“Hastiadas
de tanto y tanto llanto y miseria…, de ser el juguete, el objeto de los
placeres de los infames explotadores”. Visibilizando a las mujeres proletarias.
Verónica Norando(*) y Ludmila Scheinkman(**)
(UBA; vero_clio@yahoo.com.ar /
UBA; ludsch@gmail.com)
Introducción
En este trabajo abordamos las experiencias y el
agenciamiento de las trabajadoras porteñas de fin de siglo XIX a través de su
representación al interior de la militancia anarquista y dentro de la clase
obrera en La Voz de la Mujer (LVM), periódico comunista anárquico
feminista. Partimos de la consideración de la experiencia particular de las
mujeres tanto en la militancia como en el trabajo productivo, determinada por
su lugar en la división sexual del trabajo. Este lugar es el de la
reproducción: el trabajo doméstico. Las mujeres se insertan en el sistema
productivo y el trabajo asalariado, y participan del ámbito público marcadas
por su lugar en la reproducción. Por esto, las trabajadoras vivencian una
experiencia de clase particular, ya que “ser mujer ha implicado tener un tipo
particular de experiencia social, y por ende, histórica”[1].
Partiendo de la noción de experiencia de E. P. Thompson, que implica “la respuesta mental y
emocional ya sea de un individuo o de un grupo social, a una pluralidad de
acontecimientos relacionados entre sí o a muchas repeticiones del mismo tipo de
acontecimiento (…) la experiencia surge espontáneamente en el interior del ser
social, pero no surge sin pensamiento, surge porque los hombres y las mujeres
(…) piensan acerca de lo que les ocurre a ellos y a su mundo. (…) y esta
experiencia es determinante, en el sentido en que ejerce presiones sobre la
conciencia social existente” [2].
La conciencia surge “cuando algunos hombres de resultas de sus experiencias
comunes (heredadas o compartidas) sienten y articulan la identidad de sus
intereses a la vez comunes a ellos mismos y frente a otros hombres cuyos
intereses son distintos (y habitualmente opuestos a) los suyos”[3].
Es decir, de esa experiencia surge una manera de
pensar la realidad, una conciencia, y una manera de actuar en consecuencia: un
agenciamiento específico. Aquí proponemos que, en las mujeres de clase
trabajadora, la conciencia de género es una parte constitutiva de la conciencia
obrera. Esta conciencia está condicionada por el lugar de la mujer y del hombre
en la división sexual del trabajo así como por su
lugar en el sistema productivo, puesto que hombres y mujeres se proletarizan en
tanto tales. El hombre lo hace a partir de su lugar de proveedor, lo cual entra
en consonancia con su trabajo en la producción social, eje de su identidad
masculina. Este trabajo es reconocido y valorado en la sociedad patriarcal
capitalista.
El caso de la mujer es distinto. El capitalismo
representa la generalización del reino de la mercancía y una división social
progresiva del trabajo. Siguiendo el planteo de Antoine Artous,
se divide progresivamente el trabajo entre la esfera industrial y la esfera
doméstica[4]. El
trabajo doméstico se convierte cada vez más en servicio privado, en un lugar de
simple producción de valores de uso. En un mundo en que el trabajo dominante,
el trabajo socialmente valorado, es la producción destinada al mercado, el
trabajo doméstico se desvaloriza totalmente, hasta el punto de “desaparecer
como trabajo y aparecer como un no-trabajo”[5].
La extensión del nuevo concepto de trabajo como mercancía constituyó un
elemento estructurador del sistema de géneros en las sociedades industriales,
al negar el valor económico del trabajo de las mujeres, y de este modo colocar
su actividad laboral al margen de las consideraciones económicas[6].
Así, en la sociedad industrial un trabajo concreto (un
trabajo comparable a otros, un trabajo que existe) no puede convertirse en
trabajo social abstracto más que a través del mercado. El trabajo doméstico
como simple producción de valores de uso no puede superar por tanto sus
características particulares de trabajo concreto, para convertirse en lo que la
sociedad capitalista considera como trabajo. Según Artous
“Las reglas que rigen el trabajo en el modo de producción capitalista no se
aplican al trabajo doméstico; la ley del valor no tiene un efecto directo sobre
el mismo”[7].
Sin embargo este servicio privado no pagado que realiza
la mujer proporciona un valor superior a la mercancía fuerza de trabajo al que
tendría si no contara con este servicio. Su trabajo incrementa indirectamente
la masa de plusvalía, ya que si el obrero varón tuviera que comprar estos
servicios el plusvalor descendería en forma
proporcional al aumento del costo de la mano de obra. Cuando la mujer se
proletariza, también aumenta tanto la plusvalía relativa como la absoluta. La
absoluta porque la mujer entra en el mercado laboral fabril como consecuencia
de la introducción del maquinismo[8], lo que
aumenta la extensión de la jornada laboral, y la plusvalía relativa porque la
introducción de las máquinas y la proletarización de las mujeres y también de
los niños, aumentan la productividad del trabajo[9].
La mujer, se proletariza a partir de su lugar en la reproducción, donde su
trabajo en el hogar no es reconocido como tal. Esta es la razón de la
invisibilidad de la mujer y su trabajo, que se traslada al trabajo asalariado
donde el trabajo de la mujer es entendido como complementario y de ayuda al
trabajo masculino.
Partimos del concepto de movimiento obrero generizado para
estudiar las relaciones de género al interior de la clase obrera, puesto que
consideramos que no se la puede estudiar sin incluir las relaciones de género
existentes en su interior. Teniendo todo lo antedicho en cuenta, el presente
trabajo analiza a través del discurso del periódico las experiencias concretas
de estas mujeres en el trabajo doméstico, en el trabajo asalariado, y a través
de sus vivencias colectivas de violencia, abuso sexual y prostitución. En este
punto se considerarán las conflictivas relaciones iner-género/intra-clase[10]:
las relaciones de género al interior de la clase obrera entre hombres y
mujeres. Asimismo, examinaremos el agenciamiento específico que se conforma de
esta experiencia, base de una conciencia específica de las mujeres que, en una
fecha tan temprana como 1896, se abocaron a militar el comunismo anárquico de
corte feminista y a redactar el periódico LVM. Además hemos revisado La Anarquía (periódico comunista
anárquico de la ciudad de La Plata, LA), con quienes, sostenemos, las
mujeres de La Voz tuvieron fuerte
vinculación, a partir de lo cual discutiremos algunas interpretaciones
existentes.
Trabajo femenino, contexto político y económico y
situación del
anarquismo a fines del siglo XIX
Nos parece relevante para comenzar este estudio,
realizar una breve reseña del contexto social, político y económico y del
trabajo femenino en el cual las redactoras de LVM realizaron sus
denuncias. A nivel político aunque en teoría en la Argentina se había
instaurado en el ´80 un régimen que tenía un gobierno constitucional en el cual
prevalecía la soberanía popular, en la práctica existía un sistema de elección
indirecta, clientelismo político y alianzas informales con caudillos locales.
Esto anulaba la representatividad política real de la mayoría de los residentes
argentinos, fueran nativos o inmigrantes. Para la década de 1880 se habían
extendido las formas de organización y de resistencia de la clase obrera y este
crecimiento se aceleró por el inicio de una recesión severa conocida como la
crisis Baring que azotó a la Argentina entre 1889 y
1891. El colapso económico precipitó una crisis gubernamental: un levantamiento
por parte de los militares del naciente partido radical. En la década del `90,
este régimen político instaurado en el ´80 estaba en crisis tanto política como
económicamente y era cuestionado por amplios sectores de la sociedad. Por un
lado estaba siendo desacreditado por vastos sectores de la elite que por las
características exclusivistas y restrictivas del régimen quedaban fuera del
poder político y por ende de la conducción del Estado. Por otro lado, la
modernización económica, el proceso inmigratorio[11]
y las características del régimen político produjeron en la argentina un
aumento de la conflictividad social revelando las contradicciones intrínsecas
del capitalismo imperante.
El imperialismo y la crisis del ´90 se constituyeron
en catalizadores del proceso de industrialización que había comenzado en la
década del `70. Esto es lo que Fernando Rocchi
denominó “segunda etapa industrializadora”[12]
cuya característica fue la concentración de capitales y la implantación de
grandes fábricas. Como consecuencia directa se produce la ampliación de las
masas obreras: aproximadamente el 70% de los inmigrantes se concentraron en la
ciudad de Buenos Aires, y el 60% de la clase trabajadora era extranjera[13].
Esta también se sumó al cuestionamiento del estado de cosas a través de la
conformación de organizaciones y de sus luchas. La conflictividad social
comenzó a verse como un problema de relevancia para la dirigencia política[14].
Asimismo, en este contexto de concentración de capital
hay también una concentración de mujeres en las fábricas[15].
Varios factores fueron catalizadores de este proceso. Estas grandes fábricas
eran fundamentalmente textiles y alimenticias e incorporaban maquinaria que
reducía la necesidad de calificación en el trabajo. Además a las mujeres se les
pagaba en promedio la mitad del salario de los varones lo que las constituía en
una mano de obra deseada por los empleadores. Denominadas en la época fabriqueras,
consideramos, con Rocchi, que fueron una realidad
indiscutible, llegando a constituir en las grandes fábricas un tercio de la
mano de obra[16].
