Los cambios en la representación de la estructura capitalista

y su incidencia en la cotidianeidad de la masa marginal entre

mediados del siglo XX y la actualidad. El caso de los habitantes

de una villa de emergencia de la ciudad de San Nicolás

 

Elizabeth Cánepa Moretti(*)

(ISP Nº 3; lizzycanepa@hotmail.com)


 

Introducción

 

El presente artículo forma parte de un trabajo más amplio de investigación desarrollado con ex habitantes de Villa Pulmón y pobladores actuales de Villa Tranquila de la ciudad de San Nicolás. El objetivo principal de dicho trabajo fue estudiar los cambios operados en la subjetividad de los sectores marginales entre mediados del siglo XX (época en que surgió Villa Pulmón, desalojada definitivamente e finales del último gobierno militar) y la actualidad, producto de la incursión del Estado neoliberal durante la década de 1990.

El fragmento seleccionado para esta publicación responde a un paso previo en el proceso de construcción conceptual de la subjetividad como objeto de estudio, y desarrolla los cambios acontecidos en las representaciones que tienen los sujetos marginales sobre la estructura capitalista y la forma en que su cotidianeidad se ve determinada por ella.

Decidimos abordar estas condiciones estructurales en dos indicadores. El primero está anclado en el mundo del trabajo como terreno privilegiado de la dominación y explotación capitalista. El segundo indicador a partir del cual podemos acercarnos a las estructuras es la forma en que se ejerce la dominación política de clase en los ámbitos externos al de la explotación capitalista propiamente dicha. Es decir: las relaciones que se establecen entre los sujetos marginales y las instituciones que constituyen al Estado en tanto Estado capitalista.

 

El trabajo, forma de explotación y método desesperado de

búsqueda de supervivencia

 

José Nun[1] acuña el concepto de “masa marginal” para definir a un sector de la superpoblación relativa (aquella que no encuentra empleo en el mercado formal de trabajo) que, a partir del establecimiento del capital industrial monopólico, ya no cumple la función del clásico ejército industrial de reserva, por no tener empleo ni tampoco la esperanza de hallarlo. Esta porción de la población que no establece relaciones funcionales con el sistema integrado de las empresas monopólicas es el resultado de la contradicción cada vez más fuerte entre el desarrollo de las fuerzas productiva y las relaciones sociales de producción vigentes. El presente apartado se propone definir a partir de qué momento se puede considerar a los sujetos de nuestra investigación como masa marginal.

Hay algo en lo que coinciden los testimonios de los ex habitantes de Villa Pulmón: la presencia del trabajo asalariado como un constante en su vida cotidiana. La posibilidad del desempleo no aparece en los relatos sobre las experiencias de mediados del siglo pasado.

Promediando la década de 1940, con la sanción del “Plan Siderúrgico Argentino”, empezó la historia que le daría marco a la construcción de la Sociedad Mixta Siderurgia Argentina (SOMISA), que comenzaría una década después.

La presencia de la fábrica es muy fuerte en los relatos de los ex habitantes de Villa Pulmón. De hecho, el barrio se comienza a poblar, a mediados de los ’50, de trabajadores provenientes de las provincias del norte del país y de países limítrofes, que, en su mayoría, hallaban trabajo en la construcción de la planta siderúrgica.

Soul[2] (en un trabajo sobre la reconversión productiva de la fábrica con la privatización y su incidencia en las subjetividades de los obreros) señala que en la antigua SOMISA subyacía entre los obreros una sensación del patrón ausente, abonada por el hecho de ser la fábrica una empresa de propiedad estatal, lo que se asociaba fácilmente con la propiedad de toda la comunidad, y también por la preeminencia de un discurso que proponía una alianza de clases en pos del desarrollo nacional, propio de los gobiernos nacional-populistas.

Pero los testimonios no sólo se referencian en la fábrica como medio de ascenso social, éstos nos hablan, en general, a una ciudad diferente, de la cual la abundancia de demanda de mano de obra es su característica más sobresaliente en la memoria de sus protagonistas.

 

“… en ese tiempo venían los camiones ahí adentro de Villa Pulmón a buscar gente. Vos salías a la esquina que ahora es Viale y Sarmiento. Ahí en la esquina había un bolichito… y nosotros nos poníamos ahí en la esquina y venían los camiones a buscar gente todos los días, trabajo a patadas había en ese tiempo” (Gabriel, 50 años, ex habitante de Villa Pulmón, desalojado en 1979).

“… uno llegaba acá y al otro día tenía trabajo. Yo me acuerdo: llegué en el año ’62 a San Nicolás, en marzo del ’62, y al otro día tenía trabajo” (Félix Moreira, ex habitante de Villa Pulmón y ex integrante de su Comisión Vecinal).[3]

 

Villa Pulmón, entonces, permanece en el recuerdo de sus ex habitantes como un barrio que se edificó gracias al trabajo y al esfuerzo de las personas que venían del norte a construir la gran industria del país, la “industria de industrias”, aquella gracias a la cual San Nicolás se ganó el apelativo de “la ciudad del acero”. Subyace en este relato, si se mira bien, una reedición del mito del inmigrante italiano de principios del siglo XX, que vino al país a “hacer patria” con su trabajo, pero adaptado a las condiciones de medio siglo después.

Ya hacia mediados de la década de 1970, Félix da cuenta de una reducción en la demanda de mano de obra. Este es el momento que Basualdo señala como aquél en el que el modo de acumulación basado en la industrialización por sustitución de importaciones entra en su período de crisis más aguda evidenciando algunos cambios en el papel que buscaba cumplir el Estado, que abandonaba la pretensión de conducir una alianza entre la burguesía nacional y los sectores populares para pasar a ser el garante de una asociación entre la gran burguesía extranjera y los sectores más dinámicos de la burguesía nacional.[4]

Muy distinto es el relato de los actuales habitantes de Villa Tranquila. En ellos, incluso en los pocos que poseen trabajo formal, la carencia económica está siempre presente como un problema, si no explícito, que subyace bajo los aspectos más variados de la cotidianeidad.

De hecho, a diferencia de la situación de mediados del siglo, cuando el trabajo formal era una constante que no se ponía en duda, hoy los habitantes de Tranquila subsisten mayormente gracias a algún tipo de financiación estatal, asistencias por parte de instituciones como la iglesia, todo esto complementado con el trabajo esporádico, mayormente informal o como forma de desempleo encubierto, a través de las cooperativas financiadas por el estado nacional. Son pocos los casos de familias en las que uno de sus integrantes tiene empleo formal. En el otro extremo tenemos la situación de muchos niños y adolescentes que sobreviven gracias a “empleos refugio”[5], combinados con prácticas reñidas con la ley, como la compra y venta de artículos robados o el robo mismo.

