“Las penurias de los precursores”. Un análisis sobre
la experiencia de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas)
Horacio Divito(*)
Uno de los factores que ha tenido no poca injerencia en la reconocida
inestabilidad política argentina ha sido la proscripción del justicialismo y,
en particular, la de su líder y creador. Buena parte de las acciones, u
omisiones, llevadas a cabo a lo largo de la sucesión de dictaduras militares y
gobiernos seudo-democráticos han encontrado su orientación con referencia a la
singular situación de esta fuerza política mayoritaria. La impugnación del
peronismo en la vida política argentina ha configurado efectos contradictorios
en la propia fuerza y ha contribuido al surgimiento de expresiones peculiares
dentro de un movimiento caracterizado por una superposición de corrientes
internas que difuminan una identidad única. En particular, durante la década
del ’60, la proscripción del justicialismo no sólo no impidió, sino que en
cierta medida colaboró, en el afianzamiento de una elite sindical de enorme
poder económico e incipiente capacidad de construir política y en el
surgimiento de un grupo no muy numeroso de dirigentes políticos dispuestos a
ocupar, de manera autónoma, un espacio dentro del campo de la política
argentina. Estas dos elites burocráticas coincidían en sus deseos de
supervivencia, en un mapa político signado por la exclusión de la fuerza a la
cual adherían.
Por fuera de estos dos espacios del justicialismo
surgía un tercero, inorgánico y bastante difuso, conformado por dirigentes de
variado origen: algunos eran jóvenes gremialistas, otros eran militares,
oficiales y suboficiales, en su mayoría pasados a retiro, activistas barriales
y elementos en general de procedencia mas bien incierta. Marginados del poder
político y sindical, coincidían en una férrea identidad peronista, cuya
principal manifestación era la lealtad al líder exiliado y el deseo de su
inmediato retorno. Su inestable presencia en el ámbito interno del
justicialismo y su más que modesta injerencia en la política nacional, los
disponía a una peculiar radicalización de su discurso y de sus acciones. Este
tercer grupo será conocido como izquierda peronista o, indistintamente, como
peronismo revolucionario o peronismo combativo.
Dentro de este ámbito, y a los fines de este trabajo, interesa en
particular, distinguir la experiencia del grupo conocido como FAP[1].
El objetivo de este estudio es analizar las circunstancias y pormenores que
definieron la relación de las FAP con el conjunto del peronismo combativo, con
el resto del movimiento justicialista, y con Perón.
La mirada que orienta el estudio sobre las FAP, las ubica dentro de las
características generales que comparte con el peronismo combativo y sugiere que
este espacio dentro del justicialismo, tanto en la década del ’60 como en la
del ’70, es residual de los estamentos burocráticos, políticos y sindicales, y
marginal a las orientaciones políticas principales llevadas a cabo por el
justicialismo en su conjunto. Sin embargo, en virtud de esta característica, aparece
como la expresión ideológica más fuerte del movimiento y, en lo político
instrumental, más leal al jefe en el exilio. Esta situación paradojal, para la
coyuntura de mediados de la década del ’60, se explicaría por las propias
acciones, tendientes hacia un cierto grado de autonomía, llevadas a cabo por
parte de la elite sindical por un lado y la elite política por el otro. Estas
disposiciones contribuyeron, inintencionalmente, al surgimiento, si bien
marginal pero de fuerte impronta ideológica, de grupos que entrelazaron su
radicalización con las aristas más combativas del discurso político del jefe
del movimiento.
Más allá de la noción habitual, dicotómica y por lo mismo un tanto
rígida, que distingue la lucha interna del justicialismo por aquellos años como
un enfrentamiento, siempre enconado e incluso muchas veces sangriento, entre
una derecha y una izquierda peronista, puede pensarse, en cambio, a este
complejo movimiento político, como un campo[2]
de fuerzas en el cual sus integrantes disputan de acuerdo a sus respectivas
posiciones y de donde se derivarán, por lo tanto, las distintas estrategias
proclives a cambiar, o a mantener, sus situaciones particulares dentro de ese
campo. Es por eso que en este trabajo se dejan de lado nociones como izquierda peronista o peronismo revolucionario, términos
orientados hacia una distinción ideológica y hacia una descripción de
estrategias que han dado lugar a no pocas e interminables controversias, y se
escoge, en cambio, peronismo combativo,
atributo de mayor posibilidad de constatación empírica hasta para sus más
acérrimos críticos de izquierda. Además, y esto es lo sustancial, el
calificativo combativo hace mención a
una praxis político-histórica que constituye un dato primordial a partir del
cual se sustenta buena parte de la línea de interpretación sociológica que aquí
se sugiere. Dentro de este campo los sujetos se enfrentan con medios y fines
diferenciados de acuerdo a la posición que ocupen: sea esta mantener o
modificar la estructura del campo.[3]
Por lo tanto, se propone un análisis de la historia de las FAP que se centre en
la posición que ocupa dentro del justicialismo, y a partir de allí describir
cómo establece sus relaciones con los demás sectores y cómo esta situación
incide en sus prácticas y representaciones.
Pero las FAP le agregan a la marginalidad propia del peronismo combativo
en el campo del justicialismo, a su vez, su particular marginalidad dentro del
propio campo del peronismo combativo que se constituye a partir del surgimiento
y predominio de los Montoneros. Por tanto, una hipótesis que también puede
sugerirse indicaría que buena parte de los prolegómenos que atraviesa las FAP,
muchas de sus decisiones tácticas y estratégicas, algunas de sus escisiones y
sus fuertes disputas internas, así como también sus percepciones sobre la
coyuntura política y sobre el papel que desempeñan Perón y el movimiento en su
conjunto, están condicionados por la posición más favorable que ostenta
Montoneros dentro del campo particular del peronismo combativo. Lo que aquí se
sugiere es que no es aleatorio que si los Montoneros tienden a encolumnarse de
forma más bien acrítica, por lo menos públicamente, tras la figura de Perón, y
a disponer de la enorme capacidad de movilización, sustentada,
fundamentalmente, en el enorme apoyo juvenil universitario y en un intenso
trabajo barrial, las FAP, por el contrario y como forma de distinguirse[4],
tiendan a plantear diferencias con la conducción del líder histórico, en
especial en la década del ’70, luego del retorno al país del General (la
“alternativa independiente” que se enfrenta al “movimientismo”) y a desplegar
sus esfuerzos en el trabajo fabril y en una reivindicación de la autonomía de
la clase obrera.
