufría los abusos de la policía rosarina, hecho que levantaba la indignación y
movilización de la colectividad española.[57] La repercusión alcanzada
por esta serie de arbitrariedades policiales, cometidas durante 1889, tenía un
claro origen: la campaña asumida por El Municipio en contra del jefe
político de Rosario, el galvista Mariano Mazza, y concretada
a través de la denuncia de los sucesivos “martirologios policiales”.[58] La preocupación
demostrada por un sector de la elite provincial con respecto a la integridad
física de los extranjeros mencionados, entonces, se encontraba, en primera
instancia, determinada por motivaciones de índole política, y sólo
secundariamente respondía a una genuina corriente de simpatía hacia los mismos.
La presión del periodismo de
oposición y de los representantes diplomáticos se hizo sentir especialmente
durante los últimos meses de 1893 y al inicio de la gobernación de Luciano
Leiva (1894-1898), coyuntura marcada por el resentimiento entre criollos y
extranjeros, producto de los sucesos recientes de la historia provincial. La participación de
grupos de extranjeros en las revoluciones radicales de julio y septiembre de
1893 y las simpatías de los colonos por la Unión Cívica habían conducido a un
estado de exaltación y de cierta animosidad por parte de las autoridades
locales criollas hacia los inmigrantes.[59] Alentados por los caudillos que respondían a los
elementos de la elite autonomista desplazada del gobierno por la revolución
radical de julio del ’93, grupos de criollos desplegaron contra los colonos
acciones violentas que incluyeron saqueos, detenciones, violaciones y muertes
sangrientas. En algunos casos, con el pretexto de buscar armas, saqueaban las
viviendas de los colonos llevándose todo lo que encontraban a mano, aduciendo
burlonamente que “los gringos no necesitan de esas cosas”.[60]
A fines de 1893, por ejemplo, un suizo de la colonia Crespo denunciaba que
“cinco individuos armados, pertenecientes a un destacamento al mando del señor
Salvador Leiva, penetraron en su casa apoderándose de los siguientes objetos:
dos trajes completos de un valor de 80$, un poncho, un lazo, cuchillos,
riendas, valorados en 57$, varias piezas de arreo, valuadas en 25$, dinero
efectivo 25$”.[61] Los
representantes diplomáticos, entonces, se movilizaron de manera especial a
favor de sus connacionales.[62]
El accionar delictivo de aquellos caudillos en contra de los extranjeros, de
todos modos, estaba guiado más que por móviles étnicos o “nacionales”, por
cuestiones políticas y era sobre los elementos opositores sobre los que
comúnmente se concretaban las tropelías. También razones políticas eran las que
llevaban a la prensa opositora a encabezar casi a diario una columna con el
irónico título “La campaña es habitable”[63]
y a destacar que “los funcionarios de campaña son declarados enemigos del
colono, salvo rarísimas excepciones, y lo que debería ser una comuna
perfectamente organizada viene a quedar en una toldería de indios salvajes.”[64]
Hacia el fin del siglo, en tanto, el mejoramiento de
las fuerzas policiales quedó evidenciado –según el juicio emitido por el
gobernador Iturraspe en su mensaje a la Legislatura
de 1900- en el hecho “de que no se producen más esas frecuentes quejas que los
agentes consulares formulaban ante el gobierno en representación de súbditos de
su nacionalidad, que se decían víctimas de abusos y atropellos de las autoridades
policiales.”[65]
El análisis de
diversos expedientes evidencia que, ante las reclamaciones diplomáticas, las
autoridades provinciales intentaban mostrarse diligentes en el esclarecimiento
de los hechos, iniciando las respectivas averiguaciones y pedido de explicaciones
a sus subalternos; pero en la generalidad de los casos, todo no pasaba más allá
de cubrir las formalidades y los sumarios levantados –que reunían declaraciones
contradictorias de testigos muchas veces serviles a los mismos funcionarios
cuestionados- rara vez llegaban a comprobar que se hubiese cometido algún tipo
de abuso o delito contra el o los extranjeros en cuestión. En 1892, por
ejemplo, a raíz de un disturbio en Venado Tuerto durante el festejo de los
italianos del 20 de Septiembre, en el que un agente policial habría herido a
uno de ellos, la reclamación del representante del rey de Italia en Buenos
Aires fue desestimada, luego de que fuesen recolectados numerosos testimonios
divergentes a partir de los cuales simplemente se concluyó que había habido un
poco de exceso de alcohol.[66]
También hubo situaciones en las que, directamente, el gobierno provincial
rechazó por infundados los reclamos de los representantes extranjeros,
calificándolos de fuera de lugar y respaldando a las autoridades subalternas.[67] Las
denuncias formuladas contra éstas fueron negadas en el mismo recinto de la
Cámara de Diputados de la Nación por el galvista José
Ignacio Llobet, quien trató de reducir las múltiples
críticas que se les hacían a un simple ardid de la prensa opositora sin
sustento real[68],
en tanto que los actos abusivos admitidos no pasaban de ser responsabilidad de
meras individualidades: “resultaba este hecho curioso, como efecto de la
propaganda apasionada de los diarios opositores: porque un juez de paz, infeliz,
se había quedado con el importe de una multa de diez o veinte pesos, todos los
jueces de paz habían cometido el mismo delito!”[69] No
faltaron casos, tampoco, en que las investigaciones realizadas se volvieron en
contra de las supuestas víctimas; las conclusiones de un sumario levantado a raíz de
las heridas que dos agentes policiales de Rosario habían infringido a dos
italianos y que arribaban a que, en realidad, los agresores habían sido estos
últimos, haría ironizar a La Capital: “La metamorfosis no está mala. De
víctimas se han convertido en victimarios.”[70]
Cabe indicar, de todos modos, que en
diversas ocasiones las denuncias del periodismo y las presentaciones de los representantes diplomáticos fueron atendidas, y las acusaciones contra jueces de paz y policías
santafesinos dieron lugar a sumarios[71] que, llegada la
oportunidad, derivaron en destituciones o multas.[72] Porque, más allá de lo
declamado por la prensa de oposición, también para la elite gobernante la causa
inmigratoria merecía ser atendida ya que la economía provincial descansaba
sobre sus bases y, además, le resultaba funcional evitar el descontento de los
colonos y el reclamo diplomático consiguiente.
