“Las penurias de los precursores”. Un análisis sobre la experiencia de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas)

 

Horacio Divito(*)

 

Uno de los factores que ha tenido no poca injerencia en la reconocida inestabilidad política argentina ha sido la proscripción del justicialismo y, en particular, la de su líder y creador. Buena parte de las acciones, u omisiones, llevadas a cabo a lo largo de la sucesión de dictaduras militares y gobiernos seudo-democráticos han encontrado su orientación con referencia a la singular situación de esta fuerza política mayoritaria. La impugnación del peronismo en la vida política argentina ha configurado efectos contradictorios en la propia fuerza y ha contribuido al surgimiento de expresiones peculiares dentro de un movimiento caracterizado por una superposición de corrientes internas que difuminan una identidad única. En particular, durante la década del ’60, la proscripción del justicialismo no sólo no impidió, sino que en cierta medida colaboró, en el afianzamiento de una elite sindical de enorme poder económico e incipiente capacidad de construir política y en el surgimiento de un grupo no muy numeroso de dirigentes políticos dispuestos a ocupar, de manera autónoma, un espacio dentro del campo de la política argentina. Estas dos elites burocráticas coincidían en sus deseos de supervivencia, en un mapa político signado por la exclusión de la fuerza a la cual adherían.

Por fuera de estos dos espacios del justicialismo surgía un tercero, inorgánico y bastante difuso, conformado por dirigentes de variado origen: algunos eran jóvenes gremialistas, otros eran militares, oficiales y suboficiales, en su mayoría pasados a retiro, activistas barriales y elementos en general de procedencia mas bien incierta. Marginados del poder político y sindical, coincidían en una férrea identidad peronista, cuya principal manifestación era la lealtad al líder exiliado y el deseo de su inmediato retorno. Su inestable presencia en el ámbito interno del justicialismo y su más que modesta injerencia en la política nacional, los disponía a una peculiar radicalización de su discurso y de sus acciones. Este tercer grupo será conocido como izquierda peronista o, indistintamente, como peronismo revolucionario o peronismo combativo.

Dentro de este ámbito, y a los fines de este trabajo, interesa en particular, distinguir la experiencia del grupo conocido como FAP[1]. El objetivo de este estudio es analizar las circunstancias y pormenores que definieron la relación de las FAP con el conjunto del peronismo combativo, con el resto del movimiento justicialista, y con Perón.

La mirada que orienta el estudio sobre las FAP, las ubica dentro de las características generales que comparte con el peronismo combativo y sugiere que este espacio dentro del justicialismo, tanto en la década del ’60 como en la del ’70, es residual de los estamentos burocráticos, políticos y sindicales, y marginal a las orientaciones políticas principales llevadas a cabo por el justicialismo en su conjunto. Sin embargo, en virtud de esta característica, aparece como la expresión ideológica más fuerte del movimiento y, en lo político instrumental, más leal al jefe en el exilio. Esta situación paradojal, para la coyuntura de mediados de la década del ’60, se explicaría por las propias acciones, tendientes hacia un cierto grado de autonomía, llevadas a cabo por parte de la elite sindical por un lado y la elite política por el otro. Estas disposiciones contribuyeron, inintencionalmente, al surgimiento, si bien marginal pero de fuerte impronta ideológica, de grupos que entrelazaron su radicalización con las aristas más combativas del discurso político del jefe del movimiento.

Más allá de la noción habitual, dicotómica y por lo mismo un tanto rígida, que distingue la lucha interna del justicialismo por aquellos años como un enfrentamiento, siempre enconado e incluso muchas veces sangriento, entre una derecha y una izquierda peronista, puede pensarse, en cambio, a este complejo movimiento político, como un campo[2] de fuerzas en el cual sus integrantes disputan de acuerdo a sus respectivas posiciones y de donde se derivarán, por lo tanto, las distintas estrategias proclives a cambiar, o a mantener, sus situaciones particulares dentro de ese campo. Es por eso que en este trabajo se dejan de lado nociones como izquierda peronista o peronismo revolucionario, términos orientados hacia una distinción ideológica y hacia una descripción de estrategias que han dado lugar a no pocas e interminables controversias, y se escoge, en cambio, peronismo combativo, atributo de mayor posibilidad de constatación empírica hasta para sus más acérrimos críticos de izquierda. Además, y esto es lo sustancial, el calificativo combativo hace mención a una praxis político-histórica que constituye un dato primordial a partir del cual se sustenta buena parte de la línea de interpretación sociológica que aquí se sugiere. Dentro de este campo los sujetos se enfrentan con medios y fines diferenciados de acuerdo a la posición que ocupen: sea esta mantener o modificar la estructura del campo.[3] Por lo tanto, se propone un análisis de la historia de las FAP que se centre en la posición que ocupa dentro del justicialismo, y a partir de allí describir cómo establece sus relaciones con los demás sectores y cómo esta situación incide en sus prácticas y representaciones.

Pero las FAP le agregan a la marginalidad propia del peronismo combativo en el campo del justicialismo, a su vez, su particular marginalidad dentro del propio campo del peronismo combativo que se constituye a partir del surgimiento y predominio de los Montoneros. Por tanto, una hipótesis que también puede sugerirse indicaría que buena parte de los prolegómenos que atraviesa las FAP, muchas de sus decisiones tácticas y estratégicas, algunas de sus escisiones y sus fuertes disputas internas, así como también sus percepciones sobre la coyuntura política y sobre el papel que desempeñan Perón y el movimiento en su conjunto, están condicionados por la posición más favorable que ostenta Montoneros dentro del campo particular del peronismo combativo. Lo que aquí se sugiere es que no es aleatorio que si los Montoneros tienden a encolumnarse de forma más bien acrítica, por lo menos públicamente, tras la figura de Perón, y a disponer de la enorme capacidad de movilización, sustentada, fundamentalmente, en el enorme apoyo juvenil universitario y en un intenso trabajo barrial, las FAP, por el contrario y como forma de distinguirse[4], tiendan a plantear diferencias con la conducción del líder histórico, en especial en la década del ’70, luego del retorno al país del General (la “alternativa independiente” que se enfrenta al “movimientismo”) y a desplegar sus esfuerzos en el trabajo fabril y en una reivindicación de la autonomía de la clase obrera.

