Manifestaciones
del bandolerismo rural y de la acción estatal en la Provincia de Santa Fe. Un
caso particular: la trayectoria delictiva de los hermanos Alarcón (1865-1871)
José Miguel Larker(*)
Introducción
Las
dimensiones que han adoptado las manifestaciones de resistencia y de rebeldía
de los grupos subalternos en sociedades que se encuentran en proceso de
transición hacia formas de organización plenamente capitalista, abarcan una
amplia gama de posibilidades que van desde las insurrecciones de masas que
generan las revueltas, los motines o las revoluciones, hasta aquellas que se
desarrollan en forma individual o en pequeños grupos y se expresan, por
ejemplo, trabajando más lento, evadiendo impuestos o desertando del ejército. En
otras ocasiones la conflictividad se ha generado a partir de la acción violenta
y criminal que se lleva a cabo cuando uno o varios hombres roban y atentan
contra la vida de otros. De esas numerosas formas de comportamiento social, nos
hemos interesado por las últimas mencionadas, aquellas que genéricamente han
sido identificadas como bandolerismo. A ellas le dedicaremos este estudio. Referirnos
a prácticas que implican la expropiación violenta de algún bien sin ningún
derecho reconocido y que frecuentemente van acompañadas de delitos contra las
personas, como hemos señalado, es poner la atención en lo que comúnmente se ha
definido como bandolerismo, o bandolerismo rural ajustándonos a lo que aquí
estamos presentando. Vinculado a ello, en las últimas dos décadas fundamentalmente
y de la mano de las contribuciones que Eric Hobsbawm[1] realizara sobre el tema,
se han ido desarrollando en Argentina algunos estudios que intentan dar cuenta
sobre el fenómeno. Son conocidos los trabajos de Hugo Chumbita[2], Francisco Juarez[3], Raúl Fradkin[4] y algunos de los miembros
del GEHISO[5] que, desde distintas
perspectivas y enfoques, han dado cuenta de formas de comportamiento social a
las que llaman bandolerismo rural. En algunos casos se trata del estudio de
bandidos santificados o de ladrones del tipo Robin de los bosques; en otros de
gavillas de saltadores de caminos que son temidas como montoneras. A estas se
les agregan otras tipologías, que van desde los bandidos cuya actividad
requiere de la “organización de proyectos”, a los simples criminales comunes.
Frente a
las distintas formas de abordar las temáticas, resulta dificultoso encontrar
puntos de contacto entre las mismas, aunque todas hayan estado directamente
asociadas al desarrollo del enfoque de Eric Hobsbawm y a los intentos de su
verificación, corrección o refutación. Cabe recordar que Hobsbawm ha denominado
bandolerismo a una de las formas en que se expresa la resistencia campesina y
por lo tanto, quienes lo practicaron fueron considerados criminales por el
Estado, pero aceptados, respetados e integrados a la sociedad de la que
provenían. Los estudios de Hobsbawm han considerado al bandolerismo social como
la expresión más primitiva de aquellos movimientos sociales a los que calificó
de “arcaicos” o “pre-políticos”, porque sus propósitos eran “la defensa o
restauración del orden tradicional de las cosas”[6], terminar con los abusos,
eliminar y vengar las injusticias y poner en práctica un criterio más justo de
la relación entre los hombres.
Por otro
lado, Hugo Chumbita ha planteado que bandolerismo, es una denominación
genérica, elástica, una forma de llamarle a un género de actividades y a un
género de vida que históricamente es cambiante. Buscando una definición al
término, nos informa que tradicionalmente se lo ha aplicado al salteador de
caminos, al personaje que actúa sobre la gente que vive en ámbitos rurales, en
los que es difícil que llegue la policía. Observa que el bandolerismo no es un
delito particular y que su definición es compleja[7]. Cuando Raúl Fradkin se refiere al tema, lo hace observando en el mismo
una forma de acción colectiva influida, de alguna manera, por el contexto
político de la época y en la que sus resultados pudieron tener implicancias
políticas que trascendieron a las que se generaron como acción y reacción
frente a esos actos[8].
En lo que respecta a la interpretación que realizan los miembros del GEHISO,
nos encontramos con que cuando se refieren al bandolerismo lo hacen aludiendo a
“una construcción social característica del mundo rural, enmarcada en la
ilegalidad desde el punto de vista del Estado, porque sus actores no responden
a las pautas formales del orden jurídico impuesto y que a su vez, involucra a
individuos y grupos que han quedado marginados económica y socialmente”[9]. Debemos señalar que para
el caso de la llanura pampeana, y del espacio santafesino en particular,
Ezequiel Gallo[10]
nos informa de la existencia de un tipo de bandolerismo que no se asemejaría a
los modelos propuestos por Hobsbawm y se encuadrarían mejor dentro de lo que
este mismo historiador identifica como criminales comunes o “gente de los bajos
fondos”.
Pese a las diferencias conceptuales hemos considerado
oportunas y necesarias las contribuciones que las distintas propuestas
mencionadas nos brindan para el abordaje de algunas de las formas de acción
delictiva practicadas en territorio santafesino. De lo expresado en ellas, se
desprende que la historia del bandolerismo es necesario entenderla en su
relación con el poder político, es decir con el poder del Estado, ya que a
través de los gobiernos que lo conducen, es él el que ejerce el control y el
disciplinamiento sobre las sociedades que habitan los territorios donde tiene
jurisdicción. Esto nos ha permitido considerar que depende del mayor o menor
poder que se logre ejercer sobre la sociedad, la posibilidad de menor o mayor
desarrollo del bandolerismo.
Con el interés puesto en las cuestiones que venimos
planteando, nuestra investigación se ha fijado un doble propósito: por un lado,
el estudio de algunas de las formas de acción delictiva que se practicaron en
el ámbito rural santafesino durante la segunda mitad del siglo XlX. Para ello, reconstruiremos la carrera delictiva que,
entre los años 1865 y 1871, desarrollaron dos hombres del Distrito San Lorenzo,
los cuales, por su forma de relacionarse con la sociedad y el Estado
adquirieron identidad de bandido. Frente a ello, y este es nuestro segundo
propósito, nos planteamos analizar el comportamiento del Estado Provincial en
relación a los actos que llevaron a cabo aquellos individuos, observando el
funcionamiento de las instituciones que tenían a su cargo la prevención,
detección y penalización de las acciones y los sujetos en cuestión.
En función de los propósitos señalados y atendiendo a
las herramientas conceptuales que nos brindan los trabajos de los historiadores
considerados, el trabajo pondrá a prueba la siguiente hipótesis: antes de la
constitución plena del Estado Provincial, su poder estuvo limitado en la
capacidad de ejercer coacción sobre los individuos que consideraba bajo su
autoridad, debido a su propia inestabilidad, falla o ausencia y como producto
de las características propias de los instrumentos institucionales y materiales
que se necesitaban para alcanzar los fines que el mismo perseguía. La debilidad
del poder contenía el potencial para el bandolerismo.
Para trabajar sobre las afirmaciones precedentes hemos
recurrido a fuentes documentales provenientes del Archivo de Gobierno y los
Archivos de Expedientes Criminales recogidos del Archivo General de la
Provincia de Santa Fe. A partir del análisis de los discursos que se
desarrollan en los documentos y apelando a la crítica, la contrastación e
interrelación de los mismos, construiremos un relato con pretensiones
explicativas que nos permitan comprender, negar, matizar o revalidar la hipótesis
planteada.
