De la naturaleza y del origen de
la “neuquinidad”. La
institucionalización del pasado. Neuquén 1953-1976
Norma Beatriz García*
En Neuquén, el pasaje de
territorio nacional a provincia al iniciarse la segunda mitad del siglo XX se
convertirá en un tiempo de transición a partir de la cual se desplegarán
dispositivos institucionales y simbólicos tendientes a crear las bases de un
nuevo sistema de valorización.
Posiblemente, la provincialización no dejará de constituir una solución
problemática ante una realidad que se presenta confusa. La conjunción de
indeterminación y de expectativas constituirá la base de un sistema complejo de
tensiones en un contexto en el que se impulsa la búsqueda de nuevos sentidos
colectivos, en el que también se impulsa la construcción de un "compromiso
nuevo" entre pasado, presente y futuro y se actualiza la pretensión de
delinear una identidad integradora que, sin invalidar las diferencias, al menos
priorice lo común.
La provincialización pondrá,
en el centro, la preocupación del clásico problema de la construcción del poder
desde interrogantes nuevos, lo cual no será ajeno a la imprescindible necesidad
de elaborar un sentimiento de "mismidad". Esta situación manifestará
la necesidad de construir, resignificar o reactualizar una matriz identitaria,
junto con el montaje de una tradición claramente selectiva. Por lo tanto, la
construcción de la memoria será estratégicamente central e indispensable en
este nuevo contexto. La reconstrucción del pasado, como proceso de
configuración de significados, se transformará en un factor de poder, por lo
que pretenderá ser controlada y regulada por algunos grupos sociales. En este
proceso, se pondría en juego, al mismo tiempo, lo político, lo social, lo
cultural y lo identitario. Por consiguiente, la interpretación de esta problemática requiere
considerar la dinámica del conflicto político, los procesos de institucionalización
estatal y la lógica de la acción de ciertos actores.
La transición se
convertiría, entonces, en condición de emergencia de la presencia de un grupo
de agentes, a los que denominaremos "intelectuales". Por la variedad
de definiciones creemos que conviene al menos delimitar el espacio al que nos
referiremos o dentro del que nos moveremos. Además de ser agentes de valores
comunes, como círculo de pensadores, son los que asumen como tarea especial la
de producir y administrar bienes simbólicos en el marco de una lucha por el
monopolio de la producción cultural legítima con arreglo a estrategias que
dependen de la posición que ocupan.
Nuestro propósito se centra, entonces, en reconstruir la trama
institucional y legal que devino en la etapa que se inicia en 1953 y se
extiende hasta 1976 en el campo intelectual que conformaron, entre otros, quienes
se asumieron como tutelares del pasado. Etapa que consideraremos "de
organización" o "de institucionalización" por comprender un
proceso de sistematización de una serie de instituciones, a través de las
cuales sus actores se encargarán de la construcción de una memoria-identidad,
instituida en elemento privilegiado de interpretación y reinterpretación del pasado
y en la base de un sentimiento de identidad, la “neuquinidad”.
Los lentos, aunque cautelosos inicios de
la institucionalización de una memoria-identidad (1953-1966)
Los inicios de la provincialización y su organización institucional se
convirtieron en una nueva coyuntura con un escenario social y político que no
dejaría de producir modificaciones en los marcos interpretativos para la
comprensión del pasado y para la construcción de expectativas futuras. Esta
nueva circunstancia histórica no sólo se percibiría como una transición sino
como un momento dotado de nuevas oportunidades. De modo que la transición de
territorio nacional a provincia, al mismo tiempo que representaba una época de organización
o reorganización, se instituiría en una de aculturación. Con esta operación,
algunos actores sociales y políticos aspiraban, estratégicamente, a crear
imágenes y versiones familiares y representaciones colectivas que pudieran
cristalizar en la construcción de una identidad, desde la cual crear efectos de
percepción selectiva y de cohesión social. Esto nos exigiría pensar en la
posibilidad de situar la construcción de la memoria-identidad en el marco de la
emergencia de la necesidad, para algunos sectores de la sociedad, de configurar
una nueva sociabilidad en un naciente contexto de ruptura fundadora, de
construir un suelo común de certezas. Esta encrucijada promueve nuestro interés
por el estudio de la relación entre la acción pública y el sector intelectual
autoresponsabilizado de la construcción de esa memoria-identidad, junto con el
estudio del “papel” efectivo de la imaginería como factor histórico y político.
Semejante tarea, adhiriendo al planteo de Jean-Francois Sirinelli[1],
nos permitiría dar cuenta de que la combinación de las representaciones
colectivas y de los imaginarios sociales y su análisis nos ayuda a aprehender
mejor los fenómenos de la legitimidad.
En esta coyuntura, además de los antecedentes de la Casa Neuqueniana2, creada en Capital Federal bajo el lema "Del
Neuquén, por el Neuquén, para la
Patria" por iniciativa del Dr. Gregorio Álvarez3 y Eduardo Talero4,
fueron fundamentales los movimientos animados, al mismo tiempo, por el impulso
del gobierno y las iniciativas de una parte de la sociedad. La construcción de
una tradición selectiva en tanto matriz colectiva dentro de la cual cobraría
sentido la neuquinidad como principio
fundante de la identidad, tuvo como puntal y soporte organizador a un grupo y a
una institución, la Junta de Estudios Históricos (JEH). Sus integrantes
tuvieron ante sí una circunstancia que les ofreció una inédita oportunidad de
intervención legítima, cuya peculiaridad fue la de reclamar, frente a la
sociedad y a otros sectores seculares, el papel público de guías, en tanto
titulares de un saber, por ellos denominado “desinteresado” y “apolítico”. Sus
prácticas se encaminaron a encontrar un lugar y una identidad mediante la
simbiosis entre la cultura y la política.
Los antecedentes de esta institución los encontramos en la etapa
territoriana5, cuando por iniciativa del gobernador del Territorio Nacional del
Neuquén, Dr. Pedro Luis Quarta6 se
organizó la Junta de Estudios Históricos de la Gobernación del Neuquén, cuya
precedente fue la Sección Histórica de la Gobernación del Neuquén creada por el
gobernador Enrique Pilotto en el año 19427.
La creación y organización de la Junta se explicaba sosteniendo que el gobierno
tenía “el deber de custodiar los sitios y las reliquias que constituyen el
patrimonio espiritual del territorio”, además de tener la responsabilidad de
“reunir en un establecimiento toda la documentación administrativa,
político-económica-social de carácter histórico, que el territorio posee sobre
su conquista e incorporación como Estado nacional”8.
Al propósito central de la propuesta oficial se agregaba el proyecto de reunir
todo el material histórico que sirviera de base para la constitución de un
museo, un archivo y una biblioteca de carácter histórico-regional, que debían
promover, según se afirmaba, las “inquietudes espirituales e intelectuales” a
favor de actividades tendientes a las investigación y la presentación de
trabajos que permitieran “elevar a Neuquén a la categoría de verdadero centro
de recuperación histórico-cultural con el nivel jerárquico correspondiente,
dentro del concierto de los pueblos cultos”. La propuesta de ordenación
creativa y selectiva de la memoria a través de la definición de un lenguaje
testigo (museos, archivos, monumentos, etc.) que sirviera como prueba de una
herencia podía entenderse como una acción necesariamente partícipe del nuevo
proceso político de desarrollo de provincialización que se estaba produciendo
en varios territorios nacionales. Eran momentos en los cuales se procuraba
sistematizar y reglar significaciones que hicieran de la transición un proceso
con cambios lo menos radicales posibles.