Fueron varios los factores que hicieron que, desde mediados de siglo en adelante, la inserción laboral de los jóvenes se fuera retrasando progresivamente. Uno de ellos es el alargamiento de los estudios secundario y terciario. Pero, sobre todo  a partir de mediados de los ’70 y con más intensidad después de la crisis económica de fines de los ’80, comenzamos a ver un amplio grupo de jóvenes que no trabajan pero tampoco estudian, y cuya inactividad no puede relacionarse con la denominada “moratoria social” de la que gozan los sectores de clase media, sino que está directamente relacionada con la dificultad para conseguir empleo, producto del crecimiento de la desocupación del cual fuimos testigos durante las últimas décadas. Estos jóvenes se encuentran en un estado de desafiliación de las instituciones que tradicionalmente habían garantizado la inclusión social: la educación y el empleo, y pertenecen a los sectores de menores ingresos. Sólo por citar un ejemplo, en 1994 el índice de desocupación en jóvenes que tenían entre 14 y 24 años era del 23 %[6] (a estos datos deberíamos agregar los índices del sub empleo o empleo en negro y tener en cuenta, además, que los índices de desocupación sólo se miden para aquellas personas que manifiestan estar buscando trabajo y no para aquellos que ya abandonaron esa tarea). También la inserción laboral de las mujeres es notablemente menor en estos sectores que en los de ingresos medios y altos.[7]

El surgimiento de este tipo de “desocupados estructurales” es un dato relativamente novedoso en el capitalismo de nuestro país, que siempre se había preocupado por mantener ciertas tasas manejables de desocupación como ejército industrial de reserva que funcionara de herramienta de disciplinamiento de la clase trabajadora y de regulación de los salarios. En el punto de desarrollo actual de las fuerzas productivas, sin embargo, hay una fracción de la población que ya no establece ninguna relación funcional para con el mercado de trabajo (ni siquiera la de ser ejército industrial de reserva) y que constituyen una masa marginal que se encuentra por completo fuera del sistema de explotación capitalista, por haber sido expulsada de él.[8]

En la población estudiada, son los niños y adolescentes quienes cumplen con las características que señalamos arriba; quienes por lo general no han conocido en sus padres la posibilidad de un empleo formal y estable y que en la actualidad se encuentran expulsados, no sólo del mercado de trabajo, sino también de las instituciones que antes funcionaban de nexo entre el mundo familiar y laboral, la principal de las cuales es la escuela pública.

 

Braian: Yo recién vengo del bario Güemes. Estaba trabajando allá.

E: ¿De qué trabajabas?

B: De celular, de bicicleta…

E: ¿Sí?, ¿afanan?

B: (hace un gesto)

E: ¿Qué es…?, ¿qué significa eso, sí o no?

B: Sí.

Federico: Algunas veces.

E: ¿Para qué usan la plata?

F: Para comer.

B: ¿No viste que ya compramos una gaseosa? Ahora voy con esto y me voy a la rotisería” (Braian y Federico, 16 años,habitantes de Villa Tranquila).

 

Entre los habitantes adultos de Villa Tranquila no encontramos este grado de marginación total del mercado de trabajo, pero sin embargo la situación no es tan diferente. Ya mencionamos la importancia de la asistencia económica por parte del estado, mediante planes como el Plan Trabajar o la Asignación Universal por Hijo. Complementando esto, las mujeres que son el principal sostén de sus familias suelen trabajar en el servicio doméstico o en la venta de artículos religiosos en los puestos que se habilitan los domingos sobre la calle (que se corta para hacerse peatonal) por la que transitan los peregrinos que visitan el santuario[9]. Los 25 de septiembre (día que mayor cantidad de peregrinos acuden a la ciudad por ser la fecha establecida como el aniversario de la supuesta aparición de la Virgen) significa para muchos habitantes de Tranquila la posibilidad de conseguir una entrada extra, ya sea mediante la venta de agua caliente, torta asada y demás artículos comestibles en el caso de las mujeres, como cuidando coches, vendiendo estampitas o pidiendo monedas a los peregrinos por parte de los niños.

Tanto en el caso de vendedores ambulantes como en el de empleadas domésticas, son empleos no registrados y, por lo general, remunerados insuficientemente, de manera que sólo sirven como un complemento de otros ingresos y nunca como el sostén único de la familia.

 

“Yo soy vendedora ambulante desde hace 25 años, en la Virgen.

E: ¿Se trabaja bien?

Y… se vive. Se sobrevive mejor dicho. Acá cada uno tiene su aporte, tiene su trabajito también ahí, que venden de mano, cada uno para sus gastos. El 25 de septiembre es cuando más que nada podemos aprovechar un poquito como para decir ganar una moneda, pero si no es para estar la moneda al día” (Griselda, 50 años, habitante de Villa Tranquila).

 

En el caso de los hombres predominan las “changas”, por lo general en trabajos relacionados con la construcción de manera independiente o a través de alguna “cooperativa” que trabaja en la construcción de casas populares, en el mejoramiento de calle y veredas, etc. Los jóvenes, por lo general, ingresan tempranamente en el mercado laboral (aunque más no sea como trabajadores desocupados) por lo que son escasísimos (de hecho no conocemos ninguno) los casos de jóvenes que hayan emprendido alguna carrera terciaria, e incluso la finalización de la secundaria se hace dificultosa, por la necesidad incuestionable de contribuir a la economía familiar.

Otro factor que colabora a deteriorar aún más la economía doméstica es la existencia, muy habitual, de algún miembro de la familia en prisión. Esta situación, además de lo que acarrea en términos de la subjetividad de los habitantes, implica la necesidad de aportar económicamente a una persona que, por estar privado de su libertad, no puede colaborar con su trabajo al sostén de la familia. En otras palabras, un miembro de la casa en prisión es, en términos de la economía doméstica, una entrada de dinero menos y un gasto más.

 

“… así mismo que él (su esposo) no es el padre, él me da para llevarle al penal (a su hijo), él me lleva al penal, le compra de todo, él lo va a ver, todo; tiene una buena relación con ellos. Pero, viste, si no tenés un peso no te movés para ningún lado. Yo también tengo ayuda del santuario que me dan, tengo ayuda de la catedral que me dan el bolsón; la leche, me dan la tarjeta. Mal que mal es una ayudita que por ahí la mercadería te ayuda; además tengo la mano de él que él cuando cobra hacemos una provista y le lleva, y mis hijas que también no lo abandonan. Pero es duro para todos, es otra familia más, mantener otra familia más, o sea que yo acá tengo dos familias… cuando él estuvo el Ramallo, ay, yo y mi hija viajábamos a Ramallo, teníamos que tener plata para llevarle comida, toda comida hecha; plata para el colectivo, ir y venir, para los cigarrillos, porque él en ese tiempo fumaba… que pedía esto, que te pedía lo otro, él decía si podía, pero ese podía era obligación, y sí… podés (Marcela, 40 años, habitante de Villa Tranquila).

 

En el título de este apartado desdoblamos el concepto de trabajo proponiendo dos funciones que éste puede cumplir: forma de explotación capitalista tradicional cuando hablamos de empleo asalariado, o medio de búsqueda desesperada de la supervivencia cuando trabajar significa buscar, y a veces inventar, métodos de sobrevivir en un ambiente que se presenta a todas luces como sumamente hostil. Esta última concepción de trabajo es la que le corresponde a la masa marginal, que circula por los bordes intentando, por todos los medios, no caer del sistema, sin saber, a veces, que ya están fuera de él. Esta es la definición de trabajo que encontramos más adecuada a la situación actual de la mayoría de los habitantes de Villa Tranquila, sobre todo los más jóvenes, que son a su vez los que tienen menos recursos para afrontarla. De todas maneras, el hecho de que no se de claramente una explotación (en tanto creación de plusvalía), ante la ausencia de un empleo asalariado, no significa que estos sujetos puedan desarrollar su vida totalmente fuera del sistema capitalista. Excepto las escasas ocasiones en las que se “trabaja” para la producción de bienes de consumo inmediato (en el caso de los adolescentes cuando pescan o cazan carpinchos en la isla para su propia alimentación), lo que se busca con las changas o con los diferentes empleos refugio a los que hicimos referencia es siempre ganar dinero; este dinero regresará nuevamente al mercado, para colaborar, a través del comercio, a la realización de la ganancia del capital.

