Discursos en torno al
“hombre de campo” y la producción de
una cultura de clase
en la prensa radical del sur entrerriano.
Gualeguay en la
coyuntura de 1943
(UNR-UNER-IES “Luis F.
Leloir”; martinmuller08@hotmail.com)
Introducción
El objetivo de este artículo es
revisar espacios, actores e identidades que en términos historiográficos
quedaron en un segundo plano frente a la relevancia que tuvo el surgimiento del
peronismo asociado con la visión de la Argentina moderna que dejaba atrás el
“granero del mundo” y hacía del obrero industrial el sujeto social emergente de
los nuevos tiempos. Sostengo que este es un imaginario que no puede asociarse
en los orígenes de este movimiento a todos los espacios, menos aquellos que
fueron víctimas antes que protagonistas de la industrialización de las décadas
de 1930 y 1940. Por el contrario, el fuerte predominio del mundo rural influirá
en la configuración de la cultura de clase sobre la cual se va a construir el
discurso peronista en el sur entrerriano, convirtiéndose al igual que en otras
regiones pero con características propias en una identidad política que romperá
con los parámetros refinados y naturales de participación y pertenencia de las
élites rebelándose discursivamente en contra de éstas, aunque no sólo desde una
dicotomía de pobres contra ricos o trabajadores contra oligarquía, sino desde
una cultura ligada al trabajo particular del hombre de campo, complejizada por
las propias desigualdades que atravesaban a chacareros, colonos o peones
históricamente.
Este
trabajo se inscribe en el ámbito de lo regional y local, pero como sintetiza
Alejandra Salomón “el objetivo no es estudiar una localidad en sí misma, sino
un problema localmente” con la ventaja holística
que permite una mirada micro. Es por eso que hay dos desarrollos teóricos a la
vez emparentados que sirven de soporte problemático a este estudio, en primer
lugar el de Pierre Ostiguy, que propone para esta etapa
la aparición de un corte socio-cultural en la política argentina que vuelve
obsoleta la centralidad de las diferenciaciones entre izquierdas y derechas
para concebir el clivaje en un “arriba” y “abajo” que diferenciaba
culturalmente lo refinado de lo popular; y en esta misma línea, el de Matthew
Karush, quien propone el génesis para la irrupción de lo
popular en el proceso de conformación de una cultura de clase particular entre
1920 y 1946.
Por
otra parte, el encuentro con una fuente privilegiada como los periódicos de la
ciudad entrerriana de Gualeguay Justicia, El
Día y El Debate, con diferentes líneas editoriales que muestran
matices y contrastes, son el factor fundamental en la posible riqueza de este
estudio.
En este sentido, propongo aquí una idea central, y
es que el discurso político generado por las élites conservadora y radical
contenía demandas y propuestas que parecían acordes al contexto pero que no lograban ya en este punto transformarse en un
discurso hegemónico, particularmente por las formas que adquirían las
representaciones políticas en el sur de la provincia. Veremos cómo las
prácticas políticas predominantes en este período en la región intentan
contener estas demandas a través de la apelación a las identidades sociales y
culturales tradicionales –figuras como el colono inmigrante y el paisano
trabajador rural condensadas en la “entrerrianía” en sí misma- pero que por las
características de las estructuras políticas ya no logran transformarse en una
construcción totalizadora sino que contienen el germen de una resignificación
que luego el peronismo intentará hacer propia al instalarse como identidad política
de una cultura de clase incubada a través del tiempo.
En
un estudio convertido ya en un clásico sobre la temática, Adolfo Prieto en su análisis del criollismo anticipa esta idea aquí
desarrollada en un estudio de caso, al mostrar como la adopción por parte de
una población sumamente heterogénea de prácticas y costumbres gauchescas y
propias de la escena rural sirvieron como medio de expresión pública de
ciudadanía, pero al mismo tiempo, en tanto performance y representación
discursiva, fueron elemento constitutivo de una noción de pueblo que compartía
en común otro: aquella élite que no expresaba coherencia con el sujeto que
pretendía hegemonizar y que condensaba toda la carga de negatividad valorativa.
El
carácter rural del espacio analizado es un factor determinante: hay una marca
de nacimiento en las ciencias sociales sobre los orígenes del peronismo que es
toda una definición ideológica respecto a la falta de “cultura política” de la
población no urbana, que nos remite a las tesis “ortodoxas” de Gino Germani
para explicar el paternalismo y la demagogia del liderazgo de Perón sobre los
“nuevos” obreros que poblaban los centros industriales, y que también invaden
las revisiones “heterodoxas” posteriores (los clásicos de Juan Carlos Torre,
Juan Carlos Portantiero y Miguel Murmis) que no discuten
aquel carácter “ingenuo” de los trabajadores rurales, sino que realzan el rol
de los “viejos” obreros en la temprana organización del peronismo.
La
pregunta sobre qué sucedía allí donde no se vivió el proceso de
industrialización sustitutiva de los treinta ni el fuerte empoderamiento de las
organizaciones sindicales empieza a ser trabajada en su complejidad por Alejandra
Salomón, quien por un lado marca los límites de la
propuesta extracéntrica en que el nivel de análisis provincial muchas veces
resulta insuficiente, limitándonos en el plano político a los armados
superestructurales y dificultándonos ver los matices territoriales. Por otro lado, estos análisis provinciales generalmente
recaían en los ámbitos urbanos del interior, cuando la gran parte de la
población vivía en ámbitos rurales. Para nuestro caso esto es determinante, no
sólo porque en Entre Ríos las grandes ciudades –Paraná y Concordia- no se
distancian demográficamente del resto, sino porque en el caso del sur
entrerriano –y en Gualeguay en particular- hay prácticamente una relación de
cincuenta y cincuenta entre lo que podemos considerar población urbana y rural.
