De la “antropofagia” y la rebelión a la
felicidad moderna. La revista Pasado y
Presente. Alcances y límites de sus indagaciones políticas. Primera época (1963-1965)(*)
A nadie le está dado recorrer más que una parte
infinitesimal del palacio. Alguno no conoce sino los sótanos. Podemos percibir
unas caras, unas voces, unas palabras, pero lo que percibimos es ínfimo. Ínfimo
y precioso a la vez.
Jorge Luis Borges, El Palacio[1].
El consejo de Cándido es superfluo: es siempre
mi jardín el que cultivaré, estoy aquí en un círculo vicioso, puesto que ese
jardín se hace mío desde el momento en que lo cultivo.
Simone De Beauvoir, El jardín de Cándido[2]
Introducción:
las fuentes de Pasado y Presente
En 1950 Héctor P. Agosti presentaba por primera vez al público de habla
hispana las Cartas de la cárcel y
entre 1958 y 1962, los Cuadernos de la
cárcel de Antonio Gramsci en la editorial Lautaro[3]. Algunos de los miembros
que luego darían nacimiento a Pasado y Presente (PyP), entre ellos el propio
Aricó, participaron en el trabajo de traducción, corrección y presentación de
los mismos. Fue entonces como parte de un “operativo” de renovación cultural
dentro del PCA que el pensamiento de Gramsci comenzó a circular entre los
“gramscianos argentinos”.
Sin embargo, pronto quedó en claro el carácter periférico y limitado del
proceso. El cuestionamiento que Agosti llevaba a cabo del nacionalismo y de la
tradición liberal en El mito liberal
(1950) y en Nación y cultura, fue
posicionándolo en una relación conflictiva frente a sus “camaradas”
partidarios. Como bien señalaba Aricó, “con ambos libros Agosti se colocaba de
tal modo en las antípodas de las posturas tradicionales del comunismo argentino
que provocó desconcierto en sus filas. Si se revisan las publicaciones
oficiales de esta formación política no puede dejar de asombrarnos el muro de
silencio que se construyó a su alrededor y el menosprecio evidente de las
esferas dirigentes frente a dos obras de excepcional nivel intelectual en
comparación con la publicística comunista de la época”[4].
El “muro de silencio” del que hablaba Aricó, se vio sin embargo
recurrentemente vulnerado por la labor que Agosti desarrollaba como director de
Cuadernos de Cultura y del semanario Nuestra palabra (1958-60), así como a
través de sus funciones como consejero de ciertas editoriales de izquierda
vinculadas al partido. En este sentido es legítimo señalar que, aún con las
observaciones apuntadas, Agosti abrió el marxismo a un enfrentamiento consigo
mismo, de la mano de una ampliación de sus horizontes de reflexión al mundo
cultural italiano. El dossier sobre “historicismo” del número 1 de PyP, que
reúne intervenciones de Cesare Luporini, Lucio Colletti, Nicola Badaloni, Enzo
Paci o Galvano Della Volpe, ha dejado un claro e inobjetable testimonio de la
atención que los hombres de PyP prestaron a los debates de la izquierda
italiana. El propio Aricó señalaba con frecuencia la deuda que mantenía con Examen de conciencia de un comunista de
Fabricio Onafri y con la conferencia El
antifascismo de Antonio Gramsci de Palmiro Togliatti. En esta dirección es
de suma importancia recorrer la secuencia de enlaces teóricos que, partiendo de
estas nuevas filiaciones intelectuales, posibilitaron a PyP romper la
identificación mecánica que buena parte de la izquierda argentina, sobre todo
la partidaria, llevaba a cabo entre peronismo y fascismo.
La reintroducción de la singularidad vía la “historicidad” gramsciana
permitió a algunos intelectuales de izquierda en Argentina la realización de un
examen de conciencia profundo, en el que cuestionaron directamente una “lógica
política que los colocaba objetivamente junto a esas mismas fuerzas de
conservación que rehusaban admitir la necesidad de un cambio radical del orden
económico-social, necesidad sobre la cual se constituyó más simbólicamente que
real, la premisa y la condición del peronismo”[5].
A esta directa y reconocida filiación “gramsciana” se suma la relectura
de Marx desde la perspectiva de sus Manuscritos
filosófico-económicos de 1844; lo que significó una recuperación
“humanista” del Marx preocupado principalmente por el problema de la alienación
y sus relaciones con la historia y esencia humanas. Marx escribía entonces
cosas como éstas: “cuanto más se mata el trabajador, tanto más poderoso se hace
el mundo ajeno, objetivo que crea frente a sí, tanto más pobre se hace él
mismo, su mundo interno, tanto menos le pertenece éste. Lo mismo pasa con la
religión: cuanto más pone el hombre en Dios, tanto menos conserva en sí mismo.
Su vida propia, que es lo que el trabajador pone en el objeto, deja entonces de
pertenecerle a él para pertenecer al objeto”.[6] O “la enajenación
transforma la conciencia que el hombre tiene de su especie hasta el punto de
que la vida como especie se le convierte en un medio”[7].
El punto es que esta vía de acceso a Marx
potenció, junto a los aportes gramscianos, el distanciamiento respecto de la
“ortodoxia” marxista vigente. Aricó escribía en la editorial del primer número
de PyP: “No siempre los continuadores de Marx supieron comprender la riqueza
actual, el profundo valor cognoscitivo de trabajos como los Manuscritos
Económico-Filosóficos de 1844 y otros escritos ´juveniles´, durante mucho
tiempo reducidos a la cómoda y no comprometedora categoría de obras
´pre-marxistas´”[8]. A su vez, Lukács con Historia y conciencia de clase (cuyo
primer ensayo se había publicado en Arguments), Labriola con Filosofía y socialismo (editado por
Claridad en Buenos Aires) o Ernst Bloch con Sujeto/Objeto
(publicado por Fondo de Cultura Económica y de circulación entonces entre
algunos de los integrantes de PyP), permitieron sino un recorrido directo, al
menos el descubrimiento de diversas vías para la actualización teórica. Por
otra parte, en Argentina el pensamiento de Carlos Astrada en Hegel y la dialéctica (1956),
proporcionaba una aproximación en clave hegelianizante que no puede
desestimarse. Otras vías de superación de las rigideces del “marxismo vulgar”,
al decir de Hobsbawn, vinieron a través de las lecturas que Henri Lefebvre
hacía del “joven” Marx, o bien del rodeo sartreano y el legado existencialista.
Coincidimos, en este sentido, con la apreciación de Horacio Tarcus
cuando señala que “uno de los autores clave a partir del cual los marxistas
críticos argentinos buscaron tomar distancia del dogmatismo comunista fue el
francés Henri Lefevbre”[9]. A través de su obra
filosófica y exegética muchos de los textos juveniles de Marx, así como los Cuadernos Filosóficos de Lenin, se
hicieron conocidos entre marxistas de todo el mundo. Lefevbre empezó a ser leído
y discutido en la Argentina (por ejemplo en el grupo Praxis) incluso antes de su ruptura con el Partido Comunista
Francés, que se produciría recién en 1958 con su expulsión. Desde ese momento
sus críticas a la “mitología” stalinista acerca del Estado y el estatuto
ontológicamente revolucionario de la “Clase Obrera” se radicalizaron. Concluía
entonces que “la dialéctica alienación-desalienación se muestra mucho más
compleja y accidentada (como el devenir mismo que ella jalona) de lo que Hegel
o Marx lo previeron. La desalienación o tentativas de superación han producido
nuevas alienaciones. [...] Debemos renunciar a la idea de un fin de la
alienación a partir de un acto absoluto, filosófico (Hegel) o sociológico
(Marx)”[10].