La exposición se ha ordenado comenzando por considerar
algunos de los factores que explican la existencia de conductas sociales que
encuadran dentro de los comportamientos que asume el bandolerismo rural. Una
vez planteado el cuadro general pasamos a reconstruir, en la medida que ello
nos ha sido posible, la carrera delictiva de los hermanos Alarcón, atendiendo
para ello a sus inicios, con el asesinato de un estanciero inglés y al
comportamiento de las instituciones del Estado frente al caso. Se atenderá
también a las presiones y percepciones que los representantes del gobierno
británico en Argentina expresaron frente al funcionamiento de la justicia en
Santa Fe y los fallos que se emitieron. En la continuidad de la exposición,
intentamos trascender la descripción y proponer algunas reflexiones en torno a
los hechos en que se vieron involucrados los bandidos en su paso por San
Lorenzo, San Carlos y Santa Fe. Con ese objeto hemos creído conveniente
observar las respuestas que los organismos encargados de la prevención, la
represión y el castigo de las prácticas delictivas, dieron a este tipo de
accionar. Con ello nuestro trabajo se propone poner a prueba la hipótesis que
motiva su desarrollo, tratando de analizar la particular forma que asumió la
relación entre el tipo de conductas sociales que nos interesan y las respuestas
concretas que el Estado pudo dar, con el objeto de controlar e impedir esos
comportamientos.
Factores que explican la presencia de los bandidos
El transcurrir de la segunda mitad del Siglo XIX
significó para la sociedad santafesina la participación en el proceso que a
nivel nacional llevaría a la construcción del Estado Nacional, en el marco de
la constitución de un nuevo orden económico y social que permitió la inserción
plena de la provincia en el sistema capitalista como productora de bienes
agropecuarios. El período se caracterizó, en el orden político, por momentos de
inestabilidad, pero también por la consolidación en el poder del grupo
conducido por Simón de Iriondo. En lo social, se
observaron un conjunto de cambios muy importantes, como por ejemplo, el aumento
progresivo de la llegada de inmigrantes, la instalación de colonias agrarias y
la constante incorporación de miembros de la sociedad civil en las milicias para
la custodia de las fronteras, entre otros aspectos. Santa Fe iba escapando de
la desolación, el aislamiento y el estancamiento propios del período anterior y
observaba acrecentar los intercambios comerciales y aumentar el peso
demográfico sobre su territorio.
En forma consecuente con lo expresado, quienes
ejercieron el gobierno del Estado Provincial fueron movidos a establecer el
ordenamiento institucional y normativo que brindara las bases que hicieran
posible la constitución de una sociedad y una economía moderna. Entre las
funciones primordiales se encontraban las de garantizar la vida y las
propiedades de las personas. Ello no fue tarea fácil en “una sociedad que no se
halla siquiera territorialmente integrada al dominio estatal, que carece de
recursos humanos y económicos para sostener una estructura burocrática mínima
que garantice las leyes y de la que no han desaparecido la violencia y los
enfrentamientos como vías para imponer la hegemonía”[11].
Desde el precario orden estatal en que se encontraba la
provincia al inicio del proceso, se fue estableciendo una legislación que
proponía:
Imponer la ley y el orden en el campo (Continuaron en
vigencia las leyes sobre vagos y mal entretenidos y se redactaron el Reglamento
de Policía Urbano y Rural de 1864, el Código Rural de 1867, por ejemplo)
Proporcionar una fuerza de trabajo para los hacendados
(para ello se implementó, entre otras, la obligatoriedad de portar la boleta de
conchabo)
Obtener conscriptos para el ejército (con ese objetivo
se recurrió al reclutamiento forzado y arbitrario de las personas)
En definitiva, de lo que se trataba era de ir
imponiendo un disciplinamiento social con el cual lograr brazos para el trabajo
y seguridad para los bienes y las personas[12].
La tarea no fue en absoluto sencilla y solo se la logró luego de décadas de
esfuerzo por parte de quienes ejercían el poder. Las dificultades para lograr
aquellos objetivos, que no fueron pocas, desnudaban las limitaciones y las
debilidades que el poder estatal debió ir superando para imponer el orden que
pretendía y ponía de manifiesto algunas de las características propias del área
rural del período. Referido a esto último, John Lynch sostiene que “no hay duda
de que existía una anomia legal crónica en el campo y un elemento delincuente
identificable. Los robos en las estancias, asesinatos, juegos en las pulpería,
venta ilegal de cueros y otros productos, viajes sin el permiso
correspondiente, todo esto no era invento de las autoridades sino que formaban
parte de la vida cotidiana en la pampa”[13].
Esta situación era alimentada a la vez, por la misma lógica que imprimía el
disciplinamiento que se intentaba imponer: quienes no deseaban vender su fuerza
de trabajo ni ser reclutados para el ejército se convertían en bandidos, es
decir, individuos que se resistían a obedecer, ejercitando ellos mismos su
poder, a través de la violencia, el robo o el asesinato. Por lo general, se
trataba de jóvenes que todavía no se habían decidido por el matrimonio y las
responsabilidades familiares que les obligan a permanecer en un lugar y
trabajar. Una fuente importante de este tipo de hombres estaba constituida por
aquellos que “por una u otra razón, no quedan integrados en la sociedad rural y
se ven forzados, por tanto, a formas de vida marginales y fuera de la ley[14].
Los desertores del ejército eran materia disponible
para el bandolerismo. La incorporación al ejército en forma coercitiva y
violenta era el mecanismo habitual para reclutar a los hombres. Una vez
incorporados “estos pobres parias están condenados por los abusos del poder a
vivir constantemente armados del sable, creando y destruyendo situaciones que
siempre concluyen por serles adversas. En las luchas civiles, la peor parte ha
sido para ellos; y durante la paz armada en que los caudillos han mantenido la
República, el campamento y los fortines los han alejado de la vida laboriosa y
de los sagrados vínculos del hogar”[15].
Por otro lado, las condiciones inhumanas que debían soportar
quienes tenían que prestar servicio en la línea de frontera potenciaba los impulsos
hacia la deserción. Nicasio Oroño, preocupado por las
condiciones en que se vivía en la frontera, le informaba a Marcos Paz que “no
se trata ya de la falta de pago y de vestido de la fuerza que la guarnece: es
algo peor que todo esto, porque se relaciona con el alimento del soldado y de
la familia.
Por una disposición del gobierno nacional [se
estableció:] 1º que no debe darse ración de carne a los oficiales, 2º que la
distribución de las raciones debe hacerse calculando una res por cada 50
hombres.
Esta medida tiene dos serios inconvenientes [...] la
primera deja como se ve sin alimento al oficial obligándolo por este medio a
quitarle o reducirle la ración del soldado, porque no teniendo con que atender
a su subsistencia tiene forzosamente antes que morirse de hambre, que robar a
sus propios compañeros o a los vecinos [...]”[16].
Era común también que durante el período que estamos
considerando se incorporasen a las milicias los individuos condenados por la
justicia ante los delitos por ellos cometidos. El procedimiento llamaba la
atención de los extranjeros, a tal punto que la viajera y escritora alsaciana
Lina Beck-Bernard, que vivió en Santa Fe durante 1858 y 1862, observaba: “Supongamos
un individuo, autor de un delito que en Francia debiera juzgar el tribunal
correccional. Aquí se le hace vigilante o servidor de la policía. Y ya le
tenéis, muy jarifo, vestido de camisola roja con gorro del mismo color,
galopando a diestra y siniestra, portador de mensajes y órdenes u ocupado en
prender a los ladrones. ¿Qué el delito es más grave, por ejemplo robo con
premeditación? Entonces hacen del delincuente un soldado por dos o tres años y
lo envían de servicio a la frontera norte, en el límite de los indios bravos”[17].
