Entre la
movilización y la represión. La experiencia de mujeres obreras en la Córdoba de
los años setenta
María Laura Ortíz(*)
Resumen
En este artículo se analizará la
experiencia de mujeres obreras en Córdoba durante la década de 1970, un período
en el que la industria local atravesó un proceso de transición histórica sin
parangón. Se examinarán las diferentes realidades que conviven dentro del
sujeto “mujeres obreras”, problematizando esa identidad a partir de la realidad
económica y cultural de aquella coyuntura. Asimismo, se analizarán las formas
de participación de las mujeres en los conflictos laborales de la primera mitad
de la década, registrando qué niveles de representatividad consiguieron en sus
respectivas estructuras sindicales. Además, se interpretará cómo experimentaron
la represión ejecutada por el terrorismo de Estado desde 1974, siendo afectadas
de una manera especial por su condición de género. Para este trabajo se
utilizaron distintas fuentes, algunas escritas como la prensa local, periódicos
sindicales, informes del gobierno, expedientes judiciales y documentación
interna de servicios de inteligencia de la Policía Federal. También se recurrió
a testimonios orales para registrar las vivencias, las representaciones y
trayectorias de algunxs protagonistas de aquellos procesos.
Palabras clave: Género; Clase
obrera; Mujeres; Huelgas; Terrorismo de Estado.
Between
mobilization and repression. The experience of women workers in
Abstract
In this article
we will analyze the experience of women workers in Córdoba during the 1970s, a
period in which the local industry went through an unparalleled historical
transition process. We will examine the different realities that coexist within
the subject “women workers”, problematizing that identity from the economic and
cultural reality of that period. Likewise, we will analyze the forms of women's
participation in the work disputes of the first half of that decade, recording
what levels of representation they achieved in trade union structures. In
addition, we will interpret how they experienced the repression execute by
State terrorism since 1974, being affected in a special way by their gender
condition. Different sources were used for this work, some of them written,
such as the local press, union newspapers, government reports, judicial files
and internal documentation from the intelligence services of the Federal
Police. Oral testimonies were also used to record the experiences,
representations and trajectories of some of the protagonists of those
processes.
Key
words: Gender; Working class; Women; Strikes; State terrorism.
Entre la
movilización y la represión. La experiencia de mujeres obreras en la Córdoba de
los años setenta
Masculino/femenino,
macho/hembra son categorías
que sirven para
disimular el hecho de que las diferencias sociales
implican siempre un
orden económico, político e ideológico.
Monique Wittig, El
pensamiento heterosexual y otros ensayos.
Madrid: Egales, 2006[1992], p. 22.
Introducción
En
este artículo se analizará la experiencia de mujeres obreras en Córdoba durante
la década de 1970, un período en el que la industria local atravesó un proceso
de transición histórica sin parangón. El mismo se había iniciado en la década
de 1950 con la etapa “fácil” de la industrialización por sustitución de
importaciones (ISI), convirtiendo a la ciudad en uno de los polos del
desarrollo industrial nacional a partir de la instalación de grandes complejos orientados
principalmente a la producción metalmecánica, que forjaron la identidad de la
Córdoba industrial comparable con Turín o Detroit (Basualdo, 2011; Brennan,
2015[1994]; Brennan y Gordillo, 2008). No obstante, hacia 1976, con la
instauración de un nuevo gobierno de facto, se impuso un cambio de modelo
económico que tendió a la desindustrialización y, por lo tanto, afectó
profundamente a la economía cordobesa (Almada y Reche, 2019). Esta es una de
las razones por las cuales el sello de la década de 1970 es su carácter
transicional, evidenciado en la conversión del modelo de ISI a uno basado en la
valorización financiera, con lo cual se puso fin a lo que Marcelo Rougier ha
denominado el “corto siglo XX fabril” (Camarero et. al., 2018).
La
década de 1970 también estuvo marcada por transiciones sociales, políticas y
culturales cuya gravitación fue el ciclo de movilización abierto en 1969 y la
fase de represión iniciada con el terrorismo de Estado entre 1974 y 1983.
Aunque en general estos dos momentos han sido estudiados como problemas
escindidos entre sí, en este trabajo se considerarán como partes de un mismo
fenómeno de transformación, constituyéndose como una “larga” década de quince
años. Retomando la noción de Eric Hobsbawm (1995) sobre el “corto” siglo XX,
cuyo sentido considera significativo cuando se analiza el período 1914-1991 por
las características de los procesos que lo atraviesan, aquí se propone analizar
la década de 1970 en una perspectiva global incluyendo los ciclos de protesta y
represión que conmovieron al movimiento obrero de Córdoba y del país, para
complejizar la interpretación a partir de la profundidad en la duración. Esta
propuesta abordará el período como un territorio de transición histórica, en el
que la transformación económica hacia un modelo de desarrollo vigente aún hoy,
no está escindida de la mudanza política, social y cultural que representó el
fin de los ciclos de dictaduras que caracterizaron a gran parte del siglo XX en
Argentina.
Respecto
de los antecedentes sobre el tema, en las últimas décadas se han extendido los
estudios sobre este período desde la perspectiva de la historia reciente. Entre
ellos, lxs trabajadorxs[1] y
el movimiento obrero organizado han sido uno de los sujetos más indagados, y
dentro de este subcampo, lxs trabajadorxs de Córdoba han constituido uno de los
tópicos más referenciados, puesto que se trata de uno de los impulsores del
“Cordobazo”[2]
y de otros estallidos sociales significativos (Schneider y Simonassi, 2018).
Justamente por tratarse de un sector que impulsó el proceso de radicalización y
politización en la década de 1970, fue el grupo social que sufrió con mayor
virulencia la represión del terrorismo de Estado, siendo el que más
desaparecidos tuvo durante la última dictadura cívico-militar (CONADEP, 1984).
De allí la significatividad que tiene el análisis que incluye toda la “larga”
década.
Por
otro lado, la historia social del trabajo con perspectiva de género ha
realizado grandes aportes historiográficos, sobre todo poniendo el foco en la
tácita masculinización de la categoría de “trabajador”. Sin embargo, la mayoría
de las indagaciones se concentraron en casos de fines del siglo XIX y la
primera mitad del siglo XX (Barrancos, 1998; Kabat, 2005; Lobato, 2004[2001];
Nari, 2002; Palermo, 2016; Queirolo, 2008; entre otrxs). No obstante, para el
período que abordamos, el desarrollo de estudios sobre las mujeres obreras es
todavía incipiente (Andújar, 2017, p. 54).
Desde
una perspectiva interseccional entre las categorías clase y género, se indagará
sobre la experiencia de las mujeres obreras en Córdoba durante el ciclo de
movilización y represión que atravesó la década de 1970. Al tiempo que se
examinarán las diferentes realidades que conviven dentro del sujeto “mujeres
obreras”, problematizando esa identidad a partir de la realidad económica y
cultural en aquella coyuntura. Asimismo, se analizarán las formas de
participación de las mujeres en los conflictos laborales de la primera mitad de
la década, y en el caso de las mujeres asalariadas en sectores industriales, se
identificará qué niveles de representatividad consiguieron en sus respectivas
estructuras sindicales. Además, se interpretará cómo experimentaron la
represión implantada por el terrorismo de Estado desde 1974.
En
esta investigación se recupera la categoría de experiencia obrera de Edward P.
