Acerca del
“terrorismo de estado” en Argentina (Apuntes
para la reflexión en el aula)®
Irma Antognazzi[1]
“Terrorismo de
estado” es un término útil por lo que
describe: un plan de terror impulsado desde el estado
Pero por más afinada y minuciosa que sea la
descripción de los hechos aberrantes que refiere, resulta insuficiente para
conocer de qué se trata realmente. ¿De qué estado
estamos hablando?
La falta de explicación y de enfoque global, reduce
la cuestión a una descripción de horrores, una cadena de hechos verdaderos,
verificados e investigados por la historia, otras ciencias y por la justicia.
Sin embargo, necesitamos poder explicarnos de qué sociedad se trata; cuál es su
génesis; cuáles son los intereses de los grupos sociales que protagonizaron; de
dónde provino el poder para cometer semejantes hechos aberrantes y encontrar el
significado de las políticas y los discursos “oficiales” de entonces y de
ahora.
Con un conocimiento más completo aún que la memoria
colectiva ya instalada, estaremos en mejores condiciones -como pueblo
argentino- para reunir las energías sociales todavía dispersas y elaborar
propuestas políticas adecuadas para desmontar esos aparatos de terror
definitivamente. De otra forma, aunque gritemos NUNCA MÁS seguimos viviendo
sobre el nido de la serpiente, porque el poder financiero que estuvo moviendo
los hilos del terrorismo de estado, es el mismo de hoy, aún más concentrado e
internacionalizado, aunque han cambiado diversos gobiernos. Pero como hoy hay
otro contexto histórico, otra correlación de fuerzas y experiencia acumulada en
el campo popular, sus formas represivas y terroristas aparecen menos expuestas.
Las descripciones de los hechos que produjo el “terrorismo
de estado” que han podido ser develados –como cantidad de prisioneros,
secuestrados-desaparecidos, torturados, amenazados- y las maneras de actuar de
los aparatos represivos sobre los cuerpos, corren el riesgo de ser parciales si
no se los ve dentro de la totalidad del proceso. Y lo parcial da por resultado
un conocimiento deformado. Descripciones de los horrores a través de relatos,
lecturas, películas, etc. llevados a la escuela, pueden dar resultados no
deseados o hasta contrarios a los objetivos planteados. Por esto queremos
reflexionar con los docentes dispuestos a formar ciudadanos conscientes,
democráticos, comprometidos con la historia en su calidad de seres humanos
plenos, -miembros del pueblo argentino, latinoamericano y mundial. Aunque nos
confesemos democráticos y antidictatoriales, si no hemos llegado a explicarnos
las causas, los por qué, y a ayudar a los estudiantes en el descubrimiento de
sus propios interrogantes, nos quedamos en la superficie, en lo aparente, en lo
que se deja mostrar. Habremos perdido la profundidad que nos otorga la
aplicación de la teoría de la historia y habremos quedado sin recursos
suficientes para entender la sociedad del presente, que está profundamente
enraizada en los ’70 y particularmente en el “terrorismo de estado”. Y
si no podemos entender la historia del presente, la que se está haciendo en el
día a día, se dificulta la capacidad de participación y protagonismo de las
nuevas generaciones en la construcción de otro mundo que es posible.
¿Que memoria colectiva se ha construido en estos
últimos 30 años?
Quizás parte del rechazo que solemos encontrar en
los estudiantes para abordar los años 70 incluido el golpe militar del 76, sea
porque se les ha conformado una memoria teñida de sangre y de torturas sin que
esos conocimientos les ayuden a entender su realidad actual. Aunque ésta está
vinculada históricamente con aquella época y aquellos hechos, el conocimiento
del proceso histórico les ha sido vedado a las nuevas generaciones, y por ende
también a gran parte de la docencia actual.
Veamos algunos de esos temas que consideramos que
aún no han sido incorporados a la memoria colectiva.
·
No se ha rescatado plenamente la identidad política de aquellos
jóvenes de los `70, sus ideas y sus prácticas de vida, sus sueños, sus
problemas, sus temores y tampoco su alegría y su risa.[2]
En general no ponemos las risas en esta historia que contamos de los 70, como
si creyéramos que es necesario evadirlas para que nuestras historias sean más
creíbles y más “fuertes”. Siempre es más fuerte la verdad que los escamoteos.