A continuación se sintetizarán algunos aspectos de la historia de las FAP y, finalmente, a modo de conclusión, se realizarán algunas consideraciones sobre el peronismo combativo, en un intento de comprender el fenómeno a través de nociones sociológicas, en particular bajo la “teoría de los campos” de Pierre Bourdieu.

 

La construcción de los márgenes

Una vez instaurada la autoproclamada Revolución Libertadora, y en particular durante el período que la presidió el Gral. Aramburu, tanto el sector sindical como el político del justicialismo comenzaron a sufrir el peso de la represión y a esbozar un amplio abanico de respuestas a tal situación que no excluía las acciones violentas. A fines de 1955 comienza lo que se conocerá como Resistencia Peronista o, a secas, la Resistencia, cuyas importantes manifestaciones en la vida política argentina de esos años no llegarán a alcanzar, ni siquiera mínimamente, el impacto de su enorme componente simbólico, que alimentará por más de veinte años el imaginario del peronismo combativo. La lucha obrera puesta en marcha en las tomas de fábricas y en la colocación de artesanales explosivos, junto al encarcelamiento, la tortura y el asesinato a mansalva de los que deseaban el regreso de Perón, configuraron el origen, casi mítico, que tomará el peronismo combativo para constituir la narración de su propia existencia y así poder construir su identidad específica.

En esos años difíciles, entre reacomodamientos y persecuciones, los justicialistas recorrerán diferentes caminos y a veces los mismos, pero en sentido inverso. Un joven obrero que coloca “caños” podrá convertirse en la década siguiente en jefe máximo de la Unión Obrera Metalúrgica y proporcionar su apellido para rotular, emblemáticamente, una práctica sindical y, a la vez, un representante de la elite política del justicialismo, un diputado de la Nación, se convertirá, al tiempo, en inspirador de guerrillas al estilo cubano. Pero los pormenores biográficos de algunos conspicuos militantes peronistas no altera que los puntos de partida o de llegada de esos desplazamientos constituían situaciones prefijadas dentro del campo justicialista. De acuerdo al espacio que se ocupa, se entablan distintas relaciones con las otras posiciones y con el exterior del campo. A medida que, durante la década del ’60, se amplía y se expande el poder económico y político de la elite sindical, en especial a partir de la Ley de Asociaciones Profesionales[5] impulsada por el presidente Arturo Frondizi, se irá definiendo su posición central en el campo justicialista y tal situación incidirá, a su vez, en las estrategias posibles de los que no estaban favorecidos por un lugar predominante al interior del campo.

Ya a mediados de esa misma década, se distinguen más claramente los otros dos espacios dentro de la lucha interna. Por un lado, se esbozará el camino de algunos representantes de la elite política que intentan sobrevivir a la proscripción del partido y de Perón ensayando una línea independiente, a la postre de escasos resultados, conocida como neoperonismo. Por el otro, se configura un sector de límites imprecisos donde se encuadran militantes, muchos de ellos de extracción sindical, que no fueron favorecidos por los reposicionamientos y que se distinguen por una fidelidad al líder en el exilio que contrasta con los intentos neoperonistas y vandoristas de construir un “peronismo sin Perón”. Cuanto más desembozados sean los intentos del sindicalismo vandorista por independizarse de los lineamientos de Perón y cuanto más entable negociaciones con los gobiernos de turno, en mayor o menor medida ilegítimos, más los peronistas desplazados hacia los márgenes endurecerán su discurso y sus prácticas políticas, y más aún reconocerán en la figura de Perón a su líder. Los que ocupan el centro del campo cuentan con una cuota de autonomía con respecto a Perón, del cual, contrariamente, debido a su posición desfavorable, los que se ubican en los márgenes del campo no pueden ejercer y ante esa carencia se ven obligados a intensificar su lealtad. A falta de capital económico y político, se ven forzados a acumular capital simbólico.[6]

Este capital consiste, básicamente, en hacer explícita la lealtad al líder, fundamentalmente a través del deseo manifiesto de su regreso; pero también en la construcción de un edificio ideológico, para el cual se tomaba, muchas veces, nociones marxistas ajenas a la doctrina justicialista y, finalmente, en incorporar la propia acción política dentro del legado de la Resistencia y, a la vez, enmarcarla en las luchas de liberación de los países del Tercer Mundo. Sin embargo, los componentes esenciales de este capital simbólico pierden eficacia, o directamente sentido, si los que lo detentan no cuentan con el bien más preciado para los que no ocupan el centro del campo justicialista, para los que se ven desplazados hacia sus márgenes: el aval de Juan Domingo Perón.

Puede pensarse, que esta pérdida de espacios en los ámbitos político y sindical indujeron a los sectores marginados a aunar esfuerzos. Esta necesidad se expresa en la conformación de las FAP, donde jóvenes militantes soñaban, guiados por una estrategia de outsiders (la de aquellos que no siguen las disposiciones que son norma a la estructura del campo), con acercarse, rápidamente, al centro del campo justicialista[7]. Compartían, más que una ideología definida, espacios similares en la estructura del campo y, por lo mismo, una común disposición a prácticas de lucha. Como estos sectores no lograban afirmarse en las estructuras política y sindical del peronismo, se buscaba, por fuera, crear una organización que disputara con las elites que concentraban el poder.