Ello explicaría no sólo la amplitud en las finalidades, sino también la
profundidad de las funciones que se le atribuían a la Junta de Estudios
Históricos de la gobernación. Como institución se le reconocían las tareas
indelegables de auspiciar y de propiciar la conmemoración de “fastos
patrióticos”, de organizar los homenajes a las “figuras ilustres” y de
recuperar los hechos ocurridos “en horas formativas del territorio”. Asimismo,
la Junta de Estudios Históricos tendría la facultad de intervenir en todo lo
referente a donaciones destinadas al museo regional. Tenía la facultad de evacuar
las consultas de carácter técnico que le formularan a la gobernación las
autoridades nacionales, además de reconocérsele el poder para definir las
medidas administrativas necesarias para unificar el contralor, la conservación
y la custodia de todos los lugares históricos del territorio (monumentos,
fortines, casas, misiones). Además de la potestad de organizar congresos y/o
asambleas así como concursos de carácter histórico regional. De este modo, la
nueva institución era parte privilegiada de un dispositivo institucional desde
el cual se garantizaba el control de la memoria y del pasado. Desde ella se
clasificaría y actualizaría el sentido de la historia a través del juego de una
red de representaciones, de rituales y de estereotipos que evocarían un pasado
específico, lo modelarían y lo conectarían con las experiencias del presente y
con las aspiraciones del porvenir. O sea, la tarea a ejecutar apuntaba a hacer
posible la definición de un pasado configurativo de un presente con un elevado
valor pedagógico.
Con la creación y el reconocimiento oficial de la Junta de Estudios
Históricos de la Gobernación del Neuquén se fijaban las bases estatales para la
conformación y la organización de una institución formal con capacidad de
intervención, de control y de administración no sólo de una versión del pasado,
sino de los elementos que permitieran su reconstrucción.
La aspiración de omnipresencia en el campo histórico-cultural que se le
imprimía a la Junta de Estudios Históricos de la Gobernación del Neuquén se
conjugaba con la pretensión de presencia activa y directiva a lo largo del
espacio geográfico neuquino. Para tal efecto se establecieron delegaciones en
el interior sirviéndose de la trama organizativa trazada por la Casa
Neuqueniana, que tenía centros en las principales localidades de Neuquén9, a
fin de hacer posible el programa de acción y de configuración de un tejido de
relaciones recíprocas. Esos centros representaban filiales que debían
conformarse con la "parte caracterizada de cada vecindario",
dispuesta a "coadyuvar en la obra de acrecentar la cultura en la tierra amada",
en "pro de nuestro Territorio injustamente desconocido en la mayor parte
del país"10.
Por otra parte, la Junta estaba facultada para proponer al gobierno del
Territorio la designación de personas que pudieran integrar una Comisión
Territorial de Cultura, la que posteriormente se constituiría en Dirección
Provincial de Cultura. En el seno de este tejido dependiente del Estado
emergerían principios de legitimidad de un grupo de “intelectuales”, de sus
acciones y de sus producciones, lo que llevaría a politizar los criterios
culturales tanto como a “culturalizar” los criterios políticos.
La singularidad de sus orígenes impondrá las marcas y la lógica en sus
prácticas posteriores. La reconstrucción del pasado se imbricaría con los
intereses del Estado neuquino. De modo que, sin pretender afirmar que sus
intervenciones se trataban de una versión incorrecta de la historia –que haya
sido o no es irrelevante para nuestros propósitos ya que lo que importa es el
gesto de producción de un objeto– diríamos que la “verdad histórica” por ellos
construida ambicionaba una legitimidad análoga a la “verdad neuquina”,
sostenida en una historia que procedía por una sucesión lineal de
acontecimientos con arreglo a una finalidad teleológica trascendente: la
grandeza neuquina. De esta manera, se procuraba que sus “certezas” no quedaran
sometidas a los vaivenes políticos ni a los actores políticos. Así se podía
ofrecer una contención y un conducto a los nuevos tiempos y su devenir, y la
construcción de un pasado se instituiría en un dispositivo simbólico amplio e
integrador.
Respecto de sus intervenciones públicas, la Junta de Estudios
Históricos de la gobernación del Neuquén llevó a cabo su primer acto de
oficialización con la publicación en 1954 de un álbum, 50 años-Neuquén, considerablemente
voluminoso, con doscientas páginas, conmemorativo de los 50 años de la
designación de Neuquén como Capital del Territorio.
El álbum se constituía en un
acto, a la vez, de recordación y de homenaje. Las imágenes de un pasado casi
hecho leyenda tenían la intención de conceder un poder evocador de un modelo o
arquetipo para ciertos comportamientos en una sociedad. Se le otorgaba al
pasado el valor de ejemplaridad y de fuente jamás agotada de emoción y fervor.
Se trataba de abrevar en el pasado para retornar al tiempo sublimado de los
comienzos. Añoranza y esperanza se sobreimprimían. El recordar no se trataba
sólo de un acto de acoger, sino del ejercicio de la memoria para propiciar el
despliegue de determinadas conductas, como si se tratara de un acto moral, ligado
a la necesidad de saldar una deuda con los antecesores. La evocación a la neuquinidad remitiría a un sentimiento
de gran solidaridad constituido por el sentimiento de los sacrificios que se
han hecho y de los que aún se estaba dispuesto a hacer.
Se sostenía en sus primeras
páginas: “hemos deseado que el lector
encuentre entre las cosas descriptas e ilustradas el vínculo al recuerdo; que
el poblador antiguo vea en ellas el homenaje que queremos brindarle y que las
nuevas generaciones se inspiren en las ilustraciones del pasado a fin de imitar
a sus mayores en la expresión de pujanza, factor primordial que los condujo en
sus luchas por un porvenir mejor de nuestra ciudad de Neuquén"11.
La visión de un pasado ejemplar y fundamento de un porvenir venturoso
se revalidaba con referentes paisajísticos. Las ilustraciones fotográficas,
abundantes por cierto, referidas predominantemente a paisajes cordilleranos,
les permitía a los primeros integrantes de la JEH convertir la supuesta
“naturaleza neuquina” en fuente de armonía y de grandeza, de equilibrio y de
serenidad. O sea, en la perspectiva de la triple búsqueda: recuerdo, homenaje y
conducción, la estetización de la naturaleza a través de la selección
paisajística ofrecía la certeza del devenir próspero cuyo secreto consistía en
no oponerse a los dictados de la naturaleza sino en imitarla y secundarla en su
desarrollo mediante el trabajo denodado y desinteresado. El interés por anclar
el tema del paisaje en una sensibilidad común y difundida, en relación con los
valores que la naturaleza en estado puro transmitía, suponía la construcción de
una articulación entre lo bello, lo sublime, el orden y la armonía, en tanto a
la belleza se la cargaba del sentimiento de orden y de paz, con lo que se
estimulaba la idea de cohesión social. De modo que no se trataba sólo de
identificar el paisaje con una porción bella de la naturaleza sino de apelar a
valores con los cuales se lo asociaba. El acto de pasar de un paisaje real a un
paisaje representado e interpretado permitía imprimirle valores morales
inspiradores de una tradición particular y diferenciadora, creando un doble
movimiento de “naturalización” de la dinámica social e “historiazación” de lo
natural que fertilizaría la pretendida apoliticidad de la propuesta.
