La relación entre integración regional y
desarrollo económico en el pensamiento temprano de la CEPAL
Resumen
En
el presente trabajo se analiza la relación que se establece entre integración
regional y desarrollo económico en el pensamiento temprano
de la CEPAL. Nos detenemos específicamente en la coyuntura de finales de los
años 40 y la década de los 50, culminando nuestra indagación con la publicación
del documento “El Mercado Común Latinoamericano” de 1959. Nos centramos en
el concepto de “integración regional”, pero nos interesa señalar qué relaciones
se establecen con las ideas de “desarrollo económico” elaborados por el mismo
organismo junto con la propia idea de “América Latina”. Nos interesa en
particular advertir acerca de cómo las nociones actuales sobre integración
condicionan nuestra mirada sobre los aportes cepalinos a la vez que rescatar un
conjunto de reflexiones que siguen siendo válidas en el contexto actual para
repensar las estrategias integracionistas en curso en nuestra región.
Palabras
clave: Integración regional; Pensamiento latinoamericano; Desarrollo económico.
The
relationship between regional integration and economic development in the early
thinking of ECLAC
This
paper analyzes the relationship between regional integration and economic
development in the early thinking of ECLAC. We analyze the situation of the
late 1940s and 1950s, culminating our research with the publication of the
document "The Latin American Common Market" of 1959. We focus on the
concept of "regional integration", but we are interested in pointing
out the relationships that are established with the ideas of "economic
development" and "Latin America" elaborated by ECLAC. We are
particularly interested in warning about how current notions about integration
condition our vision of ECLAC's contributions, while developing a set of
reflections to rethink current integrationist strategies in our region
Keywords:
Regional integration; Latin American thought; Economic development.
La
relación entre integración regional y desarrollo económico en el pensamiento
temprano de la CEPAL
Introducción
La
aspiración por la unidad de América Latina se puede rastrear hasta los mismos
orígenes del proceso independentista. Tanto Simón Bolívar como José de San
Martín, dos de los principales líderes que encabezaron las guerras de
independencia, sostuvieron la necesidad de crear y fortalecer algún tipo de
unión entre las nacientes repúblicas (Morgenfeld, 2012). Su fracaso, sin
embargo, debería advertirnos acerca de pensar los procesos independentistas
como la única causa de la fragmentación latinoamericana; en todo caso, las
independencias confirmaron las divisiones preexistentes en las colonias
españolas de América.[1]
Sólo Brasil logró mantener su unidad, lo que no deja de confirmar cierta
excepcionalidad en el desarrollo político del gigante sudamericano, al menos
hasta finales del siglo XIX.
La
utilización de la categoría de “América Latina” para referirse a la primera
mitad del siglo XIX no deja de tener un componente anacrónico. Aunque sigue
siendo objeto de discusión historiográfica la autoría del término (García San
Martín, 2013), es claro que su uso no se difundió hasta bien entrada la 2da
mitad del Siglo XIX. De acuerdo a Bohoslavsky (2009, p. 3) “la noción (…)
intentó desmantelar las anteriores divisiones geopolíticas e imaginarias. Entre
ellas, la más relevante fue la que oponía al Viejo Mundo con el Nuevo”. A
partir de entonces se instaló una división de raíz cultural: el materialismo y
egoísmo de la cultura anglosajona vs. el espiritualismo desinteresado de “lo
latino”, tan bien reflejados en el Ariel de Rodó.
Durante
la 1ra mitad del Siglo XX “la idea” de América Latina se fue consolidando
asociada a distintos componentes de raíz política, cultural y social: el temor
frente al avance de los Estados Unidos; la particular etnicidad de nuestra
región; su mosaico cultural irreductible a los avances homogeneizadores de los
Estados Nación. Sin embargo, es recién hacia los años 40-50 cuando se consolida
una idea de unidad con base económica: lo que define a América Latina es su
situación de subdesarrollo. En este proceso fue clave el rol de la Comisión
Económica Para América Latina y el Caribe (CEPAL) organismo perteneciente al
sistema de las Naciones Unidas creado en 1948.
La
CEPAL contribuyó ostensiblemente a crear la América Latina que conocemos hoy;[2] en
ese proceso también redefinió la idea de “unidad” transmutándola en
“integración” y, concretamente, en “integración económica”. Asimismo,
estableció una clara relación entre integración y desarrollo, sentando las
bases de un proceso que se extiende hasta la actualidad. Sin embargo, ese
proceso no es lineal ni simple de abordar: aunque seguimos utilizando las
mismas categorías, tanto las nociones de “integración” como de la “desarrollo”
fueron sedimentando otros (y nuevos) sentidos; también son “otras” y “nuevas”
las relaciones que se fueron estableciendo entre ambos conceptos desde entonces
y hasta la actualidad.
En
esta línea de reflexión, este artículo tiene por objetivo analizar la relación
entre integración regional y desarrollo económico en el pensamiento temprano de
la CEPAL. Nos detenemos específicamente en la coyuntura de finales de los años
40 y la década de los 50, culminando nuestra indagación con la publicación del
documento “El Mercado Común Latinoamericano” de 1959. Dadas las limitaciones de
espacio no podemos analizar en profundidad toda la producción cepalina, pero sí
al menos brindar algunas reflexiones en torno a los cambios en el uso y el
sentido de ciertas categorías que nos permitan atender a lo que pasa
actualmente en América Latina con respecto a los procesos integracionistas y al
todavía irresuelto “problema del desarrollo”.
El
trabajo se divide en cuatro apartados. En el primero se definen algunas de las
categorías teóricas utilizadas en el artículo. En el segundo se aborda el
planteo inicial de desarrollo e industrialización elaborado por la CEPAL entre
los años 40 y 50 así como sus vínculos con la idea de integración. En el
tercero se analiza que entiende concretamente la CEPAL en relación con la
integración y cuáles fueron sus propuestas y limitaciones. En el cuarto, de
carácter reflexivo, se intenta vincular esa experiencia con los procesos en
curso. Finalmente, se cierra el trabajo con una serie de conclusiones
generales.
1-Algunas
(necesarias) precisiones teóricas
Las
ideas desarrolladas por la CEPAL son consideradas como uno de los exponentes
más originales del pensamiento latinoamericano para la integración (Paikin,
Perrotta y Porcelli; 2016). Ahora bien, ¿a que llamamos “pensamiento
latinoamericano”? Como parte de una obra de largo alcance el chileno Deves
Valdés lo definió hace algunos años como “un conjunto de escritos donde tienen
especial relevancia los ensayos sobre el propio continente latinoamericano o
sobre alguna de sus dimensiones o regiones” (2012, p. 18). Aunque imprecisa en
cuanto a géneros y alcances la definición no ha sido obstáculo para dar cuenta
de lo que la categoría designa: a fin de cuentas, las ideas, reflexiones,
debates que, a lo largo del tiempo, fueron consolidando “una siempre inacabada
identidad intelectual”.
