Florencia Antequera(*)
“No hay barco que sea como un libro
para llevarnos a tierras lejanas.”
Emily Dickinson
¿Puede la crítica seguir pensando este texto,
Facundo, como un fenómeno que
refracta las tensiones de su génesis? ¿Por qué una de las claves de los males
de la nación en construcción se encuentra en su geografía? ¿De qué hablamos
cuando hablamos de “ciudad” en el Facundo?
¿Puede el desierto explicar la barbarie? Preguntas. Que sugiere este libro que,
alarde de actualidad, tenemos entre manos.
Nos proponemos ponderar esta obra porque
entraña la construcción de una patria desde un programa preciso: conocer el
terreno para su apropiación, establecer continuidades territoriales donde no
hay comunicaciones... variables que se conjugan en la escritura sarmientina desde el exilio, en Chile.
Para los miembros de la generación romántica
argentina, de la cual Sarmiento forma parte, la producción literaria deviene “cartografía
proyectiva”. La escritura cumple con la función de imaginar territorialmente al
referir: escribir el territorio,
inscribiendo la letra en el mapa y el mapa en la letra. El mapa es físico,
político y con relieves: por el tono, por las digresiones de la argumentación,
por la vastedad de sus elementos. Es la escritura de un letrado que dice lo que
nadie ha dicho del gaucho hasta el momento: que el gaucho es desertor, que vive
bajo un régimen de subsistencia, que es vago: “El gaucho no trabaja; el alimento
y el vestido lo encuentra preparado en su casa; uno y otro se lo proporcionan
sus ganados, si es propietario; la casa del patrón o pariente, si nada posee.” [1]
Y más adelante dirá: “El desahogo, la desocupación y la incuria son el bien
supremo del gaucho”[2]
“Escritura cartográfica”, entonces, escritura
que proyecta mapas, textos, contextos (ciudad, campaña pastora, desierto) y
sujetos, con el mismo gesto de pluma; que se esfuerza por trazar fronteras
internas, interiores (civilización y barbarie). Escritura como instancia
civilizadora: irrumpe llenando vacíos, poblando desiertos, construyendo
ciudades, navegando ríos[3].
Estos eslabones de la cadena sintagmática cifran el programa en un territorio
sin sintaxis. Allí está Sarmiento descubriendo el paisaje de una pampa donde
todo es ensoñación, profusión y voracidad. Y coraje. Se trata de inventar una
nación a la ribera del Río de la Plata o, en término de Ricardo Piglia: “construir un país imaginario, hacer un país en el
vacío”[4].
La geografía es una dimensión decisiva de la
política del siglo XIX. Y decir literatura en el siglo XIX es decir política
porque la literatura argentina nace
política. La unión es tan íntima que se configuran ejes de legitimación del
dominio de los espacios, así resultan civilización y barbarie, campo y ciudad,
y su multiplicidad de matices.
La célebre frase del Dogma socialista de Esteban Echeverría: “Tendremos siempre un ojo
clavado en el progreso de las naciones y otro en las entrañas de nuestra
sociedad” define el programa de los románticos del ´37. Para su funcionamiento,
es necesaria una élite intelectual capaz de articular el punto de mira[5].
La identidad propia residiría en la forma de mirar. La transculturación se
articula como un proceso de nacionalización cultural. He aquí la tarea que la
Generación del ´37 viene a realizar: la ansiada búsqueda de síntesis.
Sarmiento y la Generación toda están marcados
por el exilio. Son los exiliados de una nación inexistente, a la que intentan
dar una existencia objetiva pero ideal, a través de un corpus literario. La
Argentina se convierte en un asunto a resolver en libros que remiten a otros
libros. Piensan la patria “in absentia” porque, paradójicamente, nación y exilio se
dan juntos. El exilio se conforma en una encrucijada: los cuerpos están
exiliados, son los proscriptos de una
nación en ciernes; están exiliados de
la lengua materna ya que es necesario manejar el francés para pensar la cultura
americana[6].
Facundo comienza con la corrosión de
una cita en francés, entre el código y el gesto corrosivo. Sarmiento traduce a
su modo una cita de –hasta el día de hoy- no se sabe bien quién. ¡Cuánto se ha
hablado de este comienzo!
“Del mapa no aprendimos a saciar nuestra sed (...)
Lo mapable es inverosímil si no
posee una zona
sobre la que fijar el dedo
Índice.”
Mercedes Cebrián
El espacio es el eje de argumentación cultural
del Facundo ya que la fisonomía del
suelo es uno de los hilos que traman la historia[7],
una explicación posible a la realidad emergente. De este modo, consideramos
importante trabajar la categoría “desierto” como punto de partida.