A continuación se sintetizarán algunos aspectos de la historia de las FAP
y, finalmente, a modo de conclusión, se realizarán algunas consideraciones
sobre el peronismo combativo, en un intento de comprender el fenómeno a través
de nociones sociológicas, en particular bajo la “teoría de los campos” de
Pierre Bourdieu.
La construcción de
los márgenes
Una vez instaurada la autoproclamada Revolución Libertadora, y en
particular durante el período que la presidió el Gral. Aramburu, tanto el
sector sindical como el político del justicialismo comenzaron a sufrir el peso
de la represión y a esbozar un amplio abanico de respuestas a tal situación que
no excluía las acciones violentas. A fines de 1955 comienza lo que se conocerá
como Resistencia Peronista o, a secas, la Resistencia, cuyas importantes
manifestaciones en la vida política argentina de esos años no llegarán a
alcanzar, ni siquiera mínimamente, el impacto de su enorme componente
simbólico, que alimentará por más de veinte años el imaginario del peronismo
combativo. La lucha obrera puesta en marcha en las tomas de fábricas y en la
colocación de artesanales explosivos, junto al encarcelamiento, la tortura y el
asesinato a mansalva de los que deseaban el regreso de Perón, configuraron el
origen, casi mítico, que tomará el peronismo combativo para constituir la
narración de su propia existencia y así poder construir su identidad
específica.
En esos años difíciles, entre reacomodamientos y persecuciones, los
justicialistas recorrerán diferentes caminos y a veces los mismos, pero en
sentido inverso. Un joven obrero que coloca “caños” podrá convertirse en la
década siguiente en jefe máximo de la Unión Obrera Metalúrgica y proporcionar
su apellido para rotular, emblemáticamente, una práctica sindical y, a la vez,
un representante de la elite política del justicialismo, un diputado de la Nación,
se convertirá, al tiempo, en inspirador de guerrillas al estilo cubano. Pero
los pormenores biográficos de algunos conspicuos militantes peronistas no
altera que los puntos de partida o de llegada de esos desplazamientos
constituían situaciones prefijadas dentro del campo justicialista. De acuerdo
al espacio que se ocupa, se entablan distintas relaciones con las otras
posiciones y con el exterior del campo. A medida que, durante la década del
’60, se amplía y se expande el poder económico y político de la elite sindical,
en especial a partir de la Ley de Asociaciones Profesionales[5]
impulsada por el presidente Arturo Frondizi, se irá definiendo su posición
central en el campo justicialista y tal situación incidirá, a su vez, en las
estrategias posibles de los que no estaban favorecidos por un lugar
predominante al interior del campo.
Ya a mediados de esa misma década, se distinguen más claramente los
otros dos espacios dentro de la lucha interna. Por un lado, se esbozará el
camino de algunos representantes de la elite política que intentan sobrevivir a
la proscripción del partido y de Perón ensayando una línea independiente, a la
postre de escasos resultados, conocida como neoperonismo. Por el otro, se
configura un sector de límites imprecisos donde se encuadran militantes, muchos
de ellos de extracción sindical, que no fueron favorecidos por los
reposicionamientos y que se distinguen por una fidelidad al líder en el exilio
que contrasta con los intentos neoperonistas y vandoristas de construir un “peronismo
sin Perón”. Cuanto más desembozados sean los intentos del sindicalismo
vandorista por independizarse de los lineamientos de Perón y cuanto más entable
negociaciones con los gobiernos de turno, en mayor o menor medida ilegítimos,
más los peronistas desplazados hacia los márgenes endurecerán su discurso y sus
prácticas políticas, y más aún reconocerán en la figura de Perón a su líder.
Los que ocupan el centro del campo cuentan con una cuota de autonomía con
respecto a Perón, del cual, contrariamente, debido a su posición desfavorable,
los que se ubican en los márgenes del campo no pueden ejercer y ante esa
carencia se ven obligados a intensificar su lealtad. A falta de capital
económico y político, se ven forzados a acumular capital simbólico.[6]
Este capital consiste, básicamente, en hacer explícita la lealtad al
líder, fundamentalmente a través del deseo manifiesto de su regreso; pero
también en la construcción de un edificio ideológico, para el cual se tomaba,
muchas veces, nociones marxistas ajenas a la doctrina justicialista y,
finalmente, en incorporar la propia acción política dentro del legado de la
Resistencia y, a la vez, enmarcarla en las luchas de liberación de los países
del Tercer Mundo. Sin embargo, los componentes esenciales de este capital simbólico
pierden eficacia, o directamente sentido, si los que lo detentan no cuentan con
el bien más preciado para los que no ocupan el centro del campo justicialista,
para los que se ven desplazados hacia sus márgenes: el aval de Juan Domingo
Perón.
Puede pensarse, que esta pérdida de espacios en los ámbitos político y
sindical indujeron a los sectores marginados a aunar esfuerzos. Esta necesidad
se expresa en la conformación de las FAP, donde jóvenes militantes soñaban,
guiados por una estrategia de outsiders (la de aquellos que no siguen las
disposiciones que son norma a la estructura del campo), con acercarse,
rápidamente, al centro del campo justicialista[7].
Compartían, más que una ideología definida, espacios similares en la estructura
del campo y, por lo mismo, una común disposición a prácticas de lucha. Como
estos sectores no lograban afirmarse en las estructuras política y sindical del
peronismo, se buscaba, por fuera, crear una organización que disputara con las
elites que concentraban el poder.