Para
la época que nosotros abordamos parte de ese pensamiento se estaba
institucionalizando en el seno de las diversas carreras vinculadas a las
ciencias sociales, ya sea en las Universidades,[3] en
organismos internacionales, como la propia CEPAL y, entre fines de los 50 y
finales de los 60, en asociaciones nacidas al calor del auge de la
investigación social en nuestra región, como la Facultad Latinoamericana de
Ciencias Sociales (FLACSO) y el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales
(CLACSO). De estas tres instituciones, nosotros nos centraremos sólo en los
aportes de la CEPAL, institución pionera del pensamiento económico con carácter
regional.
Una
segunda aclaración necesaria: ¿de qué hablamos cuando usamos la categoría de
integración regional? No es objetivo de este trabajo ofrecer una definición
sino dar cuenta de cómo ese concepto complejo,[4]
tan utilizado en el discurso político y académico contemporáneo, ha variado en
su sentido y densidad a lo largo del tiempo. Si bien no buscamos exponer una
genealogía sí al menos advertir que en la actualidad, cuando sostenemos que la
CEPAL “defendía la integración” probablemente no estemos hablando de lo mismo
que sostenía ese organismo en los años 50. De hecho, no podemos menos que
recordar que la obra donde se plantea la existencia de “niveles” de integración
económica postulada por Bela Balassa, -desde una zona de libre comercio hasta
la unión política- hoy tan difundida no se publica hasta 1961. Por ende, cuando
la CEPAL plantea la conformación del mercado común latinoamericano en los años
50, no está defendiendo cierto “nivel de profundidad” en la integración, sino
que está planteando la necesidad de articular ciertas políticas económicas de
los países latinoamericanos en aras de un objetivo superior, el desarrollo
económico.
Similares
apreciaciones caben realizar en relación con esta última categoría: la noción
de desarrollo/desarrollo económico. En el presente texto vamos a utilizarlas de
forma indistinta pero es importante considerar, a tono con lo que ya planteaba
la CEPAL en 1968 que “la preferencia por uno u otro concepto implica la
existencia de una concepción pre-determinada del fenómeno” (Paz y Rodriguez,
1968, p. 3). Nuevamente, es importante tener en cuenta que el “desarrollo” es
una categoría histórica que se ha ido construyendo y reformulando hasta la
actualidad. Más que la categoría en sí, nos interesa en este trabajo cómo se
articulan ciertas concepciones sobre el desarrollo con determinados sentidos
sobre la integración. Precisamente, en el próximo apartado abordamos la etapa
considerada en nuestro recorte inicial, dando cuenta de la vinculación entre
desarrollo e integración propuesto por la CEPAL entre los años 40 y 50 del
Siglo XX.
2-La
propuesta estructuralista: desarrollo como industrialización
Los aportes de la CEPAL a la
construcción de América Latina como región fueron amplios y relevantes. De
acuerdo a Thorp (2000, p. 25) “antes de la CEPAL no existían realmente los
medios para que los ciudadanos, formuladores de política o incluso académicos
latinoamericanos estuvieran informados sobre sus vecinos o estimulados por el
conocimiento de similitudes o diferencias, por no mencionar un sentido de la
solidaridad regional”. Fueron precisamente sus informes, la cooperación técnica
establecida con los gobiernos del área y sus desarrollos teóricos los que
facilitaron la emergencia de “un sentido de regionalismo, con una estimulante
serie de ideas sobre temas como la dependencia externa y la inestabilidad de
los productos básicos en el plano internacional”. En otros términos, su labor
tuvo un considerable impacto en el desarrollo y consolidación de una identidad
regional compartida.[5]
Sin embargo, la CEPAL es más
reconocida por sus aportes al pensamiento económico latinoamericano;
concretamente por su formulación de una teoría económica específica vinculada a
la situación de subdesarrollo de nuestra región: el estructuralismo
latinoamericano. No podemos abundar en detalles aquí acerca de los orígenes de
la CEPAL y de las características del estructuralismo, temáticas ya estudiadas
en varios trabajos,[6]
pero sí mencionar al menos que el aporte cepalino se situó en el plano “de los
sistemas de economía política, es decir, como un conjunto de políticas
económicas sustentadas en determinados principios unificadores” (Sztulwark,
2003, p. 27) Es importante recordar este punto: el objetivo de la CEPAL no era
sólo estudiar las características particulares de las economías
latinoamericanas, sino proponer políticas para superar la situación/condición
de subdesarrollo.
En esta línea, ya desde sus
primeros escritos, -y de la mano de quien fue sin lugar a dudas el principal
referente de la CEPAL en sus orígenes, Raúl Prebisch-, se delinearon los ejes
principales de la reflexión cepalina en torno al desarrollo. En su conocido
documento de 1949 “El desarrollo económico de la América Latina y algunos de
sus principales problemas” Prebisch sostiene lo siguiente: “las ingentes
ventajas del desarrollo de la productividad no han llegado a la periferia, en
medida comparable a la que ha logrado disfrutar la población de esos grandes
países [los países centrales]. De ahí las diferencias, tan acentuadas, en los
niveles de vida de las masas de éstos y de aquélla” (Prebisch, 1949 [1986], p. 479).
En esta breve cita Prebisch deja en claro que el desarrollo económico, desde su
perspectiva, se vincula con el incremento de la productividad; que en el
sistema internacional se podían identificar dos grupos de países: los centrales
y los periféricos, siendo el diferencial de productividad el factor clave de
diferenciación y que; finalmente, el desarrollo implicaba un mayor nivel de
vida de la población.
Ahora bien: ¿qué es lo que
explicaba el diferencial de productividad entre los países centrales y los
periféricos/latinoamericanos? La CEPAL afirmaría que los países centrales
tenían mayores niveles de productividad porque lograban retener los frutos del
progreso técnico y difundirlos al conjunto de la economía; los países
periféricos, en cambio, sólo tenían niveles comparables de productividad en los
sectores agro-mineros vinculados a la exportación, mientras que el resto de los
sectores económicos mantenían niveles de productividad claramente más bajos.
