Las organizaciones obreras rosarinas y el Estado: conflictos y prácticas sindicales (1912-1930)

 

 

María Alejandra Monserrat(*)

 

 

Resumen

 

El año 1912 dio comienzo a una nueva etapa para la historia del movimiento obrero de la ciudad de Rosario, caracterizada por el reinicio de la conflictividad social que se extendió por lo menos hasta 1930, en el marco de un proceso de ampliación del régimen político, con la aplicación parcial de la ley Sáenz Peña, que posibilitó la llegada de la Unión Cívica Radical al gobierno de la provincia de Santa Fe. Desde este escenario de transformación política y social que atravesó la región y particularmente Rosario, nos proponemos analizar las particularidades que fueron adquiriendo las luchas de los trabajadores rosarinos, sus prácticas sindicales y las formas de relación con el Estado y los otros actores sociales, en un contexto de progresiva politización de la cuestión obrera.

 

Palabras claves: trabajadores; Rosario; Estado; política; conflictividad obrera.

 

 

 

Rosario's workers organizations and the State: conflicts and union practices. (1912-1930)

 

Abstract

 

The year 1912 marked the beginning of a new stage in the history of Rosario's laborer movement. This new stage was characterized by the resurgence of social conflict, which continued at least until 1930, as well as by the beginning of a broadening of the political system resulting from the partial implementation of Saenz Peña Act, which, in turn, enabled the Unión Cívica Radical to get to the government of Santa Fe Province. Within this context of political and social transformation which spread throughout the region and Rosario, in particular, we intend to analyse the particularities of the struggles held by Rosario’s workers, their union practices and the nature of their relation with the State and other social actors in a context of that increasing politicisation of the working issue.

 

Key words: Workers; Rosario; State; Politics; worker conflict.

 

 


 

Las organizaciones obreras rosarinas y el Estado: conflictos y prácticas sindicales (1912-1930)

 

Introducción

 

Para el año 1912, un nuevo período se abrió en la historia de los trabajadores de la ciudad de Rosario. Luego de una etapa de descenso de los conflictos obrero-patronales y una desarticulación relativa de los vínculos gremiales, a partir de 1908, asistimos a una recuperación de las movilizaciones sindicales y a una reorganización de los gremios. Este proceso se produjo en un contexto de profundos cambios políticos tanto en el ámbito municipal como en el provincial. Así a principios de 1912, bajo la influencia de la sanción de la ley Sáenz Peña y la expectativa de su inmediata aplicación en las elecciones a nivel nacional, las elecciones de gobernador de la provincia de Santa Fe, posibilitaron la llegada del radicalismo al gobierno provincial, - cargo que retuvo hasta el golpe de 1930. En el caso de la ciudad de Rosario, estas modificaciones del sistema electoral, y la emergencia de nuevas reglas de juego, profundizó las tensiones derivadas de un poder ejecutivo municipal que era designado por el gobernador, según lo dispuesto en la Reforma de la Constitución de Santa Fe de 1890, y por lo tanto, quedaba fuera del circuito reformista. Y un Consejo Deliberante, que si bien sus miembros eran elegidos por un voto censitario y no obligatorio, no dejaba de expresar la competencia entre los partidos políticos de la época, por ocupar espacios de poder.

De esta manera, en este trabajo nos proponemos abordar las particularidades que adquirieron las relaciones entre el Estado, la política y los trabajadores rosarinos a partir del nuevo escenario que se abre con la ampliación del régimen político. Nos interrogamos sobre las características que adquirió el proceso de politización de la cuestión obrera, desde el momento en que se inicia la primera experiencia de democratización del sistema político, hasta su interrupción con el derrocamiento de Yrigoyen en 1930. En cuanto a la producción académica sobre nuestro tema de interés, por un lado, nos encontramos con trabajos, como el de Matthew Karush que abordan el período 1912- 1930 en su conjunto, con el objetivo de analizar las políticas del radicalismo santafesino frente al movimiento obrero. Desde una perspectiva más política que social, Karush indaga sobre las relaciones de la dirigencia radical del sur de Santa Fe y particularmente Rosario, con los trabajadores, destacando el esfuerzo de un sector del radicalismo por incorporar a los obreros a la política (Karush, 2002). En una línea de análisis similar, Roberto Korzeniewicz investiga sobre las respuestas del radicalismo provincial frente a los conflictos obreros a finales de la década del veinte, analizando los intentos de este partido por establecer lazos con las organizaciones sindicales. Este autor identifica a esta experiencia como clave para demostrar el temprano desarrollo del populismo en la Argentina (Korzeniewicz, 1993). Por otro lado, se encuentran los trabajos que reflexionan sobre las vinculaciones de los trabajadores con la política en el espacio santafesino, a partir del estudio de coyunturas caracterizadas por la alta conflictividad. Estas investigaciones son aportes de importancia, ya que no consideran a los trabajadores un actor pasivo en los procesos de construcción política. De esta manera, reflexionan sobre el impacto de la conflictividad obrera en las acciones del Estado y en los posicionamientos de las distintas fuerzas políticas (Videla y Menotti, 2013; Ratto, 2017; Menotti, 2009).

 

Situación de los trabajadores rosarinos hacia 1912

 

En los primeros años del siglo XX, los trabajadores rosarinos atravesaron una etapa de fuerte desorganización y como consecuencia se produjo una disminución de la cantidad de protestas. Esta situación que se inició a partir del año 1908, provocó que las huelgas del Centenario no tuvieran grandes repercusiones en el ámbito local. En efecto, las acciones represivas aplicadas por el Estado Argentino en 1910, encontraron a los trabajadores rosarinos en un proceso de desmovilización, que con altos y bajos, se venía registrando, por lo menos, desde el final de la huelga general de 1907. Con sorpresa el periódico anarquista La Protesta, comentaba que la Federación local ya no existía y gran parte de las “sociedades de resistencia” de la ciudad habían desaparecido. Y se quejaban de lo difícil que había sido para los militantes libertarios organizar en Rosario la protesta contra la ley de Residencia.[1] Esta desmovilización de los trabajadores se dio en un contexto de dificultades económicas para el país, caracterizadas por un aumento del costo de vida que tuvo su impacto más severo sobre el poder adquisitivo de los sectores populares. Este panorama económico se agravó aún más, entre 1910 y 1911, cuando se produjo una brusca baja de los precios del trigo y el maíz en el mercado internacional (Panettieri, 1988). La crisis afectó a los productores agrarios locales y se prolongó hacia el año 1913, perjudicando al sector comercial y financiero de la ciudad (Videla y Fernández, 2001). Como señala Alex Ratto (2017), a pesar de las complicaciones económicas, en Rosario asistiremos a un nuevo impulso organizativo de los gremios y al reinicio de los conflictos. Luego de finalizada la huelga ferroviaria de enero de 1912, liderado por el sector de maquinistas y foguistas de Capital Federal, se anunció la constitución de un comité Pro-Federación Local, que tenía por objetivo la reorganización sindical de los trabajadores. La primera aparición pública de la Federación Obrera Local Rosarina (FOLR) se concretó a fines de febrero a través de un mitin.[2]

