Algunas
reflexiones sobre la sociedad civil y el estado en Africa
Mónica Cejas(*)
1.
Introducción
En Africa, las campañas de ajuste estructural son
en parte responsables de la reemergencia de la idea de sociedad civil[1]
desde mediados de la década de 1980 porque este concepto simbolizaba la fe en
la vitalidad y el carácter indispensable del sector privado para la “salud
económica y política de un país”. Esta conceptualización enraizada en la
filosofía liberal clásica resulta reduccionista porque iguala a la sociedad
civil con el mercado sin tener en cuenta el rol político de la misma. Por otra
parte, algunos teóricos como Goren Hyden han insistido en que la razón del
fracaso del “Estado africano” radica en la falta de ajuste entre las normas
sociales y estatales porque las últimas continúan ejemplificando concepciones
europeas.[2]
Estas dos aproximaciones nos indican el carácter central de la cuestión de cómo
ha sido concebida la sociedad civil africana en teoría y práctica en su
relación con el Estado. El primer caso indica la utilización del concepto para
legitimar una forma de intervención mediante los programas de ajuste
estructural, el segundo señala el abismo que separa en muchos casos a la
sociedad civil y al Estado en Africa. Ambas nos exigen una revisión del
concepto, de sus usos y abusos en determinados contextos espaciotemporales
africanos marcados por experiencias coloniales. Este trabajo no pretende ser
una elaboración acabada del tema, considero que es peligroso generalizar las
variadas experiencias africanas y encapsularlas en una unívoca experiencia. Las
siguientes consideraciones exigen sin duda un análisis más profundo en el marco
de cada experiencia.
2. El
concepto de sociedad civil
En primer lugar veamos al concepto en el marco
filosófico europeo que le dio origen. En el pensamiento político clásico y en
teorías basadas en la ley natural, la sociedad civil es indistinguible del
Estado. Ambos conceptos se refieren a un tipo de asociación política que
gobierna los conflictos sociales mediante la imposición de reglas que impiden
que los ciudadanos se dañen unos a otros. Desde la polis de Aristóteles al état
de Rousseau, el Estado expresa la forma “civil” de la sociedad nacida cuando
los seres humanos establecen una superestructura de autoridad política como
medio de obtener la seguridad y protección de todos.[3]
A fines del s. XVIII, los filósofos liberales
comenzaron a distinguir a la sociedad civil como un medio de defensa contra el
potencial abuso de los líderes políticos, especialmente en los casos de
concentración de poder. Tal es el caso de Adam Ferguson, Thomas Paine y Alexis
de Tocqueville.
Estas ideas fueron contestadas por teóricos que
utilizaron aproximaciones históricas. Hegel, por ejemplo, diferenciaba
claramente sociedad civil y Estado, pero no asumía que la sociedad civil
representaba una condición humana natural o armoniosa. Para él, la sociedad
civil era el producto moderno de una transformación histórica por la cual una
burguesía naciente estableció una esfera de relaciones de mercado reguladas por
la ley civil. Ubicada entre la familia y el Estado, la sociedad civil incluiría
no sólo transacciones económicas sino también formas voluntarias de asociación,
como corporaciones, asociaciones profesionales y sindicatos. Para Hegel, la
sociedad civil era en esencia conflictiva e inestable por la existencia de
relaciones de competencia entre intereses privados (sobre todo los de la
burguesía comercial). Insistía en que la sociedad civil no puede permanecer
como “civil” a menos que sea ordenada políticamente, es decir sometida la
vigilancia del Estado. Sólo el Estado podía representar la unidad de la
sociedad y la libertad de sus ciudadanos, de ahí el carácter legítimo de sus
intervenciones.[4]
Utilizando el método de Hegel, Marx y Engels
concibieron a la sociedad civil como enraizada en las condiciones materiales.
