Desplazamiento
forzoso de población por conflictos bélicos: La Guerra de los 10 Años en Cuba
(1868-1878)
Claudio Antonio
Gallegos(*)
Resumen
El artículo busca conocer los
desplazamientos forzados de población producto de diversas estrategias de
guerra en Cuba entre 1868 y 1878. Tanto las fuerzas españolas como las
insurrectas ejercieron, sobre la población rural y urbana cubana, acciones
represivas con el objetivo de lograr la victoria. Se afirma que esta movilidad
humana representa la antesala del proceso de reconcentración en Cuba de 1896, y
de una de las prácticas típicas de las guerras en el siglo XX: el ataque a los
civiles. Por medio del análisis de documentación pública y privada, se da
cuenta de las características generales de dichos desplazamientos, buscando la
comprensión de una nueva realidad y el impacto de la misma en la estructura
social. La supresión de las libertades individuales vera sus formas en
embargos, secuestros, expropiaciones de bienes, deportación, exilio,
reconcentración, entre otras.
Palabras clave: Desplazamiento
forzado; Guerra; Cuba; España.
Forced
displacement of population due to armed conflicts: The 10 Years War in Cuba
(1868-1878)
Abstract
The
article seeks to know the forced displacements of population resulting from
various strategies of war in Cuba between 1868 and 1878. Both the Spanish
forces and the insurgents exercised, on the rural and urban Cuban population,
repressive actions with the aim of achieving victory. It is affirmed that this
human mobility represents the prelude to the process of reconcentration in Cuba
in 1896, and one of the typical practices of wars in the twentieth century: the
attack on civilians. Through the analysis of public and private documentation,
the general characteristics of these displacements are explained, seeking the
understanding of a new reality and the impact of it on the social structure.
The suppression of individual liberties will see their forms in seizures,
kidnappings, expropriation of property, deportation, exile, reconcentration,
among others.
Key
words: Forced displacement; War; Cuba; España.
Desplazamiento forzoso de población
por conflictos bélicos: La Guerra de los 10 Años en Cuba (1868-1878)
Introducción
Desde
la zona oriental de la isla de Cuba, junto a sectores de Camagüey y Las Villas,
un grupo de familias terratenientes iniciaron la guerra por la liberación de
España en el año 1868.[1]
Más allá de algunos desacuerdos en cuanto a la fecha de inicio de las
contiendas, el 10 de octubre de ese mismo año, Carlos Manuel de Céspedes,
abogado y terrateniente, se alza en armas en Manzanillo, secundado por diversas
zonas del oriente.
Al
principio, este movimiento fue visto como un cúmulo de gente ansiosa por la
libertad e inconsciente del peligro. Pero en realidad, lo que sí se divisaba
era la incapacidad militar sumado a la falta de armamento por parte de las
fuerzas insurrectas para enfrentar a una potencia.[2]
Esta
asimetría que demuestra la guerra explica el desarrollo de la misma. Basada en
una constante guerra de guerrillas, fuerzas cubanas y peninsulares llevaron
adelante un sinfín de estrategias tendientes a imponer la voluntad de uno por
sobre el otro.
Es
necesario recordar que toda guerra es un hecho social. En la guerra, y
siguiendo a Flabián Nievas, se ponen en juego todas las destrezas, capacidades,
conocimientos, habilidades y astucia que se tengan. Toda situación de guerra es
una puesta en escena de las condiciones fundacionales de un orden social. Su
resolución dará lugar no sólo a —relativamente— nuevas estructuras económicas,
sociales y políticas; también —como diría Foucault— a órdenes de verdad, formas
de saber, estructuras de conocimiento (Nievas, 2009, pp. 25-47).
En
el caso del conflicto objeto de este trabajo, es posible identificar claramente
dos contendientes. Por un lado el Estado español, que llevó adelante una serie
de medidas represivas contra la población cubana como pate de una estrategia de
guerra contra la insurgencia. Por otro lado las fuerzas revolucionarias
cubanas, de poca experiencia y mal armadas, quienes también desarrollaron sus
estrategias impactando de manera directa en la población civil.
Entre
1868 y 1878 se ensayaron en Cuba diversas estrategias de represión sobre
civiles, dando cuenta del desconocimiento del derecho internacional[3] e
incurriendo en vejámenes sobre los que es necesario prestar atención, si se considera
la supresión de las libertades individuales como punto de unión. Estos ensayos,
verán su forma desarrollada posteriormente en la misma Cuba, y representará uno
de los puntos principales del desarrollo de las guerras durante el siglo XX: el
ataque a los civiles.
La
represión social, ejercida por las fuerzas españolas, junto a las violentas
acciones de las fuerzas cubanas, recaían sobre los sectores sociales blancos,
en general nacidos en Cuba sean o no simpatizantes de la insurrección. En este
sentido, y bajo el lema de culminar la guerra, se llevó a cabo un ataque
indiscriminado sobre la población civil.
Es
posible establecer dos zonas claras en las que efectivizaron acciones bélicas
las fuerzas españolas. Por un lado, en el sector rural de las provincias del
centro y oriente de la isla, el ejército regular llevó a cabo una ofensiva
contra la guerrilla propuesta por la insurrección. En este contexto es en el
que se establecieron, desde mediados del año 1869, las primeras
reconcentraciones de población civil rural de zonas de guerra. Por otro lado,
el sector occidental y central de la isla representó otro foco de acción. Allí,
jugaron un rol esencial los voluntarios y empleados del Estado español en las
tareas de control y vigilancia sobre sospechosos de infidencia o apoyo a las
fuerzas cubanas entre la población civil urbana.
Sean
del campo o de la ciudad, los ciudadanos fueron presa de graves castigos entre
los cuales se destacan secuestros, expropiaciones de bienes, deportación,
exilio, reconcentración, etc.[4]
Es
por todos conocida la reconcentración llevada a cabo por Valeriano Weyler en
Cuba hacia 1896. La misma, es referida por muchos investigadores como la
primera reorganización de población en tiempos de guerra. Sin embargo, este
artículo busca dar a conocer los desplazamientos que sufren las personas en la
Guerra de los Diez Años (1868-1878). Se afirma que la política de confiscación
de bienes y el Bando de Reconcentración del año 1869 decretados por España,
junto a la implementación de la tea
incendiaria, llevada a cabo por parte de las fuerzas insurrectas, generaron
esta movilidad humana poco trabajada, producto de la escasez de fuentes
referentes a la misma.[5]
En
este sentido es posible dar cuenta de diversas formas de desplazamiento de
población. Por un lado, las migraciones externas, situación que será solo
mencionada en este trabajo debido a la gran cantidad de investigaciones al
respecto. Pero por otro lado, también se observan movilidades en el interior de
la isla. Esta reubicación forzosa deviene en nuestro objeto de estudio.
Es
necesario tener siempre presente que estos desplazamientos forzados fueron,
sobre todo, un asunto militar. La política de represión sobre los civiles se
funda en una estrategia de guerra tendiente a negar la posibilidad de contacto
entre estos y las fuerzas insurrectas, o entre aquellos mismos y las fuerzas españolas,
dependiendo del prisma desde el que se observe.
