La peculiaridad de la historiografía del Cuerno de África[1]

 

Ernesto Rodríguez[2]

 

Introducción

El Cuerno de África es una de las zonas más explosivas de ese continente. Esta conflictividad fue generada por la convergencia en su espacio de pueblos con lenguas, religiones, organizaciones políticas y económicas no solo distintas sino también, en muchos casos, antagónicas. Estos factores provocaron graves tensiones étnico nacionales –diplomáticas, militares, económicas, sociales o culturales, exigencias de autodeterminación, pretensiones de anexión o recuperación de territorios-, convirtiendo al Cuerno en una de las “periferias sensibles” de África.

La relativamente exigua duración del dominio colonial sobre los países que componen el Cuerno agravó esos conflictos, tal como puede inferirse de las vicisitudes sufridas por los somalíes. Este pueblo, a fines del siglo XIX, fue dominado por varias potencias extranjeras y repartidos en cinco grupos: uno quedó en la Somalia británica, otro en la Somalia italiana, un tercero en la Somalía francesa, algunos se refugiaron en el norte de Kenia y un último grupo quedó dentro del territorio etíope.

Por esto, en este trabajo intentamos dilucidar la incidencia de los factores antes citados en la producción historiográfica del Cuerno de África y como gravitaron para que esa producción se diferenciara de la del resto de los países del continente.

Nuestra hipótesis es que la mayoría de los estudios que se refieren al Cuerno de África tienen como objetivo primordial justificar las ambiciones territoriales de dos de los países que lo componen: Etiopía y Somalia.

El primer Estado, en general, legitima sus pretensiones en su esplendoroso y antiquísimo pasado que se remonta hasta los tiempos legendarios del rey Salomón y de la reina de Saba. El segundo país utiliza a la Historia para justificar su aspiración a reunificar la nación somalí, como ya dijimos, artificialmente dividida por la dominación colonial.

Los temas tratados en los estudios referidos al Cuerno de África están relacionados con los objetivos descriptos y, por 1o tanto, también difieren de los elegidos por los historiadores de otros países africanos, independientemente del marco teórico de cada uno de ellos. En efecto, los autores que estudian el Cuerno de África centran su preocupación en tópicos tales como el proceso histórico particular de la nación somalí y del Estado etíope; en los conflictos religiosos entre el Islam y el Cristianismo; en las características económicas, sociales y políticas diferentes de ambos Estados; en el nacionalismo; en las zonas conflictivas y en las reivindicaciones territoriales.

Asimismo, como en Somalia (1969) y en Etiopía (1974) se produjeron revoluciones que se pronunciaron socialistas, varios estudios hacen referencia al desafío que constituye para los dirigentes de los nuevos Estados el encontrar una solución pacífica a los conflictos del Ogadén, del Haud y de Eritrea, ya que por ser “socialistas” deberían actuar como instancias superadoras del Estado capitalista y de la dominación imperialista. Posteriormente, los investigadores intentan explicar por qué, a pesar de la proclamación socialista de esos dos países, no sólo no se solucionaron los diferendos territoriales sino que, por el contrario, apelaron a la violencia armada para conseguir sus pretensiones.

Con el objeto de comprobar nuestra hipótesis, en este trabajo realizamos un estado de la cuestión de la historiografía de África. Además, comparamos las características y los temas de esa historiografía general con la historiografía y los temas del Cuerno de África. Por último, nos referimos a la guía de la praxis política y a la conceptualización de la experiencia de los procesos históricos desarrollados en los nuevos Estados “socialistas” de Somalia y de Etiopía.

La respuesta al interrogante enunciado la obtuvimos de la consulta que efectuamos de la escasa bibliografía referida al Cuerno de África, lo cual limita la validez y generalidad de nuestras conclusiones.

 

Estado de la cuestión de la historiografía general de África

En la historiografía de África distinguimos tres periodos, división arbitraria que efectuamos basándonos en generalizaciones y simplificaciones tal vez excesivas y que seguramente no representarán satisfactoriamente todos los casos particulares.

El primero de esos periodos es el de la historiografía colonial, predominante hasta aproximadamente la década de 1950 y en el cual la producción historiográfica se caracterizó por su eurocentrismo. Efectivamente, los autores de este periodo explicaban la historia de África como si fuera una prolongación de la historia europea[3], fundamentando sus apreciaciones en que África no tenía historia porque la historia comenzó con la escritura y, por ende, con la llegada de los europeos[4].

Dentro de este periodo también puede incluirse la tradición de los misioneros, quienes junto a los exploradores fueron los primeros europeos que observaron, tomaron notas y estudiaron la historia, la cultura y las lenguas africanas. Los misioneros, además de suscribir la idea del imperialismo al igual que los historiadores colonialistas, percibían la historia en términos teológicos, como una justificación de la profecía bíblica. Veían a Dios en 1a historia o, más bien, a la Historia como Dios.

La distorsión de la imagen que los misioneros tenían y brindaban de los africanos se agravaba además porque los religiosos estaban imbuidos del racismo pseudocientífico y del chauvinismo cultural de Europa. Interesados en el asesinato histórico, cultural y racial de los africanos; los misioneros negaron la historia de los nativos porque éstos no tenían su mismo concepto de Dios y, así, santificaban el imperialismo por la justificación divina[5].

Durante el segundo periodo surgieron trabajos que trataron de guiar la praxis política tanto de 1as luchas de liberación como de los nuevos Estados independientes.

Las primeras investigaciones fueron aglutinadas bajo el nombre de escuela africanista, la cual nació vinculada con los movimientos nacionalistas de la posguerra y se afianzó tanto con el aporte de un movimiento político nativo como de una cultura intelectual externa: la del socialismo europeo[6].

Al principio, los trabajos de esta escuela tenían un carácter demostrativo: era necesario demostrar, por un lado, que existía una historia precolonial de África que hubiera podido escribirse sin recurrir a los archivos coloniales, por ejemplo, acudiendo a las fuentes orales. Pero la mayoría “de quienes han acopiado e interpretado la historia oral frecuentemente no han solido tener en cuenta el hecho, sin embargo fundamental, de que se trataba principalmente de la historia oficial de los linajes dirigentes. Al igual que cualquier otra historia oficial, era el testimonio de un planteamiento socialmente orientado y sancionado, y no la reproducción justa y neutral del pasado”[7]. Por el otro, también era necesario demostrar que esa historia precolonial estaba dotada de plena dignidad académica. Así, la escuela africanista creció como una oposición directa a la ciencia social colonial y a la pretensión de que África no tenía un testimonio histórico digno de consideración[8].

Para valorar de un modo distinto la importancia del pasado, la cultura y el arte africano, así como para revelar el manto de los prejuicios europeos, los historiadores sacaron a la superficie hechos hasta entonces omitidos sobre la gloria de los reinos africanos precoloniales. Pero de este modo, la historia para ellos siguió siendo la historia de las clases dominantes. Esto además obedecía a que en su compromiso con los movimientos independentistas, los historiadores africanistas esperaban el desarrollo de Estados africanos fuertes en los años por venir. Sobre esto, Dan O ´Meara indica que la necesaria refutación de los mitos colonialistas había sido lograda y había permitido justificar el nacionalismo africano en el plano intelectual. Pero a los historiadores que se propusieron reconquistar 1a historia precolonial y reconstituir la colonial se les reprocha que impugnaron las afirmaciones ideológicas de los colonialistas con argumentos igualmente ideológicos, de los cuales derivaron mitos como el de la inexistencia de clases en las sociedades precoloniales[9]. Pero la historia africanista no solo era ideológica, también estaba impregnada de empirismo. En efecto, sus historiadores estaban convencidos de que se podía “conocer el mundo por un simple inventario de hechos empíricamente observables. La verdad será así, el privilegio del que reúna mayor número de ellos. En otras palabras, los hechos hablan de por sí, neutrales e inocentes, permiten contestar todas las preguntas”.[10]

No obstante estas limitaciones de 1a historiografía africana, este fue un periodo de gran entusiasmo, constituyendo la época dorada de la historia africana[11]. Pero junto al entusiasmo era también evidente la ingenuidad de algunos africanistas que en la práctica consideraban que la "construcción nacional" era un proyecto a ser realizado en sociedad con los antiguos poderes imperiales, con lo cual convergían con los antiguos protagonistas coloniales. Tanto la certeza y la ingenuidad como la alianza entre los dos grupos se fortalecieron con la independencia, a tal punto que coincidieron en un programa común: el de la “modernización”[12]. Los investigadores que suscribieron esta teoría consideraban que el bienestar económico y el “despegue” era una promesa que se cumpliría sólo con seguir la ruta indicada por las democracias occidentales. Según esta historiografía, la independencia por medio de la descolonización era resultado de la colaboración entre Europa y África. Así, los resistentes aparecían en su mayoría como “románticos reaccionarios” y los colaboradores, afortunados progresistas que miraban hacia el futuro[13].

Para los autores que suscribían esta teoría la democracia era el universal evolutivo final propio de la “etapa moderna”. Pero en la fase de transición que estaban viviendo los nuevos Estados africanos se la percibía como algo no sólo prematuro sino también “disfuncional”. Las demandas populares se veían como no realistas, cuando no utópicas, resultado de un “efecto demostración internacional” que creaba la anomalía de Estados preindustriales agobiados con valores y demandas posindustriales (salarios mínimos, estado de bienestar). Estas demandas, a su vez, se percibían como socavando los modernos ordenamientos constitucionales. Por eso, para que la teoría general de W. W. Rostow -en la cual las sociedades tradicionales aparecían como un conjunto de aeroplanos que carreteaban por la pista esperando el tan ansiado "despegue" hacia el desarrollo, despegue que se produciría con la acumulación de vapor (capital) mediante las inversiones extranjeras y el ahorro interno- se convirtiera en una realidad se debía atraer la inversión extranjera garantizando una fuerza de trabajo barata, dócil y disciplinada. Asimismo, como la acumulación no sólo exigía una restricción del consumo sino que de hecho tendería a agravar la desigualdad hasta que se alcanzara un cierto nivel de ingreso, la imposición y cumplimiento de todos estos sacrificios solamente lo podía asegurar un Estado fuerte[14].

Cuando se hicieron visibles los signos de la crisis de los postulados sostenidos por los intelectuales que guiaban la praxis política de los nuevos Estados africanos fue preciso para los investigadores preguntarse que había fallado.

Por eso, en el tercer periodo, desde fines de la década de 1960, la historiografía liberal y la nacionalista, así como la escuela de la modernización fueron atacadas por los investigadores de la escuela crítica o radical, los cuales intentan sistematizar la experiencia política de los Estados africanos posindependientes. Como antes, había un vínculo estrecho entre la teoría y 1a práctica, la labor histórica y los cambiantes contornos de la realidad política. Para entonces, los países a los que las potencias imperialistas habían “concedido” la independencia empezaron a revelar su fragilidad estructural así como los fuertes lazos que los ataban al régimen colonial precedente. De hecho, los últimos años sesenta presenciaron la quiebra de las experiencias políticas de los Estados africanos que acababan de alcanzar la independencia. Por eso, ahora los investigadores ya no se preguntan adonde va África sino que fue lo que anduvo mal[15].

