La intendencia de Daniel Infante
en Rosario (1912-1913): las paradojas de un socialista español
Santiago Javier Sánchez(*)
Introducción
El 20 de noviembre de 1912 el gobernador de Santa Fe, Dr. Manuel J.
Menchaca, designaba como intendente de Rosario al Dr. Julián Daniel Infante. No
duraría mucho en el cargo, al que se vería obligado a renunciar el 8 de abril
de 1913, tras una tormentosa gestión. Por varios motivos, ese año de 1912
significó un quiebre profundo. En el mes de febrero fue sancionada por el Congreso
Nacional la llamada ley “Sáenz Peña”, que establecía por primera vez en nuestro
país el sufragio universal masculino, secreto y obligatorio. Esta ley venía a
completar otra sancionada pocos meses antes y que establecía la confección de
nuevos padrones electorales sobre la base de los padrones militares. La ley
“Sáenz Peña” no fue empleada más que parcialmente, en ocasión de las elecciones
provinciales de Santa Fe celebradas el 31 de marzo de 1912. No hubo voto
secreto, sí obligatorio, y se usó el padrón militar de 1911[1].
Contra todos los pronósticos, la Unión Cívica Radical obtuvo la tan
ansiada gobernación, de la mano del binomio Menchaca-Caballero. Apenas una
semana más tarde, ya en abril, se llevaron a cabo en varias provincias los
comicios para elegir diputados nacionales. A pesar de algunas irregularidades
protagonizadas por grupos conservadores y de ser derrotada en varios distritos,
la Unión Cívica Radical comenzó a perfilarse como la nueva fuerza política
dominante en todo el país.
En Santa Fe, ya con los radicales en el gobierno, se produjo el 25 de
junio la rebelión de los arrendatarios, el Grito de Alcorta, extendida luego a
otras regiones pampeanas. Como un anticipo de lo que sería más tarde la
presidencia de Hipólito Yrigoyen (1916-1922), el gobierno santafesino adoptó
una actitud mediadora que lo llevaría a una solución, aunque fuera parcial, del
conflicto. La búsqueda de consenso y de votos entre las masas de trabajadores,
hijos de inmigrantes nacidos en el país y por lo tanto ciudadanos argentinos,
llevó a los radicales a implementar estrategias de cooptación. Este intento,
impensable entre los inmigrantes (que por entonces formaban legión,
especialmente en las grandes ciudades del Litoral) se hacía más factible entre
los “criollos”. Mientras los extranjeros carecían del derecho al voto y se
hallaban poderosamente influidos por la ideología y las estructuras sindicales
anarquistas, los argentinos conformaban ya un grupo no desdeñable en número y
empuje.
Tal como enunciáramos más arriba, el gobierno nacional en manos de los
radicales asumiría en 1916 un inédito rol arbitral en los conflictos laborales,
que posibilitaría ciertas mejoras para los trabajadores pero que se hallaba
circunscrito dentro de límites infranqueables. La gobernación de Menchaca en
Santa Fe entre 1912 y 1916 puede considerarse como un anticipo de lo que sería
más tarde la política de Yrigoyen en materia gremial[2].
En lo que respecta a la intendencia de Infante, ésta ofreció dos ejemplos
claros de este novedoso accionar: la huelga de los tranviarios (guardas y motormen)
en diciembre de 1912 y la de los barrenderos y carreros municipales en abril de
1913. En el primer caso el arbitraje resultó exitoso, mientras que en el
segundo su fracaso (que era el de Infante y el de sus aliados los radicales)
llevó a un enfrentamiento final e intransigente con el Concejo, y a la renuncia
del intendente.
Más allá de los exabruptos personales de Infante, producto de su
personalidad exuberante y controvertida, consideramos que es posible insertar
su figura en el contexto de los procesos históricos de su época como asimismo
de las ideas políticas imperantes. De profesión abogado y con una vasta
preparación intelectual que se había iniciado en España, Infante ejerció la
militancia política, el periodismo y la docencia. Sus intereses comerciales y
filantrópicos lo llevaron a efectivizar sus proyectos de viviendas obreras (los
polémicos barrios Mendoza y Godoy) y a procurar concretar desde la intendencia
algunas de sus ideas medulares, tales como la autonomía municipal, la
elegibilidad popular del cargo de intendente, el mejoramiento del presupuesto
rosarino sobre la base de impuestos progresivos sobre el capital y la
organización de las actividades de beneficencia, buscando favorecer a los que menos
tenían, mediante mejoras salariales y un reparto más equitativo de la riqueza.