“El mal que aqueja a la República Argentina
es la extensión: el desierto la rodea por todas partes y se le insinúa en las
entrañas; la soledad, el despoblado sin una habitación humana, son, por lo
general, los límites incuestionables entre unas y otras provincias”.[8]
En el Cap 1, Sarmiento explicita que concibe los
males políticos como males del espacio, de un territorio que es pura extensión
bárbara, inconmensurable.
De este modo, la descripción del territorio
es funcional a la descripción de los efectos negativos del medio. Extensión,
aislamiento, incomunicación, incertidumbre, inseguridad (...) son, según
Graciela Montaldo, formas de la indocilidad de lo
latinoamericano para la res pública, la cultura y la civilización.[9]
Es decir, constituyen el corolario del problema de la extensión territorial,
aquello que es preciso erradicar.
El desierto es “la imagen del mar en la
tierra”[10].
El desierto es el vacío. Vacío de propiedad; vacío de población; carente de
gobierno; no tiene límites. Aunque, en realidad, el desierto es el territorio
de los nómades, del salvaje, del indígena, del viajero, etc. Recojo unas líneas
del libro de Adolfo Prieto “Los viajeros ingleses y la emergencia de la
literatura argentina 1820-1850”: “La pampa es planicie sin límites surcada por
carretas viajeras, como escuadras de pequeños bajeles, por arrieros, por
gauchos solitarios, por amenazantes tribus de indígenas”.
También, el desierto es un territorio “colonizado” por el saber del gaucho
baqueano, como se expone en el Cap. II: “El baqueano es un gaucho grave y
reservado, que conoce a palmos veinte mil leguas cuadradas de llanuras, bosques
y montañas. Es el topógrafo más completo, es el único mapa que lleva un general
para dirigir los movimientos de su campaña”.[11]
El baqueano funciona como una brújula que conoce y reconoce los surcos, los
cauces de la geografía.
El desierto en tanto tópico tiene, por lo
menos, dos connotaciones. Quizás, podríamos hablar de una doble semanticidad.[12]
El desierto nos fascina (pensemos en la acepción latina de fascinare: embrujar, encantar) porque, al confundirse con el
horizonte, nos sume en la contemplación, en el intimismo y sin lugar a dudas,
por otro lado, nos atemoriza porque nos toma por asalto. “¿Qué impresiones ha
de dejar en el habitante de la República Argentina el simple acto de clavar los
ojos en el horizonte y ver .... y no ver nada? Porque cuanto más hunde los ojos
en aquel horizonte incierto, vaporoso, indefinido, más se le aleja, más lo
fascina, lo confunde y lo sume en la contemplación y la duda. ¿Dónde termina
aquel mundo que quiere en vano penetrar?¡No lo sabe! ¿Qué hay más allá de lo
que se ve? La soledad, el peligro, el salvaje, la muerte.”[13] La aprehensión del desierto excede las imágenes
sensoriales. Este ver y no ver nada, donde el horizonte es la nada, es figura
de la barbarie. Es casi el espacio de la no aprehensión intelectiva. Porque
fascinación, contemplación, leídas en clave romántica, tienen como derivación
el intento de explicación de (o el cómo explicar) el poder omnímodo de Rosas.
Barbarie que fascina, desierto que explica la barbarie.
Los jóvenes del ‘37 están en la órbita de la
sensibilidad romántica o, mejor, de la retórica romántica de la sensibilidad.
Si como ilustrados se sienten parte de la luz universal de la razón, como
románticos se ven empujados hacia la comunión irracional con la naturaleza. [14]
Al ámbito pampeano (y aquí ‘pampa’ es sinónimo de desierto), lo acompaña la
alucinación, la fascinación pero nunca la idea/ razón.
El desierto es el obstáculo de la
civilización porque aísla del progreso a las provincias, “es mal conductor del
progreso” y por esto, la idea fuerte de Sarmiento es navegar los ríos, abrir
las puertas al comercio, a la inmigración, a las comunicaciones. En el Cap. XV
titulado “Presente y porvenir”, Sarmiento expresa esta concepción de un modo
más sistemático, más programático: el ‘presente’ es el gobierno tiránico y ruin
de Rosas y el ‘porvenir’, el nuevo gobierno, (desierto y barbarie ya vencidas) su
plataforma política, su candidatura presidencial.