La sociedad civil sería el producto de la evolución de las relaciones de
propiedad bajo el capitalismo; es decir, un conjunto que incluye la producción
de mercancías e instituciones de intercambio que inclinan las relaciones
contractuales a favor de los empresarios capitalistas. Desde el punto de vista
de las relaciones económicas, la sociedad civil se situaría en la base
socieconómica y el Estado en la superestructura jurídica y política. Entonces,
Marx y Engels, invirtieron la relación de Hegel, haciendo al Estado subordinado
a la sociedad civil ya que su funcionamiento estaría condicionado por los intereses
de la clase dominante.
Ya en este siglo, Antonio Gramsci, utilizando
categorías marxistas, llegó a originales conclusiones sobre la sociedad civil.
En efecto, sociedad civil es el punto de inicio de sus Cuadernos de la Cárcel (1929-37). Gramcsi no consideraba que la
distinción entre Estado y sociedad civil refleja la relación que existe entre
la vida política y económica, tampoco consideraba que la sociedad civil esté en
la base socioeconómica, sino que la situaba en la superestructura. En el
esquema gramcsiano hay dos entidades mayores en la superestructura: la sociedad
política (o el Estado) que gobierna directamente mediante instrumentos de
dominación coercitivos y jurídicos; y la sociedad civil que promueve valores
éticos entre el pueblo mediante el ejercicio de hegemonía cultural e
ideológica. El primero implica fuerza, el segundo produce el consenso. Para
Gramcsi, la sociedad civil comprende no todas las relaciones materiales sino
las relaciones cultural-ideológicas; no toda la vida comercial e industrial,
sino la vida espiritual e intelectual (expresada en instituciones
socioculturales como las familias, escuelas, iglesias y medios de
comunicación). Los ciudadanos son miembros de instituciones civiles donde
sujetos activos de la historia conscientes de las condiciones materiales pueden
poner en marcha instrumentos de acción para alcanzar sus objetivos. La sociedad
civil tiene entonces, el potencial de ser fuente de ideas hegemónicas (de las
clases dominantes para proteger su control hegemónico del Estado y presentarlo
como legítimo frente a las clases subordinadas) y contrahegemónicas (fuerzas
capaces de desbaratar el poder y redistribuirlo).[5]
2.2 El carácter público
de la sociedad civil. Sociedad política y sociedad civil
Según Bratton[6]
el carácter público de la sociedad civil se da en dos sentidos: implica acción
colectiva por la cual los individuos se agrupan para lograr determinado fin y
tiene lugar en instituciones comunes ubicadas fuera del ámbito de la unidad
doméstica. Como ciudadanos los individuos definen necesidades comunes, afirman
reclamos de derechos políticos y aceptan obligaciones políticas. La sociedad
civil es el espacio donde se ponen a prueba las cuestiones claves de la
ciudadanía: ¿Cómo nos relacionamos políticamente unos con otros? ¿Cómo nos
relacionamos con el Estado?
Los actores en la sociedad civil expresan
intereses colectivos, se asocian buscando siempre la autonomía del Estado. Sin
embargo, según Alfred Stepan[7],
no deben confundirse las instituciones de la sociedad civil (asociaciones de
vecinos, grupos de mujeres, grupos religiosos, etc.) con las instituciones de
la sociedad política (partidos políticos, elecciones, legislaturas). La
sociedad política abarca a todas las instituciones mediante las cuales los
actores sociales unen sus intereses para ganar coaliciones y participar en la competencia
política. La sociedad política no es parte del Estado, pero sus instituciones
se especializan en contestar el poder del Estado. Esta distinción es muy
importante desde el punto de vista analítico porque permite demostrar que la
sociedad civil existe bajo cualquier tipo de régimen, es decir, aún cuando se
eliminen las instituciones de la sociedad política (partidos políticos y
elecciones). Así definida, la sociedad civil implica una gran variedad de
formas de acción colectiva popular que ocurren en el espacio público, acciones
microempíricas que los ciudadanos emplean con fines políticos en los planos
material, organizacional e ideológico. Es una entidad heterogénea (incluye
distintas clases, particularismos étnicos, etc.).
