La primera escuela en los originales Altos de Jalisco,
México
Guillermo Hernández Orozco,(*) Stefany Liddiard Cárdenas(**)
y Francisco Alberto Pérez Piñón(***)
Resumen
En
este documento se sintetiza la recuperación histórica concerniente a la primera
escuela ubicada en los originales Altos de Jalisco, México. Con la finalidad de
abordar la importancia y funciones que desempeñaban las primeras escuelas de la
región, se encontró que, durante los siglos XVIII Y XIX, las escuelas se
convirtieron en un medio más para cristianizar y reproducir la cultura española
colonial. Por ello, en este texto se muestra la reconstrucción histórico-educativa,
principalmente a través de las fuentes primarias encontradas en el Archivo de
la Universidad de Texas en El Paso, el cual no ha sido explorado lo suficiente
y que guarda la documentación del Mayorazgo de Milpillas, lugar donde territorialmente
pertenecieron los originales Altos. Además, se manejan diferentes textos
derivados de investigaciones sobre esa zona territorial, para contextualizar la
época, o bien para triangular o contrastar con los datos más relevantes.
Palabras clave: Historia
de la educación; Microhistoria, Nueva Galicia, Altos de Jalisco.
The first school in
the original Altos de Jalisco, Mexico
Abstract
This document
synthesizes the historical recovery concerning the first school located in the
original Altos de Jalisco, Mexico. In order to discuss the importance and
functions of the first schools in the region, it was found that, during the
18th and 19th centuries, schools became one more means to Christianize and
reproduce the Spanish colonial culture. For this reason, this text shows the
historical-educational reconstruction, mainly through the primary sources found
in the Archive of the University of Texas at El Paso, which has not been
sufficiently explored and which maintains the documentation of the Mayorazgo de
Milpillas, place where the original Altos belonged territorially. In addition,
different texts derived from research on that territorial area are used, to
contextualize the time, or to triangulate or contrast with the most relevant
data.
Palabras clave: History
of education; Microhistory, Nueva Galicia, Altos de Jalisco.
La primera escuela en los originales Altos de
Jalisco, México
Introducción
En
el presente documento se muestra la recuperación histórica de la primera
escuela en la zona de Los Altos de Jalisco, región occidente de México.
Mediante la evidencia documental de las fuentes primarias consultadas en el
Archivo Histórico de Colecciones Especiales de la Universidad de Texas en El
Paso (UTEP) y con la contextualización de fuentes secundarias, se organiza este
texto en tres apartados en los que se interpretan los sucesos históricos que
rodearon la construcción y desarrollo de dicha escuela. En el primer apartado
se incluye la descripción de la zona en cuestión, así como los precedentes de
algunos historiadores e investigadores interesados en Los Altos de Jalisco.
Seguido de esto se dedica un apartado para contextualizar e interpretar los
archivos que dan cuenta de la primera escuela en Los Altos de la Nueva Galicia
durante los siglos XVIII Y XIX. Finalmente, a manera de cierre, se enuncian
algunas conclusiones derivadas del tratamiento otorgado a esta información.
Para
ello se precisa la recuperación del inicio de la educación formal con la
instalación de dicha escuela, acrecentando el vestigio con la interpretación de
acuerdo al contexto social, cultural y educativo que rodeó esta serie de
acontecimientos; ya que el proceso educativo no se realiza en abstracto, sino
que se lleva a cabo con actores concretos y en sitios particulares. Así que se
ofrece un panorama que conjunta elementos contextuales para poder comprender
dichos procesos.
Concordante
con lo anterior se utiliza el método historiográfico para tomar en cuenta los
componentes con los que se reconocen las circunstancias en las que se ubicaron
los mencionados procesos educativos. En consecuencia, como parte de los
resultados se presentan los datos de la primera escuela de Los Altos de
Jalisco, además de reconstruir el panorama contextual y mostrar una descripción
de las personas a quienes se educaba. Por ello, este trabajo se inscribe dentro
de la microhistoria, enfocándose en una zona en particular que albergó a ciertos
personajes quienes apuntalaron los procesos educativos formales en el siglo
XIX. Se trata de una forma de narrar y analizar la documentación de archivo,
fundamentada en los planteamientos elaborados por Luis González y González,
concretada con su obra de Pueblo en Vilo publicada en 1968, donde narra la vida
del pueblo San José de García. González conceptualiza a la microhistoria como:
…la narrativa que
reconstruye la dimensión temporal de la matria… lo importante es el espacio, al
que entendió como el terruño, lo que se ve desde un campanario, no más de mil
kilómetros cuadrados, la región nativa del ser… La
microhistoria, sentenciaba, no podía prescindir del análisis del ambiente
físico, del medio natural donde se desenvolvía el grupo de estudio porque la
microhistoria se desprende del tiempo lentísimo de la geografía (Arias, 2006,
p. 181).
Sobre los Altos de
Jalisco
Se comienza por situar
geográficamente la ubicación de Los Altos de Jalisco, la cual comprende una
gran extensión territorial, dividida en dos regiones: Los Altos del Norte y Los
Altos del Sur. En la primera, Los Altos del Norte se incluyen los municipios de
San Juan de los Lagos, Lagos de Moreno, San Diego de Alejandría, Encarnación de
Díaz, Unión de San Antonio, Ojuelos de Jalisco, Villa Hidalgo, y Teocaltiche.