·
Denunciamos a los responsables del terrorismo de estado, (las cúpulas
de las Fuerzas Armadas, tenemos nombres de represores ya identificados). Todo
esto significa el logro de un gran esfuerzo por destapar lo que pretendían que
quede totalmente oculto o justificado. Sin embargo, todavía no ubicamos a los
ideólogos como personeros de una clase o de intereses nativos y extranjeros
ante los cuales respondían, y a los que ejecutaban las órdenes, como productos
descompuestos de una sociedad que los crea, los habilita, los estimula y los
forma para la represión salvaje y la complicidad con el poder.
Damos pie muchas veces para que se entienda que
hablamos de “ángeles” y “demonios”, sustantivos que no permiten entender los
objetivos y las encarnizadas luchas de los cuerpos involucrados. No abordamos
en las escuelas el estudio de los diferentes proyectos en pugna, en el contexto
de la ruptura del proyecto peronista de manera tal que permita incorporar a la
memoria colectiva las propuestas políticas de las organizaciones
revolucionarias de la época (por ejemplo, todas las vertientes que se
reconocían peronistas y todas las que se reconocían marxistas, marxistas-
leninistas, trotskistas, maoístas). Tampoco se ha divulgado a nivel masivo el
proyecto de la oligarquía financiera y el uso del “terrorismo de estado”.
·
En la memoria colectiva ha quedado un erróneo intento de explicación:
el “terrorismo
de estado” habría sido producido por los militares. No hay duda. Se ha
comprobado el papel de las cúpulas y numerosos integrantes de las tres fuerzas
armadas y de seguridad en el cumplimiento del plan de terror contra el pueblo.
Pero no es correcto presentar el problema como una puja entre militares y
civiles en abstracto, como si unos y otros tuvieran cualidades
político-ideológicas adosadas de una vez para siempre. Esa falsa
caracterización acerca de los militares en abstracto, en todo tiempo y lugar
represivos y contra el pueblo, tiene serias consecuencias en la historia del
presente, tanto interna como internacionalmente. Por ejemplo, cuando el
entonces coronel Hugo Chávez encabezó un golpe militar en Venezuela en 1992
contra las políticas “neoliberales”, ese prejuicio operó como anteojeras. Esa
falsa caracterización a partir de la experiencia argentina erróneamente
evaluada, colocó a muchos organismos de derechos humanos y gran parte de la
sociedad en contra de un hecho histórico de contenido popular y
antiimperialista de una fuerza y originalidad inusitadas que trascendió el
espacio de Venezuela para irradiarse a toda América Latina. Pasaron diez años
hasta que una parte importante del pueblo argentino pudiera asimilar ese golpe
militar como expresión de las luchas del pueblo venezolano contra el poder
financiero local y de los EE.UU. Tampoco se mantiene presente el dato de que
Perón -que produjo grandes transformaciones con un proyecto industrializador
que favoreció a capas sociales populares en la década 40/ 50- era militar. Este
falsa visión de antagonismo entre militares y civiles facilitó al poder
político de turno (Alfonsín, Menem, de la Rúa) cumplir con las exigencias de
los Estados Unidos: liquidar por ahogo presupuestario a las Fuerzas Armadas y a
sus emprendimientos científico- tecnológicos y dejarlas “sucias” sin los
debidos procesos judiciales. Tengamos en cuenta que con la consigna ”fuerzas
armadas asesinas” hemos generalizado esa visión falaz, al punto tal que llegó a
instalarse la idea de que una nación, la nuestra, no debería contar con Fuerzas
Armadas. No nos hemos preocupado en disputar la formación ideológica de nuevos
militares para la democracia y el pueblo, en lugar de dejar la tarea en manos
de instructores del poder financiero.[3]
La dicotomía militares versus civiles esconde a la
parte de la sociedad civil que preparó el golpe militar contando con la
complicidad de las Fuerzas Armadas de la Nación y respondiendo a sus intereses
gran monopólicos transnacionales. Y no nos referimos a gente del pueblo que
pedía “orden” ante una situación conflictiva del último gobierno peronista del
73, entonces bajo la presidencia de “Isabel” Perón. El golpe fue dirigido
política e ideológicamente por el poder financiero que lo fue preparando desde
un año antes contando con las cúpulas de las fuerzas armadas homogeneizadas en
torno a ese proyecto antipopular y pro imperialista y formadas en la Doctrina
de Seguridad Nacional. Hoy no cabe ninguna duda que dicho golpe de estado tuvo
por objetivo favorecer el rápido proceso de concentración capitalista para lo
cual la oligarquía financiera necesitaba liquidar la resistencia popular,
incluyendo la resistencia de capas medias de la burguesía nativa. No cabe duda
que las cúpulas de las tres fuerzas armadas, homogéneas como nunca antes,
fueron el brazo armado del Partido del Poder Financiero.[4]
Con una memoria colectiva errónea, “civiles” como los Cavallo, los Martínez, de
Hoz, los Machinea, los Walter Klein (por citar algunos) responsables de crear
las estructuras para el vaciamiento del país y el enriquecimiento de grupos
económicos, y que formaron parte del estado terrorista quedaron
despegados de los “chupaderos” y de las órdenes de secuestrar y matar; y siguen
siendo calificados como economistas expertos -tecnócratas- y no como cómplices
y autores intelectuales de los aberrantes delitos contra el pueblo argentino.
