Historiadores
santafesinos, liberales y vindicadores: dos miradas sobre Estanislao López. Una
perspectiva comparada
Renzo Sanfilippo(*)
Resumen
Desde el último cuarto del siglo
XIX aparecieron en las provincias argentinas un conjunto de relatos
vindicatorios sobre el pasado nacional. En Santa Fe, Ramón Lassaga optó con su Historia de López (1881) por “desagraviar” la memoria del
caudillo acusado en los relatos porteño-céntricos de “localista”, para
“demostrar” sus aportes a la unidad nacional. Este trabajo operó como precursor
de una historiografía local vindicatoria que, a partir del siglo XX, encontró
en J. L. Busaniche a uno de sus continuadores. En Estanislao López y el
federalismo del litoral (1927), este
último intentó “evidenciar” que los líderes federales habían sido los
verdaderos iniciadores de la democracia liberal, contrariamente a las injurias
vertidas por la historiografía “unitaria” y “oficial”. Por lo tanto, en el
presente artículo se analizarán los relatos de estos dos autores santafesinos,
liberales y vindicadores, para demostrar
que en el período en que emergen ambas obras el paisaje historiográfico era más
rico y variado que lo que se pensó durante mucho tiempo. Incluso, pueden
advertirse ciertos rasgos que, en la década siguiente, fueron presentados como
“novedosos” por parte de los revisionistas.
Palabras Clave: Ramón Lassaga; José
Luis Busaniche; Historiografía santafesina.
Historians Santafesinos, liberals and vindicators: two views on Estanislao López. A comparative perspective
Abstract
From the last quarter of the nineteenth century a set of vindicatory stories about the national past appeared in the Argentine provinces. In Santa Fe, Ramón Lassaga opted with his Historia de López
(1881) for "redressing" the memory of the warlordism accused in the porteño-centric stories of "localist", to "demonstrate" his contributions to national unity. This work operated as a precursor of
a local vindicatory historiography that, from the 20th century, found in J. L. Busaniche one of its continuators. In Estanislao López and the federalism of the coast (1927), the latter tried to "prove"
that the federal leaders had been the true initiators of liberal democracy, contrary to the insults expressed by the "unitary" and "official" historiography.
Therefore, in this article we will analyze the stories of these two authors from Santa Fe, Liberals and Vindicators, to demonstrate that in the period in which both works emerge the historiographical
landscape was richer and more varied than what was thought for a long time. Even, certain features that, in the following decade, were presented as "novel" by the revisionists can be noticed.
Keywords:
Ramón Lassaga; José Luis Busaniche; Santafesina
Historiography.
Historiadores santafesinos,
liberales y vindicadores: dos miradas sobre Estanislao López. Una perspectiva
comparada
Introducción
Durante
gran parte del siglo XX la historia de la historiografía argentina estuvo
dominada por una mirada porteño-céntrica que moldeó las formas de pensar y
ordenar las diversas corrientes intelectuales del país. Ya en 1925, la Historia de la historiografía de Rómulo
Carbia, uno de los exponentes más importantes de la Nueva Escuela Histórica[1],
brindó una clasificación jerarquizada de los distintos modos de hacer historia
en el país hasta el momento, relegando a los relatos provinciales surgidos en
el último cuarto del siglo XIX (a los que denomina “crónicas regionales”),
dentro de la serie de “géneros menores”.[2]
Desde
la óptica de Carbia, la NEH constituía la continuación y, a la vez, superación
de la tradición erudita representada en la figura de Mitre. De esta manera,
trazaba para sí mismo y lo que consideraba su grupo, una genealogía intelectual
que les permitía legitimarse en el presente, operación similar a la realizada
en la década de 1930 por los representantes del revisionismo histórico, que
convirtieron a Adolfo Saldías y Ernesto Quesada en miembros fundantes de su
linaje.[3]
Desde
las últimas décadas, estas clasificaciones y genealogías vienen siendo
discutidas por una historia de la historiografía que se ha vuelto más plural y
renovada, a partir del entrecruzamiento de problemas con la historia cultural,
la historia política y la historia de los intelectuales (entre otras vertientes),
además de la adopción de enfoques regionales y provinciales que ponen en jaque
las visiones más esquemáticas y generales propias de aquellos historiadores que
miran y conciben la historia desde y para Buenos Aires.[4]
En
este estudio, tomo como objeto de análisis dos obras históricas enfocadas en la
figura de Estanislao López: la primera se titula Historia de López, escrita por Ramón Lassaga y publicada en el año
1881; la segunda es Estanislao López y el
federalismo del litoral, de José Luis Busaniche, aparecida en 1927. La
trayectoria de ambos historiadores es digna de ser comparada en función de una
serie de rasgos compartidos: como señala el título de este trabajo, tanto Ramón
Lassaga como José Luis Busaniche fueron santafesinos,
liberales y vindicadores. Además, sus producciones históricas abordan
núcleos temáticos similares, como el carácter de las guerras intestinas que
acontecieron en el ex Virreinato del Río de la Plata tras la revolución y la
independencia, el papel desempeñado por Estanislao López y los caudillos
federales de las provincias en la organización nacional, y el significado de
los pactos preexistentes a la constitución nacional sancionada en 1853, entre
otros.
Enmarcadas
en diferentes contextos, estas representaciones del pasado nacional fueron
pensadas para plantear una discusión: en el caso de la Historia de López, la vindicación de esta figura buscaba librarlo
de las opiniones vertidas por historiadores porteños como Vicente Fidel López,
que acusaban al caudillo santafesino de “gaucho rematado”, “egoísta” y
“localista.”[5]
Estanislao López y el federalismo del
litoral, por su parte, va más allá al plantear que el ataque ya no proviene
de autores individuales sino de una historiografía a la que Busaniche define
como “unitaria” y “oficial”.
El
enfoque provincial y la perspectiva comparada permiten demostrar que el paisaje
historiográfico que tuvo lugar en la Argentina entre el último cuarto del siglo
XIX y los años finales de la década de 1920, es más rico y complejo de lo que
se creyó durante mucho tiempo. Relatos históricos alternativos de acuerdo al lugar
político y geográfico de enunciación de los discursos, vindicación caudillista
y revisión valorativa de ciertos personajes del pasado nacional, así como la
denuncia (desde el propio liberalismo) hacia lo que comenzaba a denominarse
como “historia oficial”, estaban presentes antes de la irrupción del
revisionismo histórico en la década de 1930.
Por
lo tanto, se torna pertinente en el presente artículo situar en contexto, tanto
historiográfico como político, a ambos historiadores y sus respectivas obras,
para trazar los puntos de contacto y las diferencias que permitan esbozar una
serie de reflexiones sobre un período que, tomado en conjunto, no agota su
riqueza ni las posibilidades de nuevas y diferentes exploraciones.
Los
orígenes de la historiografía vindicatoria
Hace
poco menos de diez años, apareció uno de los estudios de historia de la
historiografía argentina que sigue teniendo vigencia por haber desarmado
aquellas miradas más tradicionales que reproducían el esquema clasificatorio de
Carbia: me refiero a la obra de Fernando Devoto y Nora Pagano.[6]
Allí, los autores señalan que entre las “muy diversas expresiones
historiográficas” existentes en el último cuarto del siglo XIX, se ubican las
vindicaciones documentadas que buscan rescatar del olvido o del agravio a
ciertos personajes del pasado.