Según Oyelaran y Adediran[8]
la aplicación de conceptos establecidos a partir de la experiencia histórica
europea en el contexto africano, puede resultar anómala si no se tienen en
cuenta: 1) las distintas experiencias coloniales y sus legados de organización
socioeconómica, político-jurídica y territorial (sobre todo la división de
grupos étnicos autónomos en dos o más naciones-estados); 2) el hecho de que
excepto Ruanda y Burundi, todas las naciones-estados africanos son
plurilinguales en lo que respecta a la presencia de culturas indígenas
africanas (Nigeria es el caso extremo con 400 lenguas) si bien se utiliza un
lenguaje europeo como lengua oficial de Estado (excepto en Tanzania); 3) la
naturaleza de la institución de autoridad política con un frecuente
clientelismo despótico. Es decir, la presencia de una élite dirigente separada
de las masas que gobiernan por su fluida manipulación del lenguaje (y saberes)
de sus antiguos colonizadores.
Específicamente, la utilización del término
“sociedad civil” en el estudio de Africa por académicos (en ciencia política)
occidentales comenzó en 1986 con la publicación del artículo de François Bayart
“Civil Society in Africa”[9]
(en el que define a la sociedad civil siguiendo la línea marxista y subrayando
para Africa el papel preponderante de las relaciones de linaje en la
determinación de las relaciones de poder) y asociado con el proceso de
democratización desde 1989.[10]
Según Crawford Young, el colapso del Estado
socialista estimuló de manera determinante el uso del término, ya que
establecer un nuevo orden fuera del marco socialista requeriría construir una
sociedad civil en el sentido atribuido a la misma por Gramsci. Es decir, una
infraestructura que permita a la sociedad civil asumir el comando de su propio
destino.[11]
Aquí se confunde el tratamiento académico del fenómeno con la praxis que se
espera que resulte a partir de tales cambios. No queda muy en claro la
distinción entre el entusiasmo académico por el cambio y las percepciones y
aspiraciones de los mismos africanos.
3.1 El uso ideológico de
“sociedad civil”
Una serie de artículos publicados en Review of African Polical Economy
durante 1997[12], han criticado el uso
ideológico del término por la propaganda neoliberal, es decir ligado a nociones
de governance y reforma
político-económica. De acuerdo a esta conceptualización de sociedad civil, la
misma sería: 1) fuente de los valores de pluralismo, responsabilidad,
transparencia, gobierno de la ley, etc.; 2) motor de la democratización (en los
términos de los modelos democráticos liberales); 3) necesariamente opuesta al
Estado, no sólo en oposición a regímenes autoritarios, sino para contener y
compeler la acción del Estado. Totalmente despojada de análisis de clase o
género esta idea de sociedad civil es necesaria, según Allen[13],
para los que proponen un proyecto liberal en Africa: los gobiernos
occidentales, sus agencias asociadas, multinacionales, etc. En este sentido,
según el mismo autor, la literatura contemporánea usa la versión de associational life (constitución de
organizaciones de voluntarios) de la sociedad civil, de la que se derivan una
serie de tesis: a) la sociedad civil no es sólo distinta al Estado, sino en
conflicto con él (sobre todo en Bayart[14]);
b) que la sociedad civil es el centro de la lucha por la democratización; c)
que las ONG (Organizaciones no gubernamentales) como parte significante de la
sociedad civil son fuente de democratización.[15]
Estas tres afirmaciones han sido criticadas por
autores africanos como S. N. Ndegwa en base a la constatación empírica de la
falta de correspondencia entre las actividades de ONG en Kenia y la lucha por
la democracia. En su libro The Two Faces of Civil Society: NGO and the Politics in Africa
afirma que
“las ONGs no
conciben a sus acciones como una forma de acrecentar la democratización, sino
que consideran que la apertura alcanzada por el movimiento hacia la
democratización les da el derecho de operar libremente en sus actividades de
desarrollo”. [16]
Aunque sus afirmaciones son dudosamente aplicables a
todas las organizaciones y en toda Africa, la clave para analizar la relación
entre Estado y sociedad civil como forma organizativa sería preguntarse por los
límites de dichas organizaciones, es decir de cuáles asociaciones se trata,
cuáles son sus objetivos y métodos de acción, en que momento de sus proyectos
están actuando con las características atribuidas a la sociedad civil, etc. Por