La
prensa escrita: Los diarios El Día y El Debate
de Gualeguay
La prensa por su centralidad debe
ser considerada como un actor social y político en sí mismo. Los múltiples bordes
en juego en torno a su rol en estos años deben ser contextualizados en tanto
los periódicos impresos se configuran como agentes privilegiados –aunque cada
vez menos exclusivos- de la “opinión pública”; son observatorios de
representaciones culturales, sociales y políticas y son una herramienta de peso
en la conformación y reproducción de las identidades partidarias, a la vez que
reflejo de sus contradicciones y cambios. Una realidad subyace en este
escenario: los responsables empresariales y periodísticos operan desde un lugar
de poder político y comunicacional, cuando a diferencia de los grandes centros
metropolitanos en lugares como el sur entrerriano aún la radio no tenía la
masividad que sí ya había en éstos y lo que existían como alternativa al periódico
eran las “difusoras populares”, parlantes en las calles que reproducían
noticias.
Evidentemente la potencia de este
mensaje se complementaba con los altos niveles de asociativismo y sociabilidad
que existían en este tipo de comunidades: clubes, cooperativas, asociaciones
con fines específicos se complementaban con una configuración del espacio
público que tenía en el encuentro y la charla cara a cara un factor fundamental
que se manifestaba en bares, restaurantes, la plaza central y la vereda donde
todas las tardes se sentaban los vecinos a cruzar información y novedades,
donde lo político ocupaba un lugar importantísimo y en el que seguramente la
prensa escrita en Gualeguay oficiaba de marcador de agenda cotidiano.
¿Qué tienen en común los periódicos
analizados? Todos, con sus matices, asumen como premisa la búsqueda de la
neutralidad y la independencia como un umbral que de superarse los separaría
del campo periodístico: prueba de esto es el formato del soporte material,
donde abundan las publicidades que denotan las intenciones comerciales, las
notas sociales, los deportes, el espectáculo y las noticias nacionales e
internacionales. Pero también juegan un rol definido a
partir de una identidad política claramente identificable y con una inocultable
intención de incidir en el campo electoral. Parecieran borrosos en este espacio
la diferenciación entre los “tipos-ideales” de periodismo usualmente utilizados
para la época, uno como empresa periodística, con un objetivo definidamente
comercial, y otro como órgano periodístico partidario, pero de todas formas
esta tensión articulada en roles diferentes enriquece la mirada del período.
Miremos un ejemplo. En plena
campaña electoral de 1943 para la gobernación, la postura “independiente” de El
Debate, más allá de su alineamiento con el radicalismo gobernante, nos permite percibir la mirada “anti política” palpable
socialmente, crítica hacia los “gastos proselitistas” mientras “el pueblo”
pasaba hambre y privaciones. Situaciones anecdóticas que dan cuenta cómo el
periódico prioriza en determinados momentos su rol de “cuarto poder”:
“Estamos con el carnaval en los
dinteles y el ánimo por lo visto no está para recibir al Dios de la locura. La
falta de dinero por un lado, por otro la carestía de la vida que resta más
posibilidades al poder adquisitivo de la población […] Sin embargo sería
menester hoy más que nunca que el carnaval llevara su holgorio a nuestras
calles […] Acaso consiguiéramos olvidar con ellas preocupaciones que nos
angustian”.
Indicios dispersos nos orientan
hacia una relación de poder simbiótica entre lo escrito y los juegos de poder
que se dirimían en esferas públicas: el club, la iglesia, el partido, el
sindicato y hasta los mismos edificios donde se editaban los diarios eran lugar
de construcción de capital simbólico a través de relaciones que esporádicamente
se reflejaban en tinta para ser selladas. Leticia Prislei nos deja lo que
podría ser una síntesis de este mecanismo de algún modo paradójico:
“La prensa local ocupa buena parte
de su superficie redaccional organizando la agenda de información de sus
lectores en relación al montaje del sistema político en la región. De modo que
se constituye en vitrina pública de las normas y fundamentos sobre los que se
basa la legitimación del poder […] No obstante, las experiencias asociativas y
la persistente presencia de la prensa instituyen espacios públicos abiertos a
experiencias de deliberación”.
Entre los periódicos radicales, El
Día expresaba una línea liberal clásica y aparentemente alejada de lo
“popular”. El Debate en tanto, que mantiene cierta independencia hacia
1943 y luego realizará un marcado giro hacia un furioso antiperonismo, es
dirigido por Adán E. Carbone, que a pesar de los
avatares políticos se esfuerza por referenciarlo en una línea que establece
“Serenidad y mesura en la
estimación de los hechos, objetividad en síntesis; rectitud en la censura, no
significan indiferencia y menos insensibilidad ante los problemas del medio
ambiente, ora políticos, ora sociales o de otro cualquier género. La mentalidad
de un redactor es algo así como una segunda naturaleza vocativa a la cual se
suma también la habitual elaboración intelectual que lo condicionan a la
orientación del diario, haciendo que, casi mecánicamente, paralelo al proceso
de captación y enfocación, se produzca el desbroce para que la nota no sea
tendenciosa”.
Este periódico parece estar más
atado a formas más tradicionales de prensa escrita, y a un público más
delimitado y estable, vinculado a la élite. Que el titular de primera plana
durante todo el período estudiado se refiriera a noticias internacionales habla
del interlocutor específico al que se destina, y a la vez el menor interés por
ampliarlo.
El
panorama provincial y local en un contexto nacional
convulsionado
Transformaciones económicas,
reconfiguración de las estructuras estatales y un mundo en guerra hacían del
contexto nacional hacia 1943 un escenario alejado de cualquier posible
estabilidad. La efervescencia de la guerra permitía que todo el arco liberal
trasladara su rechazo hacia las fuerzas del eje a un acuerdo de cara a la
política interna, priorizando -radicales, socialistas, demócratas progresistas
y comunistas- la defensa de la libertad y la democracia por sobre el resto de
las diferencias secundarias. La neutralidad de Castillo y sus políticas
represivas lo hacían un blanco de permanente crítica, pero no menos incómodo
era el lugar que les cabía a los radicales en este escenario, tanto por el
hecho de que el retorno del fraude ponía en crisis nuevamente la pertinencia de
competir electoralmente legitimando a los triunfadores, así como también por
las críticas internas a la decisión de conformar la Unión Democrática,
generando una situación que se tradujo en derrotas electorales en 1942.