Las
fuentes utilizadas para este estudio se basan en documentos oficiales y
privados, publicaciones periódicas de la época, crónicas, memorias etc.,
obtenidas en distintos repositorios en Cuba, España, Argentina y Estados
Unidos.[6] Sobre
las mismas recaen varias preguntas de investigación, que aún no terminan de ser
resueltas: ¿Es posible dar cuenta, íntegramente, del proceso de desplazamiento
forzoso de población durante la Guerra de los Diez Años? ¿Pueden establecerse
zonas específicas de reubicación? ¿Existió un plan diseñado por parte de España
para lograr tal fin? ¿El Estado español, contaba con los recursos y la
infraestructura necesaria para llevar a cabo tales acciones? ¿Colaboró de
alguna forma el Ejercito Libertador de Cuba en estas acciones represivas sobre
la sociedad civil? ¿Cómo se puso fin a dicho proceso?
El
material fontanal trabajado, estuvo atravesado por diversas herramientas
metodológicas no solo provenientes de la historia social e incluso de la
micro-historia. Asimismo, fue necesario considerar varios aporte de la
sociología de la guerra, para abordar las fuentes desde categorías tales como
guerra insurrecta, asimetría, guerra revolucionaria, ancladas en la morfología
de un conflicto propio de un sistema colonial de dominación, vinculado a
procesos de lucha que entremezcla lucha anticolonial, lucha de liberación
nacional y también lucha revolucionaria. Sobre esa base se confrontaron
fuentes, tomando como punto central el desplazamiento forzoso de población como
estrategia de guerra.
En
función de ello este trabajo se estructura en tres partes. En primer lugar se
analiza la política de embargos decretada por el gobierno español que generó la
movilidad forzosa de personas. En un segundo momento se da cuenta de dos estrategias
de guerra que generaron y colaboraron en el proceso de desplazamiento forzoso
de población: el Bando de Reconcentración de 1869 decretado por España y las
acciones de las fuerzas revolucionarias, sobre todo la tea incendiaria, que afectaron de manera directa sobre la población
civil. La tercera parte de este trabajo describe algunas de las situaciones que
se han podido reconstruir, desde las fuentes consultadas, referentes a la vida
de los reconcentrados junto a los detalles del plan de pacificación propuesto
por el funcionario español Félix Echauz y Guinart, caracterizado por una
reconcentración planeada y organizada. Para finalizar, las conclusiones
intentan posicionar a la Guerra de los Diez Años como un posible punto de
partida de lo que serán con posterioridad los poblados fortificados y los
controles poblacionales de la reconcentración de 1896.
Política
de embargos
Resulta
interesante conocer la estructura social cubana en el momento de la guerra que
se estudia. El último censo poblacional oficial realizado en la isla data de
los años 1860-1861. El mismo da cuenta de una población de 1.396.530
habitantes.[7]
Si bien esta investigación se centra en un periodo que comienza siete años
después de dicho censo, la realidad es que el aumento poblacional en esos años
no refiere un cambio sustancial para este estudio.
La
gente blanca representaba el mayor número de habitantes con 716.000 seguidos
por los denominados “gente de color” en donde se englobaba a negros, mestizos o
mulatos. Por debajo de ellos se encontraba población extranjera radicada en
Cuba, principalmente asiáticos. Sobre dichas personas recayeron medidas
represivas de guerra, atacando directamente a los civiles ya sea desde los
revolucionarios como desde las fuerzas realistas.
Para
el 12 de febrero de 1869, el Gobernador y Capitán General de Cuba, Domingo
Dulce decreta que los delitos de infidencia serán juzgados por Consejos de
Guerra ordinarios. Y se entiende por infidente a quienes incurran en los
siguientes delitos: traición o les-Nación, rebelión, insurrección,
conspiración, sedición, receptación de rebeldes y criminales, inteligencia con
los enemigos, coalición de jornaleros o trabajadores y ligas, expresiones,
gritos o voces subversivas o sediciosas, propalación de noticias alarmantes
(Disposiciones relativas a bienes…, 1874, pp. 3-4).
Bajo
el lema de culminar con esa insurgencia, el Estado español suma a sus políticas
represivas la confiscación de bienes. Si bien en un principio supuso la
usurpación a insurrectos o familiares, con el paso del tiempo dicha actividad
fue ejercida sobre un gran número de población, incluso sobre simpatizantes de
España.[8]
El
Decreto en cuestión data del 20 de abril de 1869 y consta de 31 artículos. El
primero de ellos hace clara mención al embargo de individuos que hayan formado
parte de la insurrección, ya sea portando armas o auxiliando a los revolucionarios
por medio de las mismas, municiones, dinero u otros artículos. Una vez probada
la culpabilidad de los delincuentes, se procedía al embargo de todos sus
bienes, derechos y acciones que poseían en su jurisdicción, pasando los mismos
a la administración de los Gobernadores o Tenientes Gobernadores, quienes
nombraban uno o diversos depositarios encargados del cuidado de los mismos
(Cfr. Disposiciones relativas a bienes…, 1874, pp. 7-14). Quienes más se vieron
afectados por dicha política fueron los medianos y pequeños propietarios de las
ciudades y los campos tanto en la zona oriental como en la central de la isla.
Ellos fueron quienes sufrieron la expropiación de sus fincas y granjas, junto
con el mobiliario que incluía la posesión de esclavos.
Esta
política trajo como consecuencia la forzosa movilidad de personas consideradas
infidentes. Asimismo, la metodología implantada para llevar a cabo tales
embargos fue atroz:
se nos informa que
muchas señoras y niños, sorprendidos en medio de la noche, en sus campos, han
sido conducidos a la ciudad a pie y descalzos o hacinados en pesadas carretas,
y hoy mendigan al pan por esas calles donde rodaron lujosos trenes sin tener hogar
ni ropas que mudarse, porque sus bienes permanecen embargados, sus muebles y
prendas han sido vendidas en pública subasta; se les ha despojado hasta de
aquellas más precisas que tenían en la montaña, y sus casas están habitadas en
la ciudad de Puerto Príncipe por inquilinos del gobierno ¿Qué culpa tienen esas
desvalidas señoras, esos débiles ancianos y esos inocentes niños de lo que
pasa, para que se les someta a tan crueles tratamientos? (Betancourt, 1870, pp.