Con respecto al trabajo femenino en la época
actualmente contamos con grandes avances en la investigación.[17]
Haciendo un análisis global de la composición por
sectores genéricos de la población económicamente activa, de acuerdo con los
censos de población de la Ciudad de Buenos Aires entre 1895 y 1947[18],
hacia fines del siglo XIX más de la mitad de las trabajadoras se empleaba como “personal
de servicio”, pero casi el 36% lo hacía en el sector industrial.
Desde fines del siglo XIX las mujeres
constituyeron una fuerza de trabajo fundamental en ciertas industrias (textiles,
tejidos, confección, tabaco y alimentación). La concentración de las
mujeres en determinadas industrias[19] se
replicaba en su interior en determinadas secciones y tareas.[20] Esto se
explica por la forma en que se desarrolla la proletarización de la mujer (ver
supra).
Además el mercado de trabajo
reproducía y creaba nuevas pautas para la división sexual de tareas. Esto
explica que su participación en el mercado de trabajo se concentrara en
actividades consideradas extensiones de sus “funciones naturales”. Esto tuvo
efectos en la experiencia particular de las mujeres. Estas obreras
proletarizadas en tanto mujeres eran las pretendidas lectoras a las que las redactoras de LVM
se dirigían: “A vosotras, compañeras de
trabajo e infortunios, me dirijo. A vosotras que sufrís como yo la doble
esclavitud del capital y del hombre”[21].
Estas mujeres trabajadoras formaban parte de la clase
obrera de fines del siglo XIX en el período de su constitución, cuando el
movimiento obrero se hallaba influenciado por las ideologías revolucionarias
que a nivel mundial se estaban desarrollando al calor de la 1º Internacional de
los Trabajadores. El contexto ideológico revolucionario de la época en la cual
sale a la luz el periódico reviste importancia para significar a LVM.
En la Argentina el anarquismo comenzó a florecer al
calor de la inmigración y la seccional en Buenos Aires de la 1º Internacional.
Desde la década del `70 del siglo XIX se conformaron grupos anarquistas en
Buenos Aires, que se consolidan o disuelven por las influencias recibidas de
los debates al interior de la Internacional entre Marx y Bakunin. Estos
primeros grupos estaban influenciados también por Pierre Joseph Proudhon y
conformaban lo que se ha denominado anarcoindividualismo
o anarquismo individualista y luego comunismo anárquico, tendencia espontaneísta que hacía eje en el individuo, desdeñando la
actuación conjunta. Pregonaban la acción directa antes que la organización de huelgas
o manifestaciones y el corpus ideológico estaba basado en el anti-capitalismo,
el anti-estatismo, el anti-politicismo. Con respecto a las relaciones de
género, promovían el amor libre y estaban en contra de la institución del
matrimonio.
En el marco de esta tendencia surgen las primeras
feministas anarquistas de la región del Río de la Plata y de América Latina en
general. Ellas también van a insistir en la acción directa y el espontaneísmo por sobre la organización, e incluso, como
señala Dora Barrancos, organizaron grupos feministas de acción directa y fundaron
y difundieron periódicos propios desde fines del siglo XIX, como es el caso de
las redactoras de LVM[22]. La
autora resalta la fuerza y el particular coraje con que enfrentaron a la
sociedad argentina militantes como Virginia Bolten y
Juana Rouco[23].
Esto forma parte del contexto internacional del anarquismo que en las décadas
finales del siglo XIX y principios del XX impulsó una cruzada a favor de la
liberación femenina con variadas muestras de tesis igualitarias en el orden
internacional. Según la autora los y las anarquistas fueron auténticos pioneros
del feminismo revolucionario, del cual forma parte y del cual surge LVM.
1. Las mujeres trabajadoras y sus experiencias
a. Haciendo visible lo invisible:
experiencias femeninas en el
trabajo doméstico y
productivo
En LVM nos encontramos con una crítica muy marcada
al lugar de la mujer en la sociedad y en la división sexual del trabajo. En
ésta, la mujer es la especialista de la reproducción. El trabajo
doméstico, el trabajo que no existe es la tarea específica de la mujer; la
casa: su lugar natural; su razón de ser: el cuidado de los demás, el marido,
los hijos, los hermanos. No tiene un destino propio, enraizado en sus
actividades. O más bien, su destino propio consiste en vigilar que a los demás
no les falte nunca nada. Si se realiza como individuo es solo a través de las
actividades del marido o de los hijos; para contribuir a su desarrollo, ella
trabaja en la sombra, multiplicando sus pequeños servicios.
El trabajo reproductivo doméstico (separado en el
sistema capitalista del ámbito de la producción social) repercute en su forma
de inserción en al ámbito productivo. Por más que trabaje en una fábrica (u
otro sector), sigue siendo la encargada del trabajo doméstico, y por ende su
trabajo se halla invisibilizado.
LVM denuncia esta invisibilidad, esta inexistencia del trabajo de la mujer
en la sociedad: “Yo bien se que vosotras diréis que los patrones trabajan,
que sacan cuentas, que cuidan los talleres, que dan ordenes que llevan los
libros, que vigilan a los operarios etc. Pero decidme si vosotras ponéis por
ejemplo, a sacar muchas cuentas en vuestra casa, a dar muchas órdenes, a
vigilar mucho a vuestros hermanos, al fin del día ¿qué producto habréis
presentado ante la vista de los demás, de vuestro trabajo? Ninguno. Vosotras
¿Qué habéis hecho? Nada”[24].
Asimismo se denuncia el menosprecio del trabajo de la
mujer en la sociedad tanto de parte de las “clases dominantes” como de los
proletarios, es decir de los hombres en general hacia el trabajo doméstico: “Los
hombres todos, proletarios lo mismo que burgueses y todas las clases dominantes
siempre han tenido a la mujer en la mayor ignorancia, […] han menospreciado su
trabajo; su influencia en la sociedad; la ha anulado; en la familia la ha
postergado al segundo lugar”[25].
Las mujeres proletarias
vivencian una experiencia de clase específica marcada por su lugar en la
reproducción. Las mujeres se proletarizan en tanto tales, de modo distinto a los hombres: estas constituyen una
mano de obra subcualificada, sometida más que los hombres a los avatares del
desempleo. Su salario es considerado como apoyo y se encuentran insertas
masivamente en los empleos llamados “femeninos”[26]. Al respecto LVM
enuncia “Y vosotras
infelices compañeras nuestras que os matáis todo un día para hacer una docena o
dos de camisetas por las cuales se os paga la veintésima parte de lo que luego
ellos cobran ¿creéis que esto es justo? Si reclamáis no os atenderán y lo que
es más probable os despedirán, no os darán más trabajo”[27].
Estas “compañeras”, objetivo
de la locución de las redactoras, trabajaban seguramente para una fábrica
textil. Esto se explica en que la participación de estas en el mercado de
trabajo se concentró en actividades consideradas extensiones de sus “funciones
naturales”, como la confección, la industria textil, la industria de la
alimentación y el servicio doméstico. Esto tuvo efectos en la experiencia
particular de las mujeres en el mercado laboral.
Como plantea Rocchi, en este período, las fábricas estaban abarrotadas
de niñas, esto también se deja ver en las palabras de las redactoras del
periódico: “Niñas
queridas, vosotras que trabajáis tanto un día y otro día sin más reposo que el
estrictamente necesario para no sucumbir a la fatiga. Vosotras que amáis a
vuestros hermanitos y sin embargo no podéis darles lo que les hace tanta falta
[…] esto se debe simplemente a que se paga muy poco por vuestro trabajo y que
se cobra mucho por todo cuanto necesitáis para vivir”[28].
b. Las trabajadoras, la sexualidad y la prostitución
Las temáticas del abuso
sexual y la violencia hacia las mujeres cruzan LVM de principio a fin, y
es objeto de constante denuncia. En la declaración de propósitos con que se
inicia el periódico, terminar con esta situación de abuso aparecía ya como uno
de los motivos fundamentales del accionar de estas mujeres. “Hastiadas (…)
de ser el juguete, el objeto de los placeres de nuestros infames explotadores o
de viles esposos, hemos decidido levantar nuestra voz en el concierto social y
exigir, exigir decimos, nuestra parte de placeres en el banquete de la vida”[29].
Aquí aparecen dos objetos de crítica: por un lado, el abuso de los
explotadores, la burguesía y sus agentes. Por el otro, el de los sus compañeros de clase. Lo que estas mujeres,
partidarias del comunismo anárquico, estaban planteando, es que la denuncia no
se reducía al ámbito de la producción (los patrones) sino que la cuestión de la
opresión de la mujer cruzaba las clases y se hacía carne al interior de la
clase obrera, en el ámbito doméstico de la reproducción de la fuerza de
trabajo. Asimismo, en forma de “vibrante y enérgica demanda”, planteaban
desde el fastidio por el trabajo y el padecimiento, no sólo su derecho a la “igualdad”,
sino también al “goce” y al “placer”.