Cuando el MRP[8]
pierde el aval de Perón, en 1964, el peronismo combativo sufre un fuerte
proceso de recomposiciones y desgajamientos. Finalmente, los elementos más
radicalizados[9]
abandonarán la efímera organización luego del golpe de 1966. Las FAP será la
primera sigla[10] que,
si bien no aglutinó a todos los elementos que deambulaban por el peronismo
combativo, conformó el último agrupamiento importante del peronismo marginal de
la década del ’60 y alcanzó la década siguiente como un resabio del peronismo combativo
pre montonero.
Las FAP, como quizás ninguna otra fuerza del peronismo combativo,
presenta ese carácter esencialmente fragmentario y heterogéneo propio de ese
campo de relaciones de fuerza en general. Por la vía armada buscarán salir de
la marginación a la que parecían condenadas. Incluso presentarán el segundo
intento fallido de guerrilla rural del peronismo de los márgenes.[11]
Hombres de acción, en definitiva, cuanto más desfavorable sea su situación
dentro del campo del justicialismo, más decidida será su lucha y más revulsivas
sus definiciones político ideológicas con respecto al régimen, como también sus
críticas a los “traidores de adentro del movimiento”.
Sobre el fin de la década, este peronismo radicalizado parece no poder
superar su situación marginal, pero continúa fortaleciendo su capital
simbólico, constituido por la propia tradición de lucha que ha forjado. De los
fragmentos, construye un espacio de defensa a ultranza de las esencias; con
algunos disparos intentan mantener vivo el acervo. Los más herejes son a la vez
los defensores a ultranza de la doctrina, que la elite, supuestamente ortodoxa,
mancilla con sus claudicaciones y traiciones. En realidad, su disposición a la
acción define más su heterodoxia que cualquiera de sus manifestaciones
ideológicas. La lealtad a Perón y el culto al coraje y al sacrificio personal,
los hace más subversivos que eventuales lecturas, por más heréticas que sean
para la doxa justicialista.
Existe una amplia coincidencia en señalar que la coyuntura del año 1968
no era de una gran agitación política y social, más si se la compara con el
proceso que se abrirá apenas un año más tarde. Desde principios de aquel año,
elementos dispersos del peronismo combativo convergen en un grupo donde se
habían alcanzado una serie de “acuerdos mínimos”, es decir que se acordó sobre
las prácticas y las creencias que ya los constituía de antemano: identidad
peronista y lucha armada. Si un punto de discusión habitual en las
organizaciones armadas giraba en torno a las ventajas y a las desventajas de la
guerrilla urbana y de la guerrilla rural, las FAP resolvieron pragmáticamente
la cuestión optando por las dos formas de lucha. Sin embargo, quizás
advirtiendo cierta apatía en la zona urbana, optaron por lanzarse oficialmente
a través de la conformación de un destacamento guerrillero en la provincia de
Tucumán. Al monte se dirigieron casi todos los jefes más conocidos.
Lo que se conoce como “la guerrilla de Taco Ralo”, hecho fundacional de
la organización, en los hechos, no llega a constituirse como tal. Cuando los
integrantes del grupo apenas se encontraban en una situación de reconocimiento
del terreno y de adaptación a la vida en el monte, fueron sorprendidos,
desarmados, por las fuerzas de seguridad que, en principio, creían haber desbaratado
una banda de contrabandistas. Apenas subsanado el error y reconociendo a los
sujetos como peronistas, comenzaron a dispensarle el maltrato previsto para los
militantes políticos.[12]
Dos meses después de la detención, los integrantes del Destacamento “17
de octubre” se presentaban oficialmente, relataban los hechos y explicitaban
sus intenciones políticas. En el punto 1) del documento señalaban:
“Pertenecemos a la nueva generación peronista nacida a la lucha en medio
del estruendo de las bombas asesinas del 16 de junio de 1955 en Plaza de Mayo y
los fusilamientos del 9 de junio del general Valle y sus valientes compañeros”.
Más adelante, los presos detallaban lo sucedido:
“Ante este estado de cosas y
convencidos de la necesidad de lograr la Independencia Económica, la soberanía
Política y la Justicia Social en nuestra patria, así como la imposibilidad de
hacerlo por otro medio que no fuera la LUCHA ARMADA, grupos de jóvenes
peronistas decidimos constituirnos FUERZAS ARMADAS PERONISTAS (F. A. P.) y al igual
que nuestras montoneras gauchas y los Descamisados que hicieron posible el 17
de octubre de 1945, iniciar la guerra revolucionaria como forma de señalarle al
Pueblo el auténtico camino a su propia LIBERACIÓN, porque como lo dijera
nuestro CONDUCTOR: “AL PUEBLO SÓLO LO SALVARÁ EL PUEBLO”, y como forma de
disputarle al régimen el poder político en el único lenguaje que él entiende:
el de la fuerza, cumpliendo así con el precepto constitucional de “armarse en
defensa de la Patria”.
Para ello, este Destacamento Guerrillero “17 de octubre” se ubicó en el
campamento “EL PLUMERILLO” en la localidad de Taco Ralo, Tucumán, con la
finalidad de lograr la adaptación, comprensión y capacitación de sus
integrantes, para trasladarlos luego a zonas más propicias para este tipo de
lucha y recién allí, iniciar la guerra.
Lamentablemente, por una falla
en las medidas de seguridad, al regresar de una marcha iniciada a las 4 horas
del 19 de septiembre, siendo aproximadamente las 5.30 horas, y encontrándonos
completamente desarmados, fuimos sorprendidos y apresados sin poder oponer la
más mínima resistencia por una fuerza de cien hombres al mando del Jefe de
Investigaciones de la Policía de Tucumán que creía encontrarse en presencia de
un GRUPO DE CONTRABANDISTAS. ESTA ES LA VERDAD DE NUESTRA DETENCIÓN. No hubo
infiltrados ni delatores, ni “suspicaces vecinos”, ni “pacientes
pesquisas” o “hábiles investigaciones”, sino la casualidad más fortuita
provocada por la presencia de un avión sospechoso en la zona, días antes”.