En cuanto a Los Altos del Sur se enumeran los municipios de Tepatitlán de
Morelos, Cañadas de Obregón, Mexicatlán, Acatic, Yahualica de González Gallo,
Jalostotitlán, San Miguel el Alto, San Julián, Arandas, Jesús María, Valle de Guadalupe,
además del recientemente creado municipio de San Ignacio Cerro Gordo (ver
figura 1). Pero es necesario mencionar que, por tradición histórica hasta el
siglo XIX, se incluían también los municipios de Zapotlanejo, Atotonilco el
Alto, Ayotlán, Cuquío, Degollado, Ixtlahuacán del Río y Tototlán.
Figura 1. Mapa de Los Altos de Jalisco. Fuente: (Arias, Sánchez, y Muñoz,
2019).
Estos datos difieren de
la información encontrada en el Archivo Histórico de la Universidad de Texas en
El Paso, en los que se indica que las regiones que comprendían esta misma zona
de los originales Altos, entre los siglos XVI a XVIII, se conformaban con una
parte del Mayorazgo de Milpillas, ubicado en el camino real, que comprendía
desde Atotonilco hasta La Barca, pasando también por la Hacienda de Cerro
Gordo. Entonces, en aquel momento el primer territorio de Los Altos era de poca
extensión territorial e incluía solo algunas partes de tres municipios:
Tepatitlán, Arandas y San Ignacio Cerro Gordo. Por lo tanto, el presente
documento está delimitado territorialmente al área que originalmente
comprendían los primeros altos de Nueva Galicia (reino que durante la época
colonial comprendía los actuales estados de Jalisco, Nayarit y Aguascalientes).
Ahora bien, el proceso de
indagación contempló también una búsqueda en diversos textos e investigaciones
enfocadas en esta zona, identificando a aquellos que han escrito sobre los
originales Altos de Jalisco. Se afirma que hay una mínima cantidad de trabajos
que documentan sobre los acontecimientos ocurridos durante el siglo XVI y
escasamente acerca del siglo XVII. Entre los interesados en el tema se
identificó a Ramón Sánchez, quien en un trabajo editado por primera ocasión en
1888 indicó que “la densa oscuridad que envuelven las antigüedades mexicanas,
nos ha permitido solamente adquirir unos rayos de luz” (1888, s/p). Sugiriendo
además que los grupos indígenas de tarascos y chichimecos fueron los primeros
pobladores, fundando suposiciones en cuanto a sus nombres, como Pajacuarán o
Chichimequillas, pero sin comprobar con documentos sus declaraciones. El mismo
Sánchez aseveró que “en estos lugares no había ningún cacicazgo a consecuencia
de lo poco habitados, tal vez existían miserables rancherías de
indígenas…prevaleciendo el español” (1888, s/p). Con todo este trabajo el autor
logra deducir, al analizar sus tradiciones que Arandas fue fundada entre 1760 y
1768.
Otra investigación
realizada por Indalecio Ramírez (1967), busca aportar a través de documentos
más precisión sobre los límites de la región de Los Altos de Jalisco; menciona
en uno de sus apartados que en esta región se incluyen las municipalidades de
Arandas, Atotonilco, Jesús María, Tepatitlán y San Ignacio Cerro Gordo, Así, el
autor corrobora la información en datos encontrados en los archivos de la
Hacienda de Santa Anna Pacueco, que no correspondían a las mayores extensiones
territoriales de Los Altos entre 1526-1750; pero sin consultar los archivos de
la Hacienda de Milpillas y Cerro Gordo, las que son de mayor en extensión. Sin
embargo, este trabajo tiene como mayor aportación la documentación de la
colonización de estos sitios efectuada en 1756, misma que el autor logró a
partir de la interpretación de un mapa.
Por otra parte, Tomás
Martínez Saldaña y Leticia Gándara Mendoza (1976) retomaron otros datos, además
de los mencionados por Ramón Sánchez e Indalecio Ramírez, incorporando
información destacada de Lancaster Jones y Paul S. Taylor. Estos autores
tampoco acudieron al archivo de Milpillas, pero si al de Santa Anna Pacueco,
que resalta por haber tenido injerencia en la compra de tierras, sobre todo a
partir de mitad del siglo XVIII, pero no en los primeros 225 años (1526-1750).
Se considera que Saldaña y Gándara (1976) consultaron mayormente fuentes
secundarias, por lo que no se catalogan al igual que los trabajos de los
historiadores anteriores, aunque sí gozan de prestigio académico por ser
investigadores de esta región.