Aún así, y quizás porque las ideas siempre resisten más tiempo en el sentido común que la realidad concreta que las sostenía, la idea de un trabajo formal permanece, sobre todo en los adolescentes, como algo no sólo deseable sino realizable en el corto plazo, siempre y cuando ellos decidan cambiar determinadas actitudes para conseguirlo.

 

E: ¿Qué quieren hacer en el futuro?

Claudio: Trabajar.

Federico: Yo voy a ir a la escuela.

Braian: Eso sí, estamos por ir a la escuela, el año que viene.

E: ¿Para qué quieren ir a la escuela?

F: Porque queremos terminar, queremos entrar en la fábrica.

B: Sí, para seguir aprendiendo y para ir a la metalúrgica, allá.

(…)

E: ¿Quieren tener hijos alguna vez?

 

C: Y, si viene es lo que hay, o no. Si tengo, y bueno, yo me hago cargo de una, me busco un trabajo, sabés cómo trabajo, sí. De una, yo entro a trabajar, todo, me re cabe eso. Sí, hay que cambiar de vida” (Claudio, 15 años; Federico y Braian, 16 años).

 

Perdura, en el caso de los adolescentes entrevistados, una valoración del trabajo como aquél medio, si no ya de ascenso social, por lo menos de construcción de cierta estabilidad y tranquilidad (tanto en términos económicos como en el caso de su relación siempre conflictiva con la policía y con el poder judicial). Lo llamativo (y que nos alerta sobre lo poderosos que suelen ser este tipo de discursos sociales) es el hecho de que estos jóvenes, en su mayoría, no tienen ejemplos en su entorno inmediato con los cuales argumentar su creencia, que está referenciada más bien en una serie de valores propios de la sociedad industrial que aún sobreviven en el sentido común de los sectores populares.

 

El Estado capitalista. Las formas de ejecución de la dominación

política y social

 

Ya mencionamos, en el apartado anterior, las formas de intervención estatal en las cuestiones que tienen que ver con la vida económica de los sujetos de nuestra historia: la importancia de SOMISA como empresa estatal como mayor fuente de trabajo de los habitantes de Pulmón y el rol asistencialista ejercido por el Estado en la actualidad.

Pero hay otras formas no vinculadas directamente con lo económico en las que las distintas instituciones estatales hacen pesar la dominación de clase y las relaciones sociales imperantes en cada época determinada. Nos proponemos ahora estudiar los tipos de relación que con las instituciones estatales establecieron los habitantes de Pulmón y de Villa Tranquila y la forma en que las diferencias y continuidades que encontremos expresan los cambios en las funciones que el propio Estado decidió asumir en los diferentes momentos de la historia.

 

Las instituciones represivas

Merker[10] señala que, a partir de 1983 y después de la experiencia traumática de la dictadura militar, se produce en el conjunto de la sociedad el rechazo a la violencia como método válido de acción política. De ahora en más existe una violencia “legal” ejercida por el estado sobre la población civil y que se usó para reprimir los estallidos sociales de 1989 y 1991. Pero paralelamente a esto, se empieza a desarrollar otro tipo de violencia, calificada de “ilegal”, perpetrada por las fuerzas represivas, sobre todo la policía, sobre los sectores marginales de la sociedad, y más a menudo sobre sus miembros jóvenes, que son frecuentemente maltratados, detenidos arbitrariamente, torturados y desaparecidos en las comisarías o asesinados en los casos de gatillo fácil. El estado democrático ya no utiliza el monopolio de la violencia que ostenta para perseguir sistemáticamente a militantes políticos. El foco de represión ahora se trasladó a este grupo humano sobrante que son los expulsados del sistema capitalista, que no encuentran ningún rol útil dentro de la sociedad más que servir de chivo expiatorio para justificar la implementación de políticas represivas cada vez más duras. En este sentido, la institución policial aparece como resguardando el orden, perturbado constantemente por la peligrosidad social que representan estos sujetos.

Si bien en el testimonio de nuestro entrevistado se refleja que los habitantes de Villa Pulmón, incluso antes de 1976, ya eran objeto de hostigamiento por parte de las fuerzas represivas, las huellas subjetivas que dejó esta represión son radicalmente distintas a las que podemos ver en los adolescentes que la sufren hoy como una constante en su cotidianeidad. En el caso de Pulmón, los relatos sobre el accionar policial en la villa previos al ’76 muchas veces forman parte de anécdotas que se recuerdan incluso con cierto grado de comicidad y que hacen referencia a otras cosas; son historias en las que la represión aparece pero sin ocupar un lugar principal ni preponderante, sino más bien formando parte de una descripción paisajística.

 

“… ahí te levantaban, eras menor, no eras menor, te llevaban igual, y entonces cuando veíamos que venía allá el ‘trencito de la alegría’ (risas). Sí, cuando veíamos que se metía el trencito de la alegría era un solo disparar... Me acuerdo que una vez me supieron correr, porque estaba el gordo, un milico, y no me quería ese gordo a mí porque mi viejo fue también policía, y yo tenía, el que fue comisario, a mí me quería un montón, si yo iba a la comisaría ese tiempo que era chico, me conocía. Y el gordo éste a mí no me quería, no sé por qué si yo nunca le hice nada, y me corrió una vez porque quería que yo me pare, No -le digo- por qué me voy a parar; y ¡Quedate ahí!, él de arriba del auto… me quería llevar, no sé por qué. Me empezó a correr, agarré salí por la calle y me corrió en el auto. Ahí me fui por el bajo y ya una vez que agarré el bajo ahí, la barranca, los caminos los conozco. Y se bajó el gordo éste a buscarme, me va a encontrar, sí… Y di toda la vuelta, salí acá en Alberdi, era un día sábado; de ahí de Alberdi me vine, subí Alberdi y me vine al club San Martín que se hacía baile ahí y me quedé en el baile” (Gabriel).

 

Para nuestro entrevistado las razias policiales que eran moneda corriente en el barrio durante su juventud no representan un evento traumático, más bien forman parte de un relato que hace hincapié en otras cuestiones cotidianas, como ir al baile los fines de semana.

La situación cambia cuando hablamos del período de militarización del Estado. A partir de 1976, la represión adquiere otro tono. Por un lado, se comienza a perseguir con mayor atención a los activistas políticos, de los cuales había muchos que desarrollaban su militancia en el barrio. Por el otro, la persecución de clase llega a su máxima expresión con los desalojos de Villa Pulmón en 1979 y, de manera definitiva, en 1982. En este período sí podemos ver, a diferencia de los años precedentes, una mayor impotencia por parte de los habitantes de la villa, un mayor grado de indefensión ante un aparato represivo al que no se atrevían a enfrentar; la militarización del estado alimenta un temor que conduce a la inmovilidad. De esta época, el hecho que marca más profundamente a los habitantes de Pulmón es, sin duda, el desalojo. Este episodio es vivido por quienes lo sufrieron como un ataque a una propiedad que había sido conquistada con el trabajo; en este sentido la destrucción de partes de las casas y de objetos personales durante las incursiones del ejército a la villa (antes y durante el desalojo), y el despojo de algunos bienes de los ocupantes son sentidos como atropellos que hieren profundamente la memoria de nuestro entrevistado.

 

“… estaba yo desayunando, estaba tomando mate cocido y tenía todo tejido así en el fondo. Y siento que los perros ladraban y por ahí siento que saltaban, y miro por la hendija de la ventana: milicos. Le digo a mi mujer ‘sonamos, los militares’. Al ratito pum, pum, la puerta, con la culata del fusil. Abro, los milicos, afuera, y la sacan semidesnuda a mi mujer también. Y me denuncian, según me entero, un vecino mío… que yo era comunista y que yo tenía armas.