En este nuevo período, el estatuto de la central obrera rosarina establecía que su objetivo principal era la lucha por reivindicaciones cotidianas”, lograr la “coordinación de los esfuerzos obreros y el acrecentamiento del bienestar de los trabajadores por la realización de mejoras inmediatas”. Al mismo tiempo la central se proponía luchar por la emancipación integral de sus representados abriendo el camino para el surgimiento de una nueva organización social, basada en asociaciones libres de productores. Y finalmente llamaba a los trabajadores a formar sindicatos, a unirse dejando de lado las diferencias ideológicas.[3] El contenido del estatuto evidenciaba un cambio de posicionamiento de la central, en tanto se abandonaba la referencia explícita a los principios del anarco-comunismo que habían acompañado su accionar en los primeros años del siglo XX y se acercaban a las posturas de la dirigencia Sindicalista Revolucionaria de la FORA IX. También, reivindicaban las actividades propagandísticas como una tarea clave para la formación de conciencias obreras revolucionarias, antimilitaristas y antipatrióticas. Por último, se dejaba constancia de su total solidaridad con la Federación Obrera Regional Argentina (FORA) en las luchas contra el enemigo común.

En pleno proceso de reorganización sindical, hacia fines de noviembre de 1912 los guardas y motormen de la empresa belga de tranvías decidieron comenzar un reclamo por la reincorporación de un grupo de trabajadores que habían sido despedidos. El primer paso que dieron los dirigentes sindicales fue entrevistarse con quien en ese momento ocupaba el cargo de intendente, J. Daniel Infante. Este último, era de origen español, y había llegado a Rosario aproximadamente en 1889, en carácter de exiliado político por sus ideas republicanas. Fue director del semanario El Republicano aparecido en Rosario y participó en la revolución radical de 1893, ayudando a los heridos juntamente con los masones de la ciudad. Fue uno de los fundadores de la Liga del Sur, de la cual luego se alejó por no estar de acuerdo con su orientación. Juan Álvarez, comentaba al respecto, que Infante era un pujante empresario, y que en 1910 fundó una sociedad anónima La Inmobiliaria con capitales privados con el objetivo de abrir en Rosario una gran avenida entre la plaza de mayo y el parque Independencia. En 1912 mantenía estrechas relaciones con el gobierno radical de la provincia de Santa Fe, ya que integró a pedido del gobernador Menchaca una comisión investigadora, junto con Toribio Sánchez y Ricardo Caballero, sobre la situación en que se encontraban los arrendatarios y labradores de la provincia. (Alvarez, 1981, pp. 587-590; Abad de Santillán, 1967). Desde el comienzo de su gestión, Infante, mantuvo una relación conflictiva con los integrantes del Consejo municipal, ya que allí predominaban los representantes de la Liga del Sur, conformando un fuerte bloque de oposición al radicalismo provincial. En cambio, se manifestaba públicamente como un hombre cercano a los trabajadores y defensor de sus derechos.

Volviendo al conflicto de la empresa de tranvías, el sindicato inmediatamente presentó sus demandas a la patronal, y a partir de aquí comenzaron las negociaciones. La postura intransigente de los representantes del sector empresarial, llevó a que el 1° de diciembre se produjera un paro total del servicio de tranvías. A los dos días y con la intervención del intendente los trabajadores pudieron llegar a un acuerdo, en donde se concedían todas las demandas. Los socialistas elogiaron la actitud de Infante durante el conflicto, y vieron en su acción una forma de poner a la política al servicio de los sectores populares.[4]

A fines de marzo de 1913, estalló una nueva huelga. Esta vez, el personal de maestranza, basureros y barrenderos y peones municipales decidieron iniciar un paro con el objetivo de conseguir un aumento de salarios. También en este conflicto el intendente, J. Daniel Infante, tuvo una activa participación. El apoyo explícito que el poder ejecutivo municipal le dio a los huelguistas, provocó un enfrentamiento con el Consejo Deliberante, que no aprobaba los reclamos de los trabajadores y aprovechó la situación para comenzar una campaña de desprestigio del intendente. A través de las páginas de La Capital, periódico alineado con los liguistas, se publicaban fuertes críticas hacia el tratamiento que el ejecutivo le daba a la cuestión obrera:

 

El doctor Infante arma la huelga como socialista y como radical, dos cualidades inconciliables, pero que no es extraño se las atribuya un hombre que es resumen de todas las contradicciones. Su socialismo es muy práctico. Si una ordenanza le grava los barrios con impuestos se declara individualista furioso. El Dr. Infante, socialista con lo ajeno e individualista con lo propio...[5]

 

La fuerte repercusión política de este conflicto dejaba en evidencia las complejidades que iban adquiriendo las relaciones del Estado con los sectores obreros, en un contexto de incentivación de la competencia electoral entre los partidos, alentada por las nuevas reglas de juego que imponía la reforma del sistema electoral. La trama política que envolvió a esta huelga puso en alerta a los dirigentes de la Central Obrera Local. A través de un manifiesto la FOLR explicaba a los trabajadores las razones por las cuales habían decidido no tomar parte de este conflicto:

 