Varias décadas después,
Pablo Martínez (2006), incursionó en las fuentes primarias del archivo de
Guadalajara y logró armar el rompecabezas de la Hacienda de Cerro Gordo con los
documentos consultados. Aun cuando muestra un avance, Martínez tampoco acude al
indispensable Archivo de Milpillas, el cual se considera relevante, ya que en
el transcurso del tiempo se han perdido valiosos documentos correspondientes a
diversas haciendas, pueblos y ciudades, tal como es el caso de los originales
Altos de Jalisco. Los archivos actuales están ubicados en Guadalajara y también
en la Universidad de Texas en El Paso (archivo de Milpillas y Cerro Gordo),
dando cuenta que dentro del archivo de la Hacienda de Santa Anna Pacueco se ha
perdido gran parte.[1]
Finalmente, durante la
última década, quien más ha aportado información sobre esta región, es José
Zócimo Orozco Orozco y Verónica Valencia Salazar, quienes han investigado en
diversos archivos de Jalisco, Michoacán y el Archivo General de la Nación. En
el 2011muestran sus valiosos resultados al publicar cuatro volúmenes de La verdadera fundación de Arandas, Jalisco:
mitos, falsedades y realidades. En el primer tomo se incluyen en los temas
del Cerro de las Arandas de Diego Padilla y agua de los Arandas de Juan de
Monterde. En el segundo se hace mención también al Cerro de las Arandas en los
agostaderos de Cerro Gordo y Valle Hermoso. Para el tercer tomo escribieron
acerca del puesto de las Arandas y la congregación de Santa María de Guadalupe
de la Arandas. Finalmente, en el cuarto volumen se centran en la Congregación
de Santa María de Guadalupe de las Arandas. Todos publicados en 2011, se basan
en documentación archivística, con el contenido organizado en dichas temáticas
y exponiendo descubrimientos que comprenden gran parte de la historiografía de
la región.
Con todos estos
precedentes sobre el tema, se concluye que, si bien es poco lo dilucidado sobre
los inicios de Los Altos de Jalisco, sí existen versiones no documentadas sobre
el origen y desarrollo de esta región, principalmente para conocer quiénes
fueron pobladores originarios y durante la colonia. Esta revisión de
publicaciones sobre el área a investigar justifica la elaboración de este
trabajo, en el que se recopila en su mayoría información de fuentes primarias,
además este recorrido condujo a formular las siguientes preguntas de
investigación a manera de guía ¿Cuál era el contexto en el que se educaba?
¿Cómo surge la primera escuela? y ¿A quién se educaba?
Especificado lo
anterior, se señala que las fuentes primarias consultadas corresponden al
Archivo Histórico de Colecciones Especiales de la Universidad de Texas en el
Paso (UTEP), biblioteca que guarda el archivo de las haciendas de Milpillas y
Cerro Gordo, donde se salvaguardan documentos con fechas que van desde 1526 a
1823. Precisamente y derivado de este trabajo de archivo es que se presenta la
siguiente interpretación basada en fuentes primarias encontradas en la
Colección Milpillas: Carlos Martín, Caja 4. Además, se consideraron los
trabajos antedichos, en los cuales consultaron principalmente los archivos de
Guadalajara, Morelia y La Piedad; fuentes secundarias de las cuales se rescatan
acervos para ubicar tiempos y contextos, útiles para reconstruir y triangular
esta historia sobre la región de Los Altos de Jalisco.
Ahora bien, en los
documentos del AHUTEP se descubrió que corría el año de 1645, en Valladolid,
Michoacán, cuando se escrituraron por primera vez las tierras a su propietario,
aquellas realizadas en Ayo el Chico en 1574 y otras más en Guadalajara.
Específicamente, fue Felipe II Rey de España quien escrituró desde Europa las
tierras que comprendían Los Altos de Jalisco; el propietario tenía por nombre
Sebastián de Andía y en un documento se especificaba que se debía respetar para
los “Yndios sus sementeras, labores y criansa”[2]
en donde estaban asentados. Para cada predio se detalló la manera de cómo
se adquirió y los linderos correspondientes, los veinte sitios que le
escrituraron fueron:[3] Santa
María, El Cerrito, San Silbestre, Los Magueyes, Portezuelo, Las Milpillas,
Cieneguilla, Agua Caliente, Monte de Zula, Carnicero, Carrizal, El Ciego,
Corral de Piedra, Coyotes, La Hermita, Colio Viejo, Ojos de Rana, Capuli,
Ciénega Grande y Las Ánimas. Todos estos predios comprendían catorce sitios de
ganado mayor, dos de ganado menor y cinco caballerías.[4]
La totalidad de dichos
terrenos le fueron escriturados a Sebastián de Andía por el Rey Felipe II,
firmados en el palacio del Pardo, Madrid, España, el 1 de noviembre de 1591. En
ese tiempo, los predios se adquirían por compra o permuta, y los realengos por
denuncia y adjudicación. Una implicación de estas transacciones fue que los
habitantes naturales u originarios de estas tierras, a la llegada de los
españoles fueron despojados de sus terrenos y apenas sí les respetaron algunos
pequeños espacios para sus casas, para resguardar el ganado –que casi nadie
tenía– y ceder pequeños espacios de sementeras. Es posible observar esto en el
siguiente plano considerado el más antiguo de los originales Altos de Jalisco,
en el cual se observan una serie de predios marcados con un numeral, incuso el
ya mencionado Cerro Gordo, identificado con el número 32 (ver figura 2):
Figura 2. Plano más antiguo de los originales Altos de Jalisco. Fuente:
Archivo de la Universidad de Texas en El Paso.
Cabe mencionar que gracias
a estos archivos también se identificó el origen del nombre de Los Altos, el
cual se debe a Andrés de Villanueva, quien fuera propietario de las Haciendas
de Milpillas y Cerro Gordo. Debido a que Milpillas era reconocida en documentos
como los bajos en la parte sur de
Atotonilco, y quedaban por otra parte las propiedades al norte de ese pueblo,
que eran conocidas como los altos;
así nace el conocido nombre que posee hasta el día de hoy. Además de este dato,
se refrenda que el territorio promedia los 2000 metros sobre el nivel del mar y
que el llamado Cerro Gordo –el más alto de la zona– alcanza los 2656 metros.