Estos intentos chocaron no solamente con los intereses materiales del
grupo social al que él mismo pertenecía, sino que resultaron potenciados por el
enfrentamiento endémico entre las ciudades de Rosario y Santa Fe. Hasta 1927 la
Constitución provincial establecería que el intendente municipal en las
ciudades santafesinas debía ser electo por el gobernador, mientras que el
Concejo Deliberante surgía como resultado de elecciones en las que prevalecía
aún el voto calificado. En efecto, en los comicios comunales votaban únicamente
los contribuyentes, aquellos propietarios, por minúsculos que fuesen, que
pagaran tasas municipales. El voto no era obligatorio y también podían sufragar
los vecinos extranjeros. Esta circunstancia no alteraba en demasía el número
total de potenciales electores, pero sí otorgaba al espacio urbano una
especificidad supuestamente refractaria a los intereses más resistidos de la
“política criolla”.
En los años inmediatamente previos a la intendencia de Infante, Rosario
había crecido vertiginosamente, tanto en número de habitantes como en riqueza.
Su joven elite, originalmente comercial pero rápidamente expandida a los
negocios portuarios, ferroviarios, agropecuarios e industriales, buscó el
acceso a un poder político hasta entonces vedado. La fundación de la Liga del
Sur en 1908 obedeció a estas razones.
De esta manera, la figura del intendente de Rosario entre 1912 y 1927
originaría continuos roces con el Concejo y llevaría a una turbulenta sucesión
de funcionarios, todos ellos vinculados al radicalismo y designados por el
gobernador. Sólo en 1927 sería alcanzado el objetivo largamente anhelado por la
Liga del Sur hasta 1916, y por su continuador el Partido Demócrata Progresista
desde esa fecha; esto es, la elegibilidad del intendente y de los concejales
mediante el sufragio masculino universal, secreto y obligatorio, extensible
también a los residentes extranjeros que quisieran participar.
En Rosario, como en otros lugares de la provincia, la proporción de
extranjeros rondaba la mitad de la población. Esta cantidad crece si se
considera que de los argentinos, la mayor parte eran hijos y nietos de
inmigrantes. El desarrollo de las actividades comerciales e industriales
catapultó no sólo a una elite por completo nueva, sin las raíces coloniales de
otras elites urbanas argentinas[3],
sino que tuvo su correlato en la emergencia organizacional de las clases
populares. El 1º de mayo de 1890 se celebró por primera vez en el mundo el Día
Internacional de los Trabajadores, y en Rosario tuvo lugar una importante
manifestación en la Plaza López, lo que nos sugiere que ya por entonces se
estaba estructurando un movimiento obrero en la ciudad. En 1895 fue creado el
Centro Socialista. Los trabajadores, en estos años finiseculares, principiaron
a profesar ideas contestatarias, a publicar periódicos, a organizar
conferencias y meetings, y a fundar sociedades de resistencia que con el
tiempo convergirían en la FOLR (Federación Obrera Local Rosarina), de tendencia
anarquista, la que coexistiría con los Círculos Católicos de obreros, de
ideología conservadora y pro-patronal.
Es en este período particularmente fértil en tensiones que se
desarrolló la intendencia de Infante, en un momento de transición del sistema
oligárquico instaurado en nuestro país en 1880 a la república de mayoría
radical, cuyo trágico fin acaecería años más tarde, en 1930.
Un socialista muy especial
El 17 de noviembre de 1912 se celebraron en
Rosario las elecciones para concejales. Siguiendo las disposiciones de las
ordenanzas de 1909 y de ese mismo 1912, los electores o “ciudadanos
contribuyentes” habilitados para el voto debían inscribirse en una Junta
dirigida por los contribuyentes más importantes de la ciudad. Los resultados de
estos comicios fueron vaticinados por La Capital el día anterior[4]:
de los 7000 inscriptos, 4500 pertenecían a la Liga del Sur y 1500 a la
Coalición, cuya mayoría votaría también por los candidatos de la Liga. Los
restantes que completaban el número estaban divididos entre independientes y
radicales. Como único rival de la Liga se presentó la Unión Comercial, sin
chance alguna de obtener el triunfo.
Tras la victoria electoral de la Liga del
Sur, que confirmaba una tendencia que en Rosario venía imponiéndose desde 1908,
el intendente Julio Bello fue reemplazado por Julián Daniel Infante, siendo
designado éste por el Poder Ejecutivo Provincial. La única condición pedida por
el propio Infante fue que su mandato como intendente no se extendiese más de
seis meses, en el transcurso de los cuales el gobierno de la provincia se
comprometería a impulsar una reforma constitucional que permitiese la
elegibilidad por vía del sufragio universal de los intendentes de Santa Fe[5].
El discurso de asunción de Infante provocó no
sólo la ira del Concejo Deliberante y del diario La Capital, que
defendían los intereses de la Liga del Sur, sino de los propios radicales y de
los socialistas locales, al asegurar, con vehemencia, que el gobierno radical
lo había elegido por carecer de “hombres aptos” para el cargo, y que él no era
ni radical ni liguista, sino “socialista”, es decir, amigo de los trabajadores.