Esto tenía como resultado la conformación de estructuras productivas
heterogéneas y especializadas, en comparación con las del centro, de carácter
homogéneo y diversificadas. Recuperando la dimensión histórica de los procesos
económicos la CEPAL sostendría, en este sentido, que la forma de inserción de
los países latinoamericanos al comercio mundial era una de las claves
explicativas. Pondría así en cuestión la conocida tesis de David Ricardo de las
ventajas comparativas basada en la dotación de factores productivos, fundamento
de la división internacional del trabajo. Nuevamente en manos de Prebisch, la
tesis del deterioro de los términos de intercambio[7] sería
el fundamento teórico para sostener la necesidad de transformar,
estructuralmente, las economías de nuestra región; esto es: de
industrializarse.
¿Por qué la industrialización era
el pilar para lograr el desarrollo? Porque era el único sector, desde su
perspectiva, cuyo crecimiento, ampliación y profundización permitiría a los
países de nuestra región apropiarse progresivamente del progreso técnico,
difundir los incrementos de productividad a otros sectores, aumentar los salarios
y elevar progresivamente el nivel de vida de la población. En los términos
originales de Prebisch (1949 [1986], p. 64) “no es ella un fin en sí misma,
sino el único medio de que disponen” los estados latinoamericanos para mejorar
“el bienestar mensurable de las masas”.
Ahora bien, para el momento en
que la CEPAL elabora sus primeros trabajos lo cierto es que la
industrialización ya había avanzado un largo trecho en varios países de nuestra
región en base a lo que se conoció con el nombre de “industrialización
sustitutiva de importaciones” (ISI). La CEPAL no teorizó sobre el vacío, sino
que, más bien, su propuesta buscó orientar las políticas sustitutivas en
determinada dirección, dotándolas además de un nuevo fundamento intelectual.
Así, en sus escritos no se encuentra una defensa acérrima de cualquier
industrialización, sino de un tipo particular orientada según lo que se
entendía eran criterios técnicos de planificación económica basados en el
análisis histórico-estructural de nuestra región. De este análisis parte
también lo que se identifica como problemas o déficits de la industrialización
latinoamericana y las respuestas o medidas destinadas a solventarlos.
En ese sentido, de acuerdo al
diagnóstico cepalino, para avanzar en la industrialización era necesario
mantener en el tiempo voluminosas inversiones en múltiples sectores a la vez
que sostener un elevado nivel de importaciones. Sin embargo, los estados
latinoamericanos presentaban una importante “brecha” en términos de ahorro e
inversión; en particular, una limitada capacidad de generar divisas en el marco
de una fuerte presión estructural para incrementar las compras al exterior. De
allí la necesidad de que el Estado, identificado como el único agente con los
recursos necesarios para llevar a cabo esa tarea, planifique el proceso
(Bielschowsky y Torres, 2018). No podemos avanzar aquí en relación con la
discusión sobre el Estado, pero sí mencionar que en sus planteos originarios
“las actividades que se le asignan al Estado son de notable relevancia para
alterar las formas de reproducción que el capitalismo adopta en la periferia”
(Ormaechea y Fernández, 2018, p. 5). Sin embargo, y tal como plantean los
autores citados, en esta etapa la CEPAL no profundiza su análisis en torno a
las características que deberían tener estos estados -en términos de
estructuras burocráticas y modalidades de acción- para poder llevar a cabo las
funciones que se le asignan. A otro nivel, esta mirada sobre el Estado también
tendrá consecuencias importantes sobre la temática de la integración, como
veremos posteriormente.
¿Cómo afrontar los problemas
derivados de la imperiosa necesidad de industrializarse en países con
estructuras económicas heterogéneas, especializadas y subordinadas a los
grandes centros del capitalismo mundial? Una de las principales herramientas
que propondrá la CEPAL será, precisamente, la integración regional.
La propuesta de integración
cepalina se basaba en la idea de construir un mercado común latinoamericano con
el objetivo de “ampliar el tamaño del mercado de los sectores industriales
exigentes en materia de escala, facilitando la profundización del proceso
sustitutivo” (Bielchovsky, 1998, p. 6). La integración también era el medio
para aprovechar las ventajas de la especialización y complementación industrial
facilitando el incremento de la productividad y la dinamización del proceso
sustitutivo que, hacia fines de los años 50, ya encontraba sus límites en
algunos países de la región. Además, se buscaba desarrollar una política
latinoamericana común frente a las características que presentaba la economía
política internacional. La CEPAL advertía del escaso poder de negociación que
tenían, aisladamente, los países latinoamericanos en su relación con los
centros industriales. Era necesario alcanzar “masa crítica” para poder
replantear las relaciones comerciales y financieras de la región frente al
centro del sistema.
Llegados a este punto, es hora de
aborda la idea de “integración” que inicialmente formula la CEPAL y que dará
origen, en 1959, a su propuesta concreta de mercado común latinoamericano.
3-La integración cepalina:
propuesta y puntualizaciones
¿Cuándo empieza a utilizar la
CEPAL la categoría de integración regional? Es notable observar que en el
documento de 1949 escrito por Raúl Prebisch y citado en el apartado anterior,
esa noción se encuentra ausente. De hecho, Prebisch sólo sostiene allí la
necesidad de “incrementar la interdependencia económica” entre los países
latinoamericanos. ¿En qué contexto utiliza esa noción y que sentido le atribuye?
Prebisch advertía que todos los países de nuestra región estaban tratando de
desarrollar sus industrias sin tener en cuenta las dimensiones de sus mercados
domésticos; a corto plazo esa decisión tendría como resultado malograr el
incremento de productividad y afectar el proceso de apropiación del progreso
técnico. Sin plantearlo abiertamente, pero utilizando como ejemplo el proceso
de industrialización de Gran Bretaña con respecto al resto del mundo, el autor
planteaba que la solución era la especialización industrial y la unión de los
mercados nacionales.
La primera vez que se registra el
uso de la categoría “integración regional” por la CEPAL es en 1953, en ocasión
de un estudio sobre el comercio intrarregional de la “zona sur” de América
Latina (CEPAL, 1953); a partir de entonces, la noción se difunde y se comienza
a emplear de una forma más frecuente. El momento no es casual: si bien la
noción de integración económica se introduce en la literatura económica durante
la década de los 40 (Balassa, 1964) es con la publicación en 1950 de la obra de
Jacob Viner sobre las uniones aduaneras cuando alcanza verdadera difusión.
Paralelamente, en 1951 se firma el Tratado de París que da origen a la
Comunidad Europea del Carbón y del Acero (CECA), primer hito de lo que
posteriormente se transformaría en la Unión Europea, alentando la discusión
sobre las distintas estrategias de integración económica.