La primera escuela en Los Altos de la Nueva
Galicia
Como se mencionó al
inicio, el objetivo de este texto es reconstruir el surgimiento de la primera
escuela de Los Altos y su contexto educativo, que incluye caracterizar a las
personas que se educaban en ella. Se inicia entonces, por reflexionar sobre los
procesos educativos formales de siglos atrás y en una sociedad rural, en donde
lo importante eran los conocimientos útiles para el desempeño en la vida, saber
qué tipo de semillas se debían cultivar y cómo hacerlo, incluso cómo debía
hacerse las cruces de ganado para mejorar su especie, por mencionar algunos
ejemplos. Si había otra clase de conocimientos eran juzgados solo como
ilustración, o para tener conversación en reuniones y ser considerados como cultos, pero sin ser conocimientos
útiles para su vida cotidiana.
Para asentar la concepción
de educación en el siglo XVIII en esta zona de México, es preciso considerar
los documentos del archivo de Milpillas. Tal como la que se muestra en la
transcripción de los siguientes párrafos, donde se indica la llegada de un
joven varón a uno de los lugares predestinados como escuela. Se trata de una
carta que sirve de presentación del hijo de José González de Castañeda, cuando
va por primera vez a las Haciendas de Milpillas y Cerro Gordo. En dicha carta
Don José redactó las indicaciones al administrador llamado Juan Antonio
Herrera, al Mayordomo Plascencia y a su hijo sobre qué debían hacer durante su
estancia en aquel lugar [se respetó la ortografía]:
En la Ynstrucción de Herrera le previne lo que
havia de hacer para descargar mi conciencia y la suia, sobre la obligación que
tenemos, bajo de pecado mortal, de Doctrinar a los criados, y hacerlos quanto
estuvire en nuestra parte, que cumplan con los Mandamientos de la Ley de Dios,
especialmente los de oir Missa los días de fiesta, no trabajar en los que no se
puede, no comer carne los días de Viernes, y ayunar los de Vigilia, como
también enseñarles la doctrina christiana: y porque sobre estos puntos vivo en
continuo de que poco o nada se cumple, y que hay mucho abandono, sin embargo de
que dicha Ynstrucción de Herrera, que ha de ver mi hijo, digo los medios de que
se ha de valer, repito en esta a dicho mi hijo el mas estrecho encargo y
mandato positivo de que apure todas las diligencias posibles sin afloxar, y
repitiéndoles para que al menos nos aseguremos que de nuestra parte se hace
todo lo que se puede: y para ello es necesario que los criados que faltaren
vean rigor y escarmienten mas o menos, porque con el disimulo o tolerancia se
falta con ello con mayor facilidad, y nos hacemos complices.
Sera también mui oportuno que lo mas de los
Maestros y Maestras de juicio que se pongan en los Ranchos de Obejas y que no
falte en ellos la enseñanza semanaria y diaria, se visiten en algunas
ocasiones, para ver si se cumple y adelanta, principalmente en los Muchachos y
Muchachas que estarán con la separación de los dos sexos: y se impondrán dichos
Maestros de que deben avisar en los Ranchos de los días de viernes en que no se
puede comer carne y de los que fuexen de ayuno. Para que mi hijo pueda mexor
descargar su conciencia sobre todos estos particulares, preguntara lo que deba
hacer al Sr. Cura de Atotonilco instruiendose bien de todo lo que le diga sobre
cada uno, y poniéndolo en practica según sea posible especialmente con los
Mayordomos, Sobresalientes, Caporales y demás mandones, para que lo cumplan por
si, y hagan cumplir estando ensima mi hijo a todas horas sobre esto en mente
que les haga formar juicio que nada importa mas a nuestras almas, y salgan del
entero abandono en que en esto viven.
México, diciembre 31 de 1784. José González de
Castañeda.[5]
Posterior a la lectura e
interpretación de este documento, se reconocen varios aspectos, entre los
cuales resalta el hecho que, durante La Colonia imperaba una sociedad teocéntrica,
en donde la educación más importante del pueblo se efectuaba por y en la
iglesia de la localidad. Asimismo, que dicho recinto constituía un espacio
público, perteneciente a toda la comunidad, aunque fuera construida por quienes
tenían el poder económico para hacerlo se percibía como refugio para todos.
Esta infraestructura religiosa siempre se edificaba en el centro de cada
pueblo, dejando un espacio junto a ella, conocido como plaza, el cual también
era público; y frente a estas dos se encontraba la construcción de la
municipalidad –ya que así se especificaba en las Leyes de Indias–. Es decir,
estos fueron los tres espacios públicos que no podían faltar: una iglesia, la
plaza y el ayuntamiento, con lo que reafirmaban la influencia que se mantenía por
parte de los colonizadores españoles, quienes buscaban una educación rápida y
dirigida hacia las masas.
Debido a que la población
en aquel momento era mayoritariamente analfabeta, se optaba por brindarles una
instrucción de forma verbal, razón por la cual era obligatoria la asistencia
semanalmente a la iglesia a escuchar la
misa, tal como se menciona en la carta. En este espacio el sacerdote era el
encargado de explicar verbalmente cómo debían comportarse las personas, lo que
implicaba respeto a las normas emitidas por quienes detentaban el poder, claro
está, llevando como bandera el nombre de Dios; además que, acudir era gratuito,
garantizando con ello la asistencia de mayor cantidad de individuos. Con esto
se reflexiona acerca de la transición de la educación religiosa a laica, que
tomó ciertas prerrogativas de la iglesia como el ser pública, gratuita y
obligatoria. Fueron cambios en los que se sustituyó la construcción de un
templo o iglesia por la de una escuela; la figura del sacerdote se cambió por la
del maestro; trasformando la educación de la sociedad la cual, en lugar de
estar centrada en Dios, se fue enfocando lentamente en tener a la nación como
el centro de interés.