Retrazar el mapa, arrogarse ese cuerpo a
través de la navegación de los ríos, las costumbres de la ciudad, las
comunicaciones, la agricultura, la industria. Sarmiento construye su propio
mapa con las imágenes dispersas de las litografías, los grabados y los relatos
de viajeros. No hay armonía posible con el medio, excepto cuando media la
cultura.
Los miembros de la Generación del ‘37 son
progresistas, creen en el futuro como resguardo de lo deseable, como depósito
de lo viable. Sarmiento está subyugado por la preocupación por la praxis, su
inserción en la praxis social se traduce asimismo en una opción formal:
apologeta del discurso mixturado, urdido, henchido de normas de autoridad de
autor y de diversos códigos que nos impiden encasillar el Facundo en algún género literario. La acción graba palabras y las
palabras puntean la acción.
Luego de delinear ese espacio donde nada se
ve (Cap. 1), a modo de descripción, en el Cap. II: “Originalidad y caracteres
argentinos”, Sarmiento se refiere a los gauchos argentinos arquetípicos: el
rastreador, el baqueano, el gaucho malo, el cantor. Estos son precisamente los
sujetos que sí ven en la pampa, los que leen con pericia extrema el texto de la naturaleza, quienes forman
parte de ella. Los “tipos” no contemplan la naturaleza porque no son exteriores
a ella, son ella misma. Consideremos como ejemplo al gaucho malo, a quien la
justicia persigue. Es un personaje misterioso y memorioso, roba muchachas, pero
no toca la vida. Ahora bien, el problema reside fundamentalmente en que el
gaucho malo se vuelva un caudillo, es decir, se convierta en instrumento
político y vaya a la pulpería, esa sociedad ficticia suscitada por la
ganadería. La barbarie se constituye en un problema, ese exceso de vida es
anarquía, es todo aquello que desborda. En la operación sarmientina,
el desierto es el enigma cuya solución la escritura explora, es el vacío
distintivo del paisaje americano.[15]
Sarmiento vio
ese espacio proyectivo de la subjetividad y de la economía, esa página en
blanco para ser llenada de grafemas y signos. Su reflexión identitaria
se fragua en la hoja de papel. El haber mirado alrededor implica hacer llenado
un vacío imaginario. La visión no es sólo la mirada, es más que la mirada, es
toda una proyección ideológica. Su mirada de extranjero, de viajero y paralelamente, de protagonista
indiscutido, de militante, implica
una valoración estética y utilitaria de lo observado. Quizás su logro más
grande haya sido el haber mirado alrededor como nadie lo hubo hecho antes.
La cerrazón al comercio, la estancia ganadera
y el caudillismo tienen como “cómplice” a la naturaleza. El comercio, la
agricultura y la democracia, en cambio, se enfrentan a la lentitud de los hombres,
al ritmo perezoso y cansino del gaucho vago. El peor enemigo del comercio es el
monopolio, luego deviene el mayor obstáculo para el progreso. Sin embargo, es
importante recalcar que hay un uso, llamémosle estratégico, de las condiciones
naturales del territorio. Geografía “natural” que nos abre a la pampa y
geografía política que usufructúa los ríos, confluyen en la fórmula
civilización y barbarie.
Entonces, en el desierto, en este espacio sin
ley, sin letra (y aquí la letra es ley), la guerra es la práctica común
(malones, montoneras caóticas, etc.) para ocupar el territorio y extender
fronteras. El desierto en el imaginario es el horizonte sin fronteras, es el
centro sin centro que bulle.
La civilización se impondrá cuando la ciudad
pueda extender sus redes sobre la campaña. Ahora bien ¿a qué nos referimos con
el término ciudad en el Facundo? A priori, no es una pregunta
tranquilizadora ya que, digámoslo así, encontramos tintes, matices, que
complejizan la lectura de este tópico. Nuevamente, se entrecruzan los mapas
físicos, políticos, con relieves.
En primer lugar, cabe señalar que
civilización y barbarie constituyen ejes entrecruzados que trascienden la
estricta dicotomía. Veremos que civilización es más que simplemente vida urbana
y barbarie más que lo rural. La dualidad se problematiza y, espiralada,
deviene figura espectral, “facúndica”.