La Iglesia como tópico
recurrente, en lo que respecta al abuso sexual, aparece en el periódico
íntimamente ligado a éste, es el de la injerencia de y el culto católico. Al
describir el proceso por el cual abrazaban el comunismo anárquico, en un relato
más de tipo ideal que concreto, señalaban que el primer paso era romper con la
Iglesia y con Dios. Este relato educativo apuntaba en contra del pensamiento
religioso, identificado como un instrumento ideológico en manos de la burguesía
para mantener a la mujer en situación de opresión, atada al hogar y a su marido
por más que la maltratara. Su finalidad era, puesto que se dirigía a las
mujeres, que éstas lograran romper con estas falsas creencias como primer paso
en su emancipación.
Así, las mujeres
desesperadas por la miseria y el hambre, recurrían en primer lugar a Dios con
sus súplicas. Pero estas mujeres habían obtenido tan sólo dos respuestas a sus
plegarias. En la Iglesia: el abuso sexual por parte de los curas. Como salida
al hambre: la prostitución.
Respecto del primer tópico
(Iglesia), aparecen denuncias muy fuertes. En el 3º número de LVM se transcribe un relato en tercera
persona, titulado “Histórico. En el confesionario. El padre confesor y una niña
de 15 años”, donde se relata el diálogo de un cura abusador que se aprovecha de
una joven en el confesionario. Tomando ventaja de la inocencia, la culpa y la
vergüenza de la niña, amenazándola con el “fuego eterno del infierno”,
la lleva a la celda. “El padre confesor con la baba en la boca se abalanza
sobre ella, la niña por instinto de conservación abre la puerta y huye, y nunca
jamás se presentó al confesionario ni tampoco va a la iglesia porque se ha
convencido de que es una farsa que representan esos infames”. La
conclusión, presentada a las/os lectores, es, correspondientemente, la
necesidad de romper con la Iglesia y abrazar el pensamiento anarquista: “Padres
de familias que tenéis hijos, no los mandéis jamás a esos antros de ignorancia
y depravación, no mandéis a vuestros hijos al confesionario porque esos infames
buscarán de corromperlos y hacerlos servir de pasto para sus lúbricas pasiones
(…) Y vosotras niñas si no queréis ser víctimas de esos asquerosos reptiles, no
tratéis nunca con la gente que huele a sotana y evitad la ocasión no yendo
jamás a la iglesia. (…) Queridas niñas, estudiad bien la cuestión social y os
convenceréis que la Anarquía es la única idea verdadera de la emancipación
proletaria”[30].
El peso del relato se hace
mayor al afirmarlo como “hecho histórico”, y se remata con la afirmación
de la autora, Luisa Violeta, una de las colaboradoras del periódico, de haber
sido ella la niña abusada: “¿Queréis una prueba de que es histórico el hecho
que acabo de relatar? Pues bien, el padre confesor vivía en la Iglesia de la
Piedad y la niña era… yo”[31].
Esto se refuerza con la inclusión de otros casos, y en el número 5 del
periódico, Luisa responde a aquellos que no creen en la veracidad de sus
palabras transcribiendo una nota del diario Giordano Bruno de la capital donde se denuncian otros casos de
abusos: el cura Rassore de La Plata, violador de dos
niñas; el presbítero Iglesias, violador de una niña de diez años en la Colonia
San Justo; las monjas Catalinas que azotan y apalean a los dementes del
hospital; los fetos encontrados en Puente Alsina, arrojados desde un convento
en las inmediaciones, etc. Así, en esta nota titulada “La inmunda cloaca
clerical”, se caracteriza a las iglesias y conventos como “verdaderas casas
de prostitución donde se cometen toda clase de infamias”[32].
Respecto del segundo tópico,
el de la prostitución, retomamos el relato de “Nuestros propósitos”. Frente a
sus plegarias por su situación de miseria, estas mujeres habían recibido “la
mirada lasciva y lujuriosa del que anhelando cambiar de continuo el objeto de
sus impuros placeres, nos ofrecía con insinuante y artera voz un cambio, un
negocio, un billete de banco con que tapar la desnudez de nuestro cuerpo, sin
más obligación que la de prestarles el mismo”[33].
Como móvil de la
prostitución, además de la miseria propia, aparece un lugar común asociado a la
condición maternal de la mujer como motivo de su accionar. Lo que movía a esas
mujeres era fundamentalmente la necesidad de alimentar a sus hijos. “Casi
vimos a nuestros hijos, pálidos, débiles y enfermizos… y la briza caliginosa
ya, nos traía la eterna melodía del pan. ¡Mamá, pan por Dios!”[34].
En esta línea, Pepita Gherra relata en “Girones!...”
una serie de casos, uno de los cuales refuerza lo antedicho. Narrado en primera
persona, cuenta la historia de una joven, a quien sucede “lo que mas temía,
esto es, fue madre sin ser esposa. Seducida por un capataz de una fabrica (…)
fue abandonada por el cuando estaba próxima a ser madre, y para huir de mi
cólera fue a ocultar su falta en un hospital y cuando fue a ocultar su falta en
un hospital y cuando pasado el período de la convalecencia buscó trabajo y se
convenció que en ninguna parte obtendría lo suficiente para pagar la lactancia
de su niña (…) y cubrir sus necesidades, no halló mas camino que el de la prostitución”[35].
La historia termina de forma trágica pues la muchacha muere de tisis en el
hospital de mujeres.
Estas denuncias están en
consonancia con lo analizado por Donna Guy en El sexo peligroso…, donde
la prostitución aparece ligada a la condición de clase de las mujeres pobres, y
sus dificultades para insertarse en el mercado laboral. “Las perspectivas de
trabajo en 1869 en Buenos Aires eran escasas y cerca del 16 % de toda la
población femenina trabajaba en elaboración de tejidos, costura o manufactura
de cigarrillos (…) Para las mujeres pobres de la capital, las alternativas más
frecuentes a la prostitución eran el servicio doméstico y la costura por
remuneraciones miserables”[36].
Si bien esta situación se modifica para la fecha del segundo censo nacional en
1895, con la mayor oferta de “trabajo honesto” para las mujeres (aunque la
mayor parte seguía vinculado al servicio doméstico y la costura), lo cierto es
que el mercado laboral para las mujeres seguía siendo restringido y el 65 % del
total de mujeres mayores de catorce años no tenía ningún trabajo[37].
Así, “la prostitución se convirtió en una alternativa real para muchas mujeres
pobres de la ciudad”[38],
ya fueran inmigrantes del sur y este europeo, o migrantes rurales del interior
expulsadas por la pobreza del campo. El relato antes descripto en “Girones…”
pone de manifiesto que la prostitución es una problemática mayoritariamente de las
mujeres de la clase obrera.
Este caso contrasta con
otro, incluido en el mismo artículo, donde una joven, que podemos asumir
provenía de una situación económica acomodada, padece también un embarazo no
buscado. La muchacha decide entregar su hija en adopción puesto que sus amores
no estaban legalizados por el casamiento. En este caso, los móviles son la
vergüenza y la honra: “Mis padres ancianos ya, morirían de vergüenza y
morirían maldiciéndome si supieran que yo, yo su única y querida hija les había
deshonrado”[39]. El
contraste entre ambas situaciones es notable. La mujer obrera vive el fantasma
de la prostitución como una experiencia propia, vinculada a su situación de
clase. La mujer burguesa, en cambio, se ve oprimida por la institución del
matrimonio y la vergüenza.
La vinculación entre la
prostitución y el trabajo femenino es puesta de manifiesto por Donna Guy: “Si
el papel social y económico de las mujeres establecía un nexo entre familia y
nación, las mujeres que se colocaban fuera de las estructuras familiares
tradicionales representaban una amenaza para la nación. (…) al vincular la
noción de trabajo femenino inapropiado con salarios en efectivo, los políticos
declaraban que las mujeres de clase baja eran tan peligrosas como las
prostitutas para la imagen de comunidad nacional argentina”[40].
Las imágenes negativas sobre el trabajo femenino que circulaban en la época, incluyendo
entre ellas, como ha demostrado Marcela A. Nari[41],
se conjugan con las imágenes en torno a la prostitución. Estas mujeres
trabajadoras infectaban a su prole con sífilis, y podían dar nacimiento a una
generación de argentinos marcada por la enfermedad, desprovista de una vida
familiar y una estabilidad económica aceptables[42].
La fábrica como un espacio que destruía y enfermaba los débiles cuerpos
femeninos, poniendo en riesgo su prole, encajaba en esta descripción. El estado
de persecución y sospecha en que vivían las prostitutas, según describe Donna
Guy, recaía sobre todas las mujeres con una condición visible de trabajadoras
(lavanderas, costureras, etc.). “En una sociedad donde las mujeres trabajadoras
eran la excepción, el trabajo femenino remunerado en lugares públicos era
equivalente a comercio sexual”[43].
El lugar común sobre el rol
maternal de la mujer que aparece en estas descripciones es reiterado desde LVM.