Asimismo, otros investigadores comenzaron a considerar que no podían seguir manteniendo una visión del África precolonial mítica, sin conflictos, el África Félix de los años sesenta, porque no explicaba la crisis que estaban padeciendo la mayoría de los Estados africanos y, además, porque al colaborar en el crecimiento del nacionalismo cultural, en lugar de tener en cuenta las divisiones reales y funcionales de la sociedad, ese mito había contribuido a legitimar la hegemonía de las clases rectoras que accedieron al poder después de la independencia y, de esta manera, servía para apoyar el nuevo consenso[16].

Por lo tanto, a estos investigadores radicales les resultaba preciso distanciarse de esa historia nacionalista que servía como legitimadora de los regímenes posindependientes y, a la vez, formularse y resolver nuevas y más embarazosas problemáticas tendientes a suplir las falencias de las anteriores escuelas historiográficas.

Una segunda línea crítica dentro de esta etapa la inaugura el ataque de la escuela de la dependencia a la teoría de la modernización y la aplicación a los estudios del tercer mundo de las teorías marxistas del desarrollo desigual. Los autores pertenecientes a la escuela de la dependencia concordaban en que el ritmo del proceso de acumulación en la periferia era dictado por el capital del centro. Así, para ellos, el subdesarrollo en la periferia era el resultado del desarrollo en el centro. Por esto es que desde el punto de vista de la teoría de la dependencia, el embate antidemocrático de la escuela de la modernización tendía meramente a confirmar lo que la dependencia implicaba; a saber, la incompatibilidad de la dependencia con cualquier forma de democracia. El Estado era un Estado de poderes foráneos. Como tal, estaba estructuralmente enajenado de la sociedad civil nacional y sólo podía relacionarse con esta de una forma autoritaria[17].

En esta etapa los investigadores intentan buscar una explicación al fracaso de las políticas instrumentadas por los gobernantes de los nuevos Estados africanos. Para la escuela de la modernización la crisis africana fue la consecuencia de la crisis del Estado africano, primero, porque la clase gobernante africana no sólo falló en crear orden en la sociedad civil; también falló en crearlo dentro de sí misma y, segundo, porque además de fracasar en crear las condiciones para un “despegue” exitoso, asfixió la iniciativa privada por medio de un laberinto de regulaciones y de controles bien aceitados con prebendas oficiales. Así, para los modernos, los problemas de África son por un lado, el “tribalismo” y, por el otro, el “mal manejo”[18].

Para la escuela de la dependencia, la crisis actual de África es la crisis de las relaciones entre el centro y la periferia. Como es esencialmente una crisis generada “externamente”, la solución para la periferia es, según éstos autores, “desligarse del centro”[19].

Sin embargo, tampoco la teoría de la dependencia explicaba totalmente la crisis africana. Varios historiadores señalaron que esta teoría, asumida acríticamente e indebidamente generalizada, corría el riesgo de transformarse en una simple tautología, puesto que subestimaba las fuerzas de la reacción y la dinámica interna de la sociedad africana al reducir estos factores a un cometido pasivo como en el análisis de la antigua historiografía colonial.[20]

De esta forma, se reanuda el debate en torno al Estado poscolonial y sus límites internos y externos, de la primera descolonización y sus fracasos, analizándose los procesos y mecanismos de interacción entre las raíces estructurales del subdesarrollo y el dominio externo, no fueron sólo las formas y los métodos de control de este dominio los que se descubrieron, sino también la base que lo confinaba a una relación “contractual” (Mafeje) entre los dominantes y los dominados. Esto abrió el debate sobre el papel de los “auxiliares” (Leys) o “intermediarios” (Fanón) africanos burgueses del imperialismo externo. La economía política africana ya no se estudiaba como un tema inconexo adquirido y abstraído de su contexto social o internacional. Se revaloró con todo el peso de 1a tradición, del pasado precolonial y del condicionamiento del periodo colonial, el papel de la ideología y la transición al socialismo (Benot).[21]

Los variados investigadores de esta nueva historiografía radical coincidían con el humanismo militante de Fanón en que el punto de partida era la sociedad africana, no el Estado africano. Por eso, para estas tendencias humanistas, radicales y milenaristas; la crisis actual de África es la crisis de las masas africanas impotentes para transformar el orden forjado durante la era colonial[22].

La última línea de investigación histórica crítica que analizamos la abrieron el estructuralismo marxista francés y el debate sobre la idea de que había un modo de producción africano. La hipótesis básica de esta escuela y elemento principal del nuevo debate fue la restitución de una dimensión del tiempo al análisis de los fenómenos económicos y su examen no por medio de teorías abstractas sino en el contexto de una totalidad de relaciones sociales, tal como se usa en la determinación de la historia.[23]

 

La historiografía del Cuerno de África hasta la independencia de Somalia y Etiopía

El proceso histórico de los países que componen el Cuerno de África, sobre todo el de Etiopía, difiere de los del resto de África. Esta circunstancia influyó en el desarrollo de la peculiar historiografía de esa región africana. Efectivamente, Etiopía permaneció independiente la mayor parte del periodo colonial, siendo dominada tardíamente y sólo por cinco años. Mientras tanto, la presencia imperialista en Eritrea, Somalia italiana y británica fue más corta que la media de 1as dominaciones coloniales sobre el continente. Sólo Djibouti soportó un dominio colonial prolongado.[24]

Por esto, la producción perteneciente a la historiografía colonial ejerció escasa influencia en el Cuerno de África. La exigua cantidad de trabajos fueron absorbidos por una abundante y antigua producción historiográfica. En Etiopía, durante el periodo precolonial, aún antes de la era cristiana, se escribieron textos en lengua gueza y amárica; se contó con las investigaciones realizadas por los árabes y con los estudios narrativos de europeos nacidos a partir de Herodoto[25]. Esto vale también para el caso de los somalíes, pueblo que dispone de una antigua y vasta documentación referida a su nación, a su cultura, a sus relaciones económicas, a su organización social y política, a su ocupación de tierras colindantes, a su lengua común y a sus formas de cooperación contra las fuerzas exteriores.[26]

Aunque muy posterior al periodo colonialista, en una historia general del África, un autor, que en líneas generales justifica la dominación imperialista en aquel continente, se refiere a la antigüedad de las noticias sobre Etiopía, a su tradición más vetusta y a la leyenda nacional etíope que narra las raíces bíblicas de este pueblo africano, aunque eso sí, con un cierto carácter descalificatorio: “ya el libro de los Números menciona a los etíopes cuando expresa que María y Aarón reprendieron a Moisés por haberse casado con una negra, pues se había casado con una mujer etíope”[27]. Luego agrega que la palabra etíope no debe inducirnos a error porque tal como 1a empleaban los griegos significaba “cara quemada y que sirve para designar a aquellos africanos que tienen la cara negra”[28], con lo cual quita precisión geográfica y étnica, así como también impide que un pueblo africano concreto se haga acreedor de esa lejana historia.

Los misioneros tampoco tenían argumentos para sustentar la legitimación del imperialismo por medio de la religión: los etíopes eran cristianos y lo que es más importante, tenían un pasado bíblico que era imposible asesinar sin cercenar o indirectamente cuestionar parte su doctrina.

Pero mientras la producción historiográfica colonial fue escasa, por el contrario, proliferaron obras africanistas o nacionalistas, aunque en este caso no como reacción contra la historiografía colonialista casi inexistente sino más bien como justificación de las pretensiones de Etiopía y de Somalia de incrementar sus territorios, una en detrimento de la otra.

Etiopía fundamenta sus aspiraciones territoriales en su glorioso y antiquísimo pasado. La tradición nacional de este país cuenta que su primer rey, Menelik, fue el hijo que la reina de Saba concibió como consecuencia de su visita al rey Salomón. Pero Abisinia (Etiopía antes de 194l) no sólo tiene una leyenda, tiene también una historia documentada desde tiempos muy remotos. Es la única nación de África que posee una tradición escrita en una lengua africana -el Guezo- y una escritura propia que es tan antigua como la escritura griega[29].

Pero recién a partir del siglo IV DC comenzaron a producirse sucesos que convertirían al Cuerno de África en una zona altamente explosiva. De especial significatividad son los hechos de tipo religioso porque al convergir en ese espacio varias religiones, la intolerancia entre los fieles de las diferentes religiones dio origen a una de las aristas conflictivas del Cuerno de África. Elegimos el siglo IV porque fue hacia esa fecha que Ezana, rey de la ciudad comercial de Axum -ubicada en un punto estratégico de la ruta que unía el océano Indico con el mundo heleno- se convirtió al cristianismo, fundando una Etiopía cristiana que mantuvo esa religión a pesar de la creciente islamización del Cuerno de África. Ya anteriormente habían llegado judíos, quienes convirtieron a unos pocos nativos, los falachas. A pesar de la represión, a fines del siglo XX aún subsistían algunos de sus descendientes en la región de Gondar. Por último, durante los siglos VI y VII, Axúm se vio cada vez más aislada de sus fuentes espirituales: Alejandría y Bizancio. En efecto, en el 572 los persas invadieron Arabia; en el 618 conquistaron Egipto y finalmente los musulmanes se asentaron en Siria, Palestina y Egipto. De este modo, los reinos cristianos de África quedaron tempranamente cercados por los musulmanes pero manteniéndose independientes a pesar de la presión del Islam árabe[30].

A parte de este pasado legendario los autores nacionalistas proetíopes invocan con el objeto de justificar el derecho de posesión que tiene su país sobre los territorios reivindicados por los somalíes.

Las zonas más explosivas son el Haud y Ogadén. Según Czeslaw Jesman, las líneas generales del conflicto entre Etiopía y Somalia por estas zonas son bastantes simples. La punta del Cuerno de África -antiguamente dominada por Estados somalíes nómadas, con un atraso tal que la mayoría de las ciudades fueron construidas por extranjeros y donde la zona desértica del interior ni siquiera estaba registrada en los mapas- fue dividida sin violencia por las potencias extranjeras, ya que la dominación imperialista fue aceptada pacíficamente por los jefes de las tribus mediante la celebración de tratados con los países invasores. En ese reparto del Cuerno de África, la región fue dividida en cinco partes, de las cuales el Haud y Ogadén -la primera zona resulta indispensable para el ciclo migratorio de las tribus somalíes- quedaron en poder de Etiopía por “derecho de Conquista”.[31]

Por lo tanto, como el único derecho que disponía Etiopía sobre esa zona estaba basado en el despojo de hecho efectuado sobre un territorio habitado por somalíes, los etíopes precisaban demostrar sus “derechos históricos” sobre la región. Con ese objeto, Jesman, a principios de la década de 1960, indica que la filiación histórica de Etiopía es más antigua que los antecedentes de cualquiera de los Estados africanos y, por cierto, que los de la mayor parte de los Estados de cualquier lugar del mundo. Etiopía, que en este aspecto sólo cede los primeros puestos a Japón e Irán, puede rastrear su linaje directo hasta el comienzo de la era cristiana[32].

Por otra parte, para descalificar los fundamentos somalíes, los historiadores nacionalistas proetíopes -al igual que los historiadores colonialistas- no sólo debían valorar su propia historia, también les era imperioso negar o subestimar el pasado histórico de los somalíes. Por eso, en una historia nacionalista etíope se afirmaba que “en Somalía, hasta la llegada de los occidentales y etíopes a su territorio, no existía una historia somalí propiamente dicha ni formas somalíes de organización política superior. A lo largo de la costa, recibieron una profunda influencia de la civilización arabopersa pero en ningún momento la reformularon en su propio idioma y hasta hoy no poseen una escritura propia distintiva[33].