Thompson (1989[1963]), como una noción que permite vincular históricamente a la
clase con su conciencia. Siguiendo a este autor, la clase obrera se forma en un
proceso a partir de la experiencia y toma conciencia de su existencia mientras
existe. A su vez, se propone ampliar esta noción de clase a partir de la
visibilización de su componente femenino, partiendo de la hipótesis que supone
que las mujeres obreras participaron del ciclo de movilización y represión
propio de la “larga” década de 1970, pero fueron afectadas de una manera
especial por su condición de género. Desde una pertenencia de clase, se vieron
perjudicadas igual que los varones en cuanto a todo lo que implicó el cambio de
modelo económico que desindustrializó al país. En efecto, casi un 30% de los
establecimientos fabriles de Córdoba cerraron, el mercado de trabajo se achicó
y las condiciones laborales y salariales empeoraron. A su vez, la represión por
razones políticas afectó especialmente a quienes habían participado de las
movilizaciones obreras en la primera mitad de la década lo que, en la realidad
de esta clase, implicó una precariedad económica extraordinaria. Pero la
condición de empobrecimiento no afectó de igual manera a varones y mujeres, en
tanto ellas atravesaron este proceso con otros mandatos culturales en los que
su rol como reproductoras y cuidadoras de la prole jugaron un papel muy
relevante en sus decisiones.
Si
bien esta pesquisa se focalizará en la ciudad de Córdoba, se considera que el
caso seleccionado posee un valor instrumental y heurístico útil para la
comprensión de procesos más generales que afectaron a lxs trabajadorxs de todo
el país, en tanto ciertas transformaciones estructurales fueron de proporción nacional.
No obstante, la reducción de la escala de análisis favorece la comprensión de
fenómenos que tuvieron expresiones específicas de acuerdo a la conjunción
histórica situada en el tiempo y el espacio (Servetto, 2018).
Para
la realización de este trabajo se utilizaron distintas fuentes, algunas
escritas como prensa de distribución masiva local, periódicos sindicales e
informes del gobierno sobre la industria y sus trabajadorxs. Asimismo, se
recurrió a expedientes judiciales y documentación secreta desclasificada de
servicios de inteligencia de la Policía Federal Argentina con sede en Córdoba,
que registró las actividades consideradas “subversivas”, entre las que el
activismo sindical era una de las más importantes. Para recuperar las
vivencias, las representaciones y trayectorias de algunxs protagonistas de
aquellos procesos, se recurre a testimonios orales que no sólo representan
experiencias personales sino que también remiten a experiencias socialmente
constitutivas (Laverdi, 2010).
Mujeres
obreras
Cuando
se refiere a la categoría de mujeres obreras hay que explicitar que, si bien se
trata de un colectivo social, también incluye diferentes realidades. Así se
sabe que la definición estereotipada de géneros depende de la cultura, que no
son rasgos invariables ni naturales, sino que obedecen a condiciones
socio-históricas y también a los itinerarios individuales (Van de Castelee y
Voleman, 1992, p. 103). Respecto del mundo obrero específicamente, la identidad
es una parte fundamental de la cultura propia de la clase (Cerio, 2008), y en
ella el género es un elemento a considerar. En este sentido, es difícil definir
sus límites, qué es lo específicamente obrero y qué es lo que se comparte con
“otros”. No obstante, a partir de algunos testimonios es posible interpretar
nociones compartidas. En un primer acercamiento a la identidad obrera se
observa que, tanto para los hombres como para las mujeres, esta se concebía en
primer término por la pertenencia a una fábrica. La identificación primaria con
el lugar de trabajo, con el hecho de compartir la cotidianeidad, forjaba una
trama de sentimientos que solían cohesionar al grupo. Uno de los activistas
entrevistados recordaba que al terminar sus estudios técnicos en Córdoba lo
llamaron para ir a jugar en un equipo de fútbol en Mendoza. A pesar de estar
allí en una buena situación económica, decidió volverse a Córdoba ante el
llamado de la empresa Industrias Káiser Argentina (IKA) para que ingresara a
trabajar. Cuando explica por qué tomó esa decisión apela a los sentimientos que
generaban una sensación de pertenencia: le “tiraba la fábrica… era una cosa de
amor”, el compartir su vida, sus problemas y alegrías, el sentimiento de
compañerismo que se generaba entre pares.[3]
Aunque en este caso aparentan ser adversarios, la mayoría de la experiencia obrera
solía conjugar el trabajo en la fábrica con el juego de fútbol con sus propios
compañeros como un espacio de sociabilidad propio de la construcción del ser
obrero, asociado además al “deber ser” de la masculinidad (Cabello y García
Manso, 2011). Quizás esta alianza de la clase obrera con el fútbol colabora en
su identificación con la masculinidad y, por lo tanto, en la invisibilización
de la presencia de la mujer obrera. Sin embargo, en el caso de las mujeres que
se identificaban como esposas de obreros, también su identificación con la
fábrica era una condición primaria de su identidad, que se vivenciaba a partir
del barrio en el que vivían. “Este era un barrio de Fiat, todo de Fiat”,[4] no
porque se constituyera como company town
(Klubock, 1995) sino porque quienes se habían asentado allí lo hacían por la
proximidad de su lugar de trabajo y toda la familia se identificaba con él.
Además, en una de las principales acciones proletarias, que es la solidaridad
de clase, la presencia femenina se hace evidente.
Tanto
en las entrevistas realizadas a obrerxs cordobeses como en la prensa periódica
de la época, hallamos un sinnúmero de ejemplos del ejercicio constante de la
solidaridad, no sólo simbólica sino también material. “Los nunca desmentidos
sentimientos de solidaridad de la clase trabajadora”[5]
eran reafirmados en muchísimas acciones concretas, como la ayuda para
construirse una casa, el compadrazgo de hijos, las colectas para ayudas
escolares, para las familias de los presos y despedidos, para los compañeros
que tenían un familiar enfermo o fallecido. En el ámbito específico de las
mujeres obreras esa solidaridad tenía que ver con una construcción cultural de
la feminidad asociada a la maternidad, en el compartir “tareas de mujeres” como
coser o tejer el ajuar del bebé o compartir saberes sobre la crianza de los
hijos. La práctica de la solidaridad no implicaba necesariamente un acuerdo
ideológico, era más bien una acción naturalizada por la tradición del trabajar
codo a codo, del ser miembros de un mismo grupo, quienes hacen el trabajo, el
ser “laburante” en lenguaje coloquial, un término que se acuñó merced a la
migración italiana de principios del siglo XX y que pervivió en el vocabulario
vernáculo (Ruggiero, 2015).
El
hogar y el barrio obrero se ligaban a esas tradiciones en un proceso de
constitución identitaria que construía valores y normativas culturales. Estas
también establecían, entre otras cosas, el lugar social destinado a la mujer
obrera. En sus percepciones de género circundaban una serie de preceptos
conservadores -que los varones defendían y, probablemente, algunas mujeres
reproducían- que sostenían que una “buena mujer” era la “mujer de la casa”.[6]
Más allá de que esta tradición tenía sus razones económicas, ya que en general
el salario del obrero solía alcanzar para la subsistencia familiar sin la
necesidad imperiosa de complementarse con otro ingreso, el fundamento de esa
tradición era cultural y respondía a una determinada construcción de
masculinidad en la que la imagen del varón es la del que provee al hogar y el
ideal de feminidad es el de cuidadora y garante de la reproducción (Andújar,
2017, p. 51; Connell, 2003, pp. 31-48; Escobar Latapí, 1998, pp. 126-127). Esta
característica del salario obrero como “salario familiar”, es decir, como una
suma de dinero que es percibida por el varón adulto pero que es suficiente para
mantener a la esposa e hijos, constituyó una de las características de la
conformación industrial desde el siglo XIX, en tanto la producción industrial
se comenzó a ubicar fuera de la vivienda de lxs trabajadorxs y se visualizó la
necesidad del mantenimiento del hogar al que se regresaba después de la jornada
laboral (Thompson, 2013[1976]).