Continuando con la
información de un inventario ubicado en la caja cuatro del AHUTEP,
se afirma que en la hacienda de Cerro Gordo –como en algunas otras–, el
hacendado se daba a la tarea de construir una iglesia dentro de su predio. En
el caso de Cerro Gordo se instauró la iglesia dedicada a San Ignacio de Loyola,
la cual era atendida incluso por un cura, a quien se le pagaba un sueldo,
considerado como parte del pago de impuestos; ya que era una obligación ante
Dios y ante los habitantes lugareños. Por realizar este gesto, el hacendado
obtenía el respeto social en nombre de Dios.
En esta misma
documentación se corrobora que además de la iglesia dentro de la hacienda,
también se construyó una escuela, la cual constaba de dos cuartos, como
literalmente se menciona en el inventario de 1808. La escuela ubicada al lado
de la casa y de la iglesia formaba parte del tradicional portal de arcadas que había en la parte frontal de las haciendas de
aquella época. Para dimensionar el tamaño, se especifica que cada cuarto medía
siete varas de largo por tres de alto.[6]
En este mismo inventario se da cuenta de la existencia previa de una
construcción específica para escuela, lo que indica una posibilidad que desde
antes de 1808 el lugar ya existía.
Estos datos se
contextualizan con el hecho de que, en muchos lugares de México, el espacio
escolar era el mismo que el de la iglesia, o bien, en la capilla como se llamaba en las localidades pequeñas. Pero, en el
caso específico de la Hacienda de Cerro Gordo, planearon una construcción
expresa, lo que sugiere que se le otorgó cierta importancia a la educación en
aquel momento y en dicho lugar, al occidente de México; lo cual no era tan
común en las haciendas del resto de la región.
Con la edificación e
implementación de dichas escuelas se demuestra el interés por educar a las
poblaciones locales. Esta afirmación se corrobora con otros datos de este mismo
inventario en donde se verifica que el dueño de la Hacienda de Cerro Gordo
mantenía comprometidas algunas rentas para el sostenimiento de otros dos
Colegios, uno en México y otro en Guadalajara. En la documentación se observan
frecuentes reclamos por incumplimiento de los pagos, dando cuenta del nombre de
los colegios y montos del adeudo. Aparece el nombre de Luisa del Valle Salazar,
esposa de Don Gaspar González Castañeda, dueño de la Hacienda de Milpillas y
Cerro Gordo, quien debía 16418 pesos al Convento Grande de Nuestra Señora de
México; así mismo durante 1683 le fueron reclamados otros 6000 pesos, que aún
se adeudan a dicho convento, ya que cuando se heredaba o vendía, también se
incluían los compromisos y deudas fincadas en las propiedades, entre las cuales
se encontraba precisamente el sostenimiento de las escuelas y templos.[7]
Continuando con la
descripción de estas escuelas, se rescata lo que Orozco (2011) encontró en
Arandas. Se trata del documento más antiguo que da cuenta de la existencia de
una escuela que data de 1837. En la transcripción que realiza el autor, se
incluyen algunas estadísticas de Arandas, así como la descripción de los
edificios públicos. Entre los datos que da a conocer, se seleccionó el
siguiente fragmento que incluye el término enseñanza mutua:
La casa municipal, también de adobe, al sur de la
misma, cuyo local que en tiempo del gobierno español se compró para cuartel,
comprende un solar de 60 varas de frente y 22 de centro, con una sala que sirve
de capitular, un cuarto que sirve para el despacho de los juzgados, un zaguán
con tres piezas interiores destechadas y el patio, que hoy ocupa en el expendio
de carnes; tiene además un salón nuevo, espacioso dedicado al establecimiento
de enseñanza mutua; ambas fincas, arruinadas a la vez, demandan su oportuna
reparación (p. 84).
En estas líneas llama la
atención que se refieren a una escuela lancasteriana o de enseñanza mutua, como
se le denominaba en aquel momento. Se resalta que ese modelo era algo moderno
para aquella época, ya que fue hasta 1824 que se inició a impartir una
educación bajo esta modalidad y en la ciudad de México. Esto es un hecho relevante,
ya que, en esta pequeña localidad de Los Altos, ya se planteaba ese tipo de
educación moderna con dicho método, el cual se sintetiza en el siguiente
párrafo de Huerta (1987):
El sistema lancasteriano consistía en utilizar a
los alumnos de mayor edad y adelanto para que instruyeran a los más pequeños y
menos avanzados; estos monitores, después de escuchar al maestro, repetían las
lecciones a grupos de 10 a 20 niños, quienes de acuerdo con las ideas de Joseph
Lancaster y Alexander Melville Bell (creadores del método pedagógico de la
enseñanza mutua), debían sentarse en semicírculo en torno al expositor (citado
en García, 2015, p. 24).