 

Las FAP

Cuando el MRP[8] pierde el aval de Perón, en 1964, el peronismo combativo sufre un fuerte proceso de recomposiciones y desgajamientos. Finalmente, los elementos más radicalizados[9] abandonarán la efímera organización luego del golpe de 1966. Las FAP será la primera sigla[10] que, si bien no aglutinó a todos los elementos que deambulaban por el peronismo combativo, conformó el último agrupamiento importante del peronismo marginal de la década del ’60 y alcanzó la década siguiente como un resabio del peronismo combativo pre montonero.

Las FAP, como quizás ninguna otra fuerza del peronismo combativo, presenta ese carácter esencialmente fragmentario y heterogéneo propio de ese campo de relaciones de fuerza en general. Por la vía armada buscarán salir de la marginación a la que parecían condenadas. Incluso presentarán el segundo intento fallido de guerrilla rural del peronismo de los márgenes.[11] Hombres de acción, en definitiva, cuanto más desfavorable sea su situación dentro del campo del justicialismo, más decidida será su lucha y más revulsivas sus definiciones político ideológicas con respecto al régimen, como también sus críticas a los “traidores de adentro del movimiento”.

Sobre el fin de la década, este peronismo radicalizado parece no poder superar su situación marginal, pero continúa fortaleciendo su capital simbólico, constituido por la propia tradición de lucha que ha forjado. De los fragmentos, construye un espacio de defensa a ultranza de las esencias; con algunos disparos intentan mantener vivo el acervo. Los más herejes son a la vez los defensores a ultranza de la doctrina, que la elite, supuestamente ortodoxa, mancilla con sus claudicaciones y traiciones. En realidad, su disposición a la acción define más su heterodoxia que cualquiera de sus manifestaciones ideológicas. La lealtad a Perón y el culto al coraje y al sacrificio personal, los hace más subversivos que eventuales lecturas, por más heréticas que sean para la doxa justicialista.

Existe una amplia coincidencia en señalar que la coyuntura del año 1968 no era de una gran agitación política y social, más si se la compara con el proceso que se abrirá apenas un año más tarde. Desde principios de aquel año, elementos dispersos del peronismo combativo convergen en un grupo donde se habían alcanzado una serie de “acuerdos mínimos”, es decir que se acordó sobre las prácticas y las creencias que ya los constituía de antemano: identidad peronista y lucha armada. Si un punto de discusión habitual en las organizaciones armadas giraba en torno a las ventajas y a las desventajas de la guerrilla urbana y de la guerrilla rural, las FAP resolvieron pragmáticamente la cuestión optando por las dos formas de lucha. Sin embargo, quizás advirtiendo cierta apatía en la zona urbana, optaron por lanzarse oficialmente a través de la conformación de un destacamento guerrillero en la provincia de Tucumán. Al monte se dirigieron casi todos los jefes más conocidos.

Lo que se conoce como “la guerrilla de Taco Ralo”, hecho fundacional de la organización, en los hechos, no llega a constituirse como tal. Cuando los integrantes del grupo apenas se encontraban en una situación de reconocimiento del terreno y de adaptación a la vida en el monte, fueron sorprendidos, desarmados, por las fuerzas de seguridad que, en principio, creían haber desbaratado una banda de contrabandistas. Apenas subsanado el error y reconociendo a los sujetos como peronistas, comenzaron a dispensarle el maltrato previsto para los militantes políticos.[12]

Dos meses después de la detención, los integrantes del Destacamento “17 de octubre” se presentaban oficialmente, relataban los hechos y explicitaban sus intenciones políticas. En el punto 1) del documento señalaban:

“Pertenecemos a la nueva generación peronista nacida a la lucha en medio del estruendo de las bombas asesinas del 16 de junio de 1955 en Plaza de Mayo y los fusilamientos del 9 de junio del general Valle y sus valientes compañeros”.

Más adelante, los presos detallaban lo sucedido:

“Ante este estado de cosas y convencidos de la necesidad de lograr la Independencia Económica, la soberanía Política y la Justicia Social en nuestra patria, así como la imposibilidad de hacerlo por otro medio que no fuera la LUCHA ARMADA, grupos de jóvenes peronistas decidimos constituirnos FUERZAS ARMADAS PERONISTAS (F. A. P.) y al igual que nuestras montoneras gauchas y los Descamisados que hicieron posible el 17 de octubre de 1945, iniciar la guerra revolucionaria como forma de señalarle al Pueblo el auténtico camino a su propia LIBERACIÓN, porque como lo dijera nuestro CONDUCTOR: “AL PUEBLO SÓLO LO SALVARÁ EL PUEBLO”, y como forma de disputarle al régimen el poder político en el único lenguaje que él entiende: el de la fuerza, cumpliendo así con el precepto constitucional de “armarse en defensa de la Patria”.

Para ello, este Destacamento Guerrillero “17 de octubre” se ubicó en el campamento “EL PLUMERILLO” en la localidad de Taco Ralo, Tucumán, con la finalidad de lograr la adaptación, comprensión y capacitación de sus integrantes, para trasladarlos luego a zonas más propicias para este tipo de lucha y recién allí, iniciar la guerra.

Lamentablemente, por una falla en las medidas de seguridad, al regresar de una marcha iniciada a las 4 horas del 19 de septiembre, siendo aproximadamente las 5.30 horas, y encontrándonos completamente desarmados, fuimos sorprendidos y apresados sin poder oponer la más mínima resistencia por una fuerza de cien hombres al mando del Jefe de Investigaciones de la Policía de Tucumán que creía encontrarse en presencia de un GRUPO DE CONTRABANDISTAS. ESTA ES LA VERDAD DE NUESTRA DETENCIÓN. No hubo infiltrados ni delatores, ni “suspicaces vecinos”, ni “pacientes pesquisas” o “hábiles investigaciones”, sino la casualidad más fortuita provocada por la presencia de un avión sospechoso en la zona, días antes”.