Desde
aquella época ese formato salarial se estableció como norma, e incluso llegó a
ser defendido como un derecho en las negociaciones sindicales, y demostró una
persistente continuidad a lo largo del siglo XX. Con ese patrón de salario se
cimentó un ideal social en el que los géneros se dividen tareas: el masculino
se asocia al sostén económico del hogar y el femenino, a la dependencia del
varón proveedor. De allí que el prototipo de mujer doméstica también sea
construido con una serie de cualidades coherentes con ese rol principal:
obediente, callada, casta, sobria, frugal. La mujer es la administradora de una
economía doméstica a la que no provee, por lo que se supone que es la que gasta
lo que el varón gana (Hall, 2013[1990]). Quizás debido a esa construcción
simbólica, es que se daba por supuesto que el varón obrero podía disponer de su
salario y de su tiempo libre como quisiera, yéndose de “juerga” desde el
viernes hasta el domingo a la noche en que volvía “en una curda mal”, mientras
la mujer debía quedarse en su casa, sorteando la ausencia y la falta de dinero,
sin quejarse con nadie. El consumo de alcohol también era un parte aguas en las
divisiones de género de la clase obrera: si para los varones era un sello de
masculinidad, para las mujeres estaba prácticamente vedado culturalmente.[7]
Si
bien para la mayoría de las mujeres obreras de aquella época su lugar en la
sociedad era el hogar, lo cierto es que las mujeres ya se habían incorporado al
mercado de trabajo desde hacía varias décadas. Aunque con posibilidades
limitadas debido a la segmentación y a ciertos mecanismos encargados de
reproducir la discriminación y la segregación ocupacional, las oportunidades
laborales “femeninas” se circunscribían a las ocupaciones de “cuello blanco” o
de oficina, a cubrir sectores de servicios como el sanitario y educativo, y a
algunas secciones de la industria manufacturera y el comercio. En cualquiera de
los casos, ellas quedaron siempre subordinadas en los organigramas a decisiones
tomadas por varones y con un salario o ganancia rezagados respecto a los de los
hombres (Gordon, Edward y Reich, 1986, pp. 261-263). En el caso de Córdoba, el
mercado de trabajo en la década de 1970 mostraba estas mismas características,
en el que las mujeres constituían casi un 36% de la Población Económicamente
Activa y se concentraba en el sector de servicios considerado históricamente
“femenino”: servicio doméstico, educación, comercio y sector sanitario
(Noguera, 2019, pp. 39-42). En esta provincia, las desigualdades en la
distribución del mercado de trabajo se evidenciaban también en el reparto del
desempleo, que en 1970 afectaba a un 7,5% de las mujeres, mientras que a los
varones sólo tocaba en un 2,4% (Baracat, 1973). Por supuesto, estas cifras sólo
refieren al trabajo registrado, desconociendo, por ejemplo, las cifras de las
mujeres trabajadoras en tareas no registradas oficialmente, como la
prostitución o ciertas labores rurales.
Respecto
del sector industrial, que como ya se mencionó era uno de los más
representativos del mundo del trabajo en Córdoba en la década de 1970, la
mayoría de su mano de obra era masculina (89%). Sólo el 11% eran trabajadoras
mujeres, que en su mayoría se concentraron en el sector de fabricación de
vidrio, algunas autopartes y la producción de calzado.[8]
Con
todos estos datos se evidencia que la segmentación del mercado de trabajo a
partir de la década de 1960 reproducía la distribución de roles de género,
subordinando a las mujeres al rol de reproducción de la fuerza de trabajo, es
decir, a la ocupación doméstica de crianza de futuros obreros asalariados. Este
reparto ha sido fundamental para el ordenamiento del capitalismo, garantizando
el mantenimiento del orden en la explotación del capital (Federici, 2010[2004];
Wanderley, 2019). De manera que examinar la experiencia de la mujer obrera
implica no sólo considerar a aquellas mujeres que se incorporaron al mercado de
trabajo como asalariadas, sino también a todas aquellas invisibilizadas por la
historia. Tradicionalmente ubicadas en el lugar de esposas y madres de obreros asalariados,
estas mujeres sostenían la reproducción del sistema desde los hogares obreros,
y en muchos casos también colaboraban a la economía doméstica desde la
informalidad (Aguilar, 2020). El hecho de que la opresión defina el rol social
de los sexos (Wittig, 2006[1992], p. 22), no quiere decir que el sexo que es
oprimido no pueda ser recuperado a partir de su capacidad de agencia (Andújar,
2017, p. 55).
Mujeres
luchadoras en tiempos de movilización y radicalización (1969-1974)
Es
conocido que la expansión industrial de Córdoba desde la década de 1960
requirió de mujeres para algunos procesos productivos específicos, tal era el
caso de fábricas de calzado, de vidrio, o la producción de cables y tapizados
para autos Renault en la planta de ILASA. Aquellas trabajadoras recuerdan que
en general había una oposición masculina al trabajo femenino. Una de ellas
rememoraba que “A veces los hombres quieren que te dediques solamente al hogar,
pero vos sabés que hay necesidades económicas entonces quiera o no, una sale a
trabajar”.[9]
En este relato, como en muchos otros, el varón se constituye en vigilante del
mandato social en el que el lugar exclusivo de la mujer es el hogar. Este rasgo
podría considerarse una continuidad histórica desde el proceso de
industrialización en Inglaterra en el siglo XIX (Hall, 2013[1990]; Thompson,
2013[1976]) como asimismo en distintas regiones latinoamericanas y para
diversos tipos de trabajo durante el siglo XX (Farnsworth-Alvear, 1996;
Klubock, 1995; Margarucci, 2015). Sin embargo, como veremos aquí, se trataba de
una continuidad que estaba empezando a ser derribada, no sólo por las
condiciones estructurales de la economía sino también por las coyunturas
políticas de la represión.
Para
aquellas mujeres que trabajaban fuera del hogar, existía una serie de preceptos
culturales que indicaban cuáles eran las prácticas sociales de feminidad
obrera. Por ejemplo, en la revista del sindicato de la Unión Tranviarios
Automotor (UTA), en su sección destinada a la mujer, se daban lecciones de
belleza: técnicas de maquillaje para cubrir las marcas del cansancio producido
por el trabajo, ejercicios de gimnasia para relajarse después de la jornada laboral,
adornos caseros de bisutería, recetas culinarias, entre otras. Allí se señalaba
que toda mujer, aún la mujer trabajadora, debía ser “romántica… [y] agradar
siempre… porque en el concepto de la mujer moderna ya no entra la imagen de
desaliño, fatiga y gestos de cansancio que lucían tradicionalmente las mujeres
de trabajo”.[10]
Es decir que aun en las revistas sindicales, el lugar de la mujer era el de la
belleza exterior, una pose impostada en un cuerpo que se reconoce explotado. En
esas mismas revistas, las notas políticas y sindicales iban dirigidas sólo a
los hombres.