El documento concluía declarando los objetivos últimos de la
organización:
“Pero en el monte, en la calle
o en la prisión, nuestro espíritu y fortaleza sigue en pie, y se multiplica en
cada descamisado, en cada “grasita”, en cada trabajador, que se apresta a liberar
la GUERRA TOTAL por el RETORNO DE PERÓN AL PODER y el establecimiento
definitivo de una NUEVA ARGENTINA JUSTA, LIBRE Y SOBERANA”.[13]
Una vez abortada la experiencia rural y mientras se superaban los
esfuerzos de reestructuración originados por la detención de los principales
militantes, los integrantes de las FAP que debían desarrollar la lucha urbana
emitían un documento donde ratificaban el deseo de retorno de Perón, pero se
ocupaban de aclarar que “más allá de la
formal apariencia, el pueblo no pide el retorno de un hombre, sino de lo que él
encarna, o sea, la participación en la conducción del país”.[14]
Ya en los inicios de la organización se advierte una diferencia sobre el
papel de Perón, de “lo que significa”, controversia que ha dividido aguas en
todo el peronismo combativo. Los “urbanos” parecían como más “independientes” o
“alternativistas” de Perón, mientras que los detenidos de Taco Ralo se
insinuaban como más “movimientistas”. Desde sus primeros dos documentos,
entonces, ya se perfila una discusión que enfrentará a los integrantes de la
organización y que restará las posibilidades de construir una fuerza homogénea.
En medio de estas definiciones políticas, los integrantes de las FAP
comienzan a desarrollar su actividad en la ciudad con un ataque a dos
destacamentos policiales en la localidad de Tortuguitas, provincia de Buenos
Aires. La fecha elegida era definitoria: 17 de octubre, a más de un año de los
hechos de Taco Ralo.
A principios del año ’70, las FAP llevarán otro ataque a un puesto
policial y a partir de allí desplegará un accionar de colocación de explosivos,
pertrechamiento y propaganda armada en general, que, si bien puede considerarse
escaso si se lo compara con las acciones que poco tiempo después desarrollarán
las organizaciones armadas peronistas y no peronistas, las convertirán, para
esos días, en la organización más importante. Sin embargo, en pocos meses más,
las FAP perderán ese lugar predominante dentro del campo del peronismo
combativo con una singular rapidez. Y lo perderán a manos de otros, en
principio, más marginados, más jóvenes, aunque menos peronistas.
Pues serán los más marginales entre los marginales, los que aparecen con
menos atributos consagratorios, los que ni siquiera cuentan con historia propia
en los márgenes, de los que cuesta creer, verdaderamente, que sean defensores
de la doxa, los que desplazarán a las FAP de la posición predominante que
apenas empezaban a experimentar. Y serán ellos, para sorpresa de muchos
observadores, los que escribirán la página más emblemática de la historia del
peronismo combativo. Y serán ellos, porque todavía ni siquiera ostentan, por
mínima que sea, una humilde posición en el campo. Serán ellos los que, con la
audacia del outsider, vendrán por todo y se quedarán con el centro de ese pequeño
campo que es el peronismo combativo, que se encuentra inmerso, a su vez, en uno
más grande y más codiciado. Y desplazarán a los márgenes de ese mismo campo más
pequeño a los que contaban con más trayectoria y que ahora deben contemplar,
atónitos, como caen ellos mismos, finalmente, en los márgenes de los márgenes,
para pasar a ser ellos los más marginados entre los marginales. Los más jóvenes
entre los jóvenes peronistas, aunque más herejes que peronistas, serán los que
den el golpe más audaz, provistos sólo de su propia temeridad y de un nombre
portentoso, seguros de alcanzar el centro del campo, objetivo al cual realmente
aspiran.[15]
Aquí se sugiere que la crisis de estancamiento de las FAP, cuestión
reconocida por los mismos protagonistas en esos años, obedeció a la irrupción
en el campo del peronismo combativo de la organización Montoneros, a través del
secuestro y muerte del Gral. Aramburu, que desplazó a una posición marginal a
las FAP, provocando al interior de éstas un fuerte conflicto que se expresó en
la falta de organicidad, en fracturas, en diferencias políticas y en un mayor
aislamiento de la política nacional.
Mientras estas cuestiones comenzaban a afectar el desarrollo de las FAP,
desafiando el cerco que en su derredor habían construido los efectivos de
seguridad, al mes de haber dado cuenta de Aramburu, los Montoneros se lanzaron
a otra audaz operación poniendo casi todas sus modestas fuerzas en juego. La
toma del pueblo cordobés La Calera no fue del todo exitosa y permitió que, a
través de las detenciones producidas, las fuerzas del orden desarticularan la
organización. El reclutamiento de nuevos combatientes cubría apenas las
pérdidas. Si cuando secuestraron a Aramburu eran menos de veinte hombres y
mujeres armados, para fines de 1970 no llegaban a treinta.[16]
Sin embargo, habían conseguido en cuestión de meses un prestigio y un
conocimiento público mayor aún que el que habían obtenido otras organizaciones
peronistas, incluso las FAP. Contaban con un capital que superaba su carácter
de joven organización amenazada por un seguro aniquilamiento. Cuando fueron
conocidos los nombres de sus fundadores y se advirtió que eran totalmente
ajenos a la "tradición" peronista, esto lejos de quitarles
legitimidad, promovió un reconocimiento inmediato en amplios sectores que
tampoco se hallaban cercanos al justicialismo. Así como también, su adopción de
la identidad peronista les permitió despertar expresiones de solidaridad y
simpatía que no sólo garantizaron su subsistencia sino que también ampliaron su
margen de influencia.[17]
Gracias a esta tensión identitaria capitalizaron un apoyo crucial que se haría
evidente durante los próximos dos años.
Esta situación afectaría enormemente a las FAP. Del espacio de donde
ellas debían obtener tanto el capital social como el simbólico, surgía una
organización que reunía similares condiciones, pero también características
particulares que la hacían más atractiva. Las organizaciones armadas en
general, y las peronistas en particular, se reconocían como organizaciones hermanas,
pero no es menos cierto que competían por los mismos espacios y por la adhesión
de aquellos que compartían esquemas de percepción similares y que, por lo
tanto, estaban en condiciones de desarrollar un habitus particular, constitutivo a su vez de ese campo. Es decir
que dentro del campo del peronismo combativo se puede reconocer, como en todo
campo, una lucha.