A la vez que denuncian, y hasta discuten con sus propias acciones el lugar
tradicional otorgado a la mujer, las redactoras del periódico al mismo tiempo
lo refuerzan y reafirman. En “A las madres”, Pepita Guerra apela a sus lectoras
en tanto madres, a su lugar maternal y su preocupación por el porvenir negro
que espera a sus niños, para convencerlas a abrazar el comunismo anárquico como
lo ha hecho ella. La idea de fondo es que deben hacerlo “por sus niños”,
“por el porvenir de vuestros niños”: “¿Y vuestros hijos? ¡Oh,
madres!... ¿Y vuestras niñas?...”. Así, Pepita apela al lugar más convencional
de las mujeres, para tratar de arrebatarlas de su inacción, lo cuál es, al
mismo tiempo, una forma de ruptura con este rol estatuido de las mujeres. Pero
la fundamentación se repite: “¡Qué dicha es ser madre! (…) Dulce y triste es
para mi el ver la juventud nacientes, es decir, la infancia. La vista de un
niño regocija mi corazón por un momento, porque amo los niños, mas no puedo
tampoco ver un niño sin que mi corazón se oprima y se sienta dolorido, hinchado
de amargura”[44] por
el oscuro porvenir que les espera.
Esto puede vincularse con la
noción de Thema Kaplan[45]
de conciencia femenina, de una conciencia que emana de la división sexual del
trabajo y el rol de madres y esposas. La fuente revela una enorme complejidad y
contradicción: estas mujeres tienen una conciencia política atravesada por su
conciencia femenina porque ellas denuncian la opresión, el rol de la mujer en
la sociedad, la no existencia de su trabajo, pero a su vez se ven a sí mismas
como madres y esposas.
En “¡Madres, educad bien a
vuestros hijos!” Luisa Violeta profundiza esta fundamentación al destacar, ella
también, el rol fundamental de las mujeres en la educación y formación de las
generaciones futuras. Sólo que aquí, los valores que estas mujeres deben
transmitir, son opuestos a los tradicionales. Son los valores del comunismo
anárquico: la igualdad, el rechazo del dinero, el rechazo de la religión y a
los sentimientos patrióticos, el desprecio a toda autoridad. “Enseñadles que
el Comunismo Anárquico es la paz y la felicidad universal, la idea de la nueva
generación. ¡Madres! Enseñad todas estas verdades a vuestros hijos, porque
tened entendido que los niños de hoy serán los hombres del mañana. Y esta juventud que se desarrolla bajo tan sublimes auspicios será la
que en día no lejano ejecutará todos los actos que escritos están en el libro
del Porvenir. Entonces, compañeras, entonces mujeres que jamás os habéis
preocupado de vuestra libertad, entonces repito, levantará el grito de protesta
(…) Entonces, mujeres, ya no tendréis que llorar la partida de vuestros
esposos, la deshonra de vuestras hijas, la muerte de vuestros hijos en los
campos de batalla”[46].
Este relato refuerza el rol
de las mujeres en tanto madres, su rol de esposas, su papel en la educación de
los hijos y la reproducción de las generaciones futuras. Un papel tradicional,
pero con valores invertidos. Asimismo, el rol de las mujeres queda reducido a
la educación de los niños, que serán los hombres y mujeres que mañana liberarán
a la sociedad de sus males.
Asimismo, se refuerza el
lugar común de la mujer joven como soñadora, ilusa e irracional, cegada por el
“sueño de la infancia” y las “ilusiones que trae consigo la juventud”,
que no ve aún que su vida será de infortunios, sufrimientos y horrores. Al
comprender y padecer esto, al recurrir en busca de explicaciones a la
literatura anarquista, las jóvenes proletarias “sentiréis en vuestras venas
hervir la sangre con ardor y os reconoceréis con fuerza suficiente para la
lucha”[47]. De
su debilidad e irracionales ilusiones, sacarán su fuerza para la lucha.
Si de ilusiones se trata, en
la tapa del Nº 7 Pepita Guerra realiza el retrato ideal de la “Silueta” del
anarquista con quién establecerá su unión “sin curas ni jueces”, en consonancia
con la teoría del amor libre defendida por estas mujeres. Se trata de una
descripción totalmente idealizada, que bien podría describirse como el “sueño
de la infancia” o la “ilusión” de una joven proletaria anarquista. “Altivo
sin pedantería ridícula, cariñoso y noble”, “sencillo en sus modales”,
de “corazón ardiente y generoso”, “compasivo y tierno” pero “implacable
para con sus eternos e irreconciliables enemigos”, los elogios se suceden
al describir la faz exterior de este anarquista. Ahora bien, en su faz
interior, “en el hogar es sumamente tierno y cariñoso para con los niños y
la mujer, no por creerse su protector sino simplemente por cariño. Ama y trata
con dulzura a su esposa, a quien llama “compañera” (…), en su hogar hay un amor
dulce y sereno, un puro y constante afecto, que códigos, leyes, curias ni
registros no pueden dar jamás”. Más allá de las referencias al amor libre,
al anarquista que trata a su mujer “sin hacer valer una autoridad,
preponderancia o superioridad” puesto que “a su lado su compañera goza
de toda cuanta libertad puede gozarse”[48],
la imagen utópica de familia que se construye no aparece muy alejada de los
relatos tradicionales pero sí de las acciones tradicionales. Como vimos a lo
largo del periódico, el rol de la mujer en el hogar se cuestiona, pero con
límites marcados: no se cuestiona ni su papel en la crianza de los niños ni la
distribución de las tareas en el hogar. Lo que aparece, más bien, es la idea de
que el ideal de familia burguesa no puede realizarse para los proletarios por
su pobreza y miseria; en un mundo comunista anárquico, con las necesidades
básicas realizadas, este podría concretarse para convertirse el hogar en el
refugio amoroso y tierno de esta familia, con limitaciones, revolucionaria.
Este ideal del anarquista puede contrastarse con lo
que estas mujeres califican de “falsos anarquistas”, es decir aquellos
que niegan la igualdad de la mujer y la teoría del amor libre. Esta descripción
le cabe, por ejemplo, a Francisco Denambride que
balea a su compañera Anita Lagouardette por querer
abandonarlo. “El proceder de ese individuo no es de anarquista, es de un
verdadero burgués disfrazado, pero burgués despótico y tirano. (…) La Voz de la
Mujer como defensora de los ideales del Comunismo Anárquico y por lo tanto, de
la libertad de la mujer, no tiene por menos de estigmatizar el cobarde atentado
del día 11 contra la libertad y la vida de una compañera”[49].
Si bien no pretendemos ahondar en la cuestión del amor
libre, que ya ha sido abordado por otros trabajos[50],
queremos señalar que este representa, para estas mujeres, la vía de escape
propuesta para huir de aquellos esposos, compañeros proletarios, que lejos del
ideal del anarquista tierno y amoroso, oprimen, maltratan o mantienen en
infelicidad a sus mujeres. Como sostiene Molyneaux,
“Las redactoras veían al amor libre como la solución al problema de las
relaciones entre sexos; cuando el matrimonio, la causa de la miseria y la
desesperación, desapareciera, la casa se volvería “un paraíso de delicias”[51].
Esto nos muestra, en sintonía con lo que venimos analizando, lo que la autora
denomina los “límites del radicalismo sexual de las redactoras”[52].
2. Las mujeres accionan y toman la palabra
En el apartado anterior pasamos revista a los aspectos
de la vida de estas mujeres que aparecían como temática frecuente de denuncias.
Este conglomerado configuraba el sustrato de su experiencia cotidiana, y sobre
esta base va a constituirse, por un lado, su identidad en tanto mujeres
proletarias, y por el otro, sus acciones concretas.
En cuanto a la identidad y la conciencia, la fuente da
cuenta de la interrelación entre lo que podríamos denominar una “conciencia
femenina”, una “conciencia feminista-´revolucionaria´” y una “conciencia
proletaria”. Un ejemplo de esto son las distintas apelaciones a las lectoras
que desfilan por las páginas del periódico: “Nosotras a vosotras” (N4), “A las jóvenes proletarias” (N5), “Madres,
educad bien a vuestros hijos!” (N5), “A las madres” (N8), “A la mujer” (N8), “A
las proletarias” (N8), “A ti” (a su amado) (N8), “A los obreros” (N9), “A los
lectores” (N9). El lector o la lectora ideal de estas páginas es
simultáneamente: mujer, madre, joven proletaria, proletaria y obrero varón.
Esto da cuenta de los distintos códigos identitarios
superpuestos que conforman una única, compleja, a veces contradictoria conciencia.
Podemos denominarla “femenina”, “feminista-revolucionaria” o
“feminista-conservadora” según qué aspecto consideremos[53].
Lo cierto es que la conciencia que de aquí se desprende no constituye un cuerpo
acabado de doctrina sino que en su heterogeneidad conforma un todo que fue,
pese a sus limitaciones, tal vez lo más radical que las mujeres proletarias
anarquistas de esta época supieron construir.
Y sobre esta conciencia es
que se agenciaron y accionaron tratando de transformar su realidad, la de las
mujeres en su conjunto, y también, la conciencia de sus pares proletarios y
anarquistas.