Luego de la publicación de 50 años - Neuquén, no se conoce otra publicación de este tipo durante su primera
etapa, excepto publicaciones de artículos en el periódico Neuquenia, revista de la Casa Neuqueniana de circulación muy
restringida. Aunque la presencia creciente de la JEH y, en particular, de
algunos de sus integrantes, se hizo sentir en acciones desplegadas en otras
entidades. Es decir, la JEH de la Gobernación del Neuquén, desde el momento de
su conformación en 1953 hasta la década del '60, no tuvo una expresión o
presencia importante como tal. Su lento proceso de construcción de autoridad y
de poder simbólico se hizo sentir a través de la participación de algunos de
sus integrantes en los organismos estatales que se iban configurado, mediante
el rol que asumieron como funcionarios públicos. Es el caso de Ileana Lascaray,
quien fuera nombrada Directora de Cultura y Turismo en 1957 por el interventor
militar Capitán de Navío Ricardo Hermelo, para que pudiera participar en un
Congreso Nacional de Cultura que se realizó en septiembre del mismo año en
Buenos Aires y fue convocado por el presidente Pedro E. Aramburu y por su
Director Nacional de Cultura, Julio César Gancedo, casado con una patagónica,
Mónica Brown Mendéndez (de allí, posiblemente –aunque sin que fuera la única
causa– provenía su interés por la presencia de representantes patagónicos). En
aquel momento, el Territorio Nacional del Neuquén no contaba con una dirección
de cultura, y se creó a los efectos de participar en el congreso, llevando los
postulados de la resolución gubernamental que había dado origen a la Junta de
Estudios Históricos de la Gobernación del Neuquén. Por otra parte, el objetivo
central de ese congreso era unificar criterios en torno a las políticas
públicas sobre cultura y en particular, acerca de los criterios para la
publicación de libros y para la organización del sentido de los museos. En esa
ocasión, se iniciaron las discusiones acerca de lo que después sería la ley
nacional del libro y el Fondo Nacional de las Artes.
Otros integrantes también
tuvieron participación directa en las nuevas instituciones que se iban
constituyendo en el proceso de provincialización. Es el caso de Miguel Ángel
Spinelli, quien ejerció el cargo de Director honorario del Museo y Archivo
Histórico de la Provincia del Neuquén, que se había creado oficialmente
mediante el Decreto Nº 13/62 durante el gobierno de la Intervención Federal a
cargo del Comodoro Francisco Olano. El cargo honorario lo ocupó hasta mayo de
1965, puesto que luego pasaría a ser rentado al crearse la Dirección Provincial
de Museos, Monumentos y Archivos Históricos del Neuquén, como dependencia del
Ministerio de Asuntos Sociales12. Desde
entonces, Miguel Ángel Spinelli, como director rentado, asumiría funciones
ejecutivas, más que administrativas, a los efectos de hacerse cargo de la
responsabilidad, según la Ley, de concentrar y conservar piezas arqueológicas,
paleontológicas, reliquias, monumentos y documentación histórica, como así
también la promoción de estudios y toda labor, consulta o investigación del
mismo carácter. Sin dudas, ese lugar otorgaba cierto poder para decidir qué
conservar y qué destruir o desdeñar basándose en consideraciones de lo que se
concebía como "importante" o que tenía "valor". Es decir,
desde ese lugar se pretendía administrar legítimamente la autoridad para
resguardar aquello considerado historizable o recordable, para devenir en
historia y/o memoria. Evidentemente, una acción de este tipo otorgaba un lugar
de poder para construir y afirmar anclajes simbólicos en una sociedad cada vez
más heterogénea social y políticamente13.
El museo y los archivos, además de constituir depósitos de documentos que daban
cuenta de un pasado, constituían espacios de afirmación del Estado provincial,
lugares desde donde se definían un patrimonio y una identidad
"oficiales". Por lo tanto, el uso político, el uso administrativo y
el registro para la historia se confundían. En síntesis, se podría decir que el
archivo y el museo se instituían como un espacio centralizado con pretensiones
totalizadoras para resguardar la producción, la organización y la conservación
de objetos que dejaran constancia, documentaran e ilustraran las acciones de
personajes, familias, organizaciones e instituciones del Estado, proceso en el
cual se excluían los conflictos y los litigios.
En otras palabras, a través
de la administración de los museos y archivos del Estado, Miguel Ángel Spinelli
como director, pero también como integrante de la JEH, podía hacer viable el
despliegue de una escenificación de la memoria con la cual poder consagrar una
versión armoniosa y ejemplar del pasado. A través de ellos, se construía un
recorrido por la historia, pero también se proponía la detención en algunas
historias para paladear aquello a lo
que había que imprimirle un estigma especial. Así, por ejemplo, el museo
provincial fue organizado en varias salas: a) la arqueológica, con materiales de piedra, hueso, madera y cerámica
que daban cuenta de la singularidad de la provincia; "la histórica"
con las donaciones de la familia Olascoaga, descendientes del primer gobernador
militar, que recordaban el origen argentino; b) la de artesanía y c) la de
etnografía, con elementos de la cultura mapuche que evocaban otro aspecto
de la condición de neuquinos. Entonces, la política de la memoria se constituía
en una puesta en escena que remitía a una visión unificada del pasado. La
simbiosis entre el perfil indigenista y el perfil militarista remitía a un
origen significativamente armonioso.
Por otra parte, el museo
provincial, como "casa de la memoria", se constituyó en creador de
una sensibilidad patrimonial. Es decir, la selección que en él se hacía de
ciertos elementos heredados del pasado quedaba incluida en la categoría de
objetos patrimoniales. Se convertía en un espacio de desarrollo de una
operación de "patrimonialización", de modo que funcionaba, en
palabras de Joël Candau14, como
un aparato ideológico de la memoria. Era un llamado a terminar con lo difuso,
lo impreciso y lo conflictivo respecto de la memoria.
Además de participar en las
instituciones antes mencionadas, también lo hicieron en la Comisión Provincial
de Cultura, que se creó en noviembre de 196315
con el objeto, según se explicitaba en el Decreto, "de organizar y poner
en práctica un plan de desarrollo cultural en la provincia". El decreto
establecía que, al no hallarse previsto en el presupuesto el cargo titular de
la Dirección Provincial de Cultura, se conformaría una comisión ad honorem para
organizar todo acto que "contemple la faz cultural de la Provincia". El
cargo de presidente ad honorem de la comisión recaía en el Subsecretario del
Ministerio de Educación y Asuntos Sociales y entre sus colaboradores se
encontraban: Ángel Della Valentina, Emilio Saraco, Enrique Obiol Rivera,
Marcelo Berbel y Néstor Cuello. Este último integrante de la primera comisión
de la JEH. Por alejamiento, algunos de ellos serían reemplazados a partir del
golpe militar del '66. La nueva comisión, reorganizada en un contexto especial
como lo fue el del gobierno de facto, se compondría de la siguiente manera:
Teniente Coronel Enrique César Recchi16
y Emilio Saraco, en calidad de Presidente y Secretario, respectivamente,
actuando como colaboradores las siguientes personas: Dr. José Antonio Güemes17, Dr. Osvaldo Pianciola, Alberto Eguren,
Prof. Blanca Carolina Pozzo Ardozzi de Tirachini, Inés Villegas de Azar, Héctor
Ernesto Cámpora, Inés Calderon de Pojmaevich, Raúl Ventureira y Miguel Ángel
Spinelli.
Estas referencias respecto de la primera etapa de la JEH, que estuvo
tempranamente asociada con el programa de construcción de una identidad a
partir del montaje de una memoria con tono de tradición, nos permiten, antes de
avanzar sobre la segunda etapa, esgrimir algunas conclusiones parciales.
En principio, la provincialización entendida como problema abrió un
cuadro de posibilidades para que desde el Estado, en el marco de un proceso de
reducción a la unidad, ciertos actores quedaran habilitados para la definición
y la defensa de una identidad a través del control y administración del pasado.
El campo de competencias y de intervención que fue factible tender debido a los
lazos particulares con las estructuras estatales otorgará a la JEH, por un
lado, su identidad, y por otro lado, el poder de influencia debido al capital
simbólico que iba acumulando. El eco de los "administradores de la
memoria", particularmente entre ciertos sectores políticos, se mediría por
su inserción en el aparato estatal y por la continuidad, más allá del tipo de
gobierno.