Esta situación, junto al propio desarrollo del proceso político
institucional que se dirigía hacia una “salida democrática”, que de por sí
afectaba la estrategia de todas las organizaciones, peronistas o no, planteaba
un cuestionamiento serio a la posición de las FAP “hacia fuera” y, por
supuesto, afectaba sus relaciones “hacia dentro”. A principios de 1971 se
produce la primera ruptura y, a pesar de los intentos de “homogeneizar”[18]
la política de la organización por parte de los “alternativistas,” a través de
una orientación clasista y antiburocrática, la organización no logra constituir
un orden interno claro que se traduzca en un discurso unitario. Las FAP
parecían no poder superar su etapa fundacional de fines de la década del ’60 y
continuaban, más que nada, por la inercia de la voluntad de ser sujetos armados
dispuestos a la lucha. Estaban más cerca de emular a los comandos resistentes
de los cincuenta, que de constituirse en una guerrilla urbana propia de la
década del ’70.
Vale la pena citar, a modo de síntesis de esta situación general que
afecta a las FAP, un fragmento del trabajo sobre la organización escrito por
Eduardo Pérez.
“En este momento, entonces, podemos contar tres grupos que reivindican
la Alternativa Independiente, dos de los cuales mantienen la sigla FAP. Ellos
son: FAP Comando Nacional, cuyo referente es el Negro Raimundo Villaflor; las
FAP Regional Buenos Aires, con Amanda Peralta como figura más conocida, y el
“sector”, o sea los “iluminados”, -que no se denominan FAP- cuyo referente, aún
preso y sin haber intervenido en el último año en la política interna más que
por medio de sus compañeros, es Jorge “El Turco” Cafatti.
Va a ser difícil para las FAP
Regional Buenos Aires –o FAP Capital, como también se las conoce, frente a las
FAP Nacional- desarrollar su nueva propuesta que sigue reivindicando a la
Alternativa Independiente, pero que, forzando su fundamentación, impulsa inserción
del activismo de base en las estructuras del movimiento, diluye el
enfrentamiento antiburocrático en pro de la unidad, y señala como correcta la
participación en el proceso eleccionario de Montoneros y FAR, cuestionándoles
solamente “no poseer simultáneamente (con la
participación en el frente) una política clara para priorizar la hegemonía de
la Clase Obrera”. Intentar ocupar un espacio que ya está ocupado –y con creces-
por los sectores combativos los va a llevar a sucesivas crisis.
En abril de 1973 se hace una reunión ampliada (la dirección más los
responsables de los frentes) en donde algunos compañeros plantean la disolución
de la organización en vista del estado crítico en que se encuentran. No cuajará
dicha propuesta, y hay, en cambio, un reforzamiento de la tarea gremial que
había sido jerarquizada en la reestructuración de diciembre, pero que no había
obtenido avances considerables.
Cuando en mayo del ’73 salen
amnistiados los presos de Taco Ralo, Cacho, Néstor[19]
y otros compañeros se integran al grupo de Amanda. Se rehace la dirección, a la
cual se integran Cacho, Néstor y un compañero de la zona Sur, Miguel, y sale
Amanda. En agosto, en un acto en la Federación de Box, Cacho lanza la FAP 17 de
Octubre, como organización de superficie, pero hacia el interior las posiciones
son muy heterogéneas, desde quienes pretendían reflotar la organización armada,
(fundamentalmente son compañeros de reciente militancia, y algunos
casos especiales como el de Carlos Caride) hasta quienes planteaban que había
que desarrollar otro tipo de política, y abrirse de la propuesta de lucha
armada y más aún, de las organizaciones y siglas que se arrastraban de la época
anterior. Deciden entonces intensificar el trabajo de base, fundamentalmente en
barrios.
Es un espacio ocupado por la
tendencia, y con poco respaldo organizativo la tarea se hace cada vez más
difícil, sobre todo por el creciente avance de la represión. A principios de
1974 Amanda queda clandestina, y paralelamente el grupo se va reduciendo, en
parte por deserciones (compañeros que dejan la militancia) y en mayor medida
porque se van pasando a Montoneros, y algunos al ERP. La gran mayoría de ellos
muere pronto.
Hacia mediados de 1974 el
grupo está extinguido”.[20]
En este fragmento se sintetiza dos aspectos esenciales de la historia de
las FAP: su compleja vida interna y los problemas que afrontaba en su relación
con el resto del peronismo combativo y que pueden leerse, a su vez, como parte
de la explicación del primer aspecto. Perez señala los objetivos y el fracaso,
de antemano, que éstos encierran:
“Intentar ocupar un espacio que ya está ocupado-y con creces-...” o “En un espacio ocupado por la
tendencia...”. En términos
cronológicos, las FAP ocupaban, dentro del campo justicialista, la posición
correspondiente a los peronistas combativos antes que los Montoneros, pero en
realidad, es tan rápido su desplazamiento por parte de estos últimos que no
pudieron llegar a establecerse. Además, esa posición marginal dentro del campo
es enriquecida posteriormente de tal forma que parece ser creada por los
propios montoneros. A partir de ellos, el peronismo combativo pasaba a ocupar
un lugar de relevancia no conocido hasta entonces. Si los Montoneros eran los
más marginales de los marginales, poco después, ejecución de Aramburu mediante,
invierten la posición y dejan a los integrantes de las FAP como a los más
marginales, es decir, los dejan marginados.
Hasta mayo de 1973, las FAP Comando Nacional se muestra como el grupo
más activo, al menos en lo que hace a la praxis armada. A su vez, durante lo
que reste de ese año, y en especial en el ’74, intentará desarrollar una mayor
inserción en la clase trabajadora, a través del Peronismo de Base.