La huelga de empleados municipales tiene ansiosos a ciertos políticos de esta ciudad, que anhelan aprovecharla para hacer efectivo sus ruines planes de encumbramientos... El comité de la Federación local hace saber que esa declaración de huelga general es completamente falsa. Aunque la Federación única institución que representa a los trabajadores organizados de esta ciudad, se adhiere moralmente al movimiento en lo que tiene de lucha económica, no ha declarado la huelga general ni la declarará hasta que se reúnan los gremios y tomen una determinación propia, en la que no influyan intereses políticos de ninguna clase...”.[6]

 

A su vez, denunciaban las actividades de un “comité” denominado Popular Independiente que pretendía representar las demandas de los trabajadores y desde allí los convocaba al paro, escondiendo su verdadera filiación radical.[7] El sistema de instalación de comités en los barrios más populosos de las ciudades argentinas les permitía a los radicales generar vínculos más estrechos con la población. Aquí la figura del caudillo de barrio pasó a ocupar un lugar fundamental en la tarea de penetración del partido en los sectores trabajadores y en el conjunto de la población, ya que este generaba lazos perdurables con los posibles votantes. También, el caudillo representaba para el partido un elemento de suma importancia, en tanto actuaba como condensador de todas las problemáticas que preocupaban a los sectores populares (Rock, 1977; Horowitz, 2015).

La participación de algunos comités de Rosario en las luchas obreras de este período claramente expresaba el intento del radicalismo de profundizar las estrategias orientadas a ganarse el apoyo de los sectores populares. De todas maneras, este vínculo de los radicales con algunos sectores del movimiento obrero rosarino no era una novedad. Como hemos señalado en una investigación anterior, por lo menos desde 1905 y en ocasión del último levantamiento cívico militar de la UCR se verifican ciertos acercamientos entre sectores de trabajadores “criollos” y la UCR local (Falcón y Monserrat, 1993). El conflicto de los trabajadores municipales finalizó con la renuncia del Intendente Infante, presionado por un Consejo Deliberante que exigía su inmediata destitución y lo hacía responsable del conflicto.[8]

Así, para la ciudad de Rosario, 1913, fue un año de gran agitación obrera. En efecto, a fines del mes de abril, los tranviarios iniciaron una medida de fuerza. Este gremio reclamaba la reincorporación de 92 trabajadores despedidos por la empresa belga como consecuencia de la suspensión del servicio de 23 coches. En este caso, el intendente, Carlos Paganini, intervino inmediatamente para buscar solucionar el conflicto. Se convocó a la empresa y al sindicato a una mesa de negociación con el arbitraje del ejecutivo municipal.[9] Pero al mismo tiempo, la intendencia expidió un edicto por el cual se prohibía la realización de manifestaciones públicas que con 48 horas de anterioridad no hubiesen solicitado el permiso correspondiente. Los huelguistas interpretaron esta medida como una forma de limitar la protesta obrera y en respuesta rechazaron los canales de diálogo que desde el gobierno municipal se había ofrecido. En el transcurso de la jornada, la huelga fue tomando un cariz cada vez más violento. Grupos de manifestantes apedrearon a los concejales Colombres y Calderón e intentaron asaltar la casa del intendente. La Capital se hacía eco de las denuncias que señalaban a militantes radicales como los ejecutores de los hechos de violencia:

 

En las últimas 48 horas el Rosario ha presenciado acontecimientos inauditos: grupos de radicales exaltados y de legisladores incitando a los trabajadores al atropello y a la violación de la propiedad privada, en nombre de pasiones partidistas inconfesables. Han sido asaltadas casas de negocios, apedreados los vidrios, volcados e incendiados coches de tranvías, detenidos automóviles y heridos sus ocupantes...[10]

 

Una vez más un conflicto obrero se transformaba en el escenario donde se dirimían los enfrentamientos políticos entre distintos sectores del radicalismo local y las peleas entre la Liga del Sur y la UCR.

Esta vez la FOLR pasó a la acción en forma inmediata, decretando una huelga general para el 26 de abril. El llamado al paro tuvo un alto acatamiento y la fuerte solidaridad de los gremios rosarinos fortaleció la posición de los tranviarios. Los huelguistas elaboraron un nuevo pliego de condiciones en donde se comprometían a defender a los trabajadores de otros gremios que se solidarizaron, en caso de que algún empresario decidiera aplicar represalias. Y además allí dejaban explícito que rechazan el arbitraje ofrecido por el ejecutivo municipal.[11]

Los militantes del Centro Socialista rosarino también intervinieron en el conflicto, ofreciendo su mediación para solucionarlo. Y recomendaban a los huelguistas evitar que las cuestiones partidarias afectaran el curso del reclamo, manteniendo la protesta en el ámbito gremial y sin alterar el orden público.[12] A través de un manifiesto, el socialismo denunciaba que los manejos financieros internos de la empresa de tranvías eran los que terminaban perjudicando a los trabajadores. Ya que los despidos de trabajadores realizados por esta empresa belga tenían su origen en que esta privilegiaba las inversiones especulativas antes que las productivas. Apuntaban a que la población tomara conciencia sobre las prácticas financieras irresponsables que caracterizaban el funcionamiento de las empresas extranjeras, en donde las consecuencias las padecían siempre los trabajadores.

Además de intentar encauzar la protesta de los tranviarios en el marco de la legalidad y el orden, los socialistas locales invitaron a los diputados Juan B. Justo y Mario Bravo para dialogar con los trabajadores en huelga y ofrecer su concurso para alcanzar una solución del conflicto. Durante sus estadías, mantuvieron conversaciones con los tranviarios y con los directores de la compañía. Resulta interesante señalar, que según Juan Álvarez la mayoría de los trabajadores del tranvía eran “criollos orilleros” (Alvarez, 1981). Su calidad de argentinos, implicaba tanto para el socialismo como para el radicalismo la posibilidad de cooptar votos para futuras elecciones.

