Violencia Social y Relaciones de Poder:
“Constricciones de la Estructura, Producción de los Sujetos Colectivos y
Modalidades de Acción, en la Comunidad de Empalme Graneros”(*)
I.- La
cotidianeidad violentada
"Ningún lugar está exento de la
violencia, hasta en las iglesias donde menos tendría que haber, en las familias
por preocupaciones sociales, económicas, psíquicas, colegios, cancha, barrio...
Se
observa a nivel mundial tanto en Occidente como en Oriente, y con mayor fuerza
cuando la pasan por TV., como crímenes, robos, maltratos, violaciones, asaltos,
etc... Se ejerce inescrupulosamente desde el gobierno, la policía, los medios
de comunicación, en las calles, en las villas, y según el ámbito se utilizan
diferentes métodos... Se manifiesta siempre por
un grupo de personas al que se les paga para empezar un acto violento, y los
lugares en que más se ve es en los carenciados, en las marchas de protesta de
los trabajadores, en los piquetes, en la cárcel”...[1]
Es insistente y reiterativa en amplios sectores de la sociedad
–enfatizada en particular por las instituciones escolares y los medios de
comunicación, ante hechos que conmocionan diariamente a la opinión pública por
la virulencia de su irrupción y luctuoso desenlace como “el caso Carmen de
Patagones”, Bs. As., 2004-; la aseveración de que la violencia en nuestro país
ha proliferado durante los últimos años diseminada por todos sus ámbitos,
heredada de períodos históricos en los que oscilaron gobiernos dictatoriales y
democracias formales, y profundizada con mayor crudeza desde fines del 2001
dada la coyuntura político-económica que sacudió a la Argentina.[2]
No obstante este referente empírico
innegable, las voces –oficiales, eclesiales, seculares, populares- que se alzan
para avizorar causas posibles a su acuciante emergencia, parecen coincidir en
la atribución de su génesis a procesos de índole psicopatológico-sociológica
cuya manifestación sería mera responsabilidad del individuo portador de tal
rasgo de carácter desviado de la norma; soslayándose de esta manera otros
factores macroestructurales que trascienden lo
microsubjetivo -desde cuya óptica se
naturaliza y neutraliza la dialéctica conflictiva derivada de situaciones de
marginación, explotación y subalternización por las
que atraviesa un gran número de personas en la actualidad- y, propugnando cual
soluciones mágicas una serie de estrategias de disciplinamiento de los cuerpos
como la revisión de la legislación vigente para endurecimiento de las
sanciones, el fortalecimiento de los mecanismos de represión social como poder
de policía y la inversión económica en infraestructura y equipamiento para un
sistema carcelario tanto más efectivo cuanto más coercitivo.[3]
En
esta dirección pues, un primer orden de problemas que me interesa abordar a
partir del trabajo de campo situado se centrará en la concepción
antropológica de la violencia circulante entre los habitantes del citado
barrio de Empalme Graneros -los discursos, prácticas y representaciones que en
lo concreto espacial dan cuenta de ella -; y construyen las visiones[4]
heterogéneas que sobre la cuestión sustentan los diferentes grupos sociales que
integran dicha barriada. Un segundo eje problemático focalizará las modalidades
de acción colectiva que, configurando un entramado de poderes
político-ideológicos en términos de relaciones de fuerzas[5];
constituyen las formas organizativas puestas en juego para la tramitación y
resolución de la violencia barrial con diferentes alcances y significaciones
-las instituciones del Estado, las O.N.G.s, los
“nuevos movimientos sociales”, los partidos políticos, las comunidades
religiosas, la figura de los mediadores, etc.-
Y
finalmente, intentaré articular los dos aspectos antes mencionados en torno a
la tipificación de estereotipos identitarios raciales
y por ende estigmatizantes -según la procedencia
geográfica, la ubicación espacial, la etnicidad, la posición de clase, la edad,
el género, la escolaridad, las marcas culturales[6],
etc.-; que se hacen visibles en la dinámica relacional del barrio elegido para
este análisis y contornean trayectorias desiguales en cuanto a la producción,
circulación y apropiación de los bienes y servicios materiales y simbólicos,
asequibles para unos y otros en el territorio de su cotidianeidad.
II.-
Un rastreo por la teoría
El siglo XX se ha caracterizado en el ámbito
de la sociología -y proyectado al terreno de la antropología- por la
controversia librada entre quienes postulan la preeminencia de la estructura
como constrictora de las conductas humanas, y quienes reivindican
las motivaciones de los sujetos insertos en sus tramas interaccionales; controversia ésta heredada de la tradición
franco-durkheimniana y alemano-weberiana
respectivamente y en la que el marxismo[7]
desempeñó un papel ideológico no menor, como planteo teórico-práxico confrontativo tendiente a
una síntesis de ambos pares dicotómicos desde la óptica tensionante
de la lucha de clases.
Así pues, pensar la realidad social poniendo
el acento en la determinación estructural implica dar prioridad a las normativas
objetivas por sobre las acciones subjetivas; partir del supuesto de que las
pautas, funciones y roles culturales coaccionan y cohesionan el obrar humano
sometiéndolo a una legalidad regulada en pro del consenso, la integración, la
estabilidad y el anhelado –y no menos ilusorio- equilibrio orgánico de la
sociedad. En ese contexto el Estructural-Funcionalismo[8]
preanuncia un panorama de progreso indefinido y unilineal, en el cuál si se
respeta el orden civilizatorio con su impronta científico-positiva –y cada uno
ocupa el lugar que se le ha asignado sin oponer objeción alguna-; la razón
instrumental iluminará la oscuridad de la barbarie garantizando una felicidad
universal para todos los que se precien de pertenecer a la categoría planetaria
de ciudadanos.
Mientras que concebir un escenario resultante
del conjunto de intenciones, móviles, valores, expectativas, que connotan de
múltiples sentidos la actuación de los individuos dentro de los límites de la
estructura social -inexistente sin el efecto de tales intercambios-; supone la
posibilidad de que éstos sean capaces de modificar lo instituido global,
producir innovaciones en el statu quo colectivo y re-apropiarse creativamente
de los usos y costumbres de la cultura que integran. En esta línea de pensamiento
procesualista-sistémico, los representantes del Individualismo
Metodológico[9]
definen las posiciones de los actores en términos de: interpretación de microprocesos transaccionales, construcción de redes
relacionales locales, organización de estrategias manipulatorias
parciales, interjuego en ética de reciprocidades
pactadas -entre la formalidad de los mandatos fundacionales y la variedad de
decisiones adoptadas por los sujetos respecto de los mismos-.
Contemporáneamente a las dos posturas
antropológicas previas –dominantes y equidistantes al interior de los círculos
de investigación en ciencias sociales- y en especial bajo la influencia crítica
del Materialismo Histórico, ciertos autores con los que acuerdo
participan de esta discusión iniciada durante los años 80 y no cancelada aún,
manifestándose a favor de considerar las relaciones socio-culturales como
pugnas de fuerza/poder[10]
antagónicas signadas por la dominación y subordinación de unos grupos/clases
sobre otros; y analizándolas desde una mirada que si bien se fija en lo
situacional/particular se amplía dialécticamente hacia lo histórico/estructural
en el marco de la lógica productiva del sistema capitalista. Es en tal sentido
que cobra importancia relevante el concepto de mediador[11]
o broker (Bartolomé, 1971) -por ej.: parentesco/compadrazgo,
patrón/cliente, lider/masa-, condensando el peso
político-institucional de lo estructurado junto al poder subjetivo-colectivo de
negociación en el devenir de la historicidad concreta; concentrando una
acumulación de capital social reconvertible que trueca lazos de amistad por
lealtad y dependencia (Alavi, 1976) al ubicarse como
referente barrial y, propiciando vínculos diádicos asimétricos –ni estáticos ni
mecánicos- de clientelización diferencial (Gilsenan, 1986) entre los sectores subalternos y los grupos
dominantes por la distribución de los recursos materiales y simbólicos.
Por último, creo pertinente traer a colación
de los argumentos que anteceden la polémica vigente entre los que aseveran que,
los mencionados sujetos colectivos –populares?- que han hecho su aparición
reciente en el conflictivo ámbito de lo social -campesinos, obreros,
guerrillas, piqueteros, comunidades cristianas, movilizaciones barriales, de
género, étnicas, ecológicas, estudiantiles, de derechos humanos, etc...- darían
lugar a la denominación de nuevos movimientos sociales[12],
por lo inédito de su génesis, proliferación y elenco protagónico, ante el
ejercicio de democratización de la sociedad civil que descreída de sus
representantes sindicales se reapropia de los espacios públicos vacíos pactando
con el Estado; y aquellos que opinan que diferencias mediante se trataría de
una similar situación de clase[13]
marcada por la opresión, explotación, pobreza y discriminación en el horizonte
de la preconizada posmodernidad –identificados por la construcción de una
identidad común, con reivindicaciones sectoriales compartidas, una misma lucha
por la reestructuración del poder a través de formas violentas de acción
colectiva, y un complejo entramado de fuerzas económicas, políticas y
sociales que los exceden (Wallace, 1998)-, no siendo más que el actual
despliegue del capitalismo globalizado a nivel mundial arrastrando los viejos
problemas con rostros reciclados.
III.- Una
cuestión de poder
Empalme Graneros es un barrio periférico
ubicado en la zona noroeste de Rosario, en cuyo límite Norte –el cruce de las
calles Travesía y J. J. Paso- al borde de la vía que delimita por la
organización distrital de la Municipalidad el acceso al mismo, se encuentra el
“Centro Crecer N° 6” que forma parte de un programa en red del gobierno
socialista local consistente en 29 de ellos repartidos por toda la ciudad -hay
además otros 3 en sectores demarcados geográficamente al interior de dicho
barrio-; “situados especialmente en zonas carenciadas y dedicados a la atención
integral de familias en situación de vulnerabilidad social, con el objetivo de
su inclusión para un ejercicio pleno de la ciudadanía” según relatan Verónica
-la psicóloga que lo coordina- y Carolina -quien la auxilia en esta función
desde hace 2 años–.
Los proyectos de trabajo -como el Pedagógico,
el de Estimulación Psico-motriz, el de Recreación, el
Nutricional
y el de Autoproducción de alimentos- en torno a los cuales se articulan las
acciones preventivas, persiguen tres ejes básicos: el niño, la familia y la
comunidad; aclarando las entrevistadas que si bien la tarea principal es la
recepción de pequeños entre 2 y 4 años de edad para asistirlos en lo relativo a
la alimentación y la escolaridad, no se trata de un jardín o una guardería sino
de un propósito con mayor alcance que contempla la inserción/interacción social
a través de eventos, visitas y jornadas.
En cuanto a la temática que aquí me ocupa y
las visiones circulantes en la comunidad local[14]
a inicios del 2005 –año de elecciones legislativas en nuestro país-, ambas
coinciden en sus discursos apuntando que: “La violencia es una problemática que
nos atraviesa, como la desnutrición o la desocupación, dentro del contexto
social en el que trabajamos. En el barrio ha ido en crecimiento como en general
en toda la sociedad por la crisis, la ruptura del lazo social determina mayores
niveles de violencia[15]...
Se ha extendido a todas las zonas, a nuestras propias comunidades, barrios,
etc; porque a mí me robaron en la puerta de mi casa, dos por tres se escuchan
sirenas y tiros, entonces para todos está naturalizada no sólo para las
comunidades marginales. En este sentido hablábamos de lo preventivo, en poder
desnaturalizar esto”.
Si bien se desliza de sendos dichos un explícito
reconocimiento sobre la incidencia de aspectos político-económicos en el origen
y diseminación de la violencia en lo social global, recalcan que: “Nosotros
somos una institución que la abordamos como una problemática más por la que
atraviesan las familias a las que atendemos, damos contención y derivamos al
Centro de salud lindante, pero no tenemos estadísticas”; focalizando como
acuciantes en el territorio de esa barriada -y “que es lo que la gente registra
como violencia en casos extremos”- las dimensiones privadas de lo vincular
familiar, infantil y de género.