Conjuntamente a esta estrategia, despliegan una política de crítica dura al
gobierno justicialista. Estos dos elementos distinguen a las FAP de la política
montonera en relación al centro del campo justicialista, ya que ésta última se
caracterizaba por un fuerte apoyo al gobierno y por una muy escasa presencia en
las fábricas. En términos generales, cuanto más juvenil y universitario sea el
componente social de los Montoneros, más “de base” aparecerá el de las FAP
Comando Nacional; cuanto más acrítico sea el apoyo que los Montoneros den a
Perón, más dura será, en cambio, la crítica de este sector de las FAP. Sólo de
esa forma podría justificarse una posición en el campo del justicialismo que no
se distinguía, en principio, de manera cabal, de la de los Montoneros. Sólo de
esa forma podrían distinguirse los marginados del campo del peronismo combativo
de aquellos que ocupaban el centro del mismo.
Pero además, esta situación marginal, en los mismos márgenes, ponía a
las FAP muy lejos de algún contacto con Perón, la figura que otorga el aval a
la acción que se desarrolla: único capital con el que puede contar el peronista
combativo, además de su audacia y decisión. Los Montoneros lo tuvieron poco más
de dos años, las FAP sólo una vez. Perón respondió a una carta de las FAP, en
febrero de 1970, meses antes que unos jóvenes llevaran a cabo la venganza más
deseada por los peronistas, a los cuales les daría, también por carta, su aval,
exactamente un año más tarde.
Perón les dejó este mensaje a las FAP, que tuvo, a la postre, algo de
premonitorio sobre la pérdida de espacio en la lucha dentro del peronismo
combativo a manos de los Montoneros:
“La lucha tiene esas
características: los vencedores a menudo se sustentan sobre la sangre generosa
de los que cayeron o de las penurias que pasaron sus precursores”.
Las FAP, como precursores, quedaron en un segundo plano que tuvo todas
las desventajas del caso, pero que no las hizo pasar desapercibidas a sus
enemigos. Sufrieron la represión del mismo modo que el resto de las
organizaciones peronistas y no peronistas. En aquella carta Perón les
reconocía:
“En este qué hacer no puede
haber esfuerzo despreciable y todo cuanto han realizado forma parte del cuadro
de honor del verdadero Peronista que, por su naturaleza, no puede ser
declamatorio sino objetivo y combativo en alto grado”.[21]
Conclusiones
Desde los márgenes del peronismo se desarrollaba una práctica y una
serie de representaciones que no coincidían con el habitus de los ya
establecidos. Las definiciones ideológicas y las acciones combativas impugnaban
tanto el discurso como las acciones de los ubicados en el centro del campo.
Para el peronismo combativo de las dos décadas, los políticos “negociaban”, los
sindicalistas eran “traidores”, por lo tanto eran ellos los que bastardeaban lo
que para los primeros era la ortodoxia: los orígenes del peronismo que tenían su
inicio en el “17 de octubre” con el pueblo en las calles, pero su gran bautismo
sacrificial en “la Resistencia”. Los heterodoxos, en definitiva, son los que
querían restaurar la doxa. Para los peronistas de los márgenes esta es la
esencia revolucionaria del movimiento que se debía recuperar y defender. Es su
situación en el campo la que constituye su programa ideológico y político. Para
el caso de las FAP, esta situación se cruzaba con su propia posición dentro del
campo más pequeño del peronismo combativo.
Las luchas simbólicas por las representaciones, expresadas en
definiciones ideológicas fuertes y llamados a la acción combativos, eran luchas
por lo real de las posiciones. Como
buena parte del capital simbólico del peronismo combativo lo configuraba el
aval de Perón, sus predisposiciones estratégicas, por lo tanto, no podían
superar su figura, su autoridad, su palabra, lo que de por sí, imponía un
límite claro a las posibilidades de desarrollo político e ideológico de las
organizaciones que lo constituían. La lealtad a Perón y el deseo de su regreso,
configuraban una disposición que recibía, a cambio, la posibilidad del aval.
Las FAP, en todas sus vertientes, afrontaba la compleja situación de no poder
establecer una relación de este tipo con Perón ya que, para bien y para mal,
ese lugar lo habían ganado los Montoneros. Por lo tanto, sea una fracción más
cercana o más lejana a la figura de Perón, para la realidad de las FAP, esa
posición sólo podía ser declamatoria, tanto unas como otras fracasaban a la hora
de establecer un contacto real con el líder. Fue así que su estrategia se fue
perfilando de tal forma que las llevará a distinguirse, dejando poco a poco de
reconocer a Perón como el conductor inobjetable y desarrollando una política
“alternativista”, que se complementaba con un discurso clasista, de base, que
los Montoneros no habían enarbolado. Esta estrategia de distinción, encarnada fundamentalmente por las FAP Comando
Nacional, no alcanzó para superar las diferencias que su puesta en marcha podía
provocar. De allí la fragmentación y la inorganicidad. Estos factores,
derivados de su situación en el campo, influyeron en el estancamiento de la
organización armada pionera del peronismo combativo de la década del ’70.
Lo
que se conoce como peronismo combativo ha debido sortear, trabajosamente,
durante dos décadas, los condicionamientos que se le imponían por ser un
protagonista que se situaba en los márgenes del peronismo. Ser fiel a las
prácticas armadas y a las representaciones insurreccionales que lo constituía,
por un lado lo posicionaba de forma marginal al interior del campo, pero a la
vez, tal situación, lo disponía a reafirmar tales prácticas y representaciones.
Esta conjunción de disposiciones y situaciones, lo exponía a la posibilidad de
perder su pertenencia, de acuerdo a las normas estipuladas por los dominantes
del campo, sean estos la elite sindical, la elite política o el propio Perón. A
esta situación las FAP le agregaban su posición desfavorable dentro del propio
campo del peronismo combativo. Ser los más marginados entre los marginales no
los hacía más revolucionarios, o más de izquierda, o más combativos, o, si se
quiere más peronistas, los hacía des
posicionados, en el sentido de que su ubicación dentro del campo no era
posible. Ninguna de sus vertientes podía lograrlo y la existencia de éstas
demuestra esa desesperada búsqueda de un espacio.
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Verbitsky, Horacio. Ezeiza. Contrapunto. Buenos Aires. 1986.
Fueron utilizados también, las siguientes
publicaciones: Diarios “Clarín” y “Crónica”. Revistas “Todo es historia”,
“Gente” y “El porteño”. Otras publicaciones: “Noticias”, “El Descamisado",
“En Lucha” y “Compañero”.