A pesar de las acciones que realizaban los socialistas y las autoridades municipales, se incrementaron los actos de violencia callejera llevados a cabo por los huelguistas. Este conflicto tranviario adquirió otras dimensiones con la participación de los habitantes de barrios alejados del centro de la ciudad. A través de una carta enviada al intendente, los vecinos de Saladillo expresaron su disconformidad con los servicios de transporte de pasajeros que daba la compañía. Además los vecinos expresaban en sus comentarios cierta simpatía con la huelga, constituyéndose esto en un elemento más de presión sobre el gobierno y la empresa.[13] A esta altura de los acontecimientos el gobernador de la provincia, Manuel Menchaca, resolvió intervenir directamente en el conflicto, instando a las partes a sentarse en una mesa de negociación con el arbitraje del Estado.[14] Para esto, el gobierno nombró una comisión compuesta por los señores Lanza Castelli, Toribio Sánchez, Luis Colombo, Luis Monserrat, Néstor Noriega y Rogelio Araya que oficiarían de mediadores. Los tranviarios aceptaron la propuesta de las autoridades provinciales y nombraron como sus representantes al diputado socialista Juan B. Justo, a Gañote del Centro Socialista rosarino y a Constanzo Panissa, perteneciente al comité federal de la FOLR. Como sabemos, el arbitraje no constituía una novedad en materia de política laboral en nuestro país, pero sí que el gobierno con su intervención apoyara las demandas de los trabajadores. Claramente este accionar del ejecutivo santafesino provocaba un profundo malestar en los partidos políticos opositores, ya que no avalaban las prácticas del radicalismo durante los conflictos obreros. En este sentido, el diputado Mattos, de la Liga del Sur, desde su banca denunciaba los “manejos” que los radicales realizaban de la cuestión obrera:

 

…por eso es que vemos que no marcha el engranaje administrativo... y dentro de él sólo impera el abuso y el desorden bajo la égida protectora de los espíritus radicales... de un gobierno inerte, de un gobierno sin acción benéfica que sólo se preocupa de hacer política para perpetuarse, o para perpetuar a su partido en el mando...[15]

 

Y en su discurso apuntaba directamente a la persona del vice-gobernador, Ricardo Caballero, como el brazo ejecutor de estas políticas “espurias”. A quien acusaban de utilizar sus vínculos con algunos sectores obreros, producto de su antigua filiación anarquista, con el sólo objetivo de ganar votos y no para solucionar los reales problemas de los trabajadores. También los socialistas expresaban su disgusto frente a las estrategias utilizadas por los militantes del radicalismo local para solucionar los conflictos obreros. En este caso, Juan B. Justo recordaba en un discurso de 1918, las dificultades que encontró en Rosario, durante la huelga tranviaria de 1913, para participar de la mesa de negociaciones en representación de los trabajadores. Al respecto Justo, como una curiosidad, comentaba que en una conversación con el Intendente radical de la ciudad, este le manifestó: “... Ustedes los socialistas no van a hacer nada aquí, porque (en Rosario) los anarquistas están con nosotros. Yo tengo a la Federación Obrera en mi casa...”[16]

La FOLR, también expresó su desacuerdo con la injerencia de políticos en el conflicto, pero fundamentalmente se refería a la presencia de los socialistas. Por lo tanto, la Federación local consideró que la finalidad de la protesta había sido desvirtuada, y en consecuencia daba por terminada la huelga general, manifestando que:

 

...considerando que al rebajarse ante dos políticos y desconocer el comité de huelga general y la representación de la Federación Obrera Regional Argentina, es un insulto y a más una ignorancia el que se mezclen los asuntos sociales obreros con asuntos políticos de lo cual los trabajadores debemos alejarnos por dignidad...[17]

 

A pesar del retiro del apoyo de la FOLR y de los demás gremios, la huelga de tranviarios continúo hasta mediados del mes de mayo, en que se produjo la renuncia del secretario general del gremio. A esta altura de los acontecimientos, la huelga ya se había debilitado fuertemente. Pero el final del conflicto sobrevino con la llegada a Rosario de fuerzas nacionales, a solicitud del gobierno provincial, con el objetivo de reprimir disturbios y mantener el orden público.[18] Coincidimos con Ratto, en que el final del conflicto estuvo dado por la “respuesta coercitiva” del Estado (Ratto, 2017). Pero esta medida, como hemos visto, estuvo precedida por una serie de negociaciones entre los representantes de los obreros y de los patrones a instancias de las autoridades provinciales. Consideramos que esto último, nos habla de los límites y tensiones inherentes a un paulatino proceso de democratización que provocaba una rearticulación de las relaciones sociales.

Nuevamente en la ciudad un conflicto obrero se transformaba en el escenario de la competencia electoral de las fuerzas políticas locales. Evidentemente, esto generaba tensiones al interior de organizaciones obreras caracterizadas por una fuerte identidad anti-politicista y anti-estatista. Luego de terminada la huelga de tranviarios, la FOLR junto con el anarquismo lanzaron una campaña de propaganda y concientización sobre problemas relacionados con la organización de las sociedades gremiales de la ciudad y dirigida a advertir sobre las consecuencias negativas de la participación de los políticos en los sindicatos y en sus luchas:

 

Durante la huelga general los diferentes partidos políticos pretendieron exhibirse como fraternales consejeros del movimiento obrero. Pronto hubieron de resignarse ante la realidad. El espíritu de conservación les unió y rivalizaban en pedir medidas represivas para contener a los huelguistas a quienes de buen grado habrían hecho concurrir al trabajo por la fuerza. La burguesía de todos los colores políticos se apresuró a defenderse... Ante el interés, ante la probabilidad de que disminuyan las ganancias, desaparecen las pequeñas diferencias que, no otra cosa son para los capitalistas, los programas democráticos...[19]

 

En este contexto la FOLR reafirmaba su postura anti-politicista y los fines que debían perseguir las luchas de los trabajadores.

 

Los efectos de la guerra

 

Hacia 1914 y como consecuencia del estallido de la 1° guerra mundial, nuestra economía agroexportadora se vio profundamente afectada. Se produjo una fuerte reducción del comercio internacional que impactó en la baja de nuestras exportaciones. Esta crisis económica se tradujo en el deterioro del salario real de los trabajadores y un aumento constante del precio de los productos de primera necesidad. Los incrementos en los precios de las carnes y los cereales que se registraron entre 1914 y 1918, produjeron una caída del salario real. A su vez la desocupación constituyó uno de los efectos no deseados que más castigó al movimiento obrero en este período (Palacio, 2000).