En este contexto, las reflexiones
de la CEPAL fueron tanto una objeción a las afirmaciones de Viner como una
alternativa a la experiencia europea contemporánea, en la búsqueda de una vía
integracionista específica para América Latina. Con respecto a Viner, cabe
recordar esquemáticamente que sus planteos enfatizan la ecuación creación de
comercio/desvío de comercio para evaluar la conveniencia de establecer una
unión aduanera entre países. Simplificando al extremo su argumentación, la idea
es que una unión aduanera es beneficiosa sólo si el comercio que se crea entre
los socios es mayor a la disminución de las importaciones del resto del mundo
que se produce una vez creada la unión (ya que al menos parte de esas
importaciones van a ser reemplazadas por compras a los países miembros del
acuerdo). En contraposición, la CEPAL asume un enfoque donde la desviación de
comercio puede asumir la forma de “creación de desarrollo”. En este sentido, el
supuesto es que la ampliación de mercados junto con los efectos estructurales
de proteger ciertas industrias con potencial de modificar el patrón de
especialización productivo supera ampliamente los potenciales efectos adversos.
Se menciona asimismo el ahorro de divisas como un beneficio adicional que, a la
postre, señalan a la integración como un camino adecuado para el desarrollo y
el incremento del bienestar (Novelo Urdanivia, 2001).
En relación con el proceso
europeo cabe destacar que en 1959, en ocasión de una conferencia celebrada en
el Banco Nacional de México titulada “El Mercado Común Latinoamericano”,
Prebisch, defiende la necesidad de una progresiva integración económica enunciando
las siguientes palabras: “me parece esencial dar explicaciones previas porque
con frecuencia se confunde la idea del Mercado Común Latinoamericano con la del
mercado común de los seis países que acaban de constituirlo en la Europa
Occidental”, y continúa “no es por cierto (…) una mera copia (…) nuestras
primeras ideas en esta materia surgieron en verdad por obra de la propia
evolución latinoamericana” (Prebisch, 1959, p. 19).
Esta
aclaración es necesaria por
dos razones: porque las reflexiones de la CEPAL son paralelas al
proceso
europeo y, en ocasiones, anteriores; por otro lado, porque la
concepción de
mercado común de la CEPAL no se vincula con la “libre
circulación de los
factores de producción”, “arancel externo
común” y “políticas
económico-comerciales
comunes” con la que actualmente se asocia a esta noción,
en parte por la propia
evolución de la experiencia europea. Por el contrario, el
“mercado común”
cepalino asume una concepción notoriamente restrictiva -desde
una óptica
actual-, dirigida -lo que implica que no debe estar subordinado al
libre
mercado- y, fundamentalmente, asociado a otro objetivo superior, como
lo era la
ampliación de las posibilidades para la industrialización.
Durante toda la década de los 50
la CEPAL avanzó en diversos estudios sobre las economías latinoamericanas y
sobre la posibilidad de construir ese mercado común. Hacia 1959, en el Informe
de la Secretaría Ejecutiva, se compilaron y sistematizaron esos aportes, junto
con los documentos elaborados a tales efectos por el Grupo de Trabajo del
Mercado Regional Latinoamericano,[8] que
había iniciado sus labores el año anterior. Es importante detenerse en ese
documento porque sintetiza el pensamiento cepalino temprano sobre la
integración, orientando sus recomendaciones a los Estados de la región para los
próximos años.
En primer lugar debe quedar en
claro que la integración latinoamericana era para la CEPAL un proyecto de largo
aliento. De hecho, lo que el documento abordaba era lo que se consideraba una
“primera etapa”, de una duración inicial de 10 años, consistente en una
liberalización gradual del comercio intralatinoamericano y un inicial acuerdo
en torno al establecimiento futuro de aranceles uniformes frente al resto del
mundo. La integración tenía dos objetivos: la industrialización y la atenuación
de la vulnerabilidad externa de la región. Aquí la CEPAL formula explícitamente
lo que ya se infería en sus documentos iniciales: el desarrollo de la región
sería el resultado de una conjunción de factores domésticos (la aplicación de
políticas adecuadas de industrialización) e internacionales (la colaboración de
los países centrales y de los inversores externos).
Es notorio que la CEPAL afirme
que “el mercado común deberá ser el resultado de una política más que de una
fórmula” (1959, p. 3) esto es, que no proponía un “modelo” a aplicar, sino un
camino a recorrer que debía ser evaluado -y rectificado si era necesario- en su
propio desarrollo. Aun así, establecía claramente los principios sobre los que
debería construirse: selectividad (esto es: la liberalización no abarcaba al
conjunto del comercio sino a sectores específicos determinados por los propios
países de la región), gradualidad (a lo largo de distintas etapas, de incierta
duración), solidaridad (asegurar la posibilidad de que los países menos
desarrollados de la región aceleraran su ritmo de crecimiento hasta alcanzar a
los más desarrollados), flexibilidad (distintos instrumentos de acuerdo al
grado de desarrollo, a los objetivos propuestos y a los resultados que se
fueran alcanzado) y la reciprocidad (las importaciones industriales de otros
países de la región debían poder saldarse con exportaciones industriales a esos
mismos países). Además de estos principios básicos, la CEPAL defendía la
necesidad de planificar el proceso de industrialización mediante acuerdos de
especialización y complementación industrial; finalmente, el proceso de creación
del mercado común debía ir acompañado de un régimen de pagos y créditos común.
La tarea era inmensa, y así lo
reconocía la propia institución, pero impostergable:
La industrialización requiere [un] amplio mercado
sin el cual no será posible alcanzar en nuestros países la elevada
productividad de los grandes centros industriales (…) formamos el único gran
conglomerado de población del mundo que, en un dilatado territorio de
abundantes recursos naturales, está desperdiciando por su falta de articulación
económica esa enorme potencialidad de la técnica moderna (CEPAL, 1959, p. 23)
Como podrá observase, la CEPAL
fue extremadamente cautelosa en su propuesta integracionista: no ignoraba las
diferencias entre los países de la región; las resistencias que podía generar
un proyecto que implicaba negociar las políticas domésticas de
industrialización y los potenciales efectos negativos sobre algunos sectores
productivos. Más allá de que su argumentación se fundamentaba en los beneficios
económicos a mediano y largo plazo, tenía claramente presente que el avance del
proceso respondía a la voluntad política de los países de la región.