Un primer punto de este agenciamiento es el hecho
probado e indiscutible de que un grupo de mujeres, vinculadas al anarquismo, se
organizara para sacar un periódico con tres ejes conscientes de intervención:
como anarquistas, como proletarias y como mujeres oprimidas. El esfuerzo
material, económico y organizativo desplegado para redactar, publicar y
difundir LVM llega a nuestras manos de forma contundente a través de los
ejemplares que se han conservado.
Otra evidencia de la influencia y el efecto de este
accionar se encuentra en el análisis de las listas de suscriptores/as del
periódico. Allí, aunque el número de suscriptores varones era superior, vemos
que había numerosos grupos de mujeres, o mujeres particulares, que suscribían
al periódico y su causa: “Grupo “Las Rebeldes”” (N1), “Grupo “Las
Vengadoras””(N1), “Grupo “Ni Dios, ni patrón, ni marido”” (N3), “Acracia
García” (N1), “una que no precisa cura, ni jueces para casarse, cuando lo tenga
por conveniente” (N4), “una cocherita” (N8), “una aparadora intransigente”
(N8), “Josefa la costurera”(N8), “Una escoba de burgueses” (N8), “Inés al
Paro”(N8), “Pepita la modista” (N8), “una aragonesa” (N1), “Juana la gallega” (N8),
“una prostituta” (N4), “una austríaca” (N8), entre otros. Esto da cuenta tanto
de mujeres particulares que se consideraban feministas, así como también, de la
organización de más grupos de mujeres feministas preexistentes, que conformaban
el contexto de interacción de LVM. Pero también lo podemos entender como
un efecto de LVM que se traduce en acción. Aunque como sostiene Molyneaux la tendencia anarquista de corte individualista
en la que participaba LVM, orientada más hacia la lucha ideológica que a
las acciones colectivas fue marginándose progresivamente de los trabajadores
comprometidos a la lucha por reformas prácticas, creemos no obstante que otras
afirmaciones de la autora deben matizarse. Como muestra la presencia de
inmigrantes y trabajadoras en las listas de suscripción, no concordamos en que LVM
se “marginalizó en relación con las mujeres trabajadoras a las que buscaba
influir. (…) En general, sus lazos con las realidades de las vidas de las
mujeres inmigrantes en la Argentina estaban extremadamente atenuadas”[54],
ya que parece haber tenido cierta influencia, acorde a la del comunismo
anárquico en general.
Asimismo, el periódico se dirigía a modificar los
pensamientos y acciones de hombres y anarquistas. Estos también eran
suscriptores del periódico, y su influencia y repercusiones sobre otras
publicaciones anarquistas ya ha sido analizada en otros trabajos[55].
LVM generó tanto críticas como comentarios a favor, apoyo material y
acciones de difusión. Juan Arroyo, de Chivilcoy, envía una carta saludando al
periódico, “felicitándome por haber encontrado compañeras que tan
directamente atacan a esos miserables cangrejos que se llaman anarquistas con
la boca, pero nunca con los hechos. Yo por mi parte lo he llevado al seno de
algunos hogares donde ocurre lo que vosotras atacáis. Adelante compañeras”[56].
Otro ejemplo de agenciamiento activo de las mujeres,
que aparece en las páginas del periódico, es el caso de las mujeres víctimas de
la “trata”, lo que en la época se denominaba “esclavitud sexual”, que se liberaron
y comenzaron a organizarse para luchar contra ella. En una nota titulada “Resúrjam…” las redactoras de LVM rescatan,
incentivan y sacan a la luz el primer boletín de estas mujeres víctimas de la
trata que se estaban organizando: “Donde no pudo alcanzar ninguna autoridad
para reprimir la esclavitud de mujeres, muy bien lo pueden unas 150 infelices
que por muchos años vivieron esclavizadas, que fueron explotadas en el modo más
bárbaro. Son 150 ex esclavas, que se unen para desenmascarar a sus verdugos,
para acusarlos ante el Supremo Tribunal de la conciencia pública (…) para
hacerlos aborrecer y maldecir, (…) a los que no quieran dejar que se esclavicen
tantas criaturas humanas al fin de un siglo como el actual. (…)Estamos
dispuestas a hacer cualquier sacrificio para seguir resueltas y llenas de
entusiasmo en la santa misión que nos impusimos, ningún obstáculo nos detendrá
en nuestro escabroso camino”[57].
Las redactoras de LVM alentaron la iniciativa
de estas mujeres, aunque señalando algunas diferencias: “saludamos a una
asociación de bravas pero aún no bien consientes compañeras que por LIBRE Y
ESPONTÁNEA INICIATIVA, sale a luchar en defensa de las víctimas de una clase
esclavitud”[58].
Si los ejemplos del accionar de estas mujeres son
abundantes, esto contrasta con una cantidad de imágenes de inacción y
postración que aparecen en las páginas mismas del periódico. Si un anarquista
bajo el pseudónimo de “Polvorin” felicitaba al
periódico, señalando que “Así como la emancipación de los trabajadores ha de
ser obra de los trabajadores mismos, obra de las mujeres mismas ha de ser su
emancipación de ellas”[59],
había, por el contrario, pedidos de ayuda a los hombres. Así, Soledad Gustavo,
instaba a los hombres a “sacar de su somnolencia” a las mujeres: “¿Qué es lo
que debiera hacer el hombre que trabaja, se agita, lucha, para alcanzar su
emancipación? Conquistar ante todo a la mujer (…) para que no viva en la
ignorancia y en el parasitismo, sustraerla de la perniciosa compañía del
jesuitismo, que se vale del poder que tiene ella sobre el hombre para desdeñar
a la humanidad, adormecer las generaciones”[60].
Estos pedidos se realizaban sobre la base de la idea
de la “¡Pobre mujer!”[61],
ignorante, indiferente, “dormida”, lugares comunes que se filtraban en el
discurso de estas anarquistas que demostraban de sobra no ser ni ignorantes, ni
indiferentes ni somnolientas: “¿Porqué, porqué –preguntará alguien- siendo
un ser quizás “el más esclavo de todos”, se mantiene en la ignorancia de sus
derechos y de los derechos de los demás, vive en la indiferencia, olvida que
ella es hija, esposa y madre de los que mueren combatiendo a los tiranos”.
Y nuevamente “el hombre al alcanzar la libertad de la mujer, habría
conquistado su emancipación”[62].
Entonces, ¿de
quién sería obra la emancipación de la mujer? Si hemos de juzgar por sus
acciones, estas mujeres parecían querer ser partícipes de su propia
emancipación. La Redacción aparece con un discurso sumamente distinto al de
Soledad Gustavo. “Hastiadas de pedir y suplicar (…) hemos decidido levantar
nuestra voz en el concierto social y exigir, exigir decimos”[63].
Esto no parece ser un pedido de ayuda, sino una forma de hacerse cargo de su
propio destino y su propia emancipación. Así, discuten los prejuicios y los
lugares comunes, puesto que “nosotras (despreciables e ignorantes mujeres)
tomamos la iniciativa de publicar “La Voz de la Mujer”” (…) nosotras las
torpes mujeres también tenemos iniciativa y esta es producto del pensamiento
¿sabéis? también pensamos”. (…) Ya teníamos la seguridad de que si por nosotras
mismas no tomábamos la iniciativa de nuestra emancipación, ya podíamos darnos
por momias”[64].
Pepita Guerra refuerza esto al señalar de forma contundente: “Queremos hacer
comprender a nuestras compañeras que no somos tan débiles e inútiles cual creen
y nos quieren hacer creer, los que comercian con nuestros trabajos y nuestros
cuerpos. Queremos libertarnos, rompiendo, deshaciendo y destrozando, no sólo
nuestras cadenas, sino también al verdugo que nos las ciñó”[65].
Para Pepita Guerra, la emancipación de las mujeres sería por obra propia.
Asimismo, un análisis concreto de la participación
femenina en la protesta obrera y gremial en el periodo iluminaría en gran
medida la cuestión del accionar, más allá de lo que se ve en esta conciencia
contradictoria. ¿Cuánto de estas
imágenes no es más que la repetición de un discurso hegemónico sobre la
pasividad de la mujer? A modo de ejemplo, podemos citar la participación de
las mujeres alpargateras en la huelga ferroviaria que se sucede por las mismas
fechas de la publicación de LVM, tal como relata el diario La Nación.
“Ya no son sólo los obreros de los ferrocarriles los que se vienen
declarando en huelga. El movimiento ha repercutido en talleres que nada tienen
que ver con las vías férreas. Así sucedió ayer en la fábrica de alpargatas de
la calle Defensa, donde a la 1.45 de la tarde todas las mujeres y el escaso
personal de hombres del establecimiento abrían las puertas para salir a la
calle dejando las máquinas paralizadas”[66].
La cuestión de la participación y el activismo femenino en el movimiento obrero
merece un análisis en profundidad, puesto que es un aspecto del conflicto
social de la época que ha permanecido invisibilizado y contribuye a
desmitificar las imágenes de pasividad de las mujeres, destacando su capacidad
de agenciamiento activo.