De acuerdo a lo expuesto resulta comprensible que los etíopes consideren que Somalia, resulte o no del agrado de ésta, debe sentirse parte integrante del mundo etíope y que los planes constructivos para el futuro sólo los podía basar en la cooperación o coexistencia amistosa con el Estado etíope[34].

Para este país, Somalia no sólo debía renunciar a recuperar los territorios que considera suyos a cambio de la “cooperación bilateral”, también debía prescindir de toda reivindicación territorial, sobre todo por vía militar, porque cualquier conquista de Somalia por parte de Etiopía “sería muy difícil por razones de ecología humana; pero un absurdo mayor aún sería la conquista somalí de la totalidad o siquiera una parte de Etiopía, ya que el potencial demográfico y militar de ambos países era algo así como diez a uno en favor de Etiopía”[35].

Pero esa “cooperación bilateral” se halla obstaculizada por otros factores que tornan más complejo el conflicto entre Etiopía y Somalia. De ellos nos referiremos primero a la intolerancia religiosa, la cual como ya expresamos, tiene antiguas raíces históricas. En la obra de Jesman es notable el esfuerzo del autor por hacer aparecer al cristianismo como una religión virtualmente superior. Allí, los cristianos no atacan, se defienden o contraatacan; no imponen su religión, convierten pacíficamente o reconvierten por la fuerza; si los cristianos realizan un acto reprochable, esa acción siempre aparece guiada por el fervor religioso: “Muy temprano, cerca del siglo VIII, el cerco musulmán comenzó a tenderse alrededor de Etiopía. Por este motivo, el imperio itinerante medieval etíope se movilizaba obligado por dos razones fundamentales: la expansión de los dominios del emperador y la incesante cruzada contra los musulmanes. Estos enfrentamientos religiosos dejaron huellas imborrables en sus habitantes. El dhiad y el cerco musulmán no son meros espectros históricos en ningún lugar de Etiopía y mucho menos aun en el norte. Por eso, desde muy temprano, Etiopía se convirtió en un país de cruzados, y todavía lo es”[36].

Por el contrario, en la obra de Jesman los musulmanes aparecen como los enemigos de la cruz, salvajes depredadores; Grandj, líder religioso-militar, como un hijo ilegítimo movido por el odio. En esa misma obra, Jesman justifica la participación de clérigos cristianos en una conspiración que derrocó a un emperador musulmán converso por las probables consecuencias funestas que habría sufrido el país. Indica además, que el Islam es el culpable de los choques fronterizos entre etíopes y somalíes: “Grandj tenía un odio patológico por el imperio cristiano etíope, probablemente por el hecho de que su madre Sheshemiya había sido una muchacha danákil musulmana, y su padre ilegítimo, un sacerdote etíope que murió lapidado por su pecado. La destructividad y ferocidad de la invasión de Grandj superaron todo cuanto haya podido verse antes o después en Etiopía”[37].

Pero este fue uno de los tantos enfrentamientos entre musulmanes y cristianos con el objeto de convertir infieles o de conquistar tierras. Sin embargo, en algunas ocasiones, las conversiones apresuradas o coercitivas condujeron a serias dificultades: “La madre del emperador Lidj Iyasu (1913-1916) provenía de una familia musulmana. Cuando su hijo sucedió al emperador Menelik II, abuelo de aquel, su atavismo lo arrastra hacia la herencia musulmana materna y no bien asimilada. Si no lo hubiesen depuesto el clero, los señores y los comunes del reino unidos, probablemente Etiopía se hubiera aliado con las potencias centrales durante la Segunda Guerra Mundial, con sus consecuencias desastrosas para el futuro del país”[38].

Pero no sólo señala las lamentables consecuencias que el Islam podía ocasionar a Etiopía, también indica las que produce en la misma Somalia y en las relaciones bilaterales: “En 1963, en Somalia la Asamblea Nacional declaró ilegal toda propaganda que no fuera islámica. Se garantiza la libertad de conciencia, pero existe una tendencia a expulsar a todos los misioneros cristianos extranjeros. Este espíritu indujo en gran parte al especial encono que ha caracterizado los choques fronterizos etíopes-somalíes”[39].

Otro de los factores que hace de la reconciliación una tarea nada fácil son las actividades económicas, consideradas casi incompatibles, desarrolladas por 1a mayoría de los habitantes de uno y otro país. Los etíopes y en particular los amháridos, son sedentarios y agricultores. Los somalíes son nómades o seminómades, el camello es su verdadera medida de riqueza y su animal epónimo”[40].

El último factor que aparece indicado por Jesman es la injerencia extranjera, la cual influye sobre los políticos somalíes, dominados por los sentimientos antes que por la lógica. Entre los países o ideologías que instigan los enfrentamientos entre Etiopía y Somalia se encuentra la propaganda comunista o panafricana, así como radio “El Cairo” que de continuo machaca sobre el tema de los “designios etíopes para con los somalíes” y los pretendidos actos nefandos de los “negros imperialistas amáricos” respecto de los pacíficos somalíes amantes de la vida pastoril[41].

Por el contrario, los historiadores somalíes fundamentan sus derechos sobre los territorios que reclaman no en la historia del Estado sino en la historia de la nación somalí y en las aspiraciones a reunificarla después de que los países imperialistas la dividieron arbitrariamente en el siglo XIX.

Said Yusuf Abdi, a principios de la década de 1980, indica que antes de ser colonizados, los somalíes del Cuerno de África formaban una comunidad autónoma bien definida, con una lengua, una cultura y un modo de vivir que le eran propios. Agrega que los somalíes se tenían por una nación bien integrada, unificada por la lengua, la religión, la cultura, una economía común y un sistema político descentralizado, basado en la asamblea de miembros del clan común a todas las tribus, sobre todo lo cual existen abundantes documentos históricos, algunos anteriores a la era cristiana. Pero esta nación somalí no era igual que la unidad nacional con base cultural a la que aspiran hoy los kenianos y los etíopes. En efecto, los somalíes, desde Djibouti al norte hasta el río Tana al sur (hoy Kenia) y el río Awache en la tan polémica región del Ogadén, compartían una lengua común, así como una rica literatura oral, sobre todo poética y su vida comunal estaba organizada en torno a sus instituciones sociales igualitarias, a sus antepasados comunes y a sus lazos genealógicos conocidos[42].

Según el mismo autor, los orígenes del conflicto entre Etiopía y Somalia se remonta al siglo XVI, cuando el imperio militar etíope, después de años de expansión y de regresión -marcados por la resistencia de los pueblos del Cuerno de África- se enfrenta con el jefe somalí Ahmed Guray, quien resistía la expansión etíope. Guray estuvo a punto de aplastar a la Etiopía cristiana y de reemplazarla por un Estado gobernado por los somalíes. Pero la clase reinante de los amhara puso fin al peligro con la ayuda de los portugueses.[43]

La disputa por el Ogadén tampoco comenzó, según Abdi, con la división colonialista. Hasta 1870 se reconocía generalmente que el Ogadén (o Somalia occidental) no formaba parte del reino etíope. Hasta 1866, el Ogadén había estado en posesión de los turcos, fecha en que lo devolvieron al Khedive egipcio Ismail. Éste, designa como sultanes en esa zona a los jefes somalíes elegidos por las asambleas de clanes. Pero en 1886, los egipcios se retiraron a consecuencia de la revuelta mahdista acaecida en el Sudán. La región, débil y desarmada, tuvo que defenderse en numerosas oportunidades de las pretensiones imperialistas, sobre todo después de la construcción del canal de Suez, cuando por su importancia estratégica, el Cuerno de África atrajo cada vez más la atención de las potencias extranjeras. Pero a las ambiciones de los británicos, franceses e italianos debe sumarse la de dos potencias africanas: Egipto y Etiopía. En este último país, Menelik II había consolidado su poder y organiza campañas expansionistas al mismo tiempo en que los europeos se repartían la costa somalí. En 1886, Menelik penetró, poco después de que los egipcios se hubieran retirado de Harar, en los territorios habitados por los somalíes. Bajo dominio egipcio, esta ciudad había servido de valladar entre etíopes y somalíes. Pero cuando en 1887, los etíopes se apoderaron de Harar y obligaron a los somalíes -antes únicos habitantes de la región- a pagar tributos y a proporcionar ganado a las hambrientas fuerzas etíopes. En diez años, gracias a las armas provistas por Italia, el Negus Menelik duplica 1a superficie del reino y en 1896, pudo derrotar a los mismos italianos en la batalla de Adua. Al año siguiente, cada uno de los vecinos coloniales europeos firmaron acuerdos con Etiopía respecto a sus reivindicaciones sobre Somalia, pero sin consultar a los somalíes. Esto produjo una secuela de imprecisión y de confusión que, aún en nuestros días, envenena las relaciones entre Somalia y Etiopía y, entre Somalia y Kenia. Así, a fines del siglo XIX, con el consentimiento y participación de Etiopía, los somalíes se vieron sujetos a varios dueños extranjeros y repartidos en cinco grupos: La Somalia británica, la Somalia francesa, la Somalia italiana, un enclave en Kenia y otro en Etiopía. El reparto se hizo de tal manera que la vasta región interior de Somalia fue adjudicada a este último país africano, el litoral a Italia y al Reino Unido y una pequeña porción de gran importancia comercial a Francia.

Pero los somalíes no soportaron pasivamente el reparto y la dominación. Tan solo a tres años de los trágicos sucesos de 1897, los somalíes se unieron bajo la dirección del poeta Sayid Mohamed Avdullah Hassan, quien de 1900 a 1920 combatió a todos los invasores: etíopes, italianos y británicos. Su objetivo era liberar al pueblo somalí de toda dominación extranjera pero la superioridad tecnológica de sus adversarios lo obligó a abandonar sus plazas fuertes y a dispersar la resistencia. No obstante, la lucha de los somalíes para defender su civilización común y sus personas contra los amos extranjeros prosiguió, a pesar de todo, marcada por una serie de éxitos y de fracasos[44]. No obstante la resistencia somalí, grandes clanes quedaron divididos bajo dos o más países, lo cual perduró en el periodo posindependiente y es una de las razones que torna sumamente conflictivo al Cuerno dé África. Hubo un momento en que esta grave situación parecía estar en condiciones de solucionarse, ya que durante la Segunda Guerra Mundial, todos los somalíes, excepto los que vivían en el norte de Kenia y los de Somalia francesa, quedaron bajo dominio italiano. Al final de la Guerra, en 1945, el poder pasó de los italianos a los ingleses, quienes obtuvieron el control “de ipso” de todo el territorio somalí. Esta oportunidad, según Abdi, hubiera podido aprovecharse muy bien para la unificación de la nación somalí, homogénea por su cultura, su religión y su lengua; pero el intento ingles de 1946 fue rechazado por Etiopía y por los franceses.[45]

Tras el fracaso de la tratativa inglesa, el territorio somalí se convirtió en objeto bien de recompensas por la colaboración de Etiopía durante la Segunda Guerra o bien de compensación a los italianos por abandonar el fascismo y por no alinearse a la órbita de países socialistas. En 1948, después de haberle cedido al rey de Etiopía Haile Selassié la Somalia occidental (Ogadén), el gobierno británico hizo un último e inútil esfuerzo para volver a su primera idea de tutela sobre los somalíes. Propuso comprar las zonas de pasto de los clanes somalíes del sur y del oeste, pero Haile Selassié rechazó la idea.