Las circunstancias mencionadas generaban las condiciones
para que las deserciones fueran un problema cotidiano en las milicias
santafesinas. Estos desertores, estando al margen de la ley, solían dedicarse
al bandidaje.
Otros candidatos potenciales para el bandolerismo lo
constituían aquellos hombres que se negaban a asumir el papel social manso y
pasivo del campesino sometido, aquellos que en términos de Hobsbawm se
comportaban como “testarudos y recalcitrantes, los rebeldes individuales”[18]. En la literatura de la
época[19] se identificaba a los
individuos de este tipo llamándolos gaucho. En términos generales podemos decir
que se utilizaba esa denominación para hacer referencia al hombre del área
rural que vivía en permanente movimiento, que montado en su caballo se
trasladaba de un lugar a otro, que se detenía en las pulperías para participar
de algún juego y adquirir los productos que necesitaba para sus vicios (yerba y
tabaco); que era pendenciero, que se negaba a respetar las normas y la
disciplina que se establecían desde el Estado; que escapaba del servicio
militar cuando era sometido a la leva y se hacía desertor; que huía a la
frontera y se reunía con el indio cuando, por imperio de la necesidad o las
circunstancias robaba, daba una puñalada, se convertía en un delincuente. Ello
podía suceder, actuando en bandas o solos. Bajo estas circunstancias, huían
quedando fuera del alcance de la ley y la autoridad y, violentos y armados,
imponían su voluntad mediante la extorsión, el robo y otros procedimientos a
sus víctimas. De esta manera dice Hobsbawm, al desafiar a los que tienen o
reivindican el poder, la ley y el control de los recursos, el bandolerismo
desafiaba simultáneamente al orden económico, social y político[20].
El asesinato de un estanciero inglés: los Alarcón
entran en escena
En 1865, un criador de ovejas inglés fue asesinado por
tres individuos de nacionalidad argentina, en las proximidades de Rosario. Los
inmigrantes británicos que vivían en la zona ofrecieron una recompensa para
quienes capturaran a los criminales. Con ello se inicio la persecución que
concluyó con la detención de dos hombres en el ámbito de la provincia de
Córdoba y su posterior traslado bajo custodia oficial, primero a Rosario y
luego a la ciudad de Santa Fe para ser juzgados. El proceso judicial que debía
considerar el caso y dictar condena se fue dilatando en el tiempo y por esa
razón, desde la Legación Británica, el señor Encargado de Negocios de S. M
Británica Francis Clare Ford se dirigió en varias oportunidades al Gobierno
Nacional solicitando mayor celeridad en el juicio. En una nota fechada el 15 de
julio e 1866, el Encargado de Negocios señalaba que “puedo informar a V.E. que
un individuo llamado José Alarcón, quien
ha confesado haber apuñalado al Sr. Marshall y Manuel Cerizo
quien ha confesado tambien haber sido testigo ocular
del hecho, están actualmente presos en la carcel de
Santa Fe y bajo la acusasión del asesinato”[21].
En la misma nota los representantes ingleses,
mostrando preocupación por la demora en el trámite, sostenían que era
innecesario reunir más pruebas, teniendo en cuenta que José Alarcón “ha hecho confesión del crimen, y que
Manuel Cerizo ha declarado ser testigo ocular de él y
además tomado en consideración el hecho de las prendas del asesinado, que fue
encontrado en posesion de las referidas personas [...]”[22]. Es importante aquí
llamar la atención sobre la prueba a la que se hace referencia. Al igual que en
los dos casos posteriores en los que se vieron involucrados los Alarcón (el
asesinato de Liberato Pacheco y Nemecia
Farias y el asesinato de la familia Lefebre), la
acción homicida siempre va acompañada del robo y particularmente, del robo de
prendas de vestir. El dato nos parece interesante en tanto pone de manifiesto
uno de los móviles que impulsan la actividad. La apropiación de esos objetos
les permitía a los ladrones la obtención de otros bienes, a través de su
comercialización.
Volviendo a lo que era motivo de preocupación para los
ingleses, es decir, la demora en la resolución del juicio, aquellos encontraron
que entre las causas que retardaban la cuestión estaban las siguientes: “1º que
el juez criminal no ha considerado las pruebas suficientemente consumadas [...].
2º que el juez criminal de Santa Fe fue llamado al ejercicio de otras funciones
y que ningún otro juez criminal se había nombrado en su lugar, razón por la
cual la causa no podía juzgarse”[23].Del testimonio se
desprende que cuestiones de procedimiento, criterios para llegar al
esclarecimiento de los hechos y la inexistencia de un juez que se haga cargo de
la causa, son algunos de los motivos que permiten entender la lentitud de la
justicia. Este mismo problema se observará en el juicio seguido por el
asesinato de los Lefebre algunos años después.
El trámite se demoró más de un año y medio. En
noviembre de 1866 la Legación Británica seguía insistiendo sobre la necesidad
de dictar sentencia. Por esta misma razón, desde el Ministerio de Relaciones
Exteriores se dirigieron al gobernador Nicasio Oroño
solicitándole que “[...] se sirva activar la resolución de esa causa en que
está no solamente interesada la pública y el buen nombre de la administración
de justicia de esa provincia sino que puede ser motivo de complicaciones para
el gobierno Nacional”[24].
Sin lugar a dudas, las presiones de los representantes
del gobierno Británico en la Argentina se hacían sentir frente a las
deficiencias y las demoras de la justicia Santafesina para resolver el caso. Como
resultado del proceso judicial, uno de los acusados fue sentenciado a diez años
de trabajo forzado por considerárselo culpable de homicidio y robo; el otro,
fue condenado a tres años de servicios en el ejército, porque se entendió que
era cómplice. Las autoridades británicas expresaron que las sentencias eran
inadecuadas, pero los informes que se les brindaron indicaron que “según el
código penal de Santa Fe, no existía una sentencia intermedia entre diez años
de trabajo forzado y la pena de muerte, y que el gobernador de la provincia
carecía de poder para alterar la sentencia”[25]. Analizando los
resultados del proceso judicial, John Lynch a sostenido que la justicia
argentina era indulgente hacia el delito y no lograba retener a los criminales
puesto que tres años más tarde, el hombre sentenciado a diez años de trabajo
forzado se vio involucrado en el asesinato de una familia en la colonia San
Carlos[26]. La pena impuesta a José
Alarcón no fue cumplida.
De paso por San Lorenzo. Robo y ¿venganza?
El seis octubre de 1869 se produce el alevoso
asesinato de Liberato Pacheco y su esposa Nemecia Farias. Una Nota del Juez de Paz del distrito San
Lorenzo al Jefe Político del Departamento Rosario decía al respecto que “no se
ha podido descubrir por mas investigaciones que se han practicado á los
verdaderos perpetradores de este hecho; hay si vehemente presunciones de que
deben haberlo causado los bandidos Alarcón a quienes se les vio atrabezar el rio carcaraña en la
mañana siguiente del acesinato, con dirección a Santa
Fe” [27].