En la provincia, una estructura
netamente agropecuaria como la entrerriana sufre las graves consecuencias a
partir de la crisis económica de 1929 y fundamentalmente con la Segunda Guerra
Mundial de la pérdida de mercados para las exportaciones de cereales, que
sumado a la recesión generalizada generó altos niveles de desocupación y
pobreza.
La percepción social sintoniza con
las estadísticas y señala que los dos principales problemas observados son la
alta desocupación –lo que había transformado a la provincia en netamente
expulsora de población- y el encarecimiento de la vida, mostrando “un alto
porcentaje de habitantes […] que se alimenta a galleta y mate dulce,
presentando un aspecto físico deplorable”.
Al fenómeno ya estructural del
despoblamiento se le suma la brutal sequía que atravesaba la provincia, las
plagas de langostas, la epidemia de parálisis infantil y el hacinamiento en los
grupos sociales más pobres. La conjunción de pobres cosechas (desastrosa en
1939-40, mala en 1940-41 y 1942-43 y sólo regular en 1941-42), bajos precios,
falta de mercados y encarecimiento de la bolsa, el hilo sisal y el transporte
por la situación internacional, generaron una situación económica crítica que
no pudo ser compensada por la prosperidad de la ganadería,
fundamentalmente por su escasa intensidad en la ocupación de mano de obra, o el
incentivo estatal a las granjas y a las nuevas producciones como el arroz y los
cítricos. De aquí la consecuencia derivada en la desocupación y los altos
valores de los productos básicos para la vida de las clases populares.
El año 1943 coincide en ser
particularmente crítico tanto en lo político como en lo económico. Hay por un
lado un descenso de las exportaciones en relación a 1942, especialmente en
cereales y carnes: 715.000 toneladas contra 930.000 de 1942, que en pesos
representan 264.451.000 contra 317.915.000 del año anterior. Y en términos
políticos, las dificultades se canalizaban mediante permanentes denuncias de
los gobiernos radicales al “aislamiento” al que eran sometidos por parte de
Castillo. De todas maneras, este panorama era enfrentado más allá de la
diferencia de signos partidarios a partir del desarrollo de una novedosa
presencia del Estado. Por un lado, la capilarización territorial de los
instrumentos de regulación del Estado Nacional tuvo consecuencias relevantes a
niveles regionales: las cajas de jubilaciones y pensiones, la Cámara de
Alquileres, las juntas para combatir la desocupación o juntas pro-desocupados,
las Defensas Agrícolas tenían presencia en todas las medianas ciudades del
país, que significaban recursos materiales y simbólicos y fuentes de trabajo-.
Por otra parte, el Estado provincial también se había transformado durante
estos años al imitar la tarea de otras jurisdicciones y darle un rol activo al
Departamento Provincial del Trabajo o una poco difundida creación radical que
fueron las “Juntas de Conciliación”, que buscaban una “gestión amigable” entre
propietarios y arrendatarios rurales.
Desde lo discursivo como desde las
medidas tomadas hasta 1943, los cambios fundamentales en el rol estatal
ocurrieron en torno a la política agraria, donde un lugar destacado en esta
tarea durante los gobiernos radicales la tuvo el dirigente de Colón, en este
punto diputado nacional, Bernardino Horne, quien junto a Atanasio Eguiguren son
los dos “derrotados” en la interna que finalmente lleva la fórmula Eduardo
Laurencena - Fermín Garay en las elecciones de 1943. Horne era el “dirigente
agrario” por excelencia, formado académicamente en la Universidad de La Plata,
autor de artículos y libros sobre el problema agrícola pampeano, fue quien
impulsó la “Ley de Transformación Agraria” provincial que establecía la venta de
tierras fiscales para la colonización de un máximo de 100 hectáreas para
agricultura y 500 para ganadería, bandera exhibida a nivel nacional por el
radicalismo, que es impulsada por el mismo Horne en el Congreso. Laurencena,
erigido como líder en esta interna, también presentaba como pergaminos su
conocimiento y preparación en la temática agraria, lo que parecía ser un
antecedente excluyente para conducir la provincia.
Los dos baluartes de las políticas
radicales (la ley de Transformación Agraria –por la que fueron adquiridas por
el Estado 36.451 hectáreas, formándose 6 colonias con alrededor de 500
agricultores y una población total hacia 1943 de 4.205 personas- y la creación
del Banco de Entre Ríos -transformando los Bancos Regionales que brindaban apoyo
crediticio a la producción y tenía como principales beneficiarios a las
cooperativas rurales en una entidad mixta con participación estatal y mayor
respaldo-) no lograban en modo alguno aplacar la crisis agraria, que tenía
profundas consecuencias sociales. Los diarios de mayo
del 43 detallan como ejemplo un gravísimo hecho en Crespo, colonia de Paraná
Campaña poblada fundamentalmente por alemanes, donde 100 campesinos fueron
desalojados de un campo de propiedad del Banco Hipotecario Nacional:
“Las escenas de dolor y el llanto
de mujeres y criaturas, obligadas a abandonar de inmediato su ‘querencia’ fue
un espectáculo que conmovía las fibras de cualquier persona, y todos los
vecinos y chacareros de la zona presenciaron impotentes y conmovidos, como
fueron arrojados al medio del campo inhóspito, como parias perseguidos”.
El periódico reacciona aún más
conmovido al conocer que el Banco accedía a las pretensiones del acreedor, “un
multimillonario francés que nada ha hecho por el país”.
Al hecho en sí, se vislumbran las huellas de un discurso que claramente
diferencia valorativamente a ricos y pobres, extranjeros y nativos.
El sujeto político rural
hacia el ocaso de la experiencia radical
¿Existe una cultura de
clase?