121-122)
Domingo Dulce, Gobernador de la Capitanía
General de Cuba por segunda vez, continuó con su fuerte política basada en la
represión de libertades públicas. Se suma a lo comentado hasta el momento las
deportaciones de cubanos a la Isla de Pinos o al presidio africano de Fernando
Poo.[9]
Para el día 6 de abril de 1869, Dulce dirigió una circular a los gobernadores y
tenientes gobernadores por medio de la cual solicita:
notas conceptuadas de
todos los que hubiesen tomado una parte activa en el movimiento, y de sus
cómplices é instigadores presentes ó (sic) ausentes; con el objeto, sin duda,
de poseer datos para expedir las disposiciones sobre embargo de bienes, que en
aquellos momentos se estaban elaborando (Zaragoza, 1873, p. 351).[10]
La violencia que iba adquiriendo la
insurrección armada, sumada a los desmanes de las fuerzas españolas sobre la
población civil, generó la migración de miles de familias cubanas fuera de la
isla, buscando tranquilidad en el exterior. Este éxodo comenzó al poco tiempo
de iniciadas las contiendas. Este desplazamiento forzoso se incrementa luego de
abril de 1869 cuando el general Dulce pone en vigencia la ley de embargos:
presenciándose
entónces el espectáculo de una emigracion tan considerable y vertiginosa, que
hubo dias en que se disputaron los pasajes con violencias, y se llenaron hasta
las bodegas de los numerosos buques que salian de la Habana, con rumbo á los
puertos del próximo continente, ó de las, islas vecinas de dominio extranjero.
De todos los puntos de Cuba acudieron presurosos á la capital los fugitivos; no
siendo aventurado calcular que en aquel puerto se embarcaron mensualmente de
dos á tres mil familias, de más de cinco individuos cada una, en el tiempo
trascurrido desde febrero á setiembre de 1869; y pudiendo asegurarse que más de
cien mil habitantes, ó sea la dozava parte de la poblacion, abandonaron en
aquel período sus hogares para vivir fuera de la isla (Zaragoza, 1873, p. 374)[11].
Justo Zaragoza, escritor de la cita
anterior, por ese entonces se desempeñaba como Secretario Político de La
Habana, y por ello firmaba los pasaportes de quienes abandonaran la isla. El
autor comenta que salieron de aquel puerto, del 26 al 30 de enero de 1869, unas
299 familias. En función de ello, fue posible calcular, tomando dicha esta
proporción, el número de emigrantes desde aquel mes hasta que el General
Caballero de Rodas se posesionó al mando de la isla en el mes de julio del
citado año. En función a sus estimaciones, entre 2000 y 3000 familias
abandonaron Cuba, estipulando finalmente, una migración de 100000 personas al
exterior, lo cual representaba el 10% de la población de la isla (Zaragoza,
1873, p. 374).[12]
El nombramiento de diversas Juntas
de Vigilancia local de bienes embargados e incautados no acataban, en general,
las órdenes de los inspectores de la Administración Central del Consejo
Administrativo de Bienes Embargados de La Habana.[13]
En las fuentes consultadas, son varios los relatos que dan cuenta, por ejemplo,
de la matanza de ganado en ciudades en donde la hambruna era una realidad. Del
mismo modo, se asistía al robo y malversación de lo embargado por parte de los
empleados de la administración.
Asimismo,
es posible afirmar que la miseria en varias ciudades, sumado a la persecución
de personas inocentes, fueron producto de una mala implementación de dicha
política de embargos. Incluso se sostiene que la mayoría comenzaron a apoyar a
la insurrección luego de estos desmanes de poder por parte de ciertos
funcionarios del Estado.
También
es necesario destacar que muchas de las personas que sufrieron embargos se
desplazaron de manera forzosa hacia las zonas rurales carentes de presencia
española e insurreccional. La vida en esos sectores no parecía ser mejor que en
las ciudades:
en las profundidades de estos bosques han abierto
pequeños claros las fugitivas familias y los patriotas inutilizados; pero como
éstos hacen todos los esfuerzos posibles para ocultar esos asilos del
infortunio, es casi imposible descubrirlos, aun con la ayuda de los guías más
hábiles. Ocultos en las soledades más silenciosas de estos bosques sombríos
pequeñas colonias de hombres libres, prefiriendo el sufrimiento, las
privaciones, el peligro y la muerte, antes que someterse a los esclavistas,
trabajan, sufren, con la esperanza de que huya de ellos para siempre la noche
terrible de sus agonías y tristezas (O´ Kelly, 1930, p. 120).
Para
el año 1869, comenta Justo Zaragoza (1873), habían sido embargados 1184
personas, mientras que para 1871 ya eran más de 3928 los afectados (pp.
508-582). Por su parte, la reconstrucción que realiza la historiadora Inés
Roldan de Montaud (1990), afirma que en el año 1877 los expropiados eran 4492
(p. 72).
El
bando de reconcentración y las acciones insurrectas
Los
denominados “bandos de reconcentración” forman parte de un sistema de guerra.
Por medio de los mismos se busca impedir la labor de espionaje o de socorro que
los “civiles” pueden ofrecer a la insurrección.
Esta
estrategia tampoco era algo nuevo en el mundo o en el mismo continente
americano. A lo largo de la historia, diversos ejércitos habían trasladado
población civil dentro de zonas de conflicto a áreas controladas para evitar el
contacto con el enemigo. Por ejemplo, situaciones similares se habían vivido en
la India Británica con el combate a los levantamientos de Ganjam a finales del
siglo XVIII. Incluso, los mismos españoles hacia 1811 habían creado pueblos
fortificados en México.[14]La
reconcentración consistía, entonces, en el traslado de manera forzada de
civiles de su lugar de residencia a, en algunas oportunidades ciudades
administradas por los españoles, y en otros casos a zonas rurales casi
desprovistas de medios de subsistencia. El punto central radicaba en desplazar,
de forma obligatoria, a la población civil a lugares alejados de las tropas
cubanas:
traigamos la
población á esos caminos, donde pueda vigilarse, fomentarse y defenderse, y
arrasemos unas tras otras todas las siembras que han ocultado entre los montes
y cuanto exista fuera de las poblaciones que hayan de establecerse, con la sola
escepcion de los ingenios bien situados y de las haciendas de crianza, no
permitiendo en éstas siembras de víveres (Velasco, 1872, p. 49).
Los lugares en los cuales se
reconcentró población carecían de los recursos necesarios para la subsistencia,
por lo cual se tornaba necesario el envío, por medio de caravanas, de
provisiones. Pero resultaba usual que dichas caravanas fueran blancos de ataque
de los insurgentes, por lo cual se esperaba que los reconcentrados se puedan
satisfacer ellos mismos en la mayor cantidad de necesidades. Las pocas fuentes
que referencian el tema dan cuanta de movilidades desorganizadas, epidemias,
muertes, etc.[15]
Blas Villate de la Hera, II Conde de Valmaseda, se desempeñó como Capitán
General Interino de Cuba durante 1867, y formó parte de las milicias que
reprimieron la insurrección en la Guerra de los Diez Años. Bajo su mando se
encontraban los jóvenes Valeriano Weyler y Arsenio Martínez Campo. Y fue,
justamente, Valmaseda quien puso en funcionamiento el primer Bando de
Reconcentración conocido en Cuba.
La idea central del Conde tenía que
ver con la concentración de los esfuerzos en Las Villas y Oriente. Una vez que
estos territorios se encontraran pacificados, se atacaría Camagüey para poder
sofocar a la insurrección en solo quince días (Muñoz de las Heras, 1986, p.