En términos económicos, la
integración contribuiría al desarrollo económico de América Latina por las
siguientes razones: a) la creación de una zona preferencial de comercio entre
los países de la región mediante la reducción del nivel medio de aranceles
aduaneros impulsaría el comercio e incrementaría los vínculos económicos al
interior de América Latina; b) la reducción arancelaria, acompañada de un
compromiso gradual de reajuste de los aranceles frente al resto del mundo,
aseguraría un margen de preferencia suficiente para estimular el proceso de
industrialización y el avance hacia las “etapas difíciles” del desarrollo
industrial; c) con las excepcionalidades vinculadas a los países de menor
desarrollo relativo, el mercado común debía facilitar el intercambio de
productos primarios y estimular el comercio intra e interindustrial. Con
respecto al comercio industrial, el Grupo de Trabajo de la CEPAL identificaba
dos grandes categorías de productos: los primeros eran aquellos sujetos a una
demanda creciente y a un mayor margen de sustitución de importaciones; los
segundos, en cambio, presentaban una menor demanda y el margen de sustitución ya
estaba finalizado en los países más avanzados de la región (la CEPAL se refiere
aquí, en particular, a los bienes de consumo). El mercado común sería
especialmente provechoso para la primera categoría, además de que allí se
concentraban las oportunidades principales de expansión: producción de
maquinaria y equipos, producción automotriz, industria química, entre otros,
eran sectores de incipiente desarrollo en la región, por lo cual la eliminación
de derechos aduaneros no encontraría -supuestamente- mayores obstáculos. Aquí
es donde entran en juego los acuerdos de especialización y complementación
industrial, punto clave de la reflexión sobre el mercado común: “En vez de
aspirar al desarrollo de todas esas industrias en su propio territorio, el país
en cuestión ofrecería a otros países recibir con tratamiento preferencial
ciertas partes o piezas a cambio de un tratamiento preferencial del producto
terminado. La industria se desarrollaría así en forma integrada” (CEPAL, 1959,
p. 16) Asimismo, en los casos en que la industria ya tuviera cierto nivel de
desarrollo los acuerdos debían tender a favorecer la especialización,
permitiendo ampliar la escala de producción e incrementar los niveles de
productividad.
Con estas aclaraciones, lo que en
principio se asemejaba a una propuesta demasiado general empezaba a delinear
los márgenes de un proyecto específico de desarrollo industrial regional. Sin
embargo, la CEPAL no pudo avanzar más allá de este punto y de la elaboración de
una serie de recomendaciones generales. Ya en el informe emitido luego de la
2da Reunión del Grupo de Trabajo dedicado a analizar la factibilidad de la
implementación del mercado común quedaban claras las dificultades que
enfrentaría el proyecto. Así, en ese documento desaparece la posibilidad de
establecer acuerdos mínimos en torno a los aranceles frente al resto del mundo:
“el Grupo se ha inclinado por la forma jurídica de la zona de libre comercio
para iniciar la formación del mercado común. Así no se precisa el
establecimiento inmediato de una tarifa aduanera común de todos los países
latinoamericanos” (CEPAL, 1959, p. 36). También se acuerda avanzar en base a
objetivos limitados, sin establecer un compromiso formal de eliminación del
total de las barreras arancelarias al comercio intrazonal, junto con otras
restricciones que acotaron sus alcances.
Dos fueron los procesos
integracionistas que se inspiraron en el trabajo cepalino en la década
siguiente: la Asociación Latinoamericana de Libre Comercio (ALALC)[9] y el
Mercado Común Centroamericano (MCC).[10] Los
escasos avances de la ALALC impulsarían, en 1969, la conformación del Pacto
Andino (PA).[11]
Hacia 1980, finalmente, la ALALC será reemplazada por la Asociación
Latinoamericana de Integración (ALADI),[12] un
acuerdo marco cuya función principal ha sido la de preservar el llamado “legado
histórico” de la integración regional. El MCC en tanto, si bien sostuvo una
década de intenso desarrollo, se estancó y retrocedió en los años 70. Hacia los
años 90, el nuevo impulso que experimenta ya no estará ligado a las ideas
cepalinas originales.
Nos vamos a detener brevemente en
la ALALC, ya que por la cantidad de países que lo integraron y el potencial
económico-político que tradujo, constituye un “caso testigo” para evaluar la
sintonía entre las recomendaciones cepalinas y los proyectos puestos en marcha
durante estos años. Si bien existe una abundante bibliografía sobre la ALALC,
sólo vamos a recuperar dos análisis relativamente recientes: el trabajo de
Ghiggino (2011) y los aportes de Kan y Musacchio (2016). El primero intenta
dilucidar las causas de lo que denomina “el fracaso de la primera integración
latinoamericana”. Si bien considera que las razones fueron múltiples[13] concluye
que la ALALC no logró resolver los problemas derivados de la condición
subdesarrollada de la región; esto es: impulsar la industrialización y
favorecer la cooperación económica regional. Ahora bien, es sintomático que
también afirme que “los países sudamericanos no estaban en aquel entonces, ni
política ni económicamente con las condiciones de implementar un proceso
similar al europeo” (Ghiggino, 2011, p. 12). Como ya vimos, no era el objetivo
de la CEPAL emular el modelo europeo; asimismo, difícil es culpar a la ALALC de
no cumplir con sus objetivos cuando los gobiernos que la conformaron
implementaron políticas contrarias a los objetivos de la Asociación. En este
sentido, el análisis de Kan y Musacchio (2016) tiene la particularidad de
centrarse en un solo país, Argentina y en el marco de una mirada de más amplio
alcance sobre la integración regional. De acuerdo a estos autores no podría
plantearse la idea de “fracaso” en toda la línea; por el contrario, en el caso
de la Argentina favoreció la diversificación de sus exportaciones industriales
y un notorio incremento del comercio intrarregional. En sus palabras “la ALALC
parecía (…) darle efectivamente un espaldarazo a la industria nacional” (2016,
p. 150). Así, es factible afirmar que el proceso integracionista tuvo efectos
diferenciales según el país, pero -y he aquí un factor clave-, no logró
distribuir de forma equitativa los beneficios de la integración. Sin embargo,
los autores acuerdan con el planteo de Ghiggino (2011) en que durante los años
70 se observa un “relajamiento de objetivos” al interior de la ALALC, así como
una creciente decepción por los resultados obtenidos. Para ellos, de todas
maneras, la razón más importante que explica el abandono de la ALALC será el
cambio en el modelo de desarrollo que se produce a mediados de esta última
década.