Pensando en la definición de Marc
Angenot, podemos afirmar que hacia la década del 40 había en Entre Ríos un
discurso social instalado oficialmente y promovido
culturalmente desde las élites sociales y políticas que recreaba una identidad
arraigada en el imaginario relativo a las luchas decimonónicas, un pasado
provincial glorioso con un panteón de próceres –encabezado por Francisco
Ramírez y Justo José de Urquiza- creadores de un orgullo autonómico y un
ideario republicano democrático liberal, que en este contexto era claramente
contrastable con la decadencia institucional que ofrecía la Nación. La figura
del paisano y su contexto productivo rural, baqueano y trabajador, pura
sencillez e inocencia, y la exitosa integración del inmigrante labrador y
colono completaban la operación simbólica.
Pero este discurso, aun funcionando
como organizador social, era resignificado de manera constante en función de
intereses políticos y culturales por los diferentes grupos que disputaban el
escenario del poder provincial (y también por aquellos que por estar demasiado
lejos del poder aparecían invisibilizados). Intentaré ahora analizar, desde el
discurso político de los periódicos de orientación radical El Día y El
Debate tomados como actores relevantes en la realidad del sur entrerriano,
si es posible aportar a la idea de Matthew Karush sobre
la conformación de una cultura de clase particular entre 1920 y 1946 que sirvió
de base para la conformación de la identidad peronista, remitiéndome a la gran
cantidad de artículos en los que el protagonismo recae en el “hombre de campo”
como sujeto político al que el radicalismo pretende representar.
La tesis de Karush, pensada para
Buenos Aires y sus transformaciones en el período de entreguerras, pretende
cuestionar la idea de que el avance de la industria cultural, creando
posibilidades de acceso masivo a sus bienes, diluyó el grado de conciencia de
clase de los trabajadores que había alcanzado su pico entre el Centenario y los
inicios de la década del 20. Si el peronismo “polarizó al país a partir de una
frontera de clase y creó una identidad nacional fragmentada que persistiría por
décadas” es porque hubo según él elementos de la cultura masiva –el cine, la
música, la radio- en los que además de “conformismo, escapismo y la fantasía de
ascenso social” se recrearon “versiones de la identidad nacional que
reproducían e intensificaban las divisiones de clase”, sobre los cuales
operaron discursivamente Juan y Eva Perón. La industria cultural nacional tomó
elementos tradicionales del tango o el sainete y le dio una marca
“melodramática” a sus productos, “que alababa la dignidad y la solidaridad del
trabajador humilde, mientras denigraba al rico como egoísta e inmoral”,
asociando la verdadera identidad nacional con los pobres.
Algo similar sospecho que se esconde detrás de esa identidad provincial unánime
que tiene como centro la figura del gaucho trabajador, y hacia allí se orienta
el análisis.
La búsqueda en los periódicos se
emparenta con esta propuesta a partir de la importancia que adquiere la
construcción cultural de un sujeto que personificaba al humilde trabajador
rural, lo identificaba con una identidad ya no partidaria sino regional, y lo
diferenciaba de sus victimarios, lo que sin necesidad de forzar teóricamente
las fuentes nos deja dos posibles conclusiones: 1) hay en la provincia
elementos discursivos con los cuales el peronismo puede generar un clivaje
social particular, diferente al de la realidad netamente urbana, y 2)
considerando Entre Ríos como el “interior” del país, el peronismo puede haber
adquirido una dinámica propia, no necesariamente exógena, desde la cual
constituirse, poniendo en cuestión la idea de la ausencia de una ruptura
política y social en aquellos espacios que no sufrieron las transformaciones
estructurales que acarreó la industrialización sustitutiva de importaciones.
Esta perspectiva cultural permite,
al acceder a las fuentes, empezar a reconstruir los elementos de un posible
repertorio de herramientas que posibilitaron la acción de las clases populares
en este contexto y espacio.
La cuestión agraria y el
trabajador rural desde el discurso
periodístico radical
La centralidad de la cuestión
agraria no era sólo económica sino que la constitución misma de la sociedad en
el sur entrerriano se vincula a una cosmovisión creada desde el mundo rural,
que incluso tiñe los espacios urbanos. De aquí inevitablemente decanta la
importancia política dada por el radicalismo a su propia obra de gobierno en
apoyo del sector agrícola-ganadero, señalada al referirme a figuras como
Bernardino Horne y que se había ido delineando durante los largos años de
gobierno radical en todo un programa.
Aún compartiendo la filiación
radical, El Día y El Debate presentan matices diferentes que se
expresan en un mayor o menor alineamiento partidario o en una realidad que es
en momentos homógenea y en otros conflictiva al interior del mundo agrario,
marcando consecuentemente el carácter de clase que se manifestaba en este
espacio sociocultural. En lo que ambos coinciden es en ubicar al Estado como un
instrumento totalmente enajenado a los intereses de esto actores, evidenciándolo
en la gravedad de la situación social: “Hay miseria en el campo. Miseria y
hambre. Necesidad urgente de pan y de ropa. No pedimos limosnas para ellos.
Reclamamos trabajo” exclama El Debate frente a un “panorama tétrico”, tanto por la sequía, factor coyuntural, como por los
precios de los insumos, desde los granos al forraje para alimentar los
animales. Lo interesante es que a pesar de ser el radicalismo gobierno ninguno
de los dos habla desde el Estado ni se piensan voceros de sus dirigentes, sino
que intentan generar empatía popular hablando desde abajo, en definitiva, como
“la voz del pueblo”.
El Día busca expresar como
principal contradicción las diferencias de las políticas provinciales de las
nacionales, que tienden a confundir detrás del “pequeño agricultor” la
pluralidad de lo rural, construyendo y reforzando la identidad del sujeto
social víctima del “régimen” que gobierna el país: los “agricultores”, “la clase
más rudamente castigada” atrapada entre los precios
fijados por la Junta Nacional de Granos y las casas
cerealistas proveedoras. “[E]l conservadorismo” según El Día apoya “la
política económica de clase, contra los agricultores y granjeros”,
fijando “los precios mínimos del lino y del trigo provocando la miseria y
desesperación en los agricultores y por reflejo de la de todo el pueblo”.