‘Y dame las armas, dame las armas, te vamos a llevar con cuatro cadenas’ me decían los milicos… Me rompieron todo el cielo raso, el colchón, teníamos uno de esos colchones dobles… que era tipo paja para el verano de un lado, y del otro era tipo estopa… me lo rompieron todo, el cielo raso, todo me hicieron bolsa (…)

Resulta que en la planilla que ellos te dejaban (al reubicar a la gente después del desalojo) y que tenían ellos también te hacían firmar por 15 de cemento, 15 de cal y 15 de Plasticor y resulta que te dejaban 5, 5, y 5. Y después eran 10 chapas nuevas… y después cuando vos ibas a mirar las chapas tenían unos agujeros así, eran unas chapas re podridas que te dejaban… Yo igual les reclamé pero no, no hubo caso. Y después me llevaron las camionadas de… yo tenía dos camionadas de escombro para llevar al terreno donde estaba edificando yo y lo llevaron a eso, se lo llevó el arquitecto Ocari para la casa quinta de él. Tenía 600 ladillos que tampoco fueron a mi casa, fueron todos para allá para la casa de él” (Gabriel).

 

Por otro lado, se vive también como la desarticulación de una serie de lazos sociales que se tejían en la convivencia cotidiana en el barrio, lazos que no sólo tenían que ver con la acción política, sino también con una fuerte carga afectiva depositada en unas relaciones de vecindad a las que no se quería renunciar, dándose casos de personas que habían podido construirse casas en otros barrios, pero que decidían seguir viviendo en Villa Pulmón (seguramente con condiciones infraestructurales mucho más precarias de las que podían tener en sus otras viviendas) por conservar cierto apego al lugar y a la relación con los vecinos de allí.

 

“Yo ya tenía edificado allá en barrio Moreno. En esos tiempos me faltaba el techo nomás. Pero yo no quería irme de Villa Pulmón, si yo estaba bien ahí, o si me iba después volvía ahí como fin de semana. Yo de la villa no me quería ir, si estaba bien ahí, vivía bien, tranquilo (…)

… mucha gente tenían sus terrenos, casi la mayoría tenían sus terrenos. Había gente que tenía casas, que trabajaban en SOMISA y tenían casas que yo conozco porque yo mismo les iba a ayudar, tenían unas casas pero a todo trapo, y después ellos las alquilaban y seguían viviendo en Villa Pulmón” (Gabriel).

 

Mientras que la violencia ejercida por el Estado contra la clase trabajadora en los ’70 tenía un objetivo principalmente político, en tanto lo que se buscaba era forzar al proletariado a que aceptase una posición sumisa con respecto a la explotación capitalista que se pretendía imponer a un nivel cada vez más intensivo, no se puede decir lo mismo de la agresión que día a día deben soportar los habitantes de Villa Tranquila y del resto de las villas y barrios marginales del país. Los obreros de los ’70 eran reprimidos pero, al mismo tiempo, estaban incluidos institucionalmente en la sociedad a través del trabajo asalariado, de su participación política y sindical (aunque fueran reprimidas), todavía contaban con lazos firmes que los ataban a un tipo de sociedad del cual formaban parte de manera funcional; los obreros de los ’70 fueron, en su tiempo, los últimos sobrevivientes de un tipo de organización social que ya entraba en caída libre y que se encargaría de arrojar fuera a muchos de ellos (y sobre todo a sus hijos) algunos años después.

Hoy, los jóvenes que habitan los barrios urbano-marginales como el que estudiamos virtualmente ya no forman parte de una sociedad que se encargó de expulsarlos incluso desde antes de su nacimiento. La mayoría de estos jóvenes ya no son mano de obra precarizada, ni siquiera ejército industrial de reserva, no encuentran mecanismos legales de integración a la sociedad. La agresión que sufren por parte de la institución policial, entonces, viene a ser sólo la expresión física de una violencia mucho mayor que se ejerce en todos los planos de sus vidas (económico, social, educativo, cultural, etc.). La represión hacia ellos no tiene un claro objetivo político; por lo tanto, la violencia no se ejerce sobre algún aspecto específico de la vida de estos sujetos, sino sobre el solo hecho de su existencia. De los testimonios se desprende que el objetivo más visible de la agresión es la denigración del sujeto en todos los aspectos de su identidad. Para esto, el arsenal de la institución policial va desde los insultos y los gritos en espacios públicos, de manera que lo escuchen los transeúntes ocasionales; la condena de su forma de vestirse, deteniendo jóvenes por “portación de cara”; las detenciones arbitrarias “por causas viejas” (como expresan ellos), o sea, por el hecho de alguna vez haber tenido problemas con la ley sin importar lo que estén haciendo en la actualidad; las amenazas de muerte; el maltrato físico, los golpes excesivos y hasta las agresiones con armas de fuego; las incursiones de la policía a la villa, arma en mano, disparando a mansalva; el robo de los DNI. Lo que se intenta es impugnar al sujeto en su totalidad, su sola existencia como remanente de la sociedad, su intento desesperado de subsistir e incluso de adaptarse a las reglas impuestas por la legalidad del Estado[11].

 

“Federico: A veces nos pegan cuando vamos a la comisaría. El otro día cuando nos agarraron a nosotros le pegaron a él adentro del patrullero.

Claudio: Le pegaron, ¿viste la uzy esa que usan?, le pegaron con eso.

E: ¿Y por qué los agarran, siempre porque están haciendo algo o a veces los agarran por estar en la calle nomás?

F: A veces nos agarran por causas viejas.

C: Sí, el otro día me agarraron allá y me pegaron a mí, estaba juntando cobre adentro de una casa y me pegaron, encima me sacaron los documentos también. Encima el otro pibito tiene 10 años y lo agarraron a patadas en el piso.(…)

F: La policía re molesta. A veces cuando estamos en el centro, hay un montón de gente y nos paran ahí.

C: Encima amenazan, todo. A mí me amenazaron de muerte la otra vez.

F: Te gritan caco, de todo delante de la gente… una re vergüenza te hacen pasar.(…)

C: Avos no te gustaría que se te pare un policía cuando está toda la gente y mira y te empieza a decir así que éste es un caco, que éste roba, que pum que pan, y vos te vas a sentir re zarpado. No te va a gustar, porque te mira toda la gente y qué va a pensar” (Claudio, 15 años y Federico, 16 años).

 

“Era mucha la delincuencia y mucho la policía que venía, tiraba, vos estaban ahí con las criaturas afuera, era mucho peligro, es muy feo para criar una criatura ahí. Yo cuando estaba ahí yo tenía mi casa y atrás daba con el campo y ellos entraban y salían corriendo que los corría la policía y la policía tiraba y yo tenía a mis chicos ahí en el patio y no les importaba nada. La última vez que me pasó a mí me pasó que uno de los chicos éstos le tiró con la gomera a la policía, y la policía tiró con la escopeta de ellos y el bebé que yo tenía estaba sentadito y le pegó el tiro acá al costado (se señala al lado de la cabeza)” (Laura, 35 años, ex habitante de Villa Tranquila).