A través de los testimonios que brindaron los citados
a declarar por el Juez de Paz del Distrito San Lorenzo Don Reimundo
Barrozo, en el proceso judicial que se inició para
esclarecer el asesinato, nos enteramos que durante el transcurso del verano de
1868 cuando se realizaba la cosecha del trigo[28], fue la última vez que
Juan Castro, uno de los declarantes, vio a los hermanos Alarcón. Si esto es
así, es posible que José ya no haya estado en prisión para esa época. Más allá
de la precisión temporal, Juan Guevara, sobrino de los Alarcón, que estuvo
preso e incomunicado por considérasele participe del crimen, en su declaración
sostiene que hacía mucho tiempo que no veía a José y Mariano Alarcón “[...]
desde que uno de ellos se fugó de la pricion ó fue
sacado de ella por su hermano, quebrando el sepo.”[29]
Estos dichos de Guevara se ven corroborados en la
declaración que tiempo después debiera prestar Mariano Alarcón, con motivo de
haber sido apresado por considerársele miembro de la banda que asesinó a la
familia Lefebre en San Carlos. En esa misma
testimonial Mariano daba cuenta de la suerte corrida luego de haber ayudado a
José a huir de la cárcel. Los Alarcón fueron llevados a la frontera. El motivo:
“[...] estaban allí en castigo de haber peleado el declarante en San Lorenzo y
haberlo sacado a su hermano a vivir fuera del cepo”[30].
Condenados a prestar servicio militar en la frontera,
los Alarcón quedaron bajo las órdenes del Comandante General de la Frontera
Norte de la provincia, el Teniente Coronel Don Juan V. Jobson.
La vida en la frontera no debe haberles resultado nada grata, eran muchas las
privaciones y las necesidades a las que estaban sometidos. Por otro lado, recordemos
que un número importante de los que hacían las veces de soldados eran
individuos que se les enviaba a prestar servicio como forma de cumplir la pena
por las infracciones o delitos cometidos[31]. En este contexto, las
deserciones se convertían en algo habitual. La falta de pago, la no realización
de los relevos en el momento correspondiente, el hambre por no contar con las
raciones de carne necesarias, así como el hecho de que quienes iban a cumplir
condena terminaran manejando armas y caballos, creaban las condiciones para la
fuga[32].
En el transcurso de 1869, tal vez durante el mes de
julio, Mariano y José desertaron de las filas del Ejército, en la frontera
Norte. Durante la fuga, pasan por San Lorenzo, coincidiendo su presencia en el
lugar con el asesinato de Liberato Pacheco y Nemesia Farias. Todas las sospechas recaen sobre los
hermanos. Uno de los testimonios que los involucra es el de Martina Sequeira,
madre de la esposa de Pacheco, tía de José y Mariano y hermana de Isidora sequeira, la madre de los Alarcón. En el interrogatorio
Martina manifestó: “que un hijo de Liberato fue
corriendo y llevando en sus brazos a la chica menor que ha quedado gravemente
herida sobre el hombro y le dijo que dos hombres estaban asesinando a su padre
y a su madre [...] ella se fue á casa de su finada hija [...] interrogó
al chico sobre lo que acababa de pasar y este le dijo: que a su papá le habían
pegado una puñalada los asesinos al dentrar á la casa
y asi herido se había disparado, quedando matando a
su mamá, que despues de haberlo muerto se pusieron a
reunir las prendas y ropa de mas valor que habia en
la casa y se marcharon. Que los asesinos eran dos hombres altos morenos que
iban la cara atada y las armas que tenían eran dos cuchillos que usan los
carniceros.
Preguntada si sabe ó a oido
decir quienes son los asesinos de Pacheco y de su esposa, responde que no sabe
[...]; pero infiere que deben ser los Alarcón sus sobrinos; que la noche
anterior á la del asesinato se presentaron dos hombres en la casa de Pacheco, a
pedirle permiso para alojarse [...] y Pacheco no queriéndole dar alojamiento
cerró la puerta. Cree que estos deben ser los Alarcón. Preguntado que otra cosa
sabe sobre el particular. Responde que su hermana Isidora siempre le abisaba en confiansa todas sus
correrías de estos por que esta vez no le habia dicho
una sola palabra referente a ellos siendo que se sabe que han estado esas
noches anteriores al asesinato porque la mañana siguiente los han visto pasar
el carcaraña por el rincon
de Grondona”[33].
En la cita aparecen los principales elementos tenidos
en cuenta por el Juez de Paz para presumir que los autores del crimen eran los
Alarcón. En función de esas declaraciones, el Jefe Político del Departamento
Rosario dio comisión especial al Comisario General del Norte Don Silverio Córdovas para que con toda celeridad apresara a los
Alarcón. De las investigaciones practicadas por este, Pascual Rosas pudo
informar que “ha obtenido este el conocimiento que los acusados se han dirigido
hasia el punto del Sauce Jurisdicción de la capital
de Santa Fe y aunque los ha perseguido con tenacidad no ha podido darles alcanse dentro de los limites de este departamento teniendo
que circunscribirse a dar cuenta de lo ocurrido á las autoridades del
Departamento La Capital y recomendar la captura de los individuos [...]”[34].
José Alarcón, Mariano Alarcón y
Bartolo Santa Cruz: “asesinos profesionales”
Para cuando el sumario, que contenía las declaraciones
tomadas por el Juez de Paz de San Lorenzo y las actuaciones practicadas, fue
firmado por el Juez de Primera Instancia en lo Criminal, hacia ya una semana
que Mariano y José Alarcón, junto a Bartolo Santa cruz habían pasado por el
almacén de ramos generales de Enrique Lefebre,
asesinado a cuatro miembros de la familia y robado los objetos que tuvieron a
su alcance. Como lo señalara el informe enviado por el Comisario Silverio Córdovas, los bandidos se habían dirigido al Sauce y desde
allí partieron para ir a casa de los Lefebre.
El Sauce era un poblado de aproximadamente setecientas
personas entre indios, descendientes de los aborígenes que habían sido
trasladados desde el Rey durante el gobierno de Estanislao López, y criollos.
Para la década de 1860 El Sauce ya había perdido el carácter estricto de
reducción. El lugar hacía las veces de cantón de soldados al mando del Coronel
Nicolás Denis. Según expresión de Gastón Gori, el
poblado no era en conjunto, una sociedad aborigen entregada al pillaje y
enemiga de los cristianos. Era si un reducto desde donde salían o donde encontraban
amparo malhechores similares a otra gente que actuaba en los departamentos de
la provincia y que formaban una especie de “bajo fondo de las Pampas”[35]- Las consideraciones de Gori coinciden con lo apuntado por el señor Bek Bernard en una carta que enviará al diario La
República, fechada en San Carlos el 6 de noviembre de 1869 poco tiempo después
del asesinato de los Lefebre. En la misma se
justificaba la reacción de los colonos sancarlinos, que luego del horroroso
crimen se dirigieron al Sauce y mataron al Coronel Nicolás Denis y a dos
mujeres por considerar que estaban encubriendo a los asesinos. En un pasaje de
la epístola decía: “ [...] que les constaba por la experiencia que el Coronel
Denis solía prestar en El Sauce apoyo y asilo a todos los criminales, ladrones
y desertores que se refugiaban allá; que se burlaba hasta del Superior gobierno
cuando este le exigía que le entregase algún reo escondido bajo su amparo.
Varias muertes aisladas fueron cometidas en las colonias en los últimos dos o tres
años por gauchos de esta clase; pero ninguna ha sido castigada debidamente. La
mayor parte se escapó [...].”[36]
El Sauce era, según lo señalado, un reducto donde
encontraban cobijo todo tipo de delincuentes[37]. Prueba de ello es que
allí vivía Bartolo Santa Cruz, un hombre natural de Santa Fe, mencionado como
cabecilla de la banda que asesinó a los Lefebre. Este
personaje había llegado a ser ayudante del Coronel Denis, pero fue destituido
tiempo antes de la acción criminal. Entre los antecedentes de Santa Cruz
figuraba una acusación por el crimen de la familia Guerin
de Esperanza, no siendo condenado por falta de pruebas.