El documento concluía declarando los objetivos últimos de la organización:

“Pero en el monte, en la calle o en la prisión, nuestro espíritu y fortaleza sigue en pie, y se multiplica en cada descamisado, en cada “grasita”, en cada trabajador, que se apresta a liberar la GUERRA TOTAL por el RETORNO DE PERÓN AL PODER y el establecimiento definitivo de una NUEVA ARGENTINA JUSTA, LIBRE Y SOBERANA”.[13]

Una vez abortada la experiencia rural y mientras se superaban los esfuerzos de reestructuración originados por la detención de los principales militantes, los integrantes de las FAP que debían desarrollar la lucha urbana emitían un documento donde ratificaban el deseo de retorno de Perón, pero se ocupaban de aclarar que “más allá de la formal apariencia, el pueblo no pide el retorno de un hombre, sino de lo que él encarna, o sea, la participación en la conducción del país”.[14]

Ya en los inicios de la organización se advierte una diferencia sobre el papel de Perón, de “lo que significa”, controversia que ha dividido aguas en todo el peronismo combativo. Los “urbanos” parecían como más “independientes” o “alternativistas” de Perón, mientras que los detenidos de Taco Ralo se insinuaban como más “movimientistas”. Desde sus primeros dos documentos, entonces, ya se perfila una discusión que enfrentará a los integrantes de la organización y que restará las posibilidades de construir una fuerza homogénea.

En medio de estas definiciones políticas, los integrantes de las FAP comienzan a desarrollar su actividad en la ciudad con un ataque a dos destacamentos policiales en la localidad de Tortuguitas, provincia de Buenos Aires. La fecha elegida era definitoria: 17 de octubre, a más de un año de los hechos de Taco Ralo.

A principios del año ’70, las FAP llevarán otro ataque a un puesto policial y a partir de allí desplegará un accionar de colocación de explosivos, pertrechamiento y propaganda armada en general, que, si bien puede considerarse escaso si se lo compara con las acciones que poco tiempo después desarrollarán las organizaciones armadas peronistas y no peronistas, las convertirán, para esos días, en la organización más importante. Sin embargo, en pocos meses más, las FAP perderán ese lugar predominante dentro del campo del peronismo combativo con una singular rapidez. Y lo perderán a manos de otros, en principio, más marginados, más jóvenes, aunque menos peronistas.

Pues serán los más marginales entre los marginales, los que aparecen con menos atributos consagratorios, los que ni siquiera cuentan con historia propia en los márgenes, de los que cuesta creer, verdaderamente, que sean defensores de la doxa, los que desplazarán a las FAP de la posición predominante que apenas empezaban a experimentar. Y serán ellos, para sorpresa de muchos observadores, los que escribirán la página más emblemática de la historia del peronismo combativo. Y serán ellos, porque todavía ni siquiera ostentan, por mínima que sea, una humilde posición en el campo. Serán ellos los que, con la audacia del outsider, vendrán por todo y se quedarán con el centro de ese pequeño campo que es el peronismo combativo, que se encuentra inmerso, a su vez, en uno más grande y más codiciado. Y desplazarán a los márgenes de ese mismo campo más pequeño a los que contaban con más trayectoria y que ahora deben contemplar, atónitos, como caen ellos mismos, finalmente, en los márgenes de los márgenes, para pasar a ser ellos los más marginados entre los marginales. Los más jóvenes entre los jóvenes peronistas, aunque más herejes que peronistas, serán los que den el golpe más audaz, provistos sólo de su propia temeridad y de un nombre portentoso, seguros de alcanzar el centro del campo, objetivo al cual realmente aspiran.[15]

Aquí se sugiere que la crisis de estancamiento de las FAP, cuestión reconocida por los mismos protagonistas en esos años, obedeció a la irrupción en el campo del peronismo combativo de la organización Montoneros, a través del secuestro y muerte del Gral. Aramburu, que desplazó a una posición marginal a las FAP, provocando al interior de éstas un fuerte conflicto que se expresó en la falta de organicidad, en fracturas, en diferencias políticas y en un mayor aislamiento de la política nacional.

Mientras estas cuestiones comenzaban a afectar el desarrollo de las FAP, desafiando el cerco que en su derredor habían construido los efectivos de seguridad, al mes de haber dado cuenta de Aramburu, los Montoneros se lanzaron a otra audaz operación poniendo casi todas sus modestas fuerzas en juego. La toma del pueblo cordobés La Calera no fue del todo exitosa y permitió que, a través de las detenciones producidas, las fuerzas del orden desarticularan la organización. El reclutamiento de nuevos combatientes cubría apenas las pérdidas. Si cuando secuestraron a Aramburu eran menos de veinte hombres y mujeres armados, para fines de 1970 no llegaban a treinta.[16]

Sin embargo, habían conseguido en cuestión de meses un prestigio y un conocimiento público mayor aún que el que habían obtenido otras organizaciones peronistas, incluso las FAP. Contaban con un capital que superaba su carácter de joven organización amenazada por un seguro aniquilamiento. Cuando fueron conocidos los nombres de sus fundadores y se advirtió que eran totalmente ajenos a la "tradición" peronista, esto lejos de quitarles legitimidad, promovió un reconocimiento inmediato en amplios sectores que tampoco se hallaban cercanos al justicialismo. Así como también, su adopción de la identidad peronista les permitió despertar expresiones de solidaridad y simpatía que no sólo garantizaron su subsistencia sino que también ampliaron su margen de influencia.[17] Gracias a esta tensión identitaria capitalizaron un apoyo crucial que se haría evidente durante los próximos dos años.

Esta situación afectaría enormemente a las FAP. Del espacio de donde ellas debían obtener tanto el capital social como el simbólico, surgía una organización que reunía similares condiciones, pero también características particulares que la hacían más atractiva. Las organizaciones armadas en general, y las peronistas en particular, se reconocían como organizaciones hermanas, pero no es menos cierto que competían por los mismos espacios y por la adhesión de aquellos que compartían esquemas de percepción similares y que, por lo tanto, estaban en condiciones de desarrollar un habitus particular, constitutivo a su vez de ese campo. Es decir que dentro del campo del peronismo combativo se puede reconocer, como en todo campo, una lucha.