 

Ante esta mutación de la represión que señalábamos, también cambia la forma que tienen los sujetos de enfrentarse a ella. Para los adolescentes entrevistados los abusos policiales son vividos como episodios profundamente traumáticos, que marcan negativamente su personalidad y que colaboran en la acumulación de rencor en contra de una sociedad que no les da cabida. Ellos son totalmente conscientes de que tienen derechos que están siendo vulnerados y de que no pueden hacer nada para evitarlo y esa constatación los hiere profundamente en su subjetividad. Estos jóvenes, a diferencia de los militantes políticos de los ’70, están desafiliados de las instituciones que en otro tiempo operaban de socializadoras y de nexo con la sociedad productiva, no encuentran asidero sólido en la sociedad de derecho, por lo cual no tienen mecanismos para emprender una defensa contra las agresiones de que son víctimas. La sensación que dejan los testimonios es la de una extrema vulnerabilidad ante los abusos de la institución policial, debido a la inexistencia de instituciones a los cuales los jóvenes puedan asistir a reclamar por sus derechos. Cabe aclarar que la desafiliación no significa que los sujetos carezcan de todo acceso a la sociedad de consumo, sino que de lo que carecen es de medios legalizados y legítimos para este acceso. En la pelea por la supervivencia, los jóvenes marginalizados suelen hacerse de mecanismos para acceder a ciertos bienes que la sociedad ofrece, pero estos mecanismos están siempre por fuera de la legalidad que la misma sociedad de la publicidad y la oferta excesiva establece. En palabras de Míguez, “… muchas veces la transgresión es la manera de alcanzar, aunque sea transitoriamente y a un alto costo, las metas que la sociedad propone pero que no pueden lograrse por los caminos legales que ella misma habilita”[12].

Por otro lado, la existencia efectiva de hechos delictivos por parte de los agredidos puede llegar a utilizarse como una forma, si no de justificación, por lo menos de atenuante de la condena a la brutalidad policial, incluso en los discursos de personas que, en teoría, manifiestan estar en desacuerdo con esta realidad. Así prevalece un discurso en el que este tipo de violencia represiva no se considera un problema político estructural sino únicamente una cuestión de delincuencia.

 

“Yo como persona me duele más que a nadie porque veo el proceder de la policía, pero qué puedo hacer yo, no sé, yo se lo transmito a la asistente social y ver cómo podemos ayudar a los chicos… Y después, que a los chicos los toquen, si no van los padres, los familiares, yo no puedo ir a hacer una denuncia en nombre de este niño o qué. La problemática del robo está, no puedo ir a decir no, vos lo llevaste preso y él no robó, porque yo sé que pudo haber ido a robar, porque no tiene de dónde sustentarse” (Graciela, 35 años, habitante de Villa Tranquila y presidenta de la Comisión Vecinal).

 

El estigma de la cárcel

Mención aparte merece el lugar que ocupa la cárcel (como amenaza y como realidad) en la vida cotidiana de las poblaciones marginales, con un estrecho contacto con ciertas prácticas delictivas. Es difícil encontrar en Villa Tranquila alguno de sus habitantes que no tenga un pariente más o menos cercano o un amigo que esté o haya estado privado de su libertad; la causa más habitual es el robo, a veces con uso de algún arma blanca, en algunos casos estrechamente relacionado con la pelea por la supervivencia, ya sea como una práctica habitual u ocasional.

Si bien, como señalamos, la cárcel es algo muy común para la población estudiada, no por eso deja de ser vivido por la familia del interno como una experiencia desagradable y hasta traumática, sobre todo en los casos de adolescentes que apenas cumplieron los 18 años. Se emprende entonces una búsqueda de culpables, que por lo general hacen referencia, por un lado, a una supuesta mala crianza y falta de contención, y por el otro a “la junta”.

 

“… yo tengo a mi hijo, el Tara. Él ahora hizo una re macana y hace como 7 meses que está adentro. Se empastilló, se tomó todo, se recontra re drogó y fue a la esquina a robar un par de monedas, le pegó al dueño del local. Robo calificado le pusieron (…) Yo siempre se lo hablaba a él, siempre lo hablaba, lo que pasa es que había mucha junta de todos menores, y andaba con éste, andaba con el otro (...) yo lo criaba a mi manera y mi mamá lo crió de otra manera, como diciendo ‘andá hasta la esquina y después vení a la hora que vos querés’” (Marcela).

E: ¿Y cómo se vive en la familia cuando hay un familiar preso?

Y mal pero… qué se yo. La madre… yo a mis hijos no les decía ‘andá a robar’. A mi hermana no le importa nada” (Carola, 37, habitante de Villa Tranquila).

 

La vida familiar sufre en estas circunstancias una desestructuración afectiva, sobre todo en los casos en los que la distancia al penal (hay casos de chicos encarcelados en la vecina ciudad de Ramallo, o en Junín) impide las visitas frecuentes y la mantención de una comunicación fluida. El interno, por su parte, también vive la cárcel como una experiencia traumática, sobre todo en el caso de adolescentes que son encerrados por primera vez, debiendo sobrevivir y hacerse respetar en una ambiente hostil, que además los considera como recién llegados; teniendo que esforzarse, al mismo tiempo, por mantener “buena conducta”, con la intención de lograr alguna conmutación de penas. Míguez[13] señala que mucha veces los jóvenes presos, al haber perdido los lazos con sus compañeros de la calle, suelen recuperar la ligazón afectiva con sus familias, e incluso intentar métodos de adaptación a las reglas que la sociedad les impone.

 

“… él me extraña mucho, me escribe cartas, porque él dice que no me supo valorar a mí, las palabras que yo le decía, a la gente que lo quiere afuera. Son muchas cosas, vos sabés que es horrible la cárcel… Ahora él está en la escuela, va a la iglesia, cosa que nunca quiso ir a la escuela... Él hizo hasta 4º o 5º grado me parece, y ahora está siguiendo allá y tiene buena conducta, con eso lo favorece en la causa. (…) Yo no lo abandono ni ahí a mi hijo. Eso es lo que por ahí a él le duele, que yo siempre esté. Él a mí me dice Marcela, toda la vida fui Marcela para él, y ahora que está adentro yo soy la mamá, entonces yo le digo ahora soy tu mamá. Él el 10 de junio cumplió los 18, lo estaban esperando” (Marcela).

 

Para los adolescentes también resulta problemático ver cómo, uno a uno, sus amigos y familiares cercanos van siendo encarcelados a medida que cumplen los 18 años. Como dijimos, la casi totalidad de los jóvenes encerrados lo está por robo. En este sentido, debemos tener en cuenta que “El ‘robo’, frente a la dilución de ofertas asociativas de índole cultural, políticas o sociales, motoriza la grupalidad (…)… es uno de los códigos de socialización en los escenarios que frecuentan los jóvenes”[14]. Así, la cárcel no sólo clausura (al menos momentáneamente) esta grupalidad que se construye en los bordes de la clandestinidad, sino que también la condena; la cárcel es quizás la evidencia más clara que tienen los jóvenes para comprender que los medios de subsistencia que supieron inventarse son impugnados y castigados por la sociedad. No sólo por algunos miembros particulares de ella (vecinos, policías, jueces de menores), sino por toda la sociedad, por las reglas que ésta establece y acepta como válidas, sin importar cuántos queden afuera de ellas.