RESUMEN
“Las penurias de los precursores”. Un análisis sobre
la experiencia de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas)
Dentro del campo
de lo que se conoce como peronismo combativo, interesa distinguir la
experiencia de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). El objetivo de este
estudio es analizar las circunstancias y pormenores que definieron la relación
de esta organización armada con el conjunto del peronismo combativo, con el
resto del movimiento justicialista, y con Perón, en el marco de la particular
coyuntura política de la Argentina de fines de la década del ‘60 y principios
de la del ´70. La hipótesis principal que aquí se plantea, sugiere que buena
parte de los prolegómenos que atraviesan las FAP, muchas de sus decisiones
tácticas y estratégicas, algunas de sus escisiones y sus fuertes disputas
internas, como así también sus percepciones sobre la coyuntura política y sobre
el papel que desempeñan Perón y el movimiento en su conjunto, están
condicionados por la posición más favorable que ostentan los Montoneros dentro
del campo particular del peronismo combativo.
Palabras clave: FAP- Justicialismo - Perón - Organizaciones armadas
“The Penuries of the Precursors”. A study of FAP (Fuerzas
Armadas Peronistas) experience
Inside the field
known as combative peronismo, we will
study the experience of FAP (Fuerzas
Armadas Peronistas). The objective of this work is analyze the
circumstances and details that defined the relationship between this armed
organization and the whole group of combative peronismo, between FAP and the rest of The Justicialista Movement and between FAP and Perón; taking into
consideration the peculiar political juncture in Argentina at the end of ’60s
and the beginning of ‘70s. The main hypothesis presented in this work, suggests
that a good part of the prolegomenon experienced by FAP; many of its tactic and
strategic decisions; some of its scissions and its hard internal disputes; as
well as its perceptions about political juncture and about the role played by
Perón and the whole Justicialista
Movement; were conditioned by the better position that Montoneros hold inside the particular filed known as combative peronismo.
Key words: FAP- Justicialismo - Perón – Armed
Organizations
Notas
(*) Licenciado
en Sociología. Facultad de Ciencias Sociales. UBA. E-mail: hordiv@tutopia.com
[1]
Puede pensarse que más apropiado sería referirse a la agrupación como FAP-PB
(Fuerzas Armadas Peronistas- Peronismo de Base). Aquí se prefiere mantener el
nombre original y por el cual sus militantes fueron más conocidos, sin
desconocer la complejidad que emana de la relación entre FAP y PB al constituir
dos organizaciones diferentes y, a la vez, un mismo espacio político dentro del
peronismo combativo. En definitiva, las dificultades que ya implica la
utilización del rótulo correcto se corresponden con una compleja vida interna
aún más difícil de analizar.
[2]
Aquí se utiliza el concepto de campo de acuerdo a la descripción que hace de él
Bourdieu: “Los campos se presentan para la aprehensión sincrónica como espacios
estructurados de posiciones (o de puestos) cuyas propiedades dependen de su
posición en dichos espacios y pueden analizarse en forma independiente de las
características de los ocupantes (en parte determinados por ellas)”. El sociólogo
francés agrega que: ”...sabemos que en cualquier campo encontraremos una lucha,
cuyas formas específicas habrá que buscar cada vez, entre el recién llegado que
trata de romper los cerrojos del derecho de entrada, y el dominante que trata
de defender su monopolio y de excluir a la competencia”. Ver “Algunas
propiedades de los campos”, Bourdieu, Pierre. Cuestiones de Sociología. Istmo. Madrid. 2000. pp. 112 y 113.
[3]
Bourdieu, Pierre. Razones prácticas,
Anagrama. Barcelona. 1998.
[4] Distinción en el sentido que le da Bourdieu, el de
producir una diferencia. Dentro del campo se produce un movimiento constante.
“El principio de su cambio es la lucha por el monopolio de la imposición de la
última diferencia legítima,...” Como se verá más adelante, las FAP precisaban
producir una diferencia ya que ocupaban, prácticamente, la misma posición que
los Montoneros dentro del campo del justicialismo. De ahí la necesidad de
distinguirse, como forma de legitimación de su existencia dentro de dicho
campo. Bourdieu, Pierre. Cuestiones de
sociología Istmo. Madrid. 2000.
[5]
Ley 14455. Aprobada en 1958, esta ley favoreció aún más la centralización del
poder político al interior de los sindicatos y promovió su enorme poder
económico. Para mayor detalle, ver James, Daniel.Resistencia e integración. Sudamericana. Buenos Aires. 1999.
[6]
Esto no quiere decir que los sectores que contaban con un importante capital
político y económico no precisaran también del capital simbólico. Los grandes
sindicatos supieron aprovechar la “camiseta peronista” y el nombre de Perón,
pero los sectores marginados precisaban todavía más de ese capital ya que
constituía su única fuente de posible legitimación. Bourdieu define al capital
simbólico como “...un crédito, es el poder impartido a aquellos que obtuvieron
suficiente reconocimiento para estar en condiciones de imponer el
reconocimiento; así el poder de constitución, poder de hacer un nuevo grupo,
por la movilización, o de hacerlo existir por procuración, hablando por él, en
tanto que mensajero autorizado, no puede ser obtenido sino al término de un
largo proceso de institucionalización, al término del cual es instituido un
mandatario que recibe del grupo el poder de hacer el grupo”. Bourdieu, Pierre. Cosas dichas. Gedisa. Buenos Aries.
1988, p. 140.
[7]
Dice Bourdieu: “..., la labor simbólica de constitución o consagración que es
necesaria para crear un grupo unido (imposición de nombres, de siglas, de
signos de adhesión, manifestaciones públicas, etc.) tiene tantas más
posibilidades de alcanzar el éxito cuanto que los agentes sociales sobre los
que se ejerce estén más propensos, debido a su proximidad en el espacio de
posiciones sociales y también de las disposiciones y de los intereses asociados
a estas posiciones, a reconocerse mutuamente y a reconocerse en un mismo
proyecto (político u otro)” Bourdieu, Pierre. op. cit, p. 49.
