Estanislao
Zeballos y la cuestión indígena
Santiago
Javier Sánchez(*)
El 25 de mayo de
1879 la isla de Choele-Choel, en el río Negro,
presentaba un aspecto inusual. La visión cotidiana de jinetes indios y arreos
de vacas, pastando en sus fértiles praderas, se había alterado por completo. En
su lugar, cientos de soldados y oficiales del Ejército Argentino se alineaban
en rígida formación, con sus fusiles relucientes, y una salva de cañonazos
hendía el viento patagónico. Acababa de comenzar una ceremonia solemne en grado
sumo, mitad misa de campaña, mitad acto patriótico. Representantes de la
Iglesia Católica y del Ejército la presidían, entre estos últimos el joven
general Julio Argentino Roca, de treinta y seis años de edad.
Esta escena, que
mucho tenía de teatral, no era en absoluto espontánea sino que había sido
planificada minuciosamente. La llamada “Campaña del Desierto” había finalizado
días atrás, con la derrota definitiva de los indios araucanos de la llanura
pampeana y con la conquista de sus territorios. Quince mil leguas cuadradas
habían sido ganadas para la explotación agropecuaria, y el secular problema de
la “frontera” sur había sido resuelto de manera rápida y drástica. La joven
Nación Argentina había dado un paso crucial en su consolidación territorial y
económica, pero también en su conformación identitaria.
Que las cinco columnas de la Expedición al Desierto, comandadas por Roca,
convergieran en Choele-Choel el día en que se
celebraba otro aniversario del primer gobierno patrio, revestía un carácter
premeditadamente simbólico. Una nueva etapa quedaba inaugurada en la historia
del país, y la Conquista del Desierto marcaba una clara divisoria de aguas.
"(...) perdidos en el centro del misterioso País de los Araucanos,
como las aves osadas que remontan el vuelo a los Cielos y salvan los límites
del poder de la mirada, llegaron todos, generales y soldados, a su meta
respectiva, en un mismo día y a una misma hora gloriosa, al salir el sol el 25
de mayo, Aniversario de la Independencia Argentina.
¡Excelsior! ¡Gloria a los ejércitos! El sol
de mayo rompe los celajes luctuosos del Oriente, las banderas argentinas
flamean en orden de parada con la majestad del orgullo y del triunfo, las armas
heridas por el rayo de la luz lanzan vívidas chispas, como el pedernal golpeado
por el hierro, el grito de la Civilización invade los aires, y los cañones de
la Patria lanzan sus estampidos, desparramados en las atmósferas desde los 34º
hasta los 39º de latitud sur y desde los 4º hasta los 12º de longitud
occidental de Buenos Aires, anunciando la Victoria y la Conquista, desde el
teatro colosal de la guerra"[1].
Así celebraba
Estanislao Zeballos, pocos meses más tarde, la
conquista de la pampa. Una conquista que, en la visión de este abogado y
periodista rosarino nacido en 1854, suponía el triunfo conjunto del espíritu
patriótico y de la “Civilización” liberal. Esta creencia, prevaleciente en los
hombres de la “Generación del ‘80” argentina, se manifestaba con una fuerza
particular en Zeballos, quien en 1878 publicara “La
conquista de quince mil leguas”, libro en el que sintetizaba la historia de la
problemática indígena, desde la Colonia hasta el siglo XIX, y en el que
justificaba, con argumentos antropológicos, geográficos, técnicos y militares,
la viabilidad y conveniencia de trasladar la frontera hasta el río Negro,
“arrojando” a los araucanos a la inhóspita Patagonia.
En realidad, ya
desde 1874, Zeballos, como redactor de “La Prensa”,
venía fustigando la supuesta política “defensiva” del gobierno de Nicolás
Avellaneda en relación a las tribus araucanas de la pampa. Para el presidente
de la Nación, y para su ministro de Guerra Adolfo Alsina, el avance de la
frontera debía ser gradual, ya que “El plan del Poder Ejecutivo era contra el
desierto para poblarlo y no contra los indios para destruirlos”[2].
La línea del río Negro sólo se alcanzaría con el tiempo, a medida que los
fortines y sus poblaciones cristianas fueran consolidándose, y que los
indígenas fueran aceptando pacíficamente los beneficios materiales de la
“Civilización”. El saqueo y la destrucción de las tolderías, por el contrario,
sólo servirían para irritar aún más a los “salvajes” y para “levantar la
barrera” que los separaba de los cristianos.