Mientras tanto, en 1950, los italianos recibían de las Naciones Unidas la antigua Somalia italiana en el marco del régimen de tutela que debía terminar con la independencia, la que llegó, al igual que en la Somalia británica, al cabo de diez años.

 

Los estados posindependientes. Las revoluciones socialistas y los diferendos territoriales

Desde la independencia de las dos Somalías hasta 1977, los trabajos históricos-políticos, sobre todo los aparecidos con posterioridad a la revolución etíope de 1974, en general, intentan guiar la praxis política de Somalía y Etiopía, países en los que los nuevos gobiernos instrumentaron medidas basadas en el “socialismo científico” y que según proclamaban debían ser superadoras del Estado capitalista. En esos análisis históricos-políticos ocupa un lugar importante el desafío asumido por los nuevos gobernantes de solucionar pacíficamente los conflictos territoriales producto del arbitrario reparto imperialista.

Precisamente, sobre el particular, podemos observar en el estudio de Said Yusuf Abdi como éste se sirve del proceso histórico de la región para argumentar que los conflictos de Somalía con Etiopía y Kenia no difieren en nada de las luchas que pusieron fin a los imperios británico, francés y portugués. Resulta así para este escritor prosomalí que las reivindicaciones de autodeterminación y de independencia de los somalíes no son esencialmente diferentes (a pesar de ciertos matices) de las que se manifiestan en Namibia y Zimbabwe, con la salvedad de que esta vez los colonizadores no son europeos[46].

Abdi expresa claramente las pretensiones somalíes cuando indica que al aproximarse la independencia de la Somalia británica e italiana, las dos asambleas negociaron entre ellas un acuerdo de unificación que fue instrumentado desde el primer día de la independencia. Esta unificación no era para los somalíes un acto de ampliación territorial, de agresión o de expansionismo. Era una contribución positiva a la paz y unidad africanas, hecha posible gracias a la aplicación del principio de derecho a la autodeterminación. La fusión del protectorado y del territorio bajo tutela era el primer paso hacia la realización de la unidad nacional de los somalíes y estaban decididos a que no fuera el último.[47]

Pero esta justificación presenta un obstáculo difícil de eludir, ya que el dominio y reparto imperialista dejó en África una secuela de conflictos limítrofes o de problemas internos con grupos nacionales secesionistas. Por ende, proclamar la necesidad de autodeterminación de las diferentes etnias que viven en el interior de los Estados amenaza a una serie de países africanos, en especial a los Estados limítrofes de Somalia: Djibouti, Etiopía, Kenia y Sudán. Además, la carta de la O.U.A. consagra las fronteras heredadas del colonialismo porque de lo contrario, este organismo considera que se desintegrarían todos los países, pues las fronteras artificiales dividieron a miles de grupos étnicos.[48]

Consciente de la oposición que podría generar la lucha por la autodeterminación del pueblo somalí, en 1974, el general Siad Barre, presidente de ese país, expresaba en una asamblea de la O.U.A. que la cooperación interafricana era imprescindible: “Hace mucho tiempo que estamos de acuerdo sobre la necesidad de combatir las fronteras y las barreras del colonialismo y, sin embargo, nuestro continente está todavía dividido. ¿Tenemos la voluntad política de concretar nuestros sueños? ¿Estamos dispuestos a sacrificar nuestros intereses individuales por los intereses de nuestros pueblos? Es tiempo de modificar la carta de la O.U.A. porque hoy existen realidades y problemas que los antiguos dirigentes de la organización no podían siquiera imaginar”.[49]

Por su parte, la publicación “Cuadernos del Tercer Mundo” -persuadida de que el socialismo es la única opción política viable para el África- presenta a las dos experiencias socialistas del Cuerno como paradigmas que todos los intelectuales y políticos del Tercer Mundo deben observar. Por lo tanto, teniendo a los procesos revolucionarios como una experiencia de la cual deben aprender los pueblos que aún no hicieron la revolución, no realiza un análisis minucioso de la instrumentación del socialismo en esos dos Estados, no se ocupa de las contradicciones fundamentales de la aplicación de la teoría socialista y sólo se limita a presentar entrevistas poco comprometedoras para los líderes revolucionarios, sin importar si hay una coherencia lógica entre ellas.

Esta revista tiene como objetivo difundir, explicar y sobre todo, transformar el presente de los países subdesarrollados. Para conseguir ese fin -según una editorial de la revista- , “el África sólo puede optar por el socialismo, y lo sabe”.[50]

Por esta razón, los directivos de los Cuadernos del Tercer Mundo están interesados en mostrar revoluciones que parezcan dignas de imitar. Así, en 1977, este interés se vuelve manifiesto al publicar tres números seguidos dedicados a difundir la instrumentación del socialismo en Etiopía y Somalía. En el primero de los números, Somalía aparece como un país “cuya experiencia política es digna de un minucioso estudio para los militantes y pueblos que enfrentan el fascinante desafío de la transformación revolucionaria”.[51]

En un reportaje realizado a principios de 1977 al presidente de Somalia, General Siad Barre, ya se podía intuir el desenlace del antiguo diferendo territorial que mantenían Etiopía y Somalia. Evidentemente, la guerra fue producto, entre otras cosas, de una ideología teórico política y de un sentimiento popular que giraba en torno a la reunificación de la nación somalí. Esto aparece muy explícitamente expuesto por Siad Barre al indicar que la solución de la diáspora somalí es un asunto prioritario del gobierno. En cuanto a la ideología teórico política, Siad Barre afirmaba que como no había contradicción entre religión y socialismo, tampoco se oponen nacionalismo e internacionalismo. “El socialismo científico tiene evidentemente un postulado internacionalista que se evidencia, entre otras cosas, en el llamado a una unidad de la clase trabajadora más allá de las fronteras nacionales”[52]. Pero esto para él no niega la validez del nacionalismo ni es una traba para la construcción del socialismo ya que mientras “el socialismo nos lleva a alinearnos en política internacional en la defensa del socialismo en el mundo (internacionalismo como estrategia), el nacionalismo consiste en tener, como en Somalia, todos el mismo origen, 1a misma religión, la misma lengua”.[53]

Con respecto al sentimiento popular, Siad Barre indicaba en la misma entrevista que “separado arbitrariamente por el colonialismo, el pueblo somalí busca la unidad como consecuencia lógica de su sentido unitario, fiel a su cultura y tradiciones. El sabe que el desmembramiento de su territorio, la destrucción de su integridad -que ha separado madres de hijos- no puede ser algo definitivo. Por eso, tanto en el sentimiento popular como en los programas de gobierno, el principio de la reunificación del pueblo somalí constituye una prioridad sin posibilidad alguna de derogación. El principio está allí sin equívocos: 1a cosa está en ver cual es el camino para concretar esa legítima aspiración”[54].

Sorprendentemente, a pesar de lo descripto, finalmente se afirma que Somalia no es un Estado potencialmente conflictivo debido a sus aspiraciones territoriales. Por el contrario, se indica que ese país por su posición estratégica decisiva en el océano Indico y, particularmente en la ruta del petróleo, es blanco prioritario de una sistemática campaña de desprestigio y de amenazas de agresión o de desestabilización”[55].

En el número siguiente de la revista se expone el programa del partido socialista revolucionario de Somalia y los de las anteriores cartas constitucionales. Entre los diferentes objetivos expuestos aparecen los de traducir en la práctica las aspiraciones de la nación somalí; luchar contra el imperialismo internacional, el colonialismo, el neocolonialismo y el racismo; asistir a los movimientos de liberación nacional africanos y contribuir al logro de los objetivos de la Liga Árabe. Tales objetivos implicaban un potencial enfrentamiento armado entre Somalia y Etiopía, el cual se produjo tan sólo unos pocos meses después. Sin embargo, no se realiza en ese artículo un análisis o siquiera un comentario de 1as consecuencias que podrían haber tenido algunos de esos objetivos citados[56].

Por último, en el tercer número consecutivo de los Cuadernos del Tercer Mundo que dedica artículos a las problemáticas de los países del Cuerno de África, se asegura que solamente un gobierno socialista puede encarar con una visión superadora el problema de las nacionalidades. Por eso, los responsables de la publicación esperan que el gobierno presidido por Haile Mariam no intente resolver los conflictos con las minorías nacionales del territorio etíope con la misma visión colonialista del emperador Selassie o la indefinición del gobierno encabezado por Teferi Benti, antecesor del actual. Estaban también convencidos de que la difícil solución de los conflictos étnicos se debía a la trágica herencia neocolonialista etíope, por lo cual este país debía enfrentar tres problemas decisivos: “las naturales aspiraciones autonomistas de Eritrea, la disputa del Ogadén con Somalia y la próxima independencia de la colonia francesa de Djibouti, por cuyos puertos transita gran parte del comercio exterior etíope”.[57]

Pero la solución de los conflictos con las minorías nacionales no sólo era difícil por la herencia colonial. Indudablemente, si el Estado socialista de Etiopía intentaba solucionar esos conflictos basado en los conceptos de Engels que transcribimos más abajo, los resultados de esa instrumentación son naturalmente previsibles. En 1856, Engels escribía en la Nueva Gaceta Renana que “los escoceses, los bretones y los vascos son desechos del pueblo, convertidos en fanáticos agentes de la contrarrevolución; que los eslavos del sur, nación sin historia, están destinados a desaparecer; que todas esas naciones testarudas, esos pueblos reaccionarios, desaparecerán afortunadamente durante la próxima guerra”[58].

A fines de 1977, la afirmación y la esperanza de los responsables de los Cuadernos del Tercer Mundo de que sólo un país socialista podía encarar con una visión superior el problema de las nacionalidades fue desmentida y frustrada por los hechos: Somalia invadió el Ogadén y Etiopía, con apoyo de la URSS, logró expulsarla después de unos meses de enfrentamientos militares.

Después de este conflicto, la producción historiográfica referida a los países del Cuerno de África se caracteriza por la aparición de trabajos en los que se trataba de sistematizar la experiencia política de esos jóvenes Estados. Dicha sistematización la realizan ideólogos, políticos o historiadores intentando explicar por qué Somalía y Etiopía fracasaron en encontrar una solución pacífica a sus diferendos limítrofes.

Justamente por estar sus autores fuertemente involucrados en los procesos políticos actuales, las publicaciones políticas y las obras históricas aparecidas en esta época están claramente comprometidas con esos procesos emergentes. Por esto y como es lógico, esta historiografía está plagada de trabajos en los que se distorsiona intencionalmente la realidad con el objeto de otorgarle validez al fin que buscan servir.

Por ende, en esta etapa continúan predominando las historias nacionalistas cuyos tópicos se refieren a aspectos políticos de la historia del Cuerno de África. Más aún, esta historia política, según indicamos anteriormente, está íntimamente relacionada con la política actual, pero de tal forma que es una historia subjetiva del presente, tendenciosa y legitimadora del orden imperante o detractora del mismo. Por esto, los conflictos suscitados con las nacionalidades o etnias continúan siendo generalmente el centro y la justificación de las obras histórico-políticas. Asimismo, los estudios que pretenden brindar una explicación más amplia o completa de la realidad no escapan totalmente a 1a fuerte atracción que los diferendos territoriales ejercen en el Cuerno de África.