El liberalismo radical intenta
expresar un discurso de clase, definida regionalmente porque estaría fuera del
manejo político de los ganaderos de la provincia de Buenos Aires y
económicamente por ser agricultores en un contexto en que el ganado desplaza al
cereal de las mejores tierras, y que canaliza su
demanda a través de las consignas liberales y democráticas. Más allá de esto, y
como bien se encargan de recordar las tribunas conservadoras, gran parte de la
dirigencia radical tiene una tradición de fuerte desarrollo ganadero en sus
estancias, y sus líderes históricos, en su mayoría de “estirpe” por ser de
tercera o cuarta generación de nativos entrerrianos y no “arribistas” de
reciente inmigración, lejos estaban de ser “granjeros” como los colonos judíos
o alemanes que también pretendían representar. Esta realidad no hace más que
confirmar la configuración de clase del discurso, porque a pesar de avalar y
reproducir las formas elitistas de la política que llevaban adelante los
propios dirigentes del radicalismo –el “arriba” de Ostiguy-, no hay
contradicción con una condena moral del egoísmo de los ricos, de raíz cristiana
pero ya hecha parte del consumo masivo cultural, que pareciera gozar de amplio
consenso social.
Algunos casos de El Día permiten
comprobar esto. Un ejemplo como el “caso Gabrielli” nos sitúa a nivel
discursivo en un relato sensible para expresar el lugar del “agricultor” como
víctima del sistema. Juan Gabrielli, colono arrendatario, es condenado a 14
años de prisión por asesinar al propietario del campo que él trabajaba -un tal
Cichero- quien “fue asumiendo las formas monstruosas de la injusticia hecha
carne”, agrediéndolo y humillándolo “en presencia de su esposa, de sus hijos”.
Pero “en forma indirecta”, quien dio razones al crimen fue el gobierno
nacional, “ordenando el reajuste de los arrendamientos”, ya que esto generaba
un contrato, que “si no puede ser calificado de ‘leonino’ era, sin ninguna duda
‘deprimente”. Era “la realidad tremenda –la ‘dura vida de campo’- que venía
acosándolo con su miseria, su angustia, su persecución sistemática”. En otro caso de similares condimentos Don Jacobo
Ringler, de la colonia de Gilbert, “un viejo agricultor apremiado por diversos
compromisos” tomó la decisión de suicidarse, relata otra crónica de El Día.
Los puntos nodales de “la tragedia
del colono” son por un lado, la inflación de los precios de las bolsas, la
nafta y las máquinas con un precio “congelado” de los cereales por parte de la
Junta Reguladora, y por otro como señalábamos antes, la falta de control en los
contratos de arrendamiento, que no permitían al colono granjero “ni crear (sic)
gallinas ni […] tener más de una o dos lecheras […] Si a esto se añade la confabulación
de industriales, intermediarios y gobiernos ineptos, se tendrá una idea de la
tremenda crisis reinante”. La responsabilidad entonces
para el diario parte de la construcción “contra natura” que desde 1930
confabula una industria artificial, una cadena privada de intermediarios,
burocracias institucionalizadas en los órganos reguladores y gobiernos
contrarios al interés público que evitan el funcionamiento “fisiocrático” de la
producción primaria, aquí diferenciados, pero simbólicamente unidos en “el otro”
oscuro del pueblo productor oprimido.
Un dirigente radical de
Gualeguaychú, Ricardo Irigoyen, ataca por sobre las denuncias de corrupción,
fraude y de simpatías fascistas del gobierno, la “desastroza (sic) política
nacional para con los trabajadores del campo”. ¿Qué es
un trabajador del campo para este dirigente radical? Hay posiblemente una
explícita intención de dejar abierto este interrogante, generando la idea de
que trabajador no es sinónimo de asalariado, sino que en el campo “todos
trabajan”, equiparando al propietario con el peón o el arrendatario. Así mismo
sucede cuando el gobierno nacional establece un nuevo gravamen de 2 centavos de
peso por cada docena de huevos destinados a la industrialización, a lo que El
Día comenta: “[el] Ministro de Agricultura parece que quiere acabar con la
agricultura, con los agricultores… y con sus correligionarios del PDN” en
relación a las elecciones provinciales de marzo, y una vez más, haciendo
énfasis en las víctimas de este sistema, señala que no es el comprador el que
va a salir perjudicado, “quien tiene la sartén por el mango, por tratarse de grandes
capitalistas”, sino “el hombre de campo, el productor”.
La categoría de lo popular entonces
parece englobar mejor a esta clase explotada por igual, ya sea propietario,
colono o peón, y de la cual se aprovechan los “grandes capitalistas” en
connivencia con el gobierno.
A pesar de no ser el término más
usual, también hay un uso más fuerte políticamente del término “obrero” para el
trabajador agrario. El Día ataca a los conservadores recordándole que
son ellos quienes saben “de reprimir huelgas como en Colonia Ensayo; siempre
contra el obrero y el obrero entrerriano guarda en lo íntimo un recuerdo
trágico…”. Sin poseer información sobre el hecho
puntual ocurrido en esta colonia del departamento Diamante a pocos kilómetros
de Paraná, si queda claro que eran asalariados rurales las víctimas que
reivindica el periódico.
Pasemos a El Debate. “Los
‘vacunos’ mandan” señala, demostrando la disputa al interior de la realidad
agraria al referirse al poder del grupo privilegiado de productores de carne
que hacen “sentir su poder en la economía del pueblo” a través de precios
privativos sobre los pequeños productores, los cuales “se ven forzados a
desaparecer a causa del poco apoyo oficial”. “[P]odemos ver al lado de una
estancia de miles de hectáreas y donde pastan innumerables cabezas de ganado,
ranchos inmundos donde una multitud de seres humanos que son argentinos, se
debaten ante el pavoroso problema que les presenta la falta de un pedazo de
tierra en que levantar sus viviendas y la falta de trabajo”.