En
muchos casos, estas historias nacionales alternativas fueron enunciadas desde
las provincias, dando cuenta de un tipo de relato sobre el pasado que tenía
diferencias tanto en la narración de ciertos hechos como en la valoración de
diversos personajes, en comparación con las obras monumentales de Bartolomé Mitre
y Vicente Fidel López, concebidas desde una mirada porteño-céntrica. Además, si
bien no es posible equiparar por completo la naciente historiografía de
carácter vindicatorio con las también novedosas historiografías provinciales,
sí es cierto que, cuando se conjugaban, el carácter anti-porteño adquiría una
notable intensidad, no observable en los relatos de otros historiadores que
también estaban revisando el pasado,
como Adolfo Saldías con su Historia de
Rozas.[7]
Los
motivos que, en cada provincia, llevaron a diferentes intelectuales a emprender
esta tarea de revisión vindicatoria, fueron variados: como señala María
Gabriela Micheletti, en el caso particular de Santa Fe, fue “ …la experiencia
exitosa de incorporación al modelo agroexportador la que pareció brindar
motivos a los historiadores locales para mostrar que los aportes de la
provincia a la nación en realidad se remontaban a décadas atrás, a pesar de que
éstos no hubieran sido recogidos por los grandes relatos nacionales…”.[8]
En
Santa Fe, uno de los iniciadores de la historiografía provincial de fuerte tono
vindicatorio fue Ramón Lassaga, miembro de una familia que había llegado al
entonces Virreinato del Rio de la Plata hacia fines del siglo XVIII y que,
junto a otras, animó los momentos finales del período colonial y también del
independiente.[9]
A nivel local, los Lassaga pasaron a formar parte del pequeño núcleo de
familias que durante el siglo XIX configuraron la elite política y cultural
santafesina, fortalecida por sus raíces hispánicas, vínculos parentales y
participación en los mismos espacios de sociabilidad.[10]
Hacia
1881, año de aparición de su biografía sobre Estanislao López, el joven Lassaga
se encontraba cursando estudios en la Escuela de Jurisprudencia que funcionaba
el Colegio de los Padres Jesuitas, y contaba entre sus antecedentes culturales
la escritura de versos; en términos políticos, había participado activamente en
1878 de las revueltas opositoras encabezadas por el Partido Liberal, que
surgieron tras las elecciones que proclamaron por segunda vez a Simón de
Iriondo como gobernador de la provincia. En lo que refiere a su condición de
historiador, no debe perderse de vista que la emancipación del campo
historiográfico respecto al mundo más amplio de las letras, aún no era parte de
la realidad: antes bien, aunque ciertas reglas metodológicas como el abordaje
crítico de documentos estaban ganando consenso, los “historiadores” eran, por
el momento, escritores preocupados por el pasado que intercalaban su afición
por la historia con otro tipo de actividades.
Siguiendo
a Gustavo Prado, puede sostenerse que el historiador de aquel momento era más
bien un hombre de letras, que “…ilustrado, atento a las ideas innovadoras,
muchas veces políglota y cosmopolita, discurre en un universo de múltiples
inquietudes y actividades, que difícilmente pueda ser comparado con la
especialización cerril que nos impone el ideal de excelencia académica…”.[11]
Micheletti, por su parte, utiliza la categoría de “productores culturales” al
referirse a hombres que alternaban su desempeño profesional en la abogacía con
sus intereses intelectuales, en donde los abordajes históricos se cruzaban con
la labor literaria, los análisis sociológicos y educacionales, las reflexiones
sobre la realidad presente, etc.[12]
La
Historia de López irrumpe como la
primera obra histórica de Ramón Lassaga, y su contenido es netamente
vindicatorio. El contexto de publicación de la obra está marcado por la
consolidación del Estado que, si a nivel nacional estuvo representado por la
llegada a la presidencia de Julio A. Roca, en Santa Fe tuvo su correspondencia
con el afianzamiento del iriondismo, aunque desde entonces la relación entre
ambos líderes políticos estuvo atravesada por ciertas tensiones. De alguna
manera, Lassaga puede haber entendido que la organización nacional habilitaba
nuevas revisiones que permitían
ubicar a los distintos personajes del pasado en el lugar correspondiente dentro
de aquel largo proceso. Como se verá, entendía que para Estanislao López era
pertinente una posición mucho más importante que la que otorgaba el mote de
“caudillo localista”, al que lo habían sometido los “padres fundadores” de la
disciplina.
La
Historia de López
de Ramón Lassaga: de “caudillo localista” a “héroe nacional”
Previo
a la publicación de esta obra, los referentes más importantes de la naciente
historiografía argentina, Bartolomé Mitre y Vicente Fidel López, habían emitido
una serie de juicios generales sobre los caudillos provinciales, y también
particulares referidos a Estanislao López. En el caso del primero, a la condena
más dura que puede visualizarse en las primeras ediciones de su Historia de Belgrano, ya en la tercera
edición de 1876 le había seguido una “revisión” que reconocía en el oficio
enviado por el gobernador santafesino Estanislao López al Cabildo de Buenos
Aires el 5 de febrero de 1820, tras el triunfo en Cepeda, un “sentimiento
verdaderamente argentino”, que podía diferenciarse de la “tendencia
anti-nacional y disolvente del caudillo oriental”, en referencia a Artigas.[13]
Vicente Fidel López, por su parte, había sostenido en el tomo V (1873) de la Revista del Río de la Plata, que el
caudillo santafesino era “un joven de familia honesta pero gaucho rematado”,
que se manejaba con un “egoísmo claro, moderado y sin pasiones”, y que en 1816
había protagonizado en Añapiré un “pronunciamiento separatista y antiporteño”.
Lejos de matizar estas valoraciones, en los años sucesivos seguiría enarbolando
su postura porteña y anticaudillista.
Por
lo tanto, la obra de Lassaga puede interpretarse como una respuesta frente a
aquel tipo de argumentos defendidos por Vicente Fidel López y reproducidos por
aquellos intelectuales que ofrecían una mirada netamente porteña sobre el
pasado nacional. Bartolomé Mitre, en cambio, era para Lassaga “…autor de la
historia más completa que se haya escrito sobre los sucesos del Rio de la
Plata, y cuya opinión es de las más autorizadas…”.[14] Sin embargo, aquel cambio
interpretativo de su referente político e intelectual no era suficiente para
desagraviar a Estanislao López y restituirlo del olvido: esa tarea correspondía
a su Historia de López.