Un militante socialista envió entonces una carta aclaratoria a La Capital:
"Rosario, noviembre 22 de 1912.
Sr. Director de La Capital.
Muy señor mío:
El artículo titulado ‘El cuarto de hora’ que
publica La Capital de hoy, nos ha hecho pensar que es necesaria una aclaración
respecto de las ideas que pueden formarse en el público por la declaración de
‘socialista’ hecha por el Intendente Dr. Daniel Infante al recibirse en su
cargo (...) Figueroa Alcorta, Quintana, Ugarte, Agote y muchos otros se
declararon ‘socialistas’ y fueron, especialmente el primero, los más tenaces
perseguidores del movimiento obrero normal organizado, o los más ardientes
sostenedores de las leyes liberticidas que rigen en nuestro país para su
vergüenza.
Aparte de otras consideraciones que sería
largo enumerar en ésta, hacemos presente al señor Director, que nuestro
propósito es el dejar constancia que el señor Daniel Infante no pertenece ni ha
pertenecido al Partido Socialista y por tanto no es un miembro militante del
mismo, y sus actos no pueden afectar en nada el programa y los ideales de esta
agrupación política.
Queremos creer que el doctor Infante viene
animado de los mejores propósitos y ¡ojalá así sea!; pero de ahí a confundir su
acción personal y exclusiva con la del Partido Socialista, hay mucha distancia,
que es necesario aclarar; porque ello puede dar tema a ciertos periodistas para
confundir la acción de un individuo con la del partido en el cual militamos
(...)"[6]
Deslindadas así las responsabilidades, es
bueno tener presente esta carta para entender lo que vendrá. A pesar de que
liguistas y radicales cargarían en más de una ocasión contra Infante,
acusándolo de “socialista” y aún teniendo en cuenta la incidencia que tuvieron
los militantes del PS durante las huelgas de tranviarios y municipales, la
supuesta conexión con el intendente no parece haber existido nunca. Las
repercusiones del discurso de Infante alcanzaron también al gobierno y a la
Unión Cívica Radical. Durante varios días, La Capital publicaría
extractos de diarios capitalinos en los que se fustigaba severamente al
intendente.
El 26 de noviembre ocurrió el primer
incidente serio. En plena inauguración de unas obras de salubridad (cloacas) el
ingeniero Eduardo Castro, Director del Departamento de Obras Públicas de la
Municipalidad, emitió un discurso que desagradó a Infante. Éste lo interrumpió
desalojándolo de la tribuna y pocas horas después lo destituyó. La Capital
defendió ardientemente la postura de Castro. Del análisis de las fuentes no
queda claro para nada el motivo de esta destitución, puesto que en ningún lugar
se transcribe el polémico discurso ni se da cuenta siquiera de la naturaleza de
su contenido. Lo que sí podemos afirmar es que Castro había sido nombrado en el
cargo a instancias del vicegobernador Caballero y del ministro Herrera, los
popes radicales del sur santafesino, lo que originó un problema espinoso.
Un grupo de radicales rosarinos, capitaneados
por el diputado José Chiozza, convinieron en la necesidad de ir a hablar con
Infante y pedirle la renuncia. Reunidos en la casa de Chiozza, llegaron a
proponerse medidas violentas, como la de colocar a un grupo de militantes en la
puerta del Palacio Municipal para impedirle la entrada al intendente y “sacarlo
de un brazo”. Finalmente, se resolvió que Herrera le hablaría pero como éste no
llegó en el momento esperado un “conspicuo radical” hizo lo propio. Infante se negó
rotundamente a renunciar: sólo abandonaría el cargo en caso de que la
Legislatura le negara el acuerdo requerido por la Constitución. A raíz de la
“exoneración injustificada” de Castro presentaron su renuncia varios
funcionarios más. Simultáneamente, comenzó a gestarse otro conflicto, esta vez
de índole gremial, que traería mucha cola: el de los trabajadores tranviarios.
La huelga de los
tranvías
Ese mismo 26 de noviembre los guardas y motormen
de la empresa belga de tranvías eléctricos se reunieron en asamblea. La
intención era bregar por el reintegro de veinticinco “miembros y fundadores de
la Sociedad de Guardas y Motoristas”[7].
Dos días más tarde, una comisión integrada por representantes de los
tranviarios, se reunió con Infante. Éste les manifestó su apoyo, pero
recomendándoles que agotaran en primer término todas las instancias de la
negociación pacífica. En la misma reunión, los empleados le entregaron el
pliego de condiciones.