Otras veces, en cambio, eran los
extranjeros los que cometían los actos delictivos. En algunas oportunidades,
era el mismo deseo de “hacer la América” en el menor tiempo posible y de poder
remitir dinero a los familiares que habían permanecido en Europa, lo que
llevaba a cometer delitos menores a inmigrantes que formaban parte del pueblo
común y que no podrían ser consignados bajo el calificativo de criminales.[73] En otras ocasiones, las
más, se trataba de individuos de malos antecedentes, que llegaban
entremezclados entre los contingentes inmigratorios, y que constituían uno de
los principales grupos de la inmigración “indeseable”. En general, se los
encontraba en las grandes ciudades cosmopolitas, y respondían a uno de los
estereotipos argentinos más célebres de fines del siglo XIX: el “ladrón
urbano”.[74] Con respecto a este punto,
se refleja en las fuentes oficiales y periodísticas de la época el interés de
la elite dirigente por determinar el origen nacional o extranjero de los
detenidos[75]
y la preocupación que a ésta le causaba el importante número de los que poseían
otras nacionalidades. La comprobación de que en los contingentes inmigratorios
se colaban asesinos y ladrones hacía redoblar los esfuerzos por evitar la
llegada de estos elementos, a la vez que daba argumentos a los partidarios de
una política selectiva con respecto a la inmigración. En su memoria de 1887
presentada a la Legislatura, el ministro de Gobierno Juan M. Cafferata se
refería a las dificultades existentes para organizar la policía en la
provincia, agravadas por la presencia de la población extranjera:
"[...] en poblaciones poco
densas y muy diseminadas como las nuestras, aquellos inconvenientes son todavía
mayores, y mucho más si a esto se agrega que nuestro crecimiento no es todo por
generación, sino en su mayor parte por inmigración, produciendo esto mismo
agregaciones cosmopolitas con sus hábitos formados y sus costumbres hechas, que
no son siempre los mejores hábitos y las mejores costumbres. De aquí es que en
las estadísticas policiales no figure en mayor número la población indígena,
sin que esto importe un descrédito para la inmigración, que sin duda sería de
mayores beneficios para el país, si estuviera sujeta a cierto examen y
clasificación discreta por aquellos que la atraen y la dirigen a la República."[76]
El ministro aparecía en sintonía
con el jefe del ejecutivo provincial: José Gálvez sostuvo en su mensaje de 1888
que la
perpetración de crímenes y delitos no acusaba “deficiencias policiales, sino
deficiencias de moral” y que se hacía preciso “no confundir la causa de este
mal” para poderla combatir “con la energía que es necesario en este país
abierto a todos los hombres del mundo que quieran habitarlo”.[77]
Años más tarde, ya como gobernador, Cafferata
aportaba datos sobre la delincuencia en Rosario, la ciudad más populosa de la
provincia “y por consiguiente de mayor criminalidad”. Si bien la cifra de
detenidos durante 1892 arrojaba una mayoría de argentinos, Cafferata se ocupaba
de demostrar que, relativamente, la criminalidad era mayor entre los
extranjeros, dado su porcentaje poblacional.[78] Para la elite católica
gobernante, además, los altos índices de criminalidad existentes en la ciudad
de Rosario encontraban su origen en la falta de religiosidad y de moralidad de
sus habitantes –de lo que era un índice la escasez de templos, señalarían los
diputados Carrasco y Sempé en la Legislatura-,
producto de la diversidad ideológica y de la composición heterogénea de la
población, problemas que, en cambio, no existían en la ciudad capital.[79]
Ideas similares campeaban en las
páginas del diario oficialista de la ciudad de Santa Fe, Nueva Época,
que, por un lado, minimizaba el grado de criminalidad existente en Rosario
contradiciendo así las afirmaciones de la prensa local opositora y, por otro
lado, atribuía los hechos delictivos existentes a la composición cosmopolita de
la población de esa y otras grandes ciudades:
"Pero, si todo esto se toma
en cuenta, es necesario conocer en qué circunstancias se pasa.
No es por cierto debido a que el
carácter del natural sea malo o pervertido. Fuerza es convenir en que al Rosario
afluye en inmigración gran cantidad de hombres de todos los países que importan
sus instintos, sus costumbres y su manera propia de vida, quedándose allí la
mayor parte y siendo ellos los que suministran generalmente la estadística que
tan fantásticamente se comenta."[80]
El pequeño círculo galvista existente en la ciudad sureña también tendría su
palabra que decir al respecto, a través de un artículo atribuible a David Peña
y publicado por el periódico La Opinión, que
se quejaba de que a la inmigración se la había “aceptado siempre sin beneficio
de inventario, entrando en el montón los coléricos del Perseo, los tuberculosos
que desbordaban en los hospitales de Buenos Aires y los criminales que aun hoy
aterrorizan al Rosario.”[81]
Afirmaciones como la enunciada en
tono burlón en la Legislatura provincial por el diputado Clusellas –en medio de un debate al que nada aportaba la
referencia a la nacionalidad de los detenidos-, acerca de que la mitad de los
presos estaba compuesta de extranjeros italianos, por
otra parte, reflejaban la percepción que se había labrado la elite gobernante
acerca del asunto.[82]
Para la dirigencia oficialista
santafesina –según se deduce de los ejemplos citados- el mal existente en la
sociedad venía “de afuera”, traído por gentes con otras costumbres distintas de
las nacionales. La necesidad de refrendar los propios actos de gobierno se veía
teñida así con una suerte de prejuicio étnico que hacía atribuir casi con
exclusividad al cosmopolitismo, problemas –como el de la criminalidad, en el
caso que nos ocupa- que, en realidad, resultan inherentes a cualquier organismo
social. La representación social del “otro” extranjero, por parte de la elite
oficialista, reflejaba entonces una “dualidad discursiva”[83] que, a la vez que
consideraba a la inmigración como un valor que debía fomentarse –abundan las
expresiones en ese sentido en memorias, mensajes, declaraciones y editoriales
periodísticos-, focalizaba en esa misma inmigración los males sociales
existentes, al punto de no percibir su presencia también –la cita de Nueva
Época resulta ilustrativa al respecto- en el elemento nativo.[84]
Con respecto a los extranjeros
criminales, además, el gobierno provincial se veía obligado a soportar la
situación de excepción planteada por su origen foráneo, que hacía que aquéllos
aprovecharan la lejanía de su tierra para perpetrar delitos escudados en el
anonimato[85],
que recibieran manifestaciones de apoyo de sus connacionales[86], o que se sintieran
impunes.[87] A los defectos del
sistema judicial argentino –en cierta ocasión, un inglés de buena posición
acusado de un crimen diría que ello no le preocupaba, ya que “con cincuenta
pesos tenía bastante para comprar a todos los jueces argentinos” y,
entretanto, pagaba a testigos para que declararan a su favor[88]-, se sumaba la protección
que sobre ellos ejercían los representantes diplomáticos[89] y el hecho de que podían
apelar a la Justicia Federal (artículo 100 de la Constitución Nacional). Esta
cláusula era considerada por los liberales beneficiosa para la atracción de
inmigrantes:
"[...] para rodear de
mayores garantías al extranjero en la distribución de la Justicia, ha sido
creado en su provecho exclusivo, una jurisdicción excepcional o de privilegio,
que sustrae a los tribunales de las provincias, es decir, a las influencias y
pasiones de las localidades, las causas en que chocan los extranjeros con los
naturales o vecinos de aquellas. De estas querellas convencen y fallan los
tribunales de la Nación."[90]
Pero esta situación de
privilegio, en cambio, despertaba la aprehensión de la elite gobernante
capitalina, la que fue puesta de manifiesto por el galvista
Zenón Martínez en la convención constituyente provincial de 1890:
"La condición individual del
extranjero no puede ser superior a la del ciudadano, al mismo tiempo que todo contribuye
a hacerla más ventajosa y a rodearla de mejores garantías si se quiere. Jueces
nacionales alejados de toda sospecha de influencia local le administran recta e
imparcial justicia, tratados internacionales y representantes diplomáticos
contribuyen a garantir la efectividad de sus derechos. El ciudadano carece de
esos medios extraordinarios de hacer prácticos sus derechos, y la experiencia
nos enseña que el hombre del pueblo es menos respetado, por esta causa, que el
extranjero."[91]
Para
dar solución a algunos de los problemas planteados por la situación de
excepcionalidad jurídica de que gozaban los extranjeros, el gobierno provincial
solicitaría la creación de un segundo Juzgado Federal en la provincia, a más
del existente en Rosario, ya que consideraba que éste no era suficiente para
llenar las necesidades causadas por la numerosa población inmigrante.[92]
El
radio de acción de los extranjeros criminales no se limitaba a las grandes ciudades,
sino que se extendía por la campaña, en la que había quienes –si bien en una
proporción mucho menor- se dedicaban a actividades delictivas tradicionalmente
vinculadas a los elementos criollos: el bandolerismo y el cuatrerismo o
abigeato. En estos casos, los principales damnificados por sus acciones eran
los miembros de las elites santafesinas, propietarios dedicados generalmente a
la explotación ganadera, y este era un nuevo motivo de alarma para la
dirigencia provincial.[93]
Quienes desde la
oposición sureña se mostraban como los paladines de la causa inmigratoria, en cambio,
relativizaron la importancia de la presencia de delincuentes extranjeros y su
acción perniciosa sobre la sociedad, recargando toda la responsabilidad de la
criminalidad sobre el elemento nativo, en especial, aquél vinculado a las
esferas oficiales: “[...] hay parajes en que no el indio ni el bandido
extranjero constituyen una amenaza para los pobladores, sino el vecino de malas
costumbres que por estar vinculado a los hombres de mando o ejercer un puesto
cualquiera se cree facultado para dar rienda a sus instintos y ejecutar sus
malos propósitos [...].”[94] Además, defendieron a los
presos extranjeros que, más allá de sus delitos, sufrían maltratos en la
cárcel: “Prescindamos del delito cometido por el infeliz [un italiano acusado
de homicidio] [...] para ocuparnos de ese vandalismo carcelario que llega hasta
negar la asistencia médica a un hombre, un ser humano que se muere y pide por
compasión lo que sólo una fiera negaría -un poco de caridad, un insignificante
remedio.”[95]
La referencia a las dificultades idiomáticas y la necesidad de la utilización
de intérpretes para permitir la defensa a los detenidos también tuvo lugar en
la prensa de oposición[96], que acostumbraba
minimizar las faltas cometidas por aquéllos:
"Entran presos individuos
extranjeros que no articulan una sola palabra en castellano y que por señas
únicamente se les puede hacer entender.