La policía representa un espacio
institucional de poder al que se recurre para solicitar protección y seguridad
ante la presencia de ciertos grupos de jóvenes tildados por los vecinos como delincuentes,
y que se esconden en la zona de la villa donde también habitan los tobas
discriminados como tales por generalización –en esta articulación me detendré
luego al referirme a las marcas de los sujetos estigmatizados-; pero sin
embargo sus efectos resultan ambiguos al oficiar como árbitro en instancias
concretas de violentación familiar: “Nos dan bolilla
cuando pedimos que se den una vuelta ante dormidas que hemos tenido o por robos
que han habido; pero en cuanto a la violencia doméstica en general opera como
obstaculizador porque a las mujeres no les creen, no les toman la denuncia; la
comisaría no funciona como lugar que dé respuesta por eso ahí lo que se hace es
acompañarlas a tribunales. Por su parte la policía lo que aduce es que un día
dicen una cosa y al día siguiente otra; hay una pelea y luego vuelven con el
marido, aunque ya sabemos que no es de malas que son...” –lo que supone un
trabajo que se realiza en el centro a nivel grupal tendiente a un
re-posicionamiento subjetivo, “en tanto se incluyen, participan y se vinculan
con otros roles dentro de la sociedad eso puede llevarlas a ver lo que les
pasa”-.
La violencia de género no se limita a los
casos de maltrato físico, sino que se hace extensiva a aquellos en los que
simbólicamente se evidencia un ejercicio del poder masculino que las condena al
recinto de lo hogareño –restringiendo sus derechos de anticoncepción- y las
aísla de sus pares: “Esto también circula mucho en el barrio como lo que un
hombre permite que una mujer haga.., aunque por ahí las mujeres trabajan más
que los hombres pero van y vienen a la casa; ya si se reúnen entre sí no está
bien visto”-. Las informantes señalan al respecto que, en muchas mujeres el
tener por primera vez su propio sueldo percibido a través de los planes Jefas y
jefes de hogar les ha permitido elevar su autoestima, y fortalecer el lugar
social brindando servicios que usualmente hacían como aportes voluntarios y sin
retribución alguna; pues “el hecho de que ellas lo cobren y el poder que otorga
muchas veces el único dinero que entra en la casa ha sido significativo, más
allá de las críticas estructurales que podamos hacer al plan nacional” [16].
Un ejemplo lo constituye Silvia –oriunda del
Chaco, afincada desde 1993 en la villa cercana donde interactúan tobas y
criollos bajo la protección espiritual y material de la Hermana María”[17],
con cuatro hijos, que se desempeña como colaboradora de sala atendiendo
alrededor de 30 niños de 4 años desde hace 5, precisamente por ser receptora de
uno de estos planes y debiendo dedicarle por ello 4 hs.
diarias al centro Crecer-; la que consultada sobre situaciones violentas en la
zona minimiza las referidas a lo intergenérico, lo
interétnico y lo socio-económico, reconoce manifestaciones de ellas en las
relaciones que entablan los chicos que tiene a su cuidado y carga las tintas
sobre los factores generadores de comportamientos adictivos en los sujetos que
las protagonizan, enfatizando como causales de tales arrebatos el consumo de
drogas y el alcohol por conflictos personales cuyo índice elevado es
preocupante dadas las consecuencias que acarrean a los demás miembros de la
comunidad.
A su juicio: “Todo empieza cuando las
personas toman, entonces quieren resolver los problemas cuando están tomados y
en lugar de resolverlos empeoran. Se golpean, a veces utilizan armas. Y los
vecinos que ven que se están golpeando llaman a la policía que a veces les
lleva y a veces no los agarra... Yo de la policía no me puedo quejar porque un
día vinieron a hacer un allanamiento en mi casa buscando armas de fuego por un
problema grave que tuve con un vecino, pero lo hicieron como corresponde y a mí
no me trataron mal. Lo único que podemos decir es que siempre llega tarde, o
sea que a los que tienen que aprehender no los aprehenden... Con la droga pasa
lo mismo, y las personas que ven que otros están en eso –venta y consumo- o que
roban no quieren ni que los hijos se junten con ellos ni que las saluden ni
nada, para que los demás no piensen que están involucrados con esa clase de
gente”.
También
Adriana trabaja en este centro desde el 2002 realizando su prestación como
colaboradora de sala pero para niños de 3 años de edad y recibiendo el plan
Jefas de hogar por ser madre soltera con un hijo de 14, Gustavo por su parte es
empleado municipal de planta permanente desde hace 4 -específicamente auxiliar
de mantenimiento y cocina- y; si bien ninguno de los dos habita en Empalme,
narran sus experiencias ligadas a la inserción en diferentes actividades que se
desarrollan en el Crecer dentro de los márgenes del mismo. La primera cuenta
con notable orgullo, al haber acompañado a la maestra de los niños de 4 en la
noche de la dormida que éstos protagonizan a modo de ritual de egreso en su
recorrido pedagógico-comunitario: “Primero me dió
miedo porque justo andaba el violador serial, estaban mostrando el identikit y
había mucha neurosis en el barrio... Había raptado a una nenita, la llevó a un
descampado en bicicleta e intentó violarla; la gente estaba armada con palos y
había como una psicosis que por cualquier cosita ya saltaba. Pero nosotros le
pedimos a la guardia urbana que se diera una pasadita, para decir: bueno, están
vigilados por si llegaba a pasar algo alrededor. Y esa noche gracias a Dios fue
re-tranquila, yo pensé que al estar así cerca de una villa escucharíamos
corridas, tiros, o alboroto...”.
El
segundo esboza con cautela opiniones más mesuradas que las de su compañera en
cuanto al desenlace de hechos acaecidos con similar tenor, sin embargo es dable
reiterar en ambos las representaciones señaladas en las entrevistadas con
antelación sobre el acento puesto en la violencia familiar -derivándola de
razones eminentemente psico-sociales que a veces
resultan discriminatorias de sujetos colectivos circunscriptos-; la
generalización acrítica de su dispersión en los restantes sectores de la
sociedad –sin diferenciar la problemática situada desde lo micro-local- y, la
desvinculación de su génesis de los procesos histórico-políticos y
socio-económicos que la atraviesan en un sentido macro -al no cuestionar los efectos
de dominación que ejercen las instituciones del Estado mediante sus mecanismos
de control y el poder de policía-: “Yo que estoy acostumbrado a andar por los
pasillos haciendo alguna visita uno no ve violencia palpable, solamente en
determinados momentos por ahí viene la policía porque está buscando a alguien y
puede haber una escaramuza pero esporádicamente... Generalmente adolescentes
que han cometido algún tipo de delitos, pero no han sido tantos como para decir
que este barrio se diferencia de uno bien organizadito, no lo veo más que lo
común que vemos en toda la ciudad. Sí hay una cierta violencia que nosotros
conocemos y que es la de tipo familiar, y reyertas entre vecinos por cuestiones
sentimentales o emotivas. El estado de ebriedad cuando no se tiene control de
los actos puede llevar a desatar un hecho violento, porque no se toleran y
cualquier motivo los lleva a un roce; una discusión entre dos personas que
están ebrias y generalmente van armadas puede llegar a darle un puntazo... Hay
mucho problema de alcoholismo entre los mayores y de droga entre los jóvenes”.
IV.- Un barrio
desmovilizado
Haciendo
uso de dicha categoría conceptual es como los actores sociales interpelados
describen las modalidades resistenciales y los
movimientos de protesta que despliegan los pobladores barriales, ante la
defensa de sus intereses y la reivindicación de sus derechos. A juicio de la
coordinadora del Centro Crecer visitado: “A mí no me parece que haya un grado
de asociación, o de relación tan alto entre los vecinos como para que salgan a
manifestarse por los problemas del barrio; sí para otros temas como puede ser
ir a hacer un piquete[18]
para pedir el aumento del plan, por zapatillas o útiles escolares para los
chicos, pero eso porque lo escucho por la televisión y no porque lo digan las
madres acá... Hay punteros que movilizan, pero creo que el grado de adhesión no
es muy alto”. Coincidentemente, su auxiliar en la tarea acota: “Entre mucha
gente circula eso de: “me vinieron a decir que vaya al piquete en vez de trabajar
por el plan” –los de la Corriente Clasista y Combativa y una señora que es de
la C.G.T.-, pero la gente no los sigue”...
Las
dos adjudican esta respuesta colectiva al hecho de que se percibe la sensación
de haber más trabajo en la zona, y que tal reactivación laboral deriva del
aumento del poder adquisitivo en las clases medias que son quienes los
contratan -especialmente para los rubros de la construcción y el servicio
doméstico-; no obstante la paradoja aquí reside en que, las oportunidades que encuentran
para re-insertarse[19]
en el mercado productivo no siempre son en blanco dado el nivel de formación
precaria que posee esta población en particular, y ellos saben como dato
concreto que para la ANSES. si consiguen algún empleo estable el plan cae. Al respecto
comentan: “Incluso hay otras instancias que así como convocan a la
participación popular las O.N.G.s lo hace el mismo
Estado municipal como el presupuesto participativo, pero es muy difícil porque
la participación es muy escasa, no hay interés, hay mucha desmovilización,
mucho descreimiento.[20]
En general está la postura de que el que convoca para algún beneficio de él es:
“para qué me querés”; para qué me buscás”...
Lo que pasa es que hay muy pocos referentes comunitarios que generen confianza,
entonces a veces vienen y nos preguntan a nosotros: “es cierto que van a
aumentar el plan?”, porque circulan rumores pero descreen a su vez de quienes
los largan. Creo que la gente está muy quemada en esto de que la manipulen, por
eso desconfía y con razón...”.
De
lo antes expuesto considero pertinente trazar al menos dos líneas de
interpretación que dan cuenta de las representaciones y prácticas construidas
en el imaginario local, y que confluyen nodalmente en una concepción homogénea
sobre el posicionamiento de los sujetos colectivos dentro de la estructura
social: la idea de manipulación de conciencias y voluntades por parte de otros
que detentan un poder del que ellos carecen y la de constricción forzada a las
reglas del juego de lo instituido por éstos sin atisbos de reacción popular
alguna; perpetuando así no sólo las condiciones de explotación y marginalidad
por la que atraviesan tales sectores progresivamente pauperizados sino
neutralizando las potencialidades de lucha para la transformación de su situación
actual, mediante el reforzamiento de un lugar-objeto devenido de las
conveniencias e intereses de los grupos dominantes –quienes sí pueden querer y
buscar en su exclusivo beneficio- y por los que son victimizados y vampirizados
sin oposición ni resistencia aún cuando se desentienden de sus necesidades
elementales –alimentación, salud, educación, trabajo-.
Cabría
interrogarse en esta dirección: ¿No será tal vez dicha supuesta inercia colectiva
–desinterés, desmovilización, descreimiento, descompromiso- una modalidad de
acción para resistir que si bien comparten con otras subjetividades subalternizadas va cobrando contextualmente identidad
propia; un perfil delineado de estrategias en la búsqueda de trayectorias
históricas alternativas por fuera de las ya conocidas y que no los representan
–punteros de partidos políticos tradicionales, sindicalistas y el mismísimo
gobierno municipal, provincial y nacional de los que reciben pero
sospechan-?... Puesto que sí se observa que tienen visibilidad y hacen ruido al
acudir a convocatorias para ofrecimiento de empleos, al averiguar si aumenta o
no el plan social para los desocupados y presionar cómo sigue esto, al recorrer
espacios públicos donde poder realizar su contraprestación –tiempo atrás
voluntaria y de favor-, al asegurarse presencia mediática reclamando útiles,
ropa, comida, seguridad, higiene, vivienda, etc.
A
propósito de la interacción en red[21]
con otras organizaciones barriales -uno de los objetivos primordiales de los
Crecer en cada uno de sus emplazamientos citadinos-, los lazos más intensivos
del N° 6 de Empalme Graneros son con los Centros de salud municipales, las
escuelas provinciales oficiales o privadas con subvención parcial, y las O.N.G.s. que son alrededor de 50, entre ellas: Vínculo
–dedicada a las problemáticas de adicciones y violencia familiar-, Cooperativa
de los Abuelos -para la tercer edad-, Constructora del barrio toba, Indeso Mujer –orientada al tratamiento interdisciplinario
de la violencia de género-, Centro comunitario vecinal, Caritas e Iglesia
Evangélica Pentecostal.