otra parte, y teniendo en cuenta al otro elemento de la relación, habría que
preguntarse qué se entiende por Estado, si no se lo confunde con régimen o
sistema político. Tal vez es por esta ambigüedad marcada del término sociedad
civil, que autores como Mamdani y Wamba dia Wamba prefieren el viejo concepto
de “movimientos sociales” junto a los de clase, genero, etnicidad y Estado, llegando
a afirmar que “los movimientos sociales en Africa no existen sólo en oposición
al Estado, sino para redefinirlo… así como no hay un sólo proyecto social
característico de los movimientos sociales, no existe un sólo proyecto de
Estado que lo define en última instancia”.[17]
3.2 El Estado y la
sociedad civil en Africa
Autores como Markovitz[18]
consideran al Estado como cautivo de partes de la sociedad en Africa. Plantean
la existencia en Africa contemporánea de un grupo gobernante formado por
líderes políticos y burócratas, miembros líderes de las profesiones liberales,
la burguesía empresaria y miembros superiores del ejército y la policía,
quienes constituirían una burguesía organizada. El poder de esta clase sería
tal que el Estado sirve a sus fines, de manera que las dos esferas de público y
privado se vuelven inseparables. Esta hipótesis por la cual la sociedad y el
Estado se fusionan en el poder de una burguesía organizada no explica, sin
embargo, cómo surge tal hegemonía. Para ello es conveniente realizar una
contextualización histórica del fenómeno.
Durante el período colonial el espacio social
dentro del cual una sociedad podría volverse “civil” fue bloqueado. Mediante
conceptos legales el colonizado (hombre) fue un “sujeto” con derechos políticos
y sociales altamente circunscriptos. Económicamente, el sujeto colonial era una
unidad de trabajo, un homme adulte valide
tal como aparecía categorizado el adulto masculino en el censo colonial belga.
En términos religiosos, el africano era un fetichiste
esperando la redención por la conversión al cristianismo (otra opción era la
representada por el Islam que entraba en competencia por las almas).
Culturalmente, el dominio africano requería un sistema clasificatorio
establecido desde fuera. Pero, indudablemente, lo que deconstruyó de manera
determinante el potencial de la sociedad civil en Africa fue el reordenamiento
del espacio político por el reparto colonial –Conferencia de Berlín 1884-85-.
Como señala Mudimbe, mediante su dominio del espacio físico y del discurso, el
Estado colonial “transformó áreas no-europeas en, fundamentalmente, constructos
europeos”.[19] Un mismo grupo étnico
quedó incluido en distintos Estados (Yoruba
abarcando Togo, Benin y Nigeria, Fulani de
Senegal a Camerún, Hutu en Ruanda,
Burundi y oeste de la ex-Zaire, etc.)
En los años finales del Estado colonial –después
de la Segunda Guerra- una intensa voz de protesta comenzó a emerger con
planteos nacionalistas. Se cristalizaron formas más activas de acción cívica
–movimientos nacionalistas, actividades de asociación- acompañadas por otras
formas de conciencia colectiva, que reflejaban las alteraciones en la
estructura social y comunal producidas por la experiencia colonial. El
nacionalismo territorial se mezcló con el nacionalismo étnico. En efecto, el
proceso de construcción social de identidad fue marcado por las políticas y
prácticas coloniales. La clasificación étnica desarrollada por el Estado
colonial con fines de control, apoyada por la acción de las misiones religiosas
y la antropología colonial influyó en las manifestaciones nacionalistas. Las
emergentes sociedades civiles de fines de la época colonial eran una y a la vez
muchas.[20]
La esencia del proyecto poscolonial puede
resumirse en la noción de Estado integral
planteada por Chistian Coulon y Jean Copans para el caso de Senegal.[21]
El Estado actúa directamente sobre la sociedad civil mediante sus “aparatos
hegemónicos”. El objetivo de los grupos dominantes en el aparato de Estado es
el control, mantenimiento y aumento de la extracción de ganancias. En la forma
de Estado integral se pretende la
hegemonía perfecta, la dominación irrestricta sobre la sociedad civil. El Estado integral requiere no sólo la
autonomía de la sociedad civil mediante instrumentos de control político, sino
también el cuasimonopolio de los vectores de acumulación social y económica. Un
ejemplo extremo sería el Zaire de Mobutu. La economía fue “nacionalizada”
(establecimiento de paraestatales) aún en Estados considerados de “orientación
capitalista” como Costa de Marfil y Nigeria.