En este mismo sentido, queremos proponer una
explicación alternativa a las existentes[67],
respecto de la desaparición del periódico, sobre la base de las notas
publicadas en La Anarquía concluido el mismo. Este periódico y su
relación con LVM no han sido tomados en cuenta por los investigadores,
pero parece sin embargo de suma importancia puesto que dedica un número
completo a la desaparición del mismo, redactando la misma Pepita Guerra su artículo
principal o editorial.
Es posible que, como señala Molyneaux,
las trabas de los hombres encargados de la difusión y circulación del periódico
hayan afectado su supervivencia. No creemos, no obstante, que “había o bien
pocas mujeres atraídas por el anarquismo en la Argentina del siglo XIX, o pocas
que simpatizaran con el proyecto de LVM”[68].
Como aparecía en las listas de suscriptores, las mujeres que apoyaban el
proyecto. Si bien no eran mayoría, no eran pocas. Por el contrario, creemos que
las dificultades de redacción, edición, publicación, financiamiento y
circulación del periódico son asimilables a las que padecían la mayor parte de
los periódicos del comunismo anárquico en el periodo. Como señala Laura Fernández
Cordero, “El discurso de la prensa anarquista tiene
características muy particulares relacionadas en parte con sus condiciones de
producción. En principio, surge de emprendimientos muy esforzados, sostenidos
por suscripciones voluntarias, a veces efímeras o irregulares en su concreción.
“Aparece cuando puede” es el aviso que acompañaba los primeros periódicos, por
lo menos hasta que lograron sostener proyectos más estables como El
Perseguido o, por supuesto, La Protesta. Los equipos de redacción se
vieron sometidos en diversos momentos a los viajes constantes de sus miembros,
las deportaciones, los encarcelamientos y hasta las disputas internas”[69]. Si,
como detalla Alejandra Vassallo, entre 1890-1900 se
publicaron en el país al menos 39 periódicos anarquistas (destacándose el año
de 1896, en el que se publicó LVM, con el profuso número de 20), y de
entre ellos, 34 apenas si superaron el año de vida (El Perseguido, El
Oprimido, L’Avvenire, La Protesta
Humana y El Rebelde), ¿por
qué habría LVM de correr un destino diferente?
A diferencia de lo que
afirma Alejandra Vasallo, quien sostiene que “cuando el periódico dejó de
concentrarse en una crítica de género de la sociedad y del movimiento
anarquista, la razón generadora del proyecto pareció perder sentido. Ya no
representaba una voz diferente”[70], no
consideramos que este sea el caso, por varias razones. En primer lugar, la
cuestión de género atraviesa al periódico hasta su último número. A lo largo de
este trabajo hemos incorporado denuncias a la opresión de género tanto de los
primeros como de los últimos números. Asimismo, en el periódico La Anarquía
en su n° 22 del 8 de agosto de 1897, hay una nota de Pepita Guerra en la que la
opresión de la mujer se denuncia con el mismo tenor con el que lo hacía en LVM:
“¡Ay! Yo quisiera que el mundo entero
comprendiera al fin que las mujeres también somos seres humanos que pensamos y
sentimos (…) El hombre, debido a su poca perspicacia (…) cae en un error
vulgarísimo: cree posible obtener su libertad sin la libertad nuestra (…) y
gusta de tenernos sometidas a su tutela protectora”[71].
En segundo lugar, como
veníamos diciendo, no se puede hacer un análisis cerrado del periódico, sino
incluyéndolo en su contexto tanto ideológico como periodístico en el sentido de
hacer un análisis que incluya a los periódicos que forman parte del mismo
corpus periodístico. LVM parece correr la misma suerte que la mayor
parte de los periódicos anarco-individualistas.
En tercer lugar, como
prueba más contundente de que sigue habiendo grupos de mujeres feministas y
anarquistas que “siguen en la brecha”, de la acción y de la palabra, en el
mencionado número de La Anarquía en la nota “Varias” las
redactoras de la LVM sostienen: “Como sabrán nuestros lectores de La
Voz de la Mujer cesa en su publicación víctima del indiferentismo cobarde e
inconsciente. No obstante otras compañeras se proponen remplazarla con otro
nuevo campeón, defensor y propagador de la emancipación de la mujer… Su
propósito: completa emancipación de la mujer y del hombre en el sentido
económico social. Abolición del tutelaje doméstico que ejerce el hombre sobre
la mujer, o en otros términos, absoluta libertad e igualdad para ambos sexos”[72] Este
nuevo periódico se llamaría El Ideal, y si bien desconocemos si llegó a
publicarse puesto que no se han conservado ejemplares, la misma intención es
prueba de la permanencia de la crítica de género.
En cuarto lugar, no creemos
que su desaparición deba atribuirse a una cuestión de especificidad de su
discurso, sino en cambio a los problemas materiales de la organización del
grupo de mujeres que lo editaba. De manera similar al resto de los grupos
anarquistas individualistas, consideramos más factible que hayan sido víctima
de su propia anti-organización y de las dificultades financieras que lo
aquejaban. Si un periódico es la expresión material y la voz de una organización,
una tendencia contraria a la organización se encontraba en serias dificultades
para constituirse como un grupo estable. Podemos suponer que LVM no dejó
de aparecer porque su voz no fuera diferente, sino más bien porque aquellas que
la emitían no lograron consolidarse como grupo y terminaron dispersándose como
organización, como ocurrió a los grupos que editaban los 33 periódicos anarquistas
restantes que tampoco logran sobrevivir. La especificidad debe buscarse en cada
caso. Para LVM, no disponemos de más datos que aquellos aportados por
sus redactoras en La Anarquía, puesto que el número 10, último número
del periódico, no se ha conservado[73]: “Después
de un año y 6 meses, que más que de vida fueron de agonía, La Voz de la Mujer
cae vencida por la indiferencia, o por su propia impotencia, pero sin desertar,
sin perder la firme y serena convicción de sus ideales.
Hoy, más que nunca, quizás
la mujer sufre y llora; hoy, más que nunca, yace en la triste postración en que
la han sumido sus prejuicios y la brutal preponderancia del varón. Hoy, más que
nunca, necesita que la voz del amor, de la vida y la verdad resuene cariñosa en
sus oídos.
Nosotras lo comprendemos
así, más las fuerzas nos faltan. Y por eso al retirarnos abatidas pero no
vencidas, invitamos a los fuertes y animosos a tomar nuestra tarea y en nombre
de los mártires de la humanidad, al recordar las lágrimas que han derramado:
¡hasta pronto, falange de oprimidos, hasta pronto, caterva de opresores! Os
dice La Redacción de La Voz de la Mujer”[74].
Lo que parece evidente, asimismo, es que a lo largo de
los cambios de redacción, la figura de Pepita Guerra, que a partir del número 7
parece convertirse en la redactora casi única del periódico, se encuentra cada
vez más sola. Aquellas mujeres que, como Luisa Violeta, Josefa M, R. Martínez,
o Rosario de Acuña, habían contribuido en los primeros números, parecen
alejarse del proyecto. Si hemos de encontrar una explicación para el
abatimiento y la falta de fuerzas del periódico en su etapa final, es en esta dispersión
y falta de organización del grupo que lo publicaba, en concordancia con la
tendencia anti-organizadora dominante en el anarquismo de la época.
De Pepita Guerra sabemos que publica en La Anarquía,
a la que agradece el espacio en sus páginas, “prestando o poniendo a
disposición de la mujer que quiere y lucha por ser libre, las columnas de LA
ANARQUÍA”[75].
Vassallo señala que Oved la
encuentra, en 1898, escribiendo para El Rebelde, otro periódico
anti-organizador.
Como indicamos anteriormente, un grupo de lectoras de LVM
se propone continuar la tarea: Filomena Lafuente, Cardelia
Tetrarca, Carlota de Pilar López, Aurora Alonso y María Villanova “se
proponen reemplazarla con otro nuevo campeón, defensor y propagador de la
emancipación de la mujer. (…) El Ideal, periódico femenino que aparecerá
quincenalmente y por suscripción voluntaria”[76].
No sabemos si el proyecto llegó a concretarse, pero el hecho de que un grupo de
mujeres se propusiera la tarea ya es de por sí un significativo accionar.
Palabras finales
En el transcurso de estas páginas hemos abordado a
través de La Voz de la Mujer y La Anarquía las experiencias de
las mujeres trabajadoras y militantes feministas de la corriente del comunismo
anárquico. Hemos visto que es importante dar cuenta del agenciamiento de estas
mujeres que sufrían la doble opresión, no solo en el sentido de tomar la
palabra sino también de accionar sobre su realidad. Hemos visto como sus
experiencias en el trabajo domestico, en el trabajo productivo y en la
sexualidad han marcado un tipo de accionar revolucionario que no se quedó en la
palabra.
Queremos también dar cuenta de la importancia de
incorporar la dimensión de género en los estudios de movimiento obrero y su
militancia ya que no es lo mismo ser obrera que ser obrero y no es
lo mismo tampoco ser militante varón o mujer[77].