En esta dirección, la relectura llevada a cabo por Lefevbre posibilitaba
una búsqueda intelectual que, con cierta radicalidad, proponía superar la
impronta “esencialista” de la mirada fundamentalmente stalinista -pero
innegablemente también presente en el propio Marx- acerca del problema de la
historia, la clase obrera, el estado y el cambio (revolución).
Es particularmente interesante cómo, en última instancia, la gran
mayoría de los recorridos señalados confluyeron en el problema de cómo pensar
el cambio, sea este revolucionario o no. En este sentido, el itinerario de
apreciaciones sobre este particular puede articularse con ciertas mutaciones en
los referentes. Como lúcidamente reflexiona Nora Pagano, “ello resulta
perceptible si se atiende a los deslizamientos operados en la revista; de una
visión togliattiana (primer número), a otra proclive a la revolución cubana y
luego a la guerrilla (número cuatro), y de allí a una posición obrerista,
consejalista (contenida en el número nueve). Tales deslizamientos políticos remiten
a otros análogos a nivel de referentes teóricos: de Togliatti a Debray y de
éste a Quaderni Rossi; o tal vez ese
formidable hilo conductor representado por el gramscianismo o los ‘usos de
Gramsci’”[11].
El humanismo marxiano, la práctica “de-mitificadora” de Lefebvre o la
impronta gramsciana acerca de lo “singular” en clave nacional-popular potencian
una percepción del cambio que, desprendiéndose del peso ontológico del
“materialismo” mecanizado y fosilizado, se eleva impulsada por una recuperación
del “voluntarismo” y con él de la historicidad, que con un soporte más o menos
“esencialista”, se lanza sobre un “adelante” que no preexiste a los pasos dados
y que por incierto es radicalmente revolucionario. Es como si de repente la
voluntad humana de hacer, en algún sentido podríamos decir (y sobre esto nos
detendremos luego): lo político, encontrara en la incertidumbre de la historia
(historicidad) la fuente de su recobrada juventud.
En cuanto a Sartre, en 1960 había proclamado que el marxismo era la
filosofía “insuperable” aunque claro está, después del rodeo que el filósofo y
literato francés le había impuesto para superar sus serias limitaciones a la
hora de pensar lo “particular”, es decir al momento de abordar la historia
misma, los procesos concretos del devenir y las cuestiones “intra-subjetivias”
de primer orden en el pensamiento sartreano. En 1960 la Editorial Gallimard
publicaba en Francia el tomo I de la Crítica
de la razón dialéctica, y tres años después en Buenos Aires Losada hacía lo
propio.
Los hombres de PyP no recurrieron a Sartre, al menos directamente, para
filiar su propio pensamiento, aunque el mismo ocupó un espacio no despreciable
en la revista. Incluso en el número 5-6, de abril-septiembre de 1964, fue
publicado del mencionado autor Lumumba y
el neocolonialismo. Sin embargo, como reflexionara años después Aricó en
torno a la apropiación sartreana en el seno de Contorno “ese itinerario (el
marcado por la senda sartreana) estaba vedado para nosotros (PyP), obligados
como estábamos a pensar en el interior de una estrecha y empobrecida cultura
marxista-leninista. El encuentro con Gramsci fue, por esto, casi un hecho
necesario, un tránsito obligado para poder repensar desde el interior de esa
tradición, aunque cuestionándola, una realidad nacional a la que la caída del
peronismo mostraba bajo una nueva faz, enigmática y prometedora”[12].
Ahora bien, es preciso apuntar que estas apropiaciones más o menos
“existencialistas” se llevaron a cabo muy tenuemente y sobre el telón de fondo del
simultáneo avance que el estructuralismo manifestaba por esos años, en los que
Levy-Satrauss señalaba sarcásticamente que la Crítica de la razón dialéctica era un documento “etnográfico”
fundamental para comprender las mitologías de nuestro tiempo. El hombre
sujetado por la “palabra”, el “lenguaje” y la multiplicidad de “estructuras”,
poco dejaba en pie del voluntarismo marxiano-sartreano de corte fenomenológico.
Como recuerda Terán, ya no se hablaba “tanto de ´conciencia´ o de ´sujeto´
cuanto de ´reglas´ y de ´códigos´; ya no se dice que el hombre constituye el
sentido y sí que es un efecto de superficie de la estructura; en suma ya no se
es exitencialista sino estructuralista”[13].
La discusión que este viraje produjo con sólo algunos pocos años de
retraso en la Argentina, había venido anticipándose desde los primeros números
de PyP en torno al problema del cambio y las “estructuras”, aunque por supuesto
este último concepto tuviera las connotaciones de una tradición de pensamiento
diferente a la “vedette” de turno. E incluso se manifestó sin mediaciones en la
reseña que Oscar del Barco le destinara a El
pensamiento salvaje de Levy-Strauss o en el artículo de Eliseo Verón, Infraestructura y superestructura, ambos
escritos aparecidos en el número 7-8 de PyP, en 1965.
Este enriquecimiento de la “ortodoxia”, que como hemos señalado venía
fundamentalmente de la mano de los aportes de Gramsci, aunque no sólo de él,
permitieron a través de un más o menos explícito rechazo de las fronteras
marxista-leninistas, dar paso a un operativo de confrontación intelectual en el
que, con particular optimismo, se suponía que el marxismo “renovado” estaba en
condiciones de superar las adversidades que significaban las nuevas corrientes
de pensamiento a las que se le sometió en PyP. Como el propio Aricó
reflexionaba, “encontrábamos en el marxismo italiano y en Gramsci en particular
un punto de apoyo, el suelo firme desde el cual introducirnos, sin abjurar de
nuestras ideas socialistas y de la confianza en la capacidad crítica del
marxismo, en las más disímiles de las construcciones teóricas”[14].
Esta premisa de base permitió que a lo largo de los 9 números de la
primera época de PyP, las discusiones avanzaran polifónicamente. Trabajos de
corte epistemológico-filosóficos o de indagación teórica en sentido amplio,
como Metodología histórica y concepción
del mundo de Oscar del Barco, Examen
de conciencia de José Aricó o Jacques
Lacan o el inconsciente en los fundamentos de la filosofía de Oscar Masotta[15] conviven, sin
contradicción “real” (en el sentido de la propuesta de PyP), con artículos
estrictamente “militantes” como Problemas
del tercer mundo de Héctor Schmucler o El
stalinismo y la responsabilidad de la izquierda de José Aricó. Esto,
atravesado por las reseñas que abordan problemas de diversos campos y
tradiciones. En este sentido, podemos decir sin temor a exagerar, que las
intervenciones van desde cuestiones teórico-metodológicas vinculadas al
“imperialismo” de la antropología hasta desarrollos de filosofía “académica”,
recorriendo a su vez los aportes de la reciente historia social y de la
sociología norteamericana.
Este amplio espectro de confrontación aceptaba, aún partiendo de la idea
de base acerca de la “superioridad” teórica del marxismo, el hecho de que los
opositores de turno eran, en calidad de tales, legítimos adversarios. Por
tanto, no se procedió con la mecánica de enfrentamiento que caracteriza una
idea de verdad substancializada que suprime la capacidad de la disidencia como
posibilidad, sino que, como señalaban en la editorial del primer número, “no es
abroquelándose en la defensa de las posiciones preconstruidas que se avanza en
la búsqueda de la verdad, sino partiendo del criterio dialéctico que las
posiciones adversarias, cuanto no son meras construcciones, derivan de la
realidad”[16].