Según Young, el Estado integral es producto en parte de la coyuntura global marcada
por el Estado socialista, la teoría keynesiana y las teorías de desarrollo
económico que alimentaban la convicción de que la administración activa de la
economía por el Estado, guiada por una planificación extensiva, podría producir
un rápido crecimiento económico.[22]
Al imperativo del acelerado desarrollo económico
se agregó, el de rehacer la sociedad. El Estado poscolonial debía borrar “lo
tradicional” y servir como “pedagogo de la modernidad”. Como señala Mbembe, al
Estado le correspondía las prácticas concernientes a la distribución de poder e
influencia, las relaciones sociales, los acuerdos económicos y los procesos
políticos. Pero el Estado definía también, la manera en que los actores
sociales deberían verse e interpretarse ellos mismos, e interpretar al mundo.
El Estado-teológico se erigía a sí
mismo como el principio constitutivo creativo de los lenguajes y mitos de la
sociedad. Producía el equipo mental con el cual el nativo debe ver y expresar
al mundo.[23]
Los años ´80 fueron una época difícil para el
estatismo y sus políticas de integración nacional, nacionalización, desarrollo
económico, planeamiento centralizado, etc. (administraciones de Reagan,
Thatcher, Miterrand), los programas de ajuste estructural y finalmente el
colapso del Estado socialista mostraron que la noción de Estado integral estaba
en crisis de legitimidad. Al mismo tiempo las demandas de democratización y la multiplicación
de doctrinas de sociedad civil clamaban por alternativas a ese modelo.
3.2.2 ¿Ausencia de un
contrato social?
Para Hobbes, Locke y Rousseau[24] la sociedad civil surge
de un contrato social que establece los parámetros de una sociedad. Los movimientos
étnicos de autodeterminación, y el clientelismo de base étnica presente en
muchos países africanos indicaría la ausencia de un contrato social. Según
Donald Rothchild y Letitia Lawson, sociedades fundamentalmente divididas tienen
tendencia a producir sociedades civiles más segmentadas que las sugeridas por
la filosofía europea. En muchos países los grupos de interés organizados
verticalmente continúan siendo más influyentes que los organizados
horizontalmente (sindicatos, asociaciones de mujeres, campesinos, etc.) Así,
los grupos que se expresan en la sociedad civil interactúan con el Estado tanto
de manera conflictiva como cooperativa.
El Estado y la administración heredados del
período colonial eran una mezcla de sistemas políticos y administrativos e
instituciones donde coexistían modernidad y “tradición”.[25]
Los límites trazados arbitrariamente por los poderes coloniales para delimitar
sus áreas de influencia poco tenían que ver con la concepción de espacio mucho
más móvil de las etnias africanas que terminaron por no reconocerlos. En muchos
casos se rompió la unidad lingüística de algunos pueblos, en tanto que se ubicó
en un mismo territorio a grupos antagónicos lo que sentó las bases de futuros
conflictos. Sobre esta base se tejieron nuevas relaciones sociales, afectadas a
su vez por las políticas de desarrollo en un proceso que en lugar de tender a
la unidad nacional instalaba más y más divisiones internas.
El tipo de administración centralizada y
establecida en función de la extracción de los recursos necesarios para la
producción en la metrópoli no ayudó a revertir la situación, por el contrario,
acentuó las divisiones.[26]
La lealtad y la obediencia política y personal fueron consideradas más
importantes que el mérito. Se trataba de administrar “para la metrópoli”, no
“para el pueblo” que las habitaba. La fosa que separaba a la clase dirigente -
cada vez más dependiente de la ayuda externa- y a las comunidades locales se
fue ampliando, lo que tornó a los gobiernos faltos de legitimidad popular. La respuesta
de las comunidades locales fue continuar con los sistemas administrativos
anteriores a la colonia.