995).[16]
Pero la guerra iba aumentando en ferocidad, a punto tal que Valmaseda, por
medio de una proclama del 4 de abril de 1869 dirigida a los habitantes de los
campos, sostiene:
todo hombre desde la edad de quince años en adelante,
que se encuentre fuera de su finca, como no acredite un motivo justificado para
haberlo hecho, será pasado por armas. Todo caserío que no esté habitado será
incendiado por las tropas. Todo caserío donde no ondee un lienzo blanco en
forma de bandera, para acreditar que sus moradores desean la paz, será reducido
a cenizas. Las mujeres que no estén en sus respectivas fincas o viviendas, o en
casa de sus parientes, se reconcentrarán en los pueblos de Jiguaní o Bayamo,
donde se proveerá a su manutención, las que así no lo hicieren serán conducidas
por la fuerza (La Voz de Cuba, 28 de abril de 1869, p. 2).[17]
La
implementación del mencionado Bando en las ciudades de Bayamo y Jiguní llevo a
los campesinos al pánico producto de la destrucción de sus campos. La zona de
Manzanillo quedaría devastada. Un plan del terror y asolamiento, que para 1870
había logrado expandirse por Holguín, Santiago de Cuba, Guantánamo y Baracoa.
Decía Valmaseda en carta autógrafa en Bayamo el 8 de septiembre de 1869:
aquí me tiene usted obligado por las circunstancias
continuando esta guerra en que por ahora no veo la pronta conclusión, y
advierta usted que creo que si hubiese una dirección, aunque sólo fuera
regular, podía concluirse en tres ó cuatro meses (…)Tengo la creencia de que si
los demás jefes de fuerzas hubieran empleado los medios de que yo me he valido,
no habría ya enemigos armados en Cuba, pues si yo con solos 1.000 hombres, más
los 1.600 que saqué de Las Tunas, he pacificado tres jurisdicciones, teniendo
en ellas la Sierra Maestra, cuya extensión pasa de 30 leguas, con un fondo de
20 á 24, calculo usted lo que los demás, con más fuerzas y menos inconvenientes
podían haber hecho (Pirala, 1895-1898, p. 620, Tomo 2).
Desde
finales de 1869, aproximadamente, en el momento de mayor recrudecimiento de los
enfrentamientos, miles de personas fueron dirigidas a zonas rurales aún
pacíficas tales como Holguín, Bayamo o Manzanillo.
Uno
de los elementos que colaboró con la reubicación de población fue la
construcción de la trocha entre Júcaro y Morón. Esta línea fortificada contuvo
durante gran parte de la guerra a los insurrectos en la zona este de la isla, justamente
la menos desarrollada.[18]
Asimismo,
España desarrolló una intensa vigilancia sobre las costas. Para tal caso se
incorporaron diversas herramientas tales como cañoneras.[19]
El General Antonio López de Letona, en agosto de 1869 resume las estrategias de
España contra la insurrección:
que bien servida la
causa española, restablecido el principio de autoridad, la guerra en su parte
material debía reducirse á la ocupación de las poblaciones; establecimiento de
líneas de comunicación con los centros que conviniera sostener; «á operaciones
cortas y seguras irradiando de estos centros, con fuerzas siempre suficientes,
en expediciones cortas y solo en oportunidades favorables; á la vigilancia de
las costas, y en suma, á hacer que la masa general del país se encontrara mejor
en las poblaciones que en los campos, produciendo asi á la insurrección el
vacio con que la insurrección nos hostiliza hoy á nosotros; á hacer que las
tropas sufran por la acción mortífera del clima, menos de lo que sufren los
insurrectos en sus bosques; á privarles de recursos exteriores y á quitarles la
esperanza de que nuestra desconcertada actividad y nuestra forzada iniciativa
nos aniquile. De este modo venceremos de seguro» (Pirala, 1895-1898, p. 571,
Tomo 2).
Por
otro lado, las tropas españolas también sufrieron toda clase de padecimientos.
La propagación de enfermedades trajo innumerables bajas en sus filas. Tampoco
eran soldados preparados para llevar a cabo maltratos físicos sobre civiles,
asesinatos, destrucción de poblados, etc. Todas prácticas recurrentes de los
enfrentamientos de siglo XX.
Casi
cuatro años después de implementado el Bando de Reconcentración de Valmaseda,
James O´Kelly (1930), reportero del New York Herald de visita en Cuba, afirma:
de trecho en trecho tropezábamos con bohíos en ruinas, cuyos maderos
ennegrecidos harto claramente relataban la historia de su desolación. Estas
ruinas habían sido en un tiempo la morada de las familias cubanas, que al
principio de la guerra se refugiaron en estos nunca transitados bosques, para
escapar del terrible azote de la guerra. Por espacio de algunos meses y años
vivieron en paz sus habitantes olvidados por sus compatriotas, hasta que llegó
la hora de los reveses, y los sabuesos de Valmaseda, en su sed de sangre,
descubrieron a aquellos desgraciados y entregaron sus casas a las llamas y
demasiado a menudo sus personas al ultraje y a la matanza (pp. 234-235).
Las
fuerzas revolucionarias también desarrollaron acciones sobre la población.
Atacaron plantaciones y granjas aplicando la tea incendiaria. Fue tal la utilización de esta modalidad, que para
1870 muchas personas habían abandonado sus lugares de residencia. José
Gutiérrez de la Concha relata cómo, el gobernador de Puerto Príncipe, daba
cuenta de esta situación, afirmando que los insurrectos no solo se habían declarado enemigos de la patria sino también de
la propiedad, destruyendo cuanto encuentran a su paso:
ved lo que ya ha pasado ante vuestros ojos en el
pequeño espacio de dos meses; 40 ingenios
han sido completamente destruidos; varias rancherías y caseríos sueltos han
sido presa de las llamas; vuestros hogares robados; vuestras familias sin techo
que las abrigue, y los recursos que vuestro sudor creaba para el sustento,
perdidos é imposibilitados de poderlos hacer fructuosos (Gutiérrez de la
Concha, 1877, p. 86).[20]
Incluso
el Diario de la Marina, daba cuenta
de las atrocidades que también llevaban adelante los insurrectos sobre los
civiles. Justamente, el medio gráfico sostenía que en cuatro meses de contienda
habían desarrollado más horrores que en cualquiera otro sitio de las colonias
españolas en los últimos cincuenta años. Máximo Gómez, transmite una orden a
los distintos Jefes Militares de Cuba en la zona de oriente con el espíritu de
cortar todo tipo de cooperación para con las fuerzas españolas:
E. L. de Cuba.-Acabo de tener una entrevista con el C.
general Máximo Gomez, y este autoriza para ordenar á V. deje tranquilos a los
hacendados franceses, y en su lugar se traslade sin pérdida de tiempo á la
vuelta de los ingenios para que destruya por medio del incendio las casas de
vivienda y los trapiches con sus maquinas, para que de ninguna manera puedan
los dueños obtener cosechas con que pagar los voluntarios que de Cuba envían
contra nosotros. En este concepto puede V. empezar la obra respetando los
sembrados de caña y otros frutos, pero queme V. las habitaciones y trapiches
con sus máquinas para cumplimentar la órden del general Gomez (García Verdugo,
1869, pp. 176-177).