En verdad, la
política del ministro Alsina, atacada ferozmente por Zeballos
y por Roca, no era tan pacífica ni tan defensiva. La ocupación de las
estratégicas tierras de Carhué, en la provincia de
Buenos Aires, un área clave para la subsistencia de los araucanos, supuso un
avance importante de la frontera, ya en 1876, mientras que la excavación de una
inmensa zanja a lo largo de la frontera (la famosa “Zanja de Alsina”), apoyada
en una línea de fortines y guarniciones, si bien no alcanzó su propósito de
frenar los malones indios, los obstaculizó considerablemente. Esta situación,
por otra parte, obligó a Alsina a abandonar su estrategia gradualista y a
iniciar una sistemática ofensiva contra las tribus pampeanas que ni siquiera su
muerte, acaecida ese mismo año, interrumpiría, puesto que su reemplazante en la
cartera de Guerra sería el propio Julio Argentino Roca.
Entre 1877 y 1879 el
Ejército Argentino fue batiendo sucesivamente a los araucanos, debilitando su
poder militar, sometiendo tribus enteras y realizando, en suma, una “operación
de limpieza” cuyo colofón sería la Expedición y Conquista del Desierto.
La pampa desvelada
Inmediatamente
finalizada la Campaña de 1879 Estanislao Zeballos,
integrando una pequeña partida de soldados y de indios baqueanos, realizó una
larga excursión de reconocimiento de los territorios sometidos. Fruto del mismo
sería “Viaje al País de los Araucanos”, publicado en ese mismo 1879, al cual
siguió “Callvucurá y la Dinastía de los Piedra”
(1883), y las novelas históricas “Relmu, Reina de los
Pinares” (1887), y “Painé y la Dinastía de los
Zorros” (1889). Estas tres últimas obras fueron elaboradas sobre la base de la
documentación del archivo indio de Salinas Grandes, hallado por Zeballos en 1879. El mismo contenía una serie de cartas
intercambiadas entre los diferentes gobiernos y los caciques.
Estos textos
juveniles de Zeballos, mezcla rara de artículos
periodísticos, ensayos históricos, crónicas noveladas, cuadros estadísticos,
manuales de geografía del Desierto, diarios de viaje y observaciones
etnográficas, conforman no sólo un riquísimo reservorio de información sino
que, considerados en conjunto, consiguen con éxito urdir un amplio y coherente
proyecto ideológico de país. En sus páginas son abordados temas clave de la
época, tales como la inmigración, la identidad nacional argentina, la figura
del gaucho, las colonias agrícolas, y el rol del Estado en la construcción de
un país de cuyo destino venturoso nadie se atrevía a dudar. Tal como señalara
David Viñas[3],
Estanislao Zeballos fue probablemente el más orgánico
de los intelectuales de la Generación del ’80, el “gentleman-escritor” y “joven
provinciano en la gran urbe” que más consecuentemente encarnara los principios
liberales y positivistas de este grupo fundacional de la Argentina moderna.
Resulta, por lo tanto,
inapropiado, encasillar la producción de un intelectual tan complejo dentro de
un género particular. Si en sus libros anteriores despuntaran netamente sus
inquietudes científicas[4],
en los subsiguientes el afán de estudio y de divulgación tiende a confundirse
con una prosa cada vez más literaria. En ese sentido, vale aclarar que las dos
principales fuentes de inspiración del joven Zeballos
fueron Alexander von Humboldt (1769-1859) y Carlos Burmeister
(1807-1892). El primero de ellos postulaba una suerte de alianza entre la
Ciencia, por un lado, y la libertad y la imaginación, por el otro:
"El “Cosmos” autoriza la viril independencia de las narraciones y
cuadros de viajes. Son éstas sus palabras: “La naturaleza es el reino de la
libertad y para pintar vivamente las concepciones y los goces que su
contemplación profunda espontáneamente engendra, sería necesario dar al
pensamiento una expresión también libre y noble, en armonía con la grandeza y
magnitud de la Creación”"[5].
Es así que el
lirismo y la precisión, en Zeballos, marchan a la par
en sus notables descripciones de los paisajes pampeanos. A su vez, la
influencia de Burmeister, discípulo éste de Humboldt,
fue directa. Este sabio prusiano, radicado en la Argentina en 1861, antidarwinista y acérrimo rival de Florentino Ameghino, fue
autor de la popular “Descripción física de la República Argentina”, en cinco
tomos, que analiza exhaustivamente la fauna, la flora, la geología y la
paleontología del país. En sus páginas, se entremezclan propósitos divulgativos
y didácticos con los objetivos científicos más agudos. Con frecuencia, Zeballos cita ésta y otras obras de Burmeister,
en especial la “Historia de la Creación”, de 1849, de poderosa influencia en
los intelectuales europeos contemporáneos.