En Africa, la mutua dependencia y obligación que
caracteriza a la “ética de subsistencia” de la comunidad doméstica significaba
la posibilidad de proveer un nivel básico de subsistencia para todos sus
miembros. En este marco, la familia es, no sólo una fuente de apoyo económico,
sino también una unidad de producción en el seno de la cual los recursos
individuales y colectivos son utilizados para satisfacer las necesidades de
consumo e inversión de sus miembros.[27]
El bienestar de todos más que el provecho individual es el motor de toda
actividad productiva. La tierra y sus recursos son el “capital social” de la
comunidad, de ahí que el tipo de producción sea respetuosa de los ciclos
ecológicos. El establecimiento del sistema de plantaciones de monocultivo
durante la época colonial, desestabilizó estos sistemas y llevó a su paulatino
empobrecimiento. Las economías campesinas fueron entonces discriminadas, presentadas
como la antítesis del “progreso”, el imaginario de campesino construido a
partir de este discurso se llenó de metáforas que resaltaban su incapacidad
organizativa, su “falta de valores capitalistas”, su “terquedad” al no querer
incorporarse al mundo moderno y a la economía de mercado. A nivel económico, la
comunidad doméstica campesina fue el chivo expiatorio para explicar las
dificultades de “despegue” para el desarrollo. “Ineficiente”: el corolario de todo análisis de la economía
nacional. Este discurso legitimará la presión física y psicológica ejercida por
los aparatos del Estado fuertemente autoritarios y centralizados que
desarticulará muchas de las solidaridades internas y acentuará la división.
Según M. Dia, fue éste, el sistema que heredaron los africanos al
independizarse.[28]
La independencia creo la expectativa de contar con
un gobierno centralizado que distribuiría las riquezas acumuladas durante la
colonia y elevaría el nivel de vida de todos para equipararlo al europeo. Sin
embargo, el sentido de identidad y dedicación de la población siguió centrado
en los lazos locales y con su grupo étnico, pueblo y familia. Esta ambigüedad
tuvo por resultado las políticas de la clase dirigente tendientes a construir
una base étnica de legitimidad utilizando los recursos del gobierno central. La
tendencia fue mucho más acentuada en los países con un grupo étnico dominante o
con dos compitiendo por el poder.
La creación de una clientela en el propio grupo de
referencia se tradujo en corrupción y en la baja prioridad atribuida a la
locación de fondos en el crecimiento económico y el bienestar social. El
discurso que legitimaba estas prácticas fue que la estabilidad política era
condición sine qua non para el
despegue. Así se exacerbaron la desigualdad y las tensiones étnicas. Un
profundo abismo se fue abriendo entre logros y expectativas que debilitaron las
conexiones entre el Estado y la sociedad. El Estado fue asumiendo poderes
autoritarios mientras de hecho ejercía menos control sobre la sociedad, particularmente
en las áreas rurales. Su legitimidad se fue erosionando y el público comenzó a
percibirlo como una institución extranjera.[29]
En este contexto, las elecciones como medio de
consenso del poder expresado en el aparato estatal, son un simple medio de
legitimación de un poder confiscado en nombre del orden y la integridad
territorial. La expresión del ex-presidente de Congo Pascal Lissouba sintetiza
el espíritu de las mismas:
“On
n’organise pas des élections pour les perdre”.[30]
Retomando la pregunta del último punto: ¿ausencia
de contrato social?, podemos dejar planteada la hipótesis de que en el caso de
Africa, dicho contrato esta teñido de las consecuencias del sistema colonial.