Esa falsa caracterización llevó a que gran parte de “la sociedad” aceptara que
dichos personajes fueran ministros de los gobiernos que se sucedieron desde
1983. Observemos que pudimos poner en el banquillo de los acusados y hasta
fueron condenados los comandantes de las tres armas, pero el único juicio
contra Martínez de Hoz a raíz del endeudamiento externo, iniciado en 1982 por don
Alejandro Olmos, estuvo 18 años en Tribunales Federales, y al fin el juez lo
sobreseyó, en el año 2000[5],
porque prescribió la causa. Y no hubo reclamos populares masivos, el pueblo no
lo supo, no pudo atar cabos entre los terroristas militares y los terroristas
económico-financieros. En estos días vemos como justo triunfo popular que haya
sido puesto ante el Juez Baltasar Garzón, el represor Cavallo de la Escuela de
Mecánica de la Armada. Todavía somos pocos los que advertimos que no se convoca
a los estrados judiciales a los autores ideológicos de los crímenes pasados y
actuales contra el pueblo argentino, civiles, cuadros políticos del poder
financiero.
·
A las nuevas generaciones les hemos transmitido una imagen de que
“jóvenes eran los de antes”. Los jóvenes de hoy debieron hacer descubrimientos
por el método empírico del ensayo y error. Faltó una generación que les ayudara
a atar cabos con la historia. Todavía hay muy escasos análisis históricos
serios para descubrir qué errores conceptuales manejábamos los que fuimos
protagonistas de los 70; qué lectura de la realidad hacíamos, qué factores
veíamos y cuáles no, cómo entendíamos la teoría de la historia y cómo la
aplicábamos. Una mirada retrospectiva sería utilísima para ver cuánto de aquel
proceso está inscripto en la historia del presente, que sin embargo es muy
distinto a aquél, aunque en la superficie parezca un retorno.
¿Cómo se formó esta memoria colectiva
que resulta funcional al poder dominante?
Hay historiadores, científicos sociales, economistas
y comunicadores sociales que son operadores del poder dominante, que se han
formado en sus universidades e institutos, que han recibido subsidios para
lograr esa formación orgánica al poder, y que han sido cooptados. Otros,
investigadores y docentes en distintos niveles de la educación, bien
intencionados, intentan dar una batalla contra el poder establecido pero no han
estudiado a fondo con herramientas científicas ya que les han sido vedadas y
fueron captados por las modas del posmodernismo. Otros, que al no advertir
perspectivas de cambio social, se han dedicado a alcanzar privilegios
personales. Otros, lamentablemente en número reducido todavía, no hemos podido
o nos han impedido llegar más allá de nuestras cátedras o publicaciones, sin
prensa y escasos recursos para investigación y extensión. A pesar de este
cuadro, con escaso nivel científico en las nuevas generaciones, verificamos que
hay un proceso de creciente demanda por la verdad y por la explicación
histórica y que el enfoque historiográfico del presente con los recursos de la
teoría científica de la historia cada vez da más respuesta a los desafíos
actuales del conocimiento de lo social.
¿Qué nos falta introducir para explicar el
“terrorismo de estado”?