Para ampliar la
contextualización de los procesos educativos al interior de dichas escuelas, se
menciona que durante el siglo XIX se limitaba a enseñar a los estudiantes a
leer, escribir, contar y el Catecismo de Ripalda o Fleuri. Este último estaba
diseñado para acercar a los niños a las bases del cristianismo, tal como lo
analiza Anne Staples en su trabajo sobre la lectura y textos durante los
primeros años del México independiente, afirmando que “la abundancia de
catecismos nos dice cómo la educación indígena y de la de los niños y adultos
estaban basadas, en primer lugar, en la instrucción religiosa” (2000, p. 94). Con
estos datos es posible entender que se buscaba educar con contenidos útiles
para los pobladores, quienes se dedicaban laboralmente a ser borregueros,
leñadores, pastores y pocos que tenían siembras.
Otro de los elementos
importantes en el tema educativo fueron las bibliotecas personales, espacios de
resguardo dentro de las haciendas, donde comúnmente se encontraban las fuentes
de información que podían utilizarse en la escuela, a juicio del dueño y cuando
la situación lo ameritaba. Se explica la relación explícita entre las
mencionadas bibliotecas personales y la educación, ejemplificándolo con el caso
concreto de la Hacienda de Cerro Gordo, sobre la cual se encontró el inventario
levantado en 1803 de su biblioteca, donde se señala que contaba con 59 títulos,
de los cuales había hasta ocho tomos de uno solo. Entre los libros existentes,
que eran susceptibles de usar en la escuela, se encontraban: Catecismo de
Fleuri, Catecismo de González y Diccionario de la Lengua Española. Llama la
atención también el Compendio de Historia, escrito por Miguel Ydalgo y para los
más cultos estaba el conocido Nebrija y las Instituciones de Justiniani.
Finalmente, había otros documentos de la biblioteca con posibilidad de apoyo en
la escuela –también de índole religiosa– bajo los títulos: El Año Christiano,
Verdades Eternas, Vida de San Francisco de Sales, Concilio de Trento y la
Biblia.[8]
Complementando estos
datos, Indalecio Ramírez (1967) aseguró que en 1852 existió una escuela
municipal, en la cual se trabajaba bajo el método lancasteriano y los datos le
indicaron que la matrícula llegó a 198 estudiantes. Ramírez también mencionó
que el maestro llevaba por nombre Martín López y se le pagaban 300 pesos
anuales, de los cuales 100 aportaban los padres de los alumnos y los 200
restantes los pagaba el municipio. Este autor complementa con datos que indican
la existencia de cinco escuelas particulares para niños: una de ellas atendida
por Bernardo Alba y contaba con una matrícula de trece alumnos; otra escuela
particular atendida por el profesor Ignacio Hernández, específica para niñas;
la tercera también estaba destinada a la educación de las niñas pero estuvo a
cargo de Nicolasa Hernández; otra más, en este caso para niños, fue la atendida
por el profesor de Secundino Márquez; finalmente, la quinta escuela estuvo a
cargo de Ana Alvizo y también fue para niñas. Sin embargo, de estas últimas dos
no aporta matrícula.
Con base en lo anterior y
considerando que pasaron casi tres décadas, Sánchez (1888) afirmó en un informe
que para 1879 en la municipalidad de Arandas –parte de Los Altos– había 1262
personas que sabían leer y escribir, de las cuales 617 eran mujeres. En cuanto
a aquellos que solo sabían leer, eran 243 hombres y 81 mujeres. Es decir, una
persona de cada catorce habitantes estaba en esa condición, una conjetura que
se puede dilucidar ya que la población total de ese municipio era de 25 237, en
conformidad con el primer censo de población mencionado por el mismo autor. En
este mismo documento, Ramón Sánchez informó que coexistían varias escuelas en
1888, e incluso anexó la descripción de una de ellas. Se trataba de una escuela
pública de niños, que contaba con edificio propio y con la capacidad de
asistencia entre 220 a 250 alumnos. Esta institución era atendida solamente por
un profesor al quien se le pagaban 35 pesos mensuales y entre las actividades
que se les enseñaba estaba la lectura, escritura, aritmética, álgebra,
gramática, geometría, geografía, cosmografía, historia de México, moral y
urbanidad.
Asimismo, Sánchez (1888)
en el mismo informe documentó sobre una escuela de niñas, pero esta no contaba
con edificio propio y la asistencia fluctuaba entre “cuarenta y tantas a 58”.
Documenta que con la llegada de una nueva maestra –a quien se le pagaban 30
pesos mensuales–, aumentó la asistencia. En esta institución se enseñaba:
lectura, escritura, moral, aritmética, álgebra, sistema métrico, gramática
castellana, historia de México, historia de Jalisco, historia natural,
geometría, geografía, cosmografía, dibujo natural y de ornato, caligrafía,
nociones de inglés e italiano, canto recreativo, costura, bordados en blanco de
fantasía, seda, oro, pelo y de aplicación, así como flores artificiales. Entre
esto, llama la atención que hay mayor variedad de cursos en la escuela de niñas
que de niños, lo que implicaría una organización y objetivos diferentes.
Continuando con estos
datos emitidos por Sánchez (1888), se documenta a la existencia de una escuela
parroquial para niñas, con asistencia entre 90 a 120 alumnas. Las asignaturas
comprendían: lectura, escritura, doctrina cristiana (catecismo de Ripalda),
historia sagrada por Fleuri, religión por Balmes, moral, economía doméstica,
aritmética, gramática castellana, historia de México, prolegómenos de historia
de México, geografía, cosmografía, geometría, costura, bordados en blanco, de
estambre, chaquira, seda y oro, flores artificiales, canto religioso, llano y
figurados. En este caso, el sueldo que recibía el maestro era de 20 pesos,
quien se infiere que debía estar sumamente preparado para abordar tanto las
asignaturas religiosas como las que no lo eran.