Este grupo de hombres, Héctor Schmucler, José Aricó, Oscar del Barco y Samuel
Klczkocski entre otros, se decidió por asumir así una “compleja labor de
recuperación de la capacidad hegemónica de la teoría marxista, sometiéndola a
la prueba de las demandas del presente”[17].
Alcances
y límites del desafío: buceando en sus búsquedas
Esencialismo y necesariedad; la cuestión
“ontológica”
En Marxismo, Técnica y Alineación,
un artículo de Arthur Giannoti publicado por PyP se discute el problema de la
técnica y de la “alienación”, reconociendo que el problema de los soportes
metafísico-esencialistas no puede quedar afuera. Giannoti sostiene respecto del
marxismo que “su método se vincula inmediatamente a una ontología constitutiva,
a una manera de concebir lo real en formación, pese a la paradoja aparente de
no admitir una teoría del ser en cuanto ser como fundamento de las ontologías
regionales de que se ocupa la economía política”[18]. Aquí, el autor a través
de lo que denomina “ontología constitutiva” refuerza la impronta histórica de
toda “configuración” esencialista. E incluso avanza en el sentido de abrir
radicalmente los modos de constitución histórica de las “esencias”. Por ello
“las más diversas teorías que descartan la historicidad originaria de los
procesos productivos y de la estructura del trabajo, tienden siempre a caer en
el psicologismo que transforma la relación hombre-naturaleza, en la matriz de
las relaciones sociales”[19]. Lo interesente es que el
agudo análisis que el autor lleva a cabo en torno a la técnica y su vinculación
con el ser “alienado”, partiendo del Marx de El Capital y de los Grunidsse
der Kritik der Politishen Oekonomie, para llegar a los escritos de
Heidegger sobre la técnica -pasando por Sartre y la fenomenología-, le permite
plantarse frente a dichas cuestiones dejando traslucir una noción no
substancialista del problema. Por supuesto los límites vienen de las
tradiciones mismas y del lenguaje, pero es evidente que se va un poco más allá.
La cuestión ha quedado planteada; no podemos entonces dejar de señalar
su vinculación directa con el problema de la historia y la historicidad. La
concepción de historia está estrechamente enlazada a lo que denominamos el
“problema ontológico”. En cierta medida, puede pensarse que la oposición entre
historia e historicidad es, en otro registro de lectura, la consecuencia
inevitable de la insatisfacción que causa en algunos de los miembros de PyP el
“esencialismo” como motor legitimador del proyecto revolucionario.
A
través de una ampliación de los universos de lecturas de sus miembros (Gramsci,
el joven Marx, Sartre, Lefevbre, el PCI, etc.), la opción “voluntarista” fue
una estrategia para sacudirse las pesadas cadenas de los dogmatismos del
marxismo ortodoxo dominante, anclado en secuencias esquemáticas y ahistóricas
que suprimían de cuajo la capacidad humana de autoproducción y
autoconstitución, tan evidentes en el Marx de los Manuscritos o La Ideología
alemana. Sin embargo, la salida “voluntarista” no resolvió el problema del
sentido “legítimo” de la acción revolucionaria. Y es en este punto, que hace al
cuestionamiento liso y llano de las más arraigadas tradiciones intelectuales
del pensamiento moderno, que PyP vuelve a mostrarse como una “usina” de ideas
experimentales.
Dubitativamente se dan algunos pasos. Héctor Schmucler, por entonces
Secretario de Redacción de la revista, escribe en Problemas del Tercer Mundo que los soviéticos “preconizan cierta
inexorable marcha hacia el socialismo que tiene sus motivaciones últimas en las
´leyes que rigen la historia´. Nosotros reivindicamos una mayor y más libre
voluntad revolucionaria. El stalinismo (que tal vez haya que buscarlo en el
marxismo mucho antes de Stalin) imprimió al pensamiento materialista histórico
una positivización tal que el destino de la humanidad aparece como camino fatal
a recorrer [...] ajeno a la voluntad humana”[20]. Con esto se pone en
cuestión una estrategia de legitimación de la acción que saca de los hombres la
decisión y la responsabilidad, para depositarlas en un sistema de leyes
atemporales e inaccesibles resguardadas metafísicamente.
Oscar Del Barco sostenía en esta misma dirección participando del amplio
debate acerca de las formaciones económicas precapitalistas, que “los esquemas
de desarrollo son hipótesis de trabajo ligadas a un estado del conocimiento y de
la realidad, a la vez punto de llegada de la reflexión y punto de partida para
descifrar más profundamente la infinita variedad de la historia concreta. El
peligro radica en la tendencia a convertir estos esquemas en un a-priori del
conocimiento histórico”[21].
Tanto
Oscar del Barco como Schmucler quieren recuperar el poder mismo de la
“elección”. Lo que no quiere decir, recordando el debate entre Sartre y
Merleau-Ponty, que esa elección no esté situada. Facticidad no es
“determinismo”. Schmucler busca directamente en la obra “filosófica” de Marx,
saltando las “simplificaciones del marxismo vulgar”, los pasajes menos
“substancialistas” a partir de los cuales reivindicar una tradición
profundamente anti-”metafísica”. Muy próximo a la Tesis III sobre Feuerbach,
Schmucler señala “la historia es resultado de la elección de los hombres en
condiciones dadas. El marxismo señala justamente la posibilidad del hombre que
se va ´haciendo´ a sí mismo a través de los fines que se fija”[22].
La
legitimidad de la revolución no viene entonces aquí del “deber” de la historia
entendida como metahistoria, ni del “legalismo científico” sino del
“ser-posibilidades”. Es decir de, como lo diría Heidegger, una apertura
insubstancial, no “del” hombre (ontología tradicional) sino que “es” el hombre
en cada caso.
En
definitiva, dos lógicas de ontologización se enfrentan en
las palabras de
Schmucler. Una cerrada, estática que nos devuelve una idea de la
historia como
historia de la “necesidad”, como
“historia-sida” (en el sentido de la
“absolutización”
de lo originario) y otra abierta, como “ser-posibilidades”,
como horizonte de
opciones en cada caso fácticas pero contingentes, que nos
devuelve una noción
de historia como “recorrido”, siempre el propio, no
necesario y menos aún
sostenido por “redes” metafísicas de sentido.
Aquí, la revolución como
posibilidad no necesita, en palabras de Schmucler, de “la
metafísica de la
revolución”[23].
Si el
hombre es su propia obra, la historia es su historia, y la legitimidad del
hacer sólo puede venir de su propia elección. No vamos a desconocer la impronta
sarterana de esta lectura, aunque es justo señalar que la analogía tiene
límites importantes. Un hombre que se hace a sí mismo, no es necesariamente (y
esto parece acertado teniendo en cuenta globalmente la intervención de
Schmucler) el hombre del “humanismo sarterano” que descubre su nada en la
“náusea”. Schmucler está pensando además, en pleno conflicto chino-soviético,
en una salida superadora de ambas posiciones que permita liberar al marxismo de
toda “deformación metafísica”[24].