Ante la intransigencia de ambas partes, el 1º
de diciembre estalló la huelga. Ocurrió entonces algo singular: un grupo de
unos ochenta manifestantes, liderados por el diputado radical José Chiozza, se
movilizaron hasta la Municipalidad. Los policías, que tenían orden expresa de
prohibir la manifestación que en el mismo lugar habían programado los
tranviarios, los dejaron pasar. Pudieron así vociferar a su antojo, insultando
a Infante y de paso a todos los españoles, lo que motivaría en breve las
airadas quejas de la colectividad. El propio Chiozza pateó la “pizarra” ubicada
en la puerta del Palacio Municipal.
En este primer día apenas si se produjeron
algunos incidentes aislados, tales como la rotura de los vidrios de algunas
ventanas de coches que, aunque en número reducido, salieron a cumplir con los
recorridos habituales. La policía se instaló en las plataformas de los
vehículos y los trabajadores adoptaron como punto de reunión el Centro
Socialista, sito en Sarmiento y Mendoza. Mientras tanto, el tráfico se resintió
sobremanera, siendo muy alto el acatamiento a la huelga. Durante toda la
jornada, se sucedieron intensas reuniones entre representantes de la empresa y
de los huelguistas con el intendente, sin que se consiguiera llegar a un
acuerdo[8].
Sin embargo, tanto Infante como el mismo diario La Capital repetían, una
y otra vez, que las diferencias entre ambas partes eran mínimas y la solución
inminente.
Al llegar la noche de aquel domingo 1º de
diciembre de 1912 ningún tranvía circulaba por las calles de Rosario. Al día
siguiente, lunes 2, el servicio no fue regularizado y salieron, según La
Capital, sólo cuarenta coches. De setecientos empleados, trabajaron
únicamente cien. Fue entonces que se produjo un “accidente lamentable”. Uno de
los motormen que no se plegó a la medida, el español Emilio Gómez, de
treinta y cinco años, mató de un disparo de revólver a un compatriota suyo,
también empleado de la empresa y huelguista, Antonio González, de veintidós.
Llama la atención el hecho de que González también estuviese armado. Este
detalle, sumado al patrullaje permanente por parte de la policía, nos habla a
las claras del clima de violencia latente que reinaba en las calles. Resulta
también significativa la advertencia del propio diario:
"En cuanto a los huelguistas se refiere
directamente, es posible que con la docilidad y el buen tino consigan cuanto
sea justo y legal; pero es indudable que con la violencia no conseguirían más
que apresurar los resultados de la huelga en un sentido enteramente
desfavorable para su causa"[9].
La amenaza, si bien velada, se percibe de
inmediato. En el momento en que los huelguistas abandonaran los cauces del
diálogo y de la serenidad la represión caería sobre ellos, abortando cualquier
esperanza de obtener lo que buscaban. Así las cosas, fracasó una nueva reunión
entre las partes. La empresa pretendía ahora readmitir a los despedidos y a los
huelguistas, permitiendo que éstos conformaran su sindicato pero haciendo
constar que las razones de la huelga nunca habían existido, ya que en ningún
momento se habían obstaculizado las pretensiones de los trabajadores. Éstos,
indignados, rechazaron tales afirmaciones.
Finalmente, el 3 de diciembre se formalizó el
acuerdo. El éxito de la huelga fue completo: todas y cada una de las
reivindicaciones de los trabajadores fueron atendidas. Al llegar la noticia del
convenio al Centro Socialista la alegría se apoderó de los trabajadores. Sin
embargo, es importante aclarar que aunque el Partido Socialista ofreció su
apoyo, los tranviarios no se hallaban identificados con ningún grupo político.
Las reivindicaciones eran puramente materiales. Tampoco los anarquistas o la
UCR parecieran haber participado del movimiento.
Ese mismo día fue el sepelio de Antonio
González. Es muy interesante constatar el grado de teatralidad y de
magnificencia que lo rodeó. Todos los actores que participaron de la huelga
estuvieron allí: los trabajadores, el intendente, y representantes de la
empresa y del PS. Las coronas fueron numerosas y de la mejor calidad, la
caravana fúnebre resultó multitudinaria y los discursos en el cementerio de la
Piedad brillaron por su emotiva elocuencia. Infante no sólo habló, sino que
cargó el ataúd junto a los obreros. Su estampa patriarcal resalta en una
fotografía publicada por La Capital el 4 de diciembre. Generoso en
extremo, no sólo costeó su propia corona sino que ofreció dinero de su bolsillo
en caso de que la colecta organizada por los trabajadores para pagar el
entierro no fuese suficiente.
Casi simultáneamente, y quizá estimulado por
el éxito de sus gestiones como mediador, Infante propuso una curiosa investigación,
que traería consecuencias. A través de un decreto encomendó al director de la
Asistencia Pública el “estudio detenido” de los salarios percibidos por los
trabajadores municipales en relación a sus necesidades materiales, de modo tal
de otorgar a esta retribución una “base científica”. Dicho en otras palabras,
lo que el intendente estaba propiciando era una serie de mejoras salariales,
acordes con la función y jerarquía de cada trabajador, partiendo del peón más
humilde hasta llegar al personal más calificado[10].
