Violencia Social y Relaciones de Poder: “Constricciones de la Estructura, Producción de los Sujetos Colectivos y Modalidades de Acción, en la Comunidad de Empalme Graneros”(*)

 

Clarisa A. Martina(**)

 

I.- La cotidianeidad violentada

 

"Ningún lugar está exento de la violencia, hasta en las iglesias donde menos tendría que haber, en las familias por preocupaciones sociales, económicas, psíquicas, colegios, cancha, barrio... Se observa a nivel mundial tanto en Occidente como en Oriente, y con mayor fuerza cuando la pasan por TV., como crímenes, robos, maltratos, violaciones, asaltos, etc... Se ejerce inescrupulosamente desde el gobierno, la policía, los medios de comunicación, en las calles, en las villas, y según el ámbito se utilizan diferentes métodos... Se manifiesta siempre por un grupo de personas al que se les paga para empezar un acto violento, y los lugares en que más se ve es en los carenciados, en las marchas de protesta de los trabajadores, en los piquetes, en la cárcel”...[1]

Es insistente y reiterativa en amplios sectores de la sociedad –enfatizada en particular por las instituciones escolares y los medios de comunicación, ante hechos que conmocionan diariamente a la opinión pública por la virulencia de su irrupción y luctuoso desenlace como “el caso Carmen de Patagones”, Bs. As., 2004-; la aseveración de que la violencia en nuestro país ha proliferado durante los últimos años diseminada por todos sus ámbitos, heredada de períodos históricos en los que oscilaron gobiernos dictatoriales y democracias formales, y profundizada con mayor crudeza desde fines del 2001 dada la coyuntura político-económica que sacudió a la Argentina.[2]

No obstante este referente empírico innegable, las voces –oficiales, eclesiales, seculares, populares- que se alzan para avizorar causas posibles a su acuciante emergencia, parecen coincidir en la atribución de su génesis a procesos de índole psicopatológico-sociológica cuya manifestación sería mera responsabilidad del individuo portador de tal rasgo de carácter desviado de la norma; soslayándose de esta manera otros factores macroestructurales que trascienden lo microsubjetivo -desde cuya óptica se naturaliza y neutraliza la dialéctica conflictiva derivada de situaciones de marginación, explotación y subalternización por las que atraviesa un gran número de personas en la actualidad- y, propugnando cual soluciones mágicas una serie de estrategias de disciplinamiento de los cuerpos como la revisión de la legislación vigente para endurecimiento de las sanciones, el fortalecimiento de los mecanismos de represión social como poder de policía y la inversión económica en infraestructura y equipamiento para un sistema carcelario tanto más efectivo cuanto más coercitivo.[3]

En esta dirección pues, un primer orden de problemas que me interesa abordar a partir del trabajo de campo situado se centrará en la concepción antropológica de la violencia circulante entre los habitantes del citado barrio de Empalme Graneros -los discursos, prácticas y representaciones que en lo concreto espacial dan cuenta de ella -; y construyen las visiones[4] heterogéneas que sobre la cuestión sustentan los diferentes grupos sociales que integran dicha barriada. Un segundo eje problemático focalizará las modalidades de acción colectiva que, configurando un entramado de poderes político-ideológicos en términos de relaciones de fuerzas[5]; constituyen las formas organizativas puestas en juego para la tramitación y resolución de la violencia barrial con diferentes alcances y significaciones -las instituciones del Estado, las O.N.G.s, los “nuevos movimientos sociales”, los partidos políticos, las comunidades religiosas, la figura de los mediadores, etc.-

Y finalmente, intentaré articular los dos aspectos antes mencionados en torno a la tipificación de estereotipos identitarios raciales y por ende estigmatizantes -según la procedencia geográfica, la ubicación espacial, la etnicidad, la posición de clase, la edad, el género, la escolaridad, las marcas culturales[6], etc.-; que se hacen visibles en la dinámica relacional del barrio elegido para este análisis y contornean trayectorias desiguales en cuanto a la producción, circulación y apropiación de los bienes y servicios materiales y simbólicos, asequibles para unos y otros en el territorio de su cotidianeidad.

 

II.- Un rastreo por la teoría

 

El siglo XX se ha caracterizado en el ámbito de la sociología -y proyectado al terreno de la antropología- por la controversia librada entre quienes postulan la preeminencia de la estructura como constrictora de las conductas humanas, y quienes reivindican las motivaciones de los sujetos insertos en sus tramas interaccionales; controversia ésta heredada de la tradición franco-durkheimniana y alemano-weberiana respectivamente y en la que el marxismo[7] desempeñó un papel ideológico no menor, como planteo teórico-práxico confrontativo tendiente a una síntesis de ambos pares dicotómicos desde la óptica tensionante de la lucha de clases.

Así pues, pensar la realidad social poniendo el acento en la determinación estructural implica dar prioridad a las normativas objetivas por sobre las acciones subjetivas; partir del supuesto de que las pautas, funciones y roles culturales coaccionan y cohesionan el obrar humano sometiéndolo a una legalidad regulada en pro del consenso, la integración, la estabilidad y el anhelado –y no menos ilusorio- equilibrio orgánico de la sociedad. En ese contexto el Estructural-Funcionalismo[8] preanuncia un panorama de progreso indefinido y unilineal, en el cuál si se respeta el orden civilizatorio con su impronta científico-positiva –y cada uno ocupa el lugar que se le ha asignado sin oponer objeción alguna-; la razón instrumental iluminará la oscuridad de la barbarie garantizando una felicidad universal para todos los que se precien de pertenecer a la categoría planetaria de ciudadanos.

Mientras que concebir un escenario resultante del conjunto de intenciones, móviles, valores, expectativas, que connotan de múltiples sentidos la actuación de los individuos dentro de los límites de la estructura social -inexistente sin el efecto de tales intercambios-; supone la posibilidad de que éstos sean capaces de modificar lo instituido global, producir innovaciones en el statu quo colectivo y re-apropiarse creativamente de los usos y costumbres de la cultura que integran. En esta línea de pensamiento procesualista-sistémico, los representantes del Individualismo Metodológico[9] definen las posiciones de los actores en términos de: interpretación de microprocesos transaccionales, construcción de redes relacionales locales, organización de estrategias manipulatorias parciales, interjuego en ética de reciprocidades pactadas -entre la formalidad de los mandatos fundacionales y la variedad de decisiones adoptadas por los sujetos respecto de los mismos-.

Contemporáneamente a las dos posturas antropológicas previas –dominantes y equidistantes al interior de los círculos de investigación en ciencias sociales- y en especial bajo la influencia crítica del Materialismo Histórico, ciertos autores con los que acuerdo participan de esta discusión iniciada durante los años 80 y no cancelada aún, manifestándose a favor de considerar las relaciones socio-culturales como pugnas de fuerza/poder[10] antagónicas signadas por la dominación y subordinación de unos grupos/clases sobre otros; y analizándolas desde una mirada que si bien se fija en lo situacional/particular se amplía dialécticamente hacia lo histórico/estructural en el marco de la lógica productiva del sistema capitalista. Es en tal sentido que cobra importancia relevante el concepto de mediador[11] o broker (Bartolomé, 1971) -por ej.: parentesco/compadrazgo, patrón/cliente, lider/masa-, condensando el peso político-institucional de lo estructurado junto al poder subjetivo-colectivo de negociación en el devenir de la historicidad concreta; concentrando una acumulación de capital social reconvertible que trueca lazos de amistad por lealtad y dependencia (Alavi, 1976) al ubicarse como referente barrial y, propiciando vínculos diádicos asimétricos –ni estáticos ni mecánicos- de clientelización diferencial (Gilsenan, 1986) entre los sectores subalternos y los grupos dominantes por la distribución de los recursos materiales y simbólicos.

Por último, creo pertinente traer a colación de los argumentos que anteceden la polémica vigente entre los que aseveran que, los mencionados sujetos colectivos –populares?- que han hecho su aparición reciente en el conflictivo ámbito de lo social -campesinos, obreros, guerrillas, piqueteros, comunidades cristianas, movilizaciones barriales, de género, étnicas, ecológicas, estudiantiles, de derechos humanos, etc...- darían lugar a la denominación de nuevos movimientos sociales[12], por lo inédito de su génesis, proliferación y elenco protagónico, ante el ejercicio de democratización de la sociedad civil que descreída de sus representantes sindicales se reapropia de los espacios públicos vacíos pactando con el Estado; y aquellos que opinan que diferencias mediante se trataría de una similar situación de clase[13] marcada por la opresión, explotación, pobreza y discriminación en el horizonte de la preconizada posmodernidad –identificados por la construcción de una identidad común, con reivindicaciones sectoriales compartidas, una misma lucha por la reestructuración del poder a través de formas violentas de acción colectiva, y un complejo entramado de fuerzas económicas, políticas y sociales que los exceden (Wallace, 1998)-, no siendo más que el actual despliegue del capitalismo globalizado a nivel mundial arrastrando los viejos problemas con rostros reciclados.

 

III.- Una cuestión de poder

 

Empalme Graneros es un barrio periférico ubicado en la zona noroeste de Rosario, en cuyo límite Norte –el cruce de las calles Travesía y J. J. Paso- al borde de la vía que delimita por la organización distrital de la Municipalidad el acceso al mismo, se encuentra el “Centro Crecer N° 6” que forma parte de un programa en red del gobierno socialista local consistente en 29 de ellos repartidos por toda la ciudad -hay además otros 3 en sectores demarcados geográficamente al interior de dicho barrio-; “situados especialmente en zonas carenciadas y dedicados a la atención integral de familias en situación de vulnerabilidad social, con el objetivo de su inclusión para un ejercicio pleno de la ciudadanía” según relatan Verónica -la psicóloga que lo coordina- y Carolina -quien la auxilia en esta función desde hace 2 años–.

Los proyectos de trabajo -como el Pedagógico, el de Estimulación Psico-motriz, el de Recreación, el Nutricional y el de Autoproducción de alimentos- en torno a los cuales se articulan las acciones preventivas, persiguen tres ejes básicos: el niño, la familia y la comunidad; aclarando las entrevistadas que si bien la tarea principal es la recepción de pequeños entre 2 y 4 años de edad para asistirlos en lo relativo a la alimentación y la escolaridad, no se trata de un jardín o una guardería sino de un propósito con mayor alcance que contempla la inserción/interacción social a través de eventos, visitas y jornadas.

En cuanto a la temática que aquí me ocupa y las visiones circulantes en la comunidad local[14] a inicios del 2005 –año de elecciones legislativas en nuestro país-, ambas coinciden en sus discursos apuntando que: “La violencia es una problemática que nos atraviesa, como la desnutrición o la desocupación, dentro del contexto social en el que trabajamos. En el barrio ha ido en crecimiento como en general en toda la sociedad por la crisis, la ruptura del lazo social determina mayores niveles de violencia[15]... Se ha extendido a todas las zonas, a nuestras propias comunidades, barrios, etc; porque a mí me robaron en la puerta de mi casa, dos por tres se escuchan sirenas y tiros, entonces para todos está naturalizada no sólo para las comunidades marginales. En este sentido hablábamos de lo preventivo, en poder desnaturalizar esto”.

Si bien se desliza de sendos dichos un explícito reconocimiento sobre la incidencia de aspectos político-económicos en el origen y diseminación de la violencia en lo social global, recalcan que: “Nosotros somos una institución que la abordamos como una problemática más por la que atraviesan las familias a las que atendemos, damos contención y derivamos al Centro de salud lindante, pero no tenemos estadísticas”; focalizando como acuciantes en el territorio de esa barriada -y “que es lo que la gente registra como violencia en casos extremos”- las dimensiones privadas de lo vincular familiar, infantil y de género.