Según los datos brindados por el Censo Nacional de 1914 la población obrera censada era de 2.330.761, dividida en 411.067 obreros para la Capital Federal y 1.919.694 para el resto del país. Sobre estas cifras, los desocupados representaban la siguiente proporción:

 

 

Nº de obreros

Desocupados

Total del país

2.330.761

17,7 % (414.000)

Capital Federal

411.067

23,8 % (98.000)

Resto del país

1.919.694

16,4% (316.000)

 

Fuente: Bunge, 1916.

 

En Rosario, los trabajadores también se vieron afectados por el malestar económico que vivía el país. El año 1914 comenzó con algunos conflictos obreros, como la huelga del gremio de carreros a causa del despido de tres trabajadores. Este paro no tuvo mayores consecuencias, ya que al problema de la desocupación se agregó la profundización de las medidas represivas y de control por parte de las autoridades policiales. En efecto, en febrero de ese año se aprobó un nuevo edicto en el que se reglamentaba, no sólo las manifestaciones o reuniones callejeras, sino también las que se realizaban en locales cerrados. Además esta ordenanza se complementaba con una disposición que prohibía la utilización de las calles céntricas de la ciudad y la plaza 25 de mayo – ubicada frente a la intendencia – para organizar actos públicos. La importancia que adquirió el tema de la desocupación llevó a que a principios de 1914 en Rosario los desocupados se comenzaran a organizar con el objetivo de visibilizar su problemática. La prensa local comentaba la situación por la que estaban atravesando los trabajadores de la ciudad: “Aquí, en el Rosario hemos presenciado manifestaciones indiscutibles de obreros, que ansiaban se utilizaran sus servicios en cualquier faena y con cualquier jornal y jornada de tiempo, sin que nadie se diera por enterado....[20]

También los periódicos daban cuenta de numerosos desplazamientos de trabajadores desde la ciudad al campo en busca de oportunidades laborales. Y se alertaba sobre las complicadas situaciones que se estaban generando en las zonas rurales. Se citaba como ejemplo lo sucedido en una localidad santafesina, Santa Juana, en donde al llegar 150 desocupados en un tren que provenía de Rosario, habían amenazado a las autoridades del pueblo con saquear los comercios, sino se les proveía de alimentos y alojamiento.[21]

La calma impuesta por la crisis económica se vio interrumpida, en octubre de 1915, por la declaración de huelga de los estibadores del puerto de Rosario. La causa que provocó este paro fue la modificación del horario de trabajo a instancias de la Sociedad Protectora del Trabajo Libre, y la supresión de la media hora para el almuerzo.[22] Esta Sociedad era una organización de carácter patronal, creada por los empresarios de los ferrocarriles, los agentes marítimos y los exportadores para articular su accionar frente a los problemas obreros. Desde allí reclutaban trabajadores que se encontraban por fuera de las estructuras sindicales y de esta manera contar con una reserva de mano de obra para reemplazar a los huelguistas. Quienes pertenecían a esta Sociedad gozaban de ciertos beneficios, ya que se los privilegiaba para ocupar los puestos de trabajo que se ofertaban.[23] Así la Sociedad constituía un elemento fundamental para los empresarios, en tanto contaban con un mecanismo de regulación del mercado de trabajo y a su vez actuaba como un obstáculo a las pretensiones sindicales de manejar la oferta laboral.

De esta manera, apenas iniciado el conflicto de los estibadores, la Sociedad Protectora puso en marcha sus mecanismos para reemplazar a los huelguistas. Por su parte, las autoridades, a través de la subprefectura detuvieron a Joaquín Regidor y Teodoro Plaza, quienes eran el presidente y secretario del comité de huelga respectivamente. También, se clausuraron los lugares donde se reunían los huelguistas, como el despecho de bebidas “El Libertario”.[24] Por la importancia que adquirió el conflicto, la municipalidad intervino convocando a una reunión a las partes. Asistieron a la misma, representantes de los exportadores, el presidente de la Bolsa de Comercio y una delegación de los obreros en huelga.

Las condiciones que pusieron los huelguistas para su vuelta al trabajo eran las siguientes: la admisión de todo el personal, el restablecimiento de la media hora para el almuerzo, la libertad de los estibadores detenidos, el desconocimiento de la Sociedad Protectora del Trabajo Libre y la exclusión de todos los que han reemplazado a los trabajadores en huelga. De entrada, las empresas se negaron rotundamente a desconocer a la Sociedad, y esta actitud provocó el retiro de los estibadores de la reunión, sin que se llegase a ningún acuerdo.

Nuevamente como en 1913, el Estado provincial decidió intervenir en el conflicto, enviando a su ministro de hacienda Italo Bonacossa. Su objetivo era colocarse como árbitro y alcanzar una solución satisfactoria. Este intento de mediación por parte del Estado encontró grandes resistencias, ya que en las entrevistas mantenidas entre el ministro y algunos miembros de la Sociedad Protectora, estos le comunicaron que consideraban a la huelga un fracaso, en tanto poseían suficientes trabajadores para reemplazar a los huelguistas y en este contexto no estaban dispuestos a realizar ninguna concesión.

La FORL decidió lanzar una huelga general en solidaridad con los estibadores, pero llamativamente no fue acatada por la mayoría de los trabajadores de la ciudad. Los efectos de la crisis económica golpeaban duramente al movimiento obrero, provocando una cuasi-desmovilización y limitando el poder de convocatoria de la federación obrera local. Con este panorama, los estibadores tuvieron que levantar la medida de fuerza y la Sociedad Protectora sólo se comprometió ante el poder ejecutivo provincial a reintegrar a los huelguistas en forma gradual y teniendo en cuenta las necesidades del mercado de trabajo.

Para el año 1915, la FOLR se encontraba sumamente debilitada en su poder de organización, al punto que a la convocatoria a conmemorar el 1º de mayo de ese año, sólo asistieron los ferroviarios, los obreros panaderos y los herreros de obra. Una de las preocupaciones centrales de la FOLR, fue el tema de la unidad del movimiento obrero. Desde 1914 se habían comenzado otra vez las actividades para lograr unificar al movimiento obrero del país. Aquí la FORL participó enviando dos delegados sindicales: Pedro Casas y Augusto Pellegrini. Cuando se debatió sobre la finalidad de la Federación Obrera Regional Argentina, ambos representantes de los gremios rosarinos abogaron por la unidad del movimiento obrero, en un marco de libertad de pensamiento y dentro de la orientación revolucionaria de la lucha de clases, de la acción directa y con prescindencia de todo grupo o partido político. Por su parte Pellegrini, expresó que la entidad a la cual él representaba era contraria al embanderamiento ideológico, en tanto consideraban que la organización sindical debía entenderse como el producto de la explotación y los obreros sólo se agrupaban en defensa de sus intereses materiales (Marotta, 1960).