Pero este ímpetu reformista de Infante no tardaría en chocar con serios
obstáculos.
Declaración formal de
hostilidades
El 17 de diciembre hubo una nueva sesión en el Concejo. Infante
asistió, como era su obligación y costumbre. Hasta entonces, la hostilidad de
los concejales hacia su persona había sido más bien velada y había permanecido
circunscripta dentro de ciertos límites. Pero los ánimos venían espesándose.
Algunas diferencias con el procurador municipal Domingo P. González habían llevado
a su destitución, luego de diecisiete años de servicio. González no aceptó la
decisión del intendente y elevó notas al Poder Ejecutivo provincial en las que
se alegaba que, a pesar de haber obtenido la carta de ciudadanía exigida por la
Constitución de Santa Fe para poder ejercer la intendencia, Infante no se
hallaba habilitado por no haberse cumplido seis años. Este hecho, según
González, tornaba absolutamente ilegal la designación del intendente y por ende
todas sus resoluciones se hallaban viciadas de nulidad.
Con estos antecedentes, la presencia de Infante en la sesión
desencadenó un incidente violento y gracioso a la vez. Su ingreso al recinto
por la misma puerta empleada por el público de la barra, motivó la airada
protesta del presidente del Concejo, el doctor Correa, quien apeló al
reglamento. El intendente, iracundo, desanduvo sus pasos, volvió a entrar por
el mismo sitio, y a los cinco minutos de iniciada la sesión, se peleó a los
gritos con los ediles y abandonó el lugar. El presidente del Concejo llamó a la
policía y la sesión continuó. Durante su transcurso Infante envió tres fogosas
notas que fueron leídas por Correa. En una de ellas protestaba porque el
presidente dejaba entrar únicamente al “escogido de público” que él deseaba y
que le convenía. Los concejales se defendieron de ésta y otras acusaciones
apelando a la “autonomía” de los poderes municipales. Como era de esperar, el
diario La Capital, órgano periodístico de la Liga del Sur, defendió la
postura de Correa y compañía. Infante apeló a sus influencias en el seno del
gobierno provincial, pero esta vez los radicales le negaron su apoyo. Mientras
finalizaba el año 1912, el intendente iba quedando cada vez más solo y su base
de sustentación se debilitaba cada vez más.
La propuesta impositiva de
Infante y la redistribución del ingreso
La siguiente batalla perdida por Infante fue la discusión acerca del
presupuesto del año 1913. Ésta se llevó a cabo entre el 30 de diciembre de 1912
y los primeros días de enero de 1913. Infante presentó al Concejo un proyecto
muy audaz y revolucionario para la época. En el mismo, se creaban dos impuestos
generales progresivos sobre la renta y el capital, aliviándose la carga sobre
las clases populares y el consumo. Asimismo, se preveía la descentralización de
la Asistencia Pública, construyendo hospitales en diferentes puntos de la
ciudad. En lo atinente a las remuneraciones de los trabajadores municipales, se
consignaba un aumento importante de todas ellas. El intendente consideraba que
la menor de las retribuciones tenía que corresponder al trabajo material pero
al mismo tiempo afirmaba que el último de los peones debía percibir una suma
suficiente como para asegurarse “la vida plena a que tiene perfectísimo
derecho”[11].
Pero este proyecto no pasaría del papel. El Concejo Deliberante rechazó
de plano cualquier impuesto sobre el capital y la renta, por considerarlo
económicamente inviable y por añadidura contrario a derecho, ya que entraba
dentro del campo de la legislación provincial:
"Campea en el proyecto el propósito inmoderado y hasta insensato
de castigar al propietario y al capitalista en provecho de las clases menos
acomodadas. Para conseguirlo se establece una gabela a la propiedad en
progresión cuya razón aumenta paralelamente al valor de aquella y pensando que
si una casa de $20.000 debe pagar el 4%, a una de 1.000.000 corresponde el 10%.
Si el doctor Infante se hubiera propuesto alejar del Rosario los más
fuertes capitales no podría haber inventado un procedimiento mejor (...) como
los propietarios urbanos no habrían de resignarse a tanto despojo es evidente
que tratarían de resarcirse estrujando al mismo proletariado en cuyo obsequio
parece inspirarse la estupenda innovación.
Esta situación no la ha previsto el autor de tanta insensatez; y así
sin barrios comunales para obreros y empleados; sin seguros de vida y de
accidentes, sin crear ninguna de aquellas instituciones que aún se discuten en
las naciones más florecientes de la tierra, creadas para preservar la felicidad
del pobre contra los avances del capital, entrega maniatada en manos de éste la
suerte presente y futura de los trabajadores."[12]
Los concejales no hicieron más que dar vuelta el argumento de Infante.