Una de las ideas más
importantes de Burmeister que vertebra los primeros
textos de Zeballos, es aquella vinculada con el
desvelamiento de los misterios naturales. Veamos lo que sucede en 1879, cuando
los viajeros llegan a las sierras de Tandil:
"Había consignado las notas anteriores en mi diario, y me acerqué
a las grandes excavaciones practicadas por los explotadores del mármol. Apenas
al borde de lo que ellos llaman “canteras”, me sentí vivamente impresionado,
como si descorrido el velo de los misterios geológicos de aquellas tierras,
quedara palpitante ante mis ojos una época prehistórica con sus encantadoras
revelaciones. Impresionado por las luces que derramaba en mi espíritu aquel
espectáculo inesperado, con su fisonomía severa y monótona para los profanos,
bendije con la estrella del viajero que me conducía al grandioso cuadro de la
Creación con el tercero de sus grandes períodos, cuando aparecen las zonas y se
enciende entre las tinieblas de la Vida la antorcha de la Inteligencia humana,
período del cual, dice mi venerable amigo Burmeister,
que es el del reposo y del equilibrio universal, de la estabilidad y del
perfeccionamiento, y que, por sus caracteres extraordinarios, parece llevar el
sello de la eternidad"[6].
El viaje de
Estanislao Zeballos por la pampa aún salvaje, tenía
como objetivo primordial descorrer el velo de sus múltiples misterios, como
primer paso para el poblamiento efectivo y para una eficaz explotación
económica. En cierta forma, Zeballos se asemeja a
Sarmiento, es un viajero como él, un hombre culto sudamericano que busca
trasplantar la civilización europea y norteamericana a estos páramos habitados
por la soledad o por el indio. Pero el “formato” de viaje, por así llamarlo, no
es el mismo en Sarmiento que en Zeballos. El primero
de ellos, tal como señala Julio Ramos[7],
lleva adelante (y preconiza) el “viaje importador”. Sarmiento se traslada a
Europa y a los Estados Unidos para traer de allí el “discurso de la
modernidad”, con el que ocupará el vacío de la pampa.
Ciertamente, no es
lo que hace Zeballos.
Éste explora los territorios
“vacíos” (o “vaciados”, al decir de
Viñas) de la naciente República, en vías de
ser transformados por el Progreso (como la pampa araucana), o en pleno
proceso
de transformación, tal como quedaría reflejado en su
libro de 1883, “La región
del trigo”, en el que habla de las colonias agrícolas de
Santa Fe. La pampa no
es para Zeballos, como sí lo es para Sarmiento, una
abstracción, o una metáfora de la nada, del vacío, a llenar, sino un espacio
concreto que debía ser estudiado metódicamente por el científico:
"Hay muchos y numerosos llanos o pampas en esta inmensa extensión
territorial; pero no ha podido ni debido ser llamado con el término general de
la Pampa. No es la sábana sin límites visibles con ligeras ondulaciones
coronadas de hermosos pastos agitados por el viento. No es la llanura
interminable, monótona, desconsoladora y recorrida por los fantasmas vaporosos
con que el espejismo puebla los confines lejanos.
Es, al contrario, un país pintoresco, variado, salpicado de accidentes,
que seducen, que atraen, que encadenan el espíritu, porque cada uno de ellos
nos asalta con una nueva duda, que es un problema científico de solución
curiosa, ignorada y fecunda"[8].
En Sarmiento, el
desierto es sinónimo de poesía, de salvajismo, y de misterio, mientras que Zeballos está empecinado en “rasgar” los “velos” que hasta
entonces lo tapaban, aunque todavía guste de contemplarlo, de a ratos, con los
ojos del escritor romántico. En los textos del rosarino hay una explicación
racional para todos y cada uno de los múltiples mitos sobre el Desierto y el
indio. Es lo que ocurre, por ejemplo, con Urre-Lavquen,
el “Lago de las Brumas” de los araucanos, sito en la actual provincia de La
Pampa:
"Aquellos celajes tienen su origen en la inmensa evaporación, a
veces miasmática, y sin duda malsana, que producen en la descrita olla
pampeana, los calores extremos del sol al actuar sobre las aguas saladas. A
esta constante de transformación del agua en flotantes vapores, se debe el
aumento gradual de los mantos de sal que cubren el haz del terreno.
¡Pues bien! El Lago de las Brumas ha sido al fin sorprendido en su
apartada situación. El misterio asustador que lo envolvía ha desaparecido, como
se desvanecen sus vapores arrasados por el viento fresco de la tarde. El denso
velo que ocultaba aquellas regiones al ojo audaz y al soldado invencible de la
ciencia, ha sido rasgado al fin, y las brumas de aquel lago serán el meteoro
que orientará a la planta del explorador y del guerrero en la nueva vida de
redención que se inaugura para el desierto. El Lago de las Brumas pasará
también a la historia para señalar una de las más fecundas y honrosas jornadas
consumadas por las armas argentinas bajo la bandera universal y sagrada de la
civilización"[9].