Moreno como capataz les ordena
que barran o saquen agua, pero como los infelices no comprenden ni jota se
quedan parados, siendo esto lo bastante para que el dicho capataz los tome a
empujones, los sacuda contra la pared y hasta quiera darles de escobazos cuando
no golpes de puño.
¿Hay razón
para que un criminal de esta naturaleza aje a hombres honrados, presos
únicamente por el delito de la embriaguez?"[97]
Nuevamente aquí, además,
aparecían las referencias a las cuestiones de nacionalidad y al atentado a la
política inmigratoria:
"Las palizas y los culatazos
no escasean [en la cárcel] y, según las denuncias, las víctimas son siempre,
extranjeros.
En esta época, es probable que
nuestras autoridades crean que ese sistema es el mejor para atraer inmigración
a nuestro país; tal es el criterio que precede a todos los actos
administrativos. [...]
Nótese también, que las víctimas
que han expuesto sus quejas son extranjeros, agregándose que los castigos se
aplican sólo a ellos.
Este hecho
solo bastaría para la formación de un proceso ruidoso y la condenación más
severa hacia los que propenden el descrédito del país, cuyo progreso se debe
precisamente a la inmigración que nos viene del viejo mundo."[98]
Esta referencia a la falta de prestación de
cuidados médicos a los extranjeros que llegaban a la cárcel con heridas –o que
las adquirían dentro de sus paredes- resulta más que frecuente en las denuncias
de la prensa y en los expedientes judiciales: “El herido [...] estaba para ser
conducido en casa de un médico para su curación, pero pasando adelante al
juzgado, aquel juez de paz lo obligó a bajarse del coche en donde iba,
obligándolo a quedarse bajo un galpón que sirve allá de cárcel, sin
consideración alguna por el estado en el cual encontrábase,
perdiendo mucha sangre.”[99]
Como se ha señalado,
anteriormente, sin embargo, difícilmente podría afirmarse que los delincuentes
extranjeros –gracias a la protección consular- se encontraran en una
inferioridad de condiciones con respecto a los argentinos frente al maltrato
policial, y eran estos últimos los que debían soportar en principal medida
duras condenas que incluían levas militares y el servicio en las fronteras.[100]
Un tipo particular de criminal
llegó a contar con el aplauso de la prensa opositora más radicalizada: aquel
que se volcaba al crimen político. Así, fueron razones de índole política las
que llevaron al civismo rosarino a defender a los extranjeros involucrados en
los atentados cometidos contra la persona del general Julio A. Roca. En este
caso, para El Municipio, la acción se revestía con las características
del patriotismo argentino, más allá de la nacionalidad de origen de los
implicados: “Tres personalidades distintas, tres valientes, tres patriotas. Un
argentino, un italiano y un español. El bien no tiene fronteras y dentro de la
libertad no deben caber ciudadanías determinadas [...]. Monge, Sambrizze y Baliñas son
individuos de la gran familia humana [...], son tres almas benditas que
intentaron sin éxito la regeneración de un país esclavo, glorificando el
asesinato político.”[101] Para Sambrizze,
que era apenas un niño, el diario de Deolindo Muñoz sugirió que se pidiera la
injerencia del ministro de Italia a fin de protegerlo de los malos tratos que
recibía en la cárcel, justificando así la intervención diplomática.[102]
La relación entre los extranjeros
y la criminalidad cobró un nuevo giro a raíz de los casos de linchamiento que
tuvieron lugar durante 1892 y 1893. Cansados de sufrir vejámenes y de ser
víctimas de delitos que quedaban impunes, algunos habitantes extranjeros de la
campaña resolvieron hacer justicia por manos propias y, en varias colonias, se
cometieron linchamientos de criminales. En marzo de 1892, tuvo lugar un
linchamiento en Moisesville, “una de las colonias más
remotas de la provincia de Santa Fe”, en la persona de un gaucho que había
violado a la esposa de un colono.[103] Al año siguiente, un
sonado caso se produjo en Cruz Alta, en la provincia de Córdoba, en donde un
grupo de extranjeros ajustició a uno de los asesinos de una familia entera de
colonos.[104]
En Sastre, fueron cuatro los criollos criminales sobre los que se aplicó la "ley
Lynch". Finalmente, en agosto de 1893, colonos suizos dieron muerte a dos
famosos asesinos, los hermanos Monsalvo, en la
localidad de Carcarañá –al sur de la provincia de Santa Fe-, instalando un
debate en la sociedad acerca del asunto.[105]
Esta implantación de una práctica cultural
extranjera tan violenta en tierras argentinas tuvo una honda repercusión. La
elite oficialista santafesina aprovechó el tema en la campaña de desprestigio
de los extranjeros que inició a raíz de las revoluciones radicales.[106]
Los suizos linchadores fueron presentados como
criminales y victimarios, que venían a instaurar una costumbre exótica y
peligrosa desconocida hasta entonces en el país, en donde el criollo estaba
“acostumbrado a dirimir mano a mano las ofensas”.[107]
El hecho de que los sucesos de Sastre y Carcarañá se hubiesen cometido durante
el período en el que la provincia estuvo en manos de los revolucionarios
radicales y del gobierno de la Intervención Nacional añadió un componente
político extra, y sirvió al galvismo para acusar a
unos y otros de intentar el exterminio del criollaje, introduciendo así la
“cuestión nacional” de moda.[108]
La versión elaborada por este sector sobre el episodio de Carcarañá, expuesta
en el Congreso por el diputado Llobet (en realidad Llobet confundió los sucesos de Carcarañá y Sastre),
prácticamente absolvía de culpa a los asesinos ajusticiados, por lo que dejaba
fuera de contexto a la reacción extrema de los colonos:
"Cuatro criollos –de buenos
antecedentes, según las resultancias del sumario, teniendo solamente uno de
ellos carácter pendenciero (son las palabras textuales) cometieron no sé qué
desorden, qué atropello o qué delito. Apresados por el juez de paz, los colonos
se reúnen, se arman y sacan del juzgado a los detenidos; los conducen a un
paraje próximo al pueblo y allí los linchan.