Se propone una salida
llamativamente demostrativa de las novedades en la disputa de los sentidos
económicos:
“Poseemos recursos en abundancia
para industrializar nuestros productos e intensificar su colocación en
los mercados internos del país. Pero es menester que se aumente el
poder adquisitivo de la población y eso no podrá realizarse mientras no
se tomen medidas a favor de la dignificación del obrero, de la formación
de pequeños capitales que se pondrán a trabajar sólo cuando el colono deje de
ser un paria, cuando la tierra sea de quien la trabaja.
Los terratenientes colocados en el
Congreso, en el Gobierno, en la diplomacia, son en realidad los amos de país.
Ellos utilizan en su provecho ese mismo imperialismo sea yanqui o inglés
de que hipócritamente se lamentan. Ellos, los que cierran las puertas al
comercio interno con precios imposibles y ahogan al colono con su
intransigencia de patrones feudales”.
Lo extenso de la cita se excusa por
la contundencia de sus definiciones, que cruzan el lugar de sometimiento e
indefensión del “colono” como sujeto agrario, con una serie de metas
programáticas que estaban presentes ya en este momento en el ideario político
de la mayoría de los sectores a nivel nacional, como la prioridad del mercado
interno, el rechazo a las relaciones subordinadas con las tradicionales
potencias económicas que operaban en el país, la necesidad de impulsar la
industrialización –no “artificial”, sino aquella subsidiaria de la producción
rural-, la denuncia de connivencia oligárquica entre terratenientes y poder
político y principalmente el reclamo social de dignificación del obrero junto a
la aspiración a una reforma agraria que ataque a los grandes propietarios.
Así como El Día evitaba por
lo tanto ser tajante en sus definiciones respecto a la búsqueda de un grupo
definido socialmente y cohesionado desde el discurso, receptor de su defensa
frente a la inequidad política y económica, El Debate avanza en este
frente y, en relación al “peón rural” como sujeto social, señala que “[e]n las
zonas rurales se ha pagado siempre salarios deleznables” y la carestía en que
se encontraba la población no era responsabilidad exclusiva del contexto de
guerra. Como lo expresado anteriormente, hay una
propuesta programática que se aleja del liberalismo de El Día y se
acerca al giro a favor de un nuevo rol estatal que no era exclusivo del
radicalismo, sino que comenzaba a predominar en el discurso social, a la vez
que distingue en un lugar más marcado a lo popular en tanto sujeto político a
representar y dignificar.
El Debate es aún más tajante que El
Día al definir el sujeto agrario. No habla, por ejemplo, genéricamente de
los “productores” sino que al hablar de aquel trabajador rural propietario o
arrendatario de una pequeña propiedad e ingresos medios se refiere a veces al
“granjero”, a quienes otorga relevante importancia
política cuando los menciona como factores electoralmente desequilibrantes:
“Junta Reguladora, precios mínimos,
carencia de combustible, prohibición de moler su propio trigo, negativa de
adquirir el cereal últimamente cosechado, hambre en una palabra, son los
factores fundamentales que determinarán la derrota del Partido Demócrata
Nacional en las campañas de Entre Ríos”.
Cuando se inmiscuye en las grietas
internas del mundo rural, la opción políticamente “independiente” de El
Debate le permite preguntarse en plena campaña para gobernador: “[¿]Puede
un obrero –padre de familia- llenar cumplidamente su misión en la vida, pese a
la democracia, a la libertad, al patriotismo y a las muchas asignaturas
electoralmente tribunicias?” y corriendo “desde abajo” con sus demandas al
partido al cual está más cercano exige la imposición del salario mínimo no sólo
para el empleado público –como había sido establecido constitucionalmente en
1933- sino también para el privado en general, entre ellos “el peón de campo (el
más paria de todos)”.
Paria entre los parias, vive en los
ranchos descriptos como
“el refugio de nuestros criollos
que en la lejanía de los campos cuidan el frondoso capital de los afortunados
del latifundio […] Hay que dignificar la vivienda del hombre de nuestros
campos. Es imperioso e impostergable. Es humanidad y es obra puramente
argentinista. Y así como en las grandes estancias no se olvida del galpón
de material, del mullido pesebre para el reproductor vacuno que asegurará el
éxito financiero […] tampoco debe olvidarse que el peón humilde precisa un
cuartucho más o menos cómodo y un lavadero corriente después de cada duro
trajinar amasando la riqueza del predio, ‘orgullo de la producción ganadera’
[…] La vivienda rural debe ser [un] homenaje al humilde productor de nuestros
campos […] que continúa siendo el paria nacional por excelencia”.
Conclusiones
Lo rural, expresado en la
diversidad de matices que enfrentan o acercan según la perspectiva de los
grupos sociales que lo conforman, las transformaciones económicas que lo
afectan y las disputas de poder que influyen en las representaciones
construidas, es un todo que aún genera interrogantes cuyas claves de
comprensión se encuentran, desde esta perspectiva propuesta, en las
articulaciones de las partes que lo integran a través del discurso. A su vez
este no es neutral, sino que lo político genera un ámbito de disputa por
fragmentar o unir de diferentes formas las articulaciones del todo. La
apelación al sujeto agrario como grupo oprimido habla también de una nación
oprimida, en una identificación que articula la entrerrianidad/argentinidad con
la imagen de la ruralidad, y a éstas con la imagen predominante del paisano,
peón o arrendatario, por sobre todas las cosas trabajador.
Pensando este marco en la
transición hacia el peronismo, es aún reciente el consenso académico respecto a
la importancia que le darán los gobiernos de este signo a la política agraria,
que sin duda es mucha y se manifiesta en leyes, créditos, creaciones de
cooperativas, concesiones gremiales, etc. Existe una conexión entre estos
factores que abren un espectro de estudio interesante particularmente en el
espacio regional del sur entrerriano, pero no solo allí.