La policía representa un espacio institucional de poder al que se recurre para solicitar protección y seguridad ante la presencia de ciertos grupos de jóvenes tildados por los vecinos como delincuentes, y que se esconden en la zona de la villa donde también habitan los tobas discriminados como tales por generalización –en esta articulación me detendré luego al referirme a las marcas de los sujetos estigmatizados-; pero sin embargo sus efectos resultan ambiguos al oficiar como árbitro en instancias concretas de violentación familiar: “Nos dan bolilla cuando pedimos que se den una vuelta ante dormidas que hemos tenido o por robos que han habido; pero en cuanto a la violencia doméstica en general opera como obstaculizador porque a las mujeres no les creen, no les toman la denuncia; la comisaría no funciona como lugar que dé respuesta por eso ahí lo que se hace es acompañarlas a tribunales. Por su parte la policía lo que aduce es que un día dicen una cosa y al día siguiente otra; hay una pelea y luego vuelven con el marido, aunque ya sabemos que no es de malas que son...” –lo que supone un trabajo que se realiza en el centro a nivel grupal tendiente a un re-posicionamiento subjetivo, “en tanto se incluyen, participan y se vinculan con otros roles dentro de la sociedad eso puede llevarlas a ver lo que les pasa”-.

La violencia de género no se limita a los casos de maltrato físico, sino que se hace extensiva a aquellos en los que simbólicamente se evidencia un ejercicio del poder masculino que las condena al recinto de lo hogareño –restringiendo sus derechos de anticoncepción- y las aísla de sus pares: “Esto también circula mucho en el barrio como lo que un hombre permite que una mujer haga.., aunque por ahí las mujeres trabajan más que los hombres pero van y vienen a la casa; ya si se reúnen entre sí no está bien visto”-. Las informantes señalan al respecto que, en muchas mujeres el tener por primera vez su propio sueldo percibido a través de los planes Jefas y jefes de hogar les ha permitido elevar su autoestima, y fortalecer el lugar social brindando servicios que usualmente hacían como aportes voluntarios y sin retribución alguna; pues “el hecho de que ellas lo cobren y el poder que otorga muchas veces el único dinero que entra en la casa ha sido significativo, más allá de las críticas estructurales que podamos hacer al plan nacional” [16].

Un ejemplo lo constituye Silvia –oriunda del Chaco, afincada desde 1993 en la villa cercana donde interactúan tobas y criollos bajo la protección espiritual y material de la Hermana María”[17], con cuatro hijos, que se desempeña como colaboradora de sala atendiendo alrededor de 30 niños de 4 años desde hace 5, precisamente por ser receptora de uno de estos planes y debiendo dedicarle por ello 4 hs. diarias al centro Crecer-; la que consultada sobre situaciones violentas en la zona minimiza las referidas a lo intergenérico, lo interétnico y lo socio-económico, reconoce manifestaciones de ellas en las relaciones que entablan los chicos que tiene a su cuidado y carga las tintas sobre los factores generadores de comportamientos adictivos en los sujetos que las protagonizan, enfatizando como causales de tales arrebatos el consumo de drogas y el alcohol por conflictos personales cuyo índice elevado es preocupante dadas las consecuencias que acarrean a los demás miembros de la comunidad.

A su juicio: “Todo empieza cuando las personas toman, entonces quieren resolver los problemas cuando están tomados y en lugar de resolverlos empeoran. Se golpean, a veces utilizan armas. Y los vecinos que ven que se están golpeando llaman a la policía que a veces les lleva y a veces no los agarra... Yo de la policía no me puedo quejar porque un día vinieron a hacer un allanamiento en mi casa buscando armas de fuego por un problema grave que tuve con un vecino, pero lo hicieron como corresponde y a mí no me trataron mal. Lo único que podemos decir es que siempre llega tarde, o sea que a los que tienen que aprehender no los aprehenden... Con la droga pasa lo mismo, y las personas que ven que otros están en eso –venta y consumo- o que roban no quieren ni que los hijos se junten con ellos ni que las saluden ni nada, para que los demás no piensen que están involucrados con esa clase de gente”.

También Adriana trabaja en este centro desde el 2002 realizando su prestación como colaboradora de sala pero para niños de 3 años de edad y recibiendo el plan Jefas de hogar por ser madre soltera con un hijo de 14, Gustavo por su parte es empleado municipal de planta permanente desde hace 4 -específicamente auxiliar de mantenimiento y cocina- y; si bien ninguno de los dos habita en Empalme, narran sus experiencias ligadas a la inserción en diferentes actividades que se desarrollan en el Crecer dentro de los márgenes del mismo. La primera cuenta con notable orgullo, al haber acompañado a la maestra de los niños de 4 en la noche de la dormida que éstos protagonizan a modo de ritual de egreso en su recorrido pedagógico-comunitario: “Primero me dió miedo porque justo andaba el violador serial, estaban mostrando el identikit y había mucha neurosis en el barrio... Había raptado a una nenita, la llevó a un descampado en bicicleta e intentó violarla; la gente estaba armada con palos y había como una psicosis que por cualquier cosita ya saltaba. Pero nosotros le pedimos a la guardia urbana que se diera una pasadita, para decir: bueno, están vigilados por si llegaba a pasar algo alrededor. Y esa noche gracias a Dios fue re-tranquila, yo pensé que al estar así cerca de una villa escucharíamos corridas, tiros, o alboroto...”.

El segundo esboza con cautela opiniones más mesuradas que las de su compañera en cuanto al desenlace de hechos acaecidos con similar tenor, sin embargo es dable reiterar en ambos las representaciones señaladas en las entrevistadas con antelación sobre el acento puesto en la violencia familiar -derivándola de razones eminentemente psico-sociales que a veces resultan discriminatorias de sujetos colectivos circunscriptos-; la generalización acrítica de su dispersión en los restantes sectores de la sociedad –sin diferenciar la problemática situada desde lo micro-local- y, la desvinculación de su génesis de los procesos histórico-políticos y socio-económicos que la atraviesan en un sentido macro -al no cuestionar los efectos de dominación que ejercen las instituciones del Estado mediante sus mecanismos de control y el poder de policía-: “Yo que estoy acostumbrado a andar por los pasillos haciendo alguna visita uno no ve violencia palpable, solamente en determinados momentos por ahí viene la policía porque está buscando a alguien y puede haber una escaramuza pero esporádicamente... Generalmente adolescentes que han cometido algún tipo de delitos, pero no han sido tantos como para decir que este barrio se diferencia de uno bien organizadito, no lo veo más que lo común que vemos en toda la ciudad. Sí hay una cierta violencia que nosotros conocemos y que es la de tipo familiar, y reyertas entre vecinos por cuestiones sentimentales o emotivas. El estado de ebriedad cuando no se tiene control de los actos puede llevar a desatar un hecho violento, porque no se toleran y cualquier motivo los lleva a un roce; una discusión entre dos personas que están ebrias y generalmente van armadas puede llegar a darle un puntazo... Hay mucho problema de alcoholismo entre los mayores y de droga entre los jóvenes”.

 

IV.- Un barrio desmovilizado

 

Haciendo uso de dicha categoría conceptual es como los actores sociales interpelados describen las modalidades resistenciales y los movimientos de protesta que despliegan los pobladores barriales, ante la defensa de sus intereses y la reivindicación de sus derechos. A juicio de la coordinadora del Centro Crecer visitado: “A mí no me parece que haya un grado de asociación, o de relación tan alto entre los vecinos como para que salgan a manifestarse por los problemas del barrio; sí para otros temas como puede ser ir a hacer un piquete[18] para pedir el aumento del plan, por zapatillas o útiles escolares para los chicos, pero eso porque lo escucho por la televisión y no porque lo digan las madres acá... Hay punteros que movilizan, pero creo que el grado de adhesión no es muy alto”. Coincidentemente, su auxiliar en la tarea acota: “Entre mucha gente circula eso de: “me vinieron a decir que vaya al piquete en vez de trabajar por el plan” –los de la Corriente Clasista y Combativa y una señora que es de la C.G.T.-, pero la gente no los sigue”...

Las dos adjudican esta respuesta colectiva al hecho de que se percibe la sensación de haber más trabajo en la zona, y que tal reactivación laboral deriva del aumento del poder adquisitivo en las clases medias que son quienes los contratan -especialmente para los rubros de la construcción y el servicio doméstico-; no obstante la paradoja aquí reside en que, las oportunidades que encuentran para re-insertarse[19] en el mercado productivo no siempre son en blanco dado el nivel de formación precaria que posee esta población en particular, y ellos saben como dato concreto que para la ANSES. si consiguen algún empleo estable el plan cae. Al respecto comentan: “Incluso hay otras instancias que así como convocan a la participación popular las O.N.G.s lo hace el mismo Estado municipal como el presupuesto participativo, pero es muy difícil porque la participación es muy escasa, no hay interés, hay mucha desmovilización, mucho descreimiento.[20] En general está la postura de que el que convoca para algún beneficio de él es: “para qué me querés”; para qué me buscás”... Lo que pasa es que hay muy pocos referentes comunitarios que generen confianza, entonces a veces vienen y nos preguntan a nosotros: “es cierto que van a aumentar el plan?”, porque circulan rumores pero descreen a su vez de quienes los largan. Creo que la gente está muy quemada en esto de que la manipulen, por eso desconfía y con razón...”.

De lo antes expuesto considero pertinente trazar al menos dos líneas de interpretación que dan cuenta de las representaciones y prácticas construidas en el imaginario local, y que confluyen nodalmente en una concepción homogénea sobre el posicionamiento de los sujetos colectivos dentro de la estructura social: la idea de manipulación de conciencias y voluntades por parte de otros que detentan un poder del que ellos carecen y la de constricción forzada a las reglas del juego de lo instituido por éstos sin atisbos de reacción popular alguna; perpetuando así no sólo las condiciones de explotación y marginalidad por la que atraviesan tales sectores progresivamente pauperizados sino neutralizando las potencialidades de lucha para la transformación de su situación actual, mediante el reforzamiento de un lugar-objeto devenido de las conveniencias e intereses de los grupos dominantes –quienes sí pueden querer y buscar en su exclusivo beneficio- y por los que son victimizados y vampirizados sin oposición ni resistencia aún cuando se desentienden de sus necesidades elementales –alimentación, salud, educación, trabajo-.

Cabría interrogarse en esta dirección: ¿No será tal vez dicha supuesta inercia colectiva –desinterés, desmovilización, descreimiento, descompromiso- una modalidad de acción para resistir que si bien comparten con otras subjetividades subalternizadas va cobrando contextualmente identidad propia; un perfil delineado de estrategias en la búsqueda de trayectorias históricas alternativas por fuera de las ya conocidas y que no los representan –punteros de partidos políticos tradicionales, sindicalistas y el mismísimo gobierno municipal, provincial y nacional de los que reciben pero sospechan-?... Puesto que sí se observa que tienen visibilidad y hacen ruido al acudir a convocatorias para ofrecimiento de empleos, al averiguar si aumenta o no el plan social para los desocupados y presionar cómo sigue esto, al recorrer espacios públicos donde poder realizar su contraprestación –tiempo atrás voluntaria y de favor-, al asegurarse presencia mediática reclamando útiles, ropa, comida, seguridad, higiene, vivienda, etc.

A propósito de la interacción en red[21] con otras organizaciones barriales -uno de los objetivos primordiales de los Crecer en cada uno de sus emplazamientos citadinos-, los lazos más intensivos del N° 6 de Empalme Graneros son con los Centros de salud municipales, las escuelas provinciales oficiales o privadas con subvención parcial, y las O.N.G.s. que son alrededor de 50, entre ellas: Vínculo –dedicada a las problemáticas de adicciones y violencia familiar-, Cooperativa de los Abuelos -para la tercer edad-, Constructora del barrio toba, Indeso Mujer –orientada al tratamiento interdisciplinario de la violencia de género-, Centro comunitario vecinal, Caritas e Iglesia Evangélica Pentecostal.