La consulta a las actas parroquiales de San Jerónimo
del Sauce nos han permitido saber que este “gaucho bandido de negra historia”[38], estaba casado desde
julio de 1866, con Rosalía Maturano o Necto, natural de San Lorenzo, hija de Tomás Maturano y María Juliana Roldán; que Bartolo y Rosalía
tuvieron dos hijos: Ramón que nació el 14 de julio de 1867 y Bonifacia bautizada el 13 de mayo de 1869[39]. Resta decir que Santa
Cruz tenía una pulpería en el Sauce y mantenía negocios con el señor Enrique Lefebre[40].
Los datos apuntados son de interés en varios sentidos.
En primer lugar porque Bartolo Santa Cruz no respondía a las características un
bandido. Su condición de casado, padre de dos hijos y propietario de una
pulpería no concuerdan con las del hombre soltero y sin ataduras a un lugar,
aspectos estos que favorecen el accionar de los salteadores y homicidas, como
es el caso de los hermanos Alarcón. Por otro lado, el vínculo que ponía en
contacto a Santa Cruz y Lefebre eran las actividades
comerciales que ambos desarrollaban. Según nos informa Gschwind,
Santa Cruz debía a Lefebre unos 300 pesos bolivianos
y el Sancarlino le había solicitado en varias oportunidades que se los
devolviese. El otro dato que nos interesa señalar es el hecho de que Mariano
Alarcón, durante su estadía en El Sauce, estuvo viviendo en casa de Tomás Maturano, el suegro de Santa Cruz. Si tenemos en cuenta que
Rosalía, la esposa de Bartolo era natural de San Lorenzo, podemos especular que
existía algún vínculo o conocimiento previo a la llegada de los Alarcón al
Sauce, que los ponía en relación con aquellos. De todas maneras esto queda solo
en el terreno de la especulación.
En el párrafo anterior hemos hecho mención a la deuda
que Santa Cruz tenía con Lefebre. Esta sería, según
se nos informa, la causa o móvil que llevó a la banda a cometer el asesinato
del comerciante de San Carlos y a tres miembros más de su familia[41]. Nosotros consideramos
que, sumado a este factor se debe agregar la intención de robo, tal cual lo
habían hecho los Alarcón en otras oportunidades. Recordemos que en el asesinato
del inmigrante inglés el móvil fue el robo y que en el caso de Pacheco-Farías,
si bien puede inferirse que se buscaba vengar el rechazo a no darles
alojamiento, lo cierto es que luego de ultimarlos procedieron a robar las
prendas y ropas de más valor que había en su casa.
Para lograr su cometido la banda estuvo actuando
durante todo el día en San Carlos, haciendo averiguaciones y esperando el
momento oportuno para actuar. Al respecto Luis Perla dijo en su declaración que
un hombre había estado en su casa preguntándole sobre Lefebre
y particularmente “si sabía que había algun hombre en
el puesto de Lefebre”[42]. Otro vecino de San
Carlos, Don Eusebio Bustos encontró en su casa a José Alarcón cuando serían
cerca de las 9 o 10 de la mañana. Este le pidió permiso para desensillar y
pasar la siesta, lo que hizo tendiendo su recado bajo una carreta que estaba al
lado de la casa. También manifestó Bustos que a la hora de comer el declarante
le convidó, y que Alarcón le contestó que ya había comido mucho en lo de Lefebre[43]. Rey declaró que al bajar
el sol, cuando iba con su madre Julia Carmen de Rey para la casa de un vecino,
encontró en el camino a tres hombres “americanos” que iban en dirección a la
casa de Lefebre, y que cuando volvían a su casa al
pasar por frente al almacén “vio que del lado de afuera de la casa, estaba uno
de los mismos que habia encontrado, como en
observación [...] y al verlo al declarante y a su madre hizo como si se
componía el chiripá”. En otras declaraciones se le adjudicó a Mariano Alarcón
el papel de “bombero”, es decir, que permaneció fuera de la casa junto a los
caballos para dar información de lo que sucedía, si las circunstancias así lo
requirieran, a los otros dos miembros de la banda que fueron los que se cree
asesinaron a los Lefebre[44].
El relato de Francisco Rey no se detuvo allí. El juez
que tomaba su declaración le preguntó sobre las señas particulares que tenía el
hombre que había visto y el modo en que estaba vestido, a lo que el declarante
contestó que “era un hombre joven, de regular estatura, un poco grueso, que
estaba vestido con chiripá de paño negro, con saco al parecer de ¿? Negra, y
sombrero negro y con botas. Que cuando pasó por en frente de lo de Lefebre, lo vio a este recostado sobre el mostrador del
lado de adentro, y a los dos hombres (americanos) sentados del lado de la
ventana y estaban conversando riendose”.
Lo que siguió al acto criminal nos lo cuenta Vicente
Rey, que fue el primero en llegar a la casa luego de que se produjera. El
testigo manifestó que al oscurecer, “cuando encerraba sus caballos oyó un rumor
de perros y unos gritos en francés que decía; Mon Dieu; Mon Dieu.
Y los lloros de algunas criaturas que en ese momento no presto mucha atención”.
Luego de cenar decidió ir hasta la casa de los Lefebre
puesto que de allí procedían las voces. “Como cincuenta varas antes de llegar
encontró un hombre tendido en el suelo, a quien no pudo reconocer, pero que le
parecía que estaba herido”. Continúo camino a la casa, golpeo la puerta y la
abrió el hijo de Lefebre que debía tener entre 4 y 5
años, llamado Luis. Este le dijo: “aquí ha venido Bartolo Santa Cruz, con otros,
y han muerto a Enrique (hijo de Lefebre) y a María
(la sirvienta) y han dado una puñalada a mamá pero no ha muerto, está
durmiendo”[45].
Rey le preguntó a Luis por su padre y la respuesta fue que no sabía nada del
padre, que había salido fuera.
Estas declaraciones concuerdan en un todo con las
realizadas por José Place, hermano de Luisa Place, la mujer de Lefebre. José fue uno de los que llegó al lugar del crimen
poco tiempo después de que sucediera. El cuadro debe haber sido horroroso. El
domingo siguiente a los hechos el Juez de Paz se trasladó hasta la casa de los Lefebre porque sabía que a más de los asesinatos, había
habido robos también. En el informe elevado al gobernador, Lubary
señala que “a la vista de cuatro asesinatos, entre ellos un chico y una chica,
todos los efectos de la tienda y pulpería destrozados y tirados por el suelo,
lo mismo que papeles, libros y ultimamente todo lo
que contenia la casa [...]”[46]. El médico que
inspeccionó los cadáveres, informó que todas las heridas fueron a causa de certeras
puñaladas, lo que le permitió sugerir que las muertes debieron ser en forma
inmediata y que aquellas tuvieron que haber sido inferidas por “asesinos
profesionales”[47].
Al día siguiente del asesinato los colonos de San
Carlos se organizaron y se dirigieron al Sauce en busca de los criminales. Como
no los hallaron, y creyendo que el Coronel Denis los protegía, le dieron muerte
a él, y a dos mujeres. De Bartolo Santa Cruz y José Alarcón no se tuvieron más
noticias. Se consideró que debieron haber huido hacia Córdoba o Santiago del
Estero. Desde el gobierno provincial se enviaron notas a dichas provincias, a
los efectos de pedir captura y remisión. La suerte de Mariano Alarcón fue
distinta. Ya volveremos sobre el tema. Consideramos pertinente ahora realizar
algunas consideraciones sobre las repercusiones que el asesinato de la familia Lefebre y la reacción de los colonos sancarlinos tuvieron
en la órbita del Gobierno Nacional.