Este fragmento,
escrito en 1878, postula una alianza estratégica entre el científico y el
militar, el “explorador” y el “guerrero”. En opinión de Zeballos,
la Expedición al Desierto debía ser encabezada por un cuerpo de geógrafos.
Serían ellos los que elaborarían una “primera Carta General de la pampa,
fundada en las observaciones de la ciencia”[10].
La geología, la mineralogía, la fauna, la flora y el clima del Desierto, por su
parte, serían analizados por especialistas de las distintas ramas del saber, y
toda la información procesada y derivada a una oficina central en Buenos Aires.
Producto de estos estudios sería la “Historia militar y científica de la
expedición al río Negro”.
Más adelante, ya
consumada la Conquista, Estanislao Zeballos
justificaría con más fuerza y argumentos, esta alianza científico-militar en
contra de los “salvajes”:
"Para anonadar este poder militar [de los indios] y para triunfar
del pavoroso misterio que ocultaba la pampa a la mirada del geógrafo, fueron
lanzadas a su seno las expediciones que con el rémington y el sextante debían
desarmar aquel colosal imaginario y proyectar entre las sombras de lo
inesperado la luz de los astros"[11].
El triunfo de las
armas es también el triunfo de la racionalidad científica. Por ello, el balance
final de la Conquista del Desierto no podía sino ser positivo. A medida que los
soldados avanzaban en el conocimiento de la pampa, derrotaban con mayor
facilidad a los indios. El saber racional se imponía así, de manera gradual e
inexorable, al saber irracional y al modo de vida primitivo de los araucanos,
derrotados por un Progreso que no era sólo el de la flamante Nación Argentina,
sino también el de toda la Humanidad. Ya antes de llevarse a cabo, Zeballos profetizaba que la Conquista del Desierto sería
una de las grandes obras de la civilización universal (léase, occidental) del
siglo XIX:
"Tal es también el plan de mis trabajos futuros, emprendidos con
el deseo de cooperar a la grandiosa empresa nacional, que, una vez realizada,
será recordada entre las grandes campañas de la civilización, que ilustran el
siglo XIX. Entonces al canal de Suez, al ferrocarril americano interoceánico, a
la perforación de las grandes montañas para dar paso a la locomotora, y a la
red del telégrafo que ciñe los contornos del planeta, la República Argentina
habrá añadido, como obra fecunda del progreso sudamericano, la conquista de sus
quince mil leguas de lozana tierra"[12].
¿Qué consideración
merecen los indígenas en este discurso? ¿Hay lugar para ellos dentro de este
proyecto de país moderno y pujante, liberal y capitalista? Sin duda que sí, ya
que en ningún momento Zeballos postula su destrucción
lisa y llana, sino más bien su asimilación, de grado o por la fuerza. Pero en
todo caso, lo que prevalece en su concepción es el supuesto de que la Humanidad
avanza de un modo unívoco, y que los pueblos de Occidente se hallan en la
vanguardia de este avance. Detrás, marchan los no europeos, entre ellos los
indígenas de la Pampa y de la Patagonia. Sin embargo, Zeballos
reconoce diferencias entre las etnias, teniendo en cuenta el grado de cercanía
o de lejanía respecto del estado de “Civilización”. Así, los araucanos
pampeanos son, para él, los más salvajes e irreductibles, mientras que los
tehuelches patagónicos, más pacíficos y aliados a los cristianos, se encuentran
en vías de ser asimilados provechosamente.
Estanislao Zeballos, sin saberlo, encasilla a araucanos y a tehuelches
dentro de estereotipos, funcionales a su ideología y a sus intereses,
personales y de clase. Y siempre, lo que encontramos es una despreciativa
ignorancia de la especificidad del otro, de su particularidad. El indio sólo
puede incorporarse al proyecto nacional dejando de ser indio, homogeneizado en
la noción abstracta de “ciudadano argentino”. En Zeballos
comprobamos lo que señala Tzvetan Todorov[13]
respecto al descubrimiento y a la conquista de América: la imposibilidad de un
diálogo auténtico y equitativo de culturas. Aún cuando el rosarino sea un
experto en la lengua y las costumbres araucanas, que estudie en profundidad a
los indios y que incluso pueda comunicarse con ellos, sus juicios son emitidos
desde una posición de superioridad sin concesiones. La relación con los
araucanos es siempre asimétrica.
Esto sucede, por
ejemplo, cuando en el transcurso de su viaje visita las tolderías del cacique Quiñelev. Este pasaje de “Viaje al País de los Araucanos”
es seguramente el más crudo y despiadado de todos. Sin poder sustraerse a su
asco, Zeballos interroga a los indios en su lengua,
observa y anota cuidadosamente sus reacciones, y los mide y fotografía, tal
como si se tratase de especimenes naturales.