Es necesario conocer el escenario histórico, interno
e internacional, en el que se produjo. Para ello es imprescindible contar con
la caracterización del imperialismo -la forma de internacionalización que
adopta el capitalismo en cierta etapa de su desarrollo-. Esta forma involucra
no sólo cuestiones generales de la mundialización de la economía, la política y
las finanzas, o el desarrollo tecnológico sino cambios en la subjetividad, las
mentalidades, la cultura, en conductas diversas. Pero no alcanzaría con definir
capitalismo e imperialismo. Para explicarnos el “terrorismo de estado” del 76 al 83 es necesario ubicar el proceso
histórico de desarrollo del capitalismo en Argentina, particularmente desde la
experiencia del estado industrializador del peronismo de los 40-50; período en
el cual se fueron acumulando masas de capital en cada vez menos manos con un
ritmo y velocidad pocas veces vistos en la historia. Ese proyecto, hegemonizado
por la burguesía nacional, favoreció una distribución del ingreso social como
nunca antes y nunca después, instaló avances materiales y subjetivos en amplias
capas sociales, básicamente la clase obrera industrial y rural, que estaban
dispuestas a defenderlos. Después del golpe militar que destituyó al gobierno
de Perón en 1955 -la llamada “Revolución Libertadora”- en la década siguiente
se instala una puja de proyectos. Por un lado, la burguesía en proceso de monopolización
y transnacionalización acelerada, que intenta ahogar a una burguesía nativa que
perdía espacio para sus negocios; por otra parte, los embrionarios proyectos de
liberación nacional y social que emanan de los sectores sociales en proceso de
empobrecimiento que contaban con alta conciencia antiimperialista y conscientes
de los procesos de construcción del socialismo y de luchas revolucionarias en
toda América Latina. La voracidad de algunos grupos económicos nativos y
extranjeros desde los 60, provocaron la pérdida de las condiciones de vida que
había asegurado, para amplias capas sociales, el peronismo, cuya caída se había
producido pocos años antes. Esta tensión social, dio pie, primero, a la
resistencia peronista y luego a varias explosiones sociales (los rosariazos y
los cordobazos) y al surgimiento de diversas organizaciones peronistas y
marxistas, alentadas en gran medida por los exitosos resultados sociales de la
revolución cubana, la lucha popular contra la invasión de los Estados Unidos a
Vietnam, la presencia de grupos guerrilleros en toda América Latina, el triunfo
de la Unidad Popular en Chile entre algunos hechos relevantes. El corto espacio
de recuperación de la democracia entre 1973 y 1976 muestra el complejo panorama
de sectores sociales y políticos enfrentados, con formas de lucha sindical,
ideológica y política, y manifestaciones de lucha armada a partir de propuestas
de organizaciones peronistas y marxistas a la vez que la creciente onda
represiva de organizaciones parapoliciales y paramilitares. Justamente en esas
dos décadas, 60 -70 hay muchas claves para explicar el terrorismo de estado del 76 en adelante.
¿Qué sector de la burguesía tenía el poder del
estado?
Ese “estado
terrorista” estaba en poder de la oligarquía financiera, capa social que
fue concentrando su poder político, económico y financiero llegando a un clímax
en el 2001. A partir de las elecciones de octubre de ese año, con un alto
porcentaje de votos en blanco o anulados como expresión de rechazo a la política
que se implementaba, entendemos que está en un punto crítico, porque el pueblo
ha acumulado poder de manera tal que está provocando un cambio ya perceptible
en la correlación de fuerza entre ambos campos. Esto lo planteamos sólo a modo
de hipótesis que requiere verificación.
Describir el “terrorismo
de estado”, como políticas represivas es sólo una parte del conocimiento de
esa historia. Pero debemos advertirnos a nosotros mismos que en gran medida esa
fue una pantalla para ocultar el vaciamiento económico-financiero del país. Los
golpes contra la soberanía nacional, contra el estado nacional, fueron
hipotecas tomadas contra el conjunto del pueblo argentino, sobre nuestro
patrimonio acumulado natural y cultural, todas políticas que formaban parte del
mismo plan instalado desde el poder del estado terrorista.
El horror del terrorismo
de estado fue tan impactante que les sirvió para tapar estos otros planos
de la realidad. La necesidad de justicia por parte del pueblo fue tan fuerte, y
tan escaso el aporte de intelectuales para profundizar en la historia total,
que sin advertirlo hasta hoy, nos ha quedado oculta una parte de la historia.
Por ejemplo, que el día siguiente del golpe militar el FMI le otorgó un crédito
al gobierno militar y envió en varias ocasiones veedores para determinar el
margen de endeudamiento; ¿cuántos conocemos las maniobras delictivas por los
cuales se fue gestando una deuda externa como nunca antes habíamos tenido?