RESUMEN
Discursos en torno al
“hombre de campo” y la producción de una cultura de clase en la prensa radical
del sur entrerriano. Gualeguay en la coyuntura de 1943
Fuera de las grandes áreas
metropolitanas, la mayoría de la población argentina de principios de los años
40 formaba parte del mundo rural. Este artículo busca revisar en los periódicos
de la época de la ciudad de Gualeguay, ciudad al sur de la provincia de Entre
Ríos, las construcciones discursivas en torno a la figura de los trabajadores
rurales, visibilizando la reproducción de una cultura de clase que distingue y
resalta a las víctimas de un modelo social y económico en plena transición a la
vez que condena a las figuras identificadas con una elite poseedora de valores
negativos. Pretende ser un aporte al conocimiento regional de espacios ajenos
al proceso de industrialización, rompiendo con las interpretaciones que los
observan pasivos frente a las transformaciones de origen exógeno.
Palabras clave: Mundo rural – prensa local –
cultura de clase
ABSTRACT
Discourses
around the "countryman" and the production of a class culture in
South Entre Ríos radical press. Gualeguay at the juncture of 1943
In
Argentina, outside major metropolitan areas most of the population in the early
1940 decade inhabited at the rural environment. This article seeks to review in
the contemporary Gualeguay city newspapers, town located in the south of the
province of Entre Rios, the discursive constructions around the figure of rural
workers, making visible the reproduction of a class culture that distinguishes
and highlights the victims of a social and economic model in transition while condemning
the figures identified with an elite loaded with negative values. It aims to be
a contribution to the knowledge of regional spaces which were outside the
industrialization process, viewed as liabilities to the transformations of
exogenous origin.
Key
words: rural environment - local press - class
culture
Recibido: 01/03/14
Evaluado: 02/06/14
Versión final: 28/07/14
Notas
Profesor en Historia (UNR). Doctorando en Ciencias Sociales (UNER). Docente en el Instituto de Educación Superior “Luis F. Leloir” (Gualeguay, Entre Ríos).
SALOMON, Alejandra,
El peronismo en clave rural y local, Buenos Aires, 1945-1955,
Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, 2012, p. 30.
OSTIGUY, Pierre,
“Peronism and anti-peronism: social-cultural bases of political identity in
Argentina”, Paper presentado en el encuentro LASA, Guadalajara, México, Abril
1997.
KARUSH, Matthew, Cultura
de Clase. Radio y cine en la creación de una Argentina dividida (1920-1946),
Ariel, Bs. As., 2013.
El espacio regional
en el que me focalizo, Gualeguay, es el departamento más al sur de la
provincia, el de mayor tamaño y con dos geografías bien definidas por campos de
llanura y excelentes tierras, aptos para diversas actividades agropecuarias, y
una gran proporción de zonas inundables que conforman las islas Lechiguanas,
parte del delta del Paraná. La ciudad de Gualeguay se ubica equidistante a unos
220 km. de la capital provincial y de la ciudad de Buenos Aires. Con la
excepción de la villa de General Galarza, pequeña ciudad ubicada a 50 km. que
tenía una comunidad de origen alemán y ruso de fuerte presencia, el resto de la
población del departamento presentaba para este momento una fuerte homogeneidad
“criolla”. Al hecho de ser una de las ciudades más antiguas de la provincia
–fundada por Tomás de Rocamora en 1783- se suma la abrumadora mayoría de
inmigración española e italiana, incluso de regiones similares. Esta
estabilidad permitiría pensar en una más clara diferenciación de clase que en
otras sociedades incluso de la provincia, marcada principalmente por la
propiedad de la tierra, el acceso a cargos públicos que otorgaban honorabilidad
y lugares de sociabilidad propios como el Club Social, la Sociedad Rural o el
Jockey Club. Para la historia de Gualeguay, es invalorable el aporte del historiador
local Humberto Vico en sus tres volúmenes: VICO, Humberto P., Historia de
Gualeguay, Colmegna, Santa Fe, Vol. I (1972) y II (1977); VICO, Humberto, Historia
de Gualeguay. Crónicas del Gualeguay contemporáneo 1940-1955, Editorial de
Entre Ríos, Paraná, 2004.
En la provincia
como a nivel nacional, la agenda de temas que estaban a la mesa de la discusión
política no tenían profundas diferencias con la que vendrá a proponer el
peronismo. Ver ALTAMIRANO, Carlos, “Ideologías políticas y debate cívico”, en:
Torre, Juan Carlos (dir.), Nueva Historia Argentina, Tomo 8. Los años
peronistas, Sudamericana, Bs. As., 2002.
PRIETO, Adolfo, El
discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, Sudamericana,
Bs. As., 1988.
GERMANI, Gino, Política
y sociedad en una época en transición, Paidós, Bs. As., 1971.; MURMIS,
Miguel y PORTANTIERO, Juan Carlos, Estudios sobre los orígenes del peronismo,
Siglo XXI, Bs. As., 1972; TORRE, Juan Carlos, Ensayos sobre movimiento
obrero y peronismo, Siglo XXI, Bs. As., 2012.
Estos análisis a su
vez obviaron la pregunta sobre que discursos se generaron en la cultura popular
frente a los cambios vividos durante esta coyuntura, entendiendo lo popular en
términos más abarcativos que los obreros industriales sindicalizados o en
proceso de sindicalización del área metropolitana de Buenos Aires. El pobre, el
agricultor migrante, las mujeres, los trabajadores cuentapropistas, artesanos,
el obrero panadero, el pescador, o como veremos aquí con más detalle “el hombre
de campo” en general eran en esta perspectiva verdaderos convidados de piedra.