Como diría Todorov, el Otro, si bien no es visto como un mero objeto,
tampoco es considerado como un sujeto pleno. Esto explica la absoluta falta de
escrúpulos del joven estudioso, cuando, en otro momento de su excursión, da con
un cementerio indígena y exhuma los cadáveres de caciques, cuyos cráneos
enriquecerán su museo personal, sumándose a otros cráneos de indios
prestigiosos. Tamaño interés resulta tan antropológico como criminológico. Las
descripciones de los indios de Quiñelev, por otra
parte, recuerdan mucho a Cesare Lombroso, y a la figura del “indio de rasgos criminaloides y degenerados”[14]:
"Los tres señores de aquella reducida tribu (...) tenían en la
mirada la energía típica de la familia araucana, los ojos cubiertos de una red
de nervios inyectados en sangre, y una manera traidora de mirar a hurtadillas,
sin fijar la vista con franqueza jamás en el interlocutor"[15].
Pero, paradójicamente, la presencia de este
Otro salvaje y degradado es imprescindible. En las crónicas de Zeballos es el indio, en su lucha desesperada contra el
soldado argentino, el que reafirma a esa Civilización en avance victorioso. Una
auténtica mitología de héroes y villanos del Desierto y de la Patria cabalga en
sus seis libros dedicados a la cuestión indígena. Estanislao Zeballos, seguramente sin proponérselo, forjó una historia
legendaria de la Conquista del Desierto, en la cual los valores liberales,
positivistas y patrióticos encontraban una realización y una justificación
plenas.
La pampa redimida
La Generación del
’80 argentina, de la cual Zeballos, como ya
dijéramos, fue uno de sus más conspicuos miembros, se caracterizaba por su
ideología liberal y su laicismo. En consonancia con lo que sucedía en las
restantes elites de América Latina, el culto a la racionalidad, a la Ciencia, y
a su consecuencia inevitable, el Progreso de la Civilización, eran moneda
corriente entre los Roca, los Zeballos, los Cané, y
compañía. Por otra parte, el nuevo Estado Nacional debía imponerse por sobre
las fuerzas centrífugas de un pasado tradicional que se resistía a desaparecer,
y que se encarnaba violentamente en los malones indios y en las montoneras
gauchas. Acompañando íntimamente este proceso, el Ejército Argentino, cada vez
más moderno y poderoso, se enfrentaba con éxito creciente a estos dos grandes
enemigos.
Sin dudas, la Guerra
del Paraguay (1865-1870) había contribuido al crecimiento numérico y al
desarrollo material de las fuerzas armadas nacionales. El armamento y los
pertrechos eran ahora muy superiores a los de pocos años atrás, como así
también el espíritu de cuerpo, notablemente fortalecido. Nuevas herramientas
tecnológicas auxiliaban a los soldados: los fusiles de repetición (el popular
“rémington”, tantas veces ensalzado por Zeballos), el
telégrafo, el ferrocarril, y los buques a vapor.
Del otro lado, para
oponerse a esta fuerza verdaderamente arrolladora, estaban los indios, apenas
unos pocos miles dispersos en un vasto territorio, agrupados en tribus
reducidas, y armados con sus lanzas. Como ventajas, hasta ese momento
insuperables, contaban los araucanos con un conocimiento profundo de la
geografía pampeana, de sus rastrilladas, guadales y aguadas, de sus pastos y
montes, y con una movilidad y destreza asombrosas en el uso de sus caballos.
Sus conocimientos de baqueanos y su habilidad de jinetes, sumados a su bravura
y a su astucia, les permitían librar contra los soldados de la frontera una
exitosa guerra de guerrillas. Evitando, en la medida de lo posible, el combate
a campo abierto y sostenido, huyendo a todo galope, escondiéndose en los altos
pajonales y tendiendo emboscadas, la “Barbarie” seguía sustrayéndose a una
destrucción que para Roca y para Zeballos era
inexorable.
Pese a esta
coincidencia fundamental, había algo que diferenciaba a Roca de Zeballos, aunque también los complementaba y potenciaba
mutuamente. Mientras el primero de ellos hacía el trabajo sucio, rémington en
mano, el segundo “apenas” lo justificaba, en sus artículos y libros. Sin
embargo, no podemos, bajo ningún punto de vista, tildar de menor el rol de Zeballos, siendo, como fue, el principal ideólogo de la
Campaña del Desierto.
En especial, lo que
nos interesa en esta parte de nuestro trabajo, es aludir a la operación
historiográfica llevada a cabo por el intelectual rosarino, sobre todo en su
obra de 1879, “Episodios en los territorios del sur”. En ella, se relatan una
serie de sucesos acaecidos en la frontera entre 1876 y 1878, antes de la
Campaña de Roca, y protagonizados por soldados rasos y oficiales de baja
graduación.