El
historiador santafesino se preocupó por “devolverle” a Estanislao López el
lugar que le correspondía en la historia nacional: es decir, el de un “héroe
nacional” que había trascendido las fronteras de lo local, al haber entendido
que “…la patria no se limitaba en tal o cual provincia, sino que consistía en
todas ellas…”.[15]
Los primeros capítulos de la obra son cruciales porque contienen muchas de las
claves a partir de las cuales el historiador santafesino va a ir construyendo
su relato vindicatorio. En primer lugar, sostiene que Santa Fe fue “víctima”
del accionar egoísta de los gobernantes de Buenos Aires, y esto la llevó a
emprender caminos que se desviaban de lo que verdaderamente ambicionaba: si
siguió al “caudillo prepotente” Artigas, fue porque le hizo oír la “mágica
palabra” Federación, puesto que “…si Buenos Aires hubiera procedido de buena
fe, si sacrificando toda enemistad hacia las provincias en aras del bien común,
hubiera trabajado por unirse con Santa Fe, ésta, olvidando todo resentimiento
anterior hubiera roto con Artigas…”.[16]
En segundo lugar, la buena predisposición santafesina a la organización
nacional queda demostrada por su cumplimiento de los tratados firmados, algo
que el autor buscará enfatizar a lo largo de toda la obra, como forma de
justificar el accionar posterior de López, sobre todo en lo que concierne a los
sucesos del año 20.
Desde
1818, momento en que López se erige como gobernador, Santa Fe sale del lugar de
víctima y es colocada en el centro de la escena nacional. La autoridad del
caudillo estaba legitimada en función del consenso que, en torno a su figura y
sus actos, hicieron que fuera siempre “…idolatrado por su pueblo, no solo por
los gauchos, sino por todas las clases sociales…”.[17]
Esa aclaración, a su vez, es reforzada en otros pasajes que demuestran que
Lassaga tenía una concepción aristocrática sobre lo que constituía al verdadero
pueblo, en este caso al referirse a la elección de Manuel de Sarratea en Buenos
Aires: “…no eran las chuzas de los federales las que obligaban a los
representantes del pueblo a elegir un gobernador que respondiese a las
doctrinas de Ramírez y de López. [Fue] la ambición de los mismos personajes de
Buenos Aires y el ardiente deseo del pueblo porteño por la paz…”.[18]
De
alguna manera, aunque la valoración del fenómeno caudillista lo alejaba de la
antinomia civilización/barbarie esgrimida décadas antes por Sarmiento, Lassaga
buscaba rescatar a un López que, tanto por sus ideales como por sus modos, no
era equiparable a otros caudillos, lo que puede observarse en los juicios
vertidos sobre Artigas, Ramírez y Quiroga. Del primero sostiene que era una de
las “…columnas poderosas de la desorganización…”[19]
(en línea con el argumento mitrista), y que el caudillo santafesino sólo lo
siguió los primeros años, cuando el Directorio mostraba sus ambiciones de
sometimiento centralista sobre las provincias; al segundo le reconoce el mérito
de haber sido “…uno de los primeros que opuso su prestigio y su brazo para
derrocar el poder directorial…”[20],
aunque su egoísmo lo llevó a intentar romper la paz alcanzada con Buenos Aires
en los tratados de Benegas de 1820, ya que al poco tiempo “…renació en su pecho
esa doctrina localista que tanta sangre costó a la república argentina…”[21];
respecto al último, no contaba con la simpatía de López y tenían “relaciones
muy frías”, ya que “…las ejecuciones del Tigre de los Llanos solo le acarreaban
el desprecio de los que no le temían…”.[22]
Como
se ha mencionado, el horizonte presente en el que fue concebida la obra está
dado por el proceso de consolidación del Estado Nacional. Tal como señala
Carlos M. Tur Donatti, desde la segunda mitad del siglo XIX se fue configurando
en el país un mito ideológico de una “Argentina blanca y europeizada”, sin
indios ni afros, que les permitió a las diferentes administraciones liberales
y, en especial a la generación del 80, abrir las puertas del país al impulso
inmigratorio y a las inversiones extranjeras. [23]
Entre los méritos de Estanislao López, según el análisis que puede desprenderse
del relato de Lassaga, podría mencionarse el “trabajo sucio” que, de alguna
manera, sirvió como condición de posibilidad del posterior “progreso” del país.
Es decir, mientras Buenos Aires aparece como una “hermana” cuyos gobernantes
intentaban convertirla en “señora” de las demás provincias, las comunidades
originarias son denostadas peyorativamente bajo el calificativo de “los
bárbaros del Chaco”. El planteo es crudo y explícito: “…si en esa época no era
posible bordar, como al presente, de colonias florecientes nuestras vírgenes
campiñas, era necesario acuchillar al salvaje, humillarlo, hacerle conocer la
superioridad del soldado disciplinado sobre su guerrero inculto…”.[24]
No
debe perderse de vista, sin embargo, que son principalmente dos los atributos
que Lassaga busca resaltar en su valorización de López: por un lado, su
constante lucha por la promoción de la organización nacional bajo el sistema
elegido por los pueblos, esto es, el régimen federal; por
otro
lado, su carácter de “hombre de palabra”, que revistió de un manto de legalidad
a su accionar, a partir de la firma de pactos que cumplió con honor y valentía.
Por lo tanto, es conveniente analizar la forma en que, a partir de esos
atributos, el autor construye un héroe a la vez local y nacional.
En
lo que refiere al primer aspecto, es importante analizar la relevancia que el
historiador santafesino le atribuye a los sucesos del año 1820, surgidos a
partir de la invasión conjunta de los ejércitos de Estanislao López y Francisco
Ramírez, a Buenos Aires. Aunque en principio esboza la idea de que el caudillo
santafesino cayó en una especie de trampa tendida por el Supremo Entrerriano y
el chileno José Miguel Carrera, que lo sedujeron para que ataque a Buenos
Aires, luego desplaza la batalla por el sentido de la disputa hacia lo que
representaban los contendientes: Rondeau era el “jefe del unitarismo”, defensor
del “partido de la centralización”, mientras López y Ramírez aparecían como
“soldados de la federación”, “doctrina de la mayor parte de los pueblos”. De
esta manera, justifica el accionar de los caudillos que “…no querían la
sumisión de Buenos Aires sino la fundación de una nación libre bajo el régimen
federal por el que los pueblos se habían decidido…”.[25]
La
constante búsqueda de la organización nacional se enlaza con el segundo
aspecto, esto es, el establecimiento de pactos en aras de alcanzar aquel
objetivo. Dos ejemplos son dignos de destacar: el primero, cuando sostiene que
los “célebres” tratados de Pilar de febrero de 1820, establecieron nuevas
pautas para las relaciones entre las provincias del litoral y Buenos Aires: “…ya
no eran enemigos sino hermanos. Antes de los tratados eran santafesinos,
porteños y entrerrianos, después quedaban solamente argentinos que se
abrigarían bajo el estandarte glorioso de la patria…”[26];
el segundo, está expresado en la firma de los tratados de Benegas en noviembre
de aquel año conflictivo, ya que mediante este acuerdo se llegó a la paz entre
Santa Fe y Buenos Aires, y la predisposición del gobernador santafesino a
cumplir con el pacto tuvo el efecto de que “…durante el espacio de ocho años,
Santa Fe no sacó su espada en contra de Buenos Aires, antes bien, en defensa y
cumplimiento de estos siete artículos, las lanzas de Ramírez y los sables de
López se chocaron, concluyendo el primero en la tumba con sus ambiciones y sus
deseos ardientes de poder y supremacía…”.[27]
Otro
elemento que me parece pertinente señalar ya que da cuenta del entrecruzamiento
entre el pasado y el presente que se refleja en la Historia de López, es el carácter “progresista” que Lassaga buscó
“demostrar” respecto a su biografiado, y que puede visualizarse en la forma en
que administró los asuntos internos de Santa Fe, aun cuando la realidad se
mostraba plagada de obstáculos. Esto no solo se refleja en sus ya mencionadas
invasiones a los pueblos del Chaco, sino en la fundación de escuelas, en el
impulso por crear el papel moneda y en políticas de fomento al establecimiento
de colonias agrícolas. Para Lassaga, a López lo animaban los mismos motivos que
hicieron que Martín Rodríguez y Bernardino Rivadavia llevaran a Buenos Aires el
“progreso” y la “gloria”, sólo que la falta de recursos y las consecuencias de
las sucesivas invasiones directoriales que había sufrido la provincia,
imposibilitaban que los resultados fueran similares.