 

Las instituciones “inclusivas”: la escuela y la iglesia

La escuela pública ha sido, desde principios del siglo XX, la institución por excelencia creada por el Estado para que se encargara de la inclusión, de construir un puente entre el ámbito íntimo de la familia y el más amplio del mundo productivo, es la institución en la cual se deposita la función de convertir a los niños en miembros productivos de la sociedad; también era la primera instancia de estratificación social, con los colegios nacionales para la formación de los líderes de la burguesía, las escuelas normales para la única función laboral reservada para las mujeres: la de maestra y, ya a mediados de siglo, las escuelas técnicas para los hijos de trabajadores, que también serían (obviamente) trabajadores. Pero más allá de este rol clasificador, durante todo el siglo XX la escuela pública construyó una promesa (de ascenso social, de posibilidad de conseguir un empleo, etc.) que tenía la capacidad de interpelar a los sujetos y que, en cierta medida, llegaba a ser creída por ellos. La eficacia simbólica del discurso escolar se mide en la capacidad que tuvo de construir subjetividad, de modelar un tipo especial de sujeto (el alumno) alrededor de esta ficción y en función de ella.[15]

Muchos de los primeros habitantes de Villa Pulmón tenían una escolaridad incompleta, llegando a haber casos de personas analfabetas. Aún así, la inserción escolar de la población de la villa era alta: los niños asistían a la escuela nº 20, a pocas cuadras del barrio (donde ahora hay un jardín de infantes al que asisten algunos de los chicos más pequeños de Tranquila) y los adultos tenían la oportunidad de terminar sus estudios incompletos en una improvisada escuela nocturna que funcionaba en una casilla de la villa. La escuela era incluso un lugar de socialización y de amistad entre los vecinos.

En la actualidad, esa ficción creada por la escuela pública ha dejado de tener capacidad de construir subjetividad para algunos sectores de la sociedad. En Villa Tranquila los padres se esfuerzan para que sus hijos asistan a la escuela primaria y adquieran, por lo menos, los contenidos básicos. Pero, más allá de eso, la escuela no aparece como un núcleo central en sus discursos; por otro lado la relación de la educación con la posibilidad de conseguir un empleo estable o con algún tipo de ascenso social no está presente en las familias de los niños escolarizados. Al mismo tiempo es en la institución escolar en donde los chicos (y sus padres) suelen sufrir la discriminación tanto por parte de sus compañeros como de los padres de éstos o incluso de las mismas autoridades escolares,  por provenir de una villa que está vista en la ciudad de manera estigmatizada.

En el caso de los adolescentes no escolarizados, esta discriminación llega hasta los límites de expulsarlos abiertamente del sistema. Duschatzky y Corea[16] señalan la existencia de un desfasaje entre la imagen abstracta que perdura en la organización del sistema escolar sobre el ideal moderno del alumno y la realidad de los niños y adolescentes actuales, que ya no son lo que la escuela espera que sean. Cabe aquí preguntarnos qué fue lo que cambió en el camino, porque “… si los niños y los jóvenes ya no son lo que eran, desde la perspectiva de la subjetividad, esto se debe a que las condiciones institucionales que hicieron posible tales tipos subjetivos hoy han perdido eficacia”[17]. Arriesgamos aquí, como respuesta preliminar, que la escuela pública del siglo XX fue concebida en el contexto de un Estado nacional con una fuerte injerencia en los planos económico  social, con un claro objetivo inclusivo (más allá de las críticas que podamos hacer al tipo de inclusión que se buscaba) en el período de nacimiento y desarrollo del capitalismo nacional. En la actualidad el mandato fundacional de la escuela no ha cambiado, mientras que sí cambió la realidad en derredor de ésta. Una escuela inclusiva en los tiempos de un capitalismo en crisis, que ya no demanda enormes masas de mano de obra y que, por el contrario, cada vez arroja a más seres humanos del otro lado de las fronteras del sistema, es un contrasentido. El objetivo principal de la escuela pública, entonces, ha quedado obsoleto para una cantidad siempre creciente de sujetos. En este sentido, el sistema educativo, al expulsar a los jóvenes marginales, sólo reproduce (y en cierta medida legitima, tristemente) la realidad que el actual punto de desarrollo del sistema de producción y reproducción del capital ha decretado de antemano.

 

E: ¿Cuál era la reacción de las escuelas cuando intentabas anotar a Gustavo?

Y ya sabían, y me decían que no sé, que tendríamos que hablar, tenían que hablar con la chica del CPA (Centro de Prevención de las Adicciones) y yo les decía que no me lo querían tomar en la escuela, a ver si ellas podían hacer algo, así que ellas, por intermedio de ellas, hablaban; pero tenían miedo porque era un pibe adicto, tenían razón, yo les decía que yo las entendía a ellas. ¿Sabés cuánto duraba?, una semana, y ya lo echaban, sabés adónde lo echaban. ¡No!... me llamaban y me decían que no; robaba en la escuela, tenía problemas de conducta, que no quería hacer esto; claro, era un pibe que quería volar a la calle, no quería que lo manden nadie, nunca lo mandó nadie, decía ‘mirá si me van a venir a mandar éstos’” (Marcela).

 

Así, estos jóvenes se encuentran desafiliados de todo lazo institucional que les pueda hacer creer que aún están dentro del sistema. Lo llamativo es que la escuela no sólo sirvió para incluir, sino también para disciplinar, lo que nos arroja a la idea de que la clase hegemónica ha de tener reservados métodos mucho más eficaces y violentos para el disciplinamiento de estas masas marginales; el hambre y las drogas baratas tal vez sean los más efectivos.

La iglesia católica, por su parte, ha cumplido a lo largo de la historia roles variados y en algunos casos contrapuestos. En San Nicolás Carlos Ponce de León (obispo entre los años 1967 y 1977), se encargó de promover y dar protección a los curas obreros y tercermundistas. En Villa Pulmón había una activa militancia de curas obreros, uno de los cuales, Jorge Galli, integró la Comisión Vecinal del barrio.

Los curas obreros hacían trabajo social en la villa a la par de su labor evangelizadora; participaban políticamente en los reclamos que desde el barrio se emprendían e incluso funcionaban como nexo entre los habitantes de Pulmón y las autoridades municipales.

Con la muerte de Ponce de León en un dudoso accidente de tránsito en el ‘77 -por el que en la actualidad hay una investigación abierta contra quienes eran los jerarcas militares de la zona en la época- la posición de la iglesia hacia los sectores populares cambia radicalmente y la pastoral progresista es desarticulada. Al poco tiempo del desalojo de Villa Pulmón, en septiembre de 1983, comienza a conocerse el testimonio de Gladys Mota, quien asegura recibir visiones de la Virgen María que le solicita la construcción de una parroquia en la tierra arrasada que quedó en el lugar donde antes se situaba Villa Pulmón. Después de algunos pocos trámites, el terreno es cedido por la Municipalidad al obispado local en 1985 y al año siguiente se coloca la piedra fundamental de un santuario que al año 2012 aún no se ha terminado y cuya fecha de finalización parece estar cada vez más lejana.

De aquí en más la relación de los habitantes de Villa Tranquila (que sobrevivió al desalojo) con la iglesia local es un tanto ambigua. La forma de acercamiento que la jerarquía de la iglesia tiene con la población de Tranquila está más ligada a obras asistencialistas a través de instituciones como Cáritas, desde donde se suele dar mercadería o ropa a algunas mujeres del barrio. Algunos sacerdotes del santuario han intentado en los últimos años un acercamiento más íntimo con la villa, a través de charlas organizadas sobre temas como la problemática de la drogadicción y la participación de uno de ellos, Tulio Matucci en el Centro de Día El Alero.

Pero más allá de esto la construcción de un santuario inmenso, en el que se van gastando, año a año, miles de pesos que salen de las onerosas colaboraciones de los peregrinos, es cuestionada por gran parte de la población de la ciudad[18] y, por supuesto, de la villa. Por un lado, los vecinos que trabajan como vendedores ambulantes de artículos religiosos tienen una relación muy problemática con las autoridades del Santuario, relación ésta que podemos caracterizar sin más como una competencia comercial por la conquista de un mismo público, debido a que la iglesia tiene también un centro oficial de venta de artículos religiosos.