Un hilo común
enhebra estos pequeños relatos: la figura, que podemos considerar mítica (y
construida por Zeballos), del héroe humilde y
anónimo, muchas veces devenido mártir, que con su esfuerzo y su sangre luchó
contra el indio. Olvidado por los sucesivos gobiernos y por la opinión pública,
o despreciado por ambos, abandonado en el medio del desierto, sin pertrechos ni
vituallas, víctima de la ineficiencia burocrática y de las corrupciones de la
política, acosado por el “salvaje”, y arriesgando día a día su vida, no
reclama, sin embargo, ningún premio económico ni reconocimiento. Merced al
sacrificio de estos héroes oscuros, es que el Desierto fue conquistado por la
Civilización, y la Patria engrandecida.
En los “Episodios”,
como en el “Facundo” de Sarmiento, el “bárbaro”, pese a todo, es reconocido y
realzado. Es el “Otro” salvaje, indómito, la imprescindible contracara de la
Civilización, la que la reafirma en su identidad de tal. Así como Occidente
necesita de Oriente para existir, el “noble” veterano de la frontera de
Estanislao Zeballos depende íntimamente del indio
“salvaje”, como de un espejo que lo contradice y a su vez lo configura.
Mientras más nítido sea el contraste entre uno y otro, más incontrarrestable
será la imagen de la flamante Nación Argentina, la cual está emergiendo,
justamente, de estos duelos feroces entre rémingtons
y lanzas, en la soledad de la pampa.
De la siguiente
manera, describía Zeballos el regreso del soldado Barrasa a su campamento, tras una arriesgada y solitaria
acción, con nueve indios prisioneros, y seis muertos, en su “glorioso” haber:
"El sol apenas alumbraba el campamento de los vencedores, cuando
regresó una descubierta con el parte de que hacia el sudoeste se avistaba un
pelotón de jinetes. Se mandó reconocerlos y vino un chasqui con el parte de que
Barrasa ha aparecido con nueve indios prisioneros,
habiendo muerto seis. Los clarines lo recibieron al son de una diana, tocada
con tanto mayor gusto, cuando era en honor de un camarada humilde, y Barrasa, grave y altivo como un triunfador romano, recibió
las jinetas de cabo primero enfrente de la columna, que lo vivaba entusiasmada.
Doy el nombre de este héroe desconocido a las tres lagunas que me recordaron su
hazaña, porque es justo y necesario que quede la memoria de los valientes sobre
el territorio que ellos conquistaron al precio de su oscuro sacrificio y de su
sangre, para entregarlo seguro a la Patria y a la actividad de la Civilización"[16].
Este fragmento, si
bien perteneciente a “Viaje al País de los Araucanos”, ilustra a la perfección
la figura del héroe humilde y desconocido, cuyos terribles sacrificios y
hazañas posibilitaron, en la visión de Zeballos, no
sólo la conquista de la llanura sino el triunfo de una causa que él consideraba
aún superior, la de la Patria y el Progreso mancomunados. Siguiendo a Viñas,
podemos decir que para Zeballos el Ejército
corporizaba las “esencias argentinas”, más allá de las diferencias políticas y
coyunturales. Es ese Ejército, cuya popularidad y cuyas epopeyas Zeballos enfatiza, una y otra vez, el que aunaría las
voluntades antagónicas y movilizaría el imaginario nacional en forja.
Conviene aclarar,
asimismo, que este soldado no era otro que el gaucho, que Zeballos,
a diferencia de otros pensadores liberales contemporáneos, procura rescatar,
pese al reconocimiento de sus vicios y limitaciones. En su obra de juventud,
encontramos más de un pasaje en que las virtudes criollas son resaltadas. La
bondad, la docilidad, la lealtad y el afecto hacia sus superiores, y la
valentía, armonizaban con las habilidades y capacidad de trabajo, y eran signos
innatos de una “raza” nativa:
"Saben y hacen de todo. Fabrican el ladrillo, cortan y labran las
maderas, cosechan la paja silvestre para techos, baten el fierro en las fraguas,
pulen las maderas en el banco, edifican desde su casita hasta el teatro y los
cuarteles, siembran inmensos potreros para invernar las cabalgaduras, se
desempeñan admirablemente en todas las artes y oficios urbanos que caracterizan
una civilización embrionaria, doman potros, amansan mulas, tienen tiempo
asimismo para realizar obras de arte en sus asaltos a las vizcacheras y para
bolear avestruces asegurándose el aumento de la escasa ración de carne que le
da la Patria, y al toque de generala de los clarines están listos y sonrientes
a caballo, para batirse victoriosamente con los indios, en las nieves de Nahuel
Huapí, o para llegar en nueve días al clima caliente
de la revolucionada Corrientes, desde el fondo lejano de los solitarios
desiertos meridionales"[17].