No
obstante, por el contexto histórico que les tocó vivir, muchas de aquellas
mujeres trabajadoras fueron partícipes de la politización y radicalización de
la época y, en algunos casos, se convirtieron en activistas sindicales y
militantes políticas. Una trabajadora de ILASA explicaba que la actividad
sindical era una necesidad para combatir el maltrato de sus patrones: “Todas
tenemos ganas de volver a casa temprano, pero a la par de eso sabés que es
importante que tenés que hacer tu actividad gremial, porque si te quedás
aplastada vienen los de arriba –los patrones- y nos pisotean”.[11] Y
otra recordaba que su tarea era multiplicar la conciencia: “Yo le decía a un
Superintendente que mi tarea en la fábrica como Delegada, es que cuando me vaya
cada una de mis compañeras sea una delegada combativa que lucha por lo que es
de ellas”.[12]
Uno
de los acontecimientos más significativos que se vivió en esta fábrica fue lo
que se recuerda como la “huelga larga” de 1970 (Laufer, 2019). En ella las
obreras de ILASA se unieron a las reivindicaciones de sus compañeros del
sindicato mecánico en lo que refería a un aumento general de emergencia y una
serie de pedidos puntuales en torno al salario, como también la protección de
la salud laboral con participación médica obrera, el libre desenvolvimiento de
la representación sindical, la libre agremiación de empleados y que la patronal
absorbiese los aumentos de los vales del comedor. Pero específicamente en ILASA
se pedía además la eliminación de todo tipo de pases internos que se aplicaban
con fines persecutorios y el reconocimiento por convenio de insalubridades
existentes en la sección Fundición. También reclamaban que se pusiera en
vigencia la Ley Nº 11595/58 respecto a la igualdad de salario por igual trabajo
para evitar la discriminación de la mano de obra femenina y masculina, como
asimismo la Ley Nº 11317 sobre instalación de guarderías infantiles en fábricas
donde trabajasen mujeres,[13]
fieles a la tradición de que el cuidado de los hijos era una tarea exclusiva de
las madres.
Imagen
1
Trabajadorxs de ILASA saliendo de
la fábrica: un par de varones en el centro y atrás, rodeados por mujeres en
guardapolvos y minifaldas, en su mayoría muy jóvenes. Documento del Centro de
Documentación Audiovisual de la Universidad Nacional de Córdoba, recuperado de:
https://ffyh.unc.edu.ar/alfilo/el-cordobazo-fue-el-bautismo-de-fuego/
La
experiencia de estas mujeres en aquel período se vivió como una ruptura del
mandato de género en el que la mujer debía ser dócil y obediente. Así lo
recuerda una de las obreras entrevistadas, quien relata que durante la
ocupación de ILASA en la huelga de 1970, corrían a las “carneras” para que no
se escapasen de la planta. El ejercicio de poder sindical recurría al uso de la
fuerza entre mujeres, a las que se consideraba “bravas”. Recuerda una de ellas:
“La que era carnera, las tenías que seguir, para, arrearlas para el lado que
dispare y… porque eran bravas, no, si te tenías que agarrar de los pelos te
agarrabas de los pelos… las corríamos para que no entraran a trabajar.[14]
La
participación de estas mujeres de ILASA en la activación sindical mecánica
durante este período fue muy relevante. Tanto así que en las elecciones
sindicales de 1974 lograron incorporar a una de ellas en la comisión directiva
(CD) del Sindicato de Mecánicos y Afines del Transporte Automotor (SMATA), que
fue Nidia Terragni en el cargo de Subsecretaria de Acción Social, como también
la incorporación de una delegada de ILASA como delegada paritaria.[15]
Ciertamente, esto sucedía en un contexto de transformación que estaba viviendo
ese sindicato y muchos otros, consistente en la emergencia de dirigencias
clasistas y de una democratización de la representación.[16]
Estas incorporaciones de mujeres en la dirigencia sindical fueron concebidas
como un enorme logro para las trabajadoras de ILASA,[17]
que cobra aun mayor validez si se considera que no existía todavía la discusión
del cupo femenino en los sindicatos. Algo muy diferente sucedió en el sector
del vidrio y del calzado, donde la dirigencia sindical durante todo el período
fue exclusivamente masculina.
En
las fábricas de vidrio, donde como ya se mencionó la mayoría de lxs trabajadorxs
eran mujeres, una de las principales demandas se orientaba a las condiciones de
trabajo debido a que la producción con altas temperaturas afectaba la salud de
sus trabajadoras. Por ello reclamaban la entrega de ropa de trabajo adecuada, y
especialmente licencia para el día de menstruación, algo que también se había
discutido entre las obreras de ILASA, aunque nunca se logró su reconocimiento.
Si bien la mayoría de las delegadas eran mujeres, algunas de ellas vinculadas a
partidos de izquierda trotskista, no sólo no fueron incluidas en la dirigencia
sindical encabezada por Jorge Luis Luján y constituida en su totalidad por
varones, sino que además fueron perseguidas y expulsadas del sindicato.
Los
conflictos entre la dirección sindical del vidrio y lxs activistas de la
oposición, reunidxs en una “Comisión de Lucha”, estallaron a principios de 1972
cuando el sindicato impuso una retención masiva de la cuota sindical sobre el 15%
de un aumento salarial que se había otorgado recientemente. Por cierto, esta
medida sin consulta previa fue resistida por lxs trabajadorxs, que pidieron la
renuncia de la CD en una asamblea que terminó en forcejeos y en la que la
dirección del sindicato dispersó a balazos a las bases obreras.[18]
Una de las delegadas recuerda ese momento de mucha violencia, tanto de parte de
la dirección sindical como del activismo:
Y después al tiempo fui delegada
por la elección de la gente. Y comooo pedíamos cosas, o sea era obvio que había
que pedir papel higiénico, que había que pedir uniformes, que había que pedir
más higiene y bueno determinadas cosas digamos que hacen a lo laboral. Ehhh, al
gremio por supuesto que, y bueno siguen manejando, o sea, los gremios siguen
manejando todo. Ehhh… nos sacaron de, del gremio y no, o sea nosotros por
ejemplo creo que nos descontaban la cuota sindical pero no pertenecíamos más al
gremio… Ymmm… asambleas, ehhh, de de estar con revolvers (sic) calzaditos o
mostrando el revólver sobre la mesa como para amedrentar yyy, y que nosotros
aceptáramos lo que ellos decían. Y por supuesto que aún sin experiencia es una
cosa matemática que vos decís dos más dos es cuatro, o sea, yo tengo que exigir
esto, como por ejemplo el papel higiénico. Yyy por supuesto no, nos sacaron
pero previo eh eran, eran batallas campales porque yo me acuerdo cuando el
gremio estaba acá en la calle Santa Rosa, había chicas, o sea una de las delegadas
que es, debe ser un poco más joven que yo, poca edad digamos pero una chica más
joven; eh, escuchame, agarraban piedras de la calle y les tiraban. Que, que uno
en otra forma era como que trataba de que hubiera un orden para poder dialogar.