Y específicamente sobre el accionar de la hermana Jordán -religiosa católica que como ya explicité monopoliza la circulación de bienes y servicios como privados en la villa cercana conformada por tobas y criollos migrantes del norte del país-, las informantes expresan: “Ella es una célula cerrada que no se relaciona con nadie, ni siquiera con las organizaciones barriales que nosotros trabajamos porque se maneja en forma muy autónoma: MIS TOBITAS!... Nunca hemos podido acercarnos, hace poco fue un compañero para un taller de cocina que se había articulado y no había nadie, nada y hasta le habían cerrado todo sabiendo que él tenía que llegar... Ella se maneja mucho con organizaciones internacionales, donaciones del Arzobispado, y la Iglesia. Algunas personas se quejan de que usa un sistema de premios y castigos: el que hace lo que ella quiere tiene y el que no...”.[22]

Por último y en lo atinente a la figura de referentes empíricos que ofician como mediadores entre las instituciones citadas y el grupo social de pertenencia, éstas reconocen la presencia de peso de algunos pobladores que en ese ámbito urbano-marginal actúan como sus colaboradores porque: “Son vecinos que hace mucho que están, a su vez tienen una relación estrecha con las organizaciones barriales dadas las características personales de ellos, y la confianza que uno les va teniendo a lo largo del tiempo. Por ej.: Silvia, Adriana, Blanca, o el vecino más fuerte que le dice a otro: “si te veo golpearlo de nuevo te agarro a piñas”, en casos que creen que los niños son propiedad de los padres y no sujetos de derecho“.

Asimismo, es dable destacar cómo es percibida esta función de representación intermediacional entre quienes pueblan la villa liderada por la monja aludida; en su doble rol de mujeres que se ocupan de cubrir las necesidades básicas del vecindario que también constituyen sus propias carencias y de voluntarias del centro comunitario que dirige la religiosa convirtiéndose excepcionalmente en su mano derecha: “Afirma orgullosa Ramona: “Acá como dicen en todas partes, somos… son gente privilegiada porque comida no tienen que gastar, a mediodía con la Hermana cocinamos para ellos, comen acá o llevan la comida, a la tarde le damos la merienda y si no tienen van a la casa y ella les da yerba y azúcar… Yo trabajo con la Hermana, ella me ayuda, ahora entré en el “Plan Trabajar” y mi mamá cobra los $100 de subsidios esos…Nosotros vivimos bien porque no nos falta nada, gracias a Dios”... Pero además como dice Gladys: “hay que ganárselo”, y para recibir ropa o comida “deben pagar” ayudando a la Hermana en la capilla, con las tareas diarias en el dispensario o asistiendo los chicos a clases de catequésis, dictadas por jóvenes que la Hermana está formando y que viven y estudian en el centro de Rosario”.[23]

 

V.- Los estigmas violentos

 

Una frase retumbaba en mis oídos como un eco repetido al escuchar a unos y otros –encargados y colaboradores- explayarse sobre las manifestaciones de violencia en la zona: “El pasillo ahora está más tranquilo”; ante la cual yo reiteraba curiosa y perplejamente una pregunta: “¿Qué pasillo?”... Me explican entonces que: “Es un pasillo de villa que está acá enfrente paralelo a la vía, de un lado está el terraplén y del otro lado casas; una pegada a la otra. Lo que dice la gente es que antes era muy peligroso y ahora no. Estaba ligado a que había un grupo de chicos delincuentes que se drogaban o tomaban y hacían bardo todas las noches... Jóvenes marcados como choros, ladrones, violentos, borrachos y entre éstos y el resto las relaciones eran tensas en función de que en ocasiones efectivamente les robaban a sus vecinos, y por eso los tienen en ese lugar. Algunos murieron de sida y otros están pero es como que se desarticuló esa célula. Hay preocupación por parte de las madres de que sus hijos están creciendo y qué va a pasar con ellos... Porque lo que circula es que: “en la villa te escondés”, y tiene que ver con la inaccesibilidad de los pasillos”.

Se hace evidente a partir de estos relatos que, además de comunicar y permitir el tránsito al interior del territorio villero el sonado pasillo opera simbólicamente de pasaje a Otro lugar, de frontera demarcatoria, de límite maniqueo, entre un adentro conocido y familiar y un afuera amenazante y agresivo -asociándolo con los oscuros, intrincados y violentos estereotipos lombrosianos del delito, los excesos, la promiscuidad, la clandestinidad, la miseria?-...[24] A la “aparente tranquilidad” reinante la conectan también con la tarea desarrollada en pro del orden y la seguridad social por la acción policial, que paradójicamente refuerza la discriminación mediante la ecuación generalizadora y economizante de delincuentes = tobas por la cual “tiempo atrás hacían razzias muy violentas en el barrio de éstos, y en parte hay una realidad de que vienen corriendo y se meten ahí pero eso no quiere decir que necesariamente sean tobas, habrá sí algunos como en cualquier comunidad”.

Verónica reseña en tal sentido los principales fundamentos de un proyecto que despliegan en el Crecer N° 6 en virtud de las relaciones interétnicas que se producen cotidianamente entre los habitantes de la villa de Empalme Graneros, dando cuenta a la vez de las visiones particulares que lo sustentan y de las representaciones y prácticas que en el imaginario barrial articulan racialmente violencia, identidad y estigmas: “Nosotros tenemos una temática con todo lo que es integración/discriminación ya que una parte de la población pertenece a la comunidad toba o aborigen, y es una cuestión complicada para trabajar porque muchas veces la comunidad acusa de que “el blanco” como ellos dicen o el criollo los discrimina; por otra parte hay también un poco de resistencia de ellos a integrarse...[25] Y con respecto a la violencia entendida como robo, delito y esas cosas, la comunidad toba está marcada como un lugar donde se esconden delincuentes para algunas personas y para la policía sobretodo; bah! la villa[26] en general y ella específicamente...”

A propósito de lo expresado con antelación y en referencia a las posibilidades de acceso a la escolaridad en esta etnia, la misma coordinadora comenta que los tobas se encuentran diseminados en dos espacios delimitados por la zona de la villa –los de la Hermana Jordán- y la de Travesía y Paso –el contingente mayor-; contando para sus aprendizajes con dos escuelas gratuitas: una confesional católica –inserta en el último de estos ámbitos y en la que interactúan con niños criollos- y una provincial bilingüe –ubicada frente al centro Crecer y destinada sólo para ellos-. En cuanto al eje integración[27]/discriminación mencionado por la profesional, me interesa destacar aquí el carácter académico-relacional hacia el que están orientadas ideológicamente sendas instituciones desde la política educacional: la privada religiosa que centrada en una formación técnico-manual o de oficios reproduce las tipificaciones que auto-identifican a los sectores más empobrecidos de la sociedad, y la pública laica que respetuosa de la multiculturalidad[28] mantiene homogéneamente segregados del resto del sistema a los miembros de dicha comunidad aborigen. Por consiguiente, bajo el pretexto de la integración se perpetúa y profundiza de distintos modos la discriminación; convirtiéndose ambas instancias de enseñanza-aprendizaje en fuertes polos estigmatizantes (Althabe, 1998).

También las opiniones de colaboradores y demás empleados del centro municipal apuntan en esta dirección de plantear el estatuto diferencial-cultural de tales escuelas, según la procedencia socio-económica de la población que albergan, la ubicación geográfica en las que se hallan enclavadas y las ofertas educativas contenidas en sus planes de estudio– etiquetadas como la de los tobas, la de la villa, la del centro, la del barrio[29], etc.-. Silvia expresa por ej.: “Yo a mi hijo lo mando acá a una escuela privada religiosa pero asentada en la villa –la “Juan Diego” del barrio toba-, y hay dos escuelas más cerca en el barrio pero como ya empezó preescolar ahí y ahora va a 8° no se quiere cambiar. Cuando la elegí fue porque vine del Chaco muy aproximadas las clases y no había lugar en otras, y ese es el tema en el barrio con los chicos porque le dicen que: “se va a una escuela a una villa” pero nosotros vivimos en una villa; así que no sé por qué se asombran porque “va a una escuela a otra villa”. Lo que pasa es que ellos viven en una villa, nacieron y se están criando allí, pero van a “una escuela de barrio”; por eso discriminan un poco pero ellos no saben cómo es la escuela en sí... A mí me gusta porque también tienen talleres, entonces a la mañana va a la escuela y a la tarde hace taller de panificación, electricidad y construcción; y me parece muy bien porque los chicos que no tienen posibilidad de seguir estudiando ya tienen para empezar a trabajar cuando terminen 9° año. Y yo ahí no pago nada –la sostiene el Colegio Pablo VI-, sólo para la práctica tenemos que llevar la materia prima”.

No obstante, las visiones que se tienen desde un despacho ministerial que toma decisiones a distancia ignorando el terreno y los hombres y mujeres de carne y hueso que transitan a diario el escenario local, varían notablemente de óptica; mostrando su contradicción no sólo una disociación entre la idea y la praxis sino la tensión permanente entre un orden estructural que constriñe objetivamente y la capacidad de los sujetos colectivos involucrados de promover modalidades de acción concretas para transformarlo según sus intereses coyunturales. Gustavo comenta al respecto: “En la escuela “Taygoyé” que está en la esquina había un problema de que exigían que fueran tobas. Y ahora a raíz de que nosotros empezamos a levantar un poco de polvillo sobre el tema, de frente y directamente ahí, empezaron a decir: “No..., también..., puede ser...” Había una cierta discriminación de ellos pero no originada por la gente que va a la escuela, sino desde la Dirección y algunos vecinos. Es una escuela de la Provincia que es la que paga a los maestros, después alguien puso dinero –el F.A.E. (Fondo Ayuda Educativa de la Municipalidad) y otras entidades que no recuerdo-, el lugar se lo donó el dueño...; pero se hizo muy rápido”.

A modo de corolario, me resulta claramente ilustrativo transcribir una serie de diálogos que intercambiaron durante la entrevista el citado empleado de mantenimiento y otra de las colaboradoras del mismo centro, a efectos de hacer visible la circulación de estereotipos identitarios raciales construidos en el entramado barrial y que aparecen naturalizados tanto para los portadores como para sus nominadores; evidenciándose inclusive la toma de distancia alienada en determinados actores sociales al recurrir a la desacreditación del propio grupo de pertenencia, redundando ésta en una auto-depreciación proyectada imaginariamente en el semejante como diferente[30] o en el par como des-igual.

Gustavo comienza explicando: “Las mujeres entre sí una ofensa que se dicen es “negra villera””. Adriana agrega: “Bueno pero eso es lo más livianito, porque por ahí se queda sólo en una palabra”... Gustavo continúa con su alocución: “Entre los indígenas por ej. para discriminarse se dicen: “Qué hacés tobá”!..., y nosotros los conocemos así como “comunidad toba” pero ellos son “Qom”, no tobas; y nos hemos acostumbrado a llamarlos de ese modo porque en algún momento alguien les puso ese nombre pero es algo despectivo[31]. “Toba” es como decirse “negro villero” pero es una discriminación entre ellos. Adriana asombrada exclama que no lo sabía y arremete: “Contale a la Sra. que nosotras las colaboradoras de sala somos todo un ramillete de distintas flores y acá sí que no hay discriminación. Por ej. la chica que se fue recién, Silvia, es chaqueña”... Gustavo la corta y me aclara: “Pero ella no es descendiente de tobas, es de matacos..., sí tenemos a Adela y Teresa que son de la comunidad... Digamos que los tobas tienen cuestiones entre ellos, de niveles sociales o especie de castas; entonces por ahí hasta quienes mandan –los caciques- son gente más alta y robusta físicamente. Y los criollos en la villa son un mundo aparte, con los toban mucho no se mezclan pero tampoco se agreden –“se ignoran”, mecha Adriana-. Remata Gustavo: “Nosotros teníamos dos entregas de cajas separadas, la de la comunidad toba y la de la parte criolla, pero se nos habían mezclado algunas cosas y ahora “nos juntamos todos”...