Los que verdaderamente celaban por los derechos de los trabajadores eran ellos,
mientras que el intendente, proponiendo medidas absurdas y a la vez injustas,
no hacía más que hundirlos. Esta tensión entre Infante y los ediles creció
hasta tal punto que en la sesión del 10 de enero fue conformada una comisión
para investigar supuestas irregularidades en la construcción de los barrios
obreros “Godoy” y “Mendoza”. Antes de ser intendente, Infante había conformado
una sociedad inmobiliaria con el propósito, finalmente concretado, de erigir
viviendas populares en los suburbios rosarinos.
Mientras se iniciaba esta investigación, el 15 de enero de 1913 se
desarrolló una sesión más que tormentosa. Apenas iniciada la misma Infante se
trenzó en un acalorado debate con uno de sus más implacables enemigos, el
concejal Calderón, a propósito de una palabra que según el intendente no
constaba en el acta de la última sesión. Sorprende una vez más la puerilidad de
la disputa, muy alejada en todo caso de cualquier conflicto estrictamente
político.
Mucho más importante para el análisis es la huelga desatada por los carreros
y barrenderos de la Municipalidad, a quienes meses atrás, durante la
intendencia del coronel Goulú, se les había otorgado un aumento encubierto.
Haciendo figurar en las planillas mayor número de peones que el real, éstos
cobraban los $2,5 diarios que habían solicitado y que significaba un aumento de
$0,3. Con el transcurso de los meses los trabajadores se vieron resentidos por
el aumento generalizado del costo de vida, lo que tornó insuficiente esta
cifra. Al llegar enero y no aprobarse los fondos necesarios dentro del nuevo
presupuesto, los jornales volvieron a la situación previa al aumento, es decir,
a $2,2. Infante se declaró partidario de los trabajadores y el Concejo en pleno
encontró entonces una nueva excusa para justificar sus ataques.
En el transcurso de la sesión un grupo de personas que La Capital
denominó “radicales e infantistas” se ubicó en la barra, aplaudiendo las
intervenciones del intendente en el debate y abucheando a los ediles. No queda
claro quiénes eran estos individuos. En ningún lugar se dice si se trataba de
los mismos peones, posibilidad para nada descabellada. Asimismo, la
diferenciación entre “radicales e infantistas” nos sugiere que alguna fracción
de la UCR se movilizó para apoyar a Infante. Decimos “alguna fracción” puesto
que ciertos sectores de la UCR se habían manifestado hostiles hacia el
intendente.
La barra acabó por ser desalojada por la policía y la sesión prosiguió,
con los ánimos algo calmados. Calderón sostuvo que la huelga de los peones
municipales ocasionaba un perjuicio muy importante a la ciudad, por lo que
debía resolverse inmediatamente. El aumento a $3 diarios de jornal debía ser
“estudiado” por el Concejo y no aprobado de inmediato ante la presión de los
trabajadores. Por otra parte, Calderón juzgó excesiva esta paga, siendo que ni
los peones del ferrocarril ni los albañiles ganaban tanto dinero. Infante
protestó contra estos dichos y ratificó su pleno apoyo a los huelguistas.
Entonces Calderón acusó a Infante de incitar a la huelga a los trabajadores cuando
ordenó un informe al director de la Asistencia Pública acerca de cuánto debían
ganar éstos. El director habría respondido que, para vivir adecuadamente, los
peones deberían percibir $3,5 diarios. Hasta el momento que se resolviera la
situación, Infante había prometido pagarles 30 centavos más de su bolsillo a
los peones. Esto también fue denunciado por Calderón. Finalmente, se produjo el
rechazo unánime del Concejo al aumento pero se aprobó otra moción en la que se
destinaba una partida extra para la segunda quincena de enero y la formación de
una comisión de concejales para resolver definitivamente el conflicto. Con este
parche, que volvió a colocarse en febrero, el conflicto fue postergado y el
verano transcurrió con relativa tranquilidad.
Mientras tanto, la comisión designada para estudiar la construcción de
los barrios “Mendoza” y “Godoy” constató algunas irregularidades. No se habían
pagado los impuestos correspondientes a la Municipalidad y además la luz y el
agua las proporcionaba una empresa privada, en la cual el propio intendente se
hallaba involucrado. Infante asistió a la sesión del 7 de marzo, en la que se
trató el asunto e improvisó un discurso en su defensa. Al culminar el mismo,
bajó una ovación desde la barra, que se hallaba colmada de “infantistas”.
Mientras el acusado abandonaba el recinto y era llevado en andas por la
multitud, reunida luego bajo el balcón de su casa para escuchar una nueva y
encendida diatriba, los concejales comenzaron a urdir el pedido de destitución
del intendente, que según la ley estaban en condiciones de elevar al
gobernador. El 14 de marzo, día de la siguiente sesión, las discusiones
siguieron e Infante volvió a irse antes. En una resolución unánime, el Concejo
resolvió no volver a sesionar hasta que el gobernador no se expidiese al
respecto.