Pero por supuesto que no se podía dialogar porque el objetivo de ellos era, era
otro. Yyy, y bueno por supuesto que molestábamos o sea que nos sacaron. Yo digo
tener por ejemplo, lugares que te corresponden, que son nuestros, y ¡no
podíamos porque el gremio nos había sacado![19]
En
ese testimonio se evidencia que las delegadas enfrentaban a la dirigencia en
las calles, a pedradas, movilizadas. Además de la violencia ejercida por la
dirección de su sindicato, debieron soportar la represión del Estado: en 1973
una de las trabajadoras de ese sector, Berta Elorriaga, fue detenida en la
fábrica y estuvo desaparecida unos días, hasta que luego fue liberada gracias a
la movilización de sus compañeras.[20]
En
el sector del calzado sí las mujeres formaron cuerpos de delegados reconocidos
por el sindicato, y crearon redes horizontales entre distintas fábricas que
fueron capaces de reunir a cuatro centenas de trabajadorxs. También se
vincularon con la CGT regional y otros sindicatos alineados al peronismo
combativo, como también al sindicalismo independiente y clasista.[21]
Sin embargo, sus movilizaciones, reclamos y huelgas en contra del trabajo no
registrado, o del incumplimiento de los convenios laborales, fueron reprimidos
con la intervención de la Delegación del sindicato a cargo de su central, y al
mismo tiempo combatido con violencia por parte de sectores del peronismo
“ortodoxo” que en esos años estaban empezando a formar comandos paramilitares
autoproclamados como nacionalistas. Tanto en las CD del Sindicato del Calzado
elegidas por el voto de sus afiliadxs, como en las comisiones interventoras
posteriores, sus miembros fueron en su totalidad masculinos (Ortiz, 2019).
A
pesar de los mandatos culturales, en su cotidianeidad todas esas mujeres
obreras implementaron diferentes formas de transformar las normativas sobre el
“deber ser” de la mujer que circulaban en esa época. Como podemos ver, para las
mujeres que se incorporaron al mercado de trabajo formal, se fue desintegrando
el precepto de que “el lugar de la mujer es la casa”, incluso porque además en
muchos casos se sumaron al activismo sindical y a la militancia política. Con
su combatividad también rompieron el ideal de docilidad y silencio.
También
las transformaciones estéticas afectaron su identidad. Por ejemplo, algunas
recuerdan que empezar a usar pantalón fue toda una decisión, que no era sólo
estética sino también de ruptura con el precepto del uso tradicional de la
falda.[22]
Además se provocó un quiebre con la incorporación de la minifalda. Una obrera
recuerda que cuando se casó, tuvo que negociar entre los miembros de su familia
cómo vestirse. Aunque la mayoría de las parejas debían constituirse a partir
del matrimonio, en muchos casos optaron por el trámite civil y, en los que no pudieron
–o no quisieron- escapar al ritual católico, buscaban transformar algunas
secciones de la performance, como la vestimenta:
¿Cuál era el sueño de los padres de
ese momento? Que las hijas se casen de blanco en la iglesia… si no nos
casábamos por la iglesia se moría mi suegra… Y era toda la discusión porque los
súper revolucionarios no querían casarse con traje ni por la iglesia, entonces…
No sé cómo [su marido] terminó comprándose el traje y yo terminé diciéndole a
ella [una amiga] “Haceme un vestido blanco pero mini, corto, un vestido”.[23]
El
mandato del matrimonio católico y el vestido blanco, dice la entrevistada, era
una normativa establecida por los padres. No sólo por ser una tradición que se
transmite desde la generación anterior, sino sobre todo por ser un requisito
religioso y moral que obligaba a las mujeres a la castidad antes del
casamiento. Pero en esta coyuntura de transformación, el ritual podía mutar si
en vez de vestido largo se usaba minifalda, como una forma de discutir algunos
preceptos impuestos. Por cierto, la liturgia marital no era una tradición que
perteneciera únicamente al universo obrero, sino que como sostiene Williams
(2001[1980]), toda expresión cultural responde a más de una clase. Lo que en
este testimonio alude al mundo obrero es que la ceremonia fuera preparada con
ayuda de amigos y familiares como algo natural, remitiendo a las “redes
informales de sociabilidad” propias de la clase (Petras, 1986). Tanto en el
vecindario como en el hogar obrero, dice Richard Hoggart (1990[1957], p. 87) la
camaradería y la cooperación eran una fuerte tradición, como resultado de la
percepción compartida de una imposibilidad de ascender verticalmente en la
sociedad.
Debido
a esas redes informales de sociabilidad, el lugar de las esposas de obreros
asalariados fue fundamental en la vida cotidiana durante el período. Como ya se
mencionó, no sólo eran el pilar sustancial del hogar, sino también cuando se
producía un conflicto fabril que perdurase en el tiempo. Algo así sucedió en la
“huelga larga” del SMATA en 1970, en la que se ocuparon de forma simultánea
seis plantas: Renault, Perdriel, ILASA, Transax, GMD y Thompson Ramco. Lxs
familiares de lxs obrerxs acercaban víveres, cigarrillos y ropa, mientras la
Policía vigilaba en los alrededores. En la fábrica de barrio Santa Isabel se
denunció que la Policía arrojó gases y repartió golpes para dispersar a lxs
familiares, que en su mayoría eran mujeres.[24]
Unos años después, en medio de un conflicto que desembocó en la intervención
del SMATA en 1974, los trabajadores realizaron trabajo a reglamento y la
patronal cerró el comedor en represalia a la huelga. En respuesta, las esposas
de los trabajadores organizaron una olla popular en las inmediaciones de
Renault.[25]
Algo similar se recuerda en las tomas de Fiat en 1970, en el que la policía
golpeó a las mujeres e hijos que se habían acercado a la planta para acompañar
a los huelguistas que habían ocupado el establecimiento. Una de ellas recuerda
cómo se organizaban para ir a los portones de la fábrica:
“Mami” (M)- Ahh, sí, yo me acuerdo
eso que… Hubo dos [ocupaciones fabriles], una no me acuerdo bien pero una
graaande, grande, que decían que iban a hacer volar la fábrica, que estaban
tooodos adentro.
Santos Torres (ST)- Esa fue la
primera.
M- ¿Esa fue la primera?
ST- Sí, sí.
M-Vinieron a buscarme a mí para que
fuera porque estaban tooodas las mujeres.
ST- Sí, sí.
M- En una yo fui, en una yo fui, la
otra no porque estaba enojada... Había ido con los dos chicos [hijos]…
Laura Ortiz (LO)- ¿Y cómo, las
mujeres, cómo se organizaban acá en el barrio? ¿Eran todas conocidas? ¿Era
vamos, vamos?
M- ¿Acá? Acá sí, éramos conocidos.
Después iban los compañeros de ellos, los que estaban afuera o parientes o
algún delegado que quedó afuera, que sé yo, iba casa por casa, que yo me parece
que habrá sido la segunda vez que... la segunda que estaba enojada con Mario y
dije: “Yo no voy” [silencio breve].
LO- ¿Y la mayoría vivía por acá?
ST- Síii.
M- Sí, esto era un barrio de Fiat,
todo de Fiat.[26]
Imagen
2
Esposas y familiares de obreros en la puerta de Fiat
Concord durante una ocupación en agosto de 1973. Foto de Biblioteca Nacional
Mariano Moreno (Argentina), Departamento de Archivos, Fondo Editorial
Sarmiento, Archivo de redacción Crónica, AR00090663.
Los
delegados, lxs parientes y sus esposas iban casa por casa llamando a la gente
del barrio para que se asistiera a la puerta de la fábrica, demostrando una
identificación de clase entre el barrio y la planta, en el que las mujeres eran
algo así como las correas de transmisión porque eran las que habitaban y
convivían cotidianamente en ese espacio social. Pero esas correas no eran
automáticas, también tenían su capacidad de decisión, dependiendo de momentos y
determinaciones individuales. En esas vivencias se evidencia que para ellas
tampoco “su lugar” natural era la casa, sino que la fábrica y el barrio también
eran su hogar y formaban su identidad.