Pero esta unidad no duraría por mucho tiempo, ya que un sector del anarquismo porteño representado por Rodolfo González Pacheco, Antillí y García Thomas, desde las páginas del periódico La Protesta, iniciaron una campaña en contra de la fusión de las dos centrales obreras. Al mes siguiente de haberse realizado este Congreso de Unificación, este sector del anarquismo junto con algunas otras sociedades gremiales, decidieron desconocer las resoluciones del IX Congreso de la FORA, y mantener la declaración del anarco-comunismo, fundando una central de trabajadores con el nombre de FORA del V Congreso (Marotta, 1960).

Frente a esta nueva ruptura en la central obrera, la FOLR comenzó a organizar conferencias de esclarecimiento sobre las divisiones existentes en el movimiento obrero organizado del país. A fines de abril, la federación local realizó una conferencia, en la cual hizo pública su adhesión a la FORA liderada por la tendencia Sindicalista Revolucionaria. Paralelamente, en ese año, por primera vez, tenemos noticias de la apertura de un Centro Sindicalista Rosarino, el cual parece haber sido el primer nucleamiento que este movimiento tuvo en la ciudad. Para el 1º de mayo de 1916, estos Sindicalistas rosarinos organizaron una manifestación callejera en forma paralela a la de los socialistas y a la del anarquismo local.[25]

 

Reactivación de los conflictos

 

Junto con la recuperación de la economía argentina a partir de 1917, se inició un nuevo ciclo de conflictos obreros, que en la ciudad de Rosario alcanzaron su punto más álgido hacia la segunda mitad de la década del veinte. Esta etapa, en parte estuvo signada por el fantasma de la Revolución Rusa, y la posibilidad de que sus ideas penetraran en los sectores populares del país, radicalizando las protestas sociales. Periódicos como La Nación, hacían referencia en sus editoriales sobre los peligros de la expansión de las ideas maximalista en Argentina. Estas afirmaciones provenían fundamentalmente del malestar social que demostraban las organizaciones obreras y la violencia que llegaban a tener algunas luchas obreras.

Pero uno de los hechos que causó mayor conmoción en el país, tuvo lugar en la ciudad de Rosario. A principios de diciembre de 1918 una parte importante de la policía inició una huelga. En el pliego de condiciones que presentaron, además de incluir el pedido de aumento de salarios, reclamaban:

 

Considerando que los agentes de policía pertenecen a la clase desposeída cuyos intereses le son comunes, en adelante se abstendrán de intervenir en los conflictos entre el capital y el trabajo y en todo movimiento que tienda a la libertad y al bienestar del pueblo, el Cuerpo de Bomberos no ejercerá funciones de policía, eliminación de las funciones de guardia de cárceles abolición completa de toda institución militar...[26]

 

La huelga fue apoyada por las organizaciones obreras de la ciudad y particularmente el movimiento anarquista local se solidarizó con los huelguistas. Si bien este conflicto sólo se sostuvo durante pocos días, ya que el gobierno les ofreció una recomposición de sus salarios, la cuestión de la intervención policial en las huelgas fue un tema que quedó planteado y emergió nuevamente durante la gestión del radical, Ricardo Caballero, como jefe de policía de la ciudad en 1928 (Monserrat, 2005).

Durante la última parte de la década del veinte, nuevamente la central obrera rosarina inició un proceso de reorganización. En esta oportunidad cambia su nombre por el de Unión Obrera Local Rosarina (UOLR), y a partir de 1926 comenzó a desplegar una serie de actividades que buscaban articular las acciones sindicales de la ciudad. En este contexto, en febrero de 1928 estalló una huelga de los trabajadores portuarios, en demanda de aumento de salarios y reconocimiento del sindicato por parte de la patronal. Inmediatamente la Central local se solidarizó con el conflicto de los estibadores e implementó las medidas necesarias para que el conflicto de generalice garantizando el apoyo de los demás gremios. Las crónicas de la época señalaban que “más de siete mil obreros hicieron abandono del trabajo en solidaridad con los estibadores”.[27] La ciudad se paralizó por completo durante tres días, y se produjeron numerosos hechos de violencia, protagonizados por los huelguistas y los trabajadores “libres” contratados por las empresas navieras para mover las cargas de los buques. Como resultado de estos choques mueren en la zona del puerto una joven, Luisa Lallana y un niño de 14 años Carmelo Leonardi.[28]

Tanto las organizaciones obreras como patronales comentaron sorprendidas que a pesar de los niveles de violencia que se habían registrado en la ciudad, la policía rosarina había tenido una actitud pasiva. Por su parte, el periódico La Nación señalaba que: "...Los vecinos de Rosario piensan con plena razón que su jefe de policía puede profesar las doctrinas sociales que más le gusten, pero como funcionario no tiene otro camino que aplicar las leyes...".[29] Los comentarios periodísticos se estaban refiriendo a la forma en que el radical y ex vicegobernador de Menchaca, Ricardo Caballero, ejercía su conducción de la jefatura de policía de la ciudad.