Como vemos, el papel
del gaucho-soldado en la forja de la Argentina moderna no es, en la visión del
rosarino, para nada desdeñable, y, como señalaremos a continuación, en absoluto
incompatible con la inmigración europea.
La pampa domesticada
En la década de
1860, siendo un niño, Estanislao Zeballos recorrió
varias veces con su familia el llamado “camino del sur”, que comunicaba las
ciudades de Rosario y Córdoba. Por aquel entonces, los malones lo azotaban, y
su tránsito era en extremo peligroso. Así lo recordaría, en 1883, el ahora
abogado y diputado nacional:
"(...) ¡Lo he recorrido, muy niño, después de 1860! ¡He vivido en
una de sus postas, he dormido la siesta muchas veces bajo el ombú de la famosa
posta de Arequito! ¡He sido despertado en la estancia
fortificada de los Desmochados por la alarida de los indios, y al abrir los
ojos espantados veía a las mujeres trémulas, con el rosario en la mano,
preparando las joyas, la ropa, y los víveres, que con los niños eran
depositados en el Mirador, en la ciudadela, en el último baluarte, a la
expectativa del combate empeñado sobre los fosos!"[18]
Años más tarde, ya
en la década de 1870, el Ferro Carril Central Argentino unía a las dos urbes, y
una serie de colonias agrícolas florecían a lo largo de los rieles y de las
estaciones. El Desierto se había transformado en un vergel:
"En 1878, á los catorce años, volví á la
[Colonia] Candelaria y no vagaron los ojos en aquel solitario desierto que
durante mis primeros años crucé cien veces, cuando la población apenas asomaba
tímidamente concentrándose en fortines, y los araucanos recorrían los campos y
no era posible alejarse á cien metros de la trinchera sin peligro de vida (...)
El trabajo constante y transformador muestra su huella civilizadora por todas
partes y son sus espléndidos monumentos la población centuplicada, las casas,
las arboledas, las plantaciones y los trigales, lindando los unos con los otros
hasta perderse de vista"[19].
¿Cuál había sido el
agente de cambio tan radical? Sin duda alguna, la inmigración europea, alentada
por un proyecto de país liberal, el de la Constitución de 1853, aquel concebido
por Alberdi y por Sarmiento. A lo largo de “La región del trigo”, libro de
viaje por las colonias agrícolas de Santa Fe, y por Rosario y la capital
provincial, publicado en 1883, Zeballos se encarga,
como también lo hiciera en ciertos pasajes de “Viaje al País de los Araucanos”,
de marcar este violento contraste entre el ayer de muerte y destrucción, en el
que los indios asolaban la llanura, y el presente de prosperidad y
bienaventuranza, en el que los inmigrantes y la colonización agrícola
desempeñan un papel protagónico.
Según Zeballos, en la provincia de Santa Fe, como en ninguna otra
región del país, se estaba librando una batalla (esta vez incruenta) entre el
espíritu más tradicional, más criollo, y el Progreso en marcha. Rosario,
desarrollada durante el período de la Confederación Argentina (1852-1861),
ciudad cosmopolita y cada vez más opulenta, era producto directo de esta
situación. Santa Fe era entonces “tierra nueva”, en la que el Progreso se
imponía, de manera gradual y pacífica.
En lugar de los indios, colonos de diversos orígenes (no sólo
extranjeros, sino también criollos) poblaban y trabajaban ahora los campos.
Alentados por las seguridades otorgadas por el gobierno a la vida y a la
propiedad, estos colonos gozaban de una existencia próspera y sana, muy
superior a la de las ciudades populosas. Al menos, esto es lo que consideraba
Estanislao Zeballos, quien, llevado por el entusiasmo
y el lirismo más exaltado, llegaba a negar hasta la existencia misma de
miseria, vicios y delitos en la campaña santafesina.
Aunque el aporte de los inmigrantes resultaba insustituible, los
beneficios de este Progreso eran para todos iguales, y los criollos también
podían ser vehículos eficaces del cambio:
"Humildísimos
gauchos, de esos a quienes sin conocerlos ni estimarlos justamente, no les
concedemos más que la holgazanería por aptitud, y el deseo de estar
constantemente echados de barriga, como medios vitales, son, sin embargo, los
obreros y los propietarios de las grandes áreas sembradas"[20].
Finalmente, la pampa salvaje había sido domesticada. En el sur de la provincia de Santa Fe este proceso ya se había completado con notable éxito hacia 1883, y en el pensamiento eufóricamente optimista de Estanislao Zeballos el porvenir de la región y del país sólo podía ser venturoso. Algunos años más tarde, sin embargo, ya en el filo del siglo XX, el mismo Zeballos, junto a otros integrantes de la elite criolla, contemplarían con horror el variopinto y amenazador espectáculo de esas masas de desheredados arribados masivamente desde la vieja Europa. Es que para entonces, como señalara David Viñas, las tolderías ya no estarían en la pampa, sino en los conventillos de la Boca, y también en los de Rosario. Y los bárbaros ya no empuñarían lanzas ni perpetrarían malones, sino que se organizarían en sindicatos y harían huelgas. Pero ésta es otra historia.