En esta línea, y contrariamente a
lo postulado por la CEPAL, los análisis citados dan cuenta de que los gobiernos
de la región nunca abandonaron un enfoque nacional del proceso de
industrialización. La integración no fue concebida más que como un mecanismo
marginal potenciador de ese proceso, pero no el núcleo para su profundización
y/o para superar las limitaciones que paulatinamente fue encontrando en todos
los países de la región, aún en aquellos que obtuvieron más beneficios. Así, se
mantuvieron las barreras proteccionistas en el marco definido por los
respectivos mercados nacionales. Otros factores también operaron a favor del
incumplimiento de los compromisos pactados en los distintos proyectos. En particular,
la inestabilidad política de la región hizo imposible establecer acuerdos y
programas de mediano y largo plazo.[14]
Es importante atender un momento
esta cuestión, retomando los planteos referidos al Estado. En este sentido, una
de las principales críticas que se le realiza al pensamiento cepalino temprano
es su escasa problematización de la noción de Estado. Como plantean Ormaechea y
Fernández (2016, p. 5) “las referencias al Estado por parte de los escritos
iniciales de la Cepal quedan escindidas, de manera analítica, de las relaciones
sociales y políticas, y se deposita la responsabilidad de la planificación y
ejecución en el saber experto”[15].
Similar apreciación cabe realizar en relación con el pensamiento cepalino sobre
integración. En efecto, si
bien los países de América Latina compartían cierta uniformidad lingüística,
religiosa y cultural, se caracterizaban precisamente por su heterogeneidad en
términos de su estructura económica y social.[16]
Las diferencias intrarregionales quedaron subsumidas bajo su condición
periférica, pero fueron evidentes en las mesas de negociación de los distintos procesos
integracionistas. Aunque la CEPAL trató de captar la diversidad mediante una
categorización de países según niveles de desarrollo, no logró vincular ese
esfuerzo con las configuraciones sociopolíticas domésticas. Para complejizar
aún más la cuestión, los grupos sociales, las divisiones socio-económicas, las
relaciones de fuerza, la posibilidad de acceder al Estado por parte de cada
sector, eran diferentes al interior de cada Estado. Los defensores de la
integración no ocupaban además posiciones homólogas ni sostenían los mismos
intereses que sus pares de otros Estados de la región, dado que su conformación
como tales estaba estrechamente ligada a las particularidades de su respectivo
marco nacional. Finalmente, los postulados de la CEPAL suponían que los
acuerdos regionales permitirían la profundización de la industrialización, pero
en un marco regional, lo que implicaba afectar los intereses de aquellos
sectores sociales amparados por la protección estatal.
El
fracaso de la ALALC y de los procesos nacidos al amparo de estas ideas
simbolizarán, a la postre, el fracaso del proyecto cepalino. Aunque no se
renunciará formalmente a la propuesta hasta los años 80, ya durante los 70 se
inauguraron novedades de largo aliento. En
particular el abandono, bajo el impacto de las políticas económicas
implementadas por las dictaduras, del proceso de industrialización por
sustitución de importaciones. Con el fin de la ISI la integración cepalina
perdió interés, a la vez que se esfumaron sus bases de sustentación.
4-Redefiniendo el camino de la
integración: de los años 90 a la actualidad
Desde finales de los años 80, a
la par que se modificaban las coordenadas desde las cuales pensar la
problemática del desarrollo, se transformaron las bases de la integración
regional. El Mercado Común del Sur (MERCOSUR),[17] la
refundación del Pacto Andino como Comunidad Andina de Naciones (CAN) y el
relanzamiento del MCC dan cuenta de una “nueva etapa” a la que se llamó “nuevo
regionalismo”. La CEPAL también participó de este proceso, en parte en forma
reactiva, en parte intentando incidir en un proceso que ya no se sustentaba en
sus reflexiones anteriores sino en las recomendaciones del Consenso de Washington.
Elaboró así el concepto de “regionalismo abierto”.
De acuerdo a la CEPAL, el
regionalismo abierto era un “proceso de creciente interdependencia económica a
nivel regional, impulsado tanto por acuerdos preferenciales de integración como
por otras políticas en un contexto de apertura y desreglamentación” (CEPAL,
1994, p. 8). En un marco de reformas orientadas al mercado, el regionalismo
abierto se presentaba como un camino complementario a la apertura unilateral
para instaurar una economía internacional libre de proteccionismo y de trabas
al comercio; de hecho, el marco regional era el primer paso de una opción
global. Lejos estaban estas reflexiones de los principios delineados por la
propia institución como base de toda propuesta integracionista en los años 40 y
50; también se desvanecía el íntimo vínculo entre desarrollo e
industrialización a la vez que el libre mercado reemplazaba al Estado como
agente a cargo de la asignación eficiente de los recursos económicos.
La experiencia integracionista
basada en el regionalismo abierto ha sido ampliamente estudiada. Al respecto,
Fernández y Gaveglio (2000) sostienen que
el concepto (…) encierra una contradicción en sí
mismo ya que, históricamente, los regionalismos se constituían para cerrar
espacios económicos nacionales en un espacio geoeconómico ampliado (…) Ahora
(…) en cambio (…) dichos regionalismos repiten a escala ampliada los efectos de
los procesos de ajuste y apertura en las economías nacionales de la región: una
tendencia simultánea a la concentración económica y a la exclusión social. (p. 24)
Similar evaluación realiza
Saludjian (2004) cuando afirma que el regionalismo abierto, si bien permitió el
incremento de los niveles de intercambio comercial al interior de América
Latina (con la excepción de México) no logró cumplir con ninguna de sus
promesas: no favoreció el desarrollo económico, no logró disminuir la
vulnerabilidad externa de la región y lejos estuvo de contribuir a niveles
mínimos de equidad.
Hacia finales de los años 90 y
principios del nuevo siglo las crisis económico-sociales que experimentaron
gran parte de los países de la región pusieron en cuestión la orientación
neoliberal de las políticas públicas, incluyendo al propio regionalismo
abierto; en algunos casos, la profundidad de la crisis habilitó la búsqueda de
nuevas alternativas alejadas de las ideas económicas dominantes; en otros, en
cambio, reforzó la necesidad de profundizar las reformas. En términos de
integración regional, América Latina se fragmentó en dos: aquellos procesos
que, como el MERCOSUR, buscaron sentar las bases de una integración más
autónoma de los vaivenes del mercado financiero internacional y acorde con los
objetivos propuestos de reconstrucción económica y aquellos procesos que, por
el contrario, priorizaron una integración subordinada al mercado mundial. Por
distintas vías, la mayor parte de los países pertenecientes a este segundo
grupo terminaron firmando acuerdos de libre comercio con los Estados Unidos, lo
que probablemente bloqueó de forma definitiva toda posibilidad de desarrollo
autónomo.
El primer grupo de países, en
cambio, habilitó un camino de revisión de las reformas de los años 90 y de
redefinición de los instrumentos, objetivos y propuestas integracionistas.