En una carta confidencial enviada por el Presidente
Sarmiento al Gobernador Cabal, exponía su preocupación frente a los hechos y
planteaba que “una anomalía debe hacerse desaparecer, y es la proximidad de
indios á las colonias. Cuanto se diga de su inculpabilidad en el hecho
incriminado, no justificará jamás las incongruencias de la proximidad y casi
contacto de las tribus salvajes y de las colonias europeas. El hecho solo,
aunque inocente en sí, condenará de antemano cuanto ocurra ó se invente”[48].
Aquí Sarmiento se estaba refiriendo a los pobladores
del Sauce. Al respecto se hace necesario hacer algunas consideraciones
vinculadas a nuestro trabajo. En primer lugar no se trataba de tribus salvajes
puesto que el poblado, formado por los descendientes de los abipones y
criollos, llevaba allí una existencia cercana a los cincuenta años, habían
sufrido un fuerte proceso de aculturación[49] y se hallaban en camino a
incorporarse plenamente a la economía de la pampa gringa como peones de baja
calificación. Además, muchos de estos hombres habían colaborado en la
construcción de las colonias de San Jerónimo Norte y Esperanza en sus momentos
fundacionales[50].
Sin embargo, es necesario reconocer que entre los habitantes del Sauce también
hubo algunos homicidas y ladrones que actuaron en la región[51]. Al respecto cabe señalar
que una de las causas fundamentales de la existencia en el Sauce de criminales
y desertores, pasaba por la actitud complaciente que frente a ellos tenía el
Comandante Denis, máximo responsable ante el gobierno provincial de lo que en
ese lugar sucediera. Este militar estaba estrechamente vinculado al grupo
político que controlaba el poder en la provincia. Recordemos que Denis
participó del levantamiento armado que significó el comienzo del fin del
gobierno de Nicasio Oroño[52].
La suerte de Mariano Alarcón fue distinta. Un oficial
de Denis, lo aprehendió en la casa de Tomás Maturano
y luego se lo llevó al Mayor Denis, hijo del asesinado coronel. Este lo entregó
al Gobernador Mariano Cabal cuando se encontraban en San Carlos y desde allí
fue trasladado hasta la cárcel pública del Departamento La Capital. Allí
permaneció preso durante casi dos años. Durante ese tiempo fue varias veces
interrogado por el Juez Isaias Gil. En el desarrollo
del proceso Judicial se realizó una rueda de presos para que uno de los
testigos identificara a quien creía haber visto el día del crimen. El testigo
era Francisco Rey, quien observando a Mariano Alarcón dijo que este le parecía
que “era uno de los tres individuos que en la tarde que precedió a la muerte de
Lefebre encontró cuando iva
a lo del vecino Mariano Didier y el mismo que de regreso, al pasar por lo de Lefebre estaba del lado de afuera de la casa de este como
en observación”[53].
Las sospechas de robo se confirmaron también al encontrársele algunas prendas
iguales a las que tenía Lefebre para la venta.
El 25 de noviembre de 1870, a más de un año de haberse
iniciado la causa, el Agente Fiscal Manuel Leiva, luego de haber estudiado todo
el proceso seguido, llegó a la conclusión que solo existían “indicios más o
menos veementes que no forman prueba bastante para
declararlos reos, de los crimenes que se les acusa de
acuerdo al común sentido de los más sabios criminalistas”[54]. En función de las
consideraciones que realizó, aconsejó la captura de Bartolo Santa Cruz y José
Alarcón para que presten declaración y con respecto a Mariano Alarcón propuso,
como medida precautoria, que sea destinado al servicio de armas, poniéndolo a
disposición del gobierno. El Defensor General de Pobres y Menores consideró que
no existían pruebas para incriminar a Mariano Alarcón y solicitó su libertad.
Cabe recordar que dos meses antes de que el Agente
Fiscal y el Defensor General de Pobres y Menores emitieran opinión, Mariano
Alarcón se vio involucrado en un nuevo hecho de sangre, esta vez en la cárcel
pública. El 17 de setiembre, el Alcaide de la cárcel informaba al Juez que en
la tarde del día anterior se había producido una pelea en el calabozo entre los
presos Mariano Alarcón y Cecilio Gomez “resultando de
ella herido en el vacio derecho con cuchillo el
ultimo y aquel también de un botellaso que el preso garcilazo se vio precisado a darle para evitar que siguiera
hiriendo a Gomez y quitarle el cuchillo del que
estaba armado”[55].
En la denuncia el Alcaide, también señalaba que
Alarcón tenía un carácter perverso y camorrero ocasionando frecuentes
escándalos en la cárcel. El ataque de Alarcón se había iniciado porque a este
le molestaba que Gómez estuviera jugando con un perrito. Por lo demás, las
actuaciones procesales continuaron. El 9 de agosto de 1871 se recibió una nota
en el juzgado, firmada por Agustín Soto, en la que decía “el alcaide tiene el
honor de informar a V.S que el preso Mariano Alarcón fugó de la carcel en la noche del 5 del corriente”[56]. A partir de ese momento
Mariano Alarcón, al igual que los otros miembros de la banda, desaparece sin
que queden rastros de lo que fue su vida posterior. Se enviaron edictos
judiciales a los parajes públicos y de costumbre a los efectos de citar a los
prófugos. Poco tiempo después se dio por terminado el proceso.
Ante la fuga de Mariano Alarcón una pregunta, al
menos, se hace necesario responder: ¿cuáles eran las condiciones de seguridad
de las cárceles y las posibilidades de contención de los presos que estas
instituciones poseían? Al respecto es clarificadora la nota que enviara el
Ministro de Gobierno Simón de Iriondo a la Cámara de
Justicia en diciembre de 1869, cuando Mariano Alarcón ya se encontraba detenido
en la cárcel pública. En la referida nota Iriondo
explica al Juez del Crimen las razones del traslado de los presos condenados a
trabajos forzados a la frontera. Entre los argumentos que esgrime se puede
leer:
“las cantidades destinadas por la ley del presupuesto
tanto para mantencion de presos, como para el sosten del Piquete que los sirve de custodia es
limitadísimo é insuficiente para mantener aquellos y para elevar á este á un
mínimo bastante para la completa seguridad de los presos. Agregando esta
circunstancia la de no ser la carcel segura, y la de
estar los presos en continua é inevitable comunicación con la gente de fuera de
la que reciben auxilios para la fuga, se adquiere la convicción de ser
indispensable tomar medidas que aseguren los criminales y esta convicción es
dolorosamente corroborada por la esperiencia. Desde
muchos años atrás no hay un solo criminal condenado á trabajos públicos y á carcel que haya cumplido su condena y un gran numero de
ellos se fugan antes de cumplir sus procesos”[57].
Conclusión
Decíamos al principio de este trabajo que las
debilidades y las limitaciones del poder estatal contenían el potencial para el
desarrollo del bandolerismo rural. Revisando
una vez más los hechos en los que participaron los Alarcón, nos encontramos con
que en dos oportunidades lograron huir de la cárcel: en el transcurso del
verano de 1868, José fugó de la prisión ayudado por su hermano; en la noche del
cinco de agosto de 1871 Mariano logró escapar también. Ello demostró que las
instituciones carcelarias de la provincia no podían controlar y asegurar el
cumplimiento de las condenas que les fueran aplicadas a los criminales.