Finalmente,
la organización nacional durante la primera mitad del siglo XIX, a pesar de los
anhelos y del obrar en consecuencia de Estanislao López, fue imposibilitada
porque desde diciembre de 1829 apareció en escena Juan Manuel de Rosas, “…el
más unitario de los unitarios revestido con el ropaje de federal republicano…”[28],
que aunque en principio fue aliado del gobernador santafesino, tenían
concepciones políticas diferentes: “…en el sistema de Rosas, gobernar era
separar, desunir; el de López era organizar y unir. Estos dos principios debían
chocar con el tiempo…”.[29]
En este sentido, la condena de Lassaga hacia la figura de Rosas lo acercaba a
los representantes porteños de la tradición liberal y es por eso que sostiene
que la muerte de Estanislao López el 15 de julio de 1838 “…vino a herir como un rayo a las personas patriotas que veían en
el general López un contrapreso a la autoridad ilimitada del general Rosas…”.[30]
Muchos
de los argumentos esbozados por Lassaga en esta obra, serán retomados por José
Luis Busaniche en Estanislao López y el
federalismo del litoral, aunque otros serán reformulados en base a los
objetivos que se formulará en un contexto diferente. Por tal motivo, en el
siguiente apartado se procederá a contextualizar las condiciones de producción
de la obra de Busaniche, para continuar con un análisis reflexivo de su
contenido.
La
vindicación caudillista durante las primeras décadas del siglo XX
A
partir de las primeras décadas del siglo XX, tuvo lugar en la Argentina un
importante proceso de institucionalización de la disciplina histórica. Como
forma de auto legitimación, los hombres que se encargaron de la enseñanza e
investigación histórica durante este proceso se proclamaron historiadores
profesionales que marcaban una nueva etapa, en tanto procedían de acuerdo a
reglas metodológicas claras. Representantes de una “Nueva Escuela Histórica” no
desconocían la labor de los historiadores del pasado, pero sólo avalaban a lo
que arbitrariamente definieron como “historiografía erudita”, de la que eran, a
la vez, tributarios y superadores.
Estas
ideas quedaron plasmadas en la Historia
de la historiografía (1925) de Rómulo Carbia, estudio que puede calificarse
como pionero en la materia y que constituye una fuente interesante para una
historia de los intelectuales que busca seguir los trayectos y las tramas
argumentativas a partir de las cuales estos historiadores buscaron legitimar
sus posiciones en el espacio público. De acuerdo a las líneas de investigación
que se vienen promoviendo en las últimas décadas, es necesaria la
deconstrucción de aquellas imágenes esquemáticas que fueron formuladas en
función de intereses particulares.
Como
señalan Devoto y Pagano, más allá de la existencia de factores coincidentes
como el generacional (nacidos hacia fines del siglo XIX), o el hecho de
proceder en su mayoría de familias provenientes del proceso inmigratorio, la
idea de la NEH como bloque homogéneo de historiadores es rebatible, de acuerdo
a diferentes elementos: a nivel de los referentes teóricos, las opciones
políticas y los temas abordados, entre otras, puede advertirse la existencia de
trayectorias individuales disímiles, que difícilmente pudieran asemejarse a un
grupo cohesionado en torno a una serie de rasgos y valores compartidos.[31]
Tampoco
debe exagerarse el “cambio” producido por los historiadores en esta etapa,
limitados por variables que no podían manejar: una de ellas, quizás la más
importante, era la ausencia de un monopolio sobre la inserción laboral en los
cargos que supuestamente correspondían a quienes se formaban en los institutos
de investigación histórica más dinámicos. [32]
Como señala Alejandro Cattaruzza, “…aquella presencia de hombres de leyes entre
los practicantes de una de las
actividades profesionales no desentonaba con la composición del profesorado
universitario ni de la elite de la disciplina. Los miembros de la nueva escuela eran, con alguna
excepción, abogados…”.[33]
En
lo que refiere al marco político, estos historiadores desempeñaron su labor
dentro de lo que Chiaramonte llama la “crisis del sistema federal”, en
referencia a los problemas que desde fines del siglo XIX y durante las primeras
décadas del siglo XX, aparecen en la relación del Poder Ejecutivo Nacional con
las provincias, expresados en las frecuentes intervenciones a los poderes
provinciales. [34]
Esto motivó a diferentes historiadores comúnmente relacionados con la NEH, como
Emilio Ravignani y Ricardo Levene, a reflexionar sobre el papel que los
caudillos federales del siglo XIX habían desempeñado en la construcción de la
democracia liberal argentina.
En
Santa Fe, esta tarea fue asumida por historiadores como Juan Álvarez, Manuel
Cervera y el propio José Luis Busaniche, de quien nos ocuparemos a
continuación. Nacido en 1892, siguió, en muchos aspectos, el camino trazado por
su tío Ramón Lassaga[35]:
inicialmente, se formó también en el Colegio de los Padres Jesuitas, aunque
obtuvo su título de abogado en la Facultad de Ciencias Sociales y Jurídicas de
la Provincia de la Universidad Nacional del Litoral (1919). Este vínculo
parental entre ambos historiadores no es casual; más bien, es sintomático de
las características del mundo político y cultural de las elites santafesinas:
como señala Mariela Coudannes Aguirre, estos lazos unían entre sí a un grupo de
familias que controlaban los resortes políticos y culturales de la provincia,
esferas que no se encontraban disociadas y en las que el estudio del pasado se
había ganado un lugar, fundamentalmente, desde la segunda mitad del siglo XIX.[36]
Desde
joven, mostró su interés por los estudios históricos, y en 1927 publicó su
primera gran obra en la materia, Estanislao
López y el federalismo del litoral, también enfocada en el ex gobernador de
la provincia, aunque con un formato diferente: antes que una biografía, como el
propio autor señala en la introducción, se trata de una recopilación de ensayos
escritos con anterioridad y que, por lo tanto, no siguen un orden lineal sino,
más bien, esbozan una serie de problemas que emergen del pasado nacional
durante la primera mitad del siglo XIX.