Después de muchos años el debate público se nutrió de discusiones en torno a
los conceptos de “desarrollo”, “reindustrialización” y “autonomía”. Bajo el
paradigma de lo que Sanahuja (2008) llamó “regionalismo post-liberal”[18] se
amplió la agenda integracionista, se volvió a debatir en torno a la necesidad
de la especialización y complementación industrial (ahora llamada
“complementación productiva”) y se revalorizó la dirección y planificación
estatal. Sin embargo, y parafraseando el título de una conocida obra sobre la
economía argentina, pronto se transitó el camino “de la ilusión al desencanto”.
En la actualidad los procesos
integracionistas que todavía subsisten se encuentran sumidos en una parálisis;
el comercio intrarregional decrece en términos porcentuales a la vez que se
profundiza la vinculación con actores estatales extrazona, en particular China.
Las promesas de más integración se desvanecen ante la multiplicación de las
diferencias entre los países y la amenaza de la disolución del que quizás sea
el proyecto más avanzado de la región, el MERCOSUR, es una realidad presente.
¿Cómo explicar lo sucedido en
estos años y la situación actual de los procesos de integración? Quizás sea
hora de volver a los aportes iniciales de la CEPAL para repensar el camino
recorrido y abrir nuevas alternativas integracionistas. En este sentido, la
particularidad de la producción temprana cepalina sobre la integración es que
se elaboró en el marco de un proyecto de mayor alcance y en función de
objetivos específicos. Dicho en otros términos, la integración no era un fin en
sí misma sino una herramienta para lograr el desarrollo económico vía el avance
y la profundización de la industrialización. La CEPAL partió de un diagnóstico
muy preciso de las estructuras económicas latinoamericanas, de sus principales
problemas y de la naturaleza de los vínculos que la conectaban con el comercio
mundial. Dada esa situación, propuso determinadas políticas públicas para
superar la situación de subdesarrollo, con énfasis en la difusión del progreso
técnico para lograr un incremento de la productividad y, a largo plazo, mejorar
el bienestar de la población.
El trabajo académico y reflexivo
cepalino no volvería a repetirse en las décadas subsiguientes. El esfuerzo en
torno a la noción de regionalismo abierto en los 90 respondió más a un cambio
de época y del paradigma económico dominante que a un cambio en el nivel de desarrollo
de América Latina. Nuestra región no había superado los problemas identificados
en los tempranos 50, más aún, algunos de ellos se habían agravado; lo que se
modificó fue la manera de pensarlos, ahora a tono con el avance del libre
mercado y de la versión monetarista de la escuela económica neoclásica. El
regionalismo abierto, por lo demás, si bien favoreció el incremento del
comercio y la interdependencia entre los países de la región, no modificó su
posición estructural ni mejoró las condiciones de bienestar de América Latina.
Ya avanzando sobre el Siglo XXI,
el nuevo regionalismo “post-liberal” poco aportó en términos de una teoría de
la integración, de sus objetivos y de su vinculación con estrategias
específicas de desarrollo económico. En un contexto donde se consolidaba la
fragmentación -quizás definitiva- de la América Latina de los 50,[19]
nuestra región adoleció de un proyecto común de desarrollo e inserción
internacional; frente a ese vacío -que fue a la vez teórico y político-, los
escenarios domésticos tuvieron prioridad. Quizás la herencia más positiva de
las primeras décadas de este siglo haya sido la multiplicación de vínculos
entre los actores sociales de los países de la región, la difusión de la
necesidad de integrarse a nivel societal y la incipiente consolidación de
grupos de interés que defienden la idea de una región unida.
Reflexiones finales
A más de 60 años del proyecto de
construir un Mercado Común Latinoamericano la integración regional sigue siendo
una promesa; también lo es la del desarrollo económico de América Latina.
En el presente trabajo
recuperamos los aportes del pensamiento temprano de la CEPAL en torno a la
integración con el objetivo de poner de relieve no sólo su originalidad sino
también su pertinencia para repensar los procesos actuales. La relación entre
integración y desarrollo que se destaca en esos aportes da cuenta de que no
habrá integración si no están claras las coordenadas del proyecto de desarrollo
al que la integración debe responder; a la inversa, es muy difícil pensar en el
desarrollo de los países de nuestra región sin algún tipo de integración que
permita superar las restricciones de los mercados domésticos y la situación
periférica de América Latina en el sistema mundial.
En la misma línea, los principios
elaborados por la CEPAL en la coyuntura de finales de los 40 y a lo largo de la
década de los 50 para una integración que garantice igualdad de posibilidades
de desarrollo para todos los países de la región, deben necesariamente volver a
situarse en el centro de todo proyecto integracionista. Hablamos en particular
de la gradualidad, la flexibilidad, la solidaridad y la reciprocidad en el
marco de un conjunto de países que si bien mantienen una misma posición
estructural han multiplicado sus diferencias. Así, mientras Brasil ha
acrecentado sustancialmente su peso económico vis a vis el resto de los
países de la región, México ha disminuido al mínimo sus vínculos económicos con
América Latina. La mayor parte de los países de la región, además, han firmado
múltiples tratados de libre comercio con países centrales, entre ellos Chile,
Colombia y Perú. Sólo el núcleo agrupado en torno al MERCOSUR ha sostenido
hasta el momento, cada vez con menor intensidad, la posibilidad de construir un
mercado común.
Seguramente la clave de esa
posibilidad esté en recuperar y reactualizar el pensamiento latinoamericano;
esto es: un pensamiento que no sea “ni copia ni calco”[20] y
que atienda, en base a categorías específicas, los problemas particulares de
nuestra región.
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Recibido: 23/07/2020
Evaluado: 23/09/2020
Versión Final: 06/10/2020
(*) Profesor en Historia, Licenciado en Historia (Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral), Magíster en Integración y Cooperación Internacional (Centro de Estudios en Relaciones Internacionales de Rosario, Universidad Nacional de Rosario), Doctor en Relaciones Internacionales (Facultad de Ciencias Políticas y Relaciones Internacionales. Universidad Nacional de Rosario). Profesor Adjunto Ordinario Problemática Contemporánea de América Latina (Facultad de Humanidades y Ciencias, Universidad Nacional del Litoral). Profesor Titular Economía Política (Facultad de Derecho y Ciencia Política, Universidad Católica de Santa Fe). Argentina. Email: ramoshugo78@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0003-1807-633X
[1] En palabras de Halperín Donghi (1969, p. 169) “Mas que de la fragmentación de Hispanoamérica abría entonces que hablar, para el período posterior a la independencia, de la incapacidad de superarla”
[2] No podemos abordar en profundidad el problema de los criterios que definen la pertenencia a América Latina. Asumimos que la categoría es una construcción histórica, social y cultural y, como tal, cambiante. Para una discusión profunda de este tópico consultar a Bohoslavsky (2009) y Rouquie (1989).