 

VI.- Unas reflexiones de cierre

 

Como habrá podido constatarse a lo largo del presente artículo en cuanto a mis análisis, interpretaciones y producciones escritas con anterioridad, motivada por razones de elección personal, formación profesional y posicionamiento crítico y, por tratarse del eje central de mi proyecto de investigación situado para el Doctorado de Humanidades y Artes con mención en Antropología en curso; he venido ahondando progresivamente en esta problemática macro-global de la violencia social y sus manifestaciones particulares en los diversos micro-ámbitos –escolar, familiar, policial, sanitario, interétnico, intergenérico, etc-, al interior del barrio marginal rosarino de Empalme Graneros y con el trazado de una trayectoria arqueológico-genealógica -de saberes y poderes- que oscila entre los años 2000 y 2005.

Puntualizando sobre la concepción antropológica de la violencia es plausible argumentar que, si bien las representaciones circulantes entre los pobladores de dicha barriada -derivadas de los discursos y desplegadas en las prácticas- reconocen en la génesis de su emergencia y desenlace la incidencia de factores estructurales objetivo-constrictivos de índole histórico-políticos y socio-económicos -a veces minimizados, otras generalizados, o también soslayados-; cargan no obstante las tintas en rasgos bio-psico-culturales esencializados atribuidos simbólicamente a sujetos colectivos que comparten condiciones materiales de existencia marcadas por la subalternidad, la pobreza y la explotación –violentos =drogadictos, borrachos, vagos, delincuentes, ladrones-, sin confrontar dialécticamente tales condiciones vitales con los efectos de dominación que ejercen las instituciones del Estado mediante sus mecanismos de control, aparatos ideológicos y reforzamiento del poder de policía por sobre estos sectores más castigados y desprotegidos de la sociedad.

Considerando las modalidades de acción colectiva ensayadas por estos sujetos para la tramitación y resolución de la violencia en lo local, es menester resaltar que la aparente tranquilidad asociada a una supuesta desmovilización –traducida como desinterés, descreimiento, desconfianza y descompromiso por los empleados del centro comunitario entrevistados-, se contradice con las formas organizativas antisistémicas pergeñadas por aquellos a la hora de reclamar públicamente por sus derechos y necesidades básicas –planes alimentarios, ofertas de empleo, acceso a viviendas, educación para sus hijos, atención de la salud, resguardo en seguridad-; las que sí se perciben en cambio mediatizadas por la intervención de organismos oficiales –nacionales, provinciales, municipales- y privados -redes entretejidas con las O.N.G.s, los nuevos movimientos sociales, los partidos políticos, las comunidades religiosas, los referentes barriales, etc.- que con variadas estrategias de fuerzas intentan manipular, cooptar, acallar y/o refrenar el accionar grupal no exentas de resistencia por parte de éste.

Y abordando para finalizar los estereotipos identitarios raciales con los que unos grupos sociales descalifican a otros en función de caracteres diferenciales naturalizados -según la procedencia geográfica, ubicación espacial, origen étnico, posición de clase, franja etárea, cuestión genérica, índices de escolaridad e insignias culturales-, es dable mencionar que la discriminación en la zona se hace ostensiblemente visible a través de polos de estigmas devenidos de los entrecruzamientos relacionales de fuerzas que tienen lugar entre: criollos y tobas, blancos y negros, los de adentro y los de afuera, integrados y segregados, gente de la villa y del centro, escuelas para aborígenes y para niños del barrio, etc.; siendo dignos de destacar en este sentido los procesos heterogéneos de auto-identificación imaginaria, intro-proyección inconsciente y re-apropiación significante puestos en juego para: nominar, etiquetar, clasificar, tipificar, categorizar y rotular prejuiciosamente al diferente por lo distante del sí mismo.

 

 

RESUMEN

 

Violencia Social y Relaciones de Poder: “Constricciones de la Estructura, Producción de los Sujetos Colectivos y Modalidades de Acción, en la Comunidad de Empalme Graneros”

 

Durante la segunda mitad del siglo XX y sin cancelación aún, ha venido desplegándose en el escenario histórico-social mundial y repercutiendo al interior de las ciencias sociales latinoamericanas un debate sociológico-antropológico; cuyo énfasis radica en la confrontación de las posturas asumidas en torno a la cuestión de la preeminencia de la estructura social por sobre las motivaciones individuales, y/o la capacidad de generar acciones estratégicas por parte de los sujetos colectivos para transformar la normativa objetivante que sistemáticamente intenta constreñirlos. La intención de este artículo es rescatar la concepción de dinámica dialéctica entendida en términos de relaciones de fuerza y lucha de clases para explicitar dicha vinculación; es decir, la pugna de intereses entre los grupos dominantes que ejercen su poder a través de las instituciones del Estado y sus efectos y aquellos que compartiendo una misma situación de pobreza, explotación y marginalidad le oponen resistencia, analizándola desde la problemática de la violencia social y su dispersión en los diversos ámbitos interaccionales de una barriada rosarina a partir de los discursos, representaciones y prácticas circulantes entre sus habitantes, muchos de los cuales se erigen visiblemente en fuertes polos de estigmatización identitaria.

 

Palabras clave: Violencia – Constricciones estructurales – Sujetos colectivos – Movimientos sociales – Estigmas.

 

 

ABSTRACT

 

“Social Violence and Power Relationships: Restrictions of the Structure, Production of Collective Characters, and Action Methods, in Empalme Graneros Neighbourhood”

 

A sociological-anthropological discussion, which has yet to be finished, has been developing during the second half of the XX century in the historical-social arena, and has been influencing the core of the Latin American social sciences; the emphasis of this issue lies in the confrontation of the assumed opinions around the preeminence of the social structure over the individual motivations, and/or the ability to generate strategic actions to modify the objectifying regulations which try to limit them systematically. The aim of this article is to recover the conception of dialectical dynamics understood in terms of power relationships and class struggles to explain such connections; that is to say, the conflicting interests among the dominant groups which exert their power through the State institutions and their effects, and those who, sharing the same poverty, exploitation and alienation conditions offer resistance, analyzing it from the social violence situation, and its spreading over the various interacting areas in a Rosario neighbourhood, starting from the speeches, representations and practices which circulate among its inhabitants, many of whom visibly raise in strong poles of identity stigmatization.

 

Key words: Violence – Structural restrictions – Collective characters – Social movements – Stigmata

 

 

Recibido: 30/04/07

Aceptado: 19/06/07

Versión final: 13/08/07

 

 

Notas



(*) Este trabajo es una re-elaboración del presentado en Junio de 2005 a la secretaría de Graduados de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universida Nacional de Rosario, como evaluación final del Seminario de Posgrado: “Sujetos colectivos y teoría antropológica. Algunos abordajes de las últimas décadas” -dictado por la Dra. Ma. Rosa Neufeld de la U.B.A-; y fue expuesto como ponencia en el “I Congreso Argentino-Latinoamericano de Derechos Humanos” organizado por la citada Universidad en abril de 2007. Su concreción no hubiera sido posible sin la valiosa participación de los empleados municipales y vecinos del Centro Crecer N° 6 de Empalme Graneros -sujetos colectivos anónimos como tantos otros transeúntes que a través de estas páginas cobran voz-, y a quienes se agradece la amabilidad y disposición manifestadas al ser entrevistados-. Las traducciones en idioma extranjero fueron realizadas por la Trad. y Prof. de inglés Cristina Di Giacinti.

(**) Profesora de nivel medio en Filosofía, Psicología y Pedagogía, Psicóloga y, está cursando el Doctorado en Humanidades y Artes con mención en Antropología (Universidad Nacional de Rosario); cuyo proyecto de investigación versa sobre: “Representaciones Imaginarias y Dispositivos Institucionales en torno a la Violencia social: su construcción genealógica en la comunidad de Empalme Graneros (1984-2004)”. Se desempeña además como docente de nivel superior en el Instituto del Profesorado N° 3 “Eduardo Laferriére” de Villa Constitución. E-mail: clarmar@arnet.com.ar.

[1] Transcripción de discursos emitidos durante el ciclo lectivo 2002 por alumnos de 5° año de la E.E.M. N° 251- sita en el barrio marginal rosarino de Empalme Graneros- pertenecientes al Bachillerato con orientación en Administración de Empresas, e incorporados a la investigación realizada por el equipo del I.S.P. N° 3- Sotelo, Laura, Martina, Clarisa, Dimitriou, Ana, Cepeda, Marta y Carolla, Juan- denominada: “Violencia en la escuela, un abordaje interdisciplinario de su problemática (2002/2005)”, aprobada por el Ministerio de Educación de la Provincia de Santa Fe con disposición N° 125/05.

[2] Expresan al respecto en un documento difundido por internet estudiantes y docentes secundarios y universitarios Neuquinos: “Creemos que hay una invasión de la violencia, tanto verbal como física y simbólica; desde nuestra gente, nuestra policía, nuestro Estado. Existe una tradición violenta que nos marca: dictaduras, censura, guerra, desapariciones, atentados, desempleo, hambre, y sobre todo: impunidad... ¿Cómo se llega a marcar a un joven que escucha Heavy Metal, usa ropa negra, no se relaciona con el resto, y “es raro”? ¿A partir de qué elemento del conjunto de alternativas, consumos culturales, se adopta una mirada agresiva contra este sujeto?. ¿Ser joven, ser pobre, ser diferente, son categorías criminales?. La visión de los medios de comunicación, de nuestro país y del resto del mundo, ha tomado esta tragedia, nuestra tragedia, traduciéndola según los esquemas de otros países, en los que ya se ha establecido que la juventud suele ser peligrosa y criminalizando así también a la institución escolar. Pero esa violencia ¿no es el emergente de un conjunto mayor, que traspasa los límites de una escuela pública, que transcurre en un tiempo superior a las cuatros horas de clases?”. Informe: Desde el ojo de la tormenta, Universidad Nacional del Comahue, Neuquén, 2004 (archivo virtual).

[3] “¿No nos suena toda esta mirada alarmista de los medios de comunicación, como un pedido de mano dura?. ¿No se vuelven a los mismos temas hipócritas, como el control de armas, imputación a menores, más cárceles, y sobre todo: “seguridad”? Palabra que, sin duda, posibilita más de un sentido. No olvidemos que seguridad fue también un fin perseguido por nuestros militares, nuestra policía corrupta, arrasando las villas miserias. Y, justamente hoy, los comentarios de algunos habitantes de esta comarca, sentencias resumibles en “y, sí, de esa escuela era de esperarse”; la cómoda posición de relegar en el otro las carencias generales. Pensar que las escuelas públicas, en barrios pobres, sólo albergan futuros criminales, es olvidar que nuestros más ilustres asesinos fueron sujetos muy educados, con excelente entrenamiento, alimentación, y oportunidades. Hoy, cuando la escasez de oportunidades es lo que más abunda; los espacios para la expresión y convivencia con los otros son mínimos o nulos”. Idem.