La provincia como
unidad es una elección historiográfica tentadora porque tal como señala Nicolás
Quiroga ésta “forma parte de la lógica política de los nativos”, “se monta en
preexistencias plausibles de ser narradas a través del relevamiento de lo que
cambia y lo que persiste”, “el archivo historiador se ajusta a repositorios
documentales” existentes que se enmarcan en estos límites y “su plural
(‘provincias’) garantiza la comparación”. QUIROGA, Nicolás, “De la inexistencia
a la ubicuidad. El partido peronista en la historiografía académica”, en: ACHA,
Omar y QUIROGA, Nicolás, El hecho maldito: conversaciones para otra historia
del peronismo, Prohistoria, Rosario, 2012, p. 96.
Los datos de la
época que aparecen en Justicia (7 de agosto de 1943, p. 1), y señalan un
35,74 % de analfabetismo en el departamento Gualeguay, yendo de un espectro
donde el mínimo estaba en la ciudad (22,4 %) y en la zona rural un máximo de
68,33 % (Séptimo distrito “Médanos”), podrían ser un condicionante en el nivel
de difusión del material escrito teniendo en cuenta que más de la mitad de la
población de Gualeguay debe considerarse rural, totalmente matizado por estas
prácticas asociativas que se repiten en la ciudad y en el campo.
María Liliana Da
Orden caracteriza este tipo de periódicos como un “producto múltiple” en
términos de Bourdieu, “tanto por los distintos géneros de los que se ocupaba
como por el tratamiento diferenciado y a veces contrapuesto que recibían”. El
“blanco” al que apuntaban “era bastante más amplio que el de los simpatizantes
o afiliados”. DA ORDEN, María Liliana y MELON PIRRO, Julio César, Prensa y
peronismo. Discursos, prácticas, empresas, 1943-1958, Prohistoria, Rosario,
2007, p. 116.
Desde 1914, la
Unión Cívica Radical gobierna la provincia ininterrumpidamente, incluso luego
del golpe de Estado de 1930 en que no es intervenida. Esto genera la
conformación de una clase dirigente estable y por eso bastante reducida a un
grupo de familias tradicionales identificadas con este partido.
PRISLEI, Leticia,
“Imaginar la Nación, modelar el desierto: los ’20 en tierras del Neuquén”, en:
PRISLEI, Leticia (dir.), Pasiones sureñas. Prensa, cultura y política en la
frontera norpatagónica (1884-1946), Entrepasados / Prometeo, Bs. As., 2001,
p. 99.
VÁZQUEZ, Aníbal S.,
Periódicos y periodistas de Entre Ríos, Dirección de Cultura,
Ministerio de Bienestar Social y Educación, Provincia de Entre Ríos, Paraná,
1970, p. 156.
En la ganadería hay
claramente dos zonas en la provincia: una de criadores al norte, con pastos
naturales, y los del centro y sur, de invernada. La actividad industrial
frigorífica se concentraba en Liebig’s de Colón, Bovril de Santa Elena, Freitas
y Compañía Saladeril de Concordia, San José de Gualeguay y Frigorífico
Gualeguaychú S.A. (datos económicos en REULA, Filiberto, Historia de Entre
Ríos: política, étnica, económica, social, cultura y moral, Castellví,
Santa Fe, 1971, pp. 126-183)
Vemos en Justicia
un artículo muy crítico sobre la ley de colonización, que afirma que en los
once años desde su aplicación “la oligarquía entrerriana sólo ha llegado a
adjudicar 434 lotes a 434 familias y, como veremos, los colonos que tuvieron la
‘suerte’ de obtener uno de esos lotes están muy lejos de haber hecho un negocio
brillante”, describiendo la mala calidad de las tierras de las seis colonias
que quedaban en pie. “La verdad sobre la obra ‘colonizadora’ del Anti. En Entre
Ríos”, Justicia¸12 de enero de 1946, p. 3.
Marc Angenot se
refiere a los discursos sociales como “hechos sociales y, a partir de allí,
como hechos históricos” que “funcionan independientemente’ de los usos que cada
individuo les atribuye”, “reglas de encadenamiento de enunciados que, en una
sociedad dada, organizan lo decible-lo narrable y opinable- y aseguran la
división del trabajo discursivo”. ANGENOT, Marc, El discurso social. Los
límites históricos de lo pensable y lo decible, Siglo XXI, Bs. As., 2010,
pp. 21-23.
Que los periódicos
sean de Gualeguay tiene una importancia política particular, dada la fuerte
presencia en la dirigencia radical provincial de una ciudad “mediana”
demográficamente: desde Miguel Laurencena, primer gobernador de este partido,
pasando por Emilio Mihura, Celestino Marcó, Luis MacKay, entre otros, convirtieron
a la ciudad en una referencia de esta fuerza, lo que potencia el valor de las
tribunas periodísticas que la apoyaban.
Llamada
despectivamente Junta “de políticos desocupados con miles de pesos de emolumento
mensuales”. El Día, 21 de enero de 1943, p. 3.
Según datos de la
época, la ganadería provincial tuvo una fuerte crisis entre 1932 y 1936, pero a
partir de 1941 comienza una gran recuperación.
VIOLA, Bernardo “De
la tragedia del agricultor”, El Día, 5 de enero de 1943. Pág. 2. Estos
casos judiciales son seguidos periodísticamente como dramas casi novelescos,
melodramáticos, de gran impacto en la percepción popular, lo que quizá
revalorice en el imaginario social la posterior decisión de Perón de congelar
los arrendamientos, uno de muchos posibles elementos que en cuanto a la
política agraria del peronismo podemos encontrar como antecedentes en el
radicalismo entrerriano, centradas en torno a la idea de que “la tierra debe
ser del que la trabaja”. Ver: GUTIÉRREZ, Talía Violeta, “El peronismo y el
‘Mundo agrario’. Una visión sobre el agro argentino, 1949-1955”, Mundo
Agrario. Revista de estudios rurales, Centro de Estudios Histórico Rurales,
Universidad de la Plata, La Plata, 2002, vol. 2 Nº 4, primer semestre.