El proceso de provincialización explicaría la urgencia por la
administración de la cultura y de la identidad como parte de la textura del
lazo social. La articulación entre la acción pública llamada o considerada
cultural y un grupo de administradores convertidos en soportes vehiculares,
instituidos en mediadores pero también en mediaciones, aportará a la creación
de nuevos sentidos alrededor de la estructuración de un sistema de
representaciones en torno al pasado.
Si bien esta primera etapa
no estuvo exenta de tensiones, éstas no fueron determinantes de la modalidad
que iba adquiriendo la dinámica del proceso de institucionalización, aunque sí
lo serán de la siguiente. Lo que la oficialización excluía u ocultaba se
convertiría en condición de emergencia de otros espacios alternativos, sea
formales o no, durante la próxima etapa.
El derecho a otro pasado. Tensión en la escena (1966-1976)
Si acordamos en reconocer que la memoria siempre implicó una
tematización de alto voltaje político, la década del ’60 no puede dejar de
reconocerse como una circunstancia favorecedora del impulso de dicha condición.
En los años ’60, el revisionismo histórico como ejercicio querellante y
sustentador del combate entre la memoria oficial y la memoria vencida se
desplegó con cierta fortaleza, lo que obligaría a un reposicionamiento de las
fuerzas y de los agentes productores de bienes simbólicos vinculados con el
pasado, derivando en una complejización de la dinámica del proceso cultural.
En el caso neuquino, la presencia resonante y lenta, pero efectiva,
desde 1961 del Obispo Jaime de Nevares18
va a desencadenar un reacomodamiento del campo político-cultural. Su tarea
pastoral con los indígenas, concebida por él como de acompañamiento, como promocional,
de concientización, de valorización de la cultura y del idioma de los mapuches
se convertirá en condición social de revisión y de tensión de la versión
oficial del pasado.
A ello se sumará el trabajo pastoral que llevó a cabo con los
conscriptos. Hacia 1962, en la esquina de Avenida Argentina y Juan B. Justo -zona
central en la ciudad del Neuquén-, un edificio en desuso perteneciente al Banco
Industrial de la República Argentina fue ocupado por la curia como sede. Allí
se albergaría a soldados de otras localidades que durante los fines de semana
no podían viajar a sus hogares. Este edificio, desde 1964, se conocería como el
Club del Soldado, aunque Jaime de Nevares prefería llamarlo "Ateneo para
los jóvenes". El contacto con los soldados desde esta institución le
permitió al Obispo Jaime de Nevares conocer las características de las
prácticas en las unidades militares, las cuales fueron denunciadas. Por otra
parte, el obispo acostumbraba a llevar a los soldados como acompañantes en el
viaje pastoral a la cordillera para que conocieran la situación de los mapuches
como producto de las políticas a las que habían sido sometidos desde la llegada
del blanco durante la campaña militar llevada a cabo hacia el final del siglo
XIX.
La derivación de estas
prácticas e intervenciones y la creciente desconfianza hacia Jaime de Nevares
por sus declaraciones públicas se harían sentir: a muchos de los conscriptos
que participaban del Club, por el simple hecho de albergarse en él, se les
negaban las licencias, no se los nombraba dragoneantes, se los trasladaba al
interior, entre otras medidas. Por otra parte, la desconfianza de las
autoridades militares hacia el Obispo debido a sus declaraciones en defensa de
la democracia llevaría a prohibírsele ingresar a las unidades militares.
La operatividad de las prácticas ordinarias del nuevo Obispo definió otros
trazos de la historia. La acción pastoral con los indígenas y los soldados
introducía elementos nuevos para elaborar y revisar puntos de vistas respecto
del pasado. El nudo central del imaginario oficial que colocaba la llegada del
ejército como el inicio de una etapa de encuentro entre dos culturas y como el
principio de desarrollo de la "civilización" comenzaría a ponerse en
tensión. El registro simbólico oficial acerca del pasado, acerca de los
orígenes, hasta entonces colocados como parte constituyente y explicativa de la
identidad neuquina, perdía solidez. Lo difuso, lo impreciso y lo conflictivo se
instalaba. La memoria como sostén de una suerte de movimiento de imitación de
valores y prácticas, como evocación que garantizaba un indiscutible e indiscutido
poder simbólico a ciertos actores e instituciones y que permitía la referencia
común en la que todos debían reconocerse, más allá de la pluralidad de las
tendencias y sensibilidades políticas o ideológicas, perdía unidad y unicidad
interpretativas. El derecho a otro pasado empezaba a ser disputado. Las voces
en torno a la configuración de una memoria instituida como fundamento de poder
y como fuente de las representaciones de la comunidad de pertenencia comenzaban
a multiplicarse y a diversificarse.
La nueva dinámica del campo creó las condiciones para que la JEH, que
estaba diluida como institución pero no en su accionar, cobrara un influyente y
dinámico impulso y empuje. Los presuntos riesgos de la difusión de otra
interpretación del pasado neuquino, distinta de la oficialmente pretendida y
que se consideraba inspirada en supuestas motivaciones políticas, convocaba a
reactivar la JEH y responder a ese revisionismo tildado de izquierdista.
El 6 de diciembre de 1966,
algunos influyentes integrantes de la Universidad Provincial del Neuquén19, tales los casos del decano de la
Facultad de Antropología -Raúl Touceda- y del rector de la Universidad -Dr.
José Antonio Gïemes-, junto con el representante de la Dirección Provincial de
Museos, Monumentos y Archivos Históricos de la provincia del Neuquén –Miguel
Ángel Spinelli-, el ex presidente de la Casa Neuqueniana20
-Dr. Gregorio Álvarez- y el asesor histórico del ejército e integrante de
la Comisión Provincial de Cultura -Teniente Coronel Enrique César Recchi-, se
constituirán en una Comisión Organizadora Provisional para redactar el
Anteproyecto de Estatutos de la Junta de Estudios Histórico de la Provincia del
Neuquén. El objeto era poder reactivar la tradicional institución e inscribirla
en la Dirección de Personas Jurídicas con carácter de simple asociación civil, fijando como sede oficial el local de la
Dirección de Museos, Monumentos y Archivo Histórico de la Provincia. Los
"socios fundadores"21, tal
como se denominaban a sí mismos, siguieron ubicándose en concurrencia con las
instituciones estatales con la intención, tal vez, de ser reconocidos como
cuerpo culturalmente pertinente y apropiado para la tarea que se auto
adjudicaban.
La aceptación de la
personería jurídica22 por el
entonces Gobernador Interventor Ingeniero Rodolfo Rosauer, reconociendo su
Estatuto como válido, implicaba la aprobación oficial de una institución
responsable tanto de la creación como de la transmisión y la mediación de una
memoria. Sus integrantes asumirían la función de una intelligentsia
interventora en la cosa pública en tanto reafirmaban que la Junta había sido
"creada para hacer conocer la Historia de nuestra provincia, rememorar
sucesos y honrar la memoria de nuestros antepasados, que merecen gratitud
ciudadana y cálido homenaje". Esto no estuvo ajeno a las pretensiones de
dominio que se imputaron por los fines asumidos. Como "intérpretes y
custodios de nuestro acervo histórico" se atribuían la función de
intensificar el estudio y la investigación científica de la historia neuquina y
regional, de difundir esos mismos estudios mediante publicaciones y actos
conmemorativos, de formar una biblioteca especializada, un archivo documental y
gráfico y un gabinete, de mantener intercambios culturales con entidades y
personas dedicadas a las mismas disciplinas y de señalar los lugares
históricos. En la lucha por el monopolio de la producción histórica legítima,
la JEH reclamaría la función de intensificar el estudio y la investigación
científica, admitiendo, con solapado tono recriminatorio, la creciente
utilización política e ideológica de las interpretaciones del pasado.