Al
momento de publicarse la obra que se analizará a continuación, Busaniche se
encontraba desempeñando en Santa Fe el cargo de Subsecretario del Ministerio de
Instrucción Pública y Fomento (en plena gobernación del radical
antipersonalista Ricardo Aldao), además de dedicarse a tareas de docencia y la
publicación de artículos en la prensa local. De acuerdo al contexto de
producción y a los objetivos planteados, su Estanislao
López y el federalismo del litoral puede enmarcarse tanto dentro de la
historiografía provincial vindicatoria de raíces liberales, iniciada por su tío
Ramón Lassaga y continuada por historiadores como Manuel Cervera y Juan Álvarez
(todos ellos citados de forma positiva a lo largo de la obra), como de las
preocupaciones temáticas abordadas por distintos historiadores emparentados con
la NEH. De este modo, es entendible que su principal referente intelectual ya
no sea Bartolomé Mitre, como en el caso de Lassaga, sino Rómulo Carbia, a quien
califica como “…un maestro de la nueva generación, autorizado por su saber y el
rigor de sus disciplinas eruditas…”.[37]
Estanislao López y el federalismo
del litoral, de José Luis Busaniche: los
orígenes de la democracia liberal
La
obra de Busaniche es concebida como respuesta a lo que, en reiteradas
ocasiones, denomina historiografía “unitaria” y “oficial”. En una suerte de
declaración de principios y de acusación contra aquella, señalaba que “…no es
posible seguir considerando nuestra historia como una galería de cuadros
gloriosos, fuente de inspiración para cierto patriotismo bullanguero, y motivo
de vanidad para nuestro nacionalismo…”.[38]
Además, señala que la producción histórica ha evolucionado gracias al “estudio
detenido y metódico de los documentos”, actitud que según Busaniche debe
interpretarse, citando a Carbia, como una reacción contra la “historiografía
superficial y efímera”.
En
línea, entonces, con argumentos planteados por los representantes de la NEH,
proclama que “…al panegírico bombástico de militares que a veces no tuvieron
otro mérito que el de haber figurado incidentalmente en un combate de la
independencia, se prefiere el estudio de las fuerzas sociales que determinaron
los grandes lineamientos de nuestra nacionalidad y le dieron cohesión y forma
política en su evolución histórico…”.[39] Su opción por la figura de Estanislao
López, entonces, está justificada en tanto representa a los “caudillos
primitivos” que dirigieron y encauzaron aquellas energías sociales, los
“grandes conductores de muchedumbres”.
El
primero de sus ensayos se titula “Santa Fe y el Uruguay”, y sostiene que fue el
que más “controversias” ha generado. Quizás, esto no haya sido provocado por su
defensa del caudillismo y de la figura de José G. Artigas, sino por su total
condena a Bernardino Rivadavia, uno de los personajes más elogiados dentro de
la intelectualidad liberal. El propio Ramón Lassaga, había señalado en su obra
que el estadista porteño fue “el más patriota y progresista de los hombres de
aquella época”, refiriéndose a su accionar como ministro de Martín Rodríguez en
Buenos Aires en los siguientes términos: “…fue el soplo animador de aquella administración
tan benéfica para el pueblo porteño y tan ejemplar para las demás provincias…”.[40]
Es
que, de alguna manera, muchos historiadores decimonónicos habían visualizado en
Rivadavia la figura que representaba el “progreso”, valor que, tras los efectos
de la primera guerra mundial, había comenzado a sufrir un proceso de fuerte
discusión. Para Busaniche, su figura era doblemente condenable: por un lado,
por haber desalentado a las provincias a prestar ayuda al pueblo uruguayo, tras
la ocupación portuguesa de la Banda Oriental, en 1817; por el otro, por su
proyecto unitario, en contra de los deseos populares, que terminó siendo en la
década siguiente una “presidencia ficticia”.
En
el ensayo siguiente, que aborda la década 1810-1820, el historiador santafesino
comienza señalando que previo al accionar de Estanislao López ya se van
configurando las tendencias federales y unitarias: la primera con Artigas como
promotor de una forma de organización que garantizara la libertad de los
pueblos, y la segunda con Rivadavia que, desde 1811, inspiró el primer gobierno
despótico de la naciente república, calificando de esta manera al primer
triunvirato. En estos primeros momentos, 1813 se convierte en un año clave, al
quedar en evidencia los argumentos de quienes defenderían sus respectivos
proyectos políticos, en los años sucesivos.
Para
el autor, Artigas lejos estuvo de haber sido “la columna de la desorganización”
a la que López siguió producto del “egoísmo” de los gobernantes de Buenos
Aires, tal cual había argumentado Lassaga. Por el contrario, sostenía que el
caudillo oriental había sido un pionero en la promoción de muchos de los
principios vigentes en la república argentina desde la constitución de 1853,
con sus Instrucciones del año XIII. Así,
luego de citar el artículo que establecía que las provincias fundantes del
nuevo estado deberían adoptar, a partir de un pacto recíproco, el sistema de la
confederación, señala el verdadero motivo por el cual fueron rechazados los
diputados orientales, acusados de “malas formas”: “…Fue una estratagema de los
hombres de Buenos Aires para destruir la tendencia artiguista y el espíritu
autonómico de los pueblos, porque debe reconocerse que las instrucciones de
Artigas eran las que contenían en forma más franca, precisa y sistemática los
principios fundamentales del credo federal, y demuestran un conocimiento
suficientemente meditado de los textos constitucionales norteamericanos…”.[41]
Seguidamente,
comienza a desarrollar el tema principal de su obra, es decir, los orígenes de
la democracia republicana y federal en Argentina, que para el autor se
encontraban en el litoral. Santa Fe se había destacado desde los comienzos por
acudir rápidamente al “llamado” de la revolución, poniendo a disposición de la
causa sus únicas dos compañías de blandengues, quedando desprotegida ante el
“ataque indígena”. En relación a esto último, puede observarse que las
comunidades originarias son representadas de forma hostil, como “amenaza”, pero
pareciera haber más un discurso silenciador de lo indígena, ya que no hay
mayores referencias ni una insistencia marcada en su condena, como en el caso
de Lassaga.
Estanislao
López es representado como el hombre que, desde 1818 en la gobernación
provincial, se puso al frente tanto de la defensa de la autonomía de Santa Fe,
como de la causa americana. Uno de los puntos más destacados por Busaniche, en
línea con el objetivo de su obra, es el Estatuto Provisorio de 1819, al que
califica como una constitución, credo de fe republicana y federal, adelantada
para la época. Esto demuestra que Estanislao López comprendía los principios
básicos de la democracia representativa y que el pueblo santafesino tenía aspiraciones
más altas que la “libertad inorgánica” de la que hablaron “ciertos
historiadores” (en referencia a Vicente Fidel López).