[4] Utilizo este concepto tal como Estela Grassi cuando afirma que: “Aludimos a “visiones” en el sentido en que lo hace Hintze (1989), como a una interpretación de la situación condicionada por el lugar del observador en el medio. Esto define la perspectiva desde la cual se ven ciertas cosas e incluso el campo de las preferencias (cuáles son vistas y cuáles no). Son construcciones fundamentalmente ideológicas y preanalíticas y, como es obvio, no necesariamente falsas, en cuya elaboración interviene la posición política y también aspectos culturales”. De: “Introducción”, en:. Las cosas del poder. Acerca del Estado, la política y la vida cotidiana, Espacio, Buenos Aires, 1996, Pág. 17. Por otra parte, coincido con María Rosa Neufeld y Jens Thisted cuando adhiriendo a la tradición marxista distinguen que: “... No sólo las representaciones están vinculadas a la práctica social, sino la anterioridad de la vida social a las representaciones. Como destacan Menéndez y Pardo (1996) “las representaciones son aprendidas como un sistema que presenta aporías, conflictos y hasta contradicciones, pero que constituye un sistema de expectativas (para la intervención clínica) siendo en la práctica donde la representación se realiza y se modifica. Las prácticas no reproducen a las representaciones ni mecánica ni idénticamente””. De: “El “crisol de razas” hecho trizas: ciudadanía, exclusión y sufrimiento”, en: “De eso no se habla...” los usos de la diversidad sociocultural en la escuela, Eudeba, Buenos Aires, 1999, Pág. 38

[5] Según Axel Lazzari: “Conviene, entonces, imaginarnos el poder como aquella capacidad de poner en juego y de propiciar relaciones entre individuos y grupos, y de accionar sobre la acción propia y ajena. Capacidad ésta que se diversifica y dispersa “microfísicamente” a través de la sociedad. Michel Foucault afirma que esto significa que no existiría “un principio de Poder primero y fundamental que domine hasta el menor elemento de la sociedad, sino que las formas múltiples de disparidad individual, de objetivos, de instrumentaciones dadas sobre nosotros y a los otros, y de organización más o menos pensada, definen formas diferentes de poder a partir de la posibilidad de acción sobre la acción de los demás, que es extensiva a toda relación social (1985)”. De: “Panoramas de la antropología política del clientelismo”. Cuadernos de Antropología social de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A., Bs. As., 1993, N°7, Pág. 18. Parafraseando al mismo Foucault: “Las relaciones de poder están imbrincadas en otros tipos de relación (de producción, de alianza, de familia, de sexualidad);... son multiformes;... su entrecruzamiento esboza hechos generales de dominación;... “sirven” en efecto, pero no porque estén “al servicio” de un interés económico primigenio, sino porque pueden ser utilizadas en las estrategias;... no existen relaciones de poder sin resistencias”. FOUCAULT, Michel, Microfísica del poder, La Piqueta, Madrid, 1992, Pág. 170/171.

[6] Eduardo Menéndez aclara sobre este tópico: “Diversos autores sostienen que dichos grupos no sólo pertenecen a minorías étnicas, sino también a los estratos marginales y depauperados de la sociedad; y si bien gran parte de estas situaciones operan fenoménicamente en término étnico-racistas, no son comprensibles si no se las articula con las condiciones de desigualdad y subalternidad socioeconómica. Por lo cual considero necesario retomar el análisis de las diferencias en términos de articulación clase/raza/etnia, ya que si bien es una articulación reconocida, no contamos con explicaciones satisfactorias respecto de los procesos de exclusión/inclusión que operan entre condiciones étnicas y de clase en los diversos contextos latinoamericanos”. MENENDEZ, Eduardo; La parte negada de la cultura. Relativismo, diferencias y racismo. Bellaterra, Barcelona, 2002, Pág. 186/187.

[7] Reiterando a Menéndez: “Los principales referentes teóricos del período fueron Durkheim, Marx y Weber, quienes aparecen fundamentando las nuevas propuestas teóricas de forma conflictiva. Pero debe subrayarse que la notoria presencia del marxismo en la antropología social durante los sesenta no significó que dicha teoría fuera importante en el interior de la antropología, salvo en Francia, en menor medida en Italia y secundariamente en Gran Bretaña. Su influencia en la antropología norteamericana fue durante este lapso muy reducida,...el conjunto de estos países siguió expresando las perspectivas de las tendencias funcionalistas, culturalistas y estructuralistas de desarrollo disciplinario. En la producción antropológica latinoamericana la influencia del estructuralismo, sobre todo del francés, fue mínima... No obstante esta situación, gran parte de las críticas generadas desde mediados de los setenta respecto de las orientaciones desarrolladas durante los sesenta, se concentraron sobre el marxismo... Articulado con el psicoanálisis y con las propuestas levistraussianas, así como a partir de las concepciones gramscianas, constituía una amenaza metodológica para una antropología basada en la descripción de la realidad etnográfica como evidente en sí... El tradicional énfasis antropológico en la diferencia cultural se complementará con el énfasis marxista en la desigualdad socioeconómica”. Idem, Pág. 86/87.

[8] Según George Marcus y Michael Fischer: “Los funcionalistas eran especialmente afectos a mostrar que las instituciones económicas visibles de una sociedad estaban en realidad estructuradas por el parentesco o la religión, que el sistema ritual estimulaba la producción económica y organizaba la política, o que los mitos no eran vanos relatos o especulaciones sino estatutos que codificaban y regulaban las relaciones sociales... El sistema cultural de Parsons intentaba ocuparse de cada sociedad en sus propios términos, mientras que el estructuralismo de Lévi-Strauss procuraba descubrir una gramática o una sintaxis universales para todos los sistemas culturales. Ambos hicieron así que la atención se trasladara de la estructura social (los sistemas sociales) a los fenómenos mentales o culturales”. MARCUS , George y FISCHER, Michael; La antropología como crítica cultural. Un momento experimental en las ciencias humanas, Amorrortu,. Bs. As., 1986, Pág. 55/56.

[9] Acerca de los fundamentos de esta corriente que concentra diversos aportes teóricos- echando mano a conceptos como redes, transacciones, procesos, manipulaciones, etc.-, John Gledhill dice: “El transaccionismo explica las regularidades de la organización social en función del comportamiento estratégico de agentes sociales que interactúan entre sí. Constituye uno más de una serie de planteamientos teóricos individualistas metodológicos que se hacen eco del papel preponderante que Weber otorgaba a la “acción social”, a diferencia del punto de vista de Durkheim, según el cual la clave para comprender el comportamiento de los individuos estriba en analizar la estructura social y las reglas del orden social”. GLEDHILL, John, El poder y sus disfraces. Perspectivas antropológicas de la política, Bellaterra, Barcelona, 2.000, Pág. 214. En alusión al reforzamiento de la subjetividad por sobre la estructura desde el punto de vista político, Menéndez agrega: “Son en parte estas convergencias paradojales, y las terribles consecuencias del nazismo, las que están a la base de la recuperación de la intencionalidad y de la conciencia que se dieron entre los treinta y los cincuenta, cuando desde la fenomenología, el existencialismo, el marxismo, el freudomarxismo, el interaccionismo se propone un sujeto activo, autónomo, responsable, que puede cuestionar y oponerse a la determinación de la estructura”. MENENDEZ, Eduardo; “Continuidad/discontinuidad en el uso de conceptos en Antropología Social”, en: Antropología social y política. Hegemonía y poder: el mundo en movimiento, Buenos Aires, 1998, Pág. 30/31.

[10] Teresa Pires Do Río Caldeira expresa respecto a esta tendencia: “Uno de los temas que parece ir ganando espacio en la antropología americana reciente es el de las relaciones de poder. Obviamente, no se trata de un tema extraño a la disciplina que, por lo menos desde los años cuarenta, reconoció a la antropología política como una de sus áreas importantes. En cambio, las discusiones actuales sobre la cuestión del poder, en lugar de estructurarse como subárea específica, parecen proponer estudios sobre los más variados aspectos de la vida social...” De: “Antropología y poder: una reseña de las etnografías americanas recientes” (Trad. Ma. Rosa Neufeld), en: BIB. de Río de Janeiro, Brasil, 1989. N° 27, Pág. 1. A juicio de Gledhill: “El estudio de estos procesos micropolíticos puede servir pues, para iluminar determinadas situaciones locales que, de otro modo, resultarían algo oscuras, además de contribuir a comprender cómo los procesos de escala local no sólo reflejan otros procesos políticos mayores y conflictos de escala nacional, sino que pueden contribuir a ellos... Foucault sostiene también que las relaciones de poder en el nivel “micro” –en el seno de la familia y de la escuela, por ej.- no se pueden reducir a una extensión al ámbito doméstico del poder encarnado en el Estado, sino que poseen una “relativa autonomía” frente al poder del Estado y de clase”. GLEDHILL, John,, op. cit., Pág. 204/205. Otros ejemplos de similar tenor son los descriptos por: BARTOLOMÉ, Leopoldo, “Política y redes sociales en una comunidad toba. Un análisis de liderazgo y brokerage”, en: Anuario Indigenista, 1971, Vol XXXI; ALAVI, Hamza; Las clases campesinas y las lealtades primordiales, Anagrama, Barcelona, 1976 y GILSENAN, Michael; Patrones y clientes en las sociedades mediaterráneas, Júcar, Gijón, 1986.

[11] Marcela Woods centrándose en la figura del dirigente barrial lo define como: “Una relación de dominación que se estructura y sostiene no sólo a través del intercambio, sino de la creencia de la legitimidad de las diferentes posiciones, creencia que emerge de las prácticas cotidianas de los actores... La red de relaciones durables, de pertenencia a un grupo, que los agentes están interesados en mantener por ser éstas directamente utilizables a corto plazo; es decir que se pueden movilizar, y están basadas en un conocimiento y reconocimiento mutuo de los participantes a través de la comunicación mantenida”. WOODS, Marcela; Informe de investigación-ponencia: Dirigentes barriales del conurbano bonaerense; entre el clientelismo político y la iglesia, V Jornadas de Sociología de la Facultad de Ciencias Sociales de la U.B.A., Bs. As., 2002. Pág. 2. Entretanto, Virginia Manzano describe el rol del intermediario como referente barrial dentro de una organización piquetera encargándose de: “El control y seguimiento de los grupos de trabajo conformados en el marco de los planes de empleo, la distribución de mercaderías a su grupo, la extensión a sectores de su barrio de la actividad que realizan... como puede ser, entre otras, la organización de la copa de leche, comedores y roperos comunitarios; y el mejoramiento de calles, veredas y desagües... Las formas en que se organizan estos grupos pueden variar...: cooperativas, sociedades de fomento, comunidades eclesiales de base y ONGs”. MANZANO, Virginia: Informe Proyecto de Doctorado: Modalidades de acción colectiva en La Matanza: Un análisis a partir de la descripción del lugar del referente barrial en organizaciones que nuclean a desocupados, Fac. de Filosofía y Letras de la U.B.A., Bs. As., 2003, Pág.2 (Inédito).

[12] Santiago Wallace caracteriza a este paradigma que llama sistémico porque: “... Estos estudios parten del reconocimiento, por un lado, de una correlación de fuerzas que funciona: a) en torno a reglas de integración institucional, y, b) de acuerdo a la aceptación legítima de los nexos entre el gobierno y la ciudadanía. Por otro, las fuerzas sociales son ubicadas en dos momentos: 1) en una fase de transición a la democracia y, 2) en una de su consolidación o institucionalización. Al mismo tiempo, Los movimientos sociales son visualizados como indicadores de una nueva relación de legitimidad (reconstitución, redefinición o reconstrucción de las formas político-sociales entre Estado, economía y sociedad). Así se focaliza en los términos de integración sistémico-institucionales”. WALLACE, Santiago; “Hacia un abordaje antropológico de los movimientos sociales”, en Antropología social y política..., op. cit., Pág. 338.

[13] Carlos Vilas se explaya sobre este tópico aduciendo que: “Lo popular engloba a la pobreza, pero no se reduce a ella; al incluir una dimensión político-ideológica, se integra a sí mismo con grupos de clases medias bajas y de pequeña burguesía movilizados en torno a la democratización, las libertades públicas y los derechos de la ciudadanía, más explícitamente que por demandas económicas en sentido estrecho. Lo político-ideológico implica una autoidentificación de subordinación y presión (social o de clase, étnica, de género...) frente a una dominación que se articula con explotación (negación de una vida digna, de perspectivas de futuro) y se expresa institucionalmente: inseguridad, arbitrariedad, coacción socialmente sesgada. Implica por lo tanto, algún tipo de oposición al poder establecido y, ante todo, a las instituciones y organizaciones que representan y articulan la explotación y la dominación”. VILAS, Carlos, “Actores, sujetos, movimientos: ¿dónde quedaron las clases?”, Idem, Pág. 319/320.