Este último es el caso de Elikia M´Bokolo, cuya obra supera en muchos aspectos la historia política predominantemente nacionalista que intentaba explicar, aunque insuficientemente por la propia parcialidad de su enfoque, el proceso histórico y la realidad actual del Cuerno de África. La mayor riqueza del estudio de M´Bokolo está dada, como dice O´Meara, por la utilización de una problemática que produce hechos diferentes al apropiarse del mundo real por medio de sus propios postulados iniciales, generando todo esto un saber también diferente[59]. No obstante, en dicho estudio también puede observarse la atracción que ejerce ese imán casi imposible de eludir: los conflictos étnicos. M´Bokolo considera que el Cuerno de África integra con el África austral lo que él denomina “las periferias sensibles del África”. Esta caracterización obedece a una serie de factores que, en un entramado difícil de desenredar por su complejidad, crean situaciones enormemente explosivas en esas dos regiones del África.

Para el Cuerno, entre otros factores conflictivos, indica los siguientes: la dominación imperialista y el reparto del Cuerno, su situación geográfica estratégica, los intereses de clases, los cálculos codiciosos de las potencias extranjeras, las oposiciones internas y los rencores individuales o colectivos acumulados en el curso de los decenios.

De la obra de M´Bokolo puede inferirse que la historia del Cuerno de África es, también, 1a de una sucesión de contradicciones. El primero de éstos pares de opuestos esta constituido por la confluencia-aislamiento del Cuerno de África. En efecto, si bien en la región se produjo un entrecruzamiento de razas, de religiones y civilizaciones, el Cuerno de África también se caracteriza por el aislamiento, al menos con respecto a los europeos, ya que ni siquiera la colonización dejó huellas profundas en la región.[60]

La segunda contradicción está dada por la movilidad poblacional y el marcado inmovilismo social. Asimismo, esta contradicción se puede subdividir, ya que mientras la expansión territorial de Etiopía fue la de un Estado centralizado y teocrático, la de los somalíes fue la de un pueblo nómade y portador de tradiciones democráticas. En su expansión, Etiopía logró con Menelik (1865-1913) notables pero tardías conquistas, lo cual justamente, las vuelve tanto más cuestionadas y cuestionables.

Por otra parte, la expansión del pueblo somalí encierra una paradoja; antes de la colonización y a pesar de la existencia de algunos grandes grupos étnicos que reconocían un origen común, no había sido jamás reunida en el seno de un Estado. Esta unificación de los somalíes estaba condenada de antemano al fracaso por el nomadismo de un pueblo esencialmente pastor y por las frecuentes guerras y razzias entre tribus. Por eso, estos desplazamientos generalizados de personas no armonizan con el inmovilismo social reinante en el Cuerno de África. En efecto, por así decirlo, nada cambia en Somalia, país que sólo cuenta con 50 mil asalariados sobre alrededor de 3 millones de habitantes. Tampoco hubo cambios notables en Djibouti, donde entre el 65 y el 70% de la población vive en la capital, pero sólo hay 10 mil asalariados sobre cerca de 250 mil habitantes. Mucho menos cambia en Etiopía, donde la situación es aún mas dramática. En este país toda la tierra era del emperador y sólo él tenía derecho de entregarla a título provisorio o definitivo (procedimiento mediante el cual el monarca lograba la sumisión incondicional de sus súbditos). Con el desarrollo de los cultivos de exportación se agravó la situación de los campesinos porque se produjo una creciente expropiación de tierras, por lo que en 1940, sólo el 10% de ellos era propietario, oficiando el resto como siervos o aparceros. Este grupo sumamente explotado debía entregar hasta el 75% de la cosecha a los grandes propietarios representados por el emperador, la iglesia, la nobleza y unos pocos funcionarios.

Esta marcada diferenciación social puede traducirse como enfrentamientos interétnicos, pero en realidad están ocultando luchas de clases: el grupo hegemónico está integrado por los amharas, quienes además de explotar a las otras etnias, les impuso su lengua y su religión ortodoxa etíope a los gallas, tigrés, nilolíticos y somalíes y, también, suministraron al Estado la mayor cantidad de políticos, de dignatarios de la iglesia y de militares.

Las revoluciones socialistas somalí y etíope también promovían objetivos contradictorios en lo que respecta a la solución de sus diferendos territoriales. Para la revolución somalí la mayor preocupación era recuperar los territorios poblados por somalíes; mientras para los etíopes, los problemas que trataban de solucionar eran de cuatro ordenes: mejorar la situación de los campesinos, integrar las nacionalidades, establecer relaciones con el extranjero y consolidar el poder revolucionario amenazado por tres opciones que intentaban revisar el papel de los militares: 1- los obreros, reprimidos por reclamar la instauración de un régimen civil, democrático y de un poder popular[61]; 2- los intelectuales, quienes retomaron la consigna de “poder popular”. El gobierno para combatir su oposición los envió al campo para asegurar la alfabetización, pero a su regreso a la ciudad fundaron el EPRP (Partido revolucionario del Pueblo Etíope) de orientación marxista-leninista, iniciando en 1976 una espectacular guerrilla urbana. Los militares respondieron, primero suscitando la creación de un partido de intelectuales radicales próximo al gobierno, pero luego iniciaron la represión conocida como “terror rojo” que provocó muchas muertes y desorganizó al EPRP; 3- la antigua aristocracia, sostenida por el Sudán, fracasó por el propio origen de sus integrantes y por los efectos positivos que la reforma agraria tuvo para los campesinos.

M´Bokolo, como expresáramos, tampoco escapa a la atracción que ejercen los diferendos limítrofes, pero analizados con un marco teórico diferente, los reduce a la dualidad nacionalismo locales-intervencionismos extranjeros. De este modo, para este autor, la cuestión nacional en el Cuerno de África es de extrema complejidad, en especial porque al nacionalismo eritreo y a la resistencia somalí se les opone el intento de crear desde el Estado un nacionalismo etíope: La agitación nacionalista en Eritrea (125.000 km2 y 2,5 millones de habitantes en 1978) se manifestó desde el comienzo de los años 60, cuando de una región autónoma y federada al imperio etíope pasó a ser una simple provincia, dando origen a tres grupos guerrilleros de distinta extracción y con diferentes apoyos externos que, en 1978, ejercían el control de una importante parte del territorio eritreo[62].

Por su parte, Somalia rechazaba admitir el principio de inmutabilidad de las fronteras coloniales y equiparaba a Etiopía con un Estado colonial, todo esto con el objeto de justificar sus pretensiones de reunificar la nación somalí. Con este propósito inicia una invasión armada al Ogadén tratando de aprovechar al máximo la situación creada en 1974 por la crisis interna de Etiopía y el retiro progresivo de Estados Unidos de ese país. Mientras tanto, Somalía se incorporaba a la Liga Árabe y recibía ayuda militar masiva de la URSS. Posteriormente, en 1977, las fuerzas somalíes ocuparon gran parte del Ogadén, pero ahora los soviéticos y cubanos apoyaron a Etiopía, país que se había alineado con el bloque socialista. Esto provocó que las armas comenzaran a escasear en el FLSO (Frente de Liberación de Somalia Occidental) y en el ejército somalí, por lo cual éste debió abandonar la región[63].

En Etiopía también había un nacionalismo que impedía cualquier tipo de reconciliación con las minorías nacionales o la concesión de la autodeterminación a los grupos separatistas. Este nacionalismo lo promovía el Estado bajo el lema “Etiopía Tikdem” (Etiopía primero), poniendo de manifiesto que la prioridad principal del gobierno era la integridad nacional.

Pero como expresáramos, M´Bokolo no considera que la guerra del Ogadén fuera producto solamente del nacionalismo de los países del Cuerno de África. Para este autor, sobre ese potencial conflictivo actuó también el neoimperialismo, sobre todo el ejercido por la URSS. Por eso expresa que el gran perdedor en el área fue Estados Unidos, ya que debió retirarse antes de la revolución etíope. Por el contrario, la URSS y Cuba incrementaron notablemente su injerencia porque la Unión Soviética estaba interesada en poseer una presencia marítima en el Cuerno de África y en el océano Índico, interés que coincidía con el de Somalia, quien necesitaba reforzar su ejército. Así, en 1977, Somalia contaba con 6 mil consejeros soviéticos y cubanos. Pero la victoria en la revolución etíope de una línea que optó por el Socialismo llevó a los soviéticos a concebir un plan conjunto para la región, en el cual intentaban conciliar los intereses tanto etíopes como somalíes y, al mismo tiempo, constituirse en aliado privilegiado de los dos Estados socialistas. Después de muchas pruebas, este plan tomó la forma de un proyecto de federación. Somalia, naturalmente, no aceptó ese arreglo que la obligaba a renunciar a1 “mito de la gran Somalia” e invadió el Ogadén. En el conflicto bélico que esa invasión originó, 1a URSS prefirió apoyar a Etiopía porque ésta contaba con una superficie, una posición geográfica, un peso demográfico y con una orientación política que hacían de ella la aliada ideal en esa región africana. Esta elección provocó un cambio radical: Somalia expulsó a los consejeros soviéticos y cubanos en noviembre de 1977, mientras Etiopía recibía tropas soviéticas y cubanas (en 1978, 3 a 12 mil soldados cubanos y 10 mil consejeros soviéticos) que la ayudaron por un lado, a preservar el orden interior y, por el otro, le permitieron volcar a su favor el resultado de los enfrentamientos armados en el Ogadén y en Eritrea.[64]

En Benz y Graml[65] puede observarse una sistematización del fracaso de las expectativas de pacificación que debían instrumentar los Estados socialistas de Etiopía y Somalia semejante a la de M´Bokolo. Aquellos consideran que entre las claves que explican la causa de estos enfrentamientos ocupan un lugar destacado las conquistas históricas del imperio etíope, potenciales fuentes de conflictividad. Así, en el Cuerno de África como en “la mayoría de los enfrentamientos entre nacionalidades, las reivindicaciones territoriales o de soberanía se fundan en razones total o preponderantemente históricas y sólo en casos excepcionales en razones abiertamente económicas”.[66]

Entre las razones históricas que explicarían, según estos autores, el conflicto entre eritreos y etíopes están, entre otras, las diferencias religiosas entre los etíopes coptos y los eritreos musulmanes y que Eritrea una y otra vez fue base de partida de intentos de conquista o de conquistas temporales de la Etiopía arrinconada en el interior.[67]

Asimismo, Benz y Graml indican que el conflicto etíope-somalí fue producto de las conquistas etíopes, ya que al expandirse por territorios habitados por somalíes genera los viejos reclamos de Somalia a Etiopía. Pero 1o que constituye una fuente de conflictividad aún mayor fue el tratamiento que le dio a los pueblos dominados el gobierno centralista imperial: “los miembros de los pueblos sometidos, cuando no eran, hasta los años 50, esclavos, eran al menos ciudadanos de segunda clase con respecto a1 pueblo imperial de los amharas coptos”.[68]

De lo anterior puede inferirse que los conflictos nacionalistas suscitados en el Cuerno de África son consecuencia de la lucha de clases producto de la explotación sufrida por la mayoría de la población, la que a su vez es efecto de la coerción extraeconómica impuesta por la élite conquistadora al pueblo dominado.