Por otro lado, desde algunos sectores del movimiento obrero, como el Sindicalismo alertaban a los trabajadores:

 

...nos ha llamado la atención... la actitud benévola de la autoridad de Rosario en presencia de los actos de violencia de los trabajadores. Nosotros los sindicalistas revolucionarios, hemos aprendido en las luchas pasadas, que el Estado es una institución de clase, que representa la fuerza y la violencia que somete (que no es la violencia obrera que liberta y emancipa)... Los compañeros en presencia de esos hechos, deben ser muy precavidos y prudentes y no confiar sino en sus fuerzas y en su rebelde capacidad...[30]

 

Evidentemente, el tratamiento que el jefe de policía, le daba a los problemas obreros impactaba en la población y algunos sectores del movimiento obrero, se alertaban ante las acciones desarrolladas por este sector del radicalismo. Desde la jefatura, Caballero, intervino directamente en los conflictos en un rol de árbitro, pero asumiendo la defensa de las reivindicaciones de los huelguistas y ejerciendo presiones sobre los sectores patronales. El mismo Caballero, tiempo después, reconoció haber tenido una conducta parcial, y afirmaba que en las entrevistas que mantuvo con los armadores les aconsejaba ceder ante las demandas de sus obreros (Caballero, 1928). Aparecía con fuerza en las propuestas de Caballero intentar generar vínculos con algunos de los sectores del movimiento obrero local, y ampliar las bases de sustentación del radicalismo santafesino. Claramente esta estrategia de un sector del radicalismo provincial no era nueva, pero consideramos que hacia finales de la década del veinte se profundiza. Finalmente los estibadores consiguen imponer sus demandas y dan por terminado el conflicto.

Luego de estos sucesos, la conflictividad social en Rosario fue en aumento a lo largo de todo el año 1928, En el mes de julio estalló una huelga de los trabajadores tranviarios. Ante la dura posición que mantenía el directorio de la empresa de tranvías, ya que no accedían al diálogo ni a la mediación ofrecida por las autoridades municipales, se les comunicó que existía la posibilidad de perder la concesión del servicio sino se avenían a un arreglo que contemplara las demandas de sus trabajadores.[31] Nuevamente, la presión ejercida por las autoridades municipales obligó a esta empresa a flexibilizar su posición.

El sindicato tranviario de Rosario en ocasión de las elecciones de concejales de la ciudad publicó un manifiesto de apoyo al radicalismo yrigoyenista y particularmente a Caballero:

 

... los obreros tranviarios reconocemos y esa es, en pago de la promesa del Partido Radical auténtico, que nos dio hombres de la talla del Doctor Ricardo Caballero, cuya actuación; al frente de la jefatura de policía, es el más grande ejemplo de democracia y respeto, y que marcará rumbos nuevos para los derechos de los débiles, de los que sufrimos eternamente y que sólo un alma hecha en la lucha como la de ese varón, pudo, después de sufrir todo el peso de la crítica capitalista, implantar sus nuevas teorías de equidad, justicia y de humanidad...[32]

 

Con la huelga de los empleados telefónicos, otra vez el jefe de policía actuó en favor de los trabajadores. Desde un primer momento, la empresa solicitó a Caballero que se hiciera cargo de vigilar las instalaciones para impedir los actos de destrucción y sabotaje que cometían los huelguistas.[33] Una vez más se sucedieron situaciones de tensión entre el sector empresarial y el jefe de policía de la ciudad, ya que este último se negaba a reprimir a los trabajadores. En esta ocasión, Caballero respondía que la intervención del Estado en los conflictos era un instrumento indispensable, para el mantenimiento de la armonía entre los distintos sectores. Y que según su concepción, el Estado debía contemplar las demandas de todos los componentes de la sociedad, pero: "...sirviendo especialmente para amparar a los débiles, contra los egoísmos de los fuertes, ya que estos están suficientemente garantizados por sus situaciones económicas...".[34]

La política laboral desplegada por el caballerismo, exacerbó los ánimos de la burguesía rosarina, que no estaban dispuestos a tolerar las situaciones que se habían creado. En reiteradas oportunidades, desde la Bolsa de Comercio de la ciudad se había solicitado, en primera instancia al gobierno provincial y luego al gobierno nacional la intervención de la ciudad para poner fin a los disturbios obreros que venían sucediendo en forma continua. Estos pedidos no fueron atendidos, hasta que la agitación social se extendió a las zonas rurales cercanas a Rosario impidiendo el levantamiento de la cosecha de ese año.

Ahora a la demanda de intervención de la Bolsa de Comercio se sumó la solicitud de la Sociedad Rural: "No reclamamos el ejercicio de la violencia, para contrarrestar las demandas de los trabajadores (pero) no podemos aceptar el criterio personal de los funcionarios cuando estos se apartan de los principios esenciales del derecho público...".[35]

Ante la sorpresa de las autoridades municipales, el presidente Yrigoyen, y a escasos meses de haber asumido su segundo mandato presidencial, a través de un decreto resolvió la intervención de la ciudad de Rosario. La medida tomada por el gobierno nacional, agudizó las tensiones internas del radicalismo santafesino provocando la renuncia del jefe de policía. La negativa del yrigoyenismo a respaldar la política laboral del caballerismo, en parte estaba relacionada con poner un límite a las aspiraciones políticas de Caballero. Desde los sectores que apoyaban al caballerismo se apostaba a la escisión del radicalismo y la creación del Partido Radical Obrero, en torno a la figura de Caballero.[36] Con el fin de este conflicto se cierra en Rosario una etapa de alta conflictividad obrera, en donde las nuevas reglas de juego de un escenario político ampliado transformaban al conjunto de los trabajadores en un actor social de peso para las distintas fuerzas políticas que disputaban mercados electorales.

 

Comentarios finales

 

La ampliación del régimen político que se dio en nuestro país a partir de la sanción de la ley Sáenz Peña, generó la emergencia de un nuevo contexto, en donde las relaciones de los trabajadores con la política y el Estado se fueron redefiniendo. Así, la provincia de Santa Fe y particularmente la ciudad de Rosario fueron escenarios de estos cambios y de alguna manera anticiparon algunas de las prácticas políticas que luego aparecieron a nivel nacional, con el inicio de la primera presidencia de Yrigoyen. Como hemos visto a lo largo de este trabajo, el radicalismo local desde el comienzo de su gestión intentó fortalecer los vínculos con el movimiento obrero, buscando ensanchar sus bases sociales. En este proceso asistimos a una progresiva politización de la cuestión obrera, en tanto los trabajadores constituían un mercado electoral en disputa entre las distintas fuerzas políticas de la época. En este sentido, queremos señalar algunos aspectos de este proceso. Por un lado, la utilización del arbitraje estatal favoreciendo las demandas de los trabajadores para solucionar los conflictos, constituyó una de las estrategias más importantes del radicalismo para establecer lazos de comunicación con los sectores trabajadores. Este accionar de las autoridades locales provocaba fuertes tensiones no sólo con el resto de las fuerzas políticas, sino que también con los dirigentes gremiales. Evidentemente, una parte de la política laboral del radicalismo era su forma de intervenir en los conflictos y cierta tolerancia que tenían las autoridades municipales y provinciales hacia las huelgas.