La primera Mesa Directiva de
la JEH estuvo integrada por: Presidente: Dr. Gregorio Álvarez; Vicepresidente:
Teniente Coronel Enrique César Recchi; Secretario: Sr. Moisés Rodríguez y Tesorero:
Sr. Miguel Ángel Spinelli.
En este contexto de espíritu
refundacional, la presencia militar resultaba central para recrear referencias
comunes y construir vías posibles de acción para quienes orientaban su acción
según las demandas de seguridad interior. Se constituiría en un tutor o
salvaguarda más del pasado ante la posibilidad de la transfiguración
amenazadora.
La primera intervención
pública de la Junta de Estudios Históricos con su nueva composición fue el 11
de junio de 1967, con un acto frente al monolito que recordaba el cruce del río
Neuquén por el comandante Fotheringham, el Capitán Fábregas y un soldado en
1879. Se constituía en una evidencia o en un testimonio del pasado selectivo a
rememorar y a conmemorar. La práctica conmemorativa propendía a exhibir un
clima cultural en el que el recuerdo del pasado invadía un escenario político
donde las Fuerzas Armadas eran concebidas como actores significativos para la
generación de procesos civilizadores. De este modo, se propendía a una
sustancialización de ellas como encarnación del cambio y como factor eficiente
de él. Con ello, ciertos valores encuadraban para su legitimidad como
institución rectora.
Desde su segunda reunión,
posterior a la de la conformación como JEH, sus miembros asumirían el rol de
organizar y de definir los lugares históricos de la provincia. Para tal efecto,
se encomendó al Teniente Coronel Recchi, asesor histórico del ejército, la
tarea de confeccionar cien carteles con la leyenda "A 100 metros, lugar histórico".
La Junta determinaría la correspondiente leyenda para colocar en cada placa de
manera que, en forma sintética, se ilustrara sobre el hecho histórico de cada
lugar. Junto a esta tarea, el mismo coronel elaboraría Efemérides Neuquinas, documento en el que se reunirían aquellos
hechos considerados relevantes para conocer la historia de la provincia. Entre
los hechos que se destacaron, estaban los vinculados con la actuación del
Ejército, de la Iglesia y la creación de instituciones tales como correo y
estafetas, escuelas, juzgados, bancos, entre otros. La determinación de fechas
y de hechos permitía hilvanar secuencias de años y por lo tanto, construir
espacios de activación y recapitulación de lo que debía ser recordado. Esas
fechas y esos hechos se convertían en vehículos y soportes de la memoria; por
lo cual pueden ser leídos en clave de invención de una tradición, necesarios
para unificar miradas y pensamientos en un contexto de tensión.
La primera solicitud de asesoramiento y por
ello, de reconocimiento, fue inmediatamente posterior a su formación. La
Jefatura de Policía de la Provincia le requirió antecedentes y datos históricos
que tuvieran relación directa con la actuación de la policía en el ámbito
provincial a los efectos de establecer el "Día de la Policía de la
Provincia del Neuquén". La Junta no sólo proporcionó datos sino que
precisó como fecha el 28 de julio, por ser ese día y el 1879, la fecha en la
que se realizó la designación del primer comisario en la zona de Colonia de
Malbarco, hoy Varvarco, en la persona de Benjamín Belmonte. En 196923, son también ellos quienes gestionaron
e impulsaron el decreto por medio del cual se debía establecer el 2 de mayo como
el "Día de la Provincia del Neuquén" en homenaje al "primer acto
de real soberanía sobre las tierras neuquinas", aludiendo al cruce inicial
del río Barrancas, límite norte de la provincia, por parte del coronel Don
Napoleón Uriburu al mando de la cuarta División del Ejército durante 1879.
Asimismo, el figurado avance
del comunismo en Neuquén atribuido a la gran huelga de El Chocón en 1969, a los
intentos de organización de los estudiantes universitarios de la Universidad
del Neuquén, al acercamiento de algunos de ellos a las organizaciones obreras y
al peronismo24 y al apoyo explícito a
los presos políticos de la Unidad Carcelaria Nº 9 que habían participado en el
"cordobazo" produjo un clima de manifiesta inseguridad en algunos
sectores de la sociedad. En este contexto y debido a este contexto, se
intensificaron los lazos entre la universidad, la JEH y el gobierno de la
provincia, a modo de reafirmación de un campo de acción y de fuerza. Profesores
de la universidad (Raúl Touceda25,
Rodolgo Pessagno26, entre otros) se
incorporarían a la JEH y miembros de la JEH (Gregorio Álvarez) lo harían a la
universidad.
La concurrencia de intereses y la necesidad de desplegar líneas de
lectura de la realidad más firmes les permitió planear y concretar actividades
y proyectos en forma mancomunada. La JEH, en estratégica colaboración con la
Universidad del Neuquén, organizaría en 1970 el Primer Congreso de Historia del
Neuquén. En él participaron, por invitación de los organizadores, miembros de
la Academia Nacional de la Historia y de la JEH de Río Negro y de Mendoza. El
objetivo propuesto para tal congreso fue la "dilucidación de la historia
de nuestra provincia". O sea, se trataba de la construcción colectiva de
una zona de reflexión y producción coincidente a partir de la concurrencia
entre figuras y organizaciones que compartían esquemas de pertenencia y de
significación. La filiación de las visiones del pasado daba consistencia al
compromiso de esclarecer y aclarar un pasado, suprimiendo la mezcla de
tradiciones y los itinerarios erráticos y zigzagueantes que se les atribuía a
las nuevas perspectivas emergentes.
A este esquema de acción, se
sumará la propuesta del Jefe del Departamento de Historia de la Facultad de
Humanidades, Dr. Rodolfo Pessagno, de "llevar adelante una obra de
investigación y estudio, aunando, en lo posible, esfuerzos en beneficio de la
cultura de la zona". Para tal efecto, sumará a los integrantes de la JEH.
Esto dio inicio a una serie de tareas conjuntas que ligó más fuertemente a las
instituciones. El presidente de la JEH, junto con las profesoras del
departamento de Historia, Alicia Varela de Fernández e Inés Bezerra, debían
armar un registro sobre material relativo a la Historia Regional. También se
proyectó, aunque no logró concretarse, un registro de colecciones privadas y
archivos documentales vinculados con la historia de la zona, la Campaña al
Desierto y el poblamiento de Patagonia.
Esa convergencia de
propósitos entre algunos integrantes de la Universidad del Neuquén y la JEH derivó
en la organización de nuevas instituciones, tal fue el caso de la creación del
Instituto de Altos Estudios del Comahue. Por esta política de cogestión, en el
Consejo de Rectores de ese Instituto27
participaron varios integrantes de la Junta de Estudios Históricos: el Dr.
Gregorio Álvarez, quien además de ser presidente de la JEH, también lo será del
Consejo; Ileana Lascaray, quien será secretaria de la Junta y Tesorera del
Instituto; Dr. Francisco Villamil, quien era miembro correspondiente de la JEH
y del Consejo editor de la revista que editaba el Consejo28.
El Instituto, según se
declaraba, pretendía "convocar y reunir a la intelectualidad de la Región,
para establecer un vínculo directo y afectivo entre los que se consideran
responsables de la suerte futura de la
comunidad", para lo cual pretendía "inaugurar una nueva forma de
convivencia intelectual que, por la honorabilidad y altruismo de los que
convivan, la realidad y claridad de los conceptos que se emitan, la altura y
universalidad de los ideales y objetivos de quienes emitan tales conceptos,
posibilite la aparición en toda su prestancia y grandeza de la personalidad
regional, plenamente intuida por todos". Eso permitiría, según creían, "irradiar
y difundir en consecuencia la cultura, las ciencias, la historia, las letras,
las artes y el pensamiento en general; o sea echar raíces de lo universal y
florecer en lo regional".