[3] La primera carrera de Sociología se funda, por caso, en 1957 en el ámbito de la Universidad Nacional de Buenos Aires. Para un análisis del derrotero de las Ciencias Sociales en nuestro país consultar a Carli (2014).
[4] En 1972 uno de los principales teóricos de la integración europea Ernest Haas advertía que el concepto era entendido en algunas ocasiones como un proceso, en otras como un resultado y en ciertas circunstancias como ambas cosas a la vez (Haas, 1972). Algunos años antes, Joseph Nye advertía que “el uso común del término integración conduce muchas veces a confusión. Incluso la definición que proporciona el diccionario: 'unir partes en un todo' deja amplios márgenes de ambigüedad” (Nye, 1969, p. 51).
[5] En términos similares, Sunkel (2000, p. 33) plantea que la CEPAL proporcionó “una visión de conjunto de la región latinoamericana que contribuyó a la construcción de un discurso económico latinoamericano unificado”.
[6] Al respecto, aconsejamos la lectura Sztulwark (2003).
[7] Tal como plantea Ocampo (2003, p. 8) la tesis fue desarrollada paralelamente por Raúl Prebisch y Sir Hans Wolfgang Singer. Originariamente “combinaba dos hipótesis diferentes, aunque ciertamente complementarias, que tuvieron con posterioridad un desarrollo teórico paralelo en la literatura económica: por una parte, el efecto negativo de la inelasticidad-ingreso de la demanda de materias primas sobre los términos de intercambio de los países en vías de desarrollo y, por otra, las asimetrías en el funcionamiento de los mercados laborales del “centro” y de la “periferia” de la economía mundial”
[8] El Grupo estaba compuesto por José Garrido Torres (Brasil), Rodrigo Gómez (México), Flabian Levine (Chile; Eustaquio Méndez Delfino (Argentina), Juan Pardo (Perú), Joaquín Vallejo (Colombia) y Galo Plaza (Ecuador). En la 2da Reunión el representando colombiano fue reemplazado por Carlos Lleras Destrepo y se incorporó Raymond Mike (Estados Unidos).
[9] Conformado por Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela. Para un análisis detallado de la evolución de este proceso integracionista consultar a Ghiggino (2011).
[10] Integrado inicialmente por Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
[11] El Acuerdo de Cartagena que dio origen al PA fue rubricado por Bolivia, Chile, Perú, Ecuador y Colombia. En 1973 Venezuela se sumó al acuerdo; tres años después, en 1976, Chile se retiró. Todos los países siguieron formando parte de la ALALC.
[12] El Tratado de Montevideo que permitió la conformación de la ALADI fue firmado por Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Paraguay, Perú, Uruguay y Venezuela.
[13] Entre otros: a) los compromisos comerciales previos asumidos por los países de la región en el marco del Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio (GATT, por sus siglas en inglés) que limitaron los instrumentos disponibles para avanzar con el proceso integracionista. Así, de acuerdo al GATT sólo se podía establecer una Zona de Libre Comercio o una Unión Aduanera, no habilitando la implementación de esquemas parciales y sui generis de reducción de tarifas; b) el temprano agotamiento de la gama de productos que no contaban con protección doméstica relevante, en el marco de la continuidad en la implementación de políticas de industrialización centradas en los mercados domésticos. Esto es: los países de la región no estaban dispuestos a abrir sus mercados domésticos y resignar el desarrollo de determinados sectores industriales. En este sentido, la falta de complementariedad de las economías latinoamericanas favoreció la competencia entre países más que la cooperación y; c) un entorno geopolítico hostil a la integración, en particular porque Estados Unidos no estaba dispuesto a resignar su presencia en la región.
[14] En el período 1960-1980 sólo 3 de los países que dieron forma a la ALAC no experimentaron golpes y dictaduras militares (México, Colombia y Venezuela). La inestabilidad política fue un factor que impactó decisivamente en el devenir de la integración regional, al impedir sostener en un mismo sentido las decisiones y compromisos políticos oportunamente tomados por las dirigencias gubernamentales. Asimismo la recurrencia de golpes de estado y la permanencia de extensas dictaduras a cargo del gobierno de gran parte de los países de la región menoscabaron los esfuerzos a favor de la integración en al menos en dos sentidos: en primer lugar, dificultando las relaciones intraestatales latinoamericanas, en particular en términos del desarrollo de vínculos de confianza mutua; en segundo lugar, porque el carácter represivo de estos regímenes a nivel interno actuó a favor de la desarticulación de las organizaciones de la sociedad civil y de los partidos políticos, lo que a su vez dificultó el establecimiento de relaciones estables entre grupos y organizaciones civiles y políticas a nivel regional.
[15] No podemos abordar aquí en profundidad la problemática del Estado en relación con los planteos de la CEPAL. Se sugiere, al respecto, consultar los aportes de Ormaechea (2018) y Ormaechea y Fernández (2017).
[16] Al respecto, Haas (1966, p. 31) planteaba “América Latina sólo está unida por la lengua y la religión”.
[17] El MERCOSUR nace en 1991 con la firma del Tratado de Asunción entre Argentina, Brasil, Paraguay y Uruguay. En el año 2006 Venezuela firmó el tratado de adhesión, pero se transformó en un miembro pleno recién en el año 2012. A partir del año 2016 su participación ha sido suspendida por decisión del resto de los estados miembros.
[18] El concepto lo formulan da Motta Veiga y Ríos (2007) pero se difunde a partir de Sanahuja (2008). Hace referencia a un proceso de reformulación del paradigma integracionista vigente en los años 90, muy claro en el discurso político de los gobiernos que formaron parte del “giro a la izquierda” (Ramírez Gallegos, 2006) desde principios del siglo XXI. Sin embargo, mas que una nueva teoría o modelo integracionista terminó designando un conjunto de transformaciones, importantes pero insuficientes, al interior de los procesos en marcha (el ejemplo más claro lo constituye el MERCOSUR) a la vez que sirvió de inspiración para la conformación de nuevos mecanismos de cooperación regional, como los casos de la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR) o la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELALC). La categoría fue muy discutida por la literatura especializada. Para una crítica del concepto ver Ramos (2018).
[19] La firma del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) en 1991 ligó firmemente la economía mexicana a la de Estados Unidos a la vez que los países continentales de Centroamérica profundizaron su dependencia con el coloso del norte. Sudamérica, por su parte, no ha logrado consolidarse como región y el reciente fracaso de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR) así lo atestigua
[20] Frase cuyo autor es el intelectual peruano José Carlos Mariátegui (´1894-1930).