[14] En la investigación interdisciplinaria nombrada al inicio sobre la violencia en este barrio y su emergencia en los distintos ámbitos de la sociedad incluida la escuela, hemos realizado las siguientes categorizaciones derivadas de discursos, representaciones y prácticas mencionados por alumnos, tutores y preceptores de nivel medio: “Si bien la valoración general respecto de las actitudes violentas es negativa y no se justifica su uso como medio para dirimir conflictos, varían las causas u orígenes con las cuales se las asocia intentando dar una explicación "racionalizada" de la problemática desde diversos ángulos: a) Enfatizando su carácter sintomático, o como "expresión de un malestar" cuya génesis se encuentra en "otro lugar no consciente" para el sujeto -pero latente y dispuesto a aflorar-: "Sentimiento de bronca, temor que todos tenemos consciente o inconscientemente, eso no quiere decir que esté bien; constante de conflictos en la vida cotidiana por parte de personas que no tienen noción de lo que hacen, que no actúan con un pensamiento adecuado y sin razón alguna; actos innecesarios en los que participan grupos de personas descontroladas"… b) Resaltando su naturaleza de fuerza, o como "instrumento para ejercicio del poder" -aplicado a las categorías de parentesco, género, clase social, ocupación, etc.-: "Mala utilización de la fuerza y las palabras, por ej. en la política; acción de fuerza, maldad y poder hacia el prójimo; acto de represión de uno hacia otro sin importar lo que le puede llegar a causar, que se manifiesta en toda la sociedad, ya sea clase alta, media y baja y aparece con mayor frecuencia en situaciones de aspectos económicos". c) Considerándola una forma de comunicación, o como "modalidad de relación interpersonal" instaurada por su sesgo repetitivo e intolerante -en la cual actuaciones intempestivas vienen a reemplazar a interacciones reflexivas-: "Forma de comunicarse y de expresar sentimientos que no pueden demostrarse de otro modo; se manifiesta cuando no hay diálogo entre las personas; porque todos los que vivimos en una ciudad o un país tenemos distintos puntos de vista y no pensamos igual, entonces a raíz de esto surgen graves conflictos"… d) Atribuyéndole una significación de déficit y/o ausencia, o como "indicador de cualidades éticas, educativas y culturales devaluadas/descalificadas" -respecto de una normativa general/formal que fija los límites de "la moral y las buenas costumbres" a seguir-, entre quienes exhiben tales actitudes desenfrenadas: "Se manifiesta a través de la mala educación y falta de respeto; es porque no hay interés de que los chicos crezcan intelectual y personalmente; los padres de esos chicos violentos no han sabido educarlos mejor o darles una educación adecuada". op. cit., Pág. 23/24.

[15] Profiere el antropólogo René Girard en cuanto a la naturaleza de la violencia y, a propósito de la dialéctica entre las constricciones de la estructura social y las acciones de los sujetos colectivos: “El individuo “adaptado” es el que consigue atribuir a las conminaciones contradictorias del double bind -sé como el modelo, no seas como el modelo- dos ámbitos de aplicación diferentes. El adaptado comparte lo real con el fin de neutralizar el double bind. Es lo que hacen igualmente los órdenes culturales primitivos. En el origen de cualquier adaptación individual o colectiva, está el escamoteo de una cierta violencia arbitraria. El adaptado es el que realiza por sí mismo este escamoteo o que consigue acomodarse a él, si ya ha sido realizado para él por el orden cultural. El inadaptado no se acomoda. La “enfermedad mental” y la rebelión, así como la crisis sacrificial a la que se asemejan, entregan el individuo a unas formas de mentira y de violencia mucho peores probablemente que la mayoría de las formas sacrificiales idóneas para realizar el escamoteo en cuestión, pero en cualquier caso más verídicas”. GIRARD, René; La violencia y lo sagrado, Anagrama, Barcelona, 1995, Pág. 184.

[16] En torno a las características e instrumentación del plan Jefas y jefes tendiente a paliar los resabios de la desocupación, acotan que cada uno de sus beneficiarios recibe la cantidad de $150 pesos para cuya obtención se habilitaron diversos puntos estratégicos de inscripción esparcidos por la ciudad -funciones desarrolladas conjuntamente por el Municipio, la Provincia y la Nación, en manos estas dos últimas del gobierno peronista-; a los que los interesados asistieron en forma personal con el D.N.I. inquiriendo sobre los posibles sitios para el cumplimiento de la respectiva contraprestación y, concretándola efectivamente en algunos casos y en otros no. Si bien afirman que el acceso a los mismos no depende de la acción directa de “mediadores” que intervengan entre los solicitantes y el organismo gubernamental, aclaran no obstante que: “Algunas personas dicen que lo que hacen ciertos punteros es pedirles un dinero para anotarlos como que realizan la prestación en su centro comunitario, pero de todos modos esto no es masivo ni que nosotros lo sepamos concretamente... Lo que tiene de bueno es que la gente va aprendiendo y busca los lugares en los que no le piden nada a cambio, y está también quien prefiere pagar los $50 pesos en vez de hacer un trabajo”. En tal dirección, María Rosa Neufeld, María Cristina Cravino, Marisa Fournier y Daniela Soldano caracterizan la cotidianeidad de un territorio barrial del Gran Bs. As. en el que coexisten diversos planes asistenciales como el Vida, el Trabajar y el Barrios Bonaerenses precisando que: “”Bajo planes” es una categoría social pero también una categoría analítica. Es decir, puede ser reconstruida a partir de los registro de campo, en donde la frecuencia con que aparece en boca de mediadores y perceptores permite visualizarla como una imagen sintetizadora del modo en que éstos conceptualizan las relaciones que producen y en las que viven. A la vez, éste autoreconocimiento se relaciona con la realidad de los procesos de territorialización implicados en estos planes focalizados: son efectivamente barrios atravesados por la presencia de planes”. NEUFELD, María Rosa, CRAVINO, María Cristina, FOURNIER Marisa y SOLDANO, Daniela: “Sociabilidad y micropolítica en un barrio bajo planes”, en: Cuestión social y política social en el Gran Buenos Aires (Organizac. Luciano Andrenacci), Univ. Nac. de Gral. Sarmiento y Edic. Al. Margen, La Plata, 2002, Pág. 63.

[17] Esta misionera boliviana perteneciente al culto católico, quien convive con los villeros de Empalme Graneros desde hace largo tiempo ocupándose junto a una red de voluntarios zonales –también beneficiarios de los mencionados planes- y regionales –como los profesionales que asisten periódicamente a los 3 centros comunitarios que ofrecen asistencia médica gratuita a los pobladores-, de todos los asuntos concernientes a la cotidianeidad en dicho territorio: salud, alimentación, educación, trabajo, residencia, etc; ha sido erigida por éstos como una autoridad superior que es convocada a dirimir reyertas domésticas entre vecinos, interceder ante matrimonios malavenidos, mediar en casos de violencia familiar instando a deponer actitudes hostiles y antagónicas: “La villa está tranquila porque ella la hace así. La hermana es para todos por igual cuando tiene que ayudar”. Silvia comenta con gran entusiasmo y profunda admiración sumado a lo antes descripto que, en la actualidad la religiosa se está encargando de la urbanización y parcelación de las viviendas con el aval del gobierno justicialista nacional y un grupo de arquitectos enviados a tales fines: “Siempre llegan tobas y gente del norte, aunque no como otros años. Y todavía no sabemos quiénes van a tener cabida porque ahora van a marcar los lotes, van a hacer propiedad y vamos a empezar a pagar la luz, el agua, el terreno que hasta hoy no lo hacíamos. Para nosotros mejor, la gente está muy contenta porque sabe que va a pagar pero el día de mañana va a ser suyo. Además hay muchos que han hecho mejoras y tienen su casa de material, así que sólo están esperando que vengan y marquen los terrenos... Más o menos para el mes de marzo dijo la Hermana que iban a empezar, porque hasta ahora lo que están haciendo es levantando las calles que son de tierra y recién después viene la marcación”. Volveré sobre esta figura emblemática al analizar las estrategias de acción colectiva en el barrio, y la suerte de ghetto en que por su influencia se ha convertido la zona delimitada. Vinculado con este último aspecto de la cuestión, Marcela Woods señala en su trabajo de investigación de la U.B.A. centrado en la diócesis de Quilmes: “En general los estudios que analizan la relación entre iniciativas organizativas populares y presencia de la Iglesia prefieren o tienden a destacar el apoyo positivo, de elemento aglutinador que permite pasar de la acción individual a la colectiva, de identidad, de red de asistencia y de legitimación de prácticas, que implica para estos sujetos la intervención de alguna agencia eclesial en relación a sus proyectos o demandas, pero no los condicionamientos que ello acarrea... Creemos necesario discutir esta visión restringida del apoyo de la Iglesia a iniciativas populares en la medida en que invisibiliza un campo de lucha ideológica que se desarrolla en la frontera entre lo político y lo religioso”. WOODS, Marcela: “Modalidades de intervención de la Iglesia Católica en conflictos territoriales en torno al trabajo y la tierra. La diócesis de Quilmes”, en: Revista Papeles de Trabajo de Facultad de Humanidades y Artes de U.N.R.., Rosario, 2003, N° 11, Pág. 2.

[18] Para Virginia Manzano: “La denominación de “piquetero” a todo movimiento que impulse como medida central el corte de ruta y que lo protagonicen organizaciones de desocupados se remonta al año 1996... En esa ocasión se bautizó como “piqueteros” a los participantes de la protesta que se encargaban del cuidado de los puestos-barricada que se extendían sobre el corte de ruta. La problemática global a partir de la cual abordamos el movimiento “piquetero” de la Matanza es la articulación entre las modalidades de acción política y la intervención social del Estado. Esta articulación remite a relaciones de poder y a procesos de subordinación, legitimación y confrontación...” MANZANO, Virginia: Informe de investigación-ponencia: Aproximaciones teórico-metodológicas para el abordaje antropológico de la relación entre la intervención social del Estado y las modalidades de acción política. Un estudio a partir del movimiento piquetero de La Matanza, U.B.A., Bs. As., 2004, Pág.1 (Inédito). En el recorrido histórico de este movimiento social signado por continuidades y rupturas, los nuevos sujetos colectivos que participan de él vuelven a hacerse visibles para los medios de comunicación en el período 1999/2000 ocupando espacios bien localizados en el escenario nacional como aglutinación de trabajadores desocupados de fábricas o empresas estatales privatizadas; siendo el estallido de fines del 2001 el hito que incorpora a los piqueteros a la escena mediática y a la ciudad –no constituyendo una modalidad original de acción colectiva sino una re-edición de las desplegadas en los 70 por obreros, estudiantes, agricultores, etc. pero en el contexto de las políticas neo-liberales implementadas en el país durante las últimas dos décadas-. Parafraseando a Rafael Guido y Otto Fernández: “Los movimientos sociales pueden considerarse, por un lado, como “fuerzas disruptivas” aún de las formas de reproducción sistémicas (aunque no quiebren al sistema), por otro lado, como fuerzas antisistémicas, de acuerdo con la naturaleza social y política. Pueden enfrentar problemas que tienen que ver con la identidad cultural, con su carácter espontáneo, fragmentario y coyuntural, con sus preocupaciones ligadas a la cotidianeidad y/o a la obtención o expansión de derechos sistémicos. Pero, por otra parte, su naturaleza antisistémica no puede ser restringida a “reglas de certeza” calculadas institucionalmente... El “juicio al sujeto” ha sido desarrollado de manera unilateral y ahistórica, dificultando el reconocimiento de la nueva subjetividad política...” GUIDO, Rafael y FERNANDEZ, Otto: “El juicio al sujeto: un análisis de los movimientos sociales en América Latina”, en: Revista Mexicana de Sociología del Instituto de Investigaciones sociales de la U.N.A.M., México, N° 4, 1989, Pág. 75/76.