El
Bando de Reconcentración implementado por Valmaseda obligó a las personas a
abandonar sus propiedades, si no habían sido antes embargadas. Pero ante el
inminente desplazamiento forzado, pudieron observase actos, por ellos
considerados patriotas, conocidos como tea
incendiaria. Es el caso de una niña que dijo:
yo
tengo aquí una casa, como dueña puedo disponer de ella, según me agrade; pues
bien, yo voy á incendiarla: los que quieran imitarme que me sigan. Tomó una tea
é incendió su casa; los demás, arrebatados por el sublime ejemplo, la signen, y
Bayamo quedó reducida á cenizas después de haber sido saqueada. En un montón de
escombros clavaron un pendón que no era el de España ni el de la estrella
solitaria. Al desbandarse aquella multitud que supo destruir lo que no se
atrevió a defender, quemó a su paso el pueblecillo Dátil. Necesitaban dejar
testimonio de su patriótico proceder. […] ¿Qué se habrá hecho, nos decíamos
unos á otros, de las dos mil familias que habitaban este pueblo? ¿A dónde están
los enfermos, los ancianos y los niños? Horror causa la respuesta, pero es la
pura, verdad. Los enfermos y ancianos perecieron entre los escombros de las
casas: los niños, si no tuvieron una madre ó un hermano que los cargase en sus
brazos, habrían corrido igual suerte. Entre estos y otros pensamientos,
llegamos á la plaza de Armas: su letrero había sido sustituido, se llamaba
«Plaza de la Revolución» (Pirala, 1895-1898, p. 392, Tomo 2).
Para 1872, varios generales
españoles daban cuenta del éxito de las políticas de reconcentración de
población, instando a llevar a cabo las mismas de manera urgente y de forma
planificada en aquellos lugares donde prevalecía la insurrección:
si dejamos para
entonces los esfuerzos y las medidas que pueden adoptarse hoy con la casi seguridad
de que el enemigo no puede resistir ni dos meses cuando se haya reunido la
población en pocos y pequeños espacios y líneas bien aseguradas con pocas
fuerzas, para dejar espeditos los dos tercios al menos del ejército en su
incesante tarea de buscar al enemigo envolviendo sucesivamente una y otra
localidad para que le sea más difícil escapar, y en parte alguna le queden
siembras, hospitales, almacenes ni otros establecimientos por ocultos y
retirados que estén. Cuando se ha obrado así aunque no haya sido de la manera
más radical y se han formado líneas de pequeños puestos fortificados y
columnas, por el último capitán general en el Camagüey, por el conde de
Valmaseda en Bayamo y por el teniente gobernador Obregon en Holguin, el enemigo
ha tenido que desaparecer y esconderse, limitando sus empresas á dañar el
vecindario que se había tolerado quedase sin condiciones defensivas que son sus
hazañas favoritas (Velasco, 1872, pp. 43-44).
De esta forma, las ciudades que se
destacaron por recibir población desplazada de manera forzosa pueden ser vistas
en el siguiente mapa:
FIGURA 1: Principales ciudades con población
desplazada de manera forzosa. Elaboración
propia sobre plataforma de Google Earth.
Re
construcción de zonas reconcentradas y plan de pacificación
La
reconcentración de la población civil, más allá de su cercanía o no a la
insurrección, y como se expresó anteriormente, se basaba en cuestiones
militares. Claro ejemplo lo representaba la gente que vivía en los campos. En
un primer momento, caracterizados desde una visión bucólica, aquellos
pintorescos campesinos que corrían las gallinas, que despertaban con el cacareo
del gallo y que eran aficionados a bailes y cantos, en tiempos de guerra eran
una amenaza porque:
conocen si por un
camino ha pasado poca ó mucha gente; si a pie o á caballo, adivinando si los
caballos son de hombres montados o si son acémilas de carga, y hasta cuando un
caballo es tuerto; pues se fijan de qué lado aparece mascada la yerba, saben
aun en tiempo de seca, si ha entrado gente en los bosques. Fijanse en una rama
doblada, ó caida en el suelo, en una colilla de cigarro, en un pedazo de papel,
en un botón, en una corteza de mango, en algunos granos de arroz, en si, en las
veredas, cuando ha llovido y el agua impide ver las huellas, hay hilos de araña
que los atraviesen, y en pequeños indicios que sólo ellos ven con ojos de
lince; y asi se convencen de que otros hombres han entrado en el bosque antes
que ellos. El sol, la luna, la estrella polar, la osa mayor y otras
constelaciones que brillan en el espacio, son brújalas seguras del guajiro para
caminar de día y de noche á rumbo entre bosques, guayabales, sabanas y potreros
(Pirala, 1895-1898, p. 364, Tomo 2).[21]
La población reconcentrada era
enviada a ciudades que, supuestamente, podían soportar el ingreso de nuevas
personas. Es por ello, que localidades tales como Puerto Príncipe, Las Tunas,
Nuevitas, Santa Cruz, Las Parras, San Jerónimo, Cupey, Magarabomba, entre
otras, recibían población a ser alimentada por un pequeño radio de tierras que
las autoridades españolas habían asignado para el cultivo. En general, parte de
esa producción también era destinada para la subsistencia de las tropas, por lo
cual los medios para sobrevivir resultaban escasos en función de la cantidad de
familias que allí se hospedaban:
que en
Puerto-Príncipe, por ejemplo, residen infinitas familias, la mayoría compuesta
de mujeres y niños. Las que tienen hombre apénas pueden mal pasar, por no haber
trabajo suficiente para éstos, y las que no los tienen, han sido comprendidas
en tres porciones, que son auxiliadas sucesivamente quince dias de cada cuarenta
y cinco, con racion de escasa sopa en que se invierten cinco mil pesos
mensuales. Es decir, se les dá de comer quince dias y se les deja morir de
hambre treinta. Los hombres que se ven sin trabajo y pereciendo de hambre á sus
familias, no creo se tenga la nécia pretension de suponerse nos sean muy
afectos, y no aprovechen cualquier descalabro que suframos, cualquier tropiezo
internacional ó profundas perturbaciones en la Península, para lanzarse llenos
de júbilo á las armas (Acosta y Alvear, 1872, p. 14).
Uno de los lugares en donde más se
observaron los desastres del desplazamiento de personas fue en Puerto Príncipe.
Sin ningún plan diseñado estratégicamente para tales acciones, la improvisación
era moneda corriente, a punto tal que los reconcentrados peleaban por huesos
casi desprovistos de carne:
así se veía el
matadero «diariamente asediado por una hambrienta multitud de chiquillos y aun
adultos, quienes se apoderaban de las pieles de las reses y arrancaban los
pequeños fragmentos de carne que quedaban pegados, ansiosos de proporcionarse
algún alimento, porque no podían comprar la carne. Los vientres y las partes
más inmundas de los animales, que siempre se arrojaban, eran disputados á los
perros, se recogían con avidez y se consideraban como un gran regalo. Causaba
grima ver las turbas de gente famélica que discurría por las calles en busca de
la limosna de carne que se daba á los pobres. Hubo algunos, bastantes, que
murieron de hambre (Pirala, 1895-1898, p. 484, Tomo 2).