Más de doscientas heridas presentaban los
cuerpos de esos infelices, que fueron arrastrados luego hasta recibir
sepultura. Inmediatamente los linchadores ordenan a
las familias de las víctimas que abandonaran el lugar –y así tienen que hacerlo
éstas, llevando a sus hijos en sus brazos donde los amparara la Providencia!"[109]
En el extremo opuesto se ubicó el juicio de
la prensa opositora sureña. Ésta, que hasta hacía poco había tenido conceptos
duros acerca de unos linchamientos practicados en Estados Unidos[110],
se volvió comprensiva de este tipo de ajusticiamiento por parte del pueblo y
justificó a los colonos que habían debido defenderse por propia cuenta frente a
la indiferencia de las autoridades provinciales: “¿Debemos condenar a los
colonos que ven su hogar mancillado, sus intereses saqueados y sus deudos
asesinados, al aplicar la terrible y sumaria ley Lynch?”[111]
Según la visión de este sector de la elite provincial, los linchadores
eran víctimas, que habían debido actuar en defensa propia[112],
ante la inseguridad reinante:
"Es ciertamente deplorable que tales
actos se lleven a cabo en cualquier país que tenga pretensiones de
civilización, mas no puede negarse, no obstante, que ellos son a veces, y como
en el presente caso, justificados por las circunstancias, y que llegan a ser
casi un deber, por parte de una comunidad amenazada, el tomar la ley en mano
propia, en defensa de sus vidas e intereses, y cuando las autoridades cierran a
sabiendas los ojos a hechos criminales [...]"[113]
A lo largo del proceso que se instruyó a los
principales responsables del suceso de Carcarañá –si bien en el hecho habían
participado varios cientos, los detenidos fueron sólo dieciséis que, según la
prensa rosarina eran “casi los fundadores de las colonias Correa, Carcarañá y
Roldán, personas trabajadoras incansables y de honradez a toda prueba”[114],
“pacíficos y honrados extranjeros, agricultores, padres de familia”[115]-,
la prensa de la oposición provincial abogó por su libertad y sobreseimiento y,
cuanto menos, porque se les realizara un juicio rápido y benigno, con penas
leves, y reaccionó indignada ante el pedido de la pena de muerte, por parte del
fiscal.[116]
Para este sector de la elite política provincial, los detenidos “no cometieron
ningún crimen, cuando más un delito y aún eso es discutido por algunos que
analizando la cuestión desde sus antecedentes, sólo le dan el carácter de una
falta.”[117]
Para El Municipio, inclusive, lo que habían hecho los linchadores, lejos de constituir un crimen, era “un acto de
justicia”[118] y,
los linchamientos en sí, “necesarios, justificados, cohonestados por el bien
que ocasionan a la sociedad en que se ejecutan”.[119]
La instrucción del sumario y la evolución del proceso fueron utilizadas para
reafirmar los ataques al gobierno de Luciano Leiva y a la administración de
justicia de la provincia, en un conflicto que terminaría con varios editores
detenidos[120], y
el compromiso asumido por los directores de los periódicos de la oposición a
favor de los linchadores fue tal, que éstos
dirigieron públicos agradecimientos por el apoyo recibido.[121]
Resulta interesante analizar la visión de
esta cuestión por parte de un destacado miembro de la elite provincial, Gabriel
Carrasco, quien, aunque perteneciente a los círculos oficialistas, se mostró
condescendiente con los linchadores. Cuando en Moisesville fue aplicada la "ley Lynch", en marzo
de 1892, Carrasco deploró el procedimiento, pero sostuvo que “no es posible
condenar severamente a los hombres que se encuentran en un caso muy semejante
al de legítima defensa”. Clamó por una depuración de la justicia y por una
severa persecución de la criminalidad y vaticinó que, de lo contrario, los
linchamientos se sucederían cada vez más enardecidos.[122]
Cuando al año siguiente los colonos de Carcarañá apelaron al mismo método, pero
con “un carácter de empecinamiento”, y la opinión pública reaccionó alarmada,
Carrasco recordó su predicción e insistió en la necesidad de una justicia que
funcionara.[123] El
juicio de este funcionario del oficialismo, que conocía bien de cerca las
falencias del sistema judicial santafesino por haber estado al frente del
ministerio respectivo, venían a avalar las acusaciones de la prensa opositora.
Diversos sectores de
la sociedad, sin embargo, censuraron la actitud adoptada por los colonos, que
vieron mermar las simpatías despertadas a causa de las persecuciones y abusos
de los que habían sido objeto.[124]
Los colonos extranjeros se habían convertido de víctimas en victimarios a los
ojos de muchos santafesinos y pronto comprendieron que ese tipo de prácticas,
que respondían a pautas culturales propias, resultaban contraproducentes en un
país que no estaba habituado a ellas. Para reafirmar sus vinculaciones con la
patria que los había acogido y borrar los malos recuerdos que su accionar había
generado, varios de los linchadores se vieron movidos
a solicitar la carta de naturalización que los convertiría en ciudadanos
argentinos[125], en
tanto iniciaban un lento peregrinaje por las cárceles y los juzgados de la
provincia esperando se sustanciase un sumario que recién concluiría en 1898,
con el sobreseimiento definitivo de la causa.[126]
A lo largo de este
trabajo se va develando de qué manera las vinculaciones existentes entre
inmigración y criminalidad sirvieron en la Santa Fe de fines del siglo XIX para
alimentar las luchas facciosas entabladas entre los sectores oficialistas y
opositores de la elite. Estos últimos –fuertes en la región del sur provincial-
resaltaron a través de su prensa la situación de los extranjeros en tanto
víctimas de delitos perpetrados por o bajo la protección de autoridades
policiales y judiciales, en función de la crítica global acometida en contra
del gobierno santafesino. Defendieron sistemáticamente la causa de los
extranjeros y admitieron la intervención diplomática como un recurso necesario,
impuesto por las circunstancias. Aquéllos, en cambio, desde su baluarte
capitalino, se preocuparon más bien por la presencia de extranjeros en tanto
ejecutores de crímenes y centralizaron en ellos los hechos punibles visibles en
la sociedad, encontrando en sus costumbres foráneas la causa de la violencia y
el delito existentes, como una manera de diluir la propia responsabilidad en
las fallas de las que adolecía el sistema de seguridad pública de la provincia.
Con displicencia se avinieron a dar curso a las averiguaciones requeridas por
el periodismo y los representantes diplomáticos, y dejaron dormir sumarios que
rara vez llegaron a dilucidar definitivamente los sucesos investigados.
Ambas perspectivas,
a través de discursos teñidos de tinte político, parecieron intencionadamente
desconocer la complejidad planteada por la cuestión de la criminalidad en una
realidad provincial con una estructura político-administrativa y judicial aún
en proceso de consolidación y con una población heterogénea carente todavía de
una integración socio-cultural plena. El suceso de los linchamientos, a
mediados de los ’90, contribuyó a hacer bien explícitas esas dos visiones de un
mismo fenómeno social. Víctimas o victimarios, los extranjeros encontraron
adictos y detractores interesados que, más que preocuparse por su causa, muchas
veces los utilizaron para consolidar su propia cuota de poder en la arena de la
política provincial.
RESUMEN
Criminalidad y
extranjeros: ¿víctimas o victimarios? Una visión desde las elites santafesinas
(1880-1900)
Más allá del consenso del que gozó la política
de fomento inmigratorio entre las elites argentinas de la segunda mitad del
siglo XIX, la misma traía anexos, desde la visión de esas mismas elites,
diversos problemas sociales de difícil solución, entre ellos, las vinculaciones
entabladas entre “inmigración” y “criminalidad”. En este artículo se indagan
comportamientos y percepciones despertados por dicha cuestión en las elites
dirigentes santafesinas durante las dos últimas décadas del siglo XIX, y se
analiza de qué manera la evaluación de dicha relación se vio atravesada por las
luchas facciosas que oponían por entonces a los sectores políticos que
componían la elite provincial. Considerados más bien en su rol de “víctimas” o,
por el contrario, en su rol de “victimarios”, los extranjeros encontraron
adictos y detractores interesados que, más que preocuparse por su causa, muchas
veces los utilizaron para consolidar su propia cuota de poder en la arena de la
política provincial.
Palabras clave: Criminalidad - Inmigración - Extranjeros -
Santa Fe - Elite
ABSTRACT
Criminality and foreigners: ¿victims or guilty persons? A vision from
the elites of Santa Fe (1880-1900)
Beyond the consensus
that the policy of immigratory promotion had between
the argentine elites of second half of nineteen century, that policy
implicated, from the vision of those same elites, diverse social problems of
difficult solution, among them, the connexions
between “immigration” and “criminality”. In this paper are investigated behaviours and perceptions caused by this matter in the
elites leaders of Santa Fe during the two last decades of nineteen century, and
is analyzed how the evaluation of that relationship was crossed by the disputes
that opposed at that time the political sectors that composed the provincial
elite. Considered rather in their role of “victims” or, on the contrary, in
their role of “criminals”, the foreigners founded self-seeking upholders and
detractors that, more than to worry about their cause, often used them to consolidate
their own power in the provincial policy.