¿Cuántos de nosotros supimos que cuando empezó la etapa democrática el
presidente Alfonsín contando con tan gran apoyo del pueblo argentino, podría
hacer desconocido la descomunal deuda externa del estado, las garantías que
habían firmado el gobierno militar por créditos de empresas privadas y las
deudas que impusieron obligatoriamente a las empresas estatales? ¿Cuántos
recordamos las investigaciones sobre delitos económicos que realizó el Dr.
Ricardo Molinas al iniciar la etapa Alfonsín desde la Fiscalía Nacional de
Investigaciones a su cargo? ¿Cuántos pudimos atar cabos entre las políticas y
los funcionarios de la dictadura militar y los de la “democracia” que le
siguió, calificados de expertos y tecnócratas, cuando en realidad eran cuadros
políticos del capital financiero?
Gran parte del discurso “oficial”[6]
ha sido difundido por intelectuales del sistema y fue adoptado acríticamente,
por organizaciones populares, por docentes progresistas, quienes se vuelven
multiplicadores de las ideas de su enemigo de clase aún sin saberlo. Nosotros,
docentes que tenemos en nuestras manos la formación de los sectores populares,
deberíamos preocuparnos por capacitarnos más científicamente, incorporando
estos temas a nuestra currícula y no simplemente acceder a las
“actualizaciones” que pretenden desde el poder dominante. Si sólo nos manejamos
con la memoria colectiva “oficial” instalada en los mass media, podemos estar contribuyendo, sin saberlo y sin
quererlo, a abonar el terreno de quienes necesitan adormilar la conciencia
popular para hacer con impunidad sus cuantiosos y fraudulentos negocios y para
hacer abortar los intentos de organización y nuevas propuestas que emanan de
las necesidades populares.
La oligarquía financiera debe ocultar sus negocios y
sus intereses particulares, que están objetivamente enfrentados a otras clases
y sectores sociales. Necesariamente tienen que ocultar el hecho de que la
tremenda represión desatada contra el pueblo en marzo del 76 se produjo cuando
ya las organizaciones peronistas y marxistas habían sido prácticamente
destruidas por la aplicación de un plan que habían empezado a ejecutar a
mediados del 1974. “Recuperar el orden” o “terminar con la subversión y el
terrorismo” fueron los discursos justificatorios para encubrir los demás
aspectos de su política: endeudamiento externo forzoso, corrupción y ganancias
supernumerarias para algunos sectores internos y transnacionales, y garantizar
que ningún sector social fuera capaz de oponerse al proceso de apropiación de
las riquezas sociales liquidando inclusive la resistencia de los sectores de la
burguesía nativa que también debían ser esquilmados en beneficio del poder
financiero.
¿Qué otro discurso falaz? Debieron ocultar el
significado de clase de la democracia, usando el término democracia a secas[7],
limitado a un régimen que garantiza elecciones periódicas y alternancia de
partidos, mientras esa formalidad es un arma para lograr consenso y esconde un
injusto régimen de distribución del ingreso social y sucesivos “ajustes”
forzosos al nivel de vida. El discurso “oficial” siguió contraponiendo
“democracia a secas” a “dictadura”. Con este eufemismo tapaba la forma que iba
adoptando la dictadura del capital financiero, cercenando posibilidades de vida
humana a millones de argentinos.
Presentando la historia como una alternancia de
golpes militares y gobiernos democráticos, les resulta factible ocultar qué
sector tiene el poder del estado, desde donde protagonizar “golpes de mano”
(golpes de estado que dan sectores civiles que no utilizan, porque no
necesitan, poder militar). Tenemos ejemplos recientes: el golpe de mercado de
1989 que obligó a un recambio de la camarilla gobernante a partir de un juego
violento en el mercado de divisas. O todos los atropellos de la gestión Menem
sobre el Congreso de la Nación y la Constitución Nacional. O el golpe de mano
de la oligarquía financiera sobre el Congreso de la Nación Argentina en 2001,
cuando el entonces presidente de la Rúa con su ministro de Economía Cavallo,
exigió y arrancó al Congreso de la Nación plenos poderes para el Poder
Ejecutivo, entre otros.