Por otro lado, y en cuanto a las organizaciones obreras de la ciudad, nos encontramos con la consolidación de un movimiento anarco-sindicalista en la conducción de los gremios más importantes, en donde convivían con los militantes del Sindicalismo Revolucionario a diferencia de lo que sucedía en la Federación Obrera Regional Argentina, en donde se consolida la conducción Sindicalista, y los sectores anarquistas se mantienen separados con sus propias organizaciones. De esta manera, los vínculos entre el radicalismo de la ciudad y los gremios estaban mediados por los intentos, desde el campo obrero, de reafirmar sus posturas anti-politicista intentando limitar sus reclamos a cuestiones económicas y sociales frente a los desafíos políticos que imponía el proceso democrático que interpelaba a los trabajadores como actores sociales de peso en la construcción de un orden social y político.

 

Bibliografía

 

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Fuentes

 

La Capital (1912-1930)

La Prensa (1912-1930)

La Nación (1912- 1930)

La Rebelión (1913)

El Nativo (1928)

La Protesta (1912-1930)

La Vanguardia (1912-1930)

Bandera Proletaria (1926-1929)

Boletín del Departamento Nacional del Trabajo (1911-1929)

Memorias Bolsa de Comercio de Rosario

 

 

Recepción: 31/07/19

Evaluado: 18/09/2019

Versión Final: 20/11/2019

 



(*) Licenciada en Historia y Profesora de Enseñanza Superior en Historia (Universidad Nacional de Rosario, UNR). Doctoranda en Ciencia Política (UNR). Profesora de Historia Política Argentina (Facultad de Ciencia Política y RR.II. UNR). Miembro Centro Interdisciplinario de Estudios Sociales Argentinos y Latinoamericanos (Facultad de Ciencia Política y RR.II. UNR). Investigadora del Consejo de Investigaciones (UNR). Argentina. E-mail: monserrat.alejandra1@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7422-7329

[1] La Protesta, Buenos Aires, 18 de febrero de 1910.

[2] En esta nueva etapa las organizaciones obreras que la componían la FOLR eran: Constructores de carruajes, Federación Ferroviaria, Ebanistas, Unión Gráfica Rosarina, Empajadores de Damajuanas, Repartidores de pan, Obreros del Calzado, Obreros Panaderos, Conductores de Carros, Dependientes de Comercio, Sastres, Yerbateros, Oficios Varios La Capital, Rosario, 24 de abril de 1913.

[3] La Rebelión, Rosario, 08 de junio de 1913.

[4] La Vanguardia, Buenos Aires, 04 de diciembre de 1912.

[5] La Capital, Rosario, 31 de mayo de 1913.

[6] La Capital, Rosario, 14 de abril de 1913.

[7] La Capital, Rosario, 16 de abril de 1913.

[8] La Capital, Rosario, 06 de abril de 1913.

[9] La Capital, Rosario, 22 de abril de 1913.

[10] La Capital, Rosario, 27 de abril de 1913.

[11] Los gremios que se plegaron fueron: en primer lugar la Federación Ferroviaria, Estibadores, Conductores de Carruajes (patrones y peones), con la solidaridad de estos sindicatos los tranviarios se aseguraron la completa paralización del transporte en la ciudad tanto de pasajeros como de carga. También se sumaron otros gremios locales con capacidad de movilización como los Dependientes de Comercio, Unión Gráfica Rosarina, Obreros Municipales. Y por último gremios más pequeños como los Sastres, Constructores de carruajes, Mosaistas, Ebanistas, Empajadores de damajuanas, albañiles, zapateros, La Capital, Rosario, 27 de abril de 1913. La Protesta, Buenos Aires, 02 de mayo de 1913.

[12] La Capital, Rosario, 25 de abril de 1913.

[13] La Capital, Rosario, 29 de abril de 1913.

[14] La Capital, Rosario, 29 de abril de 1913.

[15] Cámara de Diputados de la provincia de Santa Fe, Diario de Sesiones. 09 de mayo de 1913, p.77.

[16] La Vanguardia, Buenos Aires, 01 de abril de 1918.

[17] La Capital, Rosario, 02 de mayo de 1913.

[18] La Capital, Rosario, 10 de mayo de 1913.

[19] La Rebelión, Rosario, 08 de junio de 1913.

[20] La Capital, Rosario, 10 de febrero de 1914.

[21] La Capital, Rosario, 2 de diciembre de 1914.

[22] La Capital, Rosario, 17 de octubre de 1915.

[23] Boletín del Departamento Nacional del Trabajo, nº 19, diciembre 31 de 1911.

[24] La Capital, Rosario, 24 de octubre de 1915.

[25] La Capital, Rosario, 26 de abril de 1915 y 02 de mayo de 1916.

[26] La Capital, Rosario, 11 de diciembre de 1918. La Nación, Buenos Aires, 12 de diciembre de 1918.

[27] Bandera Proletaria, Buenos Aires 19 de mayo de 1928.

[28] La Nación, Buenos Aires, 10 de mayo de 1928, La Capital, Rosario, 10 de mayo de 1928, Bandera Proletaria, Buenos Aires, 19 de mayo de 1928.

[29] La Nación, Buenos Aires, 21 de junio de 1928.

[30] Bandera Proletaria, Buenos Aires, 26 de mayo de 1928.

[31] La Prensa, Buenos Aires, 13 de julio de 1928; La Nación, Buenos Aires,31 de julio de 1928; La Capital, Rosario, 31 de julio de 1928.

[32] El Nativo, Rosario, 10 de noviembre de 1928.

[33] La Prensa, Buenos Aires, 18 de julio de 1928; La Capital, Rosario, 20, 21 y 22 de julio de 1928.

[34] El Nativo, Rosario, 13 de octubre de 1928.

[35] Bolsa de Comercio de Rosario, Memorias (1929), Rosario: Ponce y Cía., 1929.

[36] El Nativo, Rosario, 29 de diciembre de 1928.