[19] Retomando el desarrollo de Manzano, ésta reseña que los estudios sobre la pobreza en la Argentina incorporaron recientemente el concepto de vulnerabilidad social reapropiándoselo de la obra del sociólogo francés Robert Castel; cuyo interés fundamental gira en torno a la noción de riesgo de fractura social debido a la crisis del trabajo como factor de desplazamiento e integración. Según sus dichos: “En primer lugar, una inserción laboral sólida se articula con fuertes protecciones sociales; la precarización en la relación laboral fragiliza los soportes y los vínculos sociales generando procesos de vulnerabilidad social; la exclusión del trabajo genera situaciones de desafiliación social. En la actualidad para Castel, se encuentra en crisis el salariado, que brindaba un estatuto y protección a los individuos que carecían de propiedad privada, pero el salario a su vez debilitó las protecciones próximas como los lazos de parentesco, comunitarios, etc.” -para profundizar las ideas del citado autor consultar: CASTEL, Robert; La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado, Paidós, Barcelona, 1997-. Idem, Pág. 9.

[20] Acerca de la pregonada desmovilización política de estos sectores marginados económicamente del sistema social de producción tal como aparecen descriptos en sendos discursos, Manzano confronta en su trabajo la postura sistémica de Elizabeth Jelin –Véase en: “¿Ciudadanía emergente o exclusión?. Movimientos sociales y O.N.G.s en América Latina en los años 90”, en: Revista Sociedad, 1996, N° 8-; quien cuestiona el carácter de exclusión social entre los mismos afirmando que: “Los excluidos se encuentran en una situación de apatía debido a la ausencia de lazo social; por lo tanto, no pueden constituir un movimiento social, más allá de resistencias individuales o violencia esporádica... A partir de este diagnóstico, Jelin reflexiona sobre posibilidades de la democracia y plantea que las O.N.G.s y otras asociaciones de la sociedad civil generan redes conformando un tercer sector... como mediador entre los excluidos o marginados y el Estado y organismos internacionales... En un debate con los enfoques centrados en la transición democrática y con las posturas posmarxistas, otros autores sostienen que los movimientos sociales se plantean frente y contra las formas hegemónicas de representación política y generan una lucha en torno a la reestructuración del poder... En este sentido, es preciso avanzar hacia la construcción de un concepto de movimientos sociales que reflexione sobre la articulación de las dimensiones política y económica... Para lograr esta comprensión se deben analizar los contextos y situaciones locales donde tiene lugar la política y de la relación que los individuos y grupos trazan con la historia en él”. Ibídem, Pág. 7/8.

[21] Según Neufeld, los 80 y 90 en nuestro continente –con dictaduras en curso que aflojan sus controles sociales y van siendo objeto de diversos movimientos contestatarios con mayor o menor virulencia, por ej.: derechos humanos, sobrevivientes de Malvinas, etc.-, se caracterizan por la proliferación metodológica y bibliográfica de una antropología urbana típica de los análisis sistémicos que propone una versión parcializada y empobrecida de la investigación etnográfica; traduciéndose en la práctica por una despreocupación de los procesos macro-globales –como intento de superación de las utopías marxistas vigentes en las dos décadas anteriores- y la focalización en lo micro-barrial con estudio de casos puntuales a través de algunos informantes claves, enfatizando la noción de redes sociales –en lugar de clases- como relaciones recíprocas o clientelares, y siendo una de las autoridades académicas más difundidas en la región la chilena Larissa Adler Lomnitz. Esta autora sostiene desde su mirada sociológico-antropológica: “Mi trabajo de campo en una barriada de la ciudad de México me ha llevado a concebir estas aglomeraciones humanas, aparentemente caóticas, como campos de gestación de una forma de organización social perfectamente adaptadas a las necesidades de supervivencia en las condiciones socio-económicas propias de la marginalidad... Son las “redes de intercambio” desarrolladas por los pobladores las que constituyen un mecanismo efectivo para suplir la falta de seguridad económica que prevalece en la barriada. Estas redes representan un esquema de organización social específico de la barriada: aparecen junto con la condición de marginalidad y desaparecen cuando los marginados logran integrarse al proletariado urbano. En otras palabras, representan una respuesta de tipo evolutivo a las condiciones socio-económicas de la marginalidad”. ADLER LOMNITZ, Larissa: “Supervivencia en una barriada en la ciudad de México”, en: Redes sociales, cultura y poder: ensayos en antropología latinoamericana, FLACSO, México, 1994, Pág. 48. Por su parte, Menéndez expone en torno al devenir histórico-conceptual de dicha perspectiva sistémica en el ámbito de la antropología: “En América Latina el concepto de redes tuvo un cierto desarrollo y uso en las décadas de 1960 y 1970, pero luego se eclipsó, para volver a reaparecer a mediados de los ochenta frecuentemente desconectado de su proceso constitutivo... Esto se observa sobretodo en la casi desaparición de información sobre la estructura social y cultural dentro de la cual se constituyen y operan las redes sociales, reduciéndolas a interacciones entre sujetos y a determinadas características vinculadas a los objetivos socioterapéuticos con que es impulsado el uso de las redes sociales”. MENENDEZ, Eduardo: “Uso y desuso de conceptos en antropología social”, en: La parte negada de la cultura..., Op. Cit., Pág. 253/254.

[22] Michel-Rolph Trouillot denomina efectos del estado al conjunto de procesos y prácticas que vinculados con la globalización se deslizan por los intersticios que dicho estado nacional deja abiertos, rechazándolo o traspasando sus formas convencionales y predominando tanto o más poderosamente en espacios no gubernamentales: “Serían signos concretos de esta declinación relativa los “nuevos” movimientos sociales o el poder de las organizaciones trans-estatales, desde las O.N.G.s y corporaciones globales hasta el Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional”. TROUILLOT, Michel-Rolph: “La antropología del Estado en la era de la globalización”, en: Current Anthropology, 2001, Vol. 42, N° 1, Pág. 2. Extrapolando esta categoría conceptual al escenario local que vengo delineando pueden hallarse evidencias de tales efectos en los siguientes párrafos de un trabajo mío previo situado en la misma zona, y en el que incorporo discursos de habitantes de la villa y sus aledaños que datan del primer semestre del 2.000, a saber: “Gladys y Ramona son dos mujeres nacidas en el Chaco y en el norte de Sta. Fe, instaladas recientemente en la villa de Empalme Graneros que rodea al Centro Comunitario “María Madre de la nueva Esperanza” y en el que trabajan como voluntarias. En instancias de averiguar cuáles son las relaciones de la gente del barrio con los partidos políticos y con quienes, a distintos niveles, se encuentran actualmente en el poder, dichas vecinas me informan: “La Hermana no permite casi esas cosas, porque ella dice: si somos seres humanos en elecciones o no elecciones tienen que estar”…La Municipalidad –bastión históricamente radical y luego socialista- la ayuda en cierta parte, pero en realidad no está (cabe recordar que el personal médico-asistencial que se desempeña allí es voluntario en su totalidad y lo hace ad-honorem). El otro día recibió ayuda de la Meijíde –representante del Ministerio de Acción social de la Nación cuyo gobierno estaba en ese momento en manos de una alianza conformada por el radicalismo, el socialismo y sectores del peronismo disidente, y fracturada a fines del 2001 en medio de una profunda crisis institucional que dejó abruptamente acéfala la presidencia con una seguidilla de cinco mandatarios del partido opositor en el transcurso de una semana-, luego de que la Hermana fue a los medios de comunicación reclamándole públicamente por su promesa de envío de subsidios que nunca habían llegado; pero para terminar el Centro de desnutridos que funciona acá en el dispensario”. Poderes y saberes que se entrecruzan y contorsionan, ante nuevos espacios vacíos de representatividad política, válidos y creíbles. ¿Trueque de “votos” electorales por eclesiales?. ¿El “costo” es el mismo en cada transacción y cada “compra-venta” de conciencias?...Cuentan Federico y Eduardo (jóvenes de 17/18 años que viven en la zona más céntrica y estudian en la única escuela oficial de enseñanza media allí existente): “Hay una monja que les da casa, comida y ropa; como hay un montón de centros allá al fondo que reclutan a chicos de la calle, y yo creo que es bueno porque en algunos casos hasta los transforman, y yo prefiero que amen a Dios antes que anden robando…Ahora también hay muchas iglesias que se han instalado en el barrio y principalmente en zonas carenciadas. Así como de religión católica templos evangélicos, muchos mormones, testigos de Jehová y otras sectas que no conozco…Lo que hacen es atraerlos por el hecho de que: ”El Sr..te va a salvar y te va a solucionar todos los problemas”, y como ahora hay tanta gente carenciada es como que los van atrapando porque la gente busca un espacio para poder salir…” MARTINA, Clarisa: “Análisis de las relaciones interétnicas desde los mecanismos contrastantes de identificación imaginaria: manipulación, adscripción y apropiación simbólica de estigmas sociales dominantes”, en: Historia Regional, Sección Historia. Instituto Superior del Profesorado Nº 3, Villa Constitución, 2001, Nº 19, Pág. 85/86.

[23] Idem., Pág. 87.

[24] Derivadas del aquel primer trabajo de campo asentado en la villa de la hermana María, algunas de mis reflexiones finales fueron: “Un segundo eje sintetizador se situaría en las estrategias con las que los vecinos de E. Graneros delimitan narcisísticamente sus lugares, fortificando los espacios geográficos, marginando de ellos a quienes no consideran de su mismo status y visualizando cual espejo invertido la a-simetría del diferente como peligrosa y violenta, debido a su procedencia foránea -tobas y criollos, oriundos del norte Argentino- y a lo extraño de sus costumbres y hábitos de vida; pero también como ocurre en toda relación humana se hallan sujetos -consciente e inconscientemente- a mecanismos de identificación -en rasgos parciales o contrastantes- y a fenómenos de transferencia estigmatizante -sobre aspectos re-negados o reprimidos de la propia identidad-. La presencia de pares dicotómicos al interior del modelo “bárbaros y/o civilizados” como: los de allá/los de acá, los de la villa/los del centro, los de afuera/ los de adentro, los negros que roban/los blancos que trabajan,,enemigos/amigos, inmigrantes/nativos, extranjeros/autóctonos, etc. evidencian a la vez que manifiestas actitudes racistas, cómo se han ido construyendo históricamente sendas categorías clasificatorias en el imaginario social del barrio, desde la progresiva incorporación de estos grupos étnicos y su gravitación en él. De igual tenor son las cadenas metonímicas de equivalencias simbólicas -derivadas de los entretejidos discursivos circulantes y productoras de significaciones ideológicas colectivas- en las que se asocian los significantes: negros que tienen cara de choro (oscuro sinonimia de malo = matacos (metafórico de ladrón) = drogadictos (comercialización de lo robado por sustancias tóxicas) = chaqueños” (condensación de todos los migrantes); negros de la villa = criollos = tobas = gente del norte = vagos (generalización por residencia, origen, trabajo esporádico que realizan, condiciones de su ejercicio y formas de subsistencia ante la des-ocupación)”. Ibídem, Pág. 99.