El discurso del poder, además, intenta ocultar o
deformar las formas en que los pueblos resisten, buscan caminos y manifiestan
su protesta y reclamos. Intenta evitar que el pueblo ate cabos, que descubra la
unidad que objetivamente se va plasmando a medida que avanza el proceso de
concentración y centralización.
Es necesario, por lo tanto, juntamente con la forma
represiva del terrorismo de estado,
analizar las políticas que se estaban desarrollando en el campo popular. En los
60-70 algunos grupos políticos planteaban como objetivo estratégico golpear al
“poder militar”. En ese entonces no había llegado a visualizarse masivamente la
gestación de la burguesía financiera y se veía lo aparente: las Fuerzas Armadas
represoras. Hoy, a treinta años de aquello, resulta visible al conjunto social
la fuerza y el autoritarismo con que impone sus políticas el poder financiero
transnacional y sus formas locales. Hoy ya están identificados con algunos
nombres de empresas, de grupos económicos o de principales propietarios.
Sin embargo el poder financiero necesita ocultarse y
lo hace detrás de ciertas camarillas políticas que operan como testaferros.
Pretende seguir quedando en las sombras aunque sabe -desde octubre del 2001-
que ha sido descubierto en gran medida y que ya no cuenta con el consenso
logrado al fin de la etapa militar. En las elecciones legislativas de octubre
de 2001, el pueblo manifestó contundentemente este descubrimiento; luego quedó
más claramente expuesto ese descubrimiento masivo con la explosión social de
diciembre del mismo año y con los repetidos “cacerolazos”, “escraches”, cortes
de rutas y calles, contra las entidades financieras y los responsables
políticos.
¿Qué más deben ocultar para mantener el poder?
Fundamentalmente ocultar las contradicciones dentro de su propia clase.
Mostrarse fuertes a pesar de sus profundas divisiones y problemas. Este campo
también ha salido a la luz. Ya se hace evidente que el poder financiero no es
una fuerza monolítica, al punto que ha perdido sus herramientas para mantener
consenso social y tampoco puede usar los aparatos represivos en la misma medida
que en otras épocas. Entonces han acuñado otra palabreja engañosa que usan para
justificar sus políticas, sus negocios, la impunidad del poder: la
“gobernabilidad”. El discurso “oficial” amenaza con “el “caos”, el
“terrorismo”, la “subversión”, si se volviera a los `70. Por eso necesita
seguir mostrando de los 70 solamente la violencia manifiesta, y hasta llegaría
a tolerar, para calmar las presiones populares, que avance la justicia en el
juicio y castigo a los militares por violaciones a los derechos humanos.[8]
Sería un logro indudable de los fuertes y continuos reclamos populares por
justicia. Pero el poder financiero y los discursos “oficiales” no asocian estos
delitos que deberían ser juzgados, con los delitos aberrantes cometidos desde
la función pública produciendo el desfalco y pérdida del patrimonio de la
nación. Podrían llegar a ser extraditados los genocidas requeridos por jueces
que investigan violación a los derechos humanos, pero no dejemos de advertir
que los Martínez de Hoz, los Machinea, los Cavallo y Cía., siguen sin ser
asociados con el plan puesto en práctica desde el estado de la oligarquía
financiero bajo el asesoramiento de estos intelectuales al servicio del poder.
Tampoco se asocia el terrorismo de
estado, con la causa judicial de la deuda externa que investiga los
ilícitos cometidos desde 1976 hasta 1982, con documentos, testimonios,
peritajes y que duerme en el Congreso de la Nación desde el año 2000 a pesar de
la recomendación del juez Ballesteros de investigar a los culpables del
endeudamiento fraudulento.
El discurso “oficial” amenaza con el peligro de “volver
a los`70”, (como si la historia volviera) por la violencia de la “subversión”.
Los `70 serían el espejo donde mirarse si el pueblo creciera en organización
política y se planteara construir otro poder, con otro estado. Sin embargo,
para desmontar definitivamente las bases del terrorismo de estado que siguen todavía vigentes, aunque con otras
formas[9]
es preciso estudiar profundamente la etapa histórica aludida.
No es casual todo el operativo intelectual en el
país durante el 2002 de John Holloway[10]
-un “filósofo” irlandés radicado en México y que se presenta como “amigo” de
los zapatistas-. Intentó, por un lado, hacer una crítica pretendidamente sutil
a la teoría marxista, pero además, convencer a los nuevos dirigentes sociales
que empezaban a gestarse a la luz de las luchas populares, de que no se
construyeran organizaciones políticas que se planteen un estado para la defensa
de los intereses populares porque arrastrarían inevitablemente los vicios de
organizaciones de “izquierda”.