Esta sumisión y explotación de la mayoría de la población del Cuerno de África genera rencores atávicos entre nacionalidades explotadas y élites conquistadoras-explotadoras, ya que algunos de los imperios coloniales cayeron en manos de pueblos dominantes autóctonos, tal como sucedió con Etiopía.[69] Por lo tanto, la “pax colonialica” no suprimió los enfrentamientos entre pueblos autóctonos en los territorios conquistados por los colonialistas, tan sólo los congelaron. De lo cual se deduce que resulta insuficiente explicar los conflictos actuales entre nacionalidades solo como una mera consecuencia del dominio y reparto imperialista. Por eso, resulta necesario remontarse mucho más atrás en el tiempo para observar si los colonialistas no se sirvieron de los conflictos internos de un Estado autóctono o de las guerras entre Estados nativos para ejercer su dominio sobre la región.

Ahora bien, según estos mismos autores a los que venimos aludiendo, el grado de complejidad de los conflictos aumenta, por un lado, si como en el caso de los somalíes, los miembros de un pueblo distribuido entre varios Estados exigen el derecho a la autodeterminación para conseguir su unidad nacional[70] y, por el otro, desde el punto de vista ideológico, cuando jóvenes Estados nacionales, así como Estados revolucionarios o socialistas -como Kenia y Etiopía respectivamente- se remiten a demarcaciones fronterizas establecidas por las antiguas potencias imperialistas o imperiales, en franca contradicción con su ética antiimperialista que les debería impedir aceptar tal reconocimiento.

Pero la semejanza más notable del argumento de M´Bokolo y el de Benz y Graml es la del papel desempeñado en el Cuerno de África por la URSS. Estos últimos historiadores expresan que los soviéticos intervinieron en los conflictos entre Eritrea y Etiopía y, entre Somalia y Etiopía utilizando las mismas tácticas que anteriormente habían empleado los países colonialistas, ya que apoyaron a un grupo étnico o país contra otro con el objeto de convertir al Cuerno de África en su zona exclusiva de influencia: Etiopía anexó Eritrea en 1962, formándose inmediatamente en esta zona el Frente de Liberación de Eritrea, el cual recibió ayuda de la Liga Árabe -reflejo de la conquista musulmana del 634 y de la subsiguiente islamización de Eritrea- e inicialmente también de la URSS. A partir de 1974, el mismo régimen revolucionario defendió la integridad territorial del Estado del que se hacía cargo. En consecuencia considera a Eritrea parte del territorio nacional, aunque se muestra dispuesto a concederle la autonomía de que gozó entre 1952 y 1962. Pero el FLE ya no está dispuesto a renunciar a su exigencia máxima de independencia nacional. Y así el conflicto prosigue, con la diferencia de que ahora la URSS apuesta por la fuerza superior de los prosoviéticos batallones etíopes y ha abandonado al movimiento revolucionario de independencia nacional tachándolo de “pequeño burgués”.[71]

Un cambio de postura similar tuvo la URSS con respecto a Somalia. Con anterioridad a 1975, este último país “recibió una importante ayuda soviética en armamento y contó con la simpatía de la gran potencia comunista hacia sus reclamos territoriales frente a Etiopía, a la sazón imperial. Cuando Somalia, siguiendo el esquema tantas veces probado, apoyó un movimiento secesionista en el Ogadén etíope por medio de “voluntarios” y estaba, en 1978, a punto de consumar la conquista del territorio, la Unión Soviética envió una decisiva ayuda en armas y consejeros militares, procedentes en parte de Cuba, que aseguraron la victoria de Etiopía, que contaba entretanto con un régimen revolucionario. Desde entonces, “consejeros militares” cubanos luchan asimismo, por ejemplo, en calidad de pilotos, contra el movimiento independentista de Eritrea, movimiento que contó hasta hace poco con las simpatías de la Cuba revolucionaria, surgida a su vez en condiciones similares”.[72]

En Djibouti, los colonialistas franceses ya hablan utilizado anteriormente, para dominar a los pueblos autóctonos, esa táctica fatídica utilizaba por la URSS; la de apoyar a aquellas fuerzas nativas que se mostraban dispuestas por su propio interés a mantener la paz interna. En efecto, los franceses se habían establecido en ese país para controlar la salida del Mar Rojo al océano Indico. El territorio formaba parte de los sultanatos somalíes y la mayoría de la población estaba constituida por el grupo somalí denominado Issas. Estos siempre opusieron una valiente resistencia a la colonización, mientras que una minoría de origen etíope, los affar fueron, por su tradicional rivalidad con los somalíes, más propensos a colaborar con el colonialismo. Alí Aref, un político procedente de esta etnia fue así, durante muchos años, gobernador interino del territorio instigando los antagonismos raciales para facilitar la dominación colonial.[73]

Cuando a partir de 1a década del 60, los países vecinos consolidaron su independencia surgieron, a pesar de la represión francesa, movimientos nacionalistas como el Frente de Liberación de la Costa de los somalíes o la Liga africana por la independencia que desarrollaron simultáneamente, formas de lucha armada y política legal. La intensificación de la resistencia obligó a Alí Aref a renunciar y Francia convocó a un plebiscito donde el 85% de la población se pronunció por la independencia. Justamente por esta trágica herencia colonial, en los almanaques de los Cuadernos del Tercer Mundo se afirma que la dificultad que tiene el presidente Hassan Gouled -máximo dirigente de la Liga y representante de la mayoría dominada- para gobernar la joven república se debe, sobre todo, al problema de la división étnica, 1a cual obligó a Gouled a formar un gobierno multirracial.[74]

Al cumplirse diez años de la revolución etíope, un artículo aparecido en los Cuadernos del Tercer Mundo explica la causa de los fracasos en los que incurrieron los nuevos gobernantes argumentando que tanto los casos en los que los países imperialistas gobernaron indirectamente manteniendo intactas las estructuras sociales y de dominio internas de los pueblos sometidos y, en especial, como en el caso de Etiopía donde el breve dominio colonial no alcanzó a modificar las estructuras de dominación precoloniales; los Estados independientes recibieron de esos Estados coloniales o del Estado imperial etíope una serie de condicionamientos que irremediablemente trabarían la conformación del nuevo Estado. Fue por este motivo que en Etiopía “recién en 1984 surgió el partido de los trabajadores etíopes (PTE) poniendo fin a una década de inestabilidad y conflictos entre los sectores que participaron en el derrocamiento de Haile Selassié y que a pesar de estar comprometidos en modificar la estructura feudal heredada del “Negus”, fracasaron hasta ahora en dos de los principales problemas que debían solucionar: mejorar la situación económica de la mayoría de la población, así como en solucionar los conflictos étnicos en su interior y los diferendos territoriales con los países vecinos.[75]

Según los Cuadernos del Tercer Mundo, en el país dejado por Selassié, el 2% de los propietarios agrícolas controlaban el 85% de las tierras, mientras existían 500 mil campesinos sin tierra. En la parte norte del país, las tierras eran cultivadas en sistema comunitario y los propietarios recibían la décima parte de la producción. Los grupos, en su mayoría unidos por la misma lengua y por la misma raza, trabajaban en los cultivos pero no detentaban la posesión de los mismos. Eran en realidad súbditos de la familia real o de 1a iglesia, que dominaban cerca del 55% de las áreas más fértiles. Al sur, la familia real se apropió de la mayoría de las tierras cultivables y las distribuyó después entre militares y funcionarios reales a título de retribución por los servicios prestados en la dominación de las minorías étnicas. En esa misma zona, los impuestos pagados por los campesinos llegaban al 35% de la cosecha. A fines de la década del 60 y principios de la del 70, Haile Selassié anunció una presunta reforma agraria -que en realidad era una alteración de las reglas feudales- cuyo objetivo verdadero era el de facilitar la introducción del capitalismo agrícola en Etiopía.

Una de las consecuencias del cambio fue el hambre masivo en siete provincias, afectando a casi tres millones de personas, de las cuales 400 mil murieron en 1973 de inanición. Pero la herencia imperial no se limitaba a un cuadro de pobreza dramática. Peor aún era la fragmentación social preservada y estimulada por régimen monárquico como una forma de mantener su dominio sobre los casi 250 grupos étnicos del país, que hablan más de 80 lenguas distintas. Las minorías más representativas como la de los eritreos, tigres y oromos fueron tradicionalmente perseguidas y masacradas. Esta situación estimuló el surgimiento de movimientos separatistas que posteriormente se transformaron en frentes de liberación en la región norte (Eritrea) y en el sur entre los oromos. Haile Selassié mantuvo intencionalmente un bajo nivel de inversiones y mejoras en el área de las comunicaciones para impedir la integración étnica. En 1974, había en el país menos de 1500 km de carreteras, tres cuartas partes de las comunidades agrícolas de Etiopía distaban como mínimo doce horas -de recorrido a pié- de la carretera más cercana. Además, el 40% de las aldeas y comunidades del país quedaban a más de dos días de viaje a pié del centro administrativo más próximo.[76]

Lejos de encontrar una solución que unificara este mosaico étnico, el nuevo Estado revolucionario-socialista libró cruentos enfrentamientos internos y regionales con grupos separatistas o autonomistas y con Somalia respectivamente. Esos enfrentamientos mostraron los límites del “socialismo” como instancia superadora del capitalismo para encontrar una solución pacífica a los conflictos suscitados por las minorías nacionales. Los militares del Dergue (Comité coordinador de las fuerzas armadas, policía y milicia territorial) idearon la consigna Etiopía Tikdem en una proclama destinada a enfatizar que la prioridad total del gobierno era la integridad nacional. Esta consigna se oponía directamente a las pretensiones separatistas o de autodeterminación de algunos grupos étnicos que viven en el interior del territorio etíope y que, como resultado de dicha incompatibilidad de intereses, apelaron a la violencia armada para conseguir sus objetivos. Los Cuadernos del Tercer Mundo adjudican la responsabilidad de estos enfrentamientos a los intereses internacionales en el área, ya que Somalia sirvió de instrumento de los Estados Unidos para intentar desestabilizar el régimen etíope, en el momento en que el Coronel Mariam enfrentaba su peor crisis política. Además, indica que los militares del Dergue están persuadidos de que la presencia de tantos y tan variados movimientos separatistas y autonomistas fueron promovidos por fuerzas políticas extranjeras interesadas en pulverizar la unidad nacional y con ello derribar el gobierno socialista del Coronel Mariam[77], planteo que difiere notablemente con los de M´Bokolo y de Benz y Graml. En efecto, según el argumento de los Cuadernos del Tercer Mundo, en 1977, cuando el Dergue vivía los momentos más críticos de la confrontación entre civiles y militares en la capital etíope, los militaren se asombraron al comprobar que había en 12 de las l4 provincias del país movimientos regionalistas que, en diversos grados, luchaban por la autonomía parcial o por la secesión pura y simple. “Además de las tres organizaciones que luchan en Eritrea, el Dergue debe enfrentar también las aspiraciones autonomistas de los oromos, quienes ubicados al sur de Etiopía, forman el grupo étnico más importante del país, con un total de nueve millones de personas. Históricamente, este grupo étnico fue en su mayoría esclavo de los amhara y actualmente viven diseminados por siete provincias. El frente de liberación de los oromos (OLF) surgió en 1976, no plantea la separación total de Etiopía sino reivindica una autonomía parcial, además de discrepar con el proyecto socialista del gobierno y con las alianzas efectuadas con la URSS y Cuba. El OLF tampoco quiere ser confundido con el frente de liberación de Somalia occidental (WSLF), una organización muy ligada al gobierno de Mogadiscio y que reivindica la integración de la provincia del Ogadén a Somalia. Durante la guerra con este país, la ayuda militar de Cuba y de la URSS permitió que Etiopía expulsara a las tropas somalíes, instrumento de los Estados Unidos para desestabilizar el régimen etíope y reasumiera el control del Ogadén, pese a que el WSLF realiza aún atentados y emboscadas.