Key
words: Criminality - Immigration - Foreigners - Santa Fe -
Elite
Recibido: 30/04/07
Aceptado: 02/07/07
Versión final: 10/08/07
Notas
(*) El presente trabajo forma parte de un proyecto de
investigación doctoral en curso –desarrollado gracias a una beca financiada por
CONICET-, a través del cual se estudian los comportamientos evidenciados a
fines del siglo XIX por la elite dirigente santafesina frente a la problemática
inmigratoria, tomándose como eje de análisis la cuestión de la nacionalidad.
Diversos aspectos de la realidad política, social y cultural provincial
finisecular resultan abordados a través de esa perspectiva, orientada a evaluar
las percepciones, actitudes y conductas que una masiva presencia de habitantes
de otras nacionalidades generó en una elite nativa cada vez más preocupada por
las consecuencias de ese aluvión inmigratorio para el proceso de construcción
de la nacionalidad argentina, así como a determinar las acciones y medidas
implementadas a fin de nacionalizar a los inmigrantes. En esta oportunidad se
adelantan resultados sobre la vinculación entablada por parte de las elites
santafesinas entre extranjeros y criminalidad, una relación que –como tantas
otras, por esos años- se vio afectada por la “cuestión nacional”. Para la
consideración del punto de vista asumido sobre dicha relación por parte de los
sectores de la elite que detentaban los cargos públicos provinciales se ha
privilegiado la consulta de fuentes oficiales –éditas
e inéditas-, mientras que para el análisis de las visiones construidas por
parte de los sectores opositores de la elite política se ha recurrido a la
prensa –en particular, la rosarina-, medio desde donde dichos sectores acostumbraron
manifestarse. No se descarta, no obstante, en una etapa ulterior de la
investigación, complementar dichas visiones con una consulta más pormenorizada
de las fuentes periódicas de la ciudad de Santa Fe y de otras localidades de la
provincia como, asimismo, de otras fuentes oficiales más específicas.
(**) Profesora y Licenciada en Historia (UCA), Doctoranda
en Historia (Universidad del Salvador), Becaria del CONICET. Instituto de
Historia, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario, UCA. E-mail:
gabimiche@yahoo.com.ar.
[1] HALPERIN DONGHI,
Tulio, “¿Para qué la inmigración? Ideología y política inmigratoria en la
Argentina (1810-1914)”, en El espejo de la historia. Problemas argentinos y
perspectivas latinoamericanas, Sudamericana, Bs. As., 1998, pp. 191-192.
[2] DEVOTO, Fernando, Historia
de la inmigración en la Argentina,
Sudamericana, Bs. As., 2004, pp. 254-255.
[3] Para Estanislao
Zeballos –político e intelectual rosarino sumamente comprometido con la
política inmigratoria y colonizadora-, por ejemplo, un argumento a favor de la
“inmigración espontánea” era el de que aportaba contingentes trabajadores y
honestos, a diferencia de la “inmigración artificial”, reclutada por agentes
oficiales en Europa, entre la cual –según sus palabras- “no escaseaban
criminales”. ZEBALLOS, Estanislao, La rejión del
trigo (sic), Hyspamérica, Madrid, 1984 (1883), p.
201.
[4] HALPERIN DONGHI,
Tulio, op. cit., pp. 221-222. Ya desde
la última década del siglo XIX venían actuando los movimientos anarquistas en
la provincia, con fuerte presencia extranjera, despertando la preocupación de
las autoridades y soportando persecuciones policíacas. MONSERRAT, Alejandra,
“El Anarquismo rosarino y la cuestión de la organización (1890-1910)”,
en ASCOLANI, Adrián (comp.), Historia del Sur Santafesino. La sociedad
transformada (1850-1930), Platino,
Rosario, 1993. Eugenia Scarzanella ubica la inflexión
en la actitud de las elites argentinas con respecto a los inmigrantes hacia
1910 –si bien admite que ya desde los ’80 se había iniciado una discusión
crítica del programa de Juan B. Alberdi y Domingo F. Sarmiento- y sostiene que
en ese cambio mucho tuvo que ver el tema planteado por la relación entre
criminalidad e inmigración, reforzado por la idea –desarrollada por la “escuela
argentina” de la criminología positivista, sustentada en la italiana de Cesare
Lombroso y Enrico Ferri, y algunos de cuyos exponentes fueron José Ingenieros,
José María Ramos Mejía, Juan Vucetich y Osvaldo Magnasco- de la existencia de un nexo científico entre la
inmigración y el aumento de la criminalidad en el país. SCARZANELLA, Eugenia, Ni
gringos, ni indios. Inmigración, criminalidad y racismo en la Argentina.
1890-1940, Universidad Nacional de Quilmes, Bs. As., 2003, pp. 11 y 17-30.
[5] Para la
conceptualización de las elites: WEBER, Max, Ensayos de sociología
contemporánea, Planeta – Agostini, Barcelona, 1985, T. I, pp. 154-155, ACEBO IBÁÑEZ, Enrique del, y BRIC,
Roberto J., Diccionario de
Sociología, Claridad, Bs. As., 2006, p. 132, KELLER, Suzanne,
“Elites”, en SILLS, David (dir.), Enciclopedia internacional de las
Ciencias Sociales, Aguilar, Madrid, 1974, V. 4, pp. 180-183, RODRÍGUEZ
SÁNCHEZ, Carlos, “Elite”, en Di Tella, Torcuato, et. al., Diccionario de
Ciencias Sociales y Políticas, Emecé, Bs. As.,
2001, pp. 219-222, BOUDON,
Raymond, BOURRICAUD, François, Diccionario
crítico de Sociología, Edicial, Bs. As.,
1993, pp. 245-252, y MEGÍAS, Alicia, La formación de una elite de
notables-dirigentes. Rosario, 1860-1890, Biblos,
Rosario, 1996, pp. 21-27.
[6] Se debe aclarar que,
al hablar de ciudad de pertenencia, se hace con criterio amplio, es decir, no
limitada al lugar de nacimiento de los diversos miembros de las elites, sino
como el lugar en el que éstos se encontraban radicados, en el que tenían sus
intereses económicos y laborales y al que se sentían identificados y unidos por
diversos vínculos familiares, sociales y culturales.
[7] Estos tres
movimientos políticos, de carácter personalista, tomaron su nombre de sus
líderes: Simón de Iriondo, José Gálvez y Luciano Leiva,
y ocuparon el gobierno, en forma sucesiva, durante la mayor parte del período
bajo estudio.
[8] ZEBALLOS,
Estanislao, op. cit., pp. 47-48, MEGÍAS,
Alicia, op. cit., pp. 46-79, 84 y
141-142, GALLO, Ezequiel, La pampa gringa, Edhasa,
Bs. As., 2004, pp. 126-130 y 269, DE MARCO (h.), Miguel Ángel, Santa
Fe en la transformación argentina, Museo Histórico Dr. Julio Marc, Rosario,
2001, pp. 126, 304, 407 y 431-442, y FALCÓN, Ricardo, MEGÍAS, Alicia, PRIETO,
Agustina y MORALES, Beatriz, “Elite y sectores populares en un período de
transición (Rosario, 1870-1900)”, en ASCOLANI, Adrián, op.
cit., pp. 76-78.
[9] El estudio del
sistema de policía y de justicia de la época constituye un tema de
investigación en sí y por ello aquí sólo es tomado de modo general y a nivel
indicativo.