El tema del poder y el estado de nuevo tipo que en
los 70 habían planteado algunas organizaciones revolucionarias por primera vez
en la historia argentina -aunque con insuficiencias y con el resultado
conocido- empezó a ser descubierto por amplias masas populares hacia fines de
la década del 90 y se puso de manifiesto en diciembre de 2001. En ese contexto
la campaña de Holloway con la amplia difusión de su libro y los foros virtuales
que lo retomaron, más ciertas figuras que lo adoptaron al pie de la letra,
contribuyó a postergar la naciente organización por el poder y la democracia
popular.
Desde 1983 hasta 1999 la oligarquía financiera logró
consenso para aplicar sus políticas de concentración del capital y de ajuste al
pueblo bajo el paraguas de la democracia, de la mano de partidos políticos que
fueron abandonando su historia de banderas democráticas y populares, como la
Unión Cívica Radical y el Partido Justicialista. En ese período no necesitó
golpes militares para seguir imponiendo políticas cada vez más violatorias de
los derechos humanos, menoscabando la vida de millones de argentinos,
quitándoles las libertades más elementales de comer, educarse, curarse, tener
vivienda, tener familia, trabajo, y el poder de imaginar, crecer, disfrutar,
pensar, proyectar su propia vida y la de su familia. Largos discursos acerca de
la “gobernabilidad” fueron precedidos de frases como la “democracia posible”.
El “terrorismo
de estado” a partir del golpe del 76, abrió una etapa de fuerte
concentración capitalista en la que sectores del poder financiero nativo
aliados a grupos extranjeros, pretendieron ir sacando ventajas del proceso de
“globalización” en la medida que incentivaron “bicicletas financieras” y otros
mecanismos de expoliación de recursos de la nación y de sus habitantes. Con las
nuevas condiciones creadas, por el “terrorismo
de estado” sin resistencia visible, fueron modificando la estructura del
estado y demás instituciones lo que permitió que pudieran “nacionalizar” las
deudas de las grandes empresas privadas que contaban con garantía del estado;
que quedase abierto el camino a las “privatizaciones” (entrega a precio vil) de
las empresas del estado a partir de los 90; el vaciamiento del Poder Judicial,
de las Fuerzas Armadas y de Seguridad y de las estructuras legislativas
nacional y provinciales, marco que garantizó la total impunidad para la
corrupción y el autoritarismo más extremo en toda la década menemista y el
gobierno de De la Rúa.
Es necesario advertir que en ese proceso está
presente el terrorismo de estado de
los 70. Pasamos tres décadas sin que hayamos podido visualizar colectivamente
estas conexiones, que se mantuvieron ocultas por las razones antedichas. Sin
embargo, como pueblo, logramos producir una explosión social como la de
diciembre de 2001. La historia no se detiene, anda muchas veces por carriles
subterráneos que la ciencia, sin embargo está en condiciones de descubrir y
calibrar. El pueblo debió aprender del método de ensayo y error. Pesó la falta
de una intelectualidad dotada de formación científica al servicio de los intereses
populares. Estos retrasos, estas dificultades se están detectando. Tienen que
ver con esta preocupación que nos estamos planteando hoy: cómo formar a
nuestras nuevas generaciones no sólo para explicarse la historia sino para
poder transformarla. Estamos como pueblo argentino, frente al desafío de nuevas
utopías, ahora con la convicción de que es necesaria la ayuda de la teoría
científica de la historia. Aunque este planteo puede recibir críticas de
“positivista”, ¿acaso, no sabemos que el poder dominante tiene científicos a su
servicio? ¿Por qué reproducimos acríticamente la idea de que no hay ciencia de
lo social?
Es tarea del análisis histórico poner al descubierto
la génesis de los procesos, no al margen de los hombres, sino con su
protagonismo. Todos los hechos humanos son históricos, en el sentido de que se
producen en un tiempo, sociedad, contexto, y en un espacio determinados.