Respecto
a la invasión de López y Ramírez a Buenos Aires, sostiene que estaba totalmente
fundamentada en tanto buscaba “justicia” frente a los abusos del Directorio y
no “venganza”, como lo demuestra el hecho de que el caudillo santafesino
enviara a los vecinos y habitantes de la campaña una proclama en donde los
invitaba a elegir “libremente” de sus autoridades. Además, y siguiendo con la
misma lógica argumentativa, los sucesos del año 1820 representaban para
Busaniche un avance institucional: el tratado del Pilar, por ejemplo, era “…el
primero de los pactos preexistentes, en cuyo cumplimiento se dictaría más tarde
la constitución federal argentina en la ciudad de Santa Fe…”.[42]
Otro
aspecto importante es que para Busaniche este accionar de los caudillos estaba
legitimado porque se hacía en representación de las aspiraciones populares de
los pueblos, algo ya señalado previamente por Lassaga, pero que en la siguiente
cita parece expresar más un clima de época, a partir del avance de la
intervención política de los sectores populares desde comienzos del siglo XX[43]:
“… ¡La barbarie gaucha, junto a la Pirámide de Mayo, la chusma campesina en la
plaza de la Victoria! No era la barbarie, era el pueblo en cuyo nombre se hacía
la revolución, era un soplo profundo y democrático de la pampa virgen y salvaje
donde habría de gestarse más tarde la riqueza de la Nación al amparo de las
instituciones republicanas y federales cuyos principios defendían con sus
lanzas los caudillos del litoral. ¿Dónde está el pueblo? había preguntado diez
años antes uno de los cabildantes de Mayo. Ahí estaba el pueblo por primera vez
en toda su palpitante realidad, junto a la Pirámide de la revolución, para
afirmar con un gesto bravío, por medio de sus grandes caudillos, cuál era la
verdad de la Revolución de Mayo…”.[44]
La
antinomia entre lo oligárquico y lo popular que también puede expresarse bajo
la fórmula nación/anti-nación, algo tan característico de la prosa y de la
argumentación revisionista (sobre todo en su variante izquierdista, más
característica del universo intelectual que se abre tras el golpe de estado de
1955)[45],
es visible en distintos fragmentos de la obra de Busaniche. En sus “Apostillas
a dos cartas de San Martin”, defiende a López de aquellos historiadores que lo
acusaron de no acudir al pedido del Libertador para que depusiera sus armas
frente al Directorio en 1819, a través de una serie de mecanismos
argumentativos dignos de analizar.
En
primer lugar, expone fragmentos de la correspondencia entre ambos para
demostrar que están atravesadas por el mutuo respeto y, citando a José Enrique
Rodó, que las diferencias en la valoración que hacían de los acontecimientos
estaban justificadas por la posición de cada uno, es decir, San Martín
representaba al militar que comanda ejércitos de línea respondiendo a una
autoridad civil, mientras que López correspondía al caudillo que movilizaba al
pueblo a través de su prestigio personal. Además, señala que el gobernador santafesino
fue posteriormente uno de los primeros y más fervientes americanos que apoyaron
la gesta libertadora hacia el Perú, mientras Buenos Aires se negaba.
En
segundo lugar, “defiende” a López al mostrar el juicio negativo de San Martin
sobre Rivadavia, evidenciando su concepción antinómica entre los caudillos que
representaban al pueblo y los porteños oligárquicos alejados de este: “…Ellos
[se refiere a los caudillos] concentran en su personalidad la fuerza de una
multitud. Casi nunca vacilan en sus designios porque se sienten hombres
representativos. No ocurre lo mismo con otra especie de políticos. Rivadavia vivió siempre divorciado del
pueblo, en medio del cual le tocó representar una tendencia política. Sus
vacilaciones, sus renunciamientos, sus fracasos, se explican por su falta de fe
en aquellas democracias representativas, cuyos impulsos pretendió subordinar
arbitrariamente a su rígida y exótica ideología de estadista…”.[46]
De
esta manera, Busaniche sostiene que aquellos caudillos, en tanto representaban
al pueblo, se acercaban más a la idea de democracia que aquellos personajes
“cultos” que “creyeron improvisar en Buenos Aires la civilización europea”,
según los términos pronunciados por San Martin en una carta en que juzgaba a
Rivadavia. Democracia y Pueblo eran, para Busaniche, términos que no se podían
disociar, y en una carta al dirigente radical Ricardo Caballero, refleja los
temores y los debates que atravesaban al arco político e intelectual argentino
frente a una crisis del sistema liberal que en Europa comenzaba a mostrar sus
primeros signos, y que tres años después eclosionaría en la Argentina con el
primer golpe militar del siglo XX: “…Yo no concibo en quienes dicen tener fe en
el pueblo y en la democracia, el rechazo, por bárbaro y salvaje, de todo
movimiento popular que no haya tenido su origen en los corrillos de los hombres
que creyeron monopolizar la civilización y la cultura con un concepto abstracto
y libresco de la patria, ni me explico el horror al pueblo en quienes vivieron
invocando su nombre cuando convino a sus intereses políticos…”.[47]
Hacia
el final se detiene en el período que va desde 1827 a 1831, marcado por el fin
de la presidencia de Rivadavia y la firma del Pacto Federal, ya que fue allí
donde el gobernador de Buenos Aires Manuel Dorrego y los “caciques del
interior” (así llamados por los “historiadores oficiales”) forjaron una nueva
convención nacional para regir los destinos del país. En este sentido, para
Busaniche es digno de destacar que tanto Dorrego (al que define como “demócrata
inspirado y patriota”) como López hayan dejado de lado los antiguos rencores,
poniendo por encima los intereses de la nación.
La
Convención comienza a funcionar en Santa Fe y, hacia 1828, además de reconocer
la paz con el Brasil y la independencia del Uruguay, busca sancionar una
constitución para otorgarle un marco legal y un Ejecutivo estable al nuevo
orden político. Si en Lassaga el impedimento a la organización nacional lo
marcaban los “malos gobernantes” de Buenos Aires, en Busaniche la referencia es
directamente hacia los unitarios y sus “intrigas antipopulares”, las cuales
adquieren con el levantamiento de Lavalle en diciembre de aquel año y el
posterior fusilamiento de Dorrego, su máxima expresión: “…En la crisis del año
XX, que trajo el derrocamiento del Directorio, los caudillos campesinos habían
observado después de la victoria de Cepeda una prudencia ejemplar y su actitud
compromete el respeto de la historia. En 1828, generales de la independencia y
políticos que creían monopolizar la cultura y la civilización, dan al país el
desastroso ejemplo del crimen político…”.[48]
A
partir de ese momento, será Estanislao López la principal figura de la escena
“nacional” encargada de la organización política, al ser nombrado general en
Jefe del Ejército de las Provincias Unidas. Su proceder estará marcado por la
búsqueda de acuerdos pacíficos, pero no consigue la colaboración del líder
unitario José María Paz, ni del caudillo federal Facundo Quiroga. Sí, en
cambio, de Juan Manuel de Rosas, quien hacia 1830 no era “…el siniestro tirano
que fue después el azote del país, sino un ciudadano expectable, de gran
arraigo popular e indiscutibles prestigios, austero, grave y sin duda el hombre
más representativo de la democracia porteña…”.[49]
Esto
lo demuestra el apoyo del caudillo bonaerense a la iniciativa del gobernador
santafesino y del correntino Pedro Ferré por comenzar a organizar la nación a
partir de una alianza entre las cuatro provincias del litoral, expresada en la
firma del Pacto Federal en 1831. Progresivamente se irán sumando las adhesiones
del resto de las provincias argentinas, cimentando a la Confederación Argentina
sobre bases legales. Este tratado fue para el historiador santafesino “…fundamento
y razón de la constitución federal argentina dictada veinte años más tarde en
la misma ciudad…”.[50]
Finalmente,
la muerte de Estanislao López tuvo para el autor el mismo significado histórico
que para Lassaga, es decir, la ausencia de límites al poder de Rosas, que al
poco tiempo revelaría sus verdaderas intenciones: “…La prepotencia de Buenos
Aires se imponía nuevamente al país bajo el velo de la federación, representada
esta vez por un tirano frío, calculador y cruel…”.[51] En
este sentido, ambos demostraban su pertenencia a la tradición liberal
anti-rosista, aunque el carácter vindicatorio de sus relatos y el
posicionamiento como historiadores provinciales, otorgaron ciertas
particularidades a sus discursos.