Hemos visto que es una relación a veces conflictiva y
otras veces solidaria dentro de la clase obrera y dentro de la corriente
anarquista. Porque junto a Nari, pensamos que “las
divisiones de clase se acentúan por la discriminación sexual en el mercado de
trabajo”[78].
Consideramos que el feminismo revolucionario que se
distancia del feminismo burgués, es el feminismo de la clase obrera, y que La
Voz de la Mujer no desapareció por dejar de ser feminista. Hemos querido
mostrar que esto no fue así, puesto que hasta el último número conservado del
periódico el tema de género fue un tema principal. Hemos visto también como en
última instancia las experiencias de las mujeres trabajadoras son las que
inspiran estas denuncias, y que las redactoras tenían interlocutoras: no
escribían en el aire.
Este análisis del periódico, si bien centrado en su
discurso, ha tratado de mostrar cómo a través de él se ponen de manifiesto las
experiencias concretas de las trabajadoras. Con este trabajo pretendemos
aportar al estudio de las relaciones de género dentro de la clase obrera que,
como hemos advertido en trabajos anteriores[79],
consideramos que no se puede dejar de lado
cuando se estudian las clases sociales.
RESUMEN
“Hastiadas
de tanto y tanto llanto y miseria…, de ser el juguete, el objeto de los
placeres de los infames explotadores”. Visibilizando a las mujeres proletarias
En este trabajo pretendemos aportar al análisis de los
conflictos de género, a partir del estudio minucioso de La
Voz de la Mujer. En este periódico comunista anárquico feminista de Buenos
Aires del fin de siglo XIX escrito por mujeres, se estudia cómo se ven
representados allí estos conflictos entre los propios militantes, partiendo de
las experiencias concretas que denunciaban las trabajadoras y el periódico
transmitía. Asimismo, se analiza otro periódico de la misma tendencia, La Anarquía, para ver la llegada de La
Voz... y la respuesta de las voces masculinas. El estudio de este
agrupamiento de mujeres unidas por su condición de género y de clase en pos de
la liberación de la mujer como doblemente oprimida es idóneo para la iluminar
las relaciones de género al interior de la clase obrera.
Palabras clave: relaciones de género –
trabajadoras – feminismo - anarco-comunismo
ABSTRACT
“Tired of so many tears and misery
..., of being the toy, the object of the pleasures of
infamous exploiters”. Visibilizing proletarian
women
In the present article, we intend to
contribute to the analysis of gender conflicts by the study of
the La Voz de
la Mujer. In this feminist anarcho-communist newspaper from
Key
words: gender relations – workers – feminism - anarcho-communism
Recibido:
17/06/2011
Aprobado:
12/03/2012
Versión
final: 14/05/2012
Notas
(*) Historiadora por la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Interdisciplinario de Estudios de Género (IIEGE). Ayudante de Primera, Historia Argentina II (1860-1916) del Departamento de Historia de la misma casa. E-mail: vero_clio@yahoo.com.ar
(**) Historiadora por la Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras. Adscripta Historia Social General del Departamento de Historia de dicha facultad. E-mail: ludsch@gmail.com.
[1] KELLY, Joan, “La relación social entre los sexos: implicaciones metodológicas de la historia de las mujeres” EN: NAVARRO, M. SIMPSON, Sexualidad, género y roles sexuales, FCE, Bs. As., 1999, p. 20.
[2] THOMPSON Edward P., Miseria de la teoría, Crítica, Barcelona, 1981, pp. 19 y 20.
[3] THOMPSON Edward P., La formación de la clase obrera en Inglaterra, Tomo I, Ed. Crítica, Barcelona, 1989, pág. 14.
[4] ARTOUS Antoine Los orígenes de la opresión de la mujer Fontamara,
Barcelona, 1982, p. 16. El autor en esta obra hace una crítica constructiva a
los planteos de Marx el lugar de la mujer en sistema capitalista, expuesta en MARX,
Karl; El Capital, Tomo I, Vol. 2,
libro primero, Siglo XXI, Bs. As., 2011, pp. 480-490. Según Artous,
Marx no analizó en profundidad el carácter del trabajo doméstico en el modo de
producción capitalista, por esto se propone hacerlo inmerso en el debate al
respecto (ver infra).
[5] ARTOUS A., op.cit. p. 18.
[6] PEREZ FUENTES, Pilar, “El trabajo de las
mujeres en la España de los siglos XIX y XX: consideraciones metodológicas”.
EN: Arenal. Revista de Historia de las
Mujeres, 1995, Vol. 2, n° 2, pp. 219-245.
[7] ARTOUS A., op. cit. Pág. 39. Allí el autor, a quién seguimos en este punto,
fundamenta por qué la ley del valor no rige para el trabajo doméstico. Al
respecto hay un debate entre estudiosos marxistas en cual se discute si es que
el trabajo doméstico existe o no, es decir, si es productivo en el sentido
capitalista del término o no lo es, si produce plusvalor
o no, y si lo hiciere, qué carácter tendría esta producción. La razón de este
debate es que Marx no analizó el trabajo doméstico en El Capital y esto provocó una serie de estudios que tuvieron como
objetivo profundizar en algo que había quedado pendiente en la obra del autor.
ALZON Claude en La femme potiche et la femme bonniche,
Maspero, plantea que el trabajo doméstico es un
trabajo productivo porque este trabajo existe y es perfectamente conocido.
Siguiendo este mismo punto de vista, DALLA COSTA María Rosa y JAMES Selma en El poder de las mujeres y la subversión de
la comunidad, Siglo XIX, afirman que el trabajo doméstico es productivo en
el sentido marxista del término. Según “El Colectivo de Reims” y SECCOMBE Wally en particular en El
ama de casa bajo el capitalismo (obra conjunta con GARDINER Jean y HARRISON
John), Cuadernos Anagrama, el trabajo doméstico no es productivo pero sí genera
valor al contribuir al mantenimiento de la fuerza de trabajo para los
capitalistas, esto es conserva el valor de dicha mercancía: la fuerza de
trabajo el autor plantea que “cualquier trabajo produce valor cuando produce
una parte cualquiera de una mercancía que tiene su equivalencia con otras
mercancías que existen en el mercado. El carácter de valor de la fuerza de trabajo
joven existe con anterioridad a la venta de la misma en el mercado y por lo
tanto se ha producido un valor de cambio en el seno del hogar” Para todos estos
autores el trabajo doméstico es un trabajo que existe en el modo de producción
capitalista. Artous, por su parte, aunque coincide
con Seccombe en que “cualquier trabajo produce valor”
le critica el hecho de que hace una analogía superficial con el obrero que hace
diferentes partes de una mercancía, porque “la mujer en el hogar no produce una
mercancía (la fuerza de trabajo) sino bienes y servicios que consumidos por un
individuo contribuyen a reproducir su fuerza de trabajo. Decir que el trabajo
domestico produce fuerza de trabajo, o sea, una mercancía, significa eludir este matiz importante. Lo que
determina el proceso de trabajo doméstico es que representa una producción privada (…) porque se efectúa
en el ámbito privado y porque se realiza para un uso privado”, según el autor,
el trabajo doméstico es un trabajo que no existe en el modo de producción
capitalista porque la ley del valor no tiene efecto directo sobre el mismo. El
autor se apoya en que Marx no ahondó en el carácter del trabajo doméstico y
solo lo abordó a partir de que pierde el carácter de trabajo doméstico,
haciéndose cargo de ello el capital para convertirlo en producción destinada al
mercado (como criadas, nodrizas, etc.). Entonces para el autor este trabajo es
un trabajo que “no existe”. Esta postura tienen también COULSON M, MAGAS B,
WAINWRIGHT en Critique Communiste N° 4 s/f
[8] MARX, Karl, El Capital, Tomo I.
Vol. 2, Libro Primero, Siglo XXI, Bs. As., 2011. pp. 480-482.
[9] MARX, K., op.cit., pp. 615-627.
[10] Este concepto ha sido desarrollado, en NORANDO Verónica y SCHEINKMAN Ludmila, “Roles sexuales y lucha de clases. La huelga de las obreras de la casa Gratry, Nueva Pompeya, 1936 ´Genéro´y ´Clase´ en disputa.” EN: Razón y Revolución. N° 21, Bs. As., 2011.
[11] Argentina era el país con la más alta
proporción de inmigrantes con respecto a la población indígena en el mundo. En
la víspera de la 1º Guerra Mundial, el 30% de la población argentina era
inmigrante, en contraste con el 14% de la población en los Estados Unidos. SOLBERG Carl, Inmigration and Nationalism in
[12] ROCCHI Fernando, “Concentración de
capital, concentración de mujeres. Industria y trabajo femenino en Buenos Aires
1890-
[13] MOLYNEAUX, Maxine “Ni Dios, Ni Patrón, Ni Marido. Feminismo anarquista en la Argentina del siglo XIX.” EN: La Voz de la Mujer. Periódico Comunista-Anárquico. 1896-1897. Universidad Nacional de Quilmes, Bernal, pp. 14.
[14] Ver SURIANO, Juan. (comp.) La cuestión
social en Argentina 1870-1943, Bs. As., La Colmena, 2000.