En 1a importante provincia del Tigre existe un movimiento separatista, el Frente popular de liberación del Tigre (TPLF). Al igual que los oromos, los guerrilleros del Tigre manifestaron que no desean la secesión, pero en la práctica, al exigir diversos grados de autonomía regional, funcionan como elementos desestabilizadores del poder central.[78]

No conformes con descalificar a los grupos proautonomistas o secesionistas, a los que califica de desestabilizadores; el Cuaderno del Tercer Mundo también descalifica a la oposición interna acusándola de terrorista. El objetivo perseguido es el de justificar al gobierno autocrático ejercido por el Dergue, el cual paulatinamente fue exterminando a todos los partidos u organizaciones antagonistas: las desconfianzas entre civiles y militares que ya existían en 1974, se fueron agudizando gradualmente hasta que en 1976 se convirtieron en una guerra abierta que duró dos años y dejó un saldo de aproximadamente 10 mil muertos. Los opositores civiles se consideraban dueños de la verdad revolucionaria y desconfiaban de los militares del Dergue, al que acusaban de fascista. Los partidos políticos -especialmente el partido revolucionario del pueblo etíope (EPRP) defendieron una revolución pura o sea, con amplia participación obrera y campesina, democrática y liderada por los civiles. A su vez, el Dergue estaba preocupado por preservar el poder, la unidad nacional y la dirección revolucionaria. Huelgas, reivindicaciones y polémicas eran consideradas desafíos al orden y, por lo tanto, prohibidas en la mayoría de los casos. El choque entre la pureza del EPRP y el realismo del Dergue se convirtió rápidamente en una campaña de terror. Al terror blanco desatado por el EPRP le siguió el terror rojo del Dergue. Líderes sindicales vinculados tanto a un grupo como al otro pagaron un precio elevado por la oposición al gobierno.[79]

Un planteo similar al que aparece en el artículo citado de los Cuadernos del Tercer Mundo es el de Hilda Varela Barraza. De la obra de esta autora se infiere que acepta como axioma que la URSS tiene derecho a intervenir en el Cuerno de África, lo cual presumiblemente deriva de los designios cuasidivinos que emanan de las obras de Marx y Engels. Es decir, la naturaleza socialista de la URSS constituye un derecho indiscutible que autoriza por sí a ese país a estar presente en la región. Por lo tanto, el aceptar esa verdad que no necesita ser demostrada exime a esta autora de intentar cualquier justificación del neoimperialismo soviético. Por el contrario, Varela Barraza sí denuncia el neoimperialismo estadounidense advirtiendo que para ese país “África constituye un peón más en su enfrentamiento con la Unión Soviética. Somalia es una simple pieza dentro del juego geopolítico estadounidense, cuyo interés está centrado en la ruta del petróleo y en impedir la extensión de la zona de influencia de la URSS en esta conflictiva región”.[80]

La cita anterior de Varela Barraza contiene ya su fundamentación de la sistematización de la práctica política de los Estados socialistas de Etiopía y Somalia, y en especial, del fracaso de la ilusión fundada en que estos Estados “superadores del capitalismo” solucionarían pacíficamente sus conflictos territoriales. En el caso de la guerra del Ogadén, la autora debió necesariamente justificar dos cosas: 1- que un Estado socialista se expandiera en perjuicio de otro Estado también socialista y, 2- que la URSS y Cuba eligieran apoyar a Etiopía y quitaran la colaboración que hasta ese momento le brindaban a Somalia.

Varela Barraza sistematiza la primera justificación negando el carácter socialista del Estado somalí, expresando que a pesar de que los somalíes se declararon partidarios del socialismo científico y de no haber retractado su posición ni aún después del rompimiento con la URSS, el socialismo en Somalia era un mito: en ese país el socialismo ha sido adoptado como una vía para el desarrollo ante el fracaso de la democracia de corte occidental y ante las perspectivas poco prometedoras de la vía capitalista para África. En este sentido se trata de una variante, de una forma disfrazada de “socialismo africano”, que se acerca al capitalismo de Estado.[81] “Por esto es que en Somalia no hay participación real de las bases en los procesos de toma de decisión ni socialización de los medios de producción, sino una estatización de la incipiente industria pues, a falta de una burguesía local, el Estado debe asumir el papel de socio del capital internacional y de principal inversionista interno”.[82]

Pero no satisfecha con negar el carácter socialista del Estado somalí, también intenta desprestigiar deliberadamente al gobierno somalí mediante el empleo de un empirismo malintencionado y, a veces, contradictorio. Para desacreditar a las autoridades políticas somalíes se exponen una serie de hechos, los cuales demostrarían, por una parte, que en Somalia el gobierno es pseudodemocrático, no permite la participación popular y es corrupto y, por la otra, que el país es pobre y está dividido internamente. Sin embargo, paradójicamente, si se analizan las mismas variables en Etiopía -país que en la obra de Varela Barraza implícitamente se acepta que es socialista y que por esto recibe ayuda de la URSS- los resultados indudablemente serían mucho más desalentadores: el presidente Mohamed Siad Barre llegó al poder por medio de un golpe militar que anuló la constitución y disolvió el parlamento local. En lugar de éste, los militares crearon comités a nivel regional, distrital y de aldea. “En este esquema lo que resalta es el esfuerzo por consolidar una cierta participación popular[83], pero esta se torna un mito, pues en las elecciones el 99,91% de los votos fueron a favor de los candidatos del partido único, exclusivos contendientes en las elecciones.[84]

Pero para justificar más contundentemente que Somalia no es socialista se indica que entre los problemas que afectan a Somalia se encuentran los de las divisiones internas de su sociedad, la pobreza, el hambre y los refugiados: “Somalia tiene cierta integración interna gracias a los mitos de la amenaza etíope y del surgimiento de la Gran Somalia, pero internamente es una sociedad dividida y en donde las diferencias entre los clanes se acentuaron al confundirse con posiciones políticas y económicas. Las masas hambrientas y sin conciencia política son fáciles de manipular y precisamente a ellas van dirigidas las medidas populistas.

No obstante los éxitos económicos de los últimos tiempos que le concedieron al gobierno cierto consenso popular a pesar de la creciente corrupción, Somalia es uno de los países más pobres del mundo y con la mayor proporción de refugiados. Los más agraciados de éstos sobreviven en forma precaria y mientras los otros mueren víctimas de la malnutrición y de la tuberculosis.[85]

La segunda justificación, Hilda Varela Barraza la sistematiza indicando que la URSS, para entonces aliada tanto de Etiopía como de Somalia trató de evitar el conflicto y una vez estallado éste, cortó sus suministros militares a Somalia, como forma de presión, ya que fue éste el país invasor.[86]

Pero esta invasión era una contradicción en un Estado que se declaraba socialista, más aún cuando su expansionismo perjudicaba a otro Estado también socialista. Por eso, un Estado con esas características no podía ser socialista ni recibir ayuda de países socialistas. De este modo, Varela Barraza argumenta que la guerra del Ogadén no hizo más que evidenciar hechos que ya marcaban el cambio prooccidental de la política del gobierno militar somalí que en un principio se había declarado partidario de una construcción socialista en Somalia, acercándose a la Unión Soviética y nacionalizando los bancos, los transportes y los servicios públicos. “Pero en 1977, en represalia por la ayuda prestada a Etiopía, los somalíes expulsaron a los técnicos y consejeros soviéticos y rompieron las relaciones con Cuba, comenzando el acercamiento con Estados Unidos -país al cual le cedieron el puerto de Berbera a cambio de 25 millones de dólares que los destinaron a la compra de armas defensivas de fabricación estadounidense-, Francia y Alemania occidental. A esto se agrega que después de la guerra, los militares somalíes reforzaron el mito de la Gran Somalia e intentaron desestabilizar al gobierno etíope, llegando incluso a financiar el movimiento secesionista eritreo.[87]

Además de explicar que el expansionismo somalí demuestra que este país no es socialista, Varela Barraza, indica que las pretensiones territoriales somalíes también pueden estar ligadas a intereses de índole personal, pues según serios indicios, “la sabana desértica podría tener yacimientos de uranio y petróleo y esto es conocido por el presidente somalí. De comprobarse esto, podría caer definitivamente la máscara del nacionalismo pansomalí para dejar al descubierto los verdaderos intereses de orden económico y político para su beneficio personal”.[88]

Llamativamente, Hagos Gebre Yesus parece responder específicamente a esta sistematización ideada por Hilda Varela Barraza con el objeto de justificar el neoimperialismo ejercido por la URSS en el Cuerno de África. Aquel autor expresa que en cuanto a los acontecimientos registrados en el Cuerno durante los últimos años sería superfluo recordar los cálculos cínicos y las maniobras sórdidas a las que se han entregado las grandes potencias en esta región del continente. Estas recientes manifestaciones del neocolonialismo ya son lo suficientemente conocidas al igual que los protagonistas, grandes o pequeños, de esta tragedia. Además, la naturaleza de las rivalidades, así como los objetivos de los adversarios, no son realmente nuevos si no es por su cinismo quizá más flagrante. Los riesgos son los mismos y siempre igual de altos. No hay más que recordar la serie de alianzas sucesivamente rotas, el oportunismo grosero que ha presidido las diversas alineaciones y realineaciones, la metamorfosis instantánea de los “amigos” de ayer en “enemigos” de hoy, la transformación, de la noche a la mañana, de pretendidos revolucionarios en reaccionarios y de pretendidos reaccionarios en revolucionarios, todo acompañado con bendiciones o excomuniones inmediatas pronunciadas por sacerdotes que se han ordenado a sí mismos y que han caído del cielo al estilo Batman. Todo ello y más aún es típico de la era neocolonial. Con artilugios de esta índole es como se lleva a cabo actualmente en estas zonas vitales de África experiencias de fuerza triangular.[89]

 

Conclusión

La peculiar historiografía referida a los países que integran el Cuerno de África está íntimamente relacionada con el proceso histórico experimentado por esta región, en cierta medida diferente al del común de los países africanos.

Por esta razón es que la periodización de la historiografía del Cuerno no coincide con la general de África. Evidentemente, el breve período de dominación colonial y la existencia de una rica producción historiográfica precolonial provocó primero, que la historiografía colonial no dejara huellas profundas en el área y, segundo, que los historiadores de los nuevos Estados independientes no tuvieran que demostrar que Etiopía o Somalia tenían una historia anterior a la llegada de los europeos e Independiente de éstos.

Además, el carácter cristiano de Etiopía privó a la tradición misionera de cualquier justificación divina del imperialismo. Resulta así evidente que en el Cuerno de África la historiografía colonialista, la tradición misionera y la historiografía africanista ejercieron escasa influencia.

Por el contrario, las historias políticas nacionales fueron las más abundantes y las de mayor peso en la zona. Pero estas historias nacionales no tenían, como la de los africanistas, el objetivo de desmitificar la historia eurocentrista de África, sino el de Justificar el derecho que tenía, por un lado, Etiopía para mantener íntegro su territorio y, por el otro Somalia de reivindicar las tierras que le despojaron el régimen imperial etíope y el reparto imperialista. Además, la historia nacionalista etíope utiliza para descalificar las pretensiones territoriales de los somalíes los mismos argumentos que empleaban anteriormente en otras partes de África los historiadores colonialistas.