Esta situación, junto al propio desarrollo del proceso político institucional que se dirigía hacia una “salida democrática”, que de por sí afectaba la estrategia de todas las organizaciones, peronistas o no, planteaba un cuestionamiento serio a la posición de las FAP “hacia fuera” y, por supuesto, afectaba sus relaciones “hacia dentro”. A principios de 1971 se produce la primera ruptura y, a pesar de los intentos de “homogeneizar”[18] la política de la organización por parte de los “alternativistas,” a través de una orientación clasista y antiburocrática, la organización no logra constituir un orden interno claro que se traduzca en un discurso unitario. Las FAP parecían no poder superar su etapa fundacional de fines de la década del ’60 y continuaban, más que nada, por la inercia de la voluntad de ser sujetos armados dispuestos a la lucha. Estaban más cerca de emular a los comandos resistentes de los cincuenta, que de constituirse en una guerrilla urbana propia de la década del ’70.

Vale la pena citar, a modo de síntesis de esta situación general que afecta a las FAP, un fragmento del trabajo sobre la organización escrito por Eduardo Pérez.

“En este momento, entonces, podemos contar tres grupos que reivindican la Alternativa Independiente, dos de los cuales mantienen la sigla FAP. Ellos son: FAP Comando Nacional, cuyo referente es el Negro Raimundo Villaflor; las FAP Regional Buenos Aires, con Amanda Peralta como figura más conocida, y el “sector”, o sea los “iluminados”, -que no se denominan FAP- cuyo referente, aún preso y sin haber intervenido en el último año en la política interna más que por medio de sus compañeros, es Jorge “El Turco” Cafatti.

Va a ser difícil para las FAP Regional Buenos Aires –o FAP Capital, como también se las conoce, frente a las FAP Nacional- desarrollar su nueva propuesta que sigue reivindicando a la Alternativa Independiente, pero que, forzando su fundamentación, impulsa inserción del activismo de base en las estructuras del movimiento, diluye el enfrentamiento antiburocrático en pro de la unidad, y señala como correcta la participación en el proceso eleccionario de Montoneros y FAR, cuestionándoles solamente “no poseer simultáneamente (con la participación en el frente) una política clara para priorizar la hegemonía de la Clase Obrera”. Intentar ocupar un espacio que ya está ocupado –y con creces- por los sectores combativos los va a llevar a sucesivas crisis.

En abril de 1973 se hace una reunión ampliada (la dirección más los responsables de los frentes) en donde algunos compañeros plantean la disolución de la organización en vista del estado crítico en que se encuentran. No cuajará dicha propuesta, y hay, en cambio, un reforzamiento de la tarea gremial que había sido jerarquizada en la reestructuración de diciembre, pero que no había obtenido avances considerables.

Cuando en mayo del ’73 salen amnistiados los presos de Taco Ralo, Cacho, Néstor[19] y otros compañeros se integran al grupo de Amanda. Se rehace la dirección, a la cual se integran Cacho, Néstor y un compañero de la zona Sur, Miguel, y sale Amanda. En agosto, en un acto en la Federación de Box, Cacho lanza la FAP 17 de Octubre, como organización de superficie, pero hacia el interior las posiciones son muy heterogéneas, desde quienes pretendían reflotar la organización armada, (fundamentalmente son compañeros de reciente militancia, y algunos casos especiales como el de Carlos Caride) hasta quienes planteaban que había que desarrollar otro tipo de política, y abrirse de la propuesta de lucha armada y más aún, de las organizaciones y siglas que se arrastraban de la época anterior. Deciden entonces intensificar el trabajo de base, fundamentalmente en barrios.

Es un espacio ocupado por la tendencia, y con poco respaldo organizativo la tarea se hace cada vez más difícil, sobre todo por el creciente avance de la represión. A principios de 1974 Amanda queda clandestina, y paralelamente el grupo se va reduciendo, en parte por deserciones (compañeros que dejan la militancia) y en mayor medida porque se van pasando a Montoneros, y algunos al ERP. La gran mayoría de ellos muere pronto.

Hacia mediados de 1974 el grupo está extinguido”.[20]

En este fragmento se sintetiza dos aspectos esenciales de la historia de las FAP: su compleja vida interna y los problemas que afrontaba en su relación con el resto del peronismo combativo y que pueden leerse, a su vez, como parte de la explicación del primer aspecto. Perez señala los objetivos y el fracaso, de antemano, que éstos encierran: “Intentar ocupar un espacio que ya está ocupado-y con creces-...” o “En un espacio ocupado por la tendencia...”. En términos cronológicos, las FAP ocupaban, dentro del campo justicialista, la posición correspondiente a los peronistas combativos antes que los Montoneros, pero en realidad, es tan rápido su desplazamiento por parte de estos últimos que no pudieron llegar a establecerse. Además, esa posición marginal dentro del campo es enriquecida posteriormente de tal forma que parece ser creada por los propios montoneros. A partir de ellos, el peronismo combativo pasaba a ocupar un lugar de relevancia no conocido hasta entonces. Si los Montoneros eran los más marginales de los marginales, poco después, ejecución de Aramburu mediante, invierten la posición y dejan a los integrantes de las FAP como a los más marginales, es decir, los dejan marginados.