Otra de las zonas en las cuales se
reubicó población estuvo caracterizada por las ciudades de Cienfuegos, Villa
Clara, Remedios, Trinidad y Sancti Spiritu. Allí, los campamentos se definían
por una población movediza, con caracteres de multiplicidad compuestos por
mujeres, niños, jóvenes y ancianos. Estos pueblos también estaban mal
guarnecidos, sumando la escasa presencia de fuerzas españolas para el control.
Muchos de los reconcentrados en
estas ciudades aducían haber abrazado la causa insurrecta, la cual habían
abandonado por darse cuenta que fue un error. Las personas desplazadas
arribaban a estas zonas de reconcentración carentes de todo tipo de
provisiones. Hubo casos en los cuales, incluso, hasta carecían de vestimenta.
La obra del mencionado James
O´Kelly, publicada en 1874 da cuenta, también, de la situación vivida por las
personas reconcentradas en los asentamientos de Sancti Spíritus. Allí se
describen penurias alimentarias, epidemias tales como cólera o peste y la
consecuente falta de atención médica:
habiendo desarrollado
con la reconcentración de las familias una enfermedad que á manera de epidemia
se ha extendido por todas ellas, hasta el punto de no existir familia alguna
que no cuente con enfermos, de los cuales mueren diariamente uno o dos sin ser
posible contener el progreso de la referida calamidad; la que unida a la
escasez de agua que se nota en la proximidad del rancherío, hace del todo
imposible la permanencia en dicho paraje general perjuicio de todos los
habitantes (p. 47).
Luego de ya pasados cinco años de
guerra, era posible divisar que hasta el momento solo se habían sucedido
infinidades de disposiciones y de movimientos que, si en lo particular no
lograron revelar un objeto claro y realizable, en conjunto tampoco habían dado
cuenta de un criterio definido. Ello dio como resultado la ausencia de
perseverancia tanto en lo bueno como en lo malo, resaltando sobre todo aquellas
acciones desacertadas en pos de incomunicar a la insurrección con los civiles.
Para 1872 habían transitado la isla
unos cinco Capitanes Generales, un gran número de Comandantes Generales en los
diversos Departamentos y, sobre todo, un continuo desplazamiento poblacional
desde zonas especiales de conocimiento a nuevos poblados de los que, no solo
ignoraban su funcionamiento sino que, además, carecían de todo tipo de
necesidades para su subsistencia. Esta realidad, que debían afrontar las
fuerzas españolas consideraba, también, la presencia de un enemigo que
continuaba en pie de guerra llevando, asimismo a la práctica, feroces
estrategias contra la población cubana.
Ante este panorama, producto de la
política de embargos, el Bando de Reconcentración de Valmaseda y la utilización
de la tea incendiaria por parte de
las fuerzas insurrectas, fue que el Subinspector de Sanidad de la Armada, Jefe
Facultativo de las Salas de Marina del Hospital Militar de La Habana, Ex - Jefe
de Sanidad del Cuartel General del Ejército del Centro, Don Félix de Echauz y
Guinart publica en el año 1873 Lo que se
ha hecho y lo que hay que hacer en Cuba. Breves indicaciones sobre la campaña.[22]
Es así como se asiste a la
presentación de un plan organizado para terminar la guerra en Cuba, basado en
las medidas tomadas hasta el momento, mejorándolas desde su propia perspectiva.
El plan de 1872 no llegó a
implementarse de manera sistemática. De todas formas, Weyler (1910) hace
mención al mismo en sus memorias (p. 19). En este sentido, resulta pertinente
mencionar que dicho General, para 1870 se encontraba combatiendo en Puerto
Príncipe, lugar de recepción de población desplazada, valiéndose de la
experiencia necearía para el posterior desarrollo de la reconcentración que
lideraría hacia 1896.
Las bases del plan de pacificación
se encuentran en la calidad de asimétrica que tenía la guerra en Cuba. El
insurrecto era caracterizado como un fantasma que aparecía y desaparecía cuando
le convenía pero era un ser real, y por ellos caracterizado como terrible.
Los recursos que utilizaban para
subsistir eran carne y viandas suministradas por diversas producciones del
propio trabajo en el campo. Extraían ropa de las poblaciones y armas y
pertrechos de guerra de sus éxitos en las contiendas.[23]
Ante este panorama, el plan de
pacificación proponía tres grandes indicaciones:
1. Quitarle la
ocasión de que nos haga esa guerra á mansalva sobre caseríos, partidas sueltas
y convoyes.
2. Acabarle los
recursos interiores, talando el país y reconstruyéndolo bajo un plan general
bien calculado para su defensa y prosperidad.
3. Cerrarle la costa,
de modo que no pueda recibir auxilios del exterior (Echauz y Guinart, 1873, p.
24).
En base a estos objetivos, cobra
importancia el desplazamiento forzado de población. El autor, planteaba la
urgente reconcentración en las poblaciones que estén disponibles, y la
necesidad de fundar nuevas con tal propósito. De esta forma, se le quitaría
territorio al enemigo, lo cual representaba, también, fuentes de
abastecimiento.
En la realidad se fueron creando
algunos campamentos con la idea de ir restableciendo la autoridad colonial. En
los mismos, se diferenció entre reconcentrados y personas que llegaban a estos
campamentos en búsqueda de alimento, vivienda y sobre todo seguridad.[24]
De todos modos, allí persistían dificultades evidenciadas en un cercano pasado
vinculadas a malarias y enfermedades.[25]
Estos campamentos, que se fueron
creando bajo el concepto de poblaciones, comenzaron a dar cuenta de la
necesidad de ser regidos y administrados. Esta situación fue divisada como un
gran problema, producto de los escándalos de corrupción probados y
desarrollados por empleados de la administración española en el pasado
reciente. La primigenia idea de instaurar, por ejemplo jueces de paz, maestros
de escuelas, administrador de correos, entre otros, no se llevó a la práctica.
Las estrategias hasta acá
descriptas buscaban, entonces, terminar con los recursos interiores de la isla,
talando el país para poder reconstruirlo bajo este plan de pacificación. Por
ello se planteaba como necesario también:
hacer
una gran trocha central y las siete transversales que hemos señalado por líneas
aproximadas (dejando su trazado exacto á las personas competentes);
reconcentrar en los puntos de intersección toda la población interior, y en los
extremos de las transversales toda la población marítima; y dar al ejército la
distribución conveniente entre esos mismos puntos, de modo que esté calculada
para su defensa y para los trabajos ú operaciones que tenga que practicar. De
la adopción de este plan resultarían, contando con la trocha actual, veinte y
cuatro grandes centros de población, amparados y al propio tiempo dominados por
otras tantas guarniciones (Echauz y Guinart, 1873, p. 28).
De
esta forma, la propuesta daba como resultado la división de la isla en catorce
secciones cuadriláteras y, teniendo en cuenta cada sección en sí, deberían
tener guarniciones cada uno de los cuatro ángulos resultantes. El número de
hombres necesarios para poder realizar tal proeza no fue suficiente y esta
parte no fue implementada.