Así las cosas, la ciudad se quedó sin uno de sus poderes e Infante, por
varios días, debió gobernar solo. A todo esto, los fondos destinados a pagar
los 30 centavos de aumento a los peones municipales habían sido aprobados provisoriamente
por el Concejo hasta el 31 de marzo. Una semana antes de que se cumpliera el
plazo los trabajadores comenzaron a amenazar con recurrir nuevamente a la
huelga. Infante reiteró su apoyo y La Capital, una y otra vez, lo tildó
de “huelguista” y de “socialista”. Mientras tanto, el gobernador Menchaca se
reunía con Infante y le recomendaba prorrogar el aumento por cinco días más. El
5 de abril el mismo Menchaca, en el discurso de apertura de las sesiones
legislativas, ratificaba a Infante en su puesto y desoía las protestas del
Concejo Deliberante. Pero los días de Infante estaban contados.
Tal como se esperaba, el 6 de abril se desató la huelga. Tres días
bastaron para dejar las calles de la ciudad sucias y malolientes. El 10 de
abril, cuando todo había terminado, el aristocrático periódico “Monos y
Monadas” describió esas jornadas apelando a un humor sarcástico, cuyos dardos
iban dirigidos al intendente. Esta revista publicó además una profusión de
fotografías de las calles de Rosario en esos días, con los carros de
recolección de basura alineados e intactos en largas hileras y los grupos de
huelguistas conferenciando. Es notable el aspecto andrajoso de estos últimos y
resultan crueles algunos de los comentarios al pie de las imágenes: “dos huelguistas
que tienen fe en el Intendente”, “batitú en su elemento inquiriendo datos”,
“las bomboneras a la sombra”, “exposición de tachos y de tiestos”, “encantos de
la higiene”, etc.
El 8 de abril este estado de cosas vio bruscamente su fin. J. Daniel
Infante elevó su renuncia al gobernador de la provincia. Al día siguiente, los
barrenderos y basureros municipales volvían a su trabajo.
Conclusión
Desaparecido el enemigo común, el Concejo ardió en feroces disputas
internas. Los barrenderos obtuvieron un aumento provisorio (otro parche) y en
el horizonte comenzó a delinearse otra tormenta: la segunda huelga tranviaria.
Ésta se desarrollaría durante los meses de mayo y junio de 1913, siendo su
desenlace mucho más violento y contrario a los intereses de los trabajadores.
Pero éste es tema de otro estudio.
Los cuatro meses y medio de la intendencia de Infante estuvieron
atravesados por las tensiones y las contradicciones. No basta con referirse al
marco histórico más amplio ni con caracterizar a J. Daniel Infante como una
suerte de prohombre local. Las apreciaciones más esquemáticas pecan de
idealistas y de simplificadoras, puesto que la realidad es mucho más compleja
de lo que podría ofrecernos en una primera mirada.
Parece más plausible la idea de que Infante fue una personalidad
sumamente problemática. No podemos decir de él que fuese un personaje
intachable, y siempre en colisión con el ingrato ambiente que lo rodeaba. Por
otra parte, no siempre actuaba conforme a su ideario socialista. Cuando la
situación se tornó insostenible, el intendente no dudó en amenazar a los
huelguistas con su reemplazo, y en cuanto la infracción respecto a los barrios
“Mendoza” y “Godoy” quedó al descubierto, realizó una enérgica defensa de la
propiedad privada frente a los poderes e intereses públicos que casi rozaba el
anarcoliberalismo. No hay que dejarse influir demasiado por las acusaciones de
los concejales y de La Capital: Infante no era ni “socialista” ni
“huelguista”, aunque estuviese bastante más a la izquierda que sus antiguos correligionarios
de la Liga y presentase iniciativas muy concretas de carácter eminentemente
reformista.
Como última observación, es necesario decir algo más acerca de los
personajes y de las situaciones que desfilaron por estas páginas.
Hay una esfera que, desafortunadamente, se nos escapa, y ésta es la de
las relaciones personales, las más cotidianas y las más íntimas, que estas
personas y estos grupos entablaban y que nosotros apenas si podemos intuir. Sin
embargo, esta circunstancia no debe llevarnos a negar sus existencia y a
estudiar el pasado como si éste se tratase de un limbo en donde los conceptos
se entrechocan. Antes que ideas, tenemos frente a nuestros ojos de
historiadores a seres de carne y hueso. Esta dimensión íntima es la que debiera
prevalecer en nuestro análisis, más allá de los marcos generales, que también
importan. Nunca lograremos aprehender, a ciencia cierta, todas las facetas de
la personalidad de Infante y mucho menos nos será dado restaurar la trama
completa de las relaciones entre los protagonistas. Aquel Rosario de 1912-1913,
con sus 216.000 habitantes, sus calles empedradas, sus tranvías eléctricos, sus
carros de basura arrastrados por caballos y conducidos por figuras casi
espectrales, sólo regresa a nosotros en las fotografías blanco y negro y en los
textos borroneados y amarillos de los diarios de la época. Con estos pobres
restos, con esta tosca e impalpable materia prima, se escribe y se sueña la
historia.