[15] ROCCHI F., op. cit.
[16] Ídem. Por el contrario, María del Carmen Feijóo había considerado que se trataba de un mito. FEIJÓO María del Carmen, “Las trabajadoras porteñas a comienzo del siglo” EN: ARMUS Diego (comp.) Mundo urbano y cultura popular. Estudios de Historia Social Argentina, Sudamericana, Bs. As., 1990.
[17] Se pueden citar entre otros, los trabajos
de D’ANTONIO, Débora y ACHA, Omar, “La clase obrera “invisible”: imágenes y
participación sindical de las obreras a mediados de la década de 1930 en
Argentina”, en HALPERÍN, Paula y ACHA, Omar (coords.)
Cuerpos,
géneros e identidades, Bs. As., Signo, 2000. PASCUCCI, Silvina., Costureras,
monjas y anarquistas. Trabajo femenino, Iglesia y lucha de clases en la
industria del vestido (Buenos Aires 1890-1940), Bs. As., RyR, 2007; LOBATO Mirta, “Mujeres obreras, protesta y
acción gremial: los casos de la industria frigorífica y textil en Berisso” en
BARRANCOS Dora Historia y género,
Bs. As., CEAL, 1993; RODRIGUEZ, Florencia "¿Masculinidad Clasista? Aportes
a un debate abierto en el
[18] Nos hemos basado en la lectura que de los censos ha hecho: NARI Marcela María Alejandra, Políticas de maternidad y maternalismo político. Buenos Aires, 1890-1940 Biblos, Bs. As., 2004.
[19]Según la lectura que hizo QUEIROLO Graciela del censo industrial de 1935, el peso de las mujeres fue mayor en varias de las industrias en expansión: en la producción química, el 31%, en manufacturas el 35,5%. Ver QUEIROLO Graciela “Las mujeres y los niños en el mercado de trabajo urbano (Bs. As., 1890-1940)”, en RECALDE, H. E. (coord.), Señoras, universitarias y mujeres (1910-2010), Bs. As., Grupo Editor Universitario, 2010.
[20]NARI, op.cit. afirma que la mayoría de las mujeres de la industria de alimentación eran empaquetadoras; en confección, modistas y aparadoras; en química, aparadoras; en textiles la mayoría hilanderas.
[21] La Voz de la Mujer Nº 8, p. 3. En adelante LVM.
[22] Entre sus antecedentes inmediatos se
cuentan los folletos Propaganda Anarquista entre las Mujeres, analizados
por FERNÁNDEZ CORDERO Laura: “Queremos
emanciparos: anarquismo y
mujer en Buenos Aires de fines del XIX”. EN: Revista IZQUIERDAS, Año 3, N°6, 2010.
[23] BARRANCOS Dora, Anarquismo, educación y costumbres en la Argentina de principios de siglo. Contrapunto, Bs. As., 1990, pp. 268.
[24] LVM, N° 8, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1896, pág. 4: “A las proletarias”.
[25] LVM, N° 8, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1896, pág. 3: “A la mujer”.
[26]ARTOUS A, op. cit. pp. 12.
[27] LVM, N° 4, Buenos Aires, 27 de marzo de 1896, pág. 2: “Nosotras a vosotras”.
[28] LVM, N° 8, Buenos Aires, 14 de noviembre de 1896, pág. 3: “A las proletarias”
[29] LVM, Nº 1, 8/1/1896, “Nuestros propósitos”.
[30] LVM, Nº 3, 20/2/1896. “Histórico. En el confesionario. El padre confesor y una niña de 15 años”.
[31] Ídem.
[32] LVM, Nº 5, 15/5/1896. “La inmunda cloaca clerical”.
[33] LVM, Nº 1, 8/1/1896. “Nuestros propósitos”.
[34] LVM, Nº 1, 8/1/1896. “Nuestros propósitos”.
[35] LVM, Nº 7, 18/10/1896. “Girones!...”.
[36] GUY, Donna, El sexo peligroso. La prostitución legal en Buenos Aires, 1875-1955, Bs. As., Sudamericana, 1994, p. 60.
[37] Ídem, p. 63.
[38] Ídem.
[39] LVM, Nº 7, 18/10/1896. “Girones!...”.
[40] GUY, Donna, op. cit., p. 13.
[41] NARI Marcela, “El movimiento obrero y el
trabajo femenino. Un análisis de los congresos obreros durante el período 1890-
[42] NARI, op. cit. y LOBATO Mirta Zaida, Historia de las trabajadoras en la Argentina (1869-1960) Edhasa, Bs. As., 2007.
[43] GUY, D., op.
cit., p. 64.
[44] LVM, Nº 8, 14/11/1896 “A las madres”.
[45] KAPLAN Temma,
“Conciencia femenina y acción colectiva. El caso de Barcelona, 1910-
[46] LVM, Nº 5, 15/5/1896. “¡Madres, educad bien a vuestros hijos!”. La negrita es nuestra.
[47] LVM, Nº 5, 15/5/1896, “A las jóvenes proletarias”.
[48] LVM, Nº 7, 18/10/1896
“Siluetas”.
[49] LVM, Nº 5, 15/5/1896. “Última hora. A los defensores de Francisco Denambride”.
[50] MOLYNEAUX, M. op. cit.
[51] Ídem, p. 29.
[52] Ídem, p. 30.
[53] Aquí retomamos, a la vez que discutimos, las categorías de Temma Kaplan. Consideramos que la diferenciación entre conciencia femenina y feminista, si bien es útil analíticamente, no puede encontrarse de forma diferenciada en la realidad, coexistiendo muchas veces ambos aspectos en un mismo sujeto, como es el caso que analizamos aquí. KAPLAN T, op. cit..
[54] MOLYNEAUX, M op. cit.
p. 35.
[55] MOLYNEAUX, M op.cit. y VASALLO Alejandra, “Sin Dios y sin Jefe”, EN: BRAVO M. C.; GIL LOZANO, F.; PITA, V. S. (comps.) op. cit.
[56] LVM, N°
3., “Aclaración al editorial del “A los compañeros”. Del N°
[57] LVM, N° 8 “Resurjam…”.
[58] LVM, N° 8. “Resurjam…”.
[59] LVM, N° 3, 20/2/1896. “Compañeras de LA VOZ DE LA MUJER. Salud”.
[60] LVM, N° 4, 27/03/1896. “La más grande de las conquistas”.
[61] LVM, N° 4, 27/03/1896. “La mujer caída”.
[62] LVM, N° 4, 27/03/1896. “La más grande de las conquistas”.
[63] LVM, Nº 1, 8/1/1896. “Nuestros
propósitos”.
[64] LVM, N° 2, 31/01/1896. “¡Apareció aquello! (A los escarabajos de la idea)”, Rosario de Acuña continúa con estas ideas en “A los críticos”, mismo N°. Ver también N° 3, 20/02/1896. “Firmes en la Brecha”.
[65] LVM, N° 4, 27/03/1896. “Nosotras a vosotras”.
[66] La Nación 15/08/1896. “Movimiento obrero. Las huelgas”.
[67] MOLYNEUX, M op. cit. y VASALLO, A op. cit..
[68] MOLYNEUX, M op. cit., pp. 34.
[69] FERNÁNDEZ CORDERO Laura, “Queremos emanciparos: anarquismo y mujer en Buenos Aires de fines del XIX” EN; IZQUIERDAS, Año 3, N°6, 2010, p. 8.
[70] VASALLO, A op. cit., p. 77.
[71] LVM, N° 22, Buenos Aires, 8 de agosto de 1897 (resaltado en el original).
[72] LVM, N° 22, Buenos Aires, 8 de agosto de 1897.
[73] De la existencia de este número da cuenta La Anarquía (en adelante LA) al publicar, luego del artículo que se cita a continuación, los fondos que se habían recaudado para el número 11, que no llega a publicarse, y registrar el déficit del número 10. Este debe haberse publicado en algún momento entre el 1° de enero (fecha del número 9) y el 8 de agosto de 1897, fecha en que sale el número de LA que da cuenta de su desaparición. LA, N° 22, 08/08/1897.
[74] LA N° 22, 08/08/1897. “A los anarquistas y lectores de de <<La Voz de la Mujer>>”.
[75] LA N° 22, 08/08/1897. “Femenil”.
[76] LA N° 22, 08/08/1897. “Varias”.
[77] Queremos señalar la necesidad de jerarquizar y tener en cuenta las determinaciones estructurales cuando se analizan diversas dimensiones de las relaciones sociales (como etnia, minorías sexuales, género, raza, etc.).
[78] NARI, M op. cit..
[79] NORANDO V. y SCHEINKMAN L., op. cit.; NORANDO Verónica y SCHEINKMAN
Ludmila, “La huelga de los conventillos”. Un aporte a los estudios de género y
clase” en A Contracorriente, Vol. 9,
N° 1, EE.UU., otoño de 2011; NORANDO Verónica, “El Obrero Textil. Una
interpelación clasista y generizada hacia las trabajadoras de la industria
textil en Buenos Aires entre 1933 y