Aricó
también planteó la cuestión cuando abordó el debate en torno a la dirección
económica de la revolución cubana, a partir del célebre enfrentamiento entre
Guevara y Bettelheim. En Problemas del
desarrollo económico en Cuba agrega que, “más allá de las técnicas
planificadoras que se quieran utilizar, subyace siempre en todo modelo de
desarrollo un hálito moral, una visión del hombre, una antropología que las
fundamenta y les sirve de sostén”[25]. No está claro si Aricó
cree que este soporte “antropológico” es necesario, o más bien una constante y
recurrente estrategia que podría ser suprimida. Lo importante más allá de esto,
es que recortara el problema, es decir que hiciera consciente una práctica que
habitualmente era resuelta “axiomáticamente”. Sobre todo teniendo en cuenta las
dificultades que presenta el marxismo (incluido el corpus marxiano) para pensar
la cuestión antropológica.
Aricó
ha retomado en muchas de sus intervenciones estas cuestiones, aceptando la
presencia de la “contradicción” o bien resignificándola a través de un
ejercicio de integración del legado humanista más radical (casi sartreano) con
el del joven Marx de los Manuscritos.
En el primer número de PyP escribía que “la historia no es arbitrio. Es acción
teleológica, el producto de hombres que persiguen fines o proyectos no emanados
del azar sino condicionados por el conjunto de circunstancias que envuelven a
los hombres y que son anteriores a él” (humanismo marxiano), para agregar a
continuación que esas “circunstancias tienen a su vez una historia, son
cristalizaciones de un pasado humano”[26], con lo que devuelve la
historicidad y la potencia volitiva y creadora de los actores en juego.
Nuestro
punto de vista al respecto, es que Aricó mantiene como soporte de la acción la
estabilización ontológica del ser en una antropología en algún modo
caracterizable. Y en este sentido, reivindica un “saber objetivo” para la
propulsión del proyecto revolucionario de la mano de esa antropología, a partir
de la cual se decide la necesidad de un determinado proyecto de ordenamiento
social. De todos modos, su aguda reflexión no deja de sentirse incómoda por
este pequeño salto que reconoce como una debilidad. Por ello señala que “La
cuestión reside entonces en la elección del modelo que mejor se adecue a las
condiciones objetivas de la formación económico-social dada y al tipo de
sociedad que se desee construir”[27]. Objetividad y “deseo”
(es decir elección) conviven, no sin cierta contradicción en la cita de Aricó.
Como en Schmucler, la dicotomía entre ontología cerrada y “abierta” se expande
a través de la “objetividad del saber” a la dimensión de “lo político”
(revolución).
Ahora
bien, la lógica polifónica de la revista permite que a escasas páginas Emilio
de Ipola, en otro artículo titulado Adam
Shaff o la filosofía del hombre, afirme que “la empresa sartreana tendría
como inevitable corolario una profunda deformación de las tesis fundamentales
de la teoría marxista [...] Sartre concluiría por negar uno de los puntos de
partida elementales del marxismo: el carácter normativo del desarrollo
histórico; brevemente el ´determinismo´. Tal sería pues una nueva demostración
de la inconsistencia de una teoría que tratara de recuperar el marxismo a
partir de premisas existencialistas”[28]. Aquí, la crítica a la
fenomenología y al Sartre de la tercera sección de El Ser y la Nada conduce a De Ipola por la senda de la vuelta al
marxismo “estructural-antropologizante” como matriz objetiva para re-pensar al
“hombre”, precisamente allí donde lo había hecho la fenomenología con
herramientas desafortunamente poco idóneas a juicio del autor.
La cuestión va complejizándose y los puntos de vista se multiplican
aunque no confronten de manera directa. El tema de la ontología planteado desde
el punto de vista de los límites de las matrices epistemológicas
estructural-funcionalistas reaparece en El
método dialéctico de Fernando Cardoso. Aquí, el autor concluye que “el
método funcionalista [...] supone requisitos para la elaboración metodológica
que suprimen la historicidad peculiar del comportamiento humano (la
negatividad), y no es capaz de presentar las vinculaciones recíprocas y
contradictorias entre la simultaneidad y la sucesión, que expresan el
movimiento de la historia”[29].
Cardoso intenta con esta reflexión señalar la contradicción entre una
“realidad” ontológicamente abierta, multiforme y heteróclita (por ende la
historia es una historia-posibilidades) y una serie de instrumentos
cognoscitivos concebidos a partir del presupuesto de la existencia de una
“realidad” en sentido duro, ontológicamente estática, cerrada, expresión y
materia de una legalidad ontológica insuperable. Por tanto reivindica el
“método dialéctico” para una realidad eminentemente dialéctica. En este punto
su planteo se cierra en cierto sentido (una ontologización dialéctica, en
relación con la apertura más radical que insinuaba intermitentemente Del
Barco), pero sin dejar de apuntar que “los sistemas sociales no son concebidos
como ´sistemas fechados´, sino como ´sistemas abiertos´”[30].
Es evidente el esfuerzo por sortear los límites de la metafísica de la
dialéctica aplazando el decir “ontologizador” y recuperando la historia como
historicidad. Al respecto agrega que “se trata de explicar los procesos, las
situaciones y los sistemas no desde el punto de vista de la historia
transcurrida, donde todo parece haberse dirigido hacia finalidades engendradas
por condiciones dadas, sino desde el punto de vista de la historia como
realización de la actividad humana colectiva”[31].
Las consecuencias políticas de estos debates han sido y son hoy, más que
nunca, enormes. Junto con el advenimiento de la crisis de los modelos
ontológicos herméticos, en los que se fundaba el decir legitimador
antropologizante, comenzó la agonía de la historia como metahistoria, de las
formas de saber asociados a ella y de los sujetos sociales “preconstruidos”.
Reintroducida la historicidad, los “actores” sociales dejan de ser
concebidos como “entes” totales esencialmente “determinados” para pasar a ser
su propio proceso histórico de producción. El movimiento es así reintroducido
en la historia como posibilidad. Este es un tema que preocupa con particular
interés a buena parte de los colaboradores de la revista, en tanto y en cuanto
está directamente vinculado al problema de la “revolución”. Esta crisis, que
por momentos aflora en las páginas de PyP con intensidad notable, para luego
desaparecer casi sin dejar rastros, pone en el centro de la escena la cuestión
del estatuto ontológico de las “clases”; y en particular el de la clase obrera.
El “fenómeno peronista” actuó en Argentina como propulsor directo de
este tipo de reflexiones, en la medida en que se presentaba en el orden de lo
“indecible”, de lo “inaprehendible”. Así como la revolución Cubana había
servido para agudizar la crisis de los esquemas históricos, teleológicos y
lineales del marxismo vulgar, el “fenómeno peronista” contribuyó a potenciar el
“examen de conciencia” para con los aparatos cognitivos mismos. Por ello,
Cordoso escoge a Sartre para decir que “el marxismo vivo, es heurístico: en
relación con su búsqueda concreta, sus principios y su saber anteriores
aparecerán como reguladores. Nunca se encuentran entidades en Marx: las
totalidades (por ejemplo, la pequeña burguesía en el 18 Brumario) están vivas;
se definen por sí mismas en el marco de la investigación”[32].