Por
último, cabe señalar que lo que Busaniche define como historiografía “oficial”
y “unitaria”, se nutre a lo largo de la obra de ciertos nombres propios. Entre
ellos se puede mencionar al doctor Carlos Aldao, historiador nacido en Santa Fe
en la década de 1860, perteneciente a una de las más importantes familias
terratenientes de la zona; Antonio Zinny, intelectual de origen gibralteño cuya
obra más importante fue su Historia de
los gobernadores de las provincias argentinas, publicada por primera vez en
1879; el propio Domingo F. Sarmiento, a quien no califica como historiador pero
sí como un ferviente unitario que con sus obras interesadas por el pasado ha
establecido juicios perdurables en el tiempo y; el más importante, Vicente
Fidel López, al que consideraba como uno de los “dioses mayores” que “…acomodaba
brillantemente la historia a los altibajos de su pasionismo político…”. Todos
ellos habían contribuido a forjar y reproducir la mirada porteño-unitaria que
condenaba a López y al resto de los caudillos provinciales a calificativos que
remitían al supuesto “salvajismo”, la “incultura” y el “localismo” de aquellos
líderes federales.
A
modo de conclusión
Finalizado
el análisis de ambas obras, atendiendo no sólo al contenido de los trabajos
sino a los diferentes contextos de producción, es posible realizar algunas sugerencias
a modo de conclusión.
En
primer lugar, debe señalarse la existencia de una historiografía vindicatoria
santafesina, enunciada al interior del arco intelectual liberal, que desde el
último cuarto del siglo XIX complejizó el paisaje historiográfico en la
Argentina, mucho más de lo advertido por los historiadores tanto contemporáneos
como posteriores, cuyos focos de atención se situaron en Buenos Aires.
El
caso de la Historia de López de Ramón
Lassaga se instituyó como pionero, ya que el entonces joven historiador
santafesino buscó, en el marco de consolidación del Estado Nacional, incorporar
un héroe local al panteón nacional. A su juicio, Estanislao López había sido
víctima de ataques infundados por parte de ciertos historiadores como Vicente
Fidel López, que desde la Revista del Rio
de la Plata lo había definido como “gaucho rematado” y “caudillo localista”.
Para Lassaga, el líder santafesino había actuado guiado por la meta del “gran
todo soñado por los hombres de Mayo”, es decir, la organización nacional,
impedida por el egoísmo de los “gobernantes de Buenos Aires”.
Avanzada
la década de 1920, lo que testimonia Estanislao
López y el federalismo del litoral, de José Luis Busaniche, es una
continuidad dentro de esa historiografía vindicatoria santafesina, tanto por
las características de la obra como por las propias referencias del autor a lo
largo de su trabajo. En este contexto, la necesidad de la vindicación parecía
justificarse por una coyuntura en la que la democracia representativa y federal
comenzaba a experimentar ciertas dificultades: por lo tanto, demostrar que sus
“orígenes” se situaban en el período de predominio de los caudillos federales,
de gran arraigo popular, era una manera de hacer frente a la “crisis del orden
federal”, utilizando los términos de Juan Carlos Chiaramonte.
En
segundo lugar, puede observarse que, tomado en conjunto, el período que engloba
a ambas producciones está marcado por los inicios de la configuración de reglas
metodológicas al interior de la disciplina histórica y su posterior
institucionalización. La Historia de
López es publicada en el mismo año que dio inicio al debate entre Bartolomé
Mitre y Vicente Fidel López, testimonio de una época en que la existencia de un
“canon historiográfico” aún no era divisible, al encontrarse entremezclada la
práctica histórica con el universo más amplio de la “república de las letras”.
La “autoridad” en la materia jugaba un rol tan importante como la cada vez más
aceptada crítica de los documentos, y en ese marco Lassaga decidió apoyarse en
Bartolomé Mite, quien además de ser su referente historiográfico lo era en
sentido político, como líder del partido liberal.
Cuando
aparece Estanislao López y el federalismo
del litoral, el implante institucional de la práctica histórica llevaba ya
algunos años, avanzando en el camino de la profesionalización. Para Busaniche,
este proceso era liderado por los historiadores de la NEH que representaban lo
más avanzado en la materia, superadores de las limitaciones propias de las
épocas iniciales de la historiografía, como la “pasión política” que
imposibilitaba el abordaje objetivo y pausado de documentos fidedignos. Lejos
de los argumentos que pocos años después esgrimirían los revisionistas,
Busaniche ya identificaba una “historiografía oficial” a la que calificaba como
“unitaria” y que tenía también entre sus principales exponentes a Vicente Fidel
López.
Por
lo tanto, es evidente que el panorama historiográfico entre el último cuarto
del siglo XIX y los años finales de la década de 1920, era mucho más rico y
diverso que el expuesto tanto en la clasificación de Rómulo Carbia que sería
repetida durante muchísimos años, como en la genealogía trazada por los
historiadores revisionistas. Antes de la crisis liberal y del auge del
nacionalismo de 1930, ciertos síntomas y discursos que a posteriori fueron
señalados como característicos de la época, ya habían comenzado a advertirse. A
su manera y en diferentes contextos, las obras analizadas de Lassaga y
Busaniche, son un testimonio a tener en cuenta.
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Recepción: 23/03/2018
Evaluado: 12/04/2018
Versión Final: 28/06/2018
(*) Profesor de Historia, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Ayudante de segunda en la cátedra de Corrientes historiográficas argentinas y latinoamericanas, Facultad de Humanidades y Artes, Universidad Nacional de Rosario. Argentina. E-mail: renzosanfilippo@gmail.com
[1] En adelante, NEH (Nueva Escuela Histórica).
[2] QUIÑONEZ, María Gabriela; “Prólogo: hacia una historia de la historiografía regional en la Argentina”. En SUÁREZ, T. y TEDESCHI, S. (comps.) Historiografía y sociedad. Discursos, instituciones, identidades. Ediciones UNL. Santa Fe, 2009.
[3] CATTARUZZA, Alejandro y EUJANIAN, Alejandro; "La cuestión de Rosas a fines del siglo XIX: Saldías y Quesada", en: LAERA, A., El brote de los géneros. Emecé. Buenos Aires, 2010. Tomo VIII de la Historia crítica de la literatura argentina (dirigida por Noé Jitrik).