Finalmente, en el mismo
documento de Sánchez (1888) se encontró la existencia de otras escuelas, pero
particulares, ubicadas en el pueblo, haciendas y rancherías, pero de estas no
especificó matrícula, cursos o maestros. Esto se contextualiza y contrasta con
los datos emitidos en el Censo de 1900[9]
en donde se asienta que en la municipalidad de Arandas había nueve profesores y
tres profesoras, para 25237 habitantes, de los cuales 1959 hombres y 1552
mujeres sabían leer y escribir, concluyendo que sólo el 14% de la población
mayor a los 8 años sabían leer y escribir, resaltando que el 86% de este
porcentaje de población era analfabeta.
Ahora bien, en cuanto a la
población estudiantil y contra las versiones que circulan en artículos
periodísticos y libros no documentados, en los que se asegura que los
habitantes de los originales Altos de Jalisco eran españoles provenientes de
Galicia, y franceses que arribaron después de la lucha imperialista entre 1862
a 1864 (Arias y Durand, 2013). Se afirma, según los datos que arrojan los
archivos del AHUTEP que, los indígenas –y no solo tarascos– habitaron primero
la región sur entre Atotonilco y La Barca, aunque en Los Altos apenas si había
algunos tarascos quienes dieron origen a varios asentamientos de este grupo
étnico, tales como los Támara, Pajacuarán y Cacallaca (lugar de cuervos); pero
al ser expulsados los Caxcanes y Tecuexes durante la guerra del mixtón, cuando
Sebastían de Andía fue propietario.
Se realizó un censo en la
Hacienda de Cerro Gordo de 1568 a 1591, dando cuenta de que habitaban en la
región: un español, once indios, seis mulatos y veinte personas sin
especificar. Entre esto llama la atención que solo se consignen 38 personas, a
sabiendas que son los que tienen relaciones económicas de dependencia con la
Hacienda de Cerro Gordo.[10] De
cualquier manera, se señala un alto número de indígenas que especificaron sus
ocupaciones como: varios pastores, un preñador –encargado de organizar las
cruzas de ganado para que se mejore la especie, ocupación muy importante en una
hacienda de ovejas–, dos rancheros que tenían propiedades, y seis mulatos[11] –hijos de
negros y blancos–. Para el censo de 1770 se hizo un recuento de treinta
empleados dentro del territorio de la Hacienda de Cerro Gordo, entre estos
trabajadores, se consignaron: tres indios, un mulato, tres rancheros, y de los
otros 23 habitantes, sin asentar su origen. En cuanto a la ocupación por la
cual se les pagaba, se menciona que cohabitaban nueve pastores y un arriero,
del resto no se especificó.[12] Estos
datos son reveladores para conocer quiénes fueron los primeros habitantes de
Los Altos al inicio de la colonia, aquellos que observaron y coexistieron como
parte de todo este cambio educativo.
A manera de conclusión
Con la información
encontrada en los documentos del Archivo Histórico de la Universidad de El
Paso, aunada a los textos que abordan diferentes temáticas sobre esta zona; se
concluye que, es importante tener claro que, durante los siglos XVI y XVII, los
habitantes de aquel lugar eran mayoritariamente indígenas, naturales y mulatos,
siendo escasos los españoles. Lo cual queda en oposición a las creencias de los
habitantes actuales, quienes aseguran que los españoles fueron quienes
predominaban en aquel momento, siendo los primeros pobladores de la región.
En el campo educativo se
concluye y contextualiza que la primera escuela de los Altos de Jalisco fue
marcada por una visión teocéntrica, utilizando como materiales de lectura lo
que se tenía a la mano en las bibliotecas personales de los hacendados,
utilizando el catecismo y el método lancasteriano –actual para ese lugar y
periodo– como didáctica. Las actividades pedagógicas se centraban en ofrecer
una educación práctica, útil para la vida cotidiana, ya que los conocimientos
que no fueran de esa índole quedaban para personas que solo deseaban cultivarse
y reconocerse como ilustradas.
Asimismo, se concluye que,
si bien en aquel momento existían estos recintos llamados escuelas, dedicados
exclusivamente a la educación formal, también la Iglesia era un lugar
privilegiado en donde se impartía educación. Aunque esta última no fuera
escolarizada, repercutía en las condiciones de vida de sus habitantes ya que en
esta se encontraban, comunicaban y aprendían maneras de pensar, ser y actuar,
mismas que estaban influenciadas por el adoctrinamiento de la iglesia, es decir,
en su ideología.
En consecuencia, la
educación en rancherías y haciendas hasta el siglo XIX en la región de Los
Altos tuvo varios propósitos entre los cuales, el principal era que niños y
jóvenes aprendieran la doctrina cristiana, ya que ese mandato lo tenían por ley
los hacendados. También se buscaba a través de esta educación que esta
población aprendiera a leer y escribir; más aún si se considera que el contexto
inmediato estaba en el campo y que las principales ocupaciones se centraban en
las tareas agrícolas y ganaderas. Por lo cual, bastaba con enseñar aquellos
aprendizajes prácticos para bien desempeñarse en la vida, pues los alcanzaban
en el hogar al observar primero el desempeño de sus padres y luego las personas
de su comunidad, y de ser necesario para profundizar en algún conocimiento en
particular, siendo suficiente con la tutoría de personas mayores para realizar
las tareas específicas.