La declaración de principios
que encierran las afirmaciones anteriores dieron sustento legitimador a la
reaparición de la revista Neuquenia
en 1969, como publicación del Instituto. Esta
revista ya había sido editada como boletín en el período 1950-1956 en Buenos
Aires, como órgano de la "Casa Neuqueniana" con el fin de difundir la
historia y las potencialidades del Neuquén.
En su reaparición como
revista del Instituto de Altos Estudios del Comahue y dirigida ahora por el Dr.
Raúl Touceda, si bien se posicionaba dando continuidad a los propósitos de la
etapa anterior, también reivindicaba una renovación. El primer editorial estuvo
a cargo de quien había tenido la responsabilidad editora del boletín Neuquenia en la década del ‘50, el Dr. Gregorio Álvarez, haciéndose cargo de
la definición de la nueva línea de la revista:
"Desde hoy, NEUQUENIA
(sic) renace y marca una nueva época (...) quiere continuar siendo la tribuna
desde la que expande el pensamiento neuquino, pero quiere también que se lo vea
categorizado a tono con los tiempos. Su radio de acción abarcará ahora la
región que, por su amplitud, constante evolución y desarrollo, está llamada a
grandes realizaciones. Es la región del Comahue."
La decisión de entregar el
primer editorial al Dr. Gregorio Álvarez no sólo marcaba la voluntad de ofrecer
continuidad a un proyecto anterior, sino también el compromiso compartido entre
dos instituciones: la Junta de Estudios Históricos del Neuquén y el Instituto
de Altos Estudios del Comahue. La operación de consagración y de confirmación
mutua que esta operación suponía también da cuenta de la voluntad de ambas
instituciones para gestar un ideario en el que la construcción de una memoria y
de un futuro participe en un proyecto coincidente desde un mismo patrón de
interpretación de la realidad.
Los integrantes del
Instituto de Altos Estudios del Comahue asumirían que el desarrollo debía ser
tarea de lo mejor que hubiera producido el mundo cultural. Se compartía la idea
de que sin una élite que poseyera una gama de altas cualidades, Neuquén, en el
marco de la región del Comahue, no podría modernizarse. Aunque, lo que se
procuraba, antes que un cambio de política, era una adecuación a creencias y
valores que se consideraban realmente existentes. Por lo que sus propuestas se
dibujaban desde un supuesto realismo valorativo que excluía toda tradición no
autorizada. De manera que su discurso orientado por el valor de la
modernización hacía de la noción de compromiso un eje fundamental para ampliar
y continuar con lo ya existente. Precisamente, el convencimiento de cumplir un
servicio y de satisfacer un requerimiento impuesto por el devenir del destino
que establecía la neuquinidad los llevaba
a rechazar el pluralismo.
Por otra parte, la emergencia
de un contexto, hasta cierto punto conflictivo y confuso, ofició como inductor de
la continuidad de la inserción de algunos integrantes de la JEH en nuevas
instituciones culturales estatales. La necesidad de "organizar, estimular
y controlar toda actividad cultural en sus más amplias manifestaciones"29 en un escenario que se percibía en
"desorden" y "descontrolado"30
explicaba la creación de la Dirección de Cultura en reemplazo de la Comisión
Provincial de Cultura en 1970 y la injerencia de la JEH en ella.
La sobrecarga o sobredosis
simbólica desplegada desde las instituciones culturales en las que la presencia
de los miembros de la JEH era perceptible se reforzaría a través de
publicaciones, conferencias y participación en los medios de comunicación. La
disposición de estos medios les permitirá ocupar un lugar importante para hacer
circular un discurso en una fase de disputa por hacer ver y hacer creer, además
de facilitarles una amplitud y un dinamismo excepcional en la difusión de una memoria-identidad, organizada, por
excelencia, alrededor de fechas y de lugares simbólicos y de mitos.
A través de LU5, la radio de
mayor alcance del Neuquén en ese momento, varios de los integrantes de la JEH -
Raúl Touceda, Agustín Río y Gregorio Álvarez- tendrán la oportunidad de emitir
charlas y conferencias. Disertarán en homenaje a la memoria del Coronel Enrique
Pilotto, del Coronel Olascoaga, de Perito Moreno, entre otros.
La naciente y creciente
influencia de la TV será aprovechada por la JEH. Conseguirán en LU 84 Neuquén
TV, en la audición periodística de Estanislao De Dobrin Zki, un lugar desde
donde llegar a un amplio público, tanto social como geográfico.
El diario Río Negro, uno de los más importantes de la
norpatagonia, también les otorgará
espacio gratuito para publicar periódicamente artículos relacionados con la
historia neuquina, en las secciones "La provincia de los grandes
lagos", "Donde estuvo el paraíso".
Es en esta segunda etapa que se rompe o dilata la administración
exclusiva de la memoria de la sociedad. Por ello, la podríamos caracterizar,
siguiendo a Bronislaw Baczko31, como
un período caliente, pues es un momento en el que la necesidad de memoria se
despierta, remonta a la superficie de la vida social y encuentra ricas y
diversas formas de expresión. Quienes en la etapa anterior revelaban un interés
por controlar el sentido del pasado, en ésta desplegarán, junto con otros, un
juego de estrategias tendiente a reasegurar un espacio simbólico y muy
particularmente, el derecho a una perspectiva respecto del pasado. Esa versión
del pasado contribuiría a instaurar lo que hemos denominado “neuquinidad” como una referencia
común en la que todos debían reconocerse, más allá de la pluralidad de las
tendencias y sensibilidades políticas o ideológicas.
Finalmente, en esta etapa, en el vínculo entre la cultura y la
necesidad de defender una presunta esencialidad de la provincia y un supuesto
destino común, algunos intelectuales encontraron una posición de mediación que
les permitió asignar a la cultura un rol específico y de alguna manera
primordial, entre las múltiples variables posibles para la definición de la
identidad colectiva.
Conclusión que podría ser una introducción
De un modo generalizado y hasta cierto punto concluyente, podríamos
compartir con Cliford Geertz32 que
preguntarse por la respuesta que se da a la pregunta “¿quiénes somos?”
significa, asimismo, preguntarse por las formas culturales, en tanto sistema de
símbolos significativos, que debieron desplegarse para dar valor y sentido a
las actividades del Estado y, por extensión, a la vida civil de sus ciudadanos.
En esta línea, se podría
asegurar que el pasaje o transición de Territorio Nacional a Provincia forzó, a
algunos grupos ligados al Estado, a desplegar estrategias culturales que
habilitaran la constitución de un sistema de creencias coherente y complejo
para hacer de la transición un tránsito lo menos conflictivo posible. Ello
llevó a pensar en la sociedad como un todo, a elaborar una visión totalizadora y
coherente del conjunto. No importaba la pertenencia a la clase, sino la
identificación con ciertos valores, personajes y tradición. Alrededor de esta
preocupación, algunos se constituyeron en actores necesarios, aunque no únicos
ni suficientes. Formularon versiones del pasado ligadas a una interpretación de
la identidad neuquina como una instancia objetiva y esencialista, independiente
de la voluntad de las personas. Además, recibieron la confirmación de las
autoridades estatales, a través de lo legal, o bien, a través del
reconocimiento del poder de decisión, contralor y administración.