El
plan general planteaba entonces el sistema de trochas y de centros. La costa
sería cerrada, ubicando a la población junto al ejército español reconcentrados
en puntos estratégicos, cubiertos de cultivos, animales, seguridad y defensa
necesarios para la subsistencia. Del otro lado quedarían las fuerzas insurrectas,
instadas a desarrollar una vida nómade y salvaje para poder satisfacer sus
necesidades básicas. En palabras de Echauz y Guinart (1873), “nosotros nadando
en la abundancia; ellos consumiéndose en la miseria; nosotros descansando en la
seguridad que da la posición, ellos corriendo siempre todos los azares de una
vida errante” (p. 37).
Si
al día de hoy es difícil para los investigadores dar a conocer con exactitud la
cantidad de decesos en la Guerra de los Diez Años, aún más complejo resulta
llegar a un número de muertos por desplazamientos forzados de población. El
historiador cubano José Abreu Cardet da cuenta de unas 145000 bajas
aproximadamente, solo en las huestes españolas. De ellos, afirma que más de 133.000
murieron por enfermedades y epidemias (Abreu Cardet, 2005, p. 74).
Considerando
que los sitios de reconcentración se caracterizaban por las lamentables
condiciones de higiene, dando paso a hambrunas generalizadas, resulta sencillo
pensar que el número muertos por desplazamiento forzoso fue alto.
Conclusiones
La
insurrección en Cuba y la respuesta del Estado español dieron como resultado la
matanza indiscriminada de población civil como estrategia de guerra. Asimismo,
en los espesos bosques donde se desarrollaron las contiendas, más que batirse los
hombres se cazaban. Mientras los insurrectos no paraban de construir
trincheras, los españoles no paraban de destruirlas. Las matanzas fueron
indistintas, sacrificando, desde ambos bandos, prisioneros, sospechosos y
civiles totalmente inocentes.
Manuel
de Céspedes y Máximo Gómez, así como también el Conde de Valmaseda y Antonio
Caballero de Rodas, entre otros, no llevaron adelante una guerra caracterizada
por actos altruistas frente al enemigo. Tanto en el bando revolucionario como
en el peninsular, los comportamientos humanitarios no representaban la
cotidianeidad. Las acciones feroces sobre los civiles los aunaban en el
espanto.
La
documentación utilizada para esta investigación fue trabajada por medio de
preguntas clave e interpretaciones específicas, partiendo de la base que las
mismas no fueron elaboradas como fuentes que dieran cuenta de los
desplazamientos forzados de civiles. Es por ello, quizás, que esta situación no
haya despertado la curiosidad de investigadores como sí lo refiere la
reconcentración de 1896.
En
este sentido, este trabajo puede evidenciar la ausencia de información de
“primera mano”. Pero ello no lo vuelve menor. Gracias a la interpretación y la
comparación fue posible obtener los resultados esperados.
En
lo que respecta a las acciones de España, que llevaron a los desplazamientos
forzados de población, es necesario destacar que no solo se buscó incautar
todos los bienes susceptibles de ser empleados por y para la insurrección.
Asimismo, los recursos que se obtuvieron por medio de la confiscación de bienes
fueron utilizados, en gran parte para costear la guerra. Una excesiva política
de empréstitos se desarrolló como base de la necesidad económica y los bienes
embargados eran la garantía de los mismos.[26] Por
otro lado, la reconcentración de población persiguió siempre intereses
militares estratégicos. Había que reordenar la población en sectores
controlables más allá de sus ideales políticos. Pero la misma se caracterizó
por la falta de organización formal. Se evidenció poca previsibilidad vinculada
con el trabajo y el control de la sociedad. Asimismo, la reconcentración
representó una política costosa para una economía española en decadencia. Pero
quienes pagaron estos altos niveles fueron los cubanos, incluso con sus propias
vidas.
Paradójicamente,
muchos de los desplazados fueron producto de las acciones revolucionarias que
por medio de la tea incendiaria
buscaban el mismo efecto que el ejército español: dejar yerma las tierras de
todo tipo de provisiones. En este sentido queda claro que el ataque a la
población civil fue ejercido por las fuerzas combatientes sin ningún tipo de
distinción social. El objetivo central siempre fue lograr la incomunicación
entre la población y las fuerzas insurrectas para unos, y la población y las
fuerzas españolas para otros.
Tanto para unos como para otros, la integridad
nacional fue el principio rector de las atrocidades cometidas. Las acciones de
acoso, expropiación, persecución y muerte que sufrieron los civiles en Cuba,
tenían como trasfondo la idea de ser una población traidora y desleal, ya sea
para con los intereses de la insurrección, ya sea para con los intereses de
España.
La
Guerra de los Diez Años da cuenta, entonces, de una gran represión sobre la
población, atacada como blanco para obtener la victoria esperada por ambos
bandos. A tono con los sucesos cubanos de 1896, quienes llevaron a cabo esa
segunda reconcentración, desarrollaron sus primeras actividades militares
durante el momento que se estudia, formando parte de una gran cantidad de
crímenes injustificables, para replicarlos luego.
Como
se comentó anteriormente, la escasez de fuentes no permitió dar cuenta de
manera detallada de ciertas cuestiones típicas de la vida cotidiana, las cuales
podrían ser reconstruidas apropiadamente desde la micro-historia. Sin embargo,
la documentación trabajada dio cuenta, y de manera ineludible, de una realidad
desgarradora, la cual será frecuente en la mayoría de los conflictos bélicos
del siglo XX, donde se podrán divisar nuevas formas de desplazamiento forzado
de población civil.
En
lo que respecta al impacto social producido por las estrategias efectivizadas
por los insurrectos y las fuerzas españolas, quizá sea incalculable, por lo
menos hasta el momento, ya que los estudios sobre la temática son extrañamente
escasos.
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Recibido: 06/02/2020
Evaluado: 29/04/2020
Versión Final: 09/06/2020
(*) Profesor en Historia; Licenciado en Historia y Doctor en Historia (Universidad Nacional del Sur). Profesor Asistente, cátedra Sociología, Universidad Nacional del Sur. Bahía Blanca, Investigador Adjunto (Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales del Sur. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Argentina. E-mail: cgallegos@uns.edu.ar ORCID: https://orcid.org/0000-0002-2017-0432
[1] Basta con recordar que 26 de los dirigentes de la guerra en cuestión pertenecían a familias tradicionales de las zonas mencionadas con antigüedad desde el siglo anterior (Ibarra Cuesta, 2008, pp. 291-301).
[2] Como sostenía Don
Miguel Bravo y Sentíes, insurrecto distinguido:
Ya en el campo,
bajo la bandera de la independencia, nos encontramos con hombres inteligentes y
dispuestos, pero carecíamos de lo más útil, soldados y armamentos. Los guajíros
que fueron los únicos con que pudimos contar para nutrir nuestros batallones,
se sorprendían de la guerra; pueblos enteros se escondieron en los bosques.