Se trata de la percepción de una escisión ontológica-política radical,
cuya magnitud obliga a PyP a los tumbos, vuelcos y desbarrancos constantes que
evidencian sus multiformes páginas. En este punto lo que más asombra, lo más
extraordinario de la revista, lo que la convierte en una experiencia única, es
que decidieron (al menos en esta primera etapa, lo que después ocurrió no nos
interesa por el momento) convivir con estas cuestiones no resueltas sin forzar
el pensamiento en pos de un ideal de sistematicidad u organanicidad, incluso de
acción. En este encuentro de posiciones cabría recordar la reflexión de Del
Barco para con “El pensamiento salvaje” de Levy-Strauss: “Al privilegiar la
estructura cerebral (léase historia-sida antropologizada) por sobre el proyecto
de una praxis transformadora del mundo (historia-posibilidades) queda preso en
un mundo cerrado, alienado y sin posibilidad de rescate”[33].
Así, un ontología cerrada proyectada “antropológicamente” sólo puede dar
lugar al “escritor reaccionario”, tal como lo entendía Noe Jitrik en Descripción del escritor reaccionario:
“Su acción congela la comunicación y la libertad, concibe un mundo estático y
concluido, niega el tiempo, traslada a su oficio y encarna en su jerarquía lo
que proviene de su clase, yugula la palabra a su necesidad de sometimiento y
despolitización”[34].
El problema de la objetividad científica
La cuestión de la objetividad aparece con recurrencia en PyP, de la mano
de diferentes abordajes que ponen al descubierto una multiplicidad de aristas
que confluyen en dirección política. En este sentido podríamos decir que el
problema estrictamente epistemológico muta rápidamente en político; poniendo en
evidencia la persistencia de la cuestión ontológica.
Antonio Banfi, en un artículo que José Aricó traduce para PyP, señala
que “El último paso decisivo hacia tal pretendida neutralidad científica es el
realizado por la más reciente sociología americana. Ella ensalza los derechos y
los métodos de un saber empírico y tiene las formas características de dicho
saber: la descripción, la clasificación, la tipificación y el relieve
estadístico. [...] Y es ésta la actitud científica, no obstante sus méritos
teóricos, que limitada en sí sirve perfectamente a los intereses de un
capitalismo imperialista, donde todo real empeño progresivo de la conciencia
burguesa es sofocado”[35].
En esa misma dirección, Del Barco sostiene que las contradicciones y
problemas aparecen cuando se acepta por un lado “la existencia de un investigador
neutro o ´laico´ que trataría de ofrecer una ´imagen coherente de un conjunto
cada vez más amplio de conocimientos acerca del hombre y de sus obras y, por
otra parte, la existencia de un historiador marxista cuya concepción lo limita
en la actividad propiamente historiográfica”[36]. En este punto, la
tradición de pensamiento marxista apuntala con firmeza la reflexión de los
hombres de PyP, que así logran evitar el por entonces común resbalón
“cientificista”.
Ahora bien, el reconocimiento de la “existenciariedad” (usando
terminología heideggeriana) del conocimiento, no priva a PyP de la persistente
preocupación por la “seriedad” y “honestidad” intelectuales, a la hora de la
concreción efectiva de las prácticas de investigación. El punto destacable en
esto reside en que esta aceptación de, como se dice en la jerga de los
historiadores, “las reglas del oficio”, no significó su elevación a rango
“epistemológico-ontológico”, por decirlo de alguna manera. Todo lo contrario,
la “situacionalidad” del conocimiento y del “intelectual” no es puesta en
cuestión.
Aquí, como señalábamos párrafos atrás la tradición “antropológica”
marxiana permite pensar la cuestión de la “objetividad” sobre el horizonte de
una aceptación de la facticidad inalienable que cubre las prácticas
intelectuales, aún cuando se recurra en las formas más ortodoxas a la
disyunción profundamente reduccionista entre “ideología” y “ciencia”.
Es particularmente interesante observar en este punto, como el uso de
terminología convencional oculta por momentos un pensamiento que se
desbarranca. Aricó, pone precisamente en cuestión el “objetivismo” duro del
marxismo “empobrecido” y “citacionista” que reivindica para sí “cientificidad”
en vista de su método objetivo, recurriendo a la dicotomía apuntada entre “ciencia”
e “ideología”. “Abandonan así el terreno de la observación científica y
desapasionada, para cobijarse en los mantos de una ideología justificadora”[37].
Con estas palabras,
Aricó piensa paradójicamente la “objetividad”
en el sentido de recuperar la “especificidad”
de lo singular que los “modelos” científicos
suprimían ontológicamente, para
dejar atrás una “ciencia” justificadora y dar paso a
una “revolucionaria”.
Se trata de una defensa de la objetividad, que tiene más que ver con un
reconocimiento de ciertas “reglas” de producción del saber “legítimo” (que no
por ello desconoce las limitaciones fáctico-existenciarias del conocimiento),
que con la aceptación del legado “científico-positivo”. Esto se ve claramente
en la crítica que Carlos Sempat Assadourian hace de la obra de Leonardo Paso De la Colonia a la Independencia Nacional,
en donde señala que se trata de una producción historiográfica en “la que
faltan todos los requisitos y rigores que hacen a la obra histórica”[38]. Es decir se intentan
incorporar ciertos patrones de producción del denominado “cientificismo” pero
sin traer la lógica de la “asituacionalidad” del investigador, veta por donde
Aricó ve claramente regresar los límites metafísicos característicos del
“marxismo vulgar-científico”: “Cuando consideramos a la teoría como
justificadora de una práctica política determinada, o a ésta última como
ejemplificación de una concepción general ´ya terminada´, [...] quedan
reducidas al mero papel de ejemplos de una totalidad ya definida de antemano”[39].
De todos modos, más allá de los reparos señalados, la noción de
“ciencia” mantiene su potencia legitimatoria intacta. Las críticas de la
revista preservan claramente una “idea” de ciencia que permanece como lugar de
llegada; en donde el método dialéctico se hace presente produciendo la “verdad”
en sentido “objetivo”. Lo que lleva por ejemplo a Juan Carlos Portantiero a
decir que “en los comunistas [...] Hay siempre una relación de interdependencia
entre la deformación del pasado y la imposibilidad de comprender
científicamente el presente”[40].
Quien dentro de las producciones recogidas por la revista llega más
lejos en la profundización crítica es Oscar Del Barco, quien se pregunta
directamente por las relaciones entre antropología y “ciencia” y entre
“ciencia” y “objetividad”. A propósito del enfrentamiento entre Levy-Strauss y
Sartre señala “Una cosa es pretender escapar al ego y a lo que él llama el ego
social de Sartre, por pura negación y otra lograrlo de hecho (la pretendida
objetividad de Levy-Strauss es una subjetividad escondida)”[41]. Con estas palabras, Del
Barco pone en evidencia las dificultades que se alojan “epistemológicamente” en
el nudo “ontológico del saber”, a la hora de proclamarlo “objetivo” en el
sentido de la negación existenciaria de todo punto de vista; partiendo de la
inevitable paradoja de que es “un” punto de vista el capaz de asegurar la
supresión de la “perspectiva de abordaje” inherente a “todo” punto de vista.
En
esta instancia es, tal vez, donde PyP avanza menos “experimentalmente” de lo
esperado, teniendo en cuenta que la tradición marxiana lo posicionaba en un
punto de partida más favorable respecto de los logros alcanzados para el
abordaje de otras temáticas en donde los resultados fueron, desde nuestra
perspectiva, si no “revolucionarios” definitivamente más alentadores.
En este punto los límites se marcan con particular intensidad. Se
procede a una crítica del cientificismo-objetivista, pero no por una “lógica
de-construccionista” que llevaría a plantearse el problema de los límites
fácticos del saber, sino para señalar los errores “históricos” ideologizadores
que impiden una verdadera ciencia del “hombre”. Francisco José Delich concluye,
respecto de la obra Los que mandan de
José Luis De Imaz, que “el autor no sólo tiene una ideología, sino que ella se
introduce en el análisis y falsea lo que pudiera restar de científico en este
análisis, poco valioso metodológicamente”[42].