Y
específicamente sobre el accionar de la hermana Jordán -religiosa católica que
como ya explicité monopoliza la circulación de bienes y servicios como privados
en la villa cercana conformada por tobas y criollos migrantes del norte del
país-, las informantes expresan: “Ella es una célula cerrada que no se
relaciona con nadie, ni siquiera con las organizaciones barriales que nosotros
trabajamos porque se maneja en forma muy autónoma: MIS TOBITAS!... Nunca hemos
podido acercarnos, hace poco fue un compañero para un taller de cocina que se
había articulado y no había nadie, nada y hasta le habían cerrado todo sabiendo
que él tenía que llegar... Ella se maneja mucho con organizaciones
internacionales, donaciones del Arzobispado, y la Iglesia. Algunas personas se
quejan de que usa un sistema de premios y castigos: el que hace lo que ella
quiere tiene y el que no...”.[22]
Por
último y en lo atinente a la figura de referentes empíricos que ofician como
mediadores entre las instituciones citadas y el grupo social de pertenencia,
éstas reconocen la presencia de peso de algunos pobladores que en ese ámbito
urbano-marginal actúan como sus colaboradores porque: “Son vecinos que hace
mucho que están, a su vez tienen una relación estrecha con las organizaciones
barriales dadas las características personales de ellos, y la confianza que uno
les va teniendo a lo largo del tiempo. Por ej.: Silvia, Adriana, Blanca, o el
vecino más fuerte que le dice a otro: “si te veo golpearlo de nuevo te agarro a
piñas”, en casos que creen que los niños son propiedad de los padres y no
sujetos de derecho“.
Asimismo,
es dable destacar cómo es percibida esta función de representación intermediacional entre quienes pueblan la villa liderada
por la monja aludida; en su doble rol de mujeres que se ocupan de cubrir las
necesidades básicas del vecindario que también constituyen sus propias
carencias y de voluntarias del centro comunitario que dirige la religiosa
convirtiéndose excepcionalmente en su mano derecha: “Afirma orgullosa Ramona:
“Acá como dicen en todas partes, somos… son gente privilegiada porque comida no
tienen que gastar, a mediodía con la Hermana cocinamos para ellos, comen acá o
llevan la comida, a la tarde le damos la merienda y si no tienen van a la casa y
ella les da yerba y azúcar… Yo trabajo con la Hermana, ella me ayuda, ahora
entré en el “Plan Trabajar” y mi mamá cobra los $100 de subsidios esos…Nosotros
vivimos bien porque no nos falta nada, gracias a Dios”... Pero además como dice
Gladys: “hay que ganárselo”, y para recibir ropa o comida “deben pagar”
ayudando a la Hermana en la capilla, con las tareas diarias en el dispensario o
asistiendo los chicos a clases de catequésis,
dictadas por jóvenes que la Hermana está formando y que viven y estudian en el
centro de Rosario”.[23]
V.-
Los estigmas violentos
Una
frase retumbaba en mis oídos como un eco repetido al escuchar a unos y otros
–encargados y colaboradores- explayarse sobre las manifestaciones de violencia
en la zona: “El pasillo ahora está más tranquilo”; ante la cual yo reiteraba
curiosa y perplejamente una pregunta: “¿Qué pasillo?”... Me explican entonces
que: “Es un pasillo de villa que está acá enfrente paralelo a la vía, de un
lado está el terraplén y del otro lado casas; una pegada a la otra. Lo que dice
la gente es que antes era muy peligroso y ahora no. Estaba ligado a que había
un grupo de chicos delincuentes que se drogaban o tomaban y hacían bardo todas
las noches... Jóvenes marcados como choros, ladrones, violentos, borrachos y
entre éstos y el resto las relaciones eran tensas en función de que en
ocasiones efectivamente les robaban a sus vecinos, y por eso los tienen en ese
lugar. Algunos murieron de sida y otros están pero es como que se desarticuló
esa célula. Hay preocupación por parte de las madres de que sus hijos están
creciendo y qué va a pasar con ellos... Porque lo que circula es que: “en la
villa te escondés”, y tiene que ver con la inaccesibilidad
de los pasillos”.
Se
hace evidente a partir de estos relatos que, además de comunicar y permitir el
tránsito al interior del territorio villero el sonado pasillo opera
simbólicamente de pasaje a Otro lugar, de frontera demarcatoria, de límite
maniqueo, entre un adentro conocido y familiar y un afuera amenazante y
agresivo -asociándolo con los oscuros, intrincados y violentos estereotipos lombrosianos del delito, los excesos, la promiscuidad, la
clandestinidad, la miseria?-...[24] A la “aparente
tranquilidad” reinante la conectan también con la tarea desarrollada en pro del
orden y la seguridad social por la acción policial, que paradójicamente
refuerza la discriminación mediante la ecuación generalizadora y economizante de delincuentes = tobas por la cual “tiempo
atrás hacían razzias muy violentas en el barrio de éstos, y en parte hay una realidad
de que vienen corriendo y se meten ahí pero eso no quiere decir que
necesariamente sean tobas, habrá sí algunos como en cualquier comunidad”.
Verónica
reseña en tal sentido los principales fundamentos de un proyecto que despliegan
en el Crecer N° 6 en virtud de las relaciones interétnicas que se producen
cotidianamente entre los habitantes de la villa de Empalme Graneros, dando
cuenta a la vez de las visiones particulares que lo sustentan y de las
representaciones y prácticas que en el imaginario barrial articulan racialmente
violencia, identidad y estigmas: “Nosotros tenemos una temática con todo lo que
es integración/discriminación ya que una parte de la población pertenece a la
comunidad toba o aborigen, y es una cuestión complicada para trabajar porque
muchas veces la comunidad acusa de que “el blanco” como ellos dicen o el
criollo los discrimina; por otra parte hay también un poco de resistencia de
ellos a integrarse...[25] Y con respecto a la
violencia entendida como robo, delito y esas cosas, la comunidad toba está
marcada como un lugar donde se esconden delincuentes para algunas personas y
para la policía sobretodo; bah! la villa[26] en general y ella específicamente...”
A
propósito de lo expresado con antelación y en referencia a las posibilidades de
acceso a la escolaridad en esta etnia, la misma coordinadora comenta que los
tobas se encuentran diseminados en dos espacios delimitados por la zona de la
villa –los de la Hermana Jordán- y la de Travesía y Paso –el contingente
mayor-; contando para sus aprendizajes con dos escuelas gratuitas: una
confesional católica –inserta en el último de estos ámbitos y en la que
interactúan con niños criollos- y una provincial bilingüe –ubicada frente al
centro Crecer y destinada sólo para ellos-. En cuanto al eje integración[27]/discriminación mencionado
por la profesional, me interesa destacar aquí el carácter académico-relacional
hacia el que están orientadas ideológicamente sendas instituciones desde la
política educacional: la privada religiosa que centrada en una formación
técnico-manual o de oficios reproduce las tipificaciones que auto-identifican a
los sectores más empobrecidos de la sociedad, y la pública laica que respetuosa
de la multiculturalidad[28] mantiene homogéneamente
segregados del resto del sistema a los miembros de dicha comunidad aborigen.
Por consiguiente, bajo el pretexto de la integración se perpetúa y profundiza
de distintos modos la discriminación; convirtiéndose ambas instancias de
enseñanza-aprendizaje en fuertes polos estigmatizantes
(Althabe, 1998).
También
las opiniones de colaboradores y demás empleados del centro municipal apuntan
en esta dirección de plantear el estatuto diferencial-cultural de tales
escuelas, según la procedencia socio-económica de la población que albergan, la
ubicación geográfica en las que se hallan enclavadas y las ofertas educativas
contenidas en sus planes de estudio– etiquetadas como la de los tobas, la de la
villa, la del centro, la del barrio[29], etc.-. Silvia expresa
por ej.: “Yo a mi hijo lo mando acá a una escuela privada religiosa pero
asentada en la villa –la “Juan Diego” del barrio toba-, y hay dos escuelas más
cerca en el barrio pero como ya empezó preescolar ahí y ahora va a 8° no se
quiere cambiar. Cuando la elegí fue porque vine del Chaco muy aproximadas las clases
y no había lugar en otras, y ese es el tema en el barrio con los chicos porque
le dicen que: “se va a una escuela a una villa” pero nosotros vivimos en una
villa; así que no sé por qué se asombran porque “va a una escuela a otra
villa”. Lo que pasa es que ellos viven en una villa, nacieron y se están
criando allí, pero van a “una escuela de barrio”; por eso discriminan un poco
pero ellos no saben cómo es la escuela en sí... A mí me gusta porque también
tienen talleres, entonces a la mañana va a la escuela y a la tarde hace taller
de panificación, electricidad y construcción; y me parece muy bien porque los
chicos que no tienen posibilidad de seguir estudiando ya tienen para empezar a
trabajar cuando terminen 9° año. Y yo ahí no pago nada –la sostiene el Colegio
Pablo VI-, sólo para la práctica tenemos que llevar la materia prima”.
No
obstante, las visiones que se tienen desde un despacho ministerial que toma
decisiones a distancia ignorando el terreno y los hombres y mujeres de carne y
hueso que transitan a diario el escenario local, varían notablemente de óptica;
mostrando su contradicción no sólo una disociación entre la idea y la praxis
sino la tensión permanente entre un orden estructural que constriñe
objetivamente y la capacidad de los sujetos colectivos involucrados de promover
modalidades de acción concretas para transformarlo según sus intereses
coyunturales. Gustavo comenta al respecto: “En la escuela “Taygoyé”
que está en la esquina había un problema de que exigían que fueran tobas. Y
ahora a raíz de que nosotros empezamos a levantar un poco de polvillo sobre el
tema, de frente y directamente ahí, empezaron a decir: “No..., también...,
puede ser...” Había una cierta discriminación de ellos pero no originada por la
gente que va a la escuela, sino desde la Dirección y algunos vecinos. Es una
escuela de la Provincia que es la que paga a los maestros, después alguien puso
dinero –el F.A.E. (Fondo Ayuda Educativa de la Municipalidad) y otras entidades
que no recuerdo-, el lugar se lo donó el dueño...; pero se hizo muy rápido”.
A
modo de corolario, me resulta claramente ilustrativo transcribir una serie de
diálogos que intercambiaron durante la entrevista el citado empleado de
mantenimiento y otra de las colaboradoras del mismo centro, a efectos de hacer
visible la circulación de estereotipos identitarios
raciales construidos en el entramado barrial y que aparecen naturalizados tanto
para los portadores como para sus nominadores; evidenciándose inclusive la toma
de distancia alienada en determinados actores sociales al recurrir a la
desacreditación del propio grupo de pertenencia, redundando ésta en una
auto-depreciación proyectada imaginariamente en el semejante como diferente[30] o en el par como
des-igual.
Gustavo
comienza explicando: “Las mujeres entre sí una ofensa que se dicen es “negra
villera””. Adriana agrega: “Bueno pero eso es lo más livianito, porque por ahí
se queda sólo en una palabra”... Gustavo continúa con su alocución: “Entre los
indígenas por ej. para discriminarse se dicen: “Qué hacés
tobá”!..., y nosotros los conocemos así como
“comunidad toba” pero ellos son “Qom”, no tobas; y nos hemos acostumbrado a
llamarlos de ese modo porque en algún momento alguien les puso ese nombre pero
es algo despectivo[31]. “Toba” es como decirse
“negro villero” pero es una discriminación entre ellos. Adriana asombrada
exclama que no lo sabía y arremete: “Contale a la
Sra. que nosotras las colaboradoras de sala somos todo un ramillete de
distintas flores y acá sí que no hay discriminación. Por ej. la chica que se
fue recién, Silvia, es chaqueña”... Gustavo la corta y me aclara: “Pero ella no
es descendiente de tobas, es de matacos..., sí tenemos a Adela y Teresa que son
de la comunidad... Digamos que los tobas tienen cuestiones entre ellos, de
niveles sociales o especie de castas; entonces por ahí hasta quienes mandan
–los caciques- son gente más alta y robusta físicamente. Y los criollos en la
villa son un mundo aparte, con los toban mucho no se mezclan pero tampoco se
agreden –“se ignoran”, mecha Adriana-. Remata Gustavo: “Nosotros teníamos dos
entregas de cajas separadas, la de la comunidad toba y la de la parte criolla,
pero se nos habían mezclado algunas cosas y ahora “nos juntamos todos”...