La “ciudad” se desdobla y crea otras
relaciones en el adentro de la trama narrativa: ciudad puerto, ciudad moderna
del SXIX, es decir, Buenos Aires frente a la ciudad catacumba del S. XII,
Córdoba. Podemos sostener que son dos grados de civilización enfrentados. La
ciudad española de espíritu monacal, cerrada sobre sí misma, asume una actitud
defensiva para preservar un status quo colonial. Entonces, Córdoba -ciudad
claustro para Sarmiento-, fortaleza impenetrable para los ejércitos, las ideas
y las mercancías, la ciudad-proteccionista, abroquelada en medio de un
territorio hostil, rodeada por un mar de barbarie se opone a la Buenos Aires del comercio y
el progreso. Buenos Aires a través de redes
de circulación de toda índole, es un medio de redistribución y difracción de flujos de mercancías, capitales y
personas. Si Buenos Aires es una ciudad progresista, civilizada y, europea, se
debe a que “ella sola explota las ventajas del comercio, ella sola tiene el
poder y las rentas”.
Según
la tesitura de Ana María Barrenechea, habría entonces dos Bs. As: una “buena”,
depositaria del progreso, como la Buenos Aires de Rivadavia que se propuso
nacionalizar las rentas del puerto y otra “mala”, cuando se entrega a Rosas y a
las élites ganaderas, sólo preocupada por su provecho, monopolizando las rentas
del comercio exterior.
No obstante, habitadas las elipsis y
bordeadas las ausencias, la oposiciones como imágenes caleidoscópicas,
proliferan. A saber, Córdoba se distingue de las otras ciudades del interior
por su ciencia, su tradición científica, que la sitúa por encima del resto: “He
pintado antes a Córdoba, el antagonista en ideas a Buenos Aires pero hay una
circunstancia que la recomienda poderosamente para el porvenir. La ciencia es
el mayor de los títulos para el cordobés: dos siglos de universidad han dejado
en las conciencias esta civilizadora preocupación, que no existe tan hondamente
arraigada en las otras provincias del interior”.[16]
Entonces, vale recordar –para continuar con
el propósito multiplicador de oposiciones- que Córdoba no se encuentra en el
mismo nivel de ‘civilidad’ que, por ejemplo, La Rioja, aunque ambas pertenezcan
al Interior. En La Rioja, faltan ciudadanos notables, jueces letrados, hombres
que vistan frac, jóvenes estudiantes, sacerdotes, etc. y –dirá Sarmiento- sobra
el terror (Es interesante destacar el formato que lleva este discurrir en el
libro a modo de preguntas retóricas, una suerte de “diálogo” en donde quien
pregunta y responde es el mismo Sarmiento) Además de todas estas -llamémosle
así- “notas de civilidad” el porvenir de las provincias depende enteramente del
comercio y de la navegación de los ríos, su contraparte necesaria.
Sería oportuno preguntarnos por qué por
ejemplo, Mendoza difiere del resto de las provincias. La respuesta es clara y
concisa: sus habitantes viven principalmente de la agricultura. Además, es
Mendoza -“la Barcelona del Interior”- , quien: “a su impulso, se ha anticipado
a toda la América española en la explotación en grande de esta rica industria”
refiriéndose a la industria de la seda y la explotación de minas hasta la llegada
y permanencia de Facundo.
Tampoco se encuentran en el mismo nivel de
“civilización” Montevideo y Bs. As. En el último capítulo del libro, titulado
“Presente y porvenir” se discurre sobre los avatares que la nueva generación
perseguida ha tenido que soportar y su posterior exilio en Montevideo. En un
fragmento harto llamativo podemos leer: “Desde 1836 empezaron a llegar a
Montevideo millares de emigrados y mientras Rosas dispersaba la población
natural de la República con sus atrocidades, Montevideo se agrandaba en un año
hasta hacerse una ciudad floreciente y rica, más bella que Buenos Aires y más
llena de movimiento y comercio”.[17]
Montevideo, por su comercio, por su riqueza y por su belleza superaba a Buenos
Aires en aires de civilidad.
Ahora bien, es cardinal definir entonces el
espacio específico de la República Argentina, la campaña pastora, esa
asociación de estancias aisladas en donde el régimen económico es el pastoreo.
La supervivencia, la indolencia, el no tener interés por el comercio
constituyen el modus essendi
del gaucho que la habita. El lugar de asociación por antonomasia es la
pulpería, donde prima el cuchillo y el vicio. La modalidad de consumo del
gaucho se limita a la supervivencia: le basta con carnear una vaca para obtener
lo que necesita, alimento, cuero para su vivienda, sus botas o su montura.
El pastoreo representa una actividad
económica que requiere poca inversión y ausencia casi total de mano de obra. La
falta de ocupación promueve el ejercicio descontrolado de la violencia de la
montonera. El gaucho dilapida el tiempo y con él el progreso deseable.