Evidentemente, la persistente presencia -difusa pero operante- de un
soporte antropológico (tal como lo hemos abordado en el apartado anterior)
contribuye a apuntalar esta apelación al “saber-legítimo” de la ciencia como
vía de acceso “positiva” a la transformación social. Se ve así como el peso de
la legitimidad moderna del saber “científico” permanece operando, casi sin
fisuras, entre los intelectuales de PyP.
Pasado y Presente, intelectuales, historia y
política
“Producto de
sociedades desgarradas, el intelectual testifica acerca de ellas porque ha
interiorizado su desgarramiento. Es, pues, un producto histórico. En este
sentido ninguna sociedad puede quejarse de sus intelectuales, sin acusarse ella
misma, puesto que no tiene sino a los que ha hecho”.
Jean Paul Sartre, Defensa de los intelectuales[43]
Abrir la discusión en torno al
rol del “intelectual” supone plantear también el problema de “lo político”. En
esa dirección entendemos que las relaciones entre historia y política, es decir
entre “saber” y “poder” se nos hacen presentes como un ámbito de indagación
privilegiado.
Tal como nos lo ha mostrado PyP, la cuestión
del intelectual es, en última instancia, el problema de la “historia” y el
substrato metafísico del humanismo asociado a ella. Reflexionando sobre esto,
en algún sentido podríamos señalar que todo punto de vista, a la manera de un horizonte de visibilidad es al mismo
tiempo y necesariamente, en tanto que perspectiva, una toma de posición
ontológica. La dualidad apariencia/ser sobre la que se reproducen las formas
del conocimiento-verdad (es decir del saber-legítimo) produce, ordena y sujeta
los “fenómenos” que fluyen sobre una “realidad” en sentido “duro”.
El
problema es aquí
evidentemente el de la historicidad, cuestión que aparece
persistentemente a lo
largo de los nueve números de la primera serie de PyP que hemos
explorado en estas
páginas. Una ontología-cerrada, que concibe el ser como
“algo” en cada caso ya
“sido”, produce/re-produce una comprensión
“cerrada”, hermética del “mundo” y da
paso a lo que podríamos denominar una “ontología de
la mismidad”. Se instaura
un escenario de situación que nos devuelve un mundo que
simplemente “es”, en el
que el ser en tanto “ser como ser sido” suprime la
contingencia y el universo
de posibilidades de la historia, en pos de la necesaria
consecución metafísica
del ser.
De esto se deriva que la historia
(en sentido ontológico) se presente como la realización del ser que se es
“originariamente”, independientemente de las características particulares que
pueda adquirir este “ser el ser”. Sus metamorfosis en la historia del
pensamiento del fundamento han sido
variadas (platonismo- dualidad/identidad; jerarquización ontológica, substrato,
ousía, hipokeimenon, -aristotelismo-, despliegue/desarrollo de la “Idea”
–hegelianismo-, sistema “legal-positivo” –positivismo, neo-positivismo-, etc.).
El punto es que más allá de estas formas específicas se trata de una historia
que por definición se niega de manera radical. Es una historia (en sentido
ontológico) ahistórica, que tiene su principio y final en una unidad idéntica.
Ahora bien ¿cómo juega la
cuestión del intelectual frente a esta relación entre ontología e historia?
Para avanzar sobre este punto es necesario volver a poner el centro de atención
en la relación entre saber y poder. Si conocer es de-velar, en el sentido de un
“conocimiento-verdad”; el conocimiento como tal es la forma en que se construye
la presencia de la identidad de esa ontología-cerrada. En otras palabras,
conocer es des-cubrir, quitar el manto a la “verdad”. Así, conocer-verdad
significa hacer visible el ser, y hacer visible el ser es des-ocultar lo que se
es en cada caso. Aquí es donde el “intelectual” se encuentra consigo mismo.
PyP, a pesar de su agudo pensamiento, no logra superar esta lógica de
autoreconocimiento como “intelectuales críticos”.
Sus importantes logros en cuanto
a la desfosilización de los “marxismos vulgares-ortodoxos”, vía la recuperación
de la capacidad de dar cabida a las singularidades complejizando las
estrategias metodológicas y pluralizando los objetos, encuentran en la cuestión
del intelectual un límite evidente.
Aricó se preguntaba en “Examen de
conciencia” cuando ya habían sido expulsados del PCA, “¿qué nos proponíamos con
la edición de Pasado y presente? ¿Cuáles eran las motivaciones profundas que
nos impulsaban a encarar por ´nuestra cuenta´, esto es, poniendo entre
paréntesis el habitual esquema partidario, el examen de una realidad, de un
pasado y de un presente que mostraban una opacidad impenetrable?”[44]. Aricó ubica así al
intelectual en su función de “des-cubridor”, de “de-velador” de lo que
permanece oculto, para luego, a través del “saber” ya establecido dar cabida a
“lo político”. En esta dirección, PyP rompe con la rígida relación entre
“intelectual” y “partido”, porque entre otras cosas la relación partido-masas
nunca se había concretado en la historia argentina.
Los enfoques en términos del
“intelectual orgánico” o del “intelectual comprometido” están presentes con
fuerza en sus reflexiones sobre el tema, pero no parten de ellas como trampolín
de experiencias sino como soporte “idealizado” para su propia inserción y
estabilidad subjetiva. La cuestión del reencuentro con sus propias identidades
es evidente a lo largo de toda PyP. Aricó reflexionaba que “Más que el grado de
burocratismo de los dirigentes comunistas, lo que exigía ser analizado en primer
lugar era la sociedad argentina, las posibilidades de su transformación
revolucionaria para poder medir luego, con científica precisión, las razones
del distanciamiento masa-conciencia, de la anémica inserción del marxismo en la
dinámica del país”[45].
El esfuerzo es grande y merece un
notable reconocimiento. Sin embargo se ve claramente como no se logra romper
con la lógica de mutua determinación e influencia que el círculo
auto-determinante que conecta los presupuestos operantes de una ontología
cerrada con el saber-verdad, los intelectuales –identidad- y la política, teje
sobre las perspectivas de visibilidad de PyP.
La cuestión pasa aquí por
comprender el grado de saturación del horizonte crítico (de todos modos
excepcionalmente amplio) de la revista, frente a circuitos de sentido
autosostenibles e inagotables. En este punto se ve como el enlace de una serie
de recorridos intelectuales autónomos y originales acaban por producir una
densa red que actúa como manta de contención para el ejercicio intelectual y
para la práctica política que acompañaba los diagnósticos de estos
intelectuales.
El círculo se cierra sobre sí
mismo, produce sentido, se interroga sobre lo que es y produce verdad; la
verdad es el sentido producido, el sentido producido hace al intelectual; el
intelectual piensa la política como sutura del sentido producido, y así
sucesivamente. En este círculo autónomo, autogenerado, en el que sus niveles
constitutivos (ontología, saber, intelectual, política) interactúan tejiendo
una serie de redes de ligazón autoreferentes que aseguran la operación
funcional, estable y “dóxica” del circuito apuntado, se vieron atrapados los
hombres de PyP.