Como habrá podido constatarse a lo largo del
presente artículo en cuanto a mis análisis, interpretaciones y producciones
escritas con anterioridad, motivada por razones de elección personal, formación
profesional y posicionamiento crítico y, por tratarse del eje central de mi
proyecto de investigación situado para el Doctorado de Humanidades y Artes con
mención en Antropología en curso; he venido ahondando progresivamente en esta
problemática macro-global de la violencia social y sus manifestaciones
particulares en los diversos micro-ámbitos –escolar, familiar, policial,
sanitario, interétnico, intergenérico, etc-, al
interior del barrio marginal rosarino de Empalme Graneros y con el trazado de
una trayectoria arqueológico-genealógica -de saberes y poderes- que oscila
entre los años 2000 y 2005.
Puntualizando sobre la concepción
antropológica de la violencia es plausible argumentar que, si bien las
representaciones circulantes entre los pobladores de dicha barriada -derivadas
de los discursos y desplegadas en las prácticas- reconocen en la génesis de su
emergencia y desenlace la incidencia de factores estructurales
objetivo-constrictivos de índole histórico-políticos y socio-económicos -a
veces minimizados, otras generalizados, o también soslayados-; cargan no
obstante las tintas en rasgos bio-psico-culturales
esencializados atribuidos simbólicamente a sujetos
colectivos que comparten condiciones materiales de existencia marcadas por la subalternidad, la pobreza y la explotación –violentos
=drogadictos, borrachos, vagos, delincuentes, ladrones-, sin confrontar
dialécticamente tales condiciones vitales con los efectos de dominación que
ejercen las instituciones del Estado mediante sus mecanismos de control,
aparatos ideológicos y reforzamiento del poder de policía por sobre estos
sectores más castigados y desprotegidos de la sociedad.
Considerando las modalidades
de acción colectiva ensayadas por estos sujetos para la tramitación y
resolución de la violencia en lo local, es menester resaltar que la aparente
tranquilidad asociada a una supuesta desmovilización –traducida como
desinterés, descreimiento, desconfianza y descompromiso por los empleados del
centro comunitario entrevistados-, se contradice con las formas organizativas antisistémicas pergeñadas por aquellos a la hora de
reclamar públicamente por sus derechos y necesidades básicas –planes
alimentarios, ofertas de empleo, acceso a viviendas, educación para sus hijos,
atención de la salud, resguardo en seguridad-; las que sí se perciben en cambio
mediatizadas por la intervención de organismos oficiales –nacionales,
provinciales, municipales- y privados -redes entretejidas con las O.N.G.s, los nuevos movimientos sociales, los partidos
políticos, las comunidades religiosas, los referentes barriales, etc.- que con
variadas estrategias de fuerzas intentan manipular, cooptar, acallar y/o
refrenar el accionar grupal no exentas de resistencia por parte de éste.
Y abordando para finalizar
los estereotipos identitarios raciales con los
que unos grupos sociales descalifican a otros en función de caracteres
diferenciales naturalizados -según la procedencia geográfica, ubicación
espacial, origen étnico, posición de clase, franja etárea,
cuestión genérica, índices de escolaridad e insignias culturales-, es dable
mencionar que la discriminación en la zona se hace ostensiblemente visible a
través de polos de estigmas devenidos de los entrecruzamientos relacionales de
fuerzas que tienen lugar entre: criollos y tobas, blancos y negros, los de
adentro y los de afuera, integrados y segregados, gente de la villa y del
centro, escuelas para aborígenes y para niños del barrio, etc.; siendo dignos
de destacar en este sentido los procesos heterogéneos de auto-identificación
imaginaria, intro-proyección inconsciente y re-apropiación significante puestos
en juego para: nominar, etiquetar, clasificar, tipificar, categorizar y rotular
prejuiciosamente al diferente por lo distante del sí mismo.
RESUMEN
Violencia
Social y Relaciones de Poder: “Constricciones de la Estructura, Producción de
los Sujetos Colectivos y Modalidades de Acción, en la Comunidad de Empalme
Graneros”
Durante la segunda
mitad del siglo XX y sin cancelación aún, ha venido desplegándose en el
escenario histórico-social mundial y repercutiendo al interior de las ciencias
sociales latinoamericanas un debate sociológico-antropológico; cuyo énfasis
radica en la confrontación de las posturas asumidas en torno a la cuestión de
la preeminencia de la estructura social por sobre las motivaciones
individuales, y/o la capacidad de generar acciones estratégicas por parte de
los sujetos colectivos para transformar la normativa objetivante
que sistemáticamente intenta constreñirlos. La intención de este artículo es
rescatar la concepción de dinámica dialéctica entendida en términos de
relaciones de fuerza y lucha de clases para explicitar dicha vinculación; es
decir, la pugna de intereses entre los grupos dominantes que ejercen su poder a
través de las instituciones del Estado y sus efectos y aquellos que
compartiendo una misma situación de pobreza, explotación y marginalidad le
oponen resistencia, analizándola desde la problemática de la violencia social y
su dispersión en los diversos ámbitos interaccionales
de una barriada rosarina a partir de los discursos, representaciones y
prácticas circulantes entre sus habitantes, muchos de los cuales se erigen
visiblemente en fuertes polos de estigmatización identitaria.
Palabras
clave: Violencia – Constricciones estructurales –
Sujetos colectivos – Movimientos sociales – Estigmas.
ABSTRACT
“Social Violence and Power Relationships: Restrictions
of the Structure, Production of Collective Characters, and Action Methods, in Empalme Graneros Neighbourhood”
A sociological-anthropological
discussion, which has yet to be finished, has been developing during the second
half of the XX century in the historical-social arena, and has been influencing
the core of the Latin American social sciences; the emphasis of this issue lies
in the confrontation of the assumed opinions around the preeminence
of the social structure over the individual motivations, and/or the ability to
generate strategic actions to modify the objectifying regulations which try to
limit them systematically. The aim of this article is to recover the conception
of dialectical dynamics understood in terms of power relationships and class
struggles to explain such connections; that is to say, the conflicting
interests among the dominant groups which exert their power through the State
institutions and their effects, and those who, sharing the same poverty,
exploitation and alienation conditions offer resistance, analyzing it from the
social violence situation, and its spreading over the various interacting areas
in a Rosario neighbourhood, starting from the speeches, representations and
practices which circulate among its inhabitants, many of whom visibly raise in
strong poles of identity stigmatization.
Key words: Violence –
Structural restrictions – Collective characters – Social movements – Stigmata
Recibido: 30/04/07
Aceptado: 19/06/07
Versión final: 13/08/07
Notas
(*) Este
trabajo es una re-elaboración del presentado en Junio de 2005 a la secretaría
de Graduados de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universida
Nacional de Rosario, como evaluación final del Seminario de Posgrado: “Sujetos
colectivos y teoría antropológica. Algunos abordajes de las últimas décadas”
-dictado por la Dra. Ma. Rosa Neufeld de la U.B.A-; y fue expuesto como ponencia en el “I Congreso
Argentino-Latinoamericano de Derechos Humanos” organizado por la citada
Universidad en abril de 2007. Su concreción no hubiera sido posible sin la valiosa
participación de los empleados municipales y vecinos del Centro Crecer N° 6 de
Empalme Graneros -sujetos colectivos anónimos como tantos otros transeúntes que
a través de estas páginas cobran voz-, y a quienes se agradece la amabilidad y
disposición manifestadas al ser entrevistados-. Las traducciones en idioma
extranjero fueron realizadas por la Trad. y Prof. de inglés Cristina Di Giacinti.
(**) Profesora de nivel medio en Filosofía, Psicología y Pedagogía,
Psicóloga y, está cursando el Doctorado en Humanidades y Artes con mención en
Antropología (Universidad Nacional de Rosario); cuyo proyecto de investigación
versa sobre: “Representaciones Imaginarias y Dispositivos Institucionales en
torno a la Violencia social: su construcción genealógica en la comunidad de
Empalme Graneros (1984-2004)”. Se desempeña además como docente de nivel
superior en el Instituto del Profesorado N° 3 “Eduardo Laferriére”
de Villa Constitución. E-mail: clarmar@arnet.com.ar.
[1] Transcripción de
discursos emitidos durante el ciclo lectivo 2002 por alumnos de 5° año de la
E.E.M. N° 251- sita en el barrio marginal rosarino de Empalme Graneros-
pertenecientes al Bachillerato con orientación en Administración de Empresas, e
incorporados a la investigación realizada por el equipo del I.S.P. N° 3-
Sotelo, Laura, Martina, Clarisa, Dimitriou, Ana,
Cepeda, Marta y Carolla, Juan- denominada: “Violencia
en la escuela, un abordaje interdisciplinario de su problemática (2002/2005)”,
aprobada por el Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe con
disposición N° 125/05.
[2] Expresan al respecto
en un documento difundido por internet estudiantes y docentes secundarios y
universitarios Neuquinos: “Creemos que hay una invasión de la violencia, tanto
verbal como física y simbólica; desde nuestra gente, nuestra policía, nuestro
Estado. Existe una tradición violenta que nos marca: dictaduras, censura,
guerra, desapariciones, atentados, desempleo, hambre, y sobre todo:
impunidad... ¿Cómo se llega a marcar a un joven que escucha Heavy Metal, usa
ropa negra, no se relaciona con el resto, y “es raro”? ¿A partir de qué
elemento del conjunto de alternativas, consumos culturales, se adopta una
mirada agresiva contra este sujeto?. ¿Ser joven, ser pobre, ser diferente, son
categorías criminales?. La visión de los medios de comunicación, de nuestro
país y del resto del mundo, ha tomado esta tragedia, nuestra tragedia,
traduciéndola según los esquemas de otros países, en los que ya se ha
establecido que la juventud suele ser peligrosa y criminalizando así también a
la institución escolar. Pero esa violencia ¿no es el emergente de un conjunto
mayor, que traspasa los límites de una escuela pública, que transcurre en un
tiempo superior a las cuatros horas de clases?”. Informe: Desde el ojo de la tormenta, Universidad Nacional del Comahue, Neuquén, 2004 (archivo virtual).
[3] “¿No nos suena toda
esta mirada alarmista de los medios de comunicación, como un pedido de mano
dura?. ¿No se vuelven a los mismos temas hipócritas, como el control de armas,
imputación a menores, más cárceles, y sobre todo: “seguridad”? Palabra que, sin
duda, posibilita más de un sentido. No olvidemos que seguridad fue también un
fin perseguido por nuestros militares, nuestra policía corrupta, arrasando las
villas miserias. Y, justamente hoy, los comentarios de algunos habitantes de
esta comarca, sentencias resumibles en “y, sí, de esa escuela era de
esperarse”; la cómoda posición de relegar en el otro las carencias generales.
Pensar que las escuelas públicas, en barrios pobres, sólo albergan futuros
criminales, es olvidar que nuestros más ilustres asesinos fueron sujetos muy
educados, con excelente entrenamiento, alimentación, y oportunidades. Hoy,
cuando la escasez de oportunidades es lo que más abunda; los espacios para la
expresión y convivencia con los otros son mínimos o nulos”. Idem.
[4] Utilizo este
concepto tal como Estela Grassi cuando afirma que:
“Aludimos a “visiones” en el sentido en que lo hace Hintze
(1989), como a una interpretación de la situación condicionada por el lugar del
observador en el medio. Esto define la perspectiva desde la cual se ven ciertas
cosas e incluso el campo de las preferencias (cuáles son vistas y cuáles no).
Son construcciones fundamentalmente ideológicas y preanalíticas
y, como es obvio, no necesariamente falsas, en cuya elaboración interviene la
posición política y también aspectos culturales”. De: “Introducción”, en:. Las
cosas del poder. Acerca del Estado, la política y la vida cotidiana,
Espacio, Buenos Aires, 1996, Pág. 17. Por otra parte, coincido con María Rosa Neufeld y Jens Thisted cuando adhiriendo a la tradición marxista
distinguen que: “... No sólo las representaciones están vinculadas a la
práctica social, sino la anterioridad de la vida social a las representaciones.