Hasta mayo de 1973, las FAP Comando Nacional se muestra como el grupo más activo, al menos en lo que hace a la praxis armada. A su vez, durante lo que reste de ese año, y en especial en el ’74, intentará desarrollar una mayor inserción en la clase trabajadora, a través del Peronismo de Base. Conjuntamente a esta estrategia, despliegan una política de crítica dura al gobierno justicialista. Estos dos elementos distinguen a las FAP de la política montonera en relación al centro del campo justicialista, ya que ésta última se caracterizaba por un fuerte apoyo al gobierno y por una muy escasa presencia en las fábricas. En términos generales, cuanto más juvenil y universitario sea el componente social de los Montoneros, más “de base” aparecerá el de las FAP Comando Nacional; cuanto más acrítico sea el apoyo que los Montoneros den a Perón, más dura será, en cambio, la crítica de este sector de las FAP. Sólo de esa forma podría justificarse una posición en el campo del justicialismo que no se distinguía, en principio, de manera cabal, de la de los Montoneros. Sólo de esa forma podrían distinguirse los marginados del campo del peronismo combativo de aquellos que ocupaban el centro del mismo.

Pero además, esta situación marginal, en los mismos márgenes, ponía a las FAP muy lejos de algún contacto con Perón, la figura que otorga el aval a la acción que se desarrolla: único capital con el que puede contar el peronista combativo, además de su audacia y decisión. Los Montoneros lo tuvieron poco más de dos años, las FAP sólo una vez. Perón respondió a una carta de las FAP, en febrero de 1970, meses antes que unos jóvenes llevaran a cabo la venganza más deseada por los peronistas, a los cuales les daría, también por carta, su aval, exactamente un año más tarde.

Perón les dejó este mensaje a las FAP, que tuvo, a la postre, algo de premonitorio sobre la pérdida de espacio en la lucha dentro del peronismo combativo a manos de los Montoneros:

“La lucha tiene esas características: los vencedores a menudo se sustentan sobre la sangre generosa de los que cayeron o de las penurias que pasaron sus precursores”.

Las FAP, como precursores, quedaron en un segundo plano que tuvo todas las desventajas del caso, pero que no las hizo pasar desapercibidas a sus enemigos. Sufrieron la represión del mismo modo que el resto de las organizaciones peronistas y no peronistas. En aquella carta Perón les reconocía:

“En este qué hacer no puede haber esfuerzo despreciable y todo cuanto han realizado forma parte del cuadro de honor del verdadero Peronista que, por su naturaleza, no puede ser declamatorio sino objetivo y combativo en alto grado”.[21]

 

Conclusiones

Desde los márgenes del peronismo se desarrollaba una práctica y una serie de representaciones que no coincidían con el habitus de los ya establecidos. Las definiciones ideológicas y las acciones combativas impugnaban tanto el discurso como las acciones de los ubicados en el centro del campo. Para el peronismo combativo de las dos décadas, los políticos “negociaban”, los sindicalistas eran “traidores”, por lo tanto eran ellos los que bastardeaban lo que para los primeros era la ortodoxia: los orígenes del peronismo que tenían su inicio en el “17 de octubre” con el pueblo en las calles, pero su gran bautismo sacrificial en “la Resistencia”. Los heterodoxos, en definitiva, son los que querían restaurar la doxa. Para los peronistas de los márgenes esta es la esencia revolucionaria del movimiento que se debía recuperar y defender. Es su situación en el campo la que constituye su programa ideológico y político. Para el caso de las FAP, esta situación se cruzaba con su propia posición dentro del campo más pequeño del peronismo combativo.

Las luchas simbólicas por las representaciones, expresadas en definiciones ideológicas fuertes y llamados a la acción combativos, eran luchas por lo real de las posiciones. Como buena parte del capital simbólico del peronismo combativo lo configuraba el aval de Perón, sus predisposiciones estratégicas, por lo tanto, no podían superar su figura, su autoridad, su palabra, lo que de por sí, imponía un límite claro a las posibilidades de desarrollo político e ideológico de las organizaciones que lo constituían. La lealtad a Perón y el deseo de su regreso, configuraban una disposición que recibía, a cambio, la posibilidad del aval. Las FAP, en todas sus vertientes, afrontaba la compleja situación de no poder establecer una relación de este tipo con Perón ya que, para bien y para mal, ese lugar lo habían ganado los Montoneros. Por lo tanto, sea una fracción más cercana o más lejana a la figura de Perón, para la realidad de las FAP, esa posición sólo podía ser declamatoria, tanto unas como otras fracasaban a la hora de establecer un contacto real con el líder. Fue así que su estrategia se fue perfilando de tal forma que las llevará a distinguirse, dejando poco a poco de reconocer a Perón como el conductor inobjetable y desarrollando una política “alternativista”, que se complementaba con un discurso clasista, de base, que los Montoneros no habían enarbolado. Esta estrategia de distinción, encarnada fundamentalmente por las FAP Comando Nacional, no alcanzó para superar las diferencias que su puesta en marcha podía provocar. De allí la fragmentación y la inorganicidad. Estos factores, derivados de su situación en el campo, influyeron en el estancamiento de la organización armada pionera del peronismo combativo de la década del ’70.

Lo que se conoce como peronismo combativo ha debido sortear, trabajosamente, durante dos décadas, los condicionamientos que se le imponían por ser un protagonista que se situaba en los márgenes del peronismo. Ser fiel a las prácticas armadas y a las representaciones insurreccionales que lo constituía, por un lado lo posicionaba de forma marginal al interior del campo, pero a la vez, tal situación, lo disponía a reafirmar tales prácticas y representaciones. Esta conjunción de disposiciones y situaciones, lo exponía a la posibilidad de perder su pertenencia, de acuerdo a las normas estipuladas por los dominantes del campo, sean estos la elite sindical, la elite política o el propio Perón. A esta situación las FAP le agregaban su posición desfavorable dentro del propio campo del peronismo combativo. Ser los más marginados entre los marginales no los hacía más revolucionarios, o más de izquierda, o más combativos, o, si se quiere más peronistas, los hacía des posicionados, en el sentido de que su ubicación dentro del campo no era posible. Ninguna de sus vertientes podía lograrlo y la existencia de éstas demuestra esa desesperada búsqueda de un espacio.