[25] Volviendo al 2000, las trayectorias históricas recopiladas por aquel entonces permitirían construir el siguiente recorrido en derredor a esta temática de la discriminación criollos/tobas: “Hace 15 años aproximadamente se inició un proceso de migraciones internas afincándose en el barrio, como ya se ha hecho notar, mucha gente del Norte, por problemas económicos en sus provincias que no pudo obviamente resolver acá: “Hay gente vieja del barrio que protesta porque dice que todos los problemas sociales de acá vienen por ese lado. Inclusive en la última inundación (hace 7 años atrás) hubo gente que fue a atacar cuando los tobas estaban asentados por J. J. Paso en las zonas de las vías, porque decían que por culpa de ellos el agua no podía pasar… y los siguen rechazando.” -narraba Marcela, una docente que se desempeñaba en una escuela de nivel medio de Empalme, nacida allí pero mudada a un lugar más urbanizado de Rosario desde que se casó-. Entre quienes habitan en la zona de la villa las versiones resultan ambivalentes y, a pesar de la heterogeneidad étnica, unos y otros aseguran con asombrosa vehemencia que allí no hay discriminación, aunque en algunas de sus expresiones podía escucharse todo lo contrario: “La mayoría que yo conozco vienen del Chaco y algunos vienen de Formosa, de Corrientes, pero esos son criollos casi…; ellos se dicen, bah! distinguen así, a la gente como nosotros nos dicen criollos y ellos son tobas… Los tobas es como que me respetan, si necesitan algo van y me preguntan porque ellos son más quedados. Problemas no hay…, mientras uno no se meta con ellos, cada cual en su casa como se dice, lo justo y necesario. Lo que pasa es que hay mucha mezcla, porque ahí donde están asentados están bien diferenciados los que son tobas y los que vienen del norte, que no pertenecen al grupo de ellos y las actividades son diferentes” –argumentaban sobre el punto Gladys y Ramona, ambas colaboradoras de la monja Jordán en el comedor comunitario-.”Acá en la villa hay muchos tobas y criollos entreverados, pero los que vienen a chorear siempre no son de la raza de nosotros, son los criollos que viven en la villa que está acá atrás” –alegaban Marisa y Alicia, dos jóvenes tobas recientemente llegadas del Chaco y que concurrían al citado comedor en busca de alimentos para ellas y sus respectivas familias-. “Es algo así como que el inmigrante es un chaqueño,…yo creo que los tobas entran dentro del mismo lugar, pero que no se los discrimina tanto como a la gente que chorea, porque es una persona más, tiene su cultura, pasan vendiendo artesanías y hay muchos que se tiran a pedir dinero”” –explicaban Federico y Eduardo, jóvenes empalmenses que asistían a la E.E.M. N° 251 donde ejercía Marcela y también la que suscribe-. Ibídem, Pág.88/89.

[26] Siguiendo a Ma. Cristina Cravino es interesante la re-construcción histórico-social de esta pertenencia a ser villero o habitar en la villa, dado los matices de significaciones que la misma fue adquiriendo conforme las diversas coyunturas políticas que tuvieron lugar en la Argentina desde la segunda mitad del siglo XX. Al respecto, es posible rastrear que: “La categoría “villero” en los años 50, 60 y 70 se asociaba a la categoría de “cabecita negra” que tenía una connotación difusa, es decir aludía a aquellos provincianos que desde distinto origen provenían del interior del país y que eran “producto” de un mestizaje entre europeos e indígenas... El apelativo de “negro villero” puede ser aplicado aún a quien no corresponda empíricamente con alguno de tez oscura, pero contiene la misma carga valorativa que su primer uso. Así como durante décadas era sinónimo de migrante rural ahora lo es de “pobre” urbano... Podemos mencionar el proceso continuado y traumático que pasó de la construcción social del “villero militante político” de la primera mitad de los convulsionados años 70 al “villero erradicado cual basura” humana en la segunda mitad de la misma década y que era un obstáculo para “embellecer la ciudad”...los villeros aparecían en esta concepción como “marginales voluntarios”, como seres indolentes y deshonestos. En la segunda mitad de la década de los 80 emergió como actor social el villero que reivindicaba como hábitat permanente su barrio y para el que reclamaba la titularidad de la tierra y mejoras urbanas. Los años 90 encuentran a los habitantes de las villas con más esperanzas que logros en sus objetivos de radicación e integración a la ciudad y con organizaciones fragmentadas. Creemos que coexisten todas las visiones acerca de los villeros que describimos en décadas pasadas en una construcción conflictiva de sentido, donde los mismos actores manipulan su propia identidad... Rosana Guber (1984)... afirma que la identidad villera se funda en dos características: la pobreza y la inmoralidad-ilegalidad. Así, en la relación villeros y no villeros tiene relevancia una identidad basada en el estigma acuñado por los sectores hegemónicos”. De: “Las transformaciones en la identidad villera. La conflictiva construcción de sentidos”, en: Cuadernos de Antropología Social de la Facultad de Filosofía y Letras de la U.B.A., Bs. As., 2002, N° 15, Pág. 33/34. Para Estela Grassi por su parte, vivir en la villa supone la consideración de un conjunto de factores –cambios y permanencias- derivados de: “a) la experiencia histórico-cultural de los actores; b) la promoción de pautas y valores referidos al ideal familiar, sostenidos por instituciones que expresamente disputan la hegemonía de la “moral privada” (Iglesia, Estado, disciplinas científicas), pero también por otras instancias mediadoras de la vida social, como son los medios masivos de comunicación; y c) las condiciones objetivas en las cuales estos sectores desenvuelven sus vida”. GRASSI, Estela; op. cit., Pág. 20.

[27] En torno a las ambigüedades con las que se aborda en la cotidianeidad dicho concepto -en ocasiones naturalizándolo y en otras manipulándolo según las características contextuales-, Liliana Sinisi asevera que: “En algunos casos se considera de forma implícita/subyacente a la integración como un proceso beneficioso para los “otros”, en esta consideración prevalece la noción “asimilacionista” del evolucionismo con toda la carga de prejuicios, estigmas y etnocentrismo en las que abreva. En otros, y desde el “culturalismo y relativismo” más ingenuo, se piensa que la integración de la alteridad (étnica y de clase) a la cultura hegemónica es perjudicial porque fomenta la discriminación y la pérdida de las particularidades, como solución se piensa en una “autointegración” de la cultura. Las consecuencias llevarían inevitablemente a una ghettización de la diferencia profundizando el proceso de exclusión”. SINISI, Liliana: “La relación nosotros-otros en espacios escolares multiculturales. Estigma, estereotipo y racialización”, en “De eso no se habla”..., op. cit., Pág. 227.

[28] Indican sobre este tópico Neufeld y Thisted: “Nosotros preferimos señalar, junto con Elsie Rockwell y Elena Achilli, que la “presencia multicultural” en las escuelas de ninguna manera puede pensarse como un conflicto entre culturas. En todo caso, es parte de un sordo enfrentamiento entre clases sociales, entre aquellos que se apropian de las riquezas producidas socialmente y los que pugnan por sobrevivir en el contexto del mayor nivel de desigualdad conocido históricamente”. Y más adelante acotan a propósito de los calificativos denigratorios y desvalorizantes de los que se auto-perciben como no-semejantes para la cultura dominante: “En la discriminación y estos “usos” de la diversidad sociocultural se altera con violencia moral el cuerpo del otro. Se produce un valor que produce dolor por extrañamiento, que por reiterado e inevitable se convierte en sufrimiento, que es preciso soportar porque no se tienen recursos para desprenderse de esa situación, llegando no pocas veces a aceptarlo como propio y adecuado... Estos modeladores de valores concretan su actividad a partir de diversas producciones, tales como estilos de tratamiento del “diferente” en lo lingüístico, asignación de “cualidades nacionales”, generación de pánico (“nos quitan el trabajo”), etc. Éstos, a su vez, se originan en las relaciones de hegemonía/subalternidad entre los conjuntos sociales”. Op. Cit., Pág. 34 y 48 respectivamente. También en una reciente publicación mía hacía alusión a este carácter violento con el que se internalizan las relaciones sociales en el territorio analizado, reseñando a partir de crónicas locales que: “En virtud de conmemorarse el 28 aniversario del último golpe militar en nuestro país, Ma Dora. Aguilera -profesora de Lengua y Literatura II del polimodal en Humanidades y Ciencias Sociales, perteneciente a la Escuela de Enseñanza Media Nº 251 de Empalme Graneros, barriada marginal ubicada al noroeste de la ciudad de Rosario-; les propuso este año a sus alumnos de 2º "B" narrar historias familiares y/o barriales que los remitieran a la época de la dictadura y elegir letras de canciones que asociaran hoy con ella. Luego de comentar vivencias personales con vecinos arrestados y/o desaparecidos así como otras relatadas oralmente por sus padres sobre sucesos acaecidos a ellos mismos, éstos fueron algunos de los temas seleccionados por los jóvenes en aquella ocasión: "Esos ojos negros que miraban/ cómo se ganaba en el mundial/ estaban tejiendo en su retina/ una historia prohibida./ Qué lástima que la gente no es tan sabia/ de mirar sólo a los ojos para la verdad saber,/ y quitar respaldo popular si otra cosa no se puede hacer./ Tarda un tiempo el pueblo/ para abrir su puerta, pero/ cuando la abre pone llave/ y te encierra" (León Gieco, Esos ojos negros). "A dónde van los desaparecidos/ busca en el agua y en los matorrales/ y por qué es que se desaparecen/ porque no todos somos iguales./ Y cuando vuelve el desaparecido/ cada vez que lo trae el pensamiento/ cómo se le habla al desaparecido/ con la emoción apretando por dentro" (Maná, Desapariciones). "No puedo ver tanta mentira organizada/ sin responder con voz ronca, mi bronca, mi bronca./ Bronca si fusiles y sin bombas/ bronca con los dos dedos en ve;/ bronca que también es esperanza/ marcha de la bronca y de la fe" (Pedro y Pablo, Marcha de la bronca). "Muchas tropas riendo en las calles/ con sus muecas rotas cromadas/ y por las carreteras bayadas/ escuchás caer tus lágrimas./ Nuestro amor juega al esclavo,/ con esta tierra que es una herida/ que se abre todos los días/ a pura muerte y a todo glamour/ Violencia es Mentir" (Los Redonditos de Ricota, Vivir sólo cuesta la vida). MARTINA, Clarisa: "Intertextualidades polifónicas en la música popular argentina: Del rock nacional a la cumbia villera", en: Historia Regional, Sección. Instituto Superior del Profesorado Nº 3, Villa Constitución, 2004, Nº 22, Pág. 120.

[29] Montesinos, María Paula y Pallma, Sara reconocen en estas nominaciones de intensas cargas ideológicas cadenas metonímicas de significaciones, con las cuales se instauran verdaderos circuitos de evitación o de preferencias por las instituciones educativas a la hora de optar en alumnos, padres y docentes: “Son las escuelas estigmatizadas como “escuelas de negros”, “escuela basurero”, “escuela 1 tiza”, “escuela de villa”...; reforzadas a su vez por aquellas que seleccionan matrícula: “la escuela vidriera”, “escuela top”, “escuela 5 tizas”, etc.” MONTESINOS, María Paula y PALLMA, Sara: “Contextos urbanos e instituciones escolares. Los usos del espacio y la construcción de la diferencia”, en “De eso no se habla”..., op. cit., Pág. 77. Para ampliar sobre esta categoría de polos de estigmatización consultar ALTHABE, Gerard  y otros, “La construcción del extranjero en los intercambios cotidianos”, en: Antropología del presente, Buenos Aires, 1998.

[30] Parafraseando a Eduardo Menéndez acerca de los parámetros con los que se configuran la/s diferencia/s en la sociedad: “La producción científica, en particular la biomedicina, va a ir constituyendo durante los siglos XIX y XX un marco de definiciones de los sujetos considerados diferentes, según el cual simultáneamente unifica y estigmatiza a una variedad de sujetos sociales en términos de raza, de locura, de alcoholismo, de criminalidad, y en algunos contextos en función de su condición de inmigrante o de su condición de género o de orientación sexual, y donde los criterios de la diferenciación y estigmatización se sitúan en la dimensión biológica”. MENENDEZ, Eduardo, “El cólera: ¿es sólo una metáfora?”, en: La parte negada de la cultura... op. cit., Pág. 231.

[31] “Toba” es el nombre vulgar con el cual se conoce a esta etnia del grupo pámpido que alrededor del siglo XVI habitaba gran parte del Chaco Central y Austral. Dos siglos atrás dicha etnia se autodenominaba “ntokóit”, y más tarde pasaron a llamarse “kom o qom” que significaba "hombre". El nombre “tobá deviene de un mote acuñado por sus más férreos enemigos, los indios guaraníes, y alude a "frente" dado que los qom solían practicar la decalvación de la parte delantera del cuero cabelludo en señal de duelo; y por igual razón los españoles les denominaron "frentones" produciéndose así la distorsión degradada de su sentido originario. En: www.lahistoriapensada.com.ar.-