Como destacan Menéndez y Pardo (1996) “las representaciones son aprendidas como
un sistema que presenta aporías, conflictos y hasta contradicciones, pero que constituye
un sistema de expectativas (para la intervención clínica) siendo en la práctica
donde la representación se realiza y se modifica. Las prácticas no reproducen a
las representaciones ni mecánica ni idénticamente””. De: “El “crisol de razas”
hecho trizas: ciudadanía, exclusión y sufrimiento”, en: “De eso no se habla...” los usos de la diversidad sociocultural en la
escuela,
Eudeba, Buenos Aires, 1999, Pág. 38
[5] Según Axel Lazzari: “Conviene, entonces,
imaginarnos el poder como aquella capacidad de poner en juego y de propiciar
relaciones entre individuos y grupos, y de accionar sobre la acción propia y
ajena. Capacidad ésta que se diversifica y dispersa “microfísicamente”
a través de la sociedad. Michel Foucault afirma que esto significa que no
existiría “un principio de Poder primero y fundamental que domine hasta el
menor elemento de la sociedad, sino que las formas múltiples de disparidad
individual, de objetivos, de instrumentaciones dadas sobre nosotros y a los
otros, y de organización más o menos pensada, definen formas diferentes de
poder a partir de la posibilidad de acción sobre la acción de los demás, que es
extensiva a toda relación social (1985)”. De: “Panoramas de la antropología
política del clientelismo”. Cuadernos de Antropología social de la Facultad
de Filosofía y Letras de la U.B.A., Bs. As., 1993, N°7, Pág. 18.
Parafraseando al mismo Foucault: “Las relaciones de poder están imbrincadas en otros tipos de relación (de producción, de
alianza, de familia, de sexualidad);... son multiformes;... su entrecruzamiento
esboza hechos generales de dominación;... “sirven” en efecto, pero no porque
estén “al servicio” de un interés económico primigenio, sino porque pueden ser
utilizadas en las estrategias;... no existen relaciones de poder sin resistencias”.
FOUCAULT, Michel, Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1992, Pág.
170/171.
[6] Eduardo Menéndez
aclara sobre este tópico: “Diversos autores sostienen que dichos grupos no sólo
pertenecen a minorías étnicas, sino también a los estratos marginales y
depauperados de la sociedad; y si bien gran parte de estas situaciones operan
fenoménicamente en término étnico-racistas, no son comprensibles si no se las
articula con las condiciones de desigualdad y subalternidad
socioeconómica. Por lo cual considero necesario retomar el análisis de las
diferencias en términos de articulación clase/raza/etnia, ya que si bien es una
articulación reconocida, no contamos con explicaciones satisfactorias respecto
de los procesos de exclusión/inclusión que operan entre condiciones étnicas y
de clase en los diversos contextos latinoamericanos”. MENENDEZ, Eduardo; La
parte negada de la cultura. Relativismo, diferencias y racismo. Bellaterra, Barcelona, 2002, Pág. 186/187.
[7] Reiterando a
Menéndez: “Los principales referentes teóricos del período fueron Durkheim,
Marx y Weber, quienes aparecen fundamentando las nuevas propuestas teóricas de
forma conflictiva. Pero debe subrayarse que la notoria presencia del marxismo
en la antropología social durante los sesenta no significó que dicha teoría
fuera importante en el interior de la antropología, salvo en Francia, en menor
medida en Italia y secundariamente en Gran Bretaña. Su influencia en la
antropología norteamericana fue durante este lapso muy reducida,...el conjunto
de estos países siguió expresando las perspectivas de las tendencias
funcionalistas, culturalistas y estructuralistas de desarrollo disciplinario.
En la producción antropológica latinoamericana la influencia del
estructuralismo, sobre todo del francés, fue mínima... No obstante esta
situación, gran parte de las críticas generadas desde mediados de los setenta
respecto de las orientaciones desarrolladas durante los sesenta, se
concentraron sobre el marxismo... Articulado con el psicoanálisis y con las
propuestas levistraussianas, así como a partir de las
concepciones gramscianas, constituía una amenaza
metodológica para una antropología basada en la descripción de la realidad
etnográfica como evidente en sí... El tradicional énfasis antropológico en la
diferencia cultural se complementará con el énfasis marxista en la desigualdad
socioeconómica”. Idem,
Pág. 86/87.
[8] Según George Marcus
y Michael Fischer: “Los funcionalistas eran especialmente afectos a mostrar que
las instituciones económicas visibles de una sociedad estaban en realidad
estructuradas por el parentesco o la religión, que el sistema ritual estimulaba
la producción económica y organizaba la política, o que los mitos no eran vanos
relatos o especulaciones sino estatutos que codificaban y regulaban las relaciones
sociales... El sistema cultural de Parsons intentaba ocuparse de cada sociedad
en sus propios términos, mientras que el estructuralismo de Lévi-Strauss
procuraba descubrir una gramática o una sintaxis universales para todos los
sistemas culturales. Ambos hicieron así que la atención se trasladara de la
estructura social (los sistemas sociales) a los fenómenos mentales o
culturales”. MARCUS , George y FISCHER, Michael; La antropología como
crítica cultural. Un momento experimental en las ciencias humanas, Amorrortu,. Bs. As., 1986, Pág. 55/56.
[9] Acerca de los
fundamentos de esta corriente que concentra diversos aportes teóricos- echando
mano a conceptos como redes, transacciones, procesos, manipulaciones, etc.-,
John Gledhill dice: “El transaccionismo
explica las regularidades de la organización social en función del
comportamiento estratégico de agentes sociales que interactúan entre sí.
Constituye uno más de una serie de planteamientos teóricos individualistas
metodológicos que se hacen eco del papel preponderante que Weber otorgaba a la
“acción social”, a diferencia del punto de vista de Durkheim, según el cual la
clave para comprender el comportamiento de los individuos estriba en analizar
la estructura social y las reglas del orden social”. GLEDHILL, John, El
poder y sus disfraces. Perspectivas antropológicas de la política, Bellaterra, Barcelona, 2.000, Pág. 214. En alusión al
reforzamiento de la subjetividad por sobre la estructura desde el punto de
vista político, Menéndez agrega: “Son en parte estas convergencias paradojales,
y las terribles consecuencias del nazismo, las que están a la base de la
recuperación de la intencionalidad y de la conciencia que se dieron entre los
treinta y los cincuenta, cuando desde la fenomenología, el existencialismo, el
marxismo, el freudomarxismo, el interaccionismo se
propone un sujeto activo, autónomo, responsable, que puede cuestionar y
oponerse a la determinación de la estructura”. MENENDEZ, Eduardo; “Continuidad/discontinuidad
en el uso de conceptos en Antropología Social”, en: Antropología social y
política. Hegemonía y poder: el mundo en movimiento, Buenos Aires, 1998,
Pág. 30/31.
[10] Teresa Pires Do Río Caldeira expresa respecto a esta tendencia: “Uno de los
temas que parece ir ganando espacio en la antropología americana reciente es el
de las relaciones de poder. Obviamente, no se trata de un tema extraño a la
disciplina que, por lo menos desde los años cuarenta, reconoció a la
antropología política como una de sus áreas importantes. En cambio, las
discusiones actuales sobre la cuestión del poder, en lugar de estructurarse
como subárea específica, parecen proponer estudios
sobre los más variados aspectos de la vida social...” De: “Antropología y
poder: una reseña de las etnografías americanas recientes” (Trad. Ma. Rosa Neufeld), en: BIB. de Río de Janeiro, Brasil, 1989.
N° 27, Pág. 1. A juicio de Gledhill: “El estudio de
estos procesos micropolíticos puede servir pues, para
iluminar determinadas situaciones locales que, de otro modo, resultarían algo
oscuras, además de contribuir a comprender cómo los procesos de escala local no
sólo reflejan otros procesos políticos mayores y conflictos de escala nacional,
sino que pueden contribuir a ellos... Foucault sostiene también que las
relaciones de poder en el nivel “micro” –en el seno de la familia y de la
escuela, por ej.- no se pueden reducir a una extensión al ámbito doméstico del
poder encarnado en el Estado, sino que poseen una “relativa autonomía” frente
al poder del Estado y de clase”. GLEDHILL, John,, op. cit., Pág. 204/205. Otros ejemplos de similar tenor son los
descriptos por: BARTOLOMÉ, Leopoldo, “Política y redes sociales en una
comunidad toba. Un análisis de liderazgo y brokerage”,
en: Anuario Indigenista, 1971, Vol XXXI; ALAVI,
Hamza; Las clases campesinas y las lealtades
primordiales, Anagrama, Barcelona, 1976 y GILSENAN, Michael; Patrones y
clientes en las sociedades mediaterráneas, Júcar,
Gijón, 1986.
[11] Marcela Woods
centrándose en la figura del dirigente barrial lo define como: “Una relación de
dominación que se estructura y sostiene no sólo a través del intercambio, sino
de la creencia de la legitimidad de las diferentes posiciones, creencia que
emerge de las prácticas cotidianas de los actores... La red de relaciones
durables, de pertenencia a un grupo, que los agentes están interesados en
mantener por ser éstas directamente utilizables a corto plazo; es decir que se
pueden movilizar, y están basadas en un conocimiento y reconocimiento mutuo de
los participantes a través de la comunicación mantenida”. WOODS, Marcela; Informe de investigación-ponencia:
Dirigentes barriales del conurbano bonaerense; entre el clientelismo político y
la iglesia, V Jornadas de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de
la U.B.A., Bs. As., 2002. Pág. 2. Entretanto, Virginia Manzano describe el rol
del intermediario como referente barrial dentro de una organización piquetera
encargándose de: “El control y seguimiento de los grupos de trabajo conformados
en el marco de los planes de empleo, la distribución de mercaderías a su grupo,
la extensión a sectores de su barrio de la actividad que realizan... como puede
ser, entre otras, la organización de la copa de leche, comedores y roperos
comunitarios; y el mejoramiento de calles, veredas y desagües... Las formas en
que se organizan estos grupos pueden variar...: cooperativas, sociedades de
fomento, comunidades eclesiales de base y ONGs”. MANZANO,
Virginia: Informe Proyecto de Doctorado:
Modalidades de acción colectiva en La Matanza: Un análisis a partir de la
descripción del lugar del referente barrial en organizaciones que nuclean a
desocupados, Fac. de Filosofía y Letras de la U.B.A., Bs. As., 2003, Pág.2
(Inédito).
[12] Santiago Wallace
caracteriza a este paradigma que llama sistémico porque: “... Estos estudios
parten del reconocimiento, por un lado, de una correlación de fuerzas que
funciona: a) en torno a reglas de integración institucional, y, b) de acuerdo a
la aceptación legítima de los nexos entre el gobierno y la ciudadanía. Por
otro, las fuerzas sociales son ubicadas en dos momentos: 1) en una fase de
transición a la democracia y, 2) en una de su consolidación o
institucionalización. Al mismo tiempo, Los movimientos sociales son
visualizados como indicadores de una nueva relación de legitimidad
(reconstitución, redefinición o reconstrucción de las formas político-sociales
entre Estado, economía y sociedad). Así se focaliza en los términos de
integración sistémico-institucionales”. WALLACE, Santiago; “Hacia un abordaje
antropológico de los movimientos sociales”, en Antropología social y
política..., op. cit., Pág. 338.
[13] Carlos Vilas se
explaya sobre este tópico aduciendo que: “Lo popular engloba a la pobreza, pero
no se reduce a ella; al incluir una dimensión político-ideológica, se integra a
sí mismo con grupos de clases medias bajas y de pequeña burguesía movilizados
en torno a la democratización, las libertades públicas y los derechos de la
ciudadanía, más explícitamente que por demandas económicas en sentido estrecho.
Lo político-ideológico implica una autoidentificación
de subordinación y presión (social o de clase, étnica, de género...) frente a
una dominación que se articula con explotación (negación de una vida digna, de
perspectivas de futuro) y se expresa institucionalmente: inseguridad,
arbitrariedad, coacción socialmente sesgada. Implica por lo tanto, algún tipo
de oposición al poder establecido y, ante todo, a las instituciones y
organizaciones que representan y articulan la explotación y la dominación”. VILAS,
Carlos, “Actores, sujetos, movimientos: ¿dónde quedaron las clases?”, Idem, Pág.