 

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Fueron utilizados también, las siguientes publicaciones: Diarios “Clarín” y “Crónica”. Revistas “Todo es historia”, “Gente” y “El porteño”. Otras publicaciones: “Noticias”, “El Descamisado", “En Lucha” y “Compañero”.

 

 

 

RESUMEN

 

“Las penurias de los precursores”. Un análisis sobre la experiencia de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas)

 

Dentro del campo de lo que se conoce como peronismo combativo, interesa distinguir la experiencia de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). El objetivo de este estudio es analizar las circunstancias y pormenores que definieron la relación de esta organización armada con el conjunto del peronismo combativo, con el resto del movimiento justicialista, y con Perón, en el marco de la particular coyuntura política de la Argentina de fines de la década del ‘60 y principios de la del ´70. La hipótesis principal que aquí se plantea, sugiere que buena parte de los prolegómenos que atraviesan las FAP, muchas de sus decisiones tácticas y estratégicas, algunas de sus escisiones y sus fuertes disputas internas, como así también sus percepciones sobre la coyuntura política y sobre el papel que desempeñan Perón y el movimiento en su conjunto, están condicionados por la posición más favorable que ostentan los Montoneros dentro del campo particular del peronismo combativo.

 

Palabras clave: FAP- Justicialismo - Perón - Organizaciones armadas

 

 

ABSTRACT

 

“The Penuries of the Precursors”. A study of FAP (Fuerzas Armadas Peronistas) experience

 

Inside the field known as combative peronismo, we will study the experience of FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). The objective of this work is analyze the circumstances and details that defined the relationship between this armed organization and the whole group of combative peronismo, between FAP and the rest of The Justicialista Movement and between FAP and Perón; taking into consideration the peculiar political juncture in Argentina at the end of ’60s and the beginning of ‘70s. The main hypothesis presented in this work, suggests that a good part of the prolegomenon experienced by FAP; many of its tactic and strategic decisions; some of its scissions and its hard internal disputes; as well as its perceptions about political juncture and about the role played by Perón and the whole Justicialista Movement; were conditioned by the better position that Montoneros hold inside the particular filed known as combative peronismo.

 

Key words: FAP- Justicialismo - Perón – Armed Organizations

 

Notas



(*) Licenciado en Sociología. Facultad de Ciencias Sociales. UBA. E-mail: hordiv@tutopia.com

[1] Puede pensarse que más apropiado sería referirse a la agrupación como FAP-PB (Fuerzas Armadas Peronistas- Peronismo de Base). Aquí se prefiere mantener el nombre original y por el cual sus militantes fueron más conocidos, sin desconocer la complejidad que emana de la relación entre FAP y PB al constituir dos organizaciones diferentes y, a la vez, un mismo espacio político dentro del peronismo combativo. En definitiva, las dificultades que ya implica la utilización del rótulo correcto se corresponden con una compleja vida interna aún más difícil de analizar.

[2] Aquí se utiliza el concepto de campo de acuerdo a la descripción que hace de él Bourdieu: “Los campos se presentan para la aprehensión sincrónica como espacios estructurados de posiciones (o de puestos) cuyas propiedades dependen de su posición en dichos espacios y pueden analizarse en forma independiente de las características de los ocupantes (en parte determinados por ellas)”. El sociólogo francés agrega que: ”...sabemos que en cualquier campo encontraremos una lucha, cuyas formas específicas habrá que buscar cada vez, entre el recién llegado que trata de romper los cerrojos del derecho de entrada, y el dominante que trata de defender su monopolio y de excluir a la competencia”. Ver “Algunas propiedades de los campos”, Bourdieu, Pierre. Cuestiones de Sociología. Istmo. Madrid. 2000. pp. 112 y 113.

[3] Bourdieu, Pierre. Razones prácticas, Anagrama. Barcelona. 1998.

[4] Distinción en el sentido que le da Bourdieu, el de producir una diferencia. Dentro del campo se produce un movimiento constante. “El principio de su cambio es la lucha por el monopolio de la imposición de la última diferencia legítima,...” Como se verá más adelante, las FAP precisaban producir una diferencia ya que ocupaban, prácticamente, la misma posición que los Montoneros dentro del campo del justicialismo. De ahí la necesidad de distinguirse, como forma de legitimación de su existencia dentro de dicho campo. Bourdieu, Pierre. Cuestiones de sociología Istmo. Madrid. 2000.

[5] Ley 14455. Aprobada en 1958, esta ley favoreció aún más la centralización del poder político al interior de los sindicatos y promovió su enorme poder económico. Para mayor detalle, ver James, Daniel.Resistencia e integración. Sudamericana. Buenos Aires. 1999.

[6] Esto no quiere decir que los sectores que contaban con un importante capital político y económico no precisaran también del capital simbólico. Los grandes sindicatos supieron aprovechar la “camiseta peronista” y el nombre de Perón, pero los sectores marginados precisaban todavía más de ese capital ya que constituía su única fuente de posible legitimación. Bourdieu define al capital simbólico como “...un crédito, es el poder impartido a aquellos que obtuvieron suficiente reconocimiento para estar en condiciones de imponer el reconocimiento; así el poder de constitución, poder de hacer un nuevo grupo, por la movilización, o de hacerlo existir por procuración, hablando por él, en tanto que mensajero autorizado, no puede ser obtenido sino al término de un largo proceso de institucionalización, al término del cual es instituido un mandatario que recibe del grupo el poder de hacer el grupo”. Bourdieu, Pierre. Cosas dichas. Gedisa. Buenos Aries. 1988, p. 140.

[7] Dice Bourdieu: “..., la labor simbólica de constitución o consagración que es necesaria para crear un grupo unido (imposición de nombres, de siglas, de signos de adhesión, manifestaciones públicas, etc.) tiene tantas más posibilidades de alcanzar el éxito cuanto que los agentes sociales sobre los que se ejerce estén más propensos, debido a su proximidad en el espacio de posiciones sociales y también de las disposiciones y de los intereses asociados a estas posiciones, a reconocerse mutuamente y a reconocerse en un mismo proyecto (político u otro)” Bourdieu, Pierre. op. cit, p. 49.