[8]
Movimiento Revolucionario Peronista.
[9]
Uno de los más destacados dirigentes del MRP, Gustavo Rearte, dirigirá, desde
fines de la década del ’60, hasta su muerte en julio de 1973, una pequeña
organización político-militar, el MR17 (Movimiento Revolucionario 17 de
octubre).
[10]
En la escasa historiografía de las organizaciones armadas, como en el análisis
político de su historia, llevado a cabo por especialistas o por legos, tiende a
perderse de vista, por la naturalización que implica el uso corriente, el
significado real de ciertas siglas que prevalecieron en aquel tiempo. Más allá
de la pretensión de conformar Ejércitos o Fuerzas Armadas por parte de los
sujetos armados, como fin último de la constitución de los grupos, lo cierto es
que fueron derrotados mucho antes de estar cerca de alcanzar ese objetivo. La
sigla impone un sentido que no se ajusta a la realidad material de lo vivido y
experimentado por los hombres y mujeres que integraron las organizaciones. Si
esta afirmación resulta válida como punto de partida necesario para el análisis
de las organizaciones armadas en general, despojada de prenociones que
cosifican el objeto de estudio como un dato empírico ya dado, donde no se reflexiona
sobre sus procesos constitutivos, eminentemente histórico sociales, tiene,
entonces, especial importancia para el caso de las FAP. Tanto por las
características internas particulares que no propiciaban la unidad, al punto de
sufrir más de un desgajamiento, como por su modesta fuerza militar comparada
con otras organizaciones, a las cuales, por otra parte, tampoco se les debería
imputar una exagerada capacidad de fuego, en los hechos, tales situaciones
determinaron un escaso accionar armado de la organización en cuestión. No son
muchos los hechos armados de relevancia particular protagonizados por las FAP.
La imposición de nombres, válidos para los protagonistas, no debe obturar el
análisis profundo de lo que se quiere estudiar, a menos que se adscriba a
cierta enaltecedora solemnidad o al discurso justificatorio de sus
aniquiladores, que siempre exageraron el poder militar de la guerrilla para
legitimar su acción represiva, la cual no les implicaba riesgos mayores a sus
artífices, que contaron siempre con un poder material real, con el número de
efectivos más que suficientes y con la acción legitimadora de todos los
recursos estatales y de la mayoría de los medios de prensa. Por lo tanto,
señalar que las Fuerzas Armadas Peronistas (FAP) no eran precisamente unas
fuerzas armadas, no es abrir un juicio de valor desmerecedor del objeto de
estudio, sino establecer que el real punto de partida no es la unidad inmediata
del dato sino la multiplicidad de configuraciones que lo determinan. Definir la
distancia entre el sentido de la sigla y la realidad del grupo es un paso
necesario para comprender de manera cabal aspectos de su historia.
[11]
A fines de la década del ’50, organizada por John William Cooke, había
aparecido una efímera experiencia guerrillera, conocida como Uturuncos, en la
provincia de Tucumán. En el ’68, en la misma provincia, fracasará el proyecto,
igual de efímero, de las FAP (Fuerzas Armadas Peronistas). Con respecto a
Uturuncos, Roberto Baschetti señala cómo era la relación de esta expresión del
peronismo de los márgenes con la elite política del partido:
“El
Movimiento Peronista en su conjunto apoya la acción, más con palabras que con
hechos. Pero la verdadera batalla se libra en la conducción del Partido
Justicialista. Los políticos de siempre usan el hecho como chantaje político al
gobierno, para conseguir un espacio legal para el Partido Justicialista. Cuando
sectores revolucionarios del peronismo quisieron ligar la acción guerrillera a
objetivos políticos y a la lucha general de la clase obrera, la pequeña ayuda
recibida fue cortada de plano. La dirección peronista derrotó al grupo de Cooke
y “Uturuncos” queda abandonado a su suerte. Luego de la acción armada el PJ
considera a los guerrilleros peronistas como representantes de “ideologías extrañas
a la tradición cristiana de nuestro movimiento””. Baschetti, Roberto. Documentos de la Resistencia Peronista.
1955-1970. Puntosur. Buenos Aires. 1988. p. 26.
[12]
El mismo día que fueron capturados los incipientes guerrilleros, moría en
Buenos Aires John William Cooke, la figura más importante del peronismo
combativo.
[13]
Rev. Cristianismo y Revolución,
Noviembre de 1968, N° 11. Todas las mayúsculas pertenecen al original.
[14]
Duhalde, Eduardo y Pérez, Eduardo. De
Taco Ralo a la Alternativa Independiente. De la Campana. La Plata. 2001, p.
119.
[15]
Podría arguirse, que el objetivo final de la organización Montoneros es la
construcción de la “patria socialista”, y no meramente el triunfo en la interna
de un movimiento político. Sin embargo, es la propia estrategia montonera, la
que se define, en especial a partir de 1973, por dar el combate al interior del
campo justicialista, como un paso necesario para acumular el capital político
suficiente para encarar su tarea última.
[16]
Gillespie, Richard: Soldados de Perón.
Grijalbo. Buenos Aires. 1987, p. 130.
[17]
Ibidem.. pp. 128 y 129. El autor
inglés señala el apoyo decisivo que recibieron, por ejemplo, los Montoneros de
parte de las FAP en el peor momento de la persecución oficial sobre la
organización. A la vez, como contraste, militantes de la Acción Católica
asistieron al funeral de Fernando Abal Medina, jefe de la organización, y
Gustavo Ramus, muertos a tiros por la policía.
[18]
El intento de constituir una organización unitaria se tradujo en un plan de la
Dirección Nacional llamado “Proceso de Homogeneización Política Compulsiva”. En
síntesis, el documento rescataba la experiencia de las luchas obreras, lo que
le da a la organización cierto componente clasista, aspecto que los distingue
aún más de los Montoneros.
[19]
Envar El Kadri y Néstro Verdinelli.
[20]
Duhalde, Eduardo y Pérez, Eduardo. op.
cit., pp. 82 y 83.
[21]
Ibidem. p. 143