En la etapa analizada, 1953-1976, en el juego activado por la lucha por
el dominio de la interpretación de los sucesos y por la necesidad de definir
los contenidos de la memoria-identidad,
una institución que asumió un papel fundamental, junto con sus integrantes, tal
como hemos tratado de demostrar, fue la Junta de Estudios Históricos. La
construcción de una "comunidad imaginaria" a través de la adscripción
a dispositivos simbólicos que dispusieran del reconocimiento de la neuquinidad como una esencia fue su
"mérito". Fue una institución que reclamó -y obtuvo- en alianza con
otras, el derecho a la continuidad como gestora y guardiana del mantenimiento
de una tradición. Ese derecho reclamado fue el derecho a la continuidad de
ciertos valores y el derecho a la posibilidad de construir un "contrato de
lectura" en torno a un pasado concebido como legítimo y único. Aún nos
cabe preguntar el grado de credibilidad que las operaciones de las redes de las
instituciones desarrollaron, pues las instituciones por sí mismas garantizan
parcialmente la credibilidad y sólo crean itinerarios en un espacio de
constricciones.
Aunque a lo largo del
período recogido y, particularmente, desde 1966, la oposición fue fragmentaria
e incompleta por no presentar un bloque de oposición, no dejó de tener influjo.
Hizo posible tensionar ciertas certezas y rigideces respecto de todo aquello
que pretendía sustancialmente representar el suelo histórico-cultural neuquino,
haciendo del campo cultural y político una instancia más dinámica y compleja.
No obstante, esta oposición
no menguó la posibilidad de que la neuquinidad
se transformara en un núcleo ideológico fundante de un proyecto político de
un partido político provincial, el Movimiento Popular Neuquino, que reconocería
el sentido de su existencia en tanto garante de la defensa y del estímulo de
esa neuquinidad, la que se
incorporaría a su patrimonio ideológico. De este modo, el mito de la neuquinidad se transformará en proyecto
político y no sólo se impondrá como vehículo de conservación de una tradición,
sino también de incorporación de nuevos sujetos al proceso de construcción y
desarrollo de la provincia. De manera que la neuquinidad como supuesto “elemento natural” contribuiría a
condicionar estilos políticos, el sentido del Estado, de las instituciones y la
elaboración del concepto de legitimidad política.
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RESUMEN
De la naturaleza y del origen de
la “neuquinidad”. La
institucionalización del pasado. Neuquén 1953-1976
El proceso de provincialización en Neuquén no dejará de constituir una
solución problemática ante una realidad que se presenta confusa. La conjunción
de indeterminación y de expectativas constituirá la base de un sistema complejo
de tensiones que impulsará la búsqueda de nuevos sentidos colectivos, tendiente
a la construcción de un "compromiso nuevo" entre pasado, presente y
futuro. Nuestro propósito se centra en reconstruir la trama institucional y
legal que devino entre quienes se asumieron como tutelares del pasado en el
marco de este proceso.
Palabras
clave: provincialización - Neuquén - memoria - identidad - neuquinidad
ABSTRACT
On the
nature and origin of “neuquinity”. The institutionalization of the past. Neuquén, 1953-1976
The
provincialization process in Neuquén would be a problematic solution to a
reality that appears confusing. The mix indeterminacy/expectations would be the
basis of a complex system of tensions that would encourage the search for new
collective meanings aimed at constructing a “new commitment” among past,
present and future. Our purpose is to reconstruct the institutional and legal
interweaving that emerged among those who undertook the tutelage of the past
within the framework of this process.
Key words: provincialization- Neuquén - memory - identity - neuquinity
Notas
* Profesora de
Historia, egresada de la Universidad Nacional del Comahue. Integrante del proyecto “Prensa, cultura y política en la Patagonia norte (de la década de 1940
a la de 1980)” dirigido por la Dra. Leticia Prislei en la Universidad
Nacional del Comahue. E-mail: ngarcia@neunet.com.ar
[1] SIRINELLI, Jean-Francois. “Elogio de lo
complejo” en RIOUX, Jean-Pierre y SIRINELLI, Jean-Francois (dir.), Para una historia cultural, Taurus, México, 1999, p. 464.
2 Véase Norma García, “Intelectuales y políticos
¿roles en competencia? El inicio de una relación. La Casa Neuqueniana. Neuquén
1950-1956”. Ponencia presentada en IX
Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Córdoba, 24 al 26 de
setiembre de 2003.
3 Gregorio Álvarez, nacido en Ñorquín en 1889, fue
médico del Hospital de Niños de Buenos Aires y reconocido especialista de piel.
Se lo reconoce por ser el primer maestro nacido en la Patagonia y el primer
médico patagónico. Tuvo una larga trayectoria como estudioso, defensor y
divulgador de la historia y la geografía del Neuquén. Fundó y presidió la Junta
de Estudios Aracaunos en 1954 y en 1959, la Sociedad Americanista Amerindia.
4 Eduardo Talero era hijo de quien llevara su mismo
nombre, Eduardo Talero. Su padre era literato, poeta, escritor, secretario de
la Gobernación en la fundación de Neuquén (1904) y Jefe de la Policía. Eduardo
Talero Núñez padre nació en Bogotá, Colombia, de donde debió exiliarse por no
compartir las ideas de su tío, el presidente, general Rafael Núñez, quien
ordenó fusilarlo. Su largo camino de exilio lo trajo a esta provincia donde
estuvo a cargo del traslado la capital desde Chos Malal a Neuquén. Aquí se
estableció en «La Zagala». En su casa, conocida ahora como «Torre Talero»,
recibió visitas ilustres como la del profesor y escritor tucumano Ricardo Rojas
y el escritor nicaragüense Félix Rubén García Sarmiento.
5 La etapa territoriana se inicia hacia 1884 y finaliza
en 1958.
6 Pedro Luis Quarta era abogado. En Neuquén residía
desde 1946. Por Decreto Nacional fue nombrado gobernador, función que desempeñó
desde el 16/11/52 hasta el 01/01/55. A partir de esta fecha fue nombrado
Comisionado Nacional en el Territorio del Neuquén. Desde 1963 a 1966 se
desempeñó como Diputado Provincial por el partido Unión Popular.
7 Resolución gubernamental Nº 2118/42. La Sección
Histórica se creaba para colaborar con la Comisión Nacional de Museos y de Monumentos
y Lugares Históricos.
8 Resolución gubernamental Nº 2118/42. La Sección
Histórica se creaba para colaborar con la Comisión Nacional de Museos y de
Monumentos y Lugares Históricos.
9 Al cumplirse el 64º aniversario de la
fundación de Chos Malal (1951), fue invitada la Casa Neuqueniana por la
Comisión de Fiestas Patrias. En tal ocasión, Gregorio Álvarez, el presidente de
dicha Casa, impulsó la formación de filiales en las siguientes localidades:
Zapala (presidente: Alberto Zingoni; secretario: Juan Nordenström y tesorero:
Elías Sapag), Cutral Có (presidente: Estalisnao Francisco Flores; secretario:
Andrés Álvarez y tesorero: Felipe Sapag), Neuquén (presidente: Dr. Esmilio
Zingoni; vicepresidente 1º: Ismael Nordenström, vicepresidente 2º: Ángel Edelman,
secretario: Ileana Lascaray y tesorero: Antonio Alcaraz y protesorero: Otto Max
Neumann), Chos Malal (presidente: Hortensia A. Della Cha; secretario: María
Edith Pessino de Del Campo y tesorero: Jesús Ribón). En 1952, se crean dos
filiales más en el interior del Neuquén, la de San Martín de los Andes
(presidente: Osvaldo Rezzani; vicepresidente: Dámaso Peña, secretario: Ramón
Palma y tesorero: José Héctor Alegre) y la de Junín de los Andes (presidente:
Ernesto Comelli, vicepresidente: Fidel Mendaña, secretario: Belisario Rodríguez
y tesorero: Julián Aburí). La distribución de las filiales permitiría el
despliegue de una red que integraría todas las zonas del territorio.