Mujeres
“subversivas” en tiempos de represión (1974-1983)
La
política económica del gobierno dictatorial de 1976 generó un profundo cambio
del complejo financiero y una desregulación aduanera y comercial orientada
hacia el mercado externo. Procuró generar un crecimiento asentado en el sistema
financiero y de servicios por sobre el conjunto de actividades productivas, un
modelo de rearticulación de la actividad agroexportadora y la desarticulación
del espacio industrial. Como resultado de las políticas aplicadas se produjo
una significativa redistribución del ingreso desde los sectores asalariados
hacia el conjunto de los no asalariados mediante la caída del salario real, el
redimensionamiento del mercado laboral, el deterioro de sus condiciones y el
aumento de la jornada de trabajo (Almada y Reche, 2019; Mateu, 2016; Schorr,
2013).
Para
la gran mayoría de lxs activistas sindicales clasistas y combativxs, este
proceso económico implicó su despido, ya que fueron lxs primerxs en ser
cesanteadxs por las empresas. Para ello se requirió de la información recogida
por los servicios de inteligencia de la policía local, que no sólo registraba
sus datos y domicilio, sino también sus posiciones políticas y actividades
sindicales. Respecto de aquellas mujeres que habían sido activistas de ILASA,
incluso documentaron cuando eran despedidas de la firma por ser “sindicadas
como activistas marxistas”.[27]
Los
cambios económicos en la provincia de Córdoba fueron acompañados de variaciones
políticas que tuvieron una lógica diferente a lo nacional, ya que allí el
gobierno peronista que asumió en 1973 tuvo una marcada inclinación hacia la
centroizquierda, con una fuerte presencia del sindicalismo combativo en la
figura del vicegobernador Atilio López, de larga trayectoria en la UTA.
Asimismo, el terrorismo de Estado comenzó a operar desde 1974 con el golpe policial
conocido como Navarrazo (Servetto, 1998). Con ese putsch se orientó la represión especialmente hacia el sindicalismo
clasista y combativo, para lo cual se coordinaron esferas institucionales como
la de la justicia provincial, la Justicia Federal y el ministerio de Trabajo;
con el funcionamiento clandestino de otros espacios, en particular la Policía,
el Ejército y los Comandos de Organización Peronista. Desde allí se articuló
una política represiva orientada a sofocar la organización de lxs trabajadorxs
de base, en evidente conjunción con los intereses empresarios y el apoyo de
algunos grupos sindicales identificados con el peronismo “ortodoxo”. A partir
de allí, gran parte del activismo sindical identificado con el clasismo
debieron buscar formas para sobrevivir ante las amenazas y colocación de bombas
en sus domicilios, en un contexto en que se multiplicaban las ejecuciones
sumarias y las primeras desapariciones.[28]
De
acuerdo a los testimonios recogidos fueron cuantitativamente menores los casos
de dirigentes que se clandestinizaron o que se exiliaron. En la mayoría de los
casos, sobre todo en aquellos dirigentes de segundas líneas o activistas de
bases, eligieron esconderse en pequeñas localidades del interior de la
provincia, o en otras provincias argentinas. Incluso Buenos Aires era un buen
lugar para ocultarse por su enorme densidad poblacional y su recepción
histórica de migraciones internas, aunque también era un espacio donde se
dificultaba más conseguir trabajo. Esta forma de exilio interno o insilio
(Bonini, 1999), no sólo se explica por su falta de relación orgánica con un
partido sino sobre todo por las características propias de la cultura obrera.
Para ello fueron fundamentales las redes informales de sociabilidad, esto es,
que para toda acción individual era sustancial el apoyo de familiares y
allegados con quienes la solidaridad se practicaba como algo natural y no
siempre por compartir un ideal político. En su gran mayoría, hicieron la
mudanza y encontraron trabajo –o alguna manera de sobrevivencia- gracias a
estas redes.[29]
Así le pasó a “Pancha”, la esposa de
un dirigente del Sindicato de Trabajadores de Fiat Concord (SiTraC). Su marido
la mandó a Buenos Aires junto a sus tres hijos y le dijo: “Andate a verla a tu
mamá. No nos quedamos acá porque somos boleta”.[30]
Antes de esa decisión, había recibido en su domicilio una citación de la
policía para presentarse en carácter de detenido. El día antes de esa citación,
un grupo de supuestos plomeros –que evidentemente eran policías encubiertos-
había querido ingresar al hogar
invocando el nombre [de su marido]
de manera muy familiar, le manifestaban a la esposa de éste: que venían a
reparar las cañerías de agua, a lo que la señora esposa se negó, viéndose
sometida a un enmascarado y hábil interrogatorio sobre el paradero de su
marido.[31]
Otro
caso es el de “Mami”, ex esposa de un delegado de Fiat Concord. Ella recuerda
que después de escribir cartas a varias embajadas le ofrecieron exiliarse en
Alemania, pero que luego de pensarlo un poco decidió no ir y se terminó mudando
a Chaco junto a sus hijos. Cuando reflexiona sobre aquello, asegura que no
quiso irse a Alemania porque no quería perder el arraigo a su cultura: “Yo no
quise ir porque digo, yo con dos chicos, con una lengua desconocida totalmente,
ir a… es un desarraigo qué se yo, yo no, yo no voy”.[32]
Esa decisión fue tomada incluso después de haber sido detenida a disposición
del Poder Ejecutivo Nacional, luego de haber respondido a una citación similar
a la que recibieron varios ex delegados de Fiat, como los recién mencionados. A
diferencia de Pancha y su esposo, “Mami” asistió a la citación y quedó
detenida. Pero a los seis meses fue liberada y continuó asistiendo a su marido,
que estuvo preso 8 años. Muchos años después, él recordaría con un amigo que,
si no “lo pasaron a degüello” en la cárcel, como pasó con muchos otros presos
políticos, fue gracias a su esposa, que lo siguió por todas las cárceles del
país por donde lo trasladaban y reclamaba su “blanqueo” como preso político.[33]
Las
esposas de sindicalistas clasistas y combativos fueron especialmente
perseguidas. Otro caso registrado en la documentación relevada fue el de Olga, la
esposa del dirigente mecánico René Salamanca.[34]
Luego de la desaparición de su marido, ella comenzó a reunirse con otras
mujeres de dirigentes del SMATA para buscar información sobre los presos y
detenidos-desaparecidos.[35]
En ese marco, se presentó ante una comitiva de Amnesty International que
viajó a Córdoba en noviembre de 1976, para solicitar que la organización
interpusiera sus esfuerzos para que apareciera su cónyuge. Ella se presentó en
el hotel Crillón en el que estaba alojada la comitiva internacional pero no
consiguió ser atendida, siendo detenida por personal del Destacamento 141 al
salir del mismo. La vigilancia de los servicios de inteligencia de la Policía
Federal tenía registro de todas las actividades realizadas por miembros de Amnesty
International, desde que llegaron al aeropuerto de Córdoba hasta que se
volvieron a embarcar: quienes eran, sus números de pasaporte, los papeles que
traían, dónde se hospedaron, con quienes hablaron. Incluso reconstruyeron cómo
fue que la esposa de Salamanca consiguió redactar la petición que pensaba
presentarles.[36]
Otro