Impuesto desde arriba, su base de consenso es débil, lo que no implica la
ausencia de una sociedad civil a la manera gramcsiana que se exprese de
diferentes maneras para impulsar la concreción de un contrato social
alternativo. El cambio en esa dirección no puede medirse (como lo propone IMF o
Banco Mundial) en términos de índices de actos eleccionarios, crecimiento del
producto bruto interno, liberalización de mercados y privatizaciones; sino en
la conformación de diferentes formas de movilización social: grupos de base
campesinos y urbanos con propuestas alternativas (ONG, grupos cooperativos,
profesionales, etc.). También los sectores de la economía informal que buscan
obtener un ingreso fuera de los controles oficiales. Es esta fuerza desde
abajo, a nuestro entender, la que produjo cambios radicales como la caída del
régimen de apartheid en Sudáfrica o de Mobutu en la República Democrática del
Congo (ex Zaire), es esta fuerza la que impulsa un nuevo modelo de contrato
social, influenciado sin duda por los modelos occidentales, pero con una
definición propia a partir de las experiencias concretas de su historia.
El colapso del sistema socialista en Europa ha
tenido influencia como afirma Young en los cambios tanto de tratamiento teórico
como de los procesos que se producen en Africa, pero limitarlos sólo a “fuerzas
externas” sin analizar a fondo las “fuerzas internas” de cambio, es continuar
con un discurso etnocentrista y norte-dependiente. Habría que preguntarse cómo
conciben a estos cambios los mismos africanos (académicos y público en
general), cuáles son sus conceptos de sociedad civil y Estado en cada contexto.
Sólo así, la discusión teórica sobre el tema sería más rica e incluiría a sus
actores.
RESUMEN
Algunas
reflexiones sobre la sociedad civil y el estado en Africa
Dentro de los análisis de política internacional,
el concepto de sociedad civil fue revitalizado durante la década de 1980 como
una manera de conceptualizar la opresión de Estado y especialmente para el caso
de los países africanos bajo los planes de ajuste estructural de FMI y Banco
Mundial, fue presentado como el símbolo de la fe en la importancia clave del
sector privado para la salud económica y política del país. Este artículo es un
intento de problematizar los múltiples significados de Estado y sociedad civil
teniendo en cuenta las experiencias históricas de los países africanos.
Palabras
clave:
Estado africano, sociedad civil, movimientos sociales, Programas de Ajuste
Estructural.
ABSTRACT
Some reflections on the civil society and the state in Africa
In the realm of
International Politics analysis, the concept of civil society was revitalized
in the 1980s as a way to conceptualise resistance to state oppression, on the
other hand and especially for African countries under the FMI and World Bank’s
Structural Adjustment Policies, civil society was presented as the symbol of
the faith in the private sector key importance for the political and economic
health of the country. In this article the multiple meanings of State and Civil
Society are considered taking into account African historical experiences.
Key words: African State, civil society, social movements,
Structural Adjustment Policies.
Notas
(*) Dra. Mónica I. Cejas, Investigadora del CEAA (Centro de
Estudios de Asia y África) de El Colegio de México, México D.F.,
mcejas@colmex.mx
[1] Harbeson, John,
“Civil Society and Political Renaissance in Africa” en Harbeson, J.W., D.
Rothchild and Naomi Chazan (eds.) Civil
Society and the State in Africa. Boulder, London, Lynne Reinner, 1994, p.
9.
[2] Hyden, Goren,
“Reciprocity and Governance in Africa” en Wunsch, James and Dele Olowu, The Failure of the Centralized State:
Institutions and Self-Governance in Africa. Boulder, Westview Press, 1990.
[3] Bratton, Michael,
“Civil Society and Political Transitions in Africa” en Harbeson, J.W…(eds.) Civil Society…op. cit., p. 53. También en Thomas Hobbes quien afirmaba que las
pasiones no civiles de avaricia y codicia (los deseos de poder) sólo podían
frenarse así como los conflictos sociales, mediante el poder del Estado.
[4] Ibid., p. 54.
[5] Bobbio, Norberto,
“Gramcsi and the Concept of Civil Society” en Keane, John (ed.), Civil Society and the State. Londres,
Verso, 1988, pp. 73-100.
[6] Bratton, M., op. cit.
[7] Stepan, Alfred, Rethinking Military Politics: Brazil and
the Southern Cone. Princeton, Princeton University Press, pp. 3-4.