 

“El padre Pérez (sacerdote principal del Santuario) cuántas veces nos echó, nos tiró las canastas al diablo. El padre Pérez siempre la quiso para él, porque dice que estamos comerciando con la virgen… Pero escuchame, si el mismo padre te corta la misa y te está diciendo que no le compren a los vendedores, que él tiene la santería para ayudar a la iglesia, ¿qué está haciendo él?, está comercializando en su propia misa…” (Griselda).

 

Por otro lado, la presencia del santuario siempre aparece, en el imaginario colectivo, directamente ligado a la amenaza (real o imaginaria) de desalojo; hay una idea generalizada en los habitantes de la villa de que, en caso de ser desalojados del lugar, las autoridades religiosas no estarán exentas de una cuota de responsabilidad.

Pero el grupo cuya relación con la iglesia se torna más problemática es el de los adolescentes marginalizados. La presencia de un edificio monumental, en constante construcción, al lado de los ranchos de chapa donde ellos habitan en condiciones sumamente precarias, y la afluencia, año tras año, de miles de personas que transitan a su lado pero que no los ven (ni les interesa verlos), son hechos de una violencia simbólica muy fuerte. La invisibilización de la masa marginal que habita en Tranquila se hacen mucho más evidentes los 25 de septiembre, cuando los sujetos no sólo son invisibles para el sistema legal, para las instituciones del estado o para los valores difundidos desde las clases hegemónicas que no tienen en cuenta sus condiciones de vida; sino que lo son también para decenas de miles de personas de carne y hueso, que transitan por las calles de la ciudad, a sólo metros de las casillas donde ellos viven y sufren, sin tomar conocimiento de su existencia. De esta forma, la práctica habitual de algunos adolescentes de asaltar a los peregrinos, no tiene que ver únicamente con la posibilidad de hacerse de un ingreso extra, sino que también debe ser interpretado como una forma de llamar la atención de las personas, de evidenciar (de la forma que sea) su propia existencia.

Con todo, la violencia simbólica no se limita sólo a los días de peregrinación: ellos conviven día tras día con este edificio, con los sacerdotes (que hagan lo que hagan no pueden dejar de ser los “vigilantes” y los que “tienen plata”) y con la amenaza y el temor de que pase con Tranquila lo que pasó, casi tres décadas atrás, con Pulmón.

 

“… ellos quedan al lado del Santuario que es una institución un poco grande y resulta difícil de creer que se erradique un barrio para un cuestión religiosa y yo creo que hubo como una interferencia en la relación. Por eso el padre Tulio, que trabaja con nosotros y que es de la comunidad sacerdotal del santuario y está acompañando esto; y él fue el primero que se metía al barrio, pero cuesta: él todavía es el chivo expiatorio de la violencia, de la agresión, del mentiroso, del que tiene plata; ellos le llaman el vigilante y para ellos el vigilante es el que es rígido, no es solamente el que te vigila desde la autoridad sino como que es el malo. Ellos asocian con el dinero semejante infraestructura. Hubo quizás una imposibilidad de ingresar al barrio o de dar una mano por parte de los curas anteriores; pero básicamente es que la infraestructura es gigante y no deja de ser la iglesia, que es uno de los pilares de la sociedad y ellos sienten que no da respuesta” (Sofía Zadara, 26 años, asistente social y miembro del equipo de trabajo del Centro de Día El Alero, que trabaja con la población de la villa).

 

Los métodos de resistencia contra estas agresiones ejercidas por parte de las instituciones mencionadas, por lo general, tienen que ver con reacciones desesperadas que son más la explosión de la bronca y la agresividad acumulada durante toda una vida. Los adolescentes arrojan piedras con la gomera contra la cúpula de cobre del Santuario y contra la garita policial que está frente a la villa, insultan a los sacerdotes; pero más allá de estas reacciones desordenadas, la situación es de una vulnerabilidad extrema, que tiene directa relación con la ausencia de instituciones que puedan dar acogida a sus reclamos.

 

Conclusiones

 

Los cambios que hemos visto en páginas anteriores no son azarosos, responden a la mutación de la función cumplida por los estados nacionales, lo cual tiene directa relación con la etapa del desarrollo capitalista por la que transitamos; para decirlo de otra manera: con el cambio de un capitalismo en desarrollo a uno en crisis y retroceso. Transitamos por lo que me agrada llamar la modernidad tardía; ese período de transición en el que las condiciones concretas que habían dado posibilidad de producción a la modernidad ya comienzan a resquebrajarse, dejando evidentes vacíos materiales, conceptuales y simbólicos en su lugar. En este contexto, en nuestro país, los jóvenes de sectores urbano-marginales como el estudiado son víctimas de una doble marginación: por un lado la correspondiente a su inscripción de clase, que determina su condición de explotados; y por el otro la correspondiente a su edad, que determina su condición de marginales. La marginalidad actual se ha vuelto expulsión total e irreversible no porque los sujetos hayan modificado sus puntos de referencia, sino porque los márgenes mismos del sistema han ido corriéndose.

Aun así, los períodos transitorios tienen siempre algo de lo viejo que aún no se resiste a morir. Así los jóvenes conservan, al menos en el deseo, valores tradicionales que no se corresponden con sus condiciones concretas de existencia. La cultura del consumo, por su parte, sigue presentando de manera hipócrita la hipótesis de una sociedad igualitaria y horizontal, legitimando modos de habitar a los que sólo algunos pocos pueden acceder y condenando, por lo tanto, las estrategias desesperadas que se construyan por fuera de éstos.

En este contexto la masa humana que va quedando fuera del mismo es cada vez mayor, al igual que los esfuerzos de los que están en el borde para mantenerse dentro, al precio que sea. Esto nos pinta, también, una sociedad sumamente fracturada, donde la guerra de pobres contra pobres está a la orden del día. De todas formas, se alcanzan a ver algunas puntas que nos moverían al optimismo. Resta tiempo, entonces, para saber qué destino y profundidad tendrán los nuevos movimientos que empiezan a despertarse en los países centrales.

 

 

RESUMEN

 

Los cambios en la representación de la estructura capitalista y su incidencia en la cotidianeidad de la masa marginal entre mediados del siglo XX y la actualidad. El caso de los habitantes de una villa de emergencia de la ciudad de San Nicolás

 

El presente trabajo se propone analizar los cambios operados en la forma de representación de la estructura capitalista y de su incidencia en la cotidianeidad de los habitantes de Villa Tranquila, de la ciudad de San Nicolás, a partir de los años de reconversión neoliberal del Estado argentino, sobre todo en la década del ’90. El asentamiento en el que se desarrolla este estudio tiene una historia muy particular, puesto que hace décadas formaba parte de un barrio mucho más grande, llamado Villa Pulmón, nacido a partir del asentamiento de personas provenientes del norte del país, que encontraron empleo en la construcción de la empresa siderúrgica SOMISA. A finales de la última dictadura militar, Villa Pulmón es desalojada, resistiendo sólo el pequeño barrio donde centraremos nuestro estudio, ocupado por aproximadamente 40 familias. En el gran terreno que antes ocupaba la Villa Pulmón se instaló el santuario de la Virgen María, ya en los primeros años de la democracia. Durante el gobierno de Carlos Menem, SOMISA fue privatizada y San Nicolás perdió en parte su perfil industrial para convertirse en una ciudad orientada a los servicios, con gran influencia del turismo religioso al santuario. Este trabajo, además, recoge la memoria construida en Villa Pulmón, referenciada en un Estado nacional con un proyecto industrialista y una presencia fuerte en la gestión de sectores estratégicos de la economía, para contraponerlo con la realidad de los habitantes actuales de Villa Tranquila, entre quienes encontramos las características propias de los sectores urbano-marginales de la actualidad, relacionadas con la desafiliación del mundo del trabajo formal y de otras instituciones que antes marcaban el pulso de la clase trabajadora, como la escuela pública, los sindicatos, etc. Las fuentes utilizadas son, entrevistas a habitantes de Villa Tranquila de distintas edades: mujeres adultas, generalmente madres, y adolescentes varones de entre 12 y 18 años, así como a un ex habitante de Villa Pulmón.