caso de persecución similar sucedió con la esposa de Ernesto Martín Mora, quien
había sido tesorero en la Comisión Directiva de SiTraM (Sindicato de
Trabajadores de Fiat Materfer) y que fue secuestrado y baleado de su domicilio
el 26 de marzo de
Me meten en un galpón donde había
muchas armas, todo así, como fusiles… Ahí pude ver al señor Menéndez… Me
tuvieron ahí mucho tiempo, no sé para qué si yo no sabía nada. Después me
sacaron, no sé cuántas horas estuve ahí porque no tenía reloj y no podía
calcular… Después de eso me sacan y me llevaron a una oficina donde ahí lo
conozco al señor Menéndez y otro señor que estaba ahí y le dice “Esta mujer no
sabe nada y no tiene nada que ver”. Yo le dije, yo quería saber quién había
matado a mi marido, no me decían nada y solamente me dijeron “Vaya y cállese la
boca”. Así. Salí de ahí temblando.[37]
Si
la represión del terrorismo de Estado afectó a todo el sector obrero, la
repercusión fue mayor para las mujeres obreras que no trabajaban en relación de
dependencia y que dependían del salario fijo de su marido. Como ya se ha
mencionado, a quienes tenían algún grado de activismo sindical se los había
obligado a renunciar o habían sido despedidos, por lo que debieron sortear la
dictadura con trabajos temporales (haciendo “changas”). En esas condiciones, ya
sin el “salario familiar”, el hogar obrero debía complementarse con el trabajo
asalariado de las mujeres, en modalidades de similar precariedad.[38]
Bueno, nos vinimos para acá
[Córdoba] y no veíamos ni en figuritas, no teníamos ni para comer, allá en el
Chaco yo me rebuscaba porque salía a vender casa por casa champú, que esto lo
otro, lo que me daban para vender, yo salía a vender. Pero acá era distinto, a
pesar de haber vivido tantos años acá, a mí nadie me daba mercadería en concesión
para salir a vender, así que empecé a trabajar en casas de familia.[39]
Este
testimonio, junto a otros recogidos, demuestra que para estas mujeres obreras
hacer “changas” no era una novedad en sus vidas. No era la primera vez que
salían a trabajar, puesto que ya tenían experiencia en venta callejera o a
domicilio, también como empleadas domésticas, es decir que casi nunca eran
trabajos formales o en relación de dependencia. Por ende, aquella construcción
simbólica de que en el hogar obrero el hombre proveía y la mujer gastaba, sólo
puede sostenerse en términos de formalidad, desconociendo una parte de la
realidad y una coyuntura de transición como la que estamos analizando. Una
situación similar fue relatada por Julia Teresa Vergara, quien testimoniaba
entre lágrimas en el juicio por el asesinato de su esposo, que luego de su
muerte:
Fue muy duro para mí, fue muy duro
para mí y para mis hijos porque no tenía trabajo, no podía… nada… Donde
conseguía un trabajo me dejaban afuera cuando se enteraban lo que había pasado.
Y yo con mis [tres] hijos sufriendo de todo, frío, hambre, de todo... Me
recogió mi hermana, me dio lugar en su casa para vivir y poder trabajar en
casas de familia. Porque no podía trabajar ni en negocios ni en ningún lado.
Vendía ropa por la calle, hacía todas esas cosas para poder darle de comer a
mis hijos.[40]
Estas
mujeres obreras no sólo debieron sortear a la pobreza, sino también la
persecución política que en ese contexto implicaba más dificultades económicas,
además del ser señaladas por el resto de su comunidad “por lo que había
pasado”, es decir, por estar relacionadas con la denominada “subversión”. Además,
para quienes eran madres, la manutención y contención emocional de los hijos
que sufrían esas secuelas igual que ellas, se convirtió en un nuevo desafío
para el cual no tenían muchas herramientas más que las tradicionales redes
informales de sociabilidad.[41]
Por ello, para quienes tenían pareja, la decisión de separarse (porque el
divorcio no estaba legalizado, pero podían separarse de hecho) afectaba
fuertemente una situación económica ya angustiante. Pero hubo casos en los que
se efectivizó, como en la experiencia de “Mami” que decidió separarse cuando su
marido salió de la cárcel.
Todas
las trayectorias aquí reseñadas permiten pensar en la liberación de la mujer a
partir de la década de 1970 prestando atención a la realidad obrera.
Conviviendo con mandatos culturales que las situaban en la subordinación y la
obediencia, y que las emplazaba al espacio del hogar; sus decisiones demuestran
un inmenso esfuerzo por salir adelante, por defenderse a ellas mismas y a lxs
suyxs, por apoyarse mutuamente, por resistir a la dictadura y sus tremendas
consecuencias. Por supuesto, sus acciones estaban limitadas por un horizonte de
posibilidades acordes al contexto transicional, en el que además de la
transformación estructural, esos mandatos culturales habían empezado a quedar
obsoletos para su propia realidad. En fin, en las vidas que hemos recorrido, se
visibiliza una gran capacidad de resiliencia y sororidad, dos categorías que
parecen haberse descubierto en los últimos años pero que tienen profundas
raíces en nuestra historia.
Conclusiones
En este trabajo se ha analizado la experiencia de
las mujeres obreras durante la década de
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Evaluado: 05/04/2021
Versión Final: 09/04/2021
(*) Profesora y Licenciada en Historia (Universidad Nacional de Córdoba-UNC). Doctora en Historia (Universidad de Buenos Aires). Docente en las cátedras Taller de Aplicación e Introducción a la Historia (Escuela de Historia. UNC). Directora de proyecto de investigación (Centro de Investigaciones. Facultad de Filosofía y Humanidades. Área Historia. UNC/CEA). Argentina. E-mail: malauraortiz@gmail.com / laura.ortiz@unc.edu.ar . ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2190-2065
[1] Con el fin de visibilizar la presencia femenina dentro de las filas obreras de Córdoba, en este trabajo se opta por utilizar la categoría trabajadorxs que incluye diversos géneros.
[2] La significación histórica del “Cordobazo” como inicio de un proceso revolucionario fue reconocido tanto por aquellos sectores identificados con esa propuesta como de aquellos otros opuestos a él (Brennan, 2015[1994]; Brennan y Gordillo, 2008; Servetto y Ortiz, 2019; Tcach, 2012).
[3] “Bolita”, delegado de la fábrica metalúrgica Tubos Transelectric, miembro de la Mesa de Gremios en Lucha, militante de Poder Obrero y FAS, entrevista realizada en Pilar, Córdoba el 26/10/2011 por Laura Ortiz y Paula Puttini.
[4] “Mami”, ex esposa de Mario, delegado de SiTraC y militante del PRT-ERP, entrevista realizada en Córdoba el 19/05/2012 junto a Santos Torres, Liliana Callizo, Paula Puttini, Agustín Cocilovo y Laura Ortiz.
[5] La frase corresponde con el titular de una nota publicada en el diario Córdoba, Córdoba, 08/06/1972, p. 7.
[6] “Mami”, entrevista citada.
[7] “Mami”, entrevista citada. Los términos “juerga” y “curda” son usos del lunfardo que aluden a una fiesta excesiva y a la borrachera, respectivamente.
[8] Según el Censo Nacional Económico de 1974 la producción de calzado de cuero representaba un 1,31% del total de la producción industrial de Córdoba, en él, el 53% de sus trabajadorxs eran mujeres. Censo Nacional Económico 1974, Instituto Nacional de Estadísticas y Censos, Dirección de Informática, Estadística y Censos de Córdoba.