Una política en esta clave es la realización del ideal iluminado por el
decir de un saber que adopta necesariamente la forma de lo que podría llamarse
el “sentido de la vida”. El sujeto individual se pierde así, “sujetándose” en
el “grupo” del “ser-praxis”. La praxis hace de la vida la concreción de un
deber ser que, como dijimos, no surge de la historia como ser-posibilidades
sino del “origen”, de esos presupuestos ontológicos cerrados de los que hemos
hablado. Al círculo de sentido y legitimación viene a sumársele también la
cuestión de la identidad en tanto que “intelectuales”, lo que asegura en otro
plano la estabilidad de la práctica en términos de subjetivación.
En una suerte de “editorial” con la que se abre el número 7-8 de PyP,
el grupo de intelectuales de la revista señala colectivamente que “resulta
difícil o imposible definir lo que deseamos que sea en el futuro. El hombre
libre todavía no es y por tanto no se corporiza en nuestra imaginación, del
mismo modo que no llegamos a pensar estrictamente en los mil millones de años
luz que nos separan de cualquier modesta estrella. Y sin embargo sabemos la
verdad de esa estrella tanto como la verdad de aquella esperanza”[46].
Aquí se ve claramente cómo el rol del intelectual es en esta visión el
engranaje del que emerge lo político. Aricó deja testimonio de lo apuntado
cuando concluye que “el político revolucionario es historiador en la medida en
que obrando sobre el presente interpreta el pasado. En su acción práctica
supera toda veleidad ideológica y acciona sobre el pasado”[47].
Aquí se ven los límites últimos
de la experiencia de PyP, sus fronteras infranqueables. A lo largo de estas
páginas hemos asistido a algunos de los diversos combates que estos hombres
encararan en oposición a la metafísica imperante en el marxismo fosilizado y
contra los reduccionismos mecanicistas vigentes, de la mano de una lógica de
las “mediaciones” y de las “singularidades” que les permitió pensar la
historia, el saber y la política desde una epistemología de las “diferencias”.
Sin embargo es evidente también que la sentencia sartreana del “pensar contra
uno mismo” no es tarea sencilla y no siempre acarrea éxitos; o lo que es peor,
a veces esos éxitos nos devuelven un mundo que no queremos ni deseamos habitar.
Los límites se ven claramente en la articulación práctica. No es en las
reflexiones particulares y asistemáticas de los colaboradores de la revista
sino en la forma en que algunas de ellas se enlazan “políticamente” donde se
aprecia el carácter limitado y parcial de la renovación encarada. El momento de
la “síntesis política” es en PyP el nudo de restitución de la metafísica y el
de reinstauración del decir “reaccionario” en palabras de Jitrik.
Los esfuerzos parciales de indagación que permitieran a algunos de sus
miembros pensar más allá de los límites espistemológico-políticos de sus
tradiciones intelectuales sucumben finalmente. Parece claro que fue
precisamente en la cuestión subjetiva de las propias identidades, en donde
anidó con éxito el huevo de la serpiente. Pero no podemos cargar sobre la
espalda de estos hombres el peso de una modernidad, que ha agotado su capital
libertario y a la deriva intenta sostenerse a través de nuevas “idealizaciones”
que imposibilitan otros recorridos posibles.
Recordando un célebre pasaje del
genial Fiódor Dostoievsky en Los hermanos
Karamázov podríamos decir que en torno a PyP se ha impuesto finalmente, a
pesar del “amotinamiento” el punto de vista del Gran Inquisidor. El “sollozo”
no borra de todos modos los logros y la heroicidad de la “rebelión”;
simplemente nos enseñan con crudeza y sin atenuantes, tanto sus límites como la
profundidad de las cuestiones a las que el pensamiento del “ocaso” de la
modernidad tendrá que enfrentarse más temprano que tarde.
“El hombre es débil y vil. ¿Qué
importa que ahora se alce en todas partes contra nuestro poder y se jacte de
que se subleva? Ese es el orgullo del niño y del escolar. Los hombres son como
niños que se han amotinado en clase y han echado al maestro. Pero también se
acabará el alborozo de los niños, y les costará caro. Demolerán los templos e
inundarán de sangre la tierra. Más al fin, esos estúpidos niños se darán cuenta
de que, aunque rebeldes, tienen pocas fuerzas, y son incapaces de resistir su
propia sublevación. Derramando estúpidas lágrimas, comprenderán, por último,
que quien los ha creado rebeldes quiso sin duda burlarse de ellos. Lo dirán
desesperados, y lo que habrán dicho será una blasfemia que los hará aún más
desdichados, pues la naturaleza humana no soporta la blasfemia y al fin se
venga de esta última [...] Oh, sí, transcurrirán aún siglos enteros en que la
mente libre campará por sus respetos, habrá siglos de ciencia humana y de
antropofagia, porque habiendo comenzado a edificar sin nosotros la torre de
Babel, los hombres acabarán en la antropofagia. Pero, entonces, la bestia se
arrastrará hasta nosotros y nos lamerá los pies a la vez que nos los rociará
con sus lágrimas de sangre. Nosotros montaremos sobre la bestia y elevaremos
hacia el cielo una copa en la que habremos escrito: ¡Misterio! Entonces, y sólo
entonces, llegará para la gente el reino de la paz [...], de la felicidad”[48].
RESUMEN
De la “antropofagia” y la rebelión a la felicidad moderna. La revista Pasado y Presente. Alcances y límites de
sus indagaciones políticas. Primera época (1963-1965)
El presente trabajo
se propone recuperar la multiplicidad de vías teóricas a partir de las cuales
los hombres de Pasado y Presente intentaron rejuvenecer y dinamizar el enfoque
marxista ortodoxo vigente en las filas del Partido Comunista Argentino (PCA).
La creación de la revista constituyó un paso decisivo en el itinerario
intelectual de sus miembros y un gran esfuerzo de autorevisión identitaria.
Esfuerzo que los apartó del partido y los condujo a enfrentar los límites más
radicales de la matriz epistémica moderna en una titánica tarea cuya magnitud
no deja de sorprender. Proponiendo una “historia de las ideas” en clave
filosófica y dejando de lado enfoques más contextualistas, el trabajo apunta a repensar los límites intelectuales,
epistemológicos y políticos de la primera experiencia de la revista entre 1963
y 1965.
Palabras clave: marxismo - Gramsci - Pasado y Presente -
Partido Comunista Argentino
ABSTRACT
Since the ´anthropophagy´ and the rebellion to the modern felicity. The Past
and Present magazine. Gains and limits of their political reflexions. First
period (1963-1965).
The following
article intents to make up the numerous theoretical points of view that allow
Past and Present´s men to adapt the marxist orthodox perspective of the
Communist Argentine Party. The creation of the magazine was an important step
in the intellectual´s itinerary of its members and a big effort to revise their
identity. That effort separeted them from the party and carried them to bring
face to face with the more radical limits of the modern epistemic´s matrix in a
difficult work wich will not let to surprise. Proposing a “history of the
ideas” and leaving appart the most contextual point of view; the paper proposes
to think again the intellectuals limits, epistemologics and politics of the
first experience magazine´s between 1963 and 1965.
Key Words: marxism - Gramsci - Past and Present - Comunist
Argentine Party
Notas
(*) El presente trabajo es resultado de largas discusiones e intensos
debates con mi gran amigo y colega Hernán Uliana, todas mis consideraciones
para él. Quisiera agradecer además, las pertinentes sugerencias de los
profesores Graciela Blanco y Pablo Pozzi. Los contenidos del artículo corren
sin embargo, bajo mi entera responsabilidad.