[10] BONAUDO, Marta, “La
ciudadanía en tensión. La experiencia de la justicia de paz y del juicio por
jurados en Santa Fe. 1853-1890”, Avances
del CESOR, año 1, N° 1,
Centro de Estudios Sociales Regionales, UNR, Rosario, segundo semestre 1998, pp.
47-48.
[11] Comisión Redactora, Historia
de las Instituciones de la Provincia de Santa Fe, T. I, Imprenta Oficial,
Santa Fe, 1967, pp. 226-234, y T. II, Imprenta Oficial, Santa Fe, 1969, pp.
206-207, 231-232 y 241-243.
[12] DE MARCO (h.),
Miguel Ángel, op. cit., pp. 22-23.
[13] Esta afirmación le
valió a Carrasco una interpelación en la Legislatura provincial. Nueva
Época, Santa Fe, 21 de septiembre de 1892.
[14] DE MARCO (h.),
Miguel Ángel, op. cit., p. 54.
[15] FALCÓN, Ricardo, et.
al., op. cit., p. 94.
[16] Si bien entre 1872 y
1890 los juzgados de paz fueron cargos electivos en los municipios de la
provincia, éstos eran muy pocos de modo que la mayoría de los pueblos y
colonias quedaba bajo el control de autoridades designadas por el gobierno con
sede en la ciudad capital. Además, incluso en aquéllos, la elección por parte
de la población resultaba ilusoria, ya que los actos comiciales resultaban
cooptados por la facción gobernante. BONAUDO, Marta, op.
cit., pp. 52-57, y BONAUDO, Marta, “Los
parámetros de inclusión y exclusión en el universo ciudadano. Un acercamiento
al paradigma liberal decimonónico desde la mirada de los derechos (Santa Fe
1850-1890)”, Anuario 19, Escuela de Historia, UNR, Rosario, 2002, pp.
95-97.
[17] El Municipio,
Rosario, 29 de septiembre de 1887.
[18] Memoria
presentada por el ministro de Gobierno, Justicia y Culto de la provincia de
Santa Fe a las Honorables Cámaras Legislativas en 1888, Tipografía de la
Revolución, Santa Fe, 1888, p. LIV. Existieron, por parte del gobierno,
intentos de reformar el sistema de la justicia de paz. Un proyecto del diputado
Ramón Lucero reducía el número de juzgados a 42, haciéndolos coincidir con un
proyecto de nueva división departamental; este proyecto contó con la sanción de
Diputados pero no con la del Senado. Otro proyecto fue obra del ejecutivo
desempeñado por Luciano Leiva, con el objeto de que pasaran a depender
económicamente de las comisiones de fomento de cada localidad o de que, llegado
el caso, fuesen cargos ad-honorem. Finalmente, al discutirse la ley de
presupuesto para 1898, se suprimió el sueldo de los jueces de paz, que debió
ser asumido por las comisiones de fomento. Santa Fe, Cámara de Diputados, Diario
de sesiones, Sesiones del 6 de mayo de 1895 al 5 de marzo de 1897, s/e,
s/f,, pp. 240-246 y 750-756, y Santa Fe, Cámara de Diputados, Diario de
sesiones, sesiones del 25 de agosto de 1897 al 8 de marzo de 1898, s/e,
s/f,, pp. 116-118.
[19] El Municipio,
30 de octubre de 1889.
[20] FALCÓN, Ricardo, et.
al, op. cit., p. 94.
[21] En la prensa
provincial se visualizan las dos características señaladas por Sandra Gayol y Gabriel Kessler como
propias de la manera de encarar el tema de la violencia por parte del
periodismo finisecular: la selectividad en el tipo de violencia que se da a
conocer al público, y la presión selectiva para que se esclarezcan y condenen
determinados delitos. GAYOL, Sandra, KESSLER, Gabriel (comps.),
Violencias, delitos y justicias en la Argentina, Manantial, Bs. As.,
2002, p. 16.
[22] Los vínculos
entablados entre el Partido Liberal, la Masonería y, en particular, la
mayoritaria colectividad italiana, fueron muy estrechos en la Argentina durante
la segunda mitad del siglo XIX. HALPERIN DONGHI, Tulio, Una nación para el
desierto argentino, Centro Editor de América Latina, Bs. As., 1982, p. 96,
y SABATO, Hilda y CIBOTTI, Ema, “Hacer política en Bs. As.: los italianos en la
escena pública porteña 1860-1880”, Boletín
del Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. E. Ravignani,
Tercera Serie, Nº 2, 1er. semestre 1990, pp. 20-41.
[23] Vg., La Capital,
Rosario, 3 de mayo de 1884, 9 de febrero de 1889 y 19 y 23 de marzo de 1893, y El
Municipio, 14 de agosto de 1889. La inseguridad era un hecho, más allá de
su utilización como argumento de ataque al gobierno por parte de la oposición
provincial. Si bien las estadísticas provinciales eran por demás de
incompletas, Gabriel Carrasco, político y estadístico rosarino allegado a los
círculos gubernamentales y nombrado poco después nada menos que ministro de
Agricultura, Justicia e Instrucción Pública de la provincia, calculaba a fines
de marzo de 1892 que en Santa Fe se cometían unos setenta y un homicidios por
año (considerando sólo aquellos cuyos autores entraban a la cárcel), y afirmaba
existir “la casi absoluta impunidad de los criminales que, gracias a las morosidades
de la administración de justicia, y a la criminal lenidad con que se aplican
las penas, cuentan en que para ellos no hay castigo”. Este juicio, emitido por
un amigo personal del entonces gobernador J. M. Cafferata, merece ser tomado
por imparcial. CARRASCO, Gabriel, “El primer
linchamiento. Consecuencias de la mala legislación y de su peor cumplimiento”, El
Economista Argentino, Bs. As., Año I, Nº 17, 26 de marzo de 1892.
[24] La Opinión,
Rosario, 22 de abril de 1891, TICA, Patricia, “La inseguridad en la campaña
santafesina en tiempos de la confederación. 1852-1861”, Res Gesta,
Instituto de Historia, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales del Rosario,
UCA, Nº 36, enero-diciembre 1997, y LARKER, José Miguel, “El Bandolerismo Rural
en territorio santafesino (1860-1880)”, IX Jornadas Escuelas/Departamentos
de Historia, Córdoba, 24-26 de septiembre de 2003.
[25] La Capital,
14 de enero de 1897.
[26] En 1898 asumió el
gobierno J. Bernardo Iturraspe, un político
independiente, allegado a las colonias, y que gozaba de simpatías entre los
grupos de la oposición provincial.
[27] La Capital,
13, 17 y 22 de marzo de 1898.
[28] La Capital,
23 de agosto, 11 de noviembre y 14 de diciembre de 1900.
[29] Archivo de la
Legislatura de Santa Fe, Índice de Leyes, p. 105, y La Capital, 22 de marzo
de 1898. En su Informe sobre el estado de la clase obrera de 1904, el
socialista Juan Bialet Massé
reconoció la labor realizada por Iturraspe en la
provincia de Santa Fe con respecto a la moralización y policía y mejora de la
administración de justicia. BIALET MASSÉ, Juan; Informe sobre el estado de
la clase obrera, Tomo I, Madrid, Hyspamérica,
1985 (1904), p. 344.
[30] CAFFERATA, Antonio; Apuntes sobre
inmigración y colonización, Bs. As., Imprenta y Encuadernación “La Bs. As.”,
1898, p.
36. Antonio Cafferata era hijo de Juan M. Cafferata, quien fuera gobernador de
Santa Fe entre 1890 y 1893.
[31] Vg., El Municipio,
29 de septiembre y 4 de noviembre de 1887, y La Capital, 27 de abril de
1893 y 24 de mayo de 1894.
[32] Vg., El Municipio,
3 y 4 de enero de 1888, 22 de febrero de 1889, y La Capital, 12 de
febrero de 1889 y 8 de febrero de 1893.
[33] El Municipio,
17 de marzo de 1888 y 23 de marzo de 1889.