319/320.
[14] En la investigación
interdisciplinaria nombrada al inicio sobre la violencia en este barrio y su
emergencia en los distintos ámbitos de la sociedad incluida la escuela, hemos
realizado las siguientes categorizaciones derivadas de discursos,
representaciones y prácticas mencionados por alumnos, tutores y preceptores de
nivel medio: “Si bien la valoración general respecto de las
actitudes violentas es negativa y no se justifica su uso como medio para
dirimir conflictos, varían las causas u orígenes con las cuales se las asocia
intentando dar una explicación "racionalizada" de la problemática
desde diversos ángulos: a) Enfatizando su carácter sintomático, o como
"expresión de un malestar" cuya génesis se encuentra en "otro
lugar no consciente" para el sujeto -pero latente y dispuesto a aflorar-:
"Sentimiento de bronca, temor que todos tenemos consciente o
inconscientemente, eso no quiere decir que esté bien; constante de conflictos
en la vida cotidiana por parte de personas que no tienen noción de lo que
hacen, que no actúan con un pensamiento adecuado y sin razón alguna; actos
innecesarios en los que participan grupos de personas descontroladas"… b)
Resaltando su naturaleza de fuerza, o como "instrumento para ejercicio del
poder" -aplicado a las categorías de parentesco, género, clase social,
ocupación, etc.-: "Mala utilización de la fuerza y las palabras, por ej.
en la política; acción de fuerza, maldad y poder hacia el prójimo; acto de
represión de uno hacia otro sin importar lo que le puede llegar a causar, que
se manifiesta en toda la sociedad, ya sea clase alta, media y baja y aparece
con mayor frecuencia en situaciones de aspectos económicos". c)
Considerándola una forma de comunicación, o como "modalidad de relación interpersonal"
instaurada por su sesgo repetitivo e intolerante -en la cual actuaciones
intempestivas vienen a reemplazar a interacciones reflexivas-: "Forma de
comunicarse y de expresar sentimientos que no pueden demostrarse de otro modo;
se manifiesta cuando no hay diálogo entre las personas; porque todos los que
vivimos en una ciudad o un país tenemos distintos puntos de vista y no pensamos
igual, entonces a raíz de esto surgen graves conflictos"… d) Atribuyéndole
una significación de déficit y/o ausencia, o como "indicador de cualidades
éticas, educativas y culturales devaluadas/descalificadas" -respecto de
una normativa general/formal que fija los límites de "la moral y las
buenas costumbres" a seguir-, entre quienes exhiben tales actitudes
desenfrenadas: "Se manifiesta a través de la mala educación y falta de
respeto; es porque no hay interés de que los chicos crezcan intelectual y
personalmente; los padres de esos chicos violentos no han sabido educarlos
mejor o darles una educación adecuada". op. cit., Pág. 23/24.
[15] Profiere el
antropólogo René Girard en cuanto a la naturaleza de
la violencia y, a propósito de la dialéctica entre las constricciones de la
estructura social y las acciones de los sujetos colectivos: “El individuo
“adaptado” es el que consigue atribuir a las conminaciones contradictorias del double bind -sé como
el modelo, no seas como el modelo- dos ámbitos de aplicación diferentes. El
adaptado comparte lo real con el fin de neutralizar el double bind. Es lo que hacen igualmente los
órdenes culturales primitivos. En el origen de cualquier adaptación individual
o colectiva, está el escamoteo de una cierta violencia arbitraria. El adaptado
es el que realiza por sí mismo este escamoteo o que consigue acomodarse a él,
si ya ha sido realizado para él por el orden cultural. El inadaptado no se
acomoda. La “enfermedad mental” y la rebelión, así como la crisis sacrificial a
la que se asemejan, entregan el individuo a unas formas de mentira y de
violencia mucho peores probablemente que la mayoría de las formas sacrificiales
idóneas para realizar el escamoteo en cuestión, pero en cualquier caso más
verídicas”. GIRARD, René; La violencia y lo sagrado, Anagrama,
Barcelona, 1995, Pág. 184.
[16] En torno a las
características e instrumentación del plan Jefas y jefes tendiente a paliar los
resabios de la desocupación, acotan que cada uno de sus beneficiarios recibe la
cantidad de $150 pesos para cuya obtención se habilitaron diversos puntos
estratégicos de inscripción esparcidos por la ciudad -funciones desarrolladas
conjuntamente por el Municipio, la Provincia y la Nación, en manos estas dos
últimas del gobierno peronista-; a los que los interesados asistieron en forma
personal con el D.N.I. inquiriendo sobre los posibles sitios para el
cumplimiento de la respectiva contraprestación y, concretándola efectivamente
en algunos casos y en otros no. Si bien afirman que el acceso a los mismos no
depende de la acción directa de “mediadores” que intervengan entre los
solicitantes y el organismo gubernamental, aclaran no obstante que: “Algunas
personas dicen que lo que hacen ciertos punteros es pedirles un dinero para
anotarlos como que realizan la prestación en su centro comunitario, pero de
todos modos esto no es masivo ni que nosotros lo sepamos concretamente... Lo que
tiene de bueno es que la gente va aprendiendo y busca los lugares en los que no
le piden nada a cambio, y está también quien prefiere pagar los $50 pesos en
vez de hacer un trabajo”. En tal dirección, María Rosa Neufeld,
María Cristina Cravino, Marisa Fournier
y Daniela Soldano caracterizan la cotidianeidad de un
territorio barrial del Gran Bs. As. en el que coexisten diversos planes
asistenciales como el Vida, el Trabajar y el Barrios Bonaerenses precisando
que: “”Bajo planes” es una categoría social pero también una categoría
analítica. Es decir, puede ser reconstruida a partir de los registro de campo,
en donde la frecuencia con que aparece en boca de mediadores y perceptores
permite visualizarla como una imagen sintetizadora del modo en que éstos conceptualizan
las relaciones que producen y en las que viven. A la vez, éste autoreconocimiento se relaciona con la realidad de los
procesos de territorialización implicados en estos
planes focalizados: son efectivamente barrios atravesados por la presencia de planes”.
NEUFELD, María Rosa, CRAVINO, María Cristina, FOURNIER Marisa y SOLDANO,
Daniela: “Sociabilidad y micropolítica en un barrio
bajo planes”, en: Cuestión social y política social en el Gran Buenos Aires
(Organizac. Luciano Andrenacci),
Univ. Nac. de Gral. Sarmiento y Edic. Al. Margen, La
Plata, 2002, Pág. 63.
[17] Esta misionera
boliviana perteneciente al culto católico, quien convive con los villeros de
Empalme Graneros desde hace largo tiempo ocupándose junto a una red de
voluntarios zonales –también beneficiarios de los mencionados planes- y
regionales –como los profesionales que asisten periódicamente a los 3 centros
comunitarios que ofrecen asistencia médica gratuita a los pobladores-, de todos
los asuntos concernientes a la cotidianeidad en dicho territorio: salud,
alimentación, educación, trabajo, residencia, etc; ha sido erigida por éstos
como una autoridad superior que es convocada a dirimir reyertas domésticas
entre vecinos, interceder ante matrimonios malavenidos, mediar en casos de
violencia familiar instando a deponer actitudes hostiles y antagónicas: “La
villa está tranquila porque ella la hace así. La hermana es para todos por
igual cuando tiene que ayudar”. Silvia comenta con gran entusiasmo y profunda
admiración sumado a lo antes descripto que, en la actualidad la religiosa se
está encargando de la urbanización y parcelación de las viviendas con el aval
del gobierno justicialista nacional y un grupo de arquitectos enviados a tales
fines: “Siempre llegan tobas y gente del norte, aunque no como otros años. Y
todavía no sabemos quiénes van a tener cabida porque ahora van a marcar los
lotes, van a hacer propiedad y vamos a empezar a pagar la luz, el agua, el
terreno que hasta hoy no lo hacíamos. Para nosotros mejor, la gente está muy
contenta porque sabe que va a pagar pero el día de mañana va a ser suyo. Además
hay muchos que han hecho mejoras y tienen su casa de material, así que sólo
están esperando que vengan y marquen los terrenos... Más o menos para el mes de
marzo dijo la Hermana que iban a empezar, porque hasta ahora lo que están
haciendo es levantando las calles que son de tierra y recién después viene la
marcación”. Volveré sobre esta figura emblemática al analizar las estrategias
de acción colectiva en el barrio, y la suerte de ghetto en que por su
influencia se ha convertido la zona delimitada. Vinculado con este último
aspecto de la cuestión, Marcela Woods señala en su trabajo de investigación de
la U.B.A. centrado en la diócesis de Quilmes: “En general los estudios que
analizan la relación entre iniciativas organizativas populares y presencia de
la Iglesia prefieren o tienden a destacar el apoyo positivo, de elemento
aglutinador que permite pasar de la acción individual a la colectiva, de
identidad, de red de asistencia y de legitimación de prácticas, que implica
para estos sujetos la intervención de alguna agencia eclesial en relación a sus
proyectos o demandas, pero no los condicionamientos que ello acarrea... Creemos
necesario discutir esta visión restringida del apoyo de la Iglesia a
iniciativas populares en la medida en que invisibiliza
un campo de lucha ideológica que se desarrolla en la frontera entre lo político
y lo religioso”. WOODS, Marcela: “Modalidades de intervención de la Iglesia
Católica en conflictos territoriales en torno al trabajo y la tierra. La
diócesis de Quilmes”, en: Revista Papeles de Trabajo de Facultad de
Humanidades y Artes de U.N.R.., Rosario, 2003, N° 11, Pág. 2.
[18] Para Virginia
Manzano: “La denominación de “piquetero” a todo movimiento que impulse como
medida central el corte de ruta y que lo protagonicen organizaciones de
desocupados se remonta al año 1996... En esa ocasión se bautizó como
“piqueteros” a los participantes de la protesta que se encargaban del cuidado
de los puestos-barricada que se extendían sobre el corte de ruta. La
problemática global a partir de la cual abordamos el movimiento “piquetero” de
la Matanza es la articulación entre las modalidades de acción política y la
intervención social del Estado. Esta articulación remite a relaciones de poder
y a procesos de subordinación, legitimación y confrontación...” MANZANO,
Virginia: Informe de
investigación-ponencia: Aproximaciones teórico-metodológicas para el abordaje
antropológico de la relación entre la intervención social del Estado y las modalidades
de acción política. Un estudio a partir del movimiento piquetero de La Matanza,
U.B.A., Bs. As., 2004, Pág.1 (Inédito). En el recorrido histórico de este
movimiento social signado por continuidades y rupturas, los nuevos sujetos
colectivos que participan de él vuelven a hacerse visibles para los medios de
comunicación en el período 1999/2000 ocupando espacios bien localizados en el
escenario nacional como aglutinación de trabajadores desocupados de fábricas o
empresas estatales privatizadas; siendo el estallido de fines del 2001 el hito
que incorpora a los piqueteros a la escena mediática y a la ciudad –no
constituyendo una modalidad original de acción colectiva sino una re-edición de
las desplegadas en los 70 por obreros, estudiantes, agricultores, etc. pero en
el contexto de las políticas neo-liberales implementadas en el país durante las
últimas dos décadas-. Parafraseando a Rafael Guido y Otto Fernández: “Los
movimientos sociales pueden considerarse, por un lado, como “fuerzas
disruptivas” aún de las formas de reproducción sistémicas (aunque no quiebren
al sistema), por otro lado, como fuerzas antisistémicas,
de acuerdo con la naturaleza social y política. Pueden enfrentar problemas que
tienen que ver con la identidad cultural, con su carácter espontáneo,
fragmentario y coyuntural, con sus preocupaciones ligadas a la cotidianeidad
y/o a la obtención o expansión de derechos sistémicos. Pero, por otra parte, su
naturaleza antisistémica no puede ser restringida a
“reglas de certeza” calculadas institucionalmente... El “juicio al sujeto” ha
sido desarrollado de manera unilateral y ahistórica,
dificultando el reconocimiento de la nueva subjetividad política...” GUIDO,
Rafael y FERNANDEZ, Otto: “El juicio al sujeto: un análisis de los movimientos
sociales en América Latina”, en: Revista Mexicana de Sociología del
Instituto de Investigaciones sociales de la U.N.A.M., México, N° 4, 1989,
Pág. 75/76.