Bibliografía
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RESUMEN
La intendencia de J. Daniel
Infante en Rosario (1912-1913): las paradojas de un socialista español
Julián Daniel Infante (1863-1930), inmigrante español nacionalizado
argentino, fue designado intendente de Rosario el 20 de noviembre de 1912 por
el gobernador de Santa Fe Manuel Menchaca, y gobernó la ciudad hasta el 8 de
abril de 1913, durante cuatro meses y medio de difícil gestión. Su figura, al
decir del diario rosarino La Capital, parecía ser la “síntesis de todas
las contradicciones”. Socialista y republicano, ex miembro de la Liga del Sur y
amigo de los radicales, español y argentino, defensor de los trabajadores y
burgués, Infante procuró en vano llevar a la práctica un programa decididamente
progresista. Terció en los conflictos laborales, apoyando a los huelguistas,
bregó por la autonomía política de Rosario y propuso un nuevo código tributario
municipal, para que los más pudientes pagasen más impuestos y así se aliviase
la miseria de las clases bajas. Aunque fracasó y se vio obligado a renunciar,
su efímera gestión merece un análisis minucioso, puesto que nos proporciona
valiosas claves para entender la época y sus personajes.
Palabras clave:
Infante - socialismo - radicalismo - autonomía local
ABSTRACT
Daniel
Infante, mayor of Rosario (1912-1913). A paradoxical Spanish socialist
Julián
Daniel Infante (1863-1930) was a Spanish immigrant who became naturalized as an Argentine citizen. The governor of Santa Fe province, Manuel Menchaca,
designated him mayor of Rosario town on November 20th 1912. He
governed till April 8th 1913, for four hard months and a half. The
local newspaper ‘La Capital’ defined him as ‘a synthesis of all
contradictions’. He was a socialist and a republican, a former member of the
‘Liga del Sur’ and had a friendship with Radical Party supporters. He was
Spanish and Argentinian, and he was a high-class citizen but supported the
cause of working class rights. As a mayor, he helped workers who went on strike
action. Besides that, he supported the local autonomy of Rosario and proposed
high taxes for high-class people and low taxes for the working-classes, just in
order to improve their standard of living. Even though he failed and resigned
as a mayor, it is fruitful to study Infante’s policy, because it has valuable
keys to understand the period and its people.
Key words:
Infante - socialism - radicalism - local autonomy
Notas
(*) Santiago Javier Sánchez. Profesor y Licenciado en Historia. Becario
Doctoral CONICET. santiagosancheznob@hotmail.com
[1] BONAUDO, Marta. “Entre la movilización y los
partidos. Continuidades y rupturas en la crítica coyuntura santafesina de 1912”.
En Los caminos de la democracia. Alternativas y prácticas políticas,
1900-1943, Julio César Melón Pino / Elisa Pastoriza (editores). Universidad
Nacional de Mar del Plata, Biblos, Buenos Aires, 1996.
[2] ROCK, D. El radicalismo argentino,
1890-1930. Buenos Aires, Amorrortu, 1977.
[3] JOHNS, M. “The
making of an Urban Elite: The Case of Rosario, Argentina, 1880-1920” en Journal
of Urban History vol. 20, nº2 (feb.1994), p.167. Para el caso contrastante de
Buenos Aires, ver JOHNS, M., “The Antinomies of Ruling Class Culture: The
Buenos Aires Elite, 1880-1910” en Journal of Historical Sociology,
vol. 6, nº1 (1993), pp. 74-101. Ver
también SABATO, J., La clase dominante
en la Argentina: formación y características. Buenos Aires, 1991.
[4] La
Capital, 16 de noviembre de 1912. “En el escenario electoral. Resultado
previsto”.
[5] PASQUALI, P. J. Daniel Infante,
Editorial Municipal de Rosario, Rosario, 1996
[6] La
Capital, 23 de noviembre de 1912. “El socialismo y el intendente. Una carta
aclaratoria”.
[7] La
Capital, 28 de noviembre de 1912. “Movimiento obrero”.
[8] La
Capital, 29 de noviembre de 1912.
[9] La
Capital, 3 de diciembre de 1912.
[10] La
Capital, 5 de diciembre de 1912. “Retribución del personal”.
[11] PASQUALI, P., op. cit.
[12] La
Capital, 31 de diciembre de 1912.