Algunos hombres ricos pudieron reunir las negradas y criados. Muchos campesinos
se brindaron de soldados, animosos y resueltos; pero como no había armas, se
les dio un palo duro, aguzado y quemado por la punta, y los pocos fusiles,
carabinas, pistolas y escopetas de diferentes calibres que pudieron recogerse,
se repartían entre los principales. Entonces comprendimos nuestra inexperiencia
y la imposibilidad de hacer triunfar la revolución con el valor y el deseo
(Pirala, 1895-1898, p. 353, Tomo 2).
[3] Es menester destacar que para 1864 ya se había formado el primero de los Convenios de Ginebra, con el objetivo de establecer un ámbito de acuerdo internacional en lo concerniente a derechos humanos en tiempos de guerra.
[4] Resulta pertinente para tal caso consultar el artículo de Alfonso W. Quiroz (2011).
[5] Es menester destacar en este sentido la obra de Andreas Stucki (2017). Al respecto es necesario aclarar que el mencionado autor basa su investigación en la reconstrucción histórica de lo que serían los campos de concentración. La investigación que se propone se aleja de tal hipótesis, priorizando las acciones realizadas en Cuba dentro del marco de las estrategias militares sin por ello relativizar los excesos cometidos y el impacto en la sociedad cubana.
[6] Es necesario comentar que debido a la gran cantidad de expedientes relacionados con la política de embargos (aproximadamente 4000) no se han revisado en su totalidad. Para subsanar esta situación fueron analizadas detenidamente las investigaciones de Manuel Moreno Fraginals. Así mismo, los abultados tomos de la obra de Antonio Pirala dan cuenta de un trabajo sistemático de los mencionados expedientes. Se recomienda ver: Manuel Moreno Fraginals y José Moreno Masó (1993).
[7] Los datos poblacionales de 1869 refieren a un censo realizado por la firma Behm y Wagner arrojando un número de 1.399.811 personas y fueron obtenidos del Censo de la República de Cuba bajo la administración provisional de los Estaos Unidos (1908). Washington: Oficino (sic) del Censo.
[8] La mayor parte de los embargos realizados entre 1869 y 1878 tuvieron una duración de varios años, incluso algunos superiores a la extensión de la guerra. Asimismo, la política de desembargos, por medio de la cual se restituía la propiedad embargada era parcial. El paso del tiempo y las acciones bélicas deterioraron dichos bienes. Archivo Histórico Nacional, Madrid. Sección Ultramar, Cuba, Insurrección, leg. 43491.
[9] Entre los transportados a la isla se encontraban: arquitectos, abogados, banqueros, médicos, notarios, oficiales militares, clérigos, carpinteros, sastres, músicos y un extenso etcétera. Se recomienda la lectura de las siguientes obras: Balmaceda (1899); Ponce de León (1873), Saluvet (1892).
[10] En aquella circular se pedía también a los tenientes gobernadores nota detallada de todos los que en la insurrección se hubiesen distinguido como principales jefes en el terreno de la acción o como instigadores o auxiliadores, porque el objeto era empezar por ellos el castigo.
[11] Las citas textuales conservan la sintaxis de la época por lo cual de aquí en adelante es necesario tener esa consideración para su lectura.
[12] En general, esas familias desembarcaban en las poblaciones de los puertos extranjeros, donde los buques hacían su primera escala. Las fuentes consultadas para este estudio destacan sobre todo México y diversos sitios de Estados Unidos.
[13] Dicho consejo fue creado por decreto el 17 de abril de 1869. El mismo estaba dirigido por el gobernador político de La Habana, Dionisio López Roberts (Meneses Muro, 2018). Comenta Alfonso W. Quiróz (2011) que los informes y cuentas generales de esta dependencia se demoraban escandalosamente en presentarse y en ella reinaba un total desorden generalizado al grado que se extraviaban los informes y cuentas provinciales y, por lo tanto, no se podían elaborar las estadísticas requeridas (p. 93).
[14] Para el 1900 se observa que, en general, en la mayoría de los conflictos asimétricos del mundo se apela al internamiento masivo de civiles, ya sea en Cuba y Filipinas como en Sudáfrica y Namibia.
[15] Algunas ordenanzas hablan de la necesidad de ampliar sectores dedicados a cementerios. Es probable que el aumento de las muertes en esas zonas sea producto de esta reconcentración.
[16] Extracto de la carta de Valmaseda a Caballero de Rodas. Santiago 7 de diciembre de 1869.
[17] La proclama tendría vigencia a partir del 14 de Abril de 1869.
[18] Dicha fortificación poseía unos 70 kilómetros de largo y era el símbolo de la separación entre el este y el oeste.
[19] Varias ciudades fueron bloqueadas por las tropas españolas, como fue el caso de Puerto Príncipe. Debido a dicha acción, comenzaron a escasear las subsistencias, llevando a los insurrectos a atacar a quienes tuvieran provisiones para alimentar a la población. Cuenta Antonio Pirala (1895-1898), que la falta de leche costó la vida de varios niños (p. 319-320, Tomo 2).
[20] Cursiva en el original.
[21] Asimismo,
Francisco de Acosta y Alvear (1872) comenta al respecto:
Dóciles, pacientes, sumamente impresionables y de una vanidad pueril, tienen tanto de republicanos como de turcos, aunque de momento les seduzca la exposicion bombástica de principios en oposicion completa á todos los hábitos y prácticas de su vida anterior. De una lealtad inquebrantable hácia la cáusa que las circunstancias ó compromisos de localidad, más bien que las opiniones, les hicieron abrazar, llevan su adhesion hasta la abnegacion más sublime. Ni la seguridad de percibir grandes sumas, ni las amenazas, ni el temor de ser pasados por las armas ó ahorcados, pueden ser bastantes á que hagan traicion á la cáusa que, aunque sea inconsciente ó forzadamente, abrazaron (p. 11).
[22] El año anterior se había publicado el mismo trabajo en forma de folleto.
[23] Al respecto:
Pero si hay guerras
y (esto lo tenemos por innegable) en que puede aniquilarse mejor al enemigo
quitándole sus recursos y la posibilidad de adquirirlos, que empleando la
acción directa de las armas, la guerra de Cuba es una de ellas. Definiéndolos
bien ¿qué clase de enemigos son y cómo se sostienen los insurrectos de nuestra
Antilla? (Echauz y Guinart, 1873, 23).
[24] Muchos de estos presentados fueron vistos como activos agentes enemigos, y por ello vigilados con cuidado por sospechas de espionaje. Era usual la desaparición de personas de los campamentos para luego formar parte de las fuerzas insurrectas.
[25] Se suponía que la población reconcentrada, junto a las fuerzas militares de España, serían alimentadas gracias a cuatro o seis carretas mandadas de tarde en tarde. Pero en la realidad resultó un tanto problemático, no solo por la presencia de personas en los campamentos de manera voluntaria, sino, además, por el secuestro de esas carretas, en reiteradas oportunidades, por medio de las fuerzas insurrectas.
[26] Para ampliar en este tema en particular se recomienda la lectura de: Roldán de Montaud (1990), Cancio Villaamil (1883), Emilio López Oto (1970).