[19] Retomando el
desarrollo de Manzano, ésta reseña que los estudios sobre la pobreza en la
Argentina incorporaron recientemente el concepto de vulnerabilidad social
reapropiándoselo de la obra del sociólogo francés Robert Castel;
cuyo interés fundamental gira en torno a la noción de riesgo de fractura social
debido a la crisis del trabajo como factor de desplazamiento e integración.
Según sus dichos: “En primer lugar, una inserción laboral sólida se articula
con fuertes protecciones sociales; la precarización en la relación laboral
fragiliza los soportes y los vínculos sociales generando procesos de
vulnerabilidad social; la exclusión del trabajo genera situaciones de
desafiliación social. En la actualidad para Castel,
se encuentra en crisis el salariado, que brindaba un estatuto y protección a
los individuos que carecían de propiedad privada, pero el salario a su vez
debilitó las protecciones próximas como los lazos de parentesco, comunitarios,
etc.” -para profundizar las ideas del citado autor consultar: CASTEL, Robert; La
metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado, Paidós, Barcelona,
1997-. Idem, Pág. 9.
[20] Acerca de la
pregonada desmovilización política de estos sectores marginados económicamente
del sistema social de producción tal como aparecen descriptos en sendos
discursos, Manzano confronta en su trabajo la postura sistémica de Elizabeth Jelin –Véase en: “¿Ciudadanía emergente o exclusión?.
Movimientos sociales y O.N.G.s en América Latina en
los años 90”, en: Revista Sociedad, 1996, N° 8-; quien cuestiona el
carácter de exclusión social entre los mismos afirmando que: “Los excluidos se
encuentran en una situación de apatía debido a la ausencia de lazo social; por
lo tanto, no pueden constituir un movimiento social, más allá de resistencias
individuales o violencia esporádica... A partir de este diagnóstico, Jelin reflexiona sobre posibilidades de la democracia y
plantea que las O.N.G.s y otras asociaciones de la
sociedad civil generan redes conformando un tercer sector... como mediador
entre los excluidos o marginados y el Estado y organismos internacionales... En
un debate con los enfoques centrados en la transición democrática y con las
posturas posmarxistas, otros autores sostienen que los movimientos sociales se
plantean frente y contra las formas hegemónicas de representación política y
generan una lucha en torno a la reestructuración del poder... En este sentido,
es preciso avanzar hacia la construcción de un concepto de movimientos sociales
que reflexione sobre la articulación de las dimensiones política y económica...
Para lograr esta comprensión se deben analizar los contextos y situaciones
locales donde tiene lugar la política y de la relación que los individuos y
grupos trazan con la historia en él”. Ibídem,
Pág. 7/8.
[21] Según Neufeld, los 80 y 90 en nuestro continente –con dictaduras
en curso que aflojan sus controles sociales y van siendo objeto de diversos
movimientos contestatarios con mayor o menor virulencia, por ej.: derechos
humanos, sobrevivientes de Malvinas, etc.-, se caracterizan por la
proliferación metodológica y bibliográfica de una antropología urbana típica de
los análisis sistémicos que propone una versión parcializada y empobrecida de
la investigación etnográfica; traduciéndose en la práctica por una
despreocupación de los procesos macro-globales –como intento de superación de
las utopías marxistas vigentes en las dos décadas anteriores- y la focalización
en lo micro-barrial con estudio de casos puntuales a través de algunos
informantes claves, enfatizando la noción de redes sociales –en lugar de
clases- como relaciones recíprocas o clientelares, y siendo una de las autoridades
académicas más difundidas en la región la chilena Larissa Adler Lomnitz. Esta autora sostiene desde su mirada
sociológico-antropológica: “Mi trabajo de campo en una barriada de la ciudad de
México me ha llevado a concebir estas aglomeraciones humanas, aparentemente
caóticas, como campos de gestación de una forma de organización social
perfectamente adaptadas a las necesidades de supervivencia en las condiciones
socio-económicas propias de la marginalidad... Son las “redes de intercambio”
desarrolladas por los pobladores las que constituyen un mecanismo efectivo para
suplir la falta de seguridad económica que prevalece en la barriada. Estas
redes representan un esquema de organización social específico de la barriada:
aparecen junto con la condición de marginalidad y desaparecen cuando los
marginados logran integrarse al proletariado urbano. En otras palabras,
representan una respuesta de tipo evolutivo a las condiciones socio-económicas
de la marginalidad”. ADLER LOMNITZ, Larissa: “Supervivencia en una barriada en
la ciudad de México”, en: Redes sociales, cultura y poder: ensayos en
antropología latinoamericana, FLACSO, México, 1994, Pág. 48. Por su parte,
Menéndez expone en torno al devenir histórico-conceptual de dicha perspectiva
sistémica en el ámbito de la antropología: “En América Latina el concepto de
redes tuvo un cierto desarrollo y uso en las décadas de 1960 y 1970, pero luego
se eclipsó, para volver a reaparecer a mediados de los ochenta frecuentemente
desconectado de su proceso constitutivo... Esto se observa sobretodo en la casi
desaparición de información sobre la estructura social y cultural dentro de la
cual se constituyen y operan las redes sociales, reduciéndolas a interacciones
entre sujetos y a determinadas características vinculadas a los objetivos socioterapéuticos con que es impulsado el uso de las redes
sociales”. MENENDEZ, Eduardo: “Uso y desuso de conceptos en antropología
social”, en: La parte negada de la cultura..., Op.
Cit., Pág. 253/254.
[22] Michel-Rolph Trouillot denomina efectos
del estado al conjunto de procesos y prácticas que vinculados con la
globalización se deslizan por los intersticios que dicho estado nacional deja
abiertos, rechazándolo o traspasando sus formas convencionales y predominando
tanto o más poderosamente en espacios no gubernamentales: “Serían signos
concretos de esta declinación relativa los “nuevos” movimientos sociales o el
poder de las organizaciones trans-estatales, desde
las O.N.G.s y corporaciones globales hasta el Banco
Mundial y el Fondo Monetario Internacional”. TROUILLOT, Michel-Rolph: “La antropología del Estado en la era de la
globalización”, en: Current Anthropology, 2001, Vol. 42, N° 1, Pág. 2. Extrapolando esta categoría conceptual al
escenario local que vengo delineando pueden hallarse evidencias de tales
efectos en los siguientes párrafos de un trabajo mío previo situado en la misma
zona, y en el que incorporo discursos de habitantes de la villa y sus aledaños
que datan del primer semestre del 2.000, a saber: “Gladys y Ramona son
dos mujeres nacidas en el Chaco y en el norte de Sta. Fe, instaladas
recientemente en la villa de Empalme Graneros que rodea al Centro Comunitario
“María Madre de la nueva Esperanza” y en el que trabajan como voluntarias. En
instancias de averiguar cuáles son las relaciones de la gente del barrio con
los partidos políticos y con quienes, a distintos niveles, se encuentran
actualmente en el poder, dichas vecinas me informan: “La Hermana no permite
casi esas cosas, porque ella dice: si somos seres humanos en elecciones o no
elecciones tienen que estar”…La Municipalidad –bastión históricamente radical y
luego socialista- la ayuda en cierta parte, pero en realidad no está (cabe
recordar que el personal médico-asistencial que se desempeña allí es voluntario
en su totalidad y lo hace ad-honorem). El otro día recibió ayuda de la Meijíde –representante del Ministerio de Acción social de
la Nación cuyo gobierno estaba en ese momento en manos de una alianza
conformada por el radicalismo, el socialismo y sectores del peronismo disidente,
y fracturada a fines del 2001 en medio de una profunda crisis institucional que
dejó abruptamente acéfala la presidencia con una seguidilla de cinco
mandatarios del partido opositor en el transcurso de una semana-, luego de que
la Hermana fue a los medios de comunicación reclamándole públicamente por su
promesa de envío de subsidios que nunca habían llegado; pero para terminar el
Centro de desnutridos que funciona acá en el dispensario”. Poderes y saberes
que se entrecruzan y contorsionan, ante nuevos espacios vacíos de
representatividad política, válidos y creíbles. ¿Trueque de “votos” electorales
por eclesiales?. ¿El “costo” es el mismo en cada transacción y cada
“compra-venta” de conciencias?...Cuentan Federico y Eduardo (jóvenes de 17/18
años que viven en la zona más céntrica y estudian en la única escuela oficial
de enseñanza media allí existente): “Hay una monja que les da casa, comida y
ropa; como hay un montón de centros allá al fondo que reclutan a chicos de la
calle, y yo creo que es bueno porque en algunos casos hasta los transforman, y
yo prefiero que amen a Dios antes que anden robando…Ahora también hay muchas
iglesias que se han instalado en el barrio y principalmente en zonas
carenciadas. Así como de religión católica templos evangélicos, muchos
mormones, testigos de Jehová y otras sectas que no conozco…Lo que hacen es
atraerlos por el hecho de que: ”El Sr..te va a salvar y te va a solucionar
todos los problemas”, y como ahora hay tanta gente carenciada es como que los
van atrapando porque la gente busca un espacio para poder salir…” MARTINA,
Clarisa: “Análisis de las relaciones interétnicas desde los mecanismos
contrastantes de identificación imaginaria: manipulación, adscripción y
apropiación simbólica de estigmas sociales dominantes”, en: Historia
Regional, Sección Historia. Instituto Superior del Profesorado Nº 3, Villa
Constitución, 2001, Nº 19, Pág. 85/86.
[23] Idem., Pág. 87.
[24] Derivadas del
aquel primer trabajo de campo asentado en la villa de la hermana María, algunas
de mis reflexiones finales fueron: “Un segundo eje sintetizador se situaría en
las estrategias con las que los vecinos de E. Graneros delimitan narcisísticamente sus lugares, fortificando los espacios
geográficos, marginando de ellos a quienes no consideran de su mismo status y
visualizando cual espejo invertido la a-simetría del diferente como peligrosa y
violenta, debido a su procedencia foránea -tobas y criollos, oriundos del norte
Argentino- y a lo extraño de sus costumbres y hábitos de vida; pero también
como ocurre en toda relación humana se hallan sujetos -consciente e
inconscientemente- a mecanismos de identificación -en rasgos parciales o
contrastantes- y a fenómenos de transferencia estigmatizante
-sobre aspectos re-negados o reprimidos de la propia identidad-. La presencia
de pares dicotómicos al interior del modelo “bárbaros y/o civilizados” como:
los de allá/los de acá, los de la villa/los del centro, los de afuera/ los de
adentro, los negros que roban/los blancos que trabajan,,enemigos/amigos,
inmigrantes/nativos, extranjeros/autóctonos, etc. evidencian a la vez que
manifiestas actitudes racistas, cómo se han ido construyendo históricamente
sendas categorías clasificatorias en el imaginario social del barrio, desde la
progresiva incorporación de estos grupos étnicos y su gravitación en él. De
igual tenor son las cadenas metonímicas de equivalencias simbólicas -derivadas
de los entretejidos discursivos circulantes y productoras de significaciones
ideológicas colectivas- en las que se asocian los significantes: negros que
tienen cara de choro (oscuro sinonimia de malo = matacos (metafórico de ladrón)
= drogadictos (comercialización de lo robado por sustancias tóxicas) =
chaqueños” (condensación de todos los migrantes); negros de la villa = criollos
= tobas = gente del norte = vagos (generalización por residencia, origen,
trabajo esporádico que realizan, condiciones de su ejercicio y formas de
subsistencia ante la des-ocupación)”. Ibídem,
Pág. 99.
[25] Volviendo al
2000, las trayectorias históricas recopiladas por aquel entonces permitirían
construir el siguiente recorrido en derredor a esta temática de la
discriminación criollos/tobas: “Hace 15 años aproximadamente se inició un
proceso de migraciones internas afincándose en el barrio, como ya se ha hecho
notar, mucha gente del Norte, por problemas económicos en sus provincias que no
pudo obviamente resolver acá: “Hay gente vieja del barrio que protesta porque
dice que todos los problemas sociales de acá vienen por ese lado. Inclusive en
la última inundación (hace 7 años atrás) hubo gente que fue a atacar cuando los
tobas estaban asentados por J. J. Paso en las zonas de las vías, porque decían
que por culpa de ellos el agua no podía pasar… y los siguen rechazando.”