Con todo esto es posible
afirmar que la educación escolarizada, que actualmente es muy importante, en
aquellos tiempos no lo era, porque en los siglos anteriores al XX, al menos en
la región de los Altos de Jalisco, se priorizaban otros elementos de la
educación práctica e informal con la cual era posible cumplir con los
requerimientos sociales del momento, entre los que se encontraba mantener una
obediencia a la Iglesia, lo que se convirtió posteriormente en una obediencia
ante el Estado.
Bibliografía y fuentes
Archivo
Histórico de la Universidad de Texas en El Paso, [AHUTEP]. Special Collections
Departamente: 1526-1823. Colección Milpillas: Carlos Martín, Caja 4. Con
fechas: 1591, 1574, 1577, 1579, 1544, 1548, 1566, 1568, 1565, 1614, 1607, 1602,
1604.
Archivo
Histórico de la Universidad de Texas en El Paso, [AHUTEP]. Special Collections
Departamente: 1526-1823. Colección Milpillas: Carlos Martín, Caja 3. Con fecha
1784.
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P., Sánchez, I. y Muñoz, M. (2019) Debajo del radar. Los trabajos femeninos en
los Altos de Jalisco. Carta económica
regional, Año 31, núm. 123. enero- junio, pp. 5-34.
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P. y Durand, J. (2013). Arandas Jalisco: una comunidad campesina. En Arias, P.
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migración jaliciencie a Estados Unidos. Trabajo realizado en 1931-32
financiado por la fundación J.S. Guggenheim y Board Research de la Universidad
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solución del estado liberal ante el vacío dejado por la Iglesia. Revista Redipe. Julio- Vol. 4-7, pp.
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Trasquila. Una hacienda que se volvió sortilegio. Edición del autor.
Imprenta Tesis-centro. Guadalajara, Jalisco.
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T. y Gándara, L. (1976). Política y
sociedad en México: el caso de los Altos de Jalisco. SEP-INAH. México.
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mitos, falsedades y realidades, ed. de autor, Guadalajara, Jalisco, México.
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división territorial de Jalisco de 1900. Imprenta y Fototipia de la.
México.
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independiente, en Vázquez, J. (2000). Historia
de la lectura de México, El Colegio de México, México.
Recibido: 28/03/2020
Evaluado: 17/06/2020
Versión Final: 30/07/2020
(*) Profesor investigador de la Universidad Autónoma de Chihuahua, UACH (México). Doctor en Ciencias de la Educación por el Instituto Superior Pedagógico Enrique José E. Varona (Cuba). Miembro del Sistema Nacional de Investigadores Nivel 1. México. E-mail: ghernand@uach.mx ORCID: http://orcid.org/0000-0001-7287-8240
(**) Profesora investigadora de la Universidad Pedagógica Nacional del Estado de Chihuahua, UACH (México). Doctora en Educación, Artes y Humanidades por la Universidad Autónoma de Chihuahua, (México). E-mail: stefanyliddiard@gmail.com ORCID: http://orcid.org/0000-0002-3234-4372
(***) Profesor investigador de la Universidad Autónoma de Chihuahua, UACH (México). Doctor en Ciencias Pedagógicas (Cuba). Miembro Sistema Nacional de Investigadores Nivel 1. México. E-mail: aperezp@uach.mx ORCID: http://orcid.org/0000-0003-4316-6484
[1] En 2007 se acudió a La Piedad, Michoacán, donde se ubicaba la hacienda y el cronista de la ciudad, desconocía si aún existe en alguna parte dicho archivo. En 2002 Gabriel y Efraín Ascencio Franco, así como Fabiola, rescatan del Libro de Protocolos de 1873, en el Colegio de Michoacán, sede La Piedad, la compra-venta de Los Pocitos de la Vírgen y Ojos de Rana, territorio de los originales Altos de Jalisco.
[2] Archivo Histórico de la Universidad de Texas en El Paso (AHUTEP). Colección Milpillas: Carlos Martín, Caja 4. 1591.
[3] Todas estas se ubican en AHUTEP. Colección Milpillas: Carlos Martín, Caja 4, con fechas que oscilan entre 15 de mayo de 1544 a 26 de mayo de 1614.
[4] Un sitio de ganado mayor está constituido por 5000 varas de lado: equivalente a 18 748 900 metros cuadrados. El sitio de ganado menor está constituido por 3 333 1/3 de varas por lado y equivale a 8 333 672 metros cuadrados. La caballería está conformada por 1104 por 552 varas que equivalen a 457 033 metros cuadrados.
[5] AUTEP. Caja 3, diciembre 31, 1784.
[6] Una vara equivale a poco más de 83 cm.
[7] AHUTEP. CAJA 1. 1647 sin precisar mes y día.
[8] AUTEP. Caja 3, s/f, consulta febrero 21, 2012.
[9] Censo y División Territorial de Jalisco: 1900. Imprenta y Fototipia de la Secretaría de Fomento. México, 1905.
[10] AHUTEP. Caja 3. 1767 octubre 8.
[11] AHUTEP. Caja 3. 1767 octubre 8.
[12] AHUTEP. Caja 3. 1769-1770. Protocolizado en México el 4 de agosto de 1759.