10 "Casa Neuqueniana en el Neuquén", Boletín Neuquenia, septiembre, 1951, p.
9.
11 JEH, "50 años- Neuquén", Neuquén, El Territorio, 1954, p. 2.
12 La Dirección Provincial de Museos, Monumentos y
Archivos Históricos del Neuquén fue creada por la Ley Nº 499, de 24/11/65,
durante la gestión del gobernador Felipe Sapag del Movimiento Popular Neuquino.
13 La provincia del Neuquén durante las décadas
del '60 y ’70 triplicó su población por efecto de la llegada de migrantes de
otras provincias y de otros países, particularmente, de Chile.
14 CANDAU, Joël; Antropología de la
memoria, Nueva Visión, Buenos Aires, 2002, p. 90.
15 La
Comisión Provincial de Cultura se creó por Decreto 0176/63 del gobernador
Felipe Sapag.
16 El Teniente Coronel Enrique César Recchi fue y es
una de las figuras más importantes, por su continuidad y por su influencia como
asesor militar, en la JEH durante su segunda etapa.
17 El Dr. José Antonio Güemes, rector de la
Universidad del Neuquén, fue uno de los organizadores de la JEH en su segunda
etapa
18 En 1961 se crea la Diócesis de Neuquén por
iniciativa del papa Juan XXIII, separándola de la de Río Negro. En esa
oportunidad, hubo dos candidatos para asumir la responsabilidad de su
conducción: el Padre Antonio Fernández, de una línea más conservadora, y el
Padre Juan Gregui. Ante los posibles conflictos que podía desencadenar el
nombramiento de uno u otro, se resolvió nombrar a alguien que no estuviera
directamente ligado a la comunidad religiosa neuquina. Es así como llega Jaime
de Nevares a ocupar el cargo de Obispo, quien hasta ese momento, estaba en
Viedma como Director del estudiantado filosófico de los salesianos.
19 La Universidad del Neuquén había iniciado sus
tareas académicas a partir del 1º de abril de 1965, estableciéndose que
"la universidad no olvida sus altas miras sociales y para ello excluye de su seno a la política"
(el resaltado nos pertenece).
20 Hacia 1961 la Casa Neuquenina, institución de
carácter cultural con sede en Capital Federal, se transformó por la Ley 265/61
en el Centro Neuquino, manteniendo el lema "Del Neuquén por el Neuquén y
para la patria". La sede era la "Casa del Neuquén", que se
creaba con la misma ley para actuar como "oficina de enlace" entre el
Gobierno de la provincia y las reparticiones nacionales con sede en la Capital
Federal para agilizar trámites, pero también para "difundir en forma total
y permanente el pleno conocimiento de la provincia en todos sus aspectos,
encauzando y fomentando el intercambio recíproco de aquellas actividades que
resulten o pueden resultar de positivo beneficio para los intereses del
Neuquén".
21 Los "socios fundadores" fueron:
Coronel Raúl Gómez Fuentealba, Dr. Gregorio Álvarez (médico y miembro de la
Academia Nacional de la Historia en representación de la provincia del Neuquén
desde 1961)), Sr. Moisés Rodríguez (empleado), Sr. Miguel Ángel Spinelli (empleado),
Dr. José Antonio Güemes (profesor universitario), Sr. Alberto Jorge Eguren
(martillero público), Sr. Carlos Agustín Ríos (maestro), Coronel Enrique César
Recchi, Sr. Enrique Villamill (profesor), Sr. Diego. Flores Giménez
(periodista).
22 Decreto Nº 622 del 1º de junio de 1967.
23 El Coronel (R.) Raúl Gomez Fuentealba, como
Miembro Correspondiente, presentó una nota a la JEH el 19 de agosto de 1968,
acompañada con un proyecto de resolución, solicitando se estableciera ese día
como "Día de la Provincia del Neuquén".
24 Véase QUINTAR, Juan y otros: "La
Universidad Nacional del Comahue en los años 70: de la rebelión creativa a la
reacción autoritaria" en AA.VV., Universidad
Nacional del Comahue. 1972-1997. Una historia de 25 años, Neuquén, Educo,
1998.
25 Raúl Touceda (abogado) se desempeñará, en
distintos momentos de su vida, como decano de la Facultad de Antropología y
Ciencias de la Personalidad, profesor titular de Antropología social,
Antropología Cultural, Estilísitica, Ciencia Literaria, Teoría de la Ciencia
Literaria, Instituciones de Derecho Público, Derecho Laboral y de la Seguridad
Social, Gobierno y Administración, Derecho I, Estructura Social, director del
Departamente de Letras y Secretario de Investigaciones Científicas de la
Universidad Nacional del Comahue. Fue también profesor fundador de la Escuela
de Policía "Juan Vucetich". Redactó la Carta Orgánica de la Policía
del Neuquén y fue asesor letrado de la legislatura neuquina entre 1986 y 1995.
Presidió la JEH durante 21 años, desde 1978 hasta 1991.
26 Rodolfo Pessagno (abogado) fue el primer jefe
del Departamento de Historia. Fue el primer presidente de la Asociación
Cultural Sanmartiniana. Cargo que ocupó durante 16 años. La Asociación
Samartiniana de Neuquén fue creada el 21 de agosto de 1964 para
"glorificar la memoria del Libertador Gral. Don José Francisco de San
Martín, interesando a la población en la cultura sanmartiniana, en la honra del
prócer y en la custodia de los lugares destinados a recordarlo, encuadrando su
accionar dentro de los postulados que sostiene el Instituto Nacional
Sanmartiniano".
27 El Instituto contaba con dos clases de
miembros: los rectores y de número. Sólo a los miembros rectores les
correspondía el gobierno de la entidad. Para ser miembro rector se requería ser
nativo de la región o definitivamente afincado en ella, poseer título
universitario o superior, o actividad cultural, científica, histórica,
literaria o artística plenamente acreditada.
28 Otros integrantes de este consejo fueron: Prof.
Martha Inés Barneda de Ticeda (secretaria), Prof. Lucila Maders de Bonoris;
Coronel (r.) Raúl Gómez Fuentealba; Presb. Ciro Marchisotti, Lic. Norma Montiel
de Allende (secret.); Escultor Atilio Morosin, Arq. Aníbal T. Müller, Dr. Ángel
N. Romero y Dr. Raúl Touceda.
29 Decreto 306/70, del gobernador Felipe Sapag
(24/02/70).
30 Hacia 1970, la figura de Jaime de Nevares se afirmaba
como la de un defensor de los derechos humanos. Su participación en la huelga
de El Chocón, su declaración en Plaza Huincul junto a la mayoría de los
sacerdotes del Neuquén haciendo explícito su propósito de "trabajar por la
liberación total del hombre e iluminar (...) el proceso de cambio de las
estructuras injustas y opresoras", sus alegatos contra la situación
económica de los indígenas a través de la Revista
Comunidad y la oposición al
"Programa de Colonización y Centros de Justicia Social" por tratarse
de un programa que sólo iba a repartir "pedreros" entre los mapuches
y su acercamiento a los jóvenes universitarios militantes, lo colocaban, según algunos
sectores, en el lugar de "cura subversivo", "comunista",
"zurdo", promotor y alentador del desorden.
31 BACZKO, Bronislaw, Los
imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas, Nueva Visión,
Buenos Aires, 1991, pág. 159.
32 FERNÁNDEZ
BRAVO, Álvaro; La invención de la nación. Lecturas de la identidad de Herder
a Homi Baba, Manantial, Buenos Aires, 2000, pág. 171.