¿Hemos batallado lo suficiente contra un falso
concepto de que la historia se repite? ¿Hemos batallado lo suficiente acerca de
que lo aparente no es necesariamente la esencia de los fenómenos y que ambos
mantienen una relación dialéctica entre sí? ¿Hemos batallado lo suficiente
acerca de que el historiador debe ser consciente de su lugar en la sociedad, de
su formación, y del carácter histórico de su obra como docente o como
investigador para acercarse al conocimiento verdadero? ¿Somos conscientes de
que hay teoría de la historia, que, como toda teoría, opera como método para
conocer y transformar?
La campaña ofensiva contra la única teoría
científica de la historia que hasta ahora se ha producido, me refiero al
materialismo histórico dialéctico, desterrado, vilipendiado hasta haber llegado
a abandonarse y reemplazarse por nuevas opciones historiográficas de moda,
debilitan las posibilidades del pueblo para conocer el movimiento social. Sin
embargo, los intelectuales del poder sí conocen las posibilidades que abre, por
eso lo prohiben o lo expulsan de los centros académicos a la vez que lo aplican
para diagnosticar los movimientos de la sociedad e intentar frenar las fuerzas
que se pudieran gestar para removerlo.
***
Es necesario entrar en la batalla de las ideas. Hay
espacios claves como la universidad y la educación terciaria, donde se forman
los nuevos docentes e investigadores, donde es necesario dar esta batalla
sistemática y deliberadamente. Hasta ahora hemos dejado el terreno libre para
el avance de las ideas que conviene al poder dominante. Todavía se deja hacer a
“los otros”. “Ellos”, “los otros”, -el poder financiero y sus intelectuales-
necesitan ocultar y deformar. “Nosotros, -pueblo”- debemos dar la batalla palmo
a palmo por la verdad, por descubrir, por hacer con-ciencia, combatir la
alienación y los resortes que garantizan todavía la explotación material y
espiritual del hombre. No podemos garantizar el “nunca más” si no descubrimos
como pueblo quiénes somos y donde está el nido de la serpiente.
Irma Antognazzi.
Rosario, julio de 2003.
ANTOGNAZZI, Irma y FERRER, Rosa (comp.). Del rosariazo a la democracia del 83.
Grupo de Trabajo Hacer la Historia. UNR, Rosario, 1995.
ANTOGNAZZI, Irma y FERRER, Rosa (comp.). Argentina, raíces históricas del presente.
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MONTES, Graciela. El golpe y los chicos. Gramón Colihue. Bs. As. 2001.
[1] Docente de Problemática Histórica de la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario. Directora del Grupo de Trabajo Hacer la Historia. Docente de la Sección Historia del Instituto Superior del Profesorado N° 3. www.hacerlahistoria.com.ar
[2] En un artículo de mi autoría sobre la cárcel de Villa devoto, intento advertir sobre la vida en prisión, la actividad creativa, el estudio, la forma de resolución de problemas y la construcción política, en contexto de máxima censura y represión. EN: Del rosariazo a la democracia del 83, Grupo de Trabajo Hacer la Historia, Rosario 1995. p.293 a 310
[3] Al momento de hacer esta presentación en el Seminario citado hemos tomado conocimiento que se ha creado una cátedra de Derechos Humanos en la Escuela Provincial de Policía en la ciudad de Rosario.
[4] Antognazzi, Irma. “De la democracia de la burguesía nacional a la democracia de los grupos financieros transnacionales”, EN: Revista Herramienta, Nº12. Bs As, Otoño 2000; y Antognazzi, Irma. “La dictadura financiera desenmascarada. La posibilidad de democracia popular”. EN: Revista Herramienta Nº19. Bs As. Otoño 2002.
[5] Ver la resolución completa del juicio a la deuda en Cuadernos de Historia Viva. Grupo de Trabajo Hacer la Historia. Rosario, 2001.
[7] Antognazzi, Irma. Qué democracia, qué participación. Colección Temas. Facultad de Humanidades y Artes. Rosario, 1991
[8] En estos momentos sigue en la Suprema Corte de Justicia para su resolución el expediente que declara inconstitucionales las leyes de “obediencia debida” y “punto final”, ambas sancionadas durante el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín.
[9] Como ejemplo, es muy ilustrativo el libro del Dr. Oscar Blando Detención policial por averiguación de antecedentes. Estado de derecho, policía y abuso de poder. Prólogo del Dr. Eugenio Zaffaroni. Editorial Juris
[10] Holloway, John. Como cambiar el mundo sin tomar el poder. Herramienta, Bs. As., 2002.