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ZEBALLOS, Estanislao. Episodios en los
territorios del sur (1879), Ediciones El Elefante Blanco, Bs. As., 2004.
ZEBALLOS, Estanislao. Viaje al país de los
araucanos, Ediciones El Elefante Blanco, Bs. As., 2005.
RESUMEN
Estanislao
Zeballos y la cuestión indígena
Entre 1878 y 1888 el
periodista, abogado y político argentino Estanislao Zeballos
publicó una serie de libros acerca de los indios araucanos de la llanura
pampeana. Fue él quien propuso la conquista y explotación de sus tierras, sobre
la base de colonias agrícolas. Como otros hombres públicos de su época y de su
país, Zeballos creía en los beneficios de la
inmigración europea. Su propósito era el de fundar una nueva nación en el
desierto: la República Argentina.
Palabras clave: Zeballos - indios - gauchos - inmigración
ABSTRACT
Estanislao Zeballos and the indian question
Between 1878 and
1888 Estanislao Zeballos, an Argentine journalist, lawyer and politician,
published a series of books about the araucanian indian, who lived in the pampa
plain. He proposed to conquer the indian territories, in order to found
agricultural colonnies. As other Argentine contemporary public men, Zeballos
believed in european immigration advantages, and had a goal: to found a new
nation in the middle of the desert, the Argentine Republic.
Key words: Zeballos - indian - gauchos - immigration
Recibido: 10/04/07
Aceptado: 28/05/07
Versión final: 30/06/07
Notas
(*) Profesor y Licenciado en Historia. Becario doctoral
CONICET, UNR. E-mail: santiagosancheznob@hotmail.com
[1] ZEBALLOS, Estanislao. Viaje al País de los
Araucanos, El Elefante Blanco, 1ª impresión, 1ª reimpresión, Buenos Aires,
2005, p.506.
[2] Nicolás Avellaneda, 1877, citado por
Estanislao Zeballos en Episodios en los
territorios del sur (1879), 1ª edición, Buenos Aires, El Elefante Blanco,
2004, p. 36.
[3] VIÑAS, David, Indios, ejército y frontera,
Santiago Arcos Editor, Buenos Aires, 2003, pp. 227-233.
[4] Estanislao Zeballos
fue uno de los fundadores de la Sociedad Científica Argentina, y entre 1874 y
1878 publicó “Estudio geológico de la provincia de Buenos Aires”, “Notas
geológicas”, “Una excursión orillando el río de la Matanza” e “Informe sobre el
túmulo prehistórico de Campana”.
[5] Alexander von Humboldt, “Cosmos. Ensayo de una
descripción física del mundo”, traducción de Bernardo Giner y José de Fuentes,
Madrid, 1874, Introducción, p.1, citado por ZEBALLOS, E., Viaje... op.cit., p.25.
[6] Carlos Burmeister,
“Historia de la Creación”, París, 1870, capítulo XVI, p.345, citado por
ZEBALLOS, E., Viaje..., op.cit., pp. 78-79.
[7] RAMOS, Julio. Desencuentros de la modernidad
en América Latina. Literatura y política en el siglo XIX, Fondo de Cultura
Económica, México, 2003.
[8] ZEBALLOS, E., La conquista..., op. cit., pp. 292-293.
[9] ZEBALLOS, E., La conquista..., op. cit., p. 257.
[10] ZEBALLOS, E., La conquista..., op. cit., p. 295.
[11] ZEBALLOS, E., Episodios..., op. cit. p. 416.
[12] ZEBALLOS, E., La conquista..., op. cit., p. 53.
[13] TODOROV, TZVETAN, La conquista de América.
El problema del Otro, Siglo XX Editores Argentina, Buenos Aires,
2005.
[14] VIÑAS, D., op.cit.,
pp. 46-47.
[15] ZEBALLOS, E. Viaje..., op.cit. pp. 99-100.
[16] ZEBALLOS, E., Viaje..., op. cit. p. 196.
[17] ZEBALLOS, E., Viaje..., op. cit. p. 417.
[18] ZEBALLOS, Estanislao, “Callvucurá
y la Dinastía de los Piedra”, en Callvucurá-Painé-Relmu,
El Elefante Blanco, 1998, Buenos Aires, pp. 135-136.
[19] ZEBALLOS, Estanislao, La rejión del trigo (edición con la ortografía original), Hyspamérica, Madrid, 1984, pp. 25-26.
[20] ZEBALLOS, La rejión...,
op. cit., pp. 31.