Debido a la fuerte atraccn que ejercen sobre políticos e historiadores los diferendos territoriales y los problemas con las minorías nacionales, al producirse las revoluciones socialistas de Somalia y de Etiopía, esos investigadores y políticos se planteaban si los nuevos Estados -actuando como instancias superadoras del Estado capitalista- podían solucionar pacíficamente los conflictos. En 1977, el rápido y rotundo fracaso de esas expectativas suscitadas en torno a la resolución pacífica de los conflictos de la región dio origen a una serie de estudios que intentaron explicar que había fallado. La mayoría de estos trabajos fueron escritos con el objeto, por un lado, de sistematizar la experiencia política o, por el otro, con el de justificar que dos Estados que se definieran socialistas se enfrentaran entre sí para satisfacer sus aspiraciones, uno en detrimento del otro. Así, en esta etapa, independientemente del marco teórico utilizado, también predominan las historias políticas.

De este modo, uno tiene toda la sensación de que en el Cuerno de África, la historia sirve más a los políticos oportunistas que a los historiadores y a la sociedad civil. En especial si tenemos en cuenta que se trata de dos de los países más pobres del mundo, donde la historia podría ser útil para hacer tomar conciencia de cuales son las causas estructurales que mantienen estancados a esos Estados, las cuales no son seguramente, los diferendos territoriales ni los problemas con las minorías étnicas.

De todos modos, el tema de las minorías nacionales tiene gran vigencia y los sucesos ocurridos en la URSS y Yugoslavia son evidencias de que los países socialistas aún no encontraron una solución satisfactoria a esos problemas.

 

Bibliografía

Autores Varios. “El reparto de África”. En: Cuadernos de Historia, Nº 15, Madrid, Hyspamérica, 1986.

Autores Varios. “Movimientos sociales, transformación social, democracia y desarrollo en África”. En: David y Goliat. Año XVI, 50, Bs As, Clacso, 1986.

Autores Varios. La historiografía del África Austral. Barcelona, Serbal/UNESCO, 1983.

Autores Varios. Les politiques D'Expansión Imperialiste. París, Press Universitaires de France, 1949.

Benz, W. y Graml, H. El siglo XX. Problemas mundiales entre los dos bloques de poder. México, Siglo XXI, 1982.

Berteax, J. Historia de África. México, Siglo XXI, 1973.

Castilho, C. “Etiopía. Diez años de revolución”. En: Cuadernos del Tercer Mundo, Año VIII, 71, oct./dic. 1984.

Davidson, B. Africa in History. Great Britain, Paladin Books, 1974.

Guillerez, B. “L´Ethiopie entre la révolution et la succession”. En: Revue Francaise d´études politiques africaines. Nº 104, París, AOUT, 1974.

Hassan, A. “La creación del Partido Socialista Revolucionario de Somalia”. En: Cuadernos del Tercer Mundo, Año. 2,11, México, 1977.

Jesman, C. La paradoja Etíope. Bs As, Eudeba, 1965.

M 'Bokolo, E. L´Afrique au XXe Siécle. Le conténent convoité. París, Seuil, 1985.

Mazrui, A y otros. La descolonización del África: África Austral y el Cuerno de África. Barcelona, Serbal/Uneaco, 1983.

Moreira, N. y Bissio, B. “Somalía. Socialismo, religión y nacionalismo”. En: Cuadernos del Tercer Mundo, Año 2, 10, México, feb./mar. 1977.

Petrucci, P. “Ethiopie. La “Destabilisation”. En: Afrique-Asie, 72, París, 1974.

Petrucci, P. “Somalía”. En: Tercer Mundo, Año 1, 4, México, Mayo 1975.

Publicación Oficial. L´Impero. Roma, 1937.

Roa, M. “Etiopía”. En: Cuadernos del Tercer Mundo. Año 2, 12, México, mayo 1977.

Triulzi, A. “Descolonizando la historia de África”. En: Samuel, R. (ed.). Historia popular y teoría socialista. Barcelona, Crítica, 1984.

Varela Barraza, H. África: Crisis del poder político. Dictaduras y procesos populares. México, Nueva Imagen, 1981.

Zekele, M. “Le socialisme Ethiopien. Qu´Est-Ce que C´Est?”. En: Afrique-Asie. Nº 74, París, 1975.

Zoctizoum, Y. “Introducción al África: Generalidades y estudios sociales aplicados”. En: Estudios de Asia y África. Vol. XXII, 2, Colmex, México, 1987.

Zoctizoum. Y. “Estado, regiones y espacio étnico en África”. En: Estudios de Asia y África. Vol. XXII, 4, México, Colmex, 1987.

 

Notas

 



[1] Se trata de una versión revisada pero no actualizada de un trabajo escrito originalmente en 1991.

[2] Profesor de Historia. ISP N° 3.

[3] Chanaiwa, David. "Las tradiciones historiográficas del África austral"; En AAVV. La historiografía del África austral. Barcelona, Serbal/Unesco, 1983. p. 28.

[4] Triulzi, Alessandro. "Descolonizando la Historia de África", En: Samuel, R. (Ed.). Historia popular y teoría socialista. Barcelona, Crítica, 1984. P. 212.

[5] Chanaiwa, David. op. cit. P. 30-35.

[6] Triulzi, Alessandro. op. cit. P. 213.

[7] O ´Meara, Dan. "Problemas que presenta la "descolonización de la historia" en Autores Varios. Historia y diversidad de las culturas. Barcelona, Serbal/UNESCO.

[8] Mamdani, Mahamood y otros. "Movimientos sociales, transformación social, democracia y desarrollo en África" en David y Goliath. Año XVI, Nº 50, Bs As, dic. 1986. P. 22. Véase también, O ´Meara, Dan. op. cit. P. 275.

[9] O´Meara, Dan. op. cit. P. 280.

[10] Ibídem. P. 284.

[11] Triulzi, A. op. cit. P. 213-214.

[12] Mamdani, M. y otros. op. cit. P. 22-23.

[13] Triulzi, A. op. cit. P. 214-215.

[14] Mamdani, M. y otros. op. cit. P. 23.

[15] Triulzi, A. op. cit. P.215-216 y Mamdani, M y otros. op. cit. P. 22.

[16] Triulzi, A. op. cit. P. 217.

[17] Mamdani, M. y otros. op. cit. P. 24.

[18] Ibídem. P. 23.

[19] Ibid. P. 24.

[20] Triulzi, A. op. cit. P. 218.

[21] Ibídem. P. 219.

[22] Mamdani, M. y otros. op. cit. P. 24-25.

[23] Triulzi, A. op. cit. P. 223.

[24] M´Bokolo, Elikia. L´Afrique au XX siecle. Le continent convoité. París, Seuil, 1985. P. 278-279.

[25] Zoctizoum, Yarisse. "Introducción al África: generalidades y estudios sociales aplicados". Estudios de Asia y África. Vol. XXII, Num. 2, México, 1987. P. 182-183.

[26] Véase la abundante documentación recomendada por Said Abdi en "La descolonización en el Cuerno de África y las consecuencias de las aspiraciones somalíes a la autodeterminación". Mazrui, A y otros. La descolonización de África: África austral y el Cuerno de África. Barcelona, Serbal/Unesco, 1983. P. 121.

[27] Berteaux, J. Historia de África. México, Siglo XXI, 1973. P. 26.

[28] Ibídem. P. 26-27.

[29] Ibíd. P. 26- 86.

[30] Ibíd. P. 26-86.

[31] Jesman, C. La paradoja etíope. Bs As, Eudeba, 1965, p. 46-50.

[32] Jesman, C. op. cit. P. 11.

[33] Ibídem. P. 46-50.

[34] Ibid. P. 51-60.

[35] Ibid. P. 57-58.

[36] Ibíd. P. 7-38.

[37] Ibid. P. 7-38.

[38] Ibíd. P. 11-38.

[39] Ibid. P. 52-53.

[40] Ibid. P. 46-50.

[41] Ibid. P. 51.

[42] Abdi, S. op. cit. ·p. 120-121.

[43] Ibídem. P. 121-122.

[44] Ibid. P. 121-126.

[45] Ibid. P. 125-127.

[46] Ibid. P. 130.

[47] Ibíd. P. 127.

[48] Varela Barraza, H. África: crisis del poder político. México, Nueva Imagen, 1981. P. 145.

[49] Petrucci, P. “Ethiopie. La Destabilisation” en Afrique-Asie Num.72, París, 1974.

[50] Cuadernos del Tercer Mundo, Año 2, Nº 12, México, mayo de 1977. P.3.

[51] Moreira, N y Beatriz Bissio. “Somalía. Socialismo, religión y nacionalismo” en Cuadernos del Tercer Mundo, Año 2, Nº 10, México, feb./mar. 1977. P. 100-112.

[52] Ibídem. P. 102-112.

[53] Ibíd. P. 104-106.

[54] Ibíd. P. 106.

[55] Ibíd. P. 108-110.

[56] Véase Cuadernos del Tercer Mundo. “La creación del Partido Socialista Revolucionario de Somalia”, Año 2, Nº 12, México, marzo/abril, 1977. P. 40-44.

[57] Roa, M. "Etiopía". Cuadernos del Tercer Mundo, Año 2, Nº 12, México, mayo de 1977. P. 28.

[58] Citado por Zoctizoum, Y. "Estado, regiones y espacio étnico en África". Estudios de Asia y África, Vol. XXII, Nº 74, México, Colmex, 1987. P. 548.

[59] O ´Meara, D. op. cit. P. 286-288.

[60] M´Bokolo, E. op. cit. P. 277-278.

[61] A fines de 1974, la organización que nucleaba a los obreros pasó a la clandestinidad y sus miembros fueron obligados a adherirse a un sindicato oficial y a anteponer la preservación de la unidad nacional a la satisfacción de sus reivindicaciones específicas. M´Bokolo, E. op. cit., P. 284-288.

[62] M´Bokolo, E. op. cit. P. 288-289.

[63] Ibíd. P. 290-293.

[64] Ibíd. P. 292-294.

[65] Benz, W y Graml, H. El siglo XX.Problemas mundiales entre los dos bloques de poder. México, Siglo XXI, 1982.

[66] Ibídem. P. 38.

[67] Ibíd. P. 56.

[68] Ibid. P. 57.

[69] Ibid. P. 41.

[70] Ibid. P. 38.

[71] Ibid. P. 57-58.

[72] Ibíd. P. 59.

[73] Almanaque de los Cuadernos del Tercer Mundo. Cuadernos del Tercer Mundo, mayo de 1977 en adelante.

[74] Ibídem.

[75] Castilho, C. "Etiopía. Diez años de revolución" en Cuadernos del Tercer Mundo. Año VIII, Nº 71, México, oct./dic. 1984. P. 87-95.

[76] Ibídem. P. 87-95.

[77] Ibíd. P. 92-93.

[78] Ibíd. P. 87-95.

[79] Ibíd. P. 93-95.

[80] Varela Barraza, H. op. cit. P. 148-149.

[81] Ibídem. P. 139-140.

[82] Ibid. P. 148-149.

[83] Ibíd. P. 142-143.

[84] Ibid. P. l47.

[85] Ibid. P. l47.

[86] Ibid. P. l44.

[87] Ibíd. P. 148.

[88] Ibid. P. l48-149.

[89] Yesus, H. "¿Neocolonialismo o descolonización?" en Mazrui, A, y otros. op. cit., P. 170.