[8] Oyekaran, Olasope
O. and Michael Olu Adediran, “Colonialism, Citizenship and Fractured National
Identity: the African Case” en Oommen T.K. (ed.), Citizenship and National Identity: From Colonialism to Globalism.
New Delhi, Cloth, 1997, pp. 173-179.
[9] Bayart,
Jean-François “Civil Society in Africa” en Patrick Chabal (ed.), Political Domination in Africa: Reflections
on the Limits of Power. Cambridge, Cambridge University Press, 1986, pp.
109-125.
[10] Bratton, M.,
‘Beyond the State: Civil Society and Association Life in Africa’, World Politics, 1989, 41, 3, pp.
407-430. ‘Popular Protest and Political Reform in Africa’, Comparative Politics, 1992, 24, 4, pp. 53-84.
[11] Young, Crawford,
“In Search of Civil Society” en Harbeson, J.W… (eds.) Civil Society…, pp.
36-37.
[12] Review of African Political Economy, 1997, N° 71, 73.
[13] Allen, Chris, ‘Who
Needs Civil Society?’, Review of African
Political Economy, 1997, 73, pp. 329-337.
[14] Bayart, J., op. cit., p. 117.
[15] Allen, C., op. cit., 331.
[16] Ndegwa, S.N., The Two Faces of Civil Society: NGO and the
Politics in Africa. West
Hartford, Kumarian Press, 1996, p.52-53.
[17] Mamdani, M. &
E. Wamba-dia-Wamba, African Studies in
Social Movements and Democracy. Dakar, Codesria, 1995, pp. 33-34.
[18] Markovitz, I.L.
(ed.), Studies of Power and Class in
Africa. New York, Oxford University Press, 1987, p. 10.
[19] Mudimbe, V. Y., The Invention of Africa: Gnosis,
Philosophy, and the Orders of Knowledge. Bloomington, Indiana University
Press, 1988, p. 1.
[20] Young, Crawford,
“In Search of Civil Society”, op. cit., pp. 38-39.
[21] Coulon, Christian, Le marabout et le prince (Islam et pouvoir
au Senegal). Paris, Editions A. Pedone, 1981, p. 289 y Copans, Jean, Les marabouts et l’arachide. Le confrerie
mouride et les paysans du Senegal. Paris, Editions le Sycamore, 1980, 248.
[22] Young, C., op. cit., p. 40.
[23] Mbembe, Achille, Afriques indociles: Christianisme, povouir
et Etat en la societé postcoloniale. Paris, Khartala, 1988, p. 128.
[24] Véase por ejemplo
Locke, John, Two Treatises of Civil
Government. London, J.M. Dent & Sons, 1955, p. 160.
[25] Dia, Mamadou,
“Indigenous Management Practices: Lessons for Africa’s Management in the ´90s”
en Serageldin; Ismail y June Taboroff (eds.), Culture and Development in Africa: proceedings of an international
conference held at the World Bank, Washington, D.C., April 2 and 3, 1992.
Washington, D.D., The International Bank for Reconstruction and Development/The
World Bank, 1994, p. 167.
[26] Se trató de un proceso no
exento de conflictos. Muchas veces los jefes se negaron a seguir las directivas
de la metrópoli, ante estas actitudes administraciones como la francesa no
dudaron en reemplazarlos por jefes más dóciles.
[27] Definición tomada
de David, Wilfred L. y Peggy A. David, “Resolving the African Development
Cathexia: Empowerment of the People” en Shams Feraidoon, State and Society in Africa. Perspectives on Continuity and Change.
Lanham, University Press of America, Inc. 1995, p. 7.
[28] Dia, M., op. cit., pp. 169-171.
[29] Rothchild, Donald
and Letitia Lawson, “The interactions Between State and Civil Society in
Africa: From Deadlock to New Routines” en Harbeson, J.W… (eds.) Civil Society…op. cit., pp. 257-258.
[30] “No organizamos
elecciones para perderlas!” En Galloy, Martine-Renée y Marc-Eric Gruénais “Errements
des démocraties balbutiantes: des disctateurs africaines sortis des urnes”, Le Monde Diplomatique, no 524, nov.
1997, p. 12.