 

Palabras Clave: capitalismo – crisis – neoliberalismo - villa de emergencia - masa marginal

 

 

ABSTRACT

 

Changes in the representation of the capitalist structure and its impact on the everyday life of the marginal mass between mid-twentieth century and the present. The case of the inhabitants of an emergency settlement in San Nicolas city

 

The present work proposes to analyze the changes operated in the form of representation of the capitalist structure and his influence on the ordinariness of the inhabitants from Villa Tranquila, in San Nicolás city, from the years of neoliberal restructuring of the Argentine State, especially in the '90 decade. This settlement has a very particular history, since decades ago there was forming a part of a much bigger neighborhood, called Villa Pulmón born from the accession of people from the north of the country, who found employment in the construction of the metallurgical company SOMISA. At the end of the last military dictatorship, Villa Pulmón is removed, resisting only the small neighborhood where we will centre our study, occupied by approximately 40 families. In the big area that before was occupying Villa Pulmón, installed the sanctuary of the Virgin Mary, already in the first years of the democracy. During the government of Carlos Menem, SOMISA was privatized and San Nicolás lost partly of his industrial profile to turn into a city orientated to the services, with great influence of the religious tourism to the sanctuary. This work, in addition, collect the memory constructed in Villa Pulmón, indexed in a national State with a industrialist project and a strong presence in the management of strategic sectors of the economy, to oppose it with the reality of the current inhabitants of Villa Tranquila, between whom we find the characteristics of the urban-marginal sectors of the current importance, related to the disaffiliation of the world of the formal work and of other institutions that before were marking the pulse of the hard-working class, as the public school, the unions, etc. The used information has been extracted from interview wit inhabitants of Villa Tranquila of different ages: adult women, generally mothers, and teen males of between 12 and 18 years, as well as to an ex-inhabitant of Villa Pulmón.

 

Key Words: capitalism – crisis – neoliberalism - emergency settlement - marginal mass

 

 

Recibido: 01/03/2013

Aprobado: 03/04/2013

Versión final: 05/05/2013

 

 

Notas



(*) Egresada de Profesorado de Historia en el Instituto Superior de Profesorado Nº 3 “Eduardo Lafferrière” de Villa Constitución. E-mail: lizzycanepa@hotmail.com

[1] NUN, José “Superpoblación relativa, ejército industrial de reserva y masa marginal”, en: Revista Latinoamericana de Sociología, Vol. 5, Nº 2, Bs. As., julio 1969.

[2] SOUL, Julia, “Los unos y los otros. La fractura que persiste. Aproximación antropológica al proceso de privatización y reconversión productiva en la ex – SOMISA” en: Historia Regional, Nº 25, Sección Historia. ISP Nº 3, Villa Constitución, 2007.

[3] Entrevista extraída del video documental La otra historia de Villa Pulmón, realizado por los estudiantes de Comunicación Social FLORES, María Laura y LÁZZARI, Juan José, San Nicolás, 2004.

[4] BASUALDO, Eduardo, Estudios de historia económica argentina. Desde mediados del siglo XX a la actualidad, Siglo XXI, Bs. As., 2010.

[5] Bonantini, Simonetti, Michelín y Napione Berge utilizan el concepto de empleos refugio para referirse a “ciertos ‘trabajos’ que implican servicios al paso (limpiar parabrisas, abrir puertas de taxis, etc.) con los que el trabajador consigue algunas monedas para atender parcialmente ciertas necesidades”. BONANTINI, Carlos, SIMONETTI, Graciela, MICHELÍN, Miguel y NAPIONE BERGE M. E., El mito de Saturno. Desocupación y vida cotidiana, Cuadernos Sociales 1, UNR Editora, Rosario, 1999.

[6] Fuente: BUSTELO, Eduardo y MINUJÍN, Alberto, “Política social e igualdad”, en BUSTELO, Eduardo y MINUJÍN, Alberto (eds.), Todos entran. Propuestas para sociedades incluyentes, UNICEF / Santillana, Bogotá, 1998. Citado en MERKER, Denis, Pobres ciudadanos. Las clases populares en la era democrática (Argentina 1989-2003), Gorla, Bs. As., 2010.

[7] MIRANDA, Ana “La inserción laboral de los jóvenes en la Argentina”, en BENEDIT, René; HAHN, Marina y MIRANDA, Ana (comp.), Los jóvenes y el futuro. Procesos de inclusión social y patrones de vulnerabilidad en un mundo globalizado, Prometeo, Bs. As., 2008.

[8] Cuando hacemos referencia a una porción que está expulsada del sistema de explotación capitalista no pretendemos que sea posible vivir literalmente fuera de éste, porque de hecho la expulsión es una consecuencia directa del desarrollo actual del capitalismo y, por lo tanto, parte constitutiva de él.

[9] El santuario de la Virgen del Rosario de San Nicolás se comenzó a construir en 1985 en el terreno donde tres años antes se erigía Villa Pulmón, desalojada por el gobierno militar; terrenos que fueron donados por el Municipio al Obispado local. Hasta el momento no se ha terminado y no parece que tenga fecha de finalización cercana, mientras, su constante ampliación es financiada por los aportes voluntarios de los peregrinos.

[10] MERKER, Denis, op. cit.

[11] En el sentido de lo que venimos diciendo podemos recordar la muy poco feliz declaración de Mauricio Macri en abril de 2010 cuando, en un diálogo con Nelson Castro en Radio Mitre, éste le impugnaba que encarcelar a “trapitos” y encapuchados no le parecía una medida de profundidad y el jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Bs. As. le contestó: “¿Qué me está pidiendo? No podemos matarlos a todos. Eso es inaplicable”. El personaje en cuestión ya nos tiene acostumbrados a este tipo de deslices neuronales, pero cabe destacar que, aunque no lo digan, en cierta forma esta es la idea que promueve la organización capitalista de la sociedad, que crea una masa de personas que nacen del lado externo de los márgenes de la sociedad y que ya sólo constituyen para ella una molestia; así, el capitalismo preferí-ría poder hacerlos desaparecer.

[12] MÍGUEZ, Daniel, Los pibes chorros. Estigma y marginación, Capital Intelectual, Bs. As., 2010.

[13] MÍGUEZ, Daniel, op. cit..

[14] DUSCHATZKY, Silvia y COREA, Cristina, Chicos en banda. Los caminos de la subjetividad en el declive de las instituciones, Paidós, Bs. As., 2001.

[15] Ídem.

[16] Ídem.

[17] Ídem.

[18] RIVERO, Cynthia, Entre la “comunidad del acero” y la “comunidad de María”. Un análisis antropológico sobre los avatares sociopolíticos de San Nicolás, Grupo de Investigación en Antropología Política y Economía Regional FFyL-UBA, Antropofagia, Bs. As., 2008.