Los factores que limitaron la capacidad operativa en
las cárceles quedaron puestas de manifiesto en las expresiones ya citadas de Iriondo. Entre las causas señaladas se ha hecho mención a
un presupuesto insuficiente para mantener a los presos y para hacer del edificio
carcelario un lugar seguro en el que no sea posible la fuga. Por otro lado, los
problemas para contener y hacer efectivos los castigos que la justicia aplicaba
sobre los delincuentes quedaron puesto de manifiesto también en las continuas
deserciones de individuos condenados a prestar servicios en la línea de
frontera. Vinculado a ello, hemos podido ver que existían autoridades militares
que permitían que se albergaran criminales, ladrones y desertores en los
poblados que estaban bajo sus órdenes. Sobre esto, hemos hecho referencia a lo
que acontecía en El Sauce, bajo el control del Coronel Nicolás Denis. Es muy
probable que los compromisos de los hombres que gobernaban la Provincia con el
jefe de los Lanceros del Sauce posibilitaran que este actuase con la libertad
suficiente para recibir, tolerar o proteger a quien quisiera.
Por lo demás, las características geográficas y
demográficas favorecieron los desplazamientos por extensas regiones sin que los
delincuentes fueran detectados por persona alguna. Las divisiones
administrativas y jurisdiccionales también limitaron las posibilidades de
persecución de delincuentes. Como se ha señalado, el Comisario General del
Norte detuvo la persecución de los Alarcón en los límites de su Departamento
teniendo que circunscribirse a dar cuenta de lo que estaba sucediendo a las
autoridades del Departamento La Capital para que procedan a la captura de los
bandidos. A los inconvenientes mencionados, debemos sumarles los referidos a
los medios de movilidad. Para dar alcance a los delincuentes, la policía
contaba con los mismos medios que aquellos (estamos hablando del caballo), por
lo que, con un poco de tiempo de ventaja, las posibilidades de éxito en su
persecución no estaban aseguradas.
Comenzamos este trabajo haciendo referencia a las
distintas formas en que pueden manifestarse la resistencia y la rebeldía de los
grupos subalternos actuando en conjunto o individualmente y que por distintas
razones se enfrentan al orden social, económico y legal que se les iba
imponiendo. Se hizo referencia también a las distintas formas que asumió el
bandolerismo rural según las interpretaciones que los estudiosos le han dado al
mismo. En el caso que aquí se ha presentado no se han observado conductas y
propósitos que puedan encuadrar en el tipo de acciones en las que Hobsbawm y Fradkin han visto manifestaciones en defensa de un “orden
tradicional” o cuyos resultados trascendieran las prácticas delictivas y
expresaran posicionamientos políticos. En todo caso consideramos que los hechos
en los que se vieron involucrados los hermanos Alarcón responden a conductas
que se enmarcan en la ilegalidad porque no responden al orden jurídico impuesto
desde el Estado y sus propósitos no van más allá de la obtención de bienes para
comercializar o intercambiar con otros, la venganza, la resolución de un
conflicto por deudas u otro tipo de motivaciones que solo responden a
necesidades e intereses particulares. Esto es lo que los convirtió en bandidos,
sujetos marginados y rechazados socialmente, “asesinos profesionales” a quienes
el Estado no logró controlar.
Manifestaciones
del bandolerismo rural y de la acción estatal en la Provincia de Santa Fe. Un
caso particular: la trayectoria delictiva de los hermanos Alarcón (1865-1871)
A partir de la reconstrucción del
comportamiento delictivo de dos sujetos del sur santafesino durante el
transcurso de la segunda mitad del siglo XIX, nos proponemos analizar las
formas de acción que se llevaron a cabo desde el Estado Provincial a los
efectos de prevenir, regular y castigar las conductas sociales consideradas
ilegales. Para ello, se atiende especialmente a los mecanismos de control
social y disciplinamiento que se aplicaron por parte del Estado, así como la
conducta desplegada por quienes no se adaptaron a las reglas dispuestas por
aquel. El tratamiento de las cuestiones planteadas permitió poner a prueba la
afirmación que sostiene que “la debilidad y los límites del poder estatal
potenciaron el desarrollo del bandolerismo”. El trabajo se realizó en base al análisis
de documentos extraídos del Archivo de Gobierno y Expedientes Criminales del
Archivo General de la Provincia de Santa Fe.
Palabras claves: Bandolerismo -
Campaña - Control Social - Estado Provincial
Manifestations of rural banditry and the states action
in the Province of Santa Fe. A particular case: Alarcón
Brothers’ criminal career. (1865-1871)
From the reconstruction of the criminal behaviour of two fellows from
the Santa Fe South during the second half of the Nineteenth Century, we suggest
the analysis of the course of actions carried through by the state in order to
prevent, rule and punish the social misbehaviour considered illegal. For that
we mainly attend, on the one hand, to the mechanisms of social control and
discipline procedures that had been implemented by the State, and the conduct
carried out by those who did not adapt to the rules set by the State, on the
other.
The treatment of the these raised questions enabled us to put to test
the assertion which maintains: the weakness and restraints of State’s power
favoured the development of banditry. The investigation was on the basis of the
analysis of Criminal Files and documents from the General Archives of Santa Fe
Province.
Keys words: Banditry - Country - Social Control - Provincial State
Notas
(*) Profesor
Adjunto. Departamento de Historia, Facultad de Humanidades y Ciencias de la
Universidad Nacional del Litoral. Investigador categoría IV. Miembro del equipo
de trabajo del Proyecto de Investigación CAID 2002: ”Historia Social y
Sociología Histórica: explicandos y modos de
argumentación”, dirigido por el profesor Luciano Alonso. mail joselarker@yahoo.com.ar
[1] Hobsbawm, Eric, Bandidos,
Ariel, Barcelona, 1976 y Hobsbawm, Eric, Rebeldes Primitivos, Ariel, Barcelona,
1974.
[2] Chumbita
Hugo, Jinetes rebeldes. Historia del
bandolerismo social en la Argentina, Javier Vergara, Buenos Aires, 2000.
[3] Juarez Francisco, “Los Bandidos rurales”, En: La vida de Nuestro Pueblo, CEAL, Buenos
Aires, 1982, Volumen I.
[4] Fradkin Raúl, Bandolerismo
y politización de la población rural de Buenos Aires tras la crisis de
independencia (1815-1830), Mimeo, 2004. Del mismo
autor: “Asaltar los pueblos. La montonera de Cipriano Benitez
contra Navarro y Luján en diciembre de 1826 y la conflictividad social en la
campaña bonaerense”, En: Anuario del
IEHS, Nro. 18, Tandil (en prensa).
[5] Debattista, S. Bertello, C. y Rafart, C. “El bandolerismo rural en la última frontera.
Neuquén 1890-1920”, en: Estudios
sociales, Año VIII, Nº 14, Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe,
1998. La sigla GEHISO hace referencia al Grupo de Estudios Históricos y
Sociales de la Universidad Nacional del Comahue.
[6] Hobsbawm, Eric, Bandidos,
Crítica, Barcelona, 2001. p 42
[7] Chumbita,
Hugo, en una entrevista de Susana Yapert para el Diario Río Negro. Río Negro. 17 de
octubre de 1999.
[8] Fradkin, Raúl, Bandolesimo y
politización... op. cit.
[9] Debattista, S. Bertello, C. y Rafart, C., op. cit. P. 131.
