Historiografía argentina y divulgación. Reflexiones alrededor del libro Los mitos de la historia argentina de Felipe Pigna

 

Oscar R. Videla(*)

 

Las notas que siguen surgen de un hecho personal y anecdótico, hace unos meses me toco la tarea presentar, junto con el periodista rosarino Coco López y el propio autor, el libro de Felipe Pigna Los mitos de la historia argentina[1]; finalizada las formas instituidas de esta ceremonia una colega me acerca un comentario escuchado entre el público: “a mí el que me gusto es Felipe, no ese historiador oficial”. Evidentemente yo era el “historiador oficial” y el calificativo obviamente no tenía ningún laudatorio hacia mi persona y profesión.

La anécdota me sirvió de puntapié para unir dos o tres ideas propias con algunos comentarios que había merecido el citado libro para de allí formular algunas reflexiones sobre los discursos historiográficos, en particular sobre la conflictiva relación entre el discurso que se autonomina como científico y el ejercicio de la divulgación histórica. ¿Con qué objetivo hacer esto? No evidentemente para realizar una disección del libro de Felipe Pigna, señalando las inconsistencias respecto de “lo ultimo” de la investigación histórica disciplinar, la corrección de tal o cual dato incluido o criticar su “nacionalismo” desde una supuesta asepsia ideológica. Sí me interesa hablar (discutir si es necesario) sobre los usos del conocimiento histórico, obviamente sobre sus productores, como sobre las paradojas de la comunicación del conocimiento histórico donde los límites de la legitimidad como discurso científico, entre ciencia y divulgación son materia de disputa y conflicto.

En este sentido son necesarias unas primeras palabras sobre quiénes son los productores de conocimiento histórico institucionalmente legitimado: los historiadores[2]. En mi acepción, en tanto autores, los hay muchos, de múltiples formaciones y orientaciones, pero también de variadas formas de legitimación (sea esta política, académica, ideológica, etc.), en lo que nos interesa hoy, me refiero particularmente a aquellos que podemos llamar “profesionalizados”, en este sentido incluimos obviamente a Luis Alberto Romero (del que haremos mención más abajo), pero también a Felipe Pigna (seguramente con una posición no tal central dentro de esta comunidad, pero ubicable claramente dentro de ella) y por supuesto que deberíamos incluir también al autor de esta nota (aunque más no sea para darle la razón a la clasificación de aquella asistente).

Pero volvamos al tema que nos convocaba inicialmente; los 50.000 ejemplares vendidos de Los mitos...[3] constituyen uno de los fenómenos más significativos de la historia editorial argentina de los últimos años que de por sí merecería un análisis, pero particularmente me interesa porque ha logrado despertar dentro de algunos sectores de la “comunidad de historiadores profesionalizados” un furor tan intenso que la crítica llegó casi al anatema, y porque, por otra parte, ese espíritu crítico escasamente se ha dirigido hacia los aspectos que en mi opinión efectivamente algunas de las debilidades del libro.

Empecemos entonces por el libro y el autor, luego por su mas significativo detractor y finalmente apuntemos a aquellas críticas que sí nos parecen fundadas. El libro de Pigna ha llegado en el lugar y momento correcto; enmarcado en el contexto de uno de los recurrentes boom de la industria editorial sobre temas de historia argentina (recordemos solamente los últimos libros del ex legislador menemista Pacho O´Donnell y del ubicuo José García Hamilton), la obra de Pigna podría representar en algún sentido la apertura de un clima “K” en el ámbito histórico. Comunicacional, “progresista” en términos de este inicio de siglo (esto es con los necesarios toques sesentistas), mediáticamente iconoclasta, polémico; retoma un modelo de comunicación de notable parecido con el del revisionismo histórico (por el estilo polemista y asertivo), pero sobre formas exquisitamente mas elaboradas en lo narrativo (el lenguaje coloquial y generacional es todo un acierto) y mucho más atentas en lo disciplinar (por el manejo de la información). En este sentido hay una diferencia con la mayor parte de los revisionistas en tanto detrás de su trabajo hay una lectura atenta y extendida de la nueva producción historiográfica de los 80 en adelante. Todo ello complementado por una recurrencia mas que efectiva a las fuentes, tanto por los “efectos” de lectura que provoca como por la pertinencia para tratar el tema en cuestión.

En gran medida por esta conjunción de factores el libro de Pigna sale airoso de la comparación con otros autores que hay sido colocados en un pedestal parecido por la industria editorial, Jorge Lanata y Félix Luna, en rigurosidad disciplinar respecto del primero y por la explícita asunción de orientaciones históricas respecto del segundo. Pero hay otro elemento clave que explica el altísimo impacto de este libro, y es precisamente el recorrido previo del autor, Felipe Pigna ha venido construyendo desde hace años un espacio específico dentro la divulgación histórica vinculada particularmente a las nuevas tecnologías, desde aquel punto de partida todavía mas cercano a lo estrictamente didáctico que fueron los famosos videos de Historia argentina del Carlos Pellegrini (pasados y copiados hasta el cansancio por los docentes de media) hasta este presente que incluye particularmente su exposición mediática casi constante, en la televisión (en los programas culturales más obviamente pero también en el mas bizarro CQC de Pergolini), en las radios, así como también en los medios gráficos (de Veintitrés a Poder o de Clarín a La Nación).