[34] Vg., La Capital,
7 de septiembre de 1881 y 9 de abril de 1884, y El Municipio, 20 de
septiembre de 1887 y 20 de marzo de 1889.
[35] La Capital,
28 de diciembre de 1884.
[36] La Capital,
14 de diciembre de 1900.
[37] El Municipio, 4 de noviembre de
1887.
[38] El Municipio,
25 de noviembre de 1887.
[39] Nueva Época,
6 de junio de 1886.
[40] La Capital,
26 de enero y 6 de marzo de 1884, y El Municipio, 8 de noviembre de
1889.
[41] El Municipio,
22 y 23 de diciembre de 1892.
[42] LARKER, José Miguel, op. cit.
[43] CATERINA, Luis
María, “Los gobiernos de las provincias. Territorios nacionales. Régimen
municipal (1852-1914)”, en ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA, Nueva Historia
de la Nación Argentina, Planeta, Bs. As., 2000, T. 5, p. 148.
[44] Vg., Archivo General de la Provincia de Santa Fe, Archivo del Ministerio de
Gobierno (AGPSF-AMG), 155-12 y 176-11 (los números corresponden, en este orden, al tomo,
expediente y extracto, si corresponde).
[45] HALPERIN DONGHI,
Tulio, “¿Para qué...?”, op. cit., p. 209.
[46] La Capital, 6
de noviembre de 1889.
[47] A mediados de 1894,
por ejemplo, un comerciante italiano y sus hermanos eran víctimas de la
violencia policial en Ceres y, según refería el vicecónsul Nagar, “estos hechos
provocaron la indignación de los italianos de aquella localidad y más de cien
italianos armados estaban para sublevarse si no hubiera sido la oportuna
intervención de otros italianos que pudieron conseguir la excarcelación de los
presos y calmar los ánimos”. AGPSF-AMG,
192-31.
[48] Vg., AGPSF-AMG,
60-33-45, 155-10, 155-12, 190-29, 192-31 y 279-17.
[49] FALCÓN, Ricardo, et.
al, op. cit., p. 94.
[50] La Capital,
11 de diciembre de 1898. Las dificultades planteadas por las reclamaciones
diplomáticas excedían, claro está, al territorio santafesino e, incluso, a la
República Argentina. En 1882 se produjo un resonado caso entre Italia y
Uruguay, debido a las torturas cometidas por empleados policiales a dos súbditos
italianos. El conflicto tuvo gran repercusión en la Argentina, en donde la
comunidad italiana manifestó a favor de sus compatriotas, apoyada por una buena
parte de la prensa. Hubo sin embargo quienes, como Domingo F. Sarmiento,
reaccionaron en contra de lo que consideraron un avance europeo inadmisible por
sobre la soberanía de las repúblicas americanas. El caso fue tratado también en
la Revista de los Tribunales de Bs. As., en un artículo titulado
“¿Procede en las naciones de América reclamar por la vía diplomática los
perjuicios sufridos por los extranjeros a causa de extralimitaciones de las
autoridades?”; la argumentación se inclinaba por la negativa. La Capital,
marzo y abril de 1882, SARMIENTO, Domingo Faustino, Obras, V. 36: Condición
del extranjero en América, Imprenta y Lit. Mariano Moreno, Bs. As., 1900, y
Revista de los Tribunales, T. 2, Cuaderno 6, Bs. As., 30 de abril de
1882.
[51] La Capital, 9
de marzo de 1882, y 11 y 14 de diciembre de 1898.
[52] La Capital,
26 de enero y 19 de marzo de 1884, y El Municipio, 20 de septiembre de
1887 y 8 de noviembre y 27 de diciembre de 1889.
[53] La Capital, 5
de febrero de 1884.
[54] El Municipio,
30 y 31 de enero, y 1º, 2, 5 y 9 de febrero de 1889.
[55] El Municipio,
30 de octubre y 1º de noviembre de 1889.
[56] El Municipio,
7, 8, 9, 12, 13, 14, 15, 17, 19 y 20 de noviembre de 1889, y 18 de mayo de
1890.
[57] El Municipio,
25, 27, 28, 29 y 31 de diciembre de 1889.
[58] El Municipio,
8 de noviembre de 1889.
[59] GALLO, Ezequiel, Colonos
en armas. Las revoluciones radicales en la provincia de Santa Fe (1893),
Editorial del Instituto, Bs. As., 1977, pp. 59-64. Esa animosidad, por otra
parte, fue magnificada por la prensa de oposición, que aludió repetidas veces a
la “gringofobia oficial”. La Capital, 23 de
mayo de 1894.
[60] La Capital,
11 de octubre de 1893.
[61] AGPSF-AMG, 191-4.
[62] Vg., AGPSF-AMG,
190-27, 191-4 y 218-48.
[63] Vg., La Capital,
5 de agosto y 14 de noviembre de 1894.
[64] La Capital, 8
de octubre de 1893.
[65] Comisión Redactora,
op. cit., T. VI, Imprenta Oficial, Santa Fe,
1970, p. 549.
[66] AGPSF-AMG, 155-6.
[67] Nueva Época, 27 de agosto de
1892.
[68] Congreso Nacional,
Cámara de Diputados, Diario de Sesiones, 1894, Imprenta del
Congreso, Bs. As., 1894, T. I, pp. 607-612.
[69] Ibídem., p. 618.
[70] La Capital,
24 de julio de 1887.
[71] Vg., AGPSF-AMG, 155-10,
155-12 y 176-11.
[72] El Municipio,
24 de marzo y 11 de octubre de 1889, y Nueva Época, 23 de noviembre de 1892.
[73] AGPSF-AMG, 279-17.
[74] GAYOL, Sandra y
KESSLER, Gabriel (comps.), op.
cit., p. 15.
[75] Comisión Redactora,
op. cit., Tomo VI, pp. 358-359, CARRASCO,
Gabriel, Descripción geográfica y
estadística de la provincia de Santa Fe, escrita para la exposición continental
de Bs. As., Imprenta de
Carrasco, Rosario, 1882, pp. 329-336, La Capital, 14 de agosto de
1889, y El Municipio, 23 de octubre de 1889. En diversas oportunidades,
el número de extranjeros detenidos superaba al de nativos.
[76] Memoria
presentada por el ministro de Gobierno, Justicia y Culto de la provincia de
Santa Fe a las Honorables Cámaras Legislativas en 1887, Tipografía de la
Revolución, Santa Fe, 1887, p. XLVI.
[77] Comisión Redactora,
op. cit., Tomo VI, p. 233.
[78] Comisión Redactora, op. cit., Tomo VI, p. 359. Algunos autores
han probado que las estadísticas hechas en la Argentina sobre la relación entre
criminalidad y nacionalidades, en realidad, estaban falseadas, ya que los
cálculos se hacían sobre el total de la población de cada nacionalidad, siendo
que en los grupos inmigratorios la población adulta y masculina –y por ende, de
mayor riesgo para la delincuencia- era ampliamente mayoritaria. Corrigiendo los
datos, han llegado a comprobar que la tasa de criminalidad entre extranjeros y
entre argentinos era similar. SCARZANELLA, Eugenia, op.
cit., p. 36.
[79] Santa Fe, Cámara de
Diputados, Diario de sesiones, sesiones del 6 de mayo de 1895 al 5 de
marzo de 1897, op. cit., pp. 434-436.
[80] Nueva Época,
20 de junio de 1886. Para ese mismo entonces, la percepción del tema por parte
de los extranjeros era diametralmente opuesta. Según el periodista italiano
José Ceppi (Aníbal Latino), los delitos no eran
frecuentes en Bs. As. y, en ellos, tenía poca participación el elemento
extranjero, “siendo los naturales del país de la clase baja los que meten más
bulla”. LATINO, Aníbal; Tipos y costumbres bonaerenses, Madrid, Hyspamérica, 1985 (1886), pp. 20-21.
[81] La Opinión,
18 de febrero de 1891.