[8] Movimiento Revolucionario Peronista.

[9] Uno de los más destacados dirigentes del MRP, Gustavo Rearte, dirigirá, desde fines de la década del ’60, hasta su muerte en julio de 1973, una pequeña organización político-militar, el MR17 (Movimiento Revolucionario 17 de octubre).

[10] En la escasa historiografía de las organizaciones armadas, como en el análisis político de su historia, llevado a cabo por especialistas o por legos, tiende a perderse de vista, por la naturalización que implica el uso corriente, el significado real de ciertas siglas que prevalecieron en aquel tiempo. Más allá de la pretensión de conformar Ejércitos o Fuerzas Armadas por parte de los sujetos armados, como fin último de la constitución de los grupos, lo cierto es que fueron derrotados mucho antes de estar cerca de alcanzar ese objetivo. La sigla impone un sentido que no se ajusta a la realidad material de lo vivido y experimentado por los hombres y mujeres que integraron las organizaciones. Si esta afirmación resulta válida como punto de partida necesario para el análisis de las organizaciones armadas en general, despojada de prenociones que cosifican el objeto de estudio como un dato empírico ya dado, donde no se reflexiona sobre sus procesos constitutivos, eminentemente histórico sociales, tiene, entonces, especial importancia para el caso de las FAP. Tanto por las características internas particulares que no propiciaban la unidad, al punto de sufrir más de un desgajamiento, como por su modesta fuerza militar comparada con otras organizaciones, a las cuales, por otra parte, tampoco se les debería imputar una exagerada capacidad de fuego, en los hechos, tales situaciones determinaron un escaso accionar armado de la organización en cuestión. No son muchos los hechos armados de relevancia particular protagonizados por las FAP. La imposición de nombres, válidos para los protagonistas, no debe obturar el análisis profundo de lo que se quiere estudiar, a menos que se adscriba a cierta enaltecedora solemnidad o al discurso justificatorio de sus aniquiladores, que siempre exageraron el poder militar de la guerrilla para legitimar su acción represiva, la cual no les implicaba riesgos mayores a sus artífices, que contaron siempre con un poder material real, con el número de efectivos más que suficientes y con la acción legitimadora de todos los recursos estatales y de la mayoría de los medios de prensa. Por lo tanto, señalar que las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) no eran precisamente unas fuerzas armadas, no es abrir un juicio de valor desmerecedor del objeto de estudio, sino establecer que el real punto de partida no es la unidad inmediata del dato sino la multiplicidad de configuraciones que lo determinan. Definir la distancia entre el sentido de la sigla y la realidad del grupo es un paso necesario para comprender de manera cabal aspectos de su historia.

[11] A fines de la década del ’50, organizada por John William Cooke, había aparecido una efímera experiencia guerrillera, conocida como Uturuncos, en la provincia de Tucumán. En el ’68, en la misma provincia, fracasará el proyecto, igual de efímero, de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). Con respecto a Uturuncos, Roberto Baschetti señala cómo era la relación de esta expresión del peronismo de los márgenes con la elite política del partido:

“El Movimiento Peronista en su conjunto apoya la acción, más con palabras que con hechos. Pero la verdadera batalla se libra en la conducción del Partido Justicialista. Los políticos de siempre usan el hecho como chantaje político al gobierno, para conseguir un espacio legal para el Partido Justicialista. Cuando sectores revolucionarios del peronismo quisieron ligar la acción guerrillera a objetivos políticos y a la lucha general de la clase obrera, la pequeña ayuda recibida fue cortada de plano. La dirección peronista derrotó al grupo de Cooke y “Uturuncos” queda abandonado a su suerte. Luego de la acción armada el PJ considera a los guerrilleros peronistas como representantes de “ideologías extrañas a la tradición cristiana de nuestro movimiento””. Baschetti, Roberto. Documentos de la Resistencia Peronista. 1955-1970. Puntosur. Buenos Aires. 1988. p. 26.

[12] El mismo día que fueron capturados los incipientes guerrilleros, moría en Buenos Aires John William Cooke, la figura más importante del peronismo combativo.

[13] Rev. Cristianismo y Revolución, Noviembre de 1968, N° 11. Todas las mayúsculas pertenecen al original.

[14] Duhalde, Eduardo y Pérez, Eduardo. De Taco Ralo a la Alternativa Independiente. De la Campana. La Plata. 2001, p. 119.

[15] Podría arguirse, que el objetivo final de la organización Montoneros es la construcción de la “patria socialista”, y no meramente el triunfo en la interna de un movimiento político. Sin embargo, es la propia estrategia montonera, la que se define, en especial a partir de 1973, por dar el combate al interior del campo justicialista, como un paso necesario para acumular el capital político suficiente para encarar su tarea última.

[16] Gillespie, Richard: Soldados de Perón. Grijalbo. Buenos Aires. 1987, p. 130.

[17] Ibidem.. pp. 128 y 129. El autor inglés señala el apoyo decisivo que recibieron, por ejemplo, los Montoneros de parte de las FAP en el peor momento de la persecución oficial sobre la organización. A la vez, como contraste, militantes de la Acción Católica asistieron al funeral de Fernando Abal Medina, jefe de la organización, y Gustavo Ramus, muertos a tiros por la policía.

[18] El intento de constituir una organización unitaria se tradujo en un plan de la Dirección Nacional llamado “Proceso de Homogeneización Política Compulsiva”. En síntesis, el documento rescataba la experiencia de las luchas obreras, lo que le da a la organización cierto componente clasista, aspecto que los distingue aún más de los Montoneros.

[19] Envar El Kadri y Néstro Verdinelli.

[20] Duhalde, Eduardo y Pérez, Eduardo. op. cit., pp. 82 y 83.

[21] Ibidem. p. 143