Este breve relato podría hacer pensar que Felipe Pigna es un “hombre de los medios”, en nuestra opinión Pigna sigue siendo un historiador “profesionalizado”, miembro de la que podemos llamar corporación historiografía solo que ha encontrado una especialización de la que ha sacado los mayores réditos posibles, es ese sentido debe considerarse tanto su lugar en la UBA, periférico pero no marginal (por el poder “mediatico” que ha sabido construir) dentro de la comunidad historiográfica como su mas reciente rol de organizador de una escuela de historia universitaria (UNSA).

Esta última aclaración nos parece pertinente precisamente porque uno de los más eminentes representantes de la corporación historiográfica, Luis Alberto Romero, ha tomado al autor y al libro como eje central de sus críticas desde la aparición de este último. Falta de rigor científico, oportunismo, flagrante mercantilización del saber histórico, son solo algunas de las taras que Romero a indicado como las características centrales de este libro, al que por otra parte desconoce no ya como producción histórica sino siquiera como divulgación histórica. Y si bien en algunas de sus críticas son certeras, notoriamente aquella que señala el recurrente “descubrimiento de la pólvora” por parte de Pigna cuando indica que resaltará aspectos ignorados, o mejor ocultados, de la historia argentina (otro comportamiento “revisionista” de éste); las declaraciones de Romero denotan, más allá de la justeza de algunas de sus críticas, el funcionamiento de una de las estrategias de legitimación dentro de la corporación historiográfica, la definición de los límites de la pertenencia.

En este caso, para Romero, Pigna ha cruzado el Rubicón, pero no en el sentido más evidente en que las propias palabras de Romero lo indican (las taras antes señaladas), sino por la explícita voluntad política del libro (acordemos o con ella) que por supuesto en la opinión del Romero lo ponen por fuera de los parámetros de la buena divulgación histórica. En este sentido es más que revelador la defensa que hace de Luna como el “buen divulgador”, tanto porque olvida que la firma Félix Luna es mas la de una empresa que la de una persona, como por ser esta reivindicación consistente con el tono medido, “objetivo”, que acerca la producción de ambos, tan cercanas por otra parte a la aplicación de la teoría del punto medio a las imágenes no convergentes del pasado, como por la búsqueda de un estilo “sin posiciones que chocaran al sentido común del grueso de los argentinos cultos” del que habla Daniel Campione.[4]

En última instancia rodea a las críticas de Romero el halo de la envidia, por el espacio de reconocimiento que ha logrado Pigna, que va mucho más allá de nuestros propios círculos, pero también por la efectividad de las estrategias de marketing que tanto critica. Ahora bien, que Pigna se ha convertido en un experto en el manejo del marketing no es una novedad, pero el punto no es necesariamente un indicativo de su falta de “rigor científico”, en muchos sentidos solamente es un rasgo que modela su estilo de comunicación de la misma manera que el barroquismo de Halperín es un guiño a “su” público que no podría esperar otra cosa de él. Las debilidades de la historiográficas de la obra de Pigna nos parece que están en otra parte.

En principio me parece que debe criticarse el profundo sesgo hacia la historia política que recorre como un perfume su libro, donde como en la larga tradición de la historiografía de alto impacto en la Argentina (del pelo que sea) la intención política cuando la hay, circunscribe la historia al exclusivo ámbito de la historia política o sus derivados (la historia de las políticas económicas, por ejemplo), en este sentido el libro de Pigna no hace mas que participar de uno de los rasgos que ha sido el mayor problema de la comunicación ampliada del conocimiento histórico.

Pero más significativo e importante aún es el carácter todavía “tradicional” que le asigna Pigna a las clases populares. En general la mirada de Pigna sobre los “sujetos de la Historia” esta mas centrada sobre los grandes personajes, en buena o mediana manera conocidos, solo que enfocados una manera que diríamos altamente racional, en el sentido que normalmente se indica como “humanizados”, pero sin caer en el puro anecdotísmo. En este sentido, a Pigna todavía se le escapan las clases populares como sujetos activos del proceso histórico, siendo que tal como lo expresan los epígrafes que abren el libro es ellos a quienes quiere reivindicar.

Finalmente el libro nos deja con el interrogante por lo que vendrá ya que de detiene demasiado lejos del presente y en particular por saber como resolverá los desafíos historiográficos con los que se encontrará a lo largo del tratamiento de casi todo el siglo XIX y XX (Rosas, la generación del 80, el radicalismo, el peronismo, la insurgencia de los 60-70)

 

Notas



(*) Profesor y Licenciado en Historia; Dr. en Humanidades y Artes (Mención en Historia); ISP N° 3, UNR, CONICET. E-mail: vidwol@citynet.net.ar

[1] PIGNA, Felipe; Los mitos de la historia argentina. La construcción de un pasado como justificación del presente, ed. Norma, Bs. As, 2004.

[2] La existencia de personas dedicadas a la producción sistemática de conocimiento sobre los procesos históricos no supone que esta fuera la única forma del conocimiento histórico, en nuestra concepción los propios sujetos sociales construyen formas del conocimiento histórico como contenido de su propia praxis social.

[3] Como el fenómeno parece destinado a durar seguramente esta cifra será inexacta el momento de editarse estas notas.

[4] CAMPIONE, Daniel; Argentina. La escritura de su historia, Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, Bs. As., 2002, p. 208.