[10] Gallo,
Ezequiel, La Pampa gringa. La
Colonización agrícola en Santa Fe 1870-1895, Edhasa,
Buenos Aires, 2004.
[11] Bonaudo, Marta. “Hecho jurídico...hecho político. La
conflictiva relación entre poder y justicia en la construcción de la República
posible. Santa Fe 1856-1890”, En: III
Jornadas de Historia Moderna y Contemporánea, Facultad de Humanidades y
Arte, Universidad Nacional de Rosario, Octubre 2002. p. 3
[12] Ver Bonaudo, M y Sonzogni E. “Cuando
Disciplinar fue ocupar (Santa Fe, 1850-1890),
En: Mundo Agrario. Revista de Estudios Rurales Nº 1, Segundo
Semestre de 2000, Centro de Estudios Históricos rurales, Universidad Nacional
de La Plata. Gori Gastón, Vagos y Mal entretenidos, Publicación de la Universidad Nacional
del Litoral, Santa Fe, 1951
[13] Lynch,
John, Masacre en las pampas. La Matanza
de inmigrantes en Tandil, 1872, Emecé, Buenos Aires, 2001. p. 41.
[14] Hobsbawm, Eric, op cit. p. 49
[15] AAVV., Martín Fierro un siglo, Editorial
Xerox, Buenos Aires, 1972. El fragmento forma parte de una carta que Mariano A.
Pelliza. envió a José Hernández el 27 de marzo de 1873.
[16] Pasquali Patricia, La
instauración Liberal. Urquiza, Mitre y un estadísta
olvidado: Nicasio Oroño, Planeta, Buenos Aires, 2003. pp. 176-177. Carta
de Nicasio Oroño a Marcos Paz. Santa Fe, 30 de abril
de 1866.
[17] Beck Bernard,
Lina; Cinco Años en la Confederación
[18] Hobsbawm, Eric, op. cit. p. 51
[19] Al
respecto ver Mansilla, Lucio, Una
excursión a los indios Ranqueles, CEAL, Buenos Aires, 1967. Hernández,
José, Martín Fierro, Editorial Sol, Barcelona, 2000.
Sarmiento, Domingo, F, Facundo,
Losada, Buenos Aires, 1989.
[20] Hobsbawm, Eric, op. cit. p.. 19
[21] AGPSF, A de Gob., Tomo 28, Año 1866, F.
292-293
[22] Ibídem
[23] Ibídem
[24] AGPSF, A. de Gob., Tomo 28, Año 1866, Folio
295.
[25] Sobre esta
última apreciación tenemos serias dudas acerca de la veracidad. En reiteradas
ocasiones el Poder Ejecutivo provincial disponía y decidía sobre la suerte de
los presos en las cárceles públicas, por ejemplo, utilizándolos para
incorporarlos a los cuerpos de gendármenes o a las
milicias. Para estas cuestiones ver Bonaudo, Marta,
“Hecho jurídico...”, op. cit. P. 2 a 5
[26] Lynch,
John, op. cit. p. 52
[27] AGPSF, Expedientes Criminales Nº 31, año 1871.
Nota del Juez de Paz del Distrito San Lorenzo al Jefe Político del Departamento
Rosario Don Pascual Rosas. Octubre 18 de 1869.
[28] Ibídem, Declaración de Juan Castro.
[29] Ibídem, Declaración de Juan Guevara.
[30] AGPSF, Expedientes Criminales Nº 30,
Declaración de Mariano Alarcón del 8 de noviembre de 1869.
[31] Al respecto
ver solo a manera de ejemplo: AGPSF, A.
de Gob., Tomo 32, año 1868, Folio 1045. Tomo 34, Año 1869, Folio 475. Tomo
56, Año 1880, Folios 460; 462; 468; 476; 486; 486; 500 a 503
[32] AGPSF, A. de Gob., Tomo 30, Año 1867, Folios
403 a 405
[33] AGPSF. Expedientes Criminales Nº 31. Año 1871.
Declaración de Martina Sequeira.
[34] Ibídem. Nota en la que se comisiona al
Comisario General Del Norte la captura de los hermanos Alarcón
[35] Gori, Gastón, El
indio y la colonia Esperanza, Museo de la colonización, Publicación N°2,
Esperanza, 1981. Capitulo II, Punto 2.
[36] Citado en Gschwind, Juan Jorge, Historia
de San Carlos, Imprenta oficial, Santa Fe, 1974. p. 279.
[37] Esta es la
idea que subyace, con respecto al Sauce y en relación con delincuentes, en: Gschwind, J., op cit.; Gori,Gastón, op cit. Oggier, G. y Jullier, E., Historia de San Jerónimo Norte, Apis, Rosario,1984, Tomo I; Cervera, Manuel, Historia de la Ciudad y Provincia de Santa
Fe, Imprenta UNL, Santa Fe, 1982, Tomo III.
[38] Así define
Gschwind a Bartolo Santa Cruz. En: Gschwind, J. op. cit
[39] Actas de Bautismo de la Parroquia de San
Jerónimo del Sauce, Acta 145, Año 1867, Folio 105 y Acta 249, Año 1869,
Folio 226.
[40] Datos
aportados por Gschwind, J. op. cit. p. 275.
[41] Esta es la
postura que sostienen Gschwind, J., Oggier, G y Jullier,
E.. También Cecchini de Dallo, Ana María, “La
criminalidad como manifestación de los conflictos de una sociedad en cambio”,
En: Separata de la Revista de la Junta
Provincial de Estudios Históricos de Santa Fe, Nº LXII, Santa Fe,
1998-1999.
[42] AGPSF Expedientes criminales, Nº 30, Año
1871. Declaración de Luis Perla.
[43] Ibídem. Declaración de Eusebio Bustos.
[44] al
respecto ver, por ejemplo, la declaración de Baltazar Dreiz
en el documento que venimos citando
[45] Ibídem. Declaración de Vicente Rey.
[46] AGPSF, A. de Gob., Tomo 34, Año 1869, Folios
1208 a 1210.
[47] AGPSF, Expedientes criminales Nº 30, Año 1871.
Informe del médico que dictaminó las causas de la muerte de la familia Lefebre
[48] Sarmiento, D.F., Obras de D.F. Sarmiento. Papeles del Presidente. 1868-1874, Buenos
Aires, 1902, Tomo L, Parte Primera. Pág 287-289.
[49] Ver Green,
Aldo, Cazadores, lanceros, jornaleros.
Incorporación de los indios del Sauce a la economía nacional (1850-1880), Monografía de Seminario, Extensión de
la Cátedra Historia Social, FHyC., UNL, Diciembre de
2003.
[50] Ver Oggier, G y Jullier, E. op. cit.; y Gori
Gastón. op. cit.
[51] Oggier, G y Jullier, E., op.
cit., Gori, Gastón, op. cit. y Gschwind,
J., op. cit.
[52] AGPSF. “Notas del gobierno de la Provincia.
1866-1868.” Libro copiador Nº50.
Páginas 291-292. También ver Pasquali, Patricia, op. cit.
[53] AGPSF. Expedientes criminales Nº 30. Año 1871.
Rueda de presos practicada ante Francisco Rey.
[54] Ibídem. Informe del Agente Fiscal
Manuel Leiva de fecha 25 de noviembre de 1870
[55] Ibídem. Declaración tomada al Alcaide
de la Cárcel Pública Agustín Soto el día 17 de setiembre de 1870.
[56] Ibídem. Nota de Agustín Soto.
[57] AGPSF, Libro Copiador, Nº 52. 1868 –1871. F.
135 y 136.