Podríamos
puntualizar entonces que tanto el pastoreo, como el monopolio de Buenos Aires
hacia su puerto y el despotismo encarnado en la figura de Rosas, forman la
tríada que Sarmiento se propone destruir. No se vencerá al enemigo, a la
barbarie, si no se logra acabar con ese orden de cosas. La civilización se impondrá cuando la
ciudad pueda dilatar su dominio sobre la campaña.
En el presente artículo, se analizan las categorías “desierto”, “ciudad”
en Facundo Civilización y barbarie de
D. F. Sarmiento como modos en que la escritura sarmientina
cumple con la función de imaginar territorialmente al referir. Sarmiento
construye su “propio mapa” al entrecruzar civilización y barbarie como ejes
multifacéticos que trascienden la estricta dicotomía.
Palabras clave: desierto- ciudad- civilización - barbarie
ABSTRACT
Imagine
territorial limits: writings on the maps. (About Facundo D.
F. Sarmiento)
This article analyzes the
categories “desert”, “city” included into D.F. Sarmiento’s Facundo as means through which his
writing style meets the aim of “imagining territorially” when telling. Sarmiento
builds up his “own map” when he intertwines both civilization and barbarism as
axes that goes beyond the strict dichotomy.
Key
Words:
desert - city - civilization - barbarism
Recibido: 30/04/07
Aceptado: 22/05/07
Versión final: 10/07/07
Notas
(*) Estudiante de Letras, Facultad de Humanidades y Artes,
UNR. E-mail: mfantequera@hotmail.com
[1] SARMIENTO, Domingo
F: Facundo, Civilización y barbarie,
Bureau Editor, Bs. As., 2000. (1ª ed. 1845), p.33.
[2] op. cit. p. 73.
[3] Cfr. RAMOS, Julio: Desencuentros de la modernidad en América
Latina, Cap. 1: “Saber del otro: Escritura y oralidad en el Facundo de D.F.
Sarmiento”, S/D, p. 19.
[4] PIGLIA, Ricardo: Crítica y ficción, Seix
Barral, Bs. As., 2000 (1986 1º ed), p.49.
[5] Cfr. MONTALDO,
Graciela: Ficciones culturales y fábulas
de identidad en América Latina, Beatriz Viterbo, Rosario, 2004 (1º Ed.
1999), p.42.
[6] Este partir de la
lengua para establecer una identidad republicana entre Francia y Argentina es
decir, la búsqueda de la identidad nacional a partir de la lengua para
completar o confluir en una emancipación política se puede observar más in extensus en “Fragmento...” de Alberdi.
[7] Cfr. MONTALDO,
Graciela: op. cit., p.47.
[8] Sarmiento, Domingo
F: Facundo, Civilización y barbarie,
Bureau Editor, Bs. As., 2000. (1º ed. 1845), p. 23.
[9] Cfr. MONTALDO,
Graciela: op. cit., p. 47.
[10] El uso de analogías
fue ampliamente estudiado por los críticos de Sarmiento. Considero valiosa la
perspectiva esbozada por Horacio González en una conferencia titulada
“Sarmiento, pensando en la sastrería” que fue publicada por la Editorial
Municipal de Rosario, a raíz de las jornadas “Los clásicos argentinos en la
formación de la lengua literaria nacional”. Por otra parte, podríamos definir
que las analogías operan en dos niveles interrelacionados: a partir de
semejanzas sensibles (gaucho-beduino, pampa-mar, pampa- soledades asiáticas,
Córdoba- España medieval, gobierno de Rosas-patrón de estancia etc.); el otro
nivel, condición del primero, se articula de acuerdo con la manera como las
diversas comunidades cumplen y satisfacen su vida. Por ejemplo, cada pueblo usa
armas que le son propias, en el caso del gaucho es el cuchillo.
[11] SARMIENTO, Domingo
F, op. cit., p. 40.
[12] Empleamos el
término‘semanticidad’ en el sentido que Aldo Oliva le dio alguna vez: múltiples
sentidos que pueden encontrarse en el diccionario y también los otros sentidos
que no están en él, debido a su permanente retraso.
[13] SARMIENTO, Domingo
F: op. cit., p. 35.
[14] Cfr. MATAMOROS,
Blas: “LA (RE)GENERACIÓN”; En:Punto de Vista, Buenos Aires, Año IX, nº 28, nov. 1986.
[15] Cfr. RAMOS, Julio: Desencuentros de la modernidad en América
Latina, Cap. 1: “Saber del otro: Escritura y oralidad en el Facundo de D.F.
Sarmiento”, S/D, p. 28.
[16] SARMIENTO, Domingo
F: op. cit., p.106.
[17] SARMIENTO, Domingo
F: op. cit., p.185.