[82] Santa Fe, Cámara de
Diputados, Diario de sesiones, Sesiones del 3 de julio de 1894 al 26 de
enero de 1895, s/e, s/f, pp. 248-250.
[83] COHEN, Néstor,
“Cuando la visión del otro se basa en la visión de las diferencias”, Estudios
Migratorios Latinoamericanos, Año 13/14, Nº 40/41, 1998-1999, pp. 628-629.
[84] Lo que sí era cierto
es que las ciudades grandes y cosmopolitas eran un medio adecuado para la
propagación de los crímenes y, también, que la presencia de una importante
comunidad de extranjeros en ellas favorecía el desarrollo de una serie de
actividades ilegales y de delitos. Los mismos inmigrantes de las ciudades, en
general trabajadores de escasos medios económicos, constituían un grupo social
especialmente propenso a ser víctimas de la estafa y del robo, lo mismo que a
volcarse a vicios como la bebida y el juego; a la vez, la presencia mayoritaria
de hombres favorecía la práctica de la prostitución. Pero, como indica Scarzanella, era más que nada “la pertenencia de clase, no
la condición de inmigrante o el legado de herencias étnicas” lo que determinaba
“los modelos del crimen urbano.” Scarzanella,
Eugenia, op. cit., pp. 38-43.
[85] El Municipio,
6 de diciembre de 1889.
[86] La Capital,
16 de noviembre de 1893.
[87] El Municipio,
24 de marzo de 1889.
[88] La Capital,
11, 18 y 24 de diciembre de 1898.
[89] Vg., Nueva Época,
1º de diciembre de 1892.
[90] ZEBALLOS, Estanislao, op. cit.,
p. 172.
[91] Senado de Santa Fe, Colección
de documentos para la historia de Santa Fe, Tomo I, Segunda Parte: Actas
de las convenciones constituyentes de los años 1890 y 1900, Imprenta
Oficial, Santa Fe, 1975, p. 134. Esta misma idea era sostenida, en crítica al
gobierno, por un editorial de El Municipio: “Las víctimas [de la
policía] no se eligen. Lo mismo pueden ser argentinos que extranjeros. Los
últimos suelen encontrar el apoyo de sus respectivos cónsules [...] Pero los
argentinos son víctimas irremisiblemente sacrificadas hasta el colmo. Ellos no
tienen cónsul que gestione su libertad; son parias en tierra propia [...].”
El Municipio, 31 de enero de 1889.
[92] Comisión Redactora, op. cit., Tomo VI, p. 361.
[93] LARKER, José Miguel, op. cit.
[94] La Capital,
23 de agosto de 1900.
[95] La Capital,
principios de julio de 1900.
[96] La Capital,
11 de junio de 1884.
[97] La Capital,
11 de enero de 1884.
[98] La Capital,
1º de noviembre de 1889.
[99] AGPSF-AMG, 155-6.
[100] BONAUDO, Marta, “Los parámetros...”, op.
cit., pp. 83-84 y 86-88, y LARKER, José Miguel, op.
cit. Debe tenerse en cuenta que, durante toda la segunda mitad del siglo
XIX, las ideas de la Constitución Nacional del ’53 con respecto al castigo de
los delitos y centradas en la moderación de las penas, la privación de la
libertad como pena de preferencia y la eliminación de torturas y azotes y de la
pena de muerte por causas políticas –es decir una concepción del castigo
definida por su restricción con respecto a las penas corporales-, sumadas a la
idea de que el período de reclusión en la cárcel debía basarse en un programa
de trabajo, higiene e instrucción, convivieron con prácticas que desdecían esos
supuestos y que aceptaban el castigo estatal de los detenidos (el mismo Código
Penal de 1887 de Carlos Tejedor evidenció la mala definición de los fundamentos
teóricos en los que se sustentaba el sistema penal argentino moderno, y admitió
para algunos casos, inclusive, la pena de muerte). Una transformación
conceptual en las ideas sobre el castigo se produjo a raíz de la “cuestión
social” –vinculada a la inmigración- y el desarrollo en el país de la
criminología positivista, que centró sus estudios en los criminales y no en los
crímenes y que se inclinó por la aplicación de métodos de profilaxis y
regeneración, reemplazando el concepto de “prisión-fábrica” por el de
“prisión-laboratorio”. CAIMARI, Lila, “Castigar civilizadamente. Rasgos de la
modernización punitiva en la Argentina (1827-1930)”, en GAYOL, Sandra y
KESSLER, Gabriel (comps.), op. cit., pp. 141-164.
[101] El Municipio,
14 de marzo de 1891.
[102] El Municipio,
7 de abril de 1891.
[103] CARRASCO, Gabriel,
“El primer...”, op. cit.
[104] La Capital,
12, 13 y 14 de abril de 1893.
[105] El Municipio,
25, 27, 29 y 30 de agosto de 1893.
[106] La Capital,
ha. 10 de septiembre de 1893, y GALLO, Ezequiel, Colonos..., op. cit., p. 51.
[107] VIGO, Juan, “Las dos
revoluciones de 1893 en Santa Fe”, Todo es Historia, Nº 39, julio de
1970, p. 79.
[108] Ibídem., pp. 78-79.
[109] Congreso Nacional,
Cámara de Diputados, op. cit., pp. 637-638.
[110] La Capital,
23 de marzo y 6 de abril de 1893.
[111] La Capital,
12 de abril de 1893.
[112] La Capital,
11 de mayo de 1898.
[113] La Capital, 8
de septiembre de 1893.
[114] La Capital,
septiembre de 1893.
[115] El Municipio,
29 de agosto de 1893.
[116] La Capital,
septiembre, y 14 y 19 de noviembre de 1893, y 15 y 17 de abril y 20-30 de mayo
de 1894.
[117] La Capital,
29 de mayo de 1894.
[118] El Municipio,
26 de octubre de 1893.
[119] El Municipio,
29 de agosto de 1893.
[120] La Capital,
23 y 24 de mayo y 1º de junio de 1894.
[121] La Capital y El
Municipio, 19 de noviembre de 1893.
[122] CARRASCO, Gabriel,
“El primer...”, op. cit.
[123] CARRASCO, Gabriel,
“La criminalidad en la República Argentina. Los linchamientos. El presidio en
el océano”, El Economista Argentino, Año II, Nº 92, 2 de septiembre de
1893. La actitud independiente asumida por Carrasco y su condena a diversos
aspectos de la administración provincial, lo fueron distanciando del galvismo, sector político al que frecuentaba y del que él
mismo había sido funcionario. MICHELETTI, María Gabriela, “Gabriel Carrasco
frente al inmigrante: la confianza en la asimilación espontánea del elemento
extranjero”, Estudios Migratorios Latinoamericanos, Año 19, Nº 57, 2005.
[124] GALLO, Ezequiel, La
pampa..., op. cit., p. 306.
[125] La Capital,
13 de abril de 1894. Para El Municipio, este gesto era una prueba más a
favor de su causa: según este diario, el pedido de naturalización “significa
que se hallan tan seguros de su inocencia que, desechando la protección de las
autoridades de su patria, se colocan al amparo de las leyes de nuestro país.” El
Municipio, 13 de abril de 1894. La naturalización de los linchadores de Carcarañá se produjo en el contexto de un
movimiento importante pro naturalización que tuvo lugar a mediados de la década
del ’90, impulsado principalmente por miembros de las colectividades suiza y
alemana. MICHELETTI, María Gabriela, Naturalización de extranjeros en Santa Fe (1880-1900), Separata
del Congreso Argentino de Inmigración y IV Congreso de Historia de los Pueblos
de la Provincia de Santa Fe, Junta Provincial de Estudios Históricos Santa Fe y
Centro de Estudios e Investigaciones Históricas de Las Colonias, Asociación
Amigos del Archivo General de la Provincia, Esperanza-Santa Fe, 2005.
[126] La Capital,
22 y 28 de abril, y 8, 11 y 31 de mayo de 1898.