[9] Entrevistas anónimas a obreras de ILASA, revista SMATA Córdoba, Córdoba, Nº 115, 28/11/1973, pp. 3, 7.
[10] Revista UTA, Año 1 Nº 5, marzo 1971, p. 19; Año 1, Nº 7, junio de 1971, p. 17.
[11] Entrevistas anónimas a obreras de ILASA, revista SMATA Córdoba, Córdoba, Nº 115, 28/11/1973, pp. 3, 7.
[12] Ibídem.
[13] La Voz del Interior, Córdoba, 03/06/1970, p. 20.
[14] Rosario Elena de Nágera, delegada de ILASA, integrante del Movimiento de Recuperación Sindical - Lista Marrón del SMATA, entrevista realizada en Córdoba el 16/09/2010 por Laura Ortiz. El término “carnera” refiere a lxs trabajadorxs rompehuelgas, también llamados esquiroles.
[15] Córdoba, Córdoba, 12/05/1974, p. 5; Hechos y Protagonistas de las luchas obreras argentinas, Año 1, N° 1, enero de 1984, p. 16; Ana María Rodríguez, delegada de ILASA y delegada paritaria, integrante del Movimiento de Recuperación Sindical - Lista Marrón del SMATA, entrevista realizada en Córdoba el 30/09/2010 por Laura Ortiz.
[16] La dirección del SMATA estaba liderada por el Movimiento de Recuperación Sindical – Lista Marrón, encabezada por René Salamanca. Estaba conformado por activistas sindicales de distintas adscripciones políticas, pero en general identificados con la izquierda en sus diferentes corrientes. Dirigieron el sindicato desde 1972 hasta su intervención por la central mecánica en octubre de 1974 (Ortiz, 2019).
[17] Ana María Rodríguez y Rosario Elena de Nágera, delegadas de ILASA e integrantes del MRS - Lista Marrón del SMATA, entrevista realizada en Córdoba el 30/09/2010 por Laura Ortiz.
[18] Córdoba, Córdoba, 30/01/1972, p. 4; 01/02/1972, p. 3; 02/02/1972, p. 1.
[19] Norma, delegada de la fábrica Cindalux (Vidrio), entrevista realizada en Córdoba el 24/08/2011 por Laura Ortiz.
[20] “Susy” Carranza, delegada de la fábrica Cindalux (Vidrio) y militante del PST, entrevista realizada en Córdoba el 12/08/2011 por Laura Ortiz; Berta Elorriaga, empleada de fábrica LESA (Vidrio), entrevista realizada de forma virtual el día 24/08/2020 por Laura Ortiz, transcripción realizada por Malena Rodríguez Mutis; Norma, entrevista citada.
[21] Sobre el clasismo vid Ortiz (2019).
[22] Rosario Elena de Nágera, entrevista citada.
[23] Ibídem.
[24] La Voz del Interior, Córdoba, 04/06/1970, p. 20; “Mami”, entrevista citada.
[25] Archivo Provincial de la Memoria Córdoba (APM), Radiograma Policía Federal Delegación Córdoba (Rad.), Córdoba, 20/8/1974, DGI.cd Nº 281 S.I.
[26] “Mami”, entrevista citada.
[27] APM, Rad., Córdoba, 19/10/1976, DGI.cd Nº 809 S.I.; APM, Rad., Córdoba, 22/09/1977, DGI.cd Nº 846 S.I.
[28] Córdoba, Córdoba, 12/12/1975, p. 4; Ana María Rodríguez, entrevista citada; FHO, Familiar de Hugo S. Ochoa, delegado del SEP desaparecido en noviembre de 1975, entrevista realizada en Córdoba el 04/05/2011 por Laura Ortiz.
[29] Héctor Amaranto, militante del PRT y esposo de Berta Elorriaga, entrevista realizada en Córdoba el 22/12/2011 por Agustín Cocilovo; Domingo Bizzi, Secretario Adjunto SiTraC y militante del PRT, entrevista realizada en Córdoba el 21/12/2010 por Laura Ortiz; “Bolita”, entrevista citada; Daniel Carrasco, delegado de Renault, miembro de la Mesa de Gremios en Lucha, militante del Peronismo de Base y luego, Espartaco Mayoría, entrevista realizada en Córdoba el 20/09/2011 por Laura Ortiz; Rosario Elena de Nágera, entrevista citada; Roberto Nágera, delegado de Transax, miembro de la Comisión Directiva y Delegado paritario, integrante del Movimiento de Recuperación Sindical - Lista Marrón del SMATA, militante de Vanguardia Comunista, entrevista realizada en Córdoba el 16/07/2010 por Laura Ortiz; Ana María Rodríguez, entrevista citada; Juan Villa, delegado y miembro de Comisión Directiva de Perkins, integrante de la Lista Marrón de Perkins, militante de Movimiento de Liberación Nacional (MLN), luego en El Obrero y más tarde en Poder Obrero, entrevista realizada en Córdoba el 29/08/2011 por Laura Ortiz.
[30] Entrevista a “Pancha”, viuda de REC, miembro de la comisión directiva de SiTraC, entrevista realizada en Córdoba el 30/09/2011 por Florencia Céspedes. La expresión “somos boleta” representa ser represaliado.
[31] Centro de Documentación Histórica del Poder Judicial de la Provincia de Córdoba (CDHPJ), Serie Judicialización y Política, Caja 1, Doc. “Hábeas corpus preventivo presentado por el abogado FHM en favor de REC”, 03/06/1977.
[32] “Mami”, entrevista citada.
[33] Santos Torres en entrevista con “Mami”, entrevista citada. En la jerga de aquellos tiempos, el “blanqueo” significaba estar reconocido por el Gobierno como un detenido, ser alojado en una cárcel y no en un Centro Clandestino de Detención. Podía implicar ser un procesado judicial o estar a disposición del PEN, sin causa judicial.
[34] René Salamanca fue el secretario general de SMATA entre 1972 y 1974, también fue militante del Partido Comunista Revolucionario. Fue secuestrado el 24 de marzo de 1976 y hasta el momento se encuentra desaparecido.
[35] En general, ante de los secuestros de obreros, eran sus esposas o madres las que iniciaban las denuncias y búsquedas. La documentación relevada registra casos similares ante el secuestro de dos operarios de Grandes Motores Diesel: APM, Rad., Córdoba, 08/10/1976, DGI.cd Nº 765 S.I.; APM, Rad., Córdoba, 08/10/1976, DGI.cd Nº 766 S.I. Otro caso de la misma fábrica en 1982: APM, Rad., Córdoba, 28/06/1982, 969-13-000517-82.
[36] APM, Memorando Policía Federal Delegación Córdoba (Mem.), Córdoba, 16/11/1976, DGI.cd Nº 232 “R”.
[37] Testimonio de Julia Teresa Vergara en el juicio “Diedrichs- Herrera” llevado a cabo en el Tribunal Oral Criminal N° 1 de Córdoba, 17 de noviembre de 2020. Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=hUpdVblj1Bk&list=PL21Fz5yTBIh4sxmaAOQBiXVAiZ3zDk1wE&index=16
[38] “Mami”, entrevista citada; Norma, entrevista citada; Juan Villa, entrevista citada.
[39] “Mami”, entrevista citada.
[40] Testimonio de Julia Teresa Vergara en el juicio “Diedrichs-Herrera”, citado ut supra.
[41] Ana María Rodríguez, entrevista citada; “Mami”, entrevista citada; Julia Teresa Vergara, testimonio citado.