-narraba Marcela, una docente que se desempeñaba en una escuela de nivel medio
de Empalme, nacida allí pero mudada a un lugar más urbanizado de Rosario desde
que se casó-. Entre quienes habitan en la zona de la villa las versiones
resultan ambivalentes y, a pesar de la heterogeneidad étnica, unos y otros
aseguran con asombrosa vehemencia que allí no hay discriminación, aunque en
algunas de sus expresiones podía escucharse todo lo contrario: “La mayoría que
yo conozco vienen del Chaco y algunos vienen de Formosa, de Corrientes, pero
esos son criollos casi…; ellos se dicen, bah! distinguen así, a la gente como
nosotros nos dicen criollos y ellos son tobas… Los tobas es como que me
respetan, si necesitan algo van y me preguntan porque ellos son más quedados.
Problemas no hay…, mientras uno no se meta con ellos, cada cual en su casa como
se dice, lo justo y necesario. Lo que pasa es que hay mucha mezcla, porque ahí
donde están asentados están bien diferenciados los que son tobas y los que
vienen del norte, que no pertenecen al grupo de ellos y las actividades son
diferentes” –argumentaban sobre el punto Gladys y Ramona, ambas colaboradoras
de la monja Jordán en el comedor comunitario-.”Acá en la villa hay muchos tobas
y criollos entreverados, pero los que vienen a chorear siempre no son de la
raza de nosotros, son los criollos que viven en la villa que está acá atrás”
–alegaban Marisa y Alicia, dos jóvenes tobas recientemente llegadas del Chaco y
que concurrían al citado comedor en busca de alimentos para ellas y sus
respectivas familias-. “Es algo así como que el inmigrante es un chaqueño,…yo
creo que los tobas entran dentro del mismo lugar, pero que no se los discrimina
tanto como a la gente que chorea, porque es una persona más, tiene su cultura,
pasan vendiendo artesanías y hay muchos que se tiran a pedir dinero”” –explicaban
Federico y Eduardo, jóvenes empalmenses que asistían
a la E.E.M. N° 251 donde ejercía Marcela y también la que suscribe-. Ibídem, Pág.88/89.
[26] Siguiendo a Ma.
Cristina Cravino es interesante la re-construcción
histórico-social de esta pertenencia a ser villero o habitar en la villa, dado
los matices de significaciones que la misma fue adquiriendo conforme las
diversas coyunturas políticas que tuvieron lugar en la Argentina desde la
segunda mitad del siglo XX. Al respecto, es posible rastrear que: “La categoría
“villero” en los años 50, 60 y 70 se asociaba a la categoría de “cabecita
negra” que tenía una connotación difusa, es decir aludía a aquellos
provincianos que desde distinto origen provenían del interior del país y que
eran “producto” de un mestizaje entre europeos e indígenas... El apelativo de
“negro villero” puede ser aplicado aún a quien no corresponda empíricamente con
alguno de tez oscura, pero contiene la misma carga valorativa que su primer
uso. Así como durante décadas era sinónimo de migrante rural ahora lo es de
“pobre” urbano... Podemos mencionar el proceso continuado y traumático que pasó
de la construcción social del “villero militante político” de la primera mitad
de los convulsionados años 70 al “villero erradicado cual basura” humana en la
segunda mitad de la misma década y que era un obstáculo para “embellecer la
ciudad”...los villeros aparecían en esta concepción como “marginales
voluntarios”, como seres indolentes y deshonestos. En la segunda mitad de la
década de los 80 emergió como actor social el villero que reivindicaba como
hábitat permanente su barrio y para el que reclamaba la titularidad de la
tierra y mejoras urbanas. Los años 90 encuentran a los habitantes de las villas
con más esperanzas que logros en sus objetivos de radicación e integración a la
ciudad y con organizaciones fragmentadas. Creemos que coexisten todas las
visiones acerca de los villeros que describimos en décadas pasadas en una
construcción conflictiva de sentido, donde los mismos actores manipulan su propia
identidad... Rosana Guber (1984)... afirma que la
identidad villera se funda en dos características: la pobreza y la
inmoralidad-ilegalidad. Así, en la relación villeros y no villeros tiene
relevancia una identidad basada en el estigma acuñado por los sectores
hegemónicos”. De: “Las transformaciones en la identidad
villera. La conflictiva construcción de sentidos”, en: Cuadernos de
Antropología Social de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A., Bs.
As., 2002,
N° 15, Pág. 33/34. Para Estela Grassi por su parte, vivir en la villa supone la
consideración de un conjunto de factores –cambios y permanencias- derivados de:
“a) la experiencia histórico-cultural de los actores; b) la promoción de pautas
y valores referidos al ideal familiar, sostenidos por instituciones que
expresamente disputan la hegemonía de la “moral privada” (Iglesia, Estado,
disciplinas científicas), pero también por otras instancias mediadoras de la
vida social, como son los medios masivos de comunicación; y c) las condiciones
objetivas en las cuales estos sectores desenvuelven sus vida”. GRASSI, Estela; op. cit., Pág. 20.
[27] En torno a las
ambigüedades con las que se aborda en la cotidianeidad dicho concepto -en
ocasiones naturalizándolo y en otras manipulándolo según las características
contextuales-, Liliana Sinisi asevera que: “En
algunos casos se considera de forma implícita/subyacente a la integración como
un proceso beneficioso para los “otros”, en esta consideración prevalece la
noción “asimilacionista” del evolucionismo con toda
la carga de prejuicios, estigmas y etnocentrismo en las que abreva. En otros, y
desde el “culturalismo y relativismo” más ingenuo, se piensa que la integración
de la alteridad (étnica y de clase) a la cultura hegemónica es perjudicial
porque fomenta la discriminación y la pérdida de las particularidades, como
solución se piensa en una “autointegración” de la
cultura. Las consecuencias llevarían inevitablemente a una ghettización
de la diferencia profundizando el proceso de exclusión”. SINISI, Liliana: “La
relación nosotros-otros en espacios escolares multiculturales. Estigma,
estereotipo y racialización”, en “De eso no se
habla”..., op. cit., Pág. 227.
[28] Indican sobre este
tópico Neufeld y Thisted:
“Nosotros preferimos señalar, junto con Elsie
Rockwell y Elena Achilli, que la “presencia
multicultural” en las escuelas de ninguna manera puede pensarse como un
conflicto entre culturas. En todo caso, es parte de un sordo enfrentamiento
entre clases sociales, entre aquellos que se apropian de las riquezas producidas
socialmente y los que pugnan por sobrevivir en el contexto del mayor nivel de
desigualdad conocido históricamente”. Y más adelante acotan a propósito de los
calificativos denigratorios y desvalorizantes
de los
que se auto-perciben como no-semejantes para la cultura dominante:
“En la
discriminación y estos “usos” de la diversidad
sociocultural se altera con
violencia moral el cuerpo del otro. Se produce un valor que produce
dolor por
extrañamiento, que por reiterado e inevitable se convierte en
sufrimiento, que
es preciso soportar porque no se tienen recursos para desprenderse de
esa
situación, llegando no pocas veces a aceptarlo como propio y
adecuado... Estos
modeladores de valores concretan su actividad a partir de diversas
producciones, tales como estilos de tratamiento del
“diferente” en lo
lingüístico, asignación de “cualidades
nacionales”, generación de pánico (“nos
quitan el trabajo”), etc. Éstos, a su vez, se originan en
las relaciones de
hegemonía/subalternidad entre los conjuntos
sociales”. Op. Cit., Pág. 34 y 48 respectivamente.
También en una reciente publicación mía hacía alusión a este carácter violento
con el que se internalizan las relaciones sociales en el territorio analizado,
reseñando a partir de crónicas locales que: “En virtud de conmemorarse el 28
aniversario del último golpe militar en nuestro país, Ma
Dora. Aguilera -profesora de Lengua y Literatura II del polimodal en
Humanidades y Ciencias Sociales, perteneciente a la Escuela de Enseñanza Media
Nº 251 de Empalme Graneros, barriada marginal ubicada al noroeste de la ciudad
de Rosario-; les propuso este año a sus alumnos de 2º "B" narrar
historias familiares y/o barriales que los remitieran a la época de la
dictadura y elegir letras de canciones que asociaran hoy con ella. Luego de
comentar vivencias personales con vecinos arrestados y/o desaparecidos así como
otras relatadas oralmente por sus padres sobre sucesos acaecidos a ellos
mismos, éstos fueron algunos de los temas seleccionados por los jóvenes en
aquella ocasión: "Esos ojos negros que miraban/ cómo se ganaba en el
mundial/ estaban tejiendo en su retina/ una historia prohibida./ Qué lástima
que la gente no es tan sabia/ de mirar sólo a los ojos para la verdad saber,/ y
quitar respaldo popular si otra cosa no se puede hacer./ Tarda un tiempo el
pueblo/ para abrir su puerta, pero/ cuando la abre pone llave/ y te
encierra" (León Gieco, Esos ojos negros).
"A dónde van los desaparecidos/ busca en el agua y en los matorrales/ y
por qué es que se desaparecen/ porque no todos somos iguales./ Y cuando vuelve
el desaparecido/ cada vez que lo trae el pensamiento/ cómo se le habla al
desaparecido/ con la emoción apretando por dentro" (Maná, Desapariciones).
"No puedo ver tanta mentira organizada/ sin responder con voz ronca, mi
bronca, mi bronca./ Bronca si fusiles y sin bombas/ bronca con los dos dedos en
ve;/ bronca que también es esperanza/ marcha de la bronca y de la fe"
(Pedro y Pablo, Marcha de la bronca). "Muchas tropas riendo en las calles/
con sus muecas rotas cromadas/ y por las carreteras bayadas/
escuchás caer tus lágrimas./ Nuestro amor juega al
esclavo,/ con esta tierra que es una herida/ que se abre todos los días/ a pura
muerte y a todo glamour/ Violencia es Mentir" (Los Redonditos de Ricota,
Vivir sólo cuesta la vida). MARTINA, Clarisa: "Intertextualidades
polifónicas en la música popular argentina: Del rock nacional a la cumbia
villera", en: Historia Regional, Sección. Instituto Superior del
Profesorado Nº 3, Villa Constitución, 2004, Nº 22, Pág. 120.
[29] Montesinos, María Paula
y Pallma, Sara reconocen en estas nominaciones de
intensas cargas ideológicas cadenas metonímicas de significaciones, con las
cuales se instauran verdaderos circuitos de evitación o de preferencias por las
instituciones educativas a la hora de optar en alumnos, padres y docentes: “Son
las escuelas estigmatizadas como “escuelas de negros”, “escuela basurero”,
“escuela 1 tiza”, “escuela de villa”...; reforzadas a su vez por aquellas que
seleccionan matrícula: “la escuela vidriera”, “escuela top”, “escuela 5 tizas”,
etc.” MONTESINOS, María Paula y PALLMA, Sara: “Contextos
urbanos e instituciones escolares. Los usos del espacio y la construcción de la
diferencia”, en “De eso no se habla”..., op. cit., Pág.
77. Para ampliar sobre esta categoría de polos de estigmatización consultar ALTHABE,
Gerard y otros, “La construcción del
extranjero en los intercambios cotidianos”, en: Antropología del presente,
Buenos Aires, 1998.
[30] Parafraseando a
Eduardo Menéndez acerca de los parámetros con los que se configuran la/s
diferencia/s en la sociedad: “La producción científica, en particular la
biomedicina, va a ir constituyendo durante los siglos XIX y XX un marco de
definiciones de los sujetos considerados diferentes, según el cual
simultáneamente unifica y estigmatiza a una variedad de sujetos sociales en
términos de raza, de locura, de alcoholismo, de criminalidad, y en algunos
contextos en función de su condición de inmigrante o de su condición de género
o de orientación sexual, y donde los criterios de la diferenciación y
estigmatización se sitúan en la dimensión biológica”. MENENDEZ, Eduardo, “El
cólera: ¿es sólo una metáfora?”, en: La parte negada de la cultura... op. cit., Pág. 231.