[4] EUJANIAN, Alejandro; “Presentación”. En El pasado de las provincias. Actores, prácticas e instituciones en la construcción de identidades y representaciones de los pasados provinciales en la Argentina entre la segunda mitad del XIX y la entreguerra. DOSSIER N º 33, marzo 2013. Disponible en: http://historiapolitica.com/dossiers/pasados-provinciales/. Consulta: 25/07/2017.
[5] Ese desprecio por parte de Vicente Fidel López hacia los caudillos provinciales, puede notarse en distintos números de la Revista del Río de la Plata. Periódico mensual de historia y literatura de américa, publicación que dirigió junto a Andrés Lamas y Juan María Gutiérrez, entre los años 1871 y 1877.
[6] DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora; Historia de la historiografía argentina. Sudamericana. Buenos Aires, 2009.
[7] He analizado los puntos controversiales y también aquellos que implicaban ciertos acuerdos tanto desde el punto de vista de la interpretación del pasado como desde el proceder metodológico, entre los nacientes historiadores vindicadores y los llamados “padres fundadores” de la disciplina, en un artículo publicado con anterioridad. SANFILIPPO, Renzo; “1881: un año de tensiones y polémicas sobre el pasado nacional en la Argentina. La Historia de López de Ramón Lassaga y sus condiciones de producción”, en Revista Estudios del ISHIR, 2017. Año 7, N°18. Disponible en: : http://revista.ishir-conicet.gov.ar/ojs/index.php/revistaISHIR/article/view/732/780 .
[8] MICHELETTI, María Gabriela; Historiadores e historias escritas en entresiglos. Sociabilidades y representaciones del pasado santafesino, 1881- 1907. Lumiere. Buenos Aires, 2013, p. 13-14.
[9] Para profundizar el estudio sobre las elites, ver: LOSADA, Leandro; Historia de las elites en la Argentina: desde la conquista hasta el surgimiento del peronismo. Sudamericana. Buenos Aires, 2009.
[10] Ver DE MARCO, Miguel Ángel (h); “La pertenencia de los dirigentes”. En: DE MARCO, M.A (h); Santa Fe en la transformación argentina: el poder central y los condicionamientos políticos, constitucionales y administrativos en el desarrollo de la provincia, 1880-1912. Edición Museo Histórico Provincial Dr. Julio Marc. Rosario, 2001.
[11] PRADO, Gustavo; “Las condiciones de existencia de la historiografía decimonónica argentina”. En: DEVOTO, F.; PRADO, G.; PAGANO, N. y STORTINI, J.; Estudios de historiografía argentina II. Biblos. Buenos Aires, 1999. p. 53.
[12] MICHELETTI, María Gabriela; Historiadores e historias…, op. cit., p. 35.
[13] Para profundizar sobre los cambios en la valoración del fenómeno caudillista por parte de Mitre, ver: BUCHBINDER, Pablo; “La Nación desde las provincias: las historiografías provinciales argentinas entre dos Centenarios”, en Anuario del Centro de Estudios Históricos “Prof. Carlos S. A. Segreti”. Córdoba, 2008. N°8. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3740443 . [Consulta: 17/04/2017].
[14] LASSAGA, Ramón; Historia de López. Imprenta y Librería de Mayo. Buenos Aires, 1881. p. 116.
[15] Ídem, p. 7.
[16] Ídem, p. 32.
[17] Ídem, p. 418.
[18] Ídem, p. 148.
[19] Ídem, p. 157.
[20] Ídem, p. 230.
[21] Ídem, p. 160.
[22] Ídem, p. 417.
[23] TUR DONATTI, Carlos M; “La argentina blanca y europeizada. La agonía de un mito oligárquico”, en Boletín Oficial del Instituto Nacional de Antropología e Historia, 2008. N°81. Disponible en: https://revistas.inah.gob.mx/index.php/antropologia/article/view/2914 . [Consulta: 20/01/2018].
[24] LASSAGA, Ramón; Historia…, op. cit., p. 270.
[25] Ídem, p. 141.
[26] Ídem, p. 156.
[27] Ídem, p. 208.
[28] Ídem, p. 341.
[29] Ídem, p. 398.
[30] Ídem, p. 431.
[31] DEVOTO, Fernando y PAGANO, Nora; Historia…, op. cit., p. 142.
[32] Estos se encontraban alojados, en su mayoría, en las facultades, como el caso del Instituto de Investigaciones Históricas en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, que adquirió esta denominación en 1921, pero cuya historia había comenzado como Sección, en 1905.
[33] CATTARUZZA, Alejandro; “La historia y la ambigua profesión de historiador en la Argentina de entreguerras”. En CATTARUZZA, A. y EUJANIAN, A, Políticas de la Historia. Buenos Aires, 2003. p. 134.
[34] CHIARAMONTE, José Carlos; “Revisión del revisionismo: Orígenes del revisionismo histórico argentino” en CHIARAMONTE, J.C., Usos políticos de la historia: lenguaje de clases y revisionismo histórico. Sudamericana. Buenos Aires, 2013. p. 164-168.
[35] José Luis y Julio A. Busaniche eran hijos de Julio Busaniche y de Julia del Carmen Lassaga. Ambos hermanos se dedicaron al estudio del pasado, tal cual lo había hecho su tío, Ramón Lassaga.
[36] COUDANNES AGUIRRE, Mariela; “Pasado, prestigio y relaciones familiares. Elite e historiadores en Santa Fe, Argentina”. En REDES- Revista hispana para el análisis de redes sociales, 2007. Vol.13, N° 3. Disponible en: http://revista-redes.rediris.es/pdf-vol13/Vol13_3.pdf . [Consulta: 29/07/2017].
[37] BUSANICHE, José Luis; Estanislao López y el federalismo del litoral. Editorial Universitaria. Buenos Aires, 1969. p. 23.
[38] Ídem, p. 22.
[39] Ídem, p. 23.
[40] LASSAGA, Ramón; Historia…, op. cit., p. 258.
[41] BUSANICHE, José Luis; Estanislao López…, op. cit., p. 29.
[42] Ídem, p. 68.
[43] RODRÍGUEZ, Hernán; “La democracia argentina en el siglo XX. Un análisis histórico y teórico de la participación de los sectores subalternos en el poder y de las potencialidades actuales de la descentralización” en PolHis, 2014. Año 7, N° 13. Disponible en: http://archivo.polhis.com.ar/datos/Polhis13_RODRIGUEZ.pdf . [Consulta: 01/03/2018].
[44] BUSANICHE, José Luis; Estanislao López…, op. cit., p. 70-71.
[45] Sobre las diferencias entre las diversas expresiones ideológicas revisionistas, se recomienda: GOEBEL, Michael; La Argentina partida. Nacionalismos y políticas de la historia. Prometeo. Buenos Aires, 2013.
[46] BUSANICHE, José Luis; Estanislao López…, op. cit., p. 97.
[47] Ídem, p. 126.
[48] Ídem, p. 106.
[49] Ídem, p. 119.
[50] Ídem, p. 122.
[51] Ídem, p. 125.