(**) Becario de formación de posgrado del
CONICET/Miembro del Centro de Estudios Sociales Regionales (CESOR) y de la
cátedra de Historia Argentina II, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad
Nacional de Rosario. diegomauro@uolsinectis.com.ar
[1] Borges, Jorge Luis,
“El Palacio”, EN: El oro de los tigres,
Emecé, Buenos Aires, 1997, p. 77
[2] De Beauvoir, Simone,
“El Jardín de Cándido” EN ¿Para qué la
acción?, Leviatán, Buenos Aires,
1995, p. 17.
[3] “La primera
edición de los Cuadernos de la cárcel
tuvo lugar en 1949 por Einaudi; fue el fruto del trabajo de Palmiro Togliatti y
de Felice Platone para presentar a Gramsci como un gran exponente del mundo
intelectual italiano liberal y progresista en la línea De Sanctis - Labriola -
Croce. La edición ostentaba las intervenciones censorias del secretario del PCI
y de la comisión del PCUS, en el sentido de eliminar las partes poco
convenientes tales como las referencias a Bordiga y Trotsky. Caído el fascismo
se abría una nueva época en la que Togliatti formulaba la nueva concepción
partidaria funcionalizando ideas de Gramsci, entre ellas el papel de los
intelectuales reconocidos como “tejido
vivo de la sociedad italiana a través de los siglos” con la misión de hacer
resurgir a Italia en el marco de la formulación de la "democracia progresiva" del PCI
después de 1943 y la svolta di
Salerno. La referencia a Gramsci fue usada asimismo para diseñar un espacio
propio y relativamente autónomo a la política cultural del PCI a partir de la
crítica al Zdanovismo o realismo socialista; en ese sentido, Carlo Salinari, en
el VII Congreso del Partido (abril 1952), subrayaba la urgencia de crear una
cultura socialista en Italia con la construcción de una amplia alianza de
fuerzas intelectuales progresistas” (Pagano, Nora, Textos, traductores y traducciones. Comunistas y ex comunistas
argentinos, 1950-1970, mimeo)
[4] Aricó, José, “Los
gramscianos argentinos” en Punto de vista,
Nº 29, abril-julio de 1987, p. 6.
[5] Íbídem, p. 4.
[6] Marx, Karl,
“Manuscritos económico-filosóficos de 1844” en La Cuestión judía y otro escritos, Planeta-Agostini, Barcelona,
1994, pp. 93-94.
[7] Ibídem, p. 100.
[8] Aricó, José “Pasado
y presente” en Pasado y Presente Nº 1,
Córdoba, abril-junio de 1963, pp. 14-15.
[9] Tarcus, Horacio, El marxismo olvidado en la Argentina:
Silvio Frondizi y Milcíades Peña, El Cielo por Asalto, Bs. As., 1997, p.
332.
[10] Lefebvre, Henri,
“Definiciones y punto de partida” EN: Fichas
3, septiembre de 1964.
[11] Pagano Nora, “Revistas militantes: a propósito de Pasado y Presente (1963-1965)”, mimeo.
[12] Aricó, José, “Los gramscianos argentinos” EN: op.
cit., p. 5.
[13] Terán, Nuestros años sesenta, Punto Sur, Bs.
As., 1990, op. cit., p. 114.
[14] Aricó, José, “Los
gramscianos argetninos” EN: op. cit.,
p. 7.
[15] Masotta, Oscar,
“Jacques Lacan o el incosciente en los fundamentos de la filosofía” EN: Pasado y Presente Nº 9, Córdoba,
abril-septiembre de 1965.
[16] Aricó, José, “Los
gramscianos argentinos” EN: op. cit.,
p. 6.
[17] Ibídem, p. 6.
[18] Giannoni, Arthur, “Marxismo, técnica y alineación” EN: Pasado y Presente Nº 5-6, Córdoba,
abril-sept. 1964, p. 25.
[19] Ibídem, p. 27.
[20] Schmucler, Héctor,
“Problemas del tercer mundo” EN: Pasado
y Presente Nº 4, Córdoba, enero-marzo 1964, p. 288
[21] Del Barco, Oscar,
“Las formaciones económicas precapitalista de Karl Marx” EN: Pasado y Presente Nº 9, 1965, op. cit., p. 85.
[22] Schmucler, Héctor, op. cit.,
p 288.
[23] Ibídem, p. 289.
[24] Ibídem, p. 289.
[25] Aricó, José,
“Problemas del desarrollo económico en Cuba” EN: Pasado y Presente Nº 5-6, 1964, op. cit., p. 53.
[26] Aricó, José, EN: Pasado y presente Nº 1, 1963, op. cit., p. 4
[27] Aricó, “Problemas
del desarrollo...” EN: op. cit., p.
53.
[28] De Ipola, Emilio,
“Adam SCAF o la filosofía del hombre” EN: Pasado
y Presente Nº 5-6, 1964, op. cit.,
p. 99.
[29] Cardoso, Fernando,
“El método dialéctico en el análisis sociológico” EN: Pasado y Presente Nº 7-8, Córdoba, octubre 1964-marzo 1965, p. 184.
[30] Ibídem, p. 184.
[31] Ibídem, p. 185.
[32] Ibídem, p. 185.
[33] Del Barco, “El
pensamiento salvaje”, EN: Pasado y Presente Nº 7-8, Córdoba, octubre de
1964-marzo de 1965, p. 231.
[34] Jitrik, Noe,
“Propuesta para una descripción del escritor reaccionario” en Pasado y Presente Nº 2-3, Córdoba,
julio-diciembre de 1963, p. 157.
[35] Banfi, Antonio, “El
problema sociológico” EN: Pasado y
Presente Nº 2-3, 1963, op. cit.,
p. 137.
[36] Del Barco, “Metodología...”
EN: Pasado y Presente Nº 2-3, 1963,
p. 179.
[37] Aricó, “Examen...”
EN: Pasado y Presente Nº 4, 1964,
op. cit., p. 253.
[38] Assadourian, Carlos
Sempat, “Una agresión a la Historia en nombre del marxismo”, EN: Pasado y Presente Nº 4, op. cit., p.
333.
[39] Aricó, Pasado y Presente Nº 9, p. 12.
[40] Portantiero, Juan
Carlos, “Un análisis ´marxista´ de la realidad Argentina” en Pasado y Presente Nº 5-6, 1964, p. 83.
[41] Del Barco, Oscar,
“El pensamiento salvaje”, EN: Pasado y
Presente Nº 7-8, 1964-1965, op. cit.,
p. 231.
[42] Delich, Francisco
José, “Los que mandan” EN: Pasado y
Presente Nº 7-8, 1964-1965, op. cit.,
p. 240.
[43] Sartre, Jean Paul,
“Defensa de los intelectuales”, EN: Situaciones
VIII, Alrededor del 68, Losada, Buenos Aires, 1973, p. 303.
[44] Aricó, “Examen de
conciencia” EN: Pasado y Presente Nº 4,
1964, op. cit., p. 241.
[45] Aricó, “Examen...”
EN; op. cit. p. 243.
[46] Pasado y Presente,
“Santo Domingo”, EN: Pasado y Presente,
Nº 7-8, 1964-1965, op. cit., p. 121.
[47] Aricó, Pasado y Presente Nº 1, 1963, op. cit.,
p. 7
[48] Dostoievsky, Fiódor,
Los hermanos Karamázov (t.1),
Altaya, Madrid, 1994, pp. 412-415.