La revista Trapalanda: los inicios de una generación intelectual. Río Cuarto, cultura y política en la década de 1950

 

 

Clara Eliana Micaela Campero(*)

 

 

Resumen

 

Desde mediados del siglo XX, Río Cuarto experimentó un boom cultural que se manifestó en la proliferación de centros destinados a su divulgación y promoción. En ellos se reunió la intelectualidad de la época, quienes desarrollaron una labor en pos de la construcción de lugares habilitantes para la producción cultural. Uno de los centros fue la revista Trapalanda. Esta editorial publicada en la década de 1950, reunió a hombres provenientes de diferentes áreas del conocimiento con el objetivo común de instaurar lugares para la producción cultural que permitiera posicionar a Río Cuarto como centro de difusión. La existencia de este proyecto nos permite entender a estos actores como una generación intelectual, quienes desarrollaron una política de la cultura que aspiraba a garantizar el sostenimiento de las artes por parte del Estado.

 

Palabras clave: Revista Trapalanda; Cultura; Intelectuales; Río Cuarto.

 

 

 

Trapalanda magazine: the beginnings of an intellectual generation. Río Cuarto, culture and politics in the 1950s

 

Abstract

 

From the middle of the 20th century, Río Cuarto experienced a cultural boom that manifested itself in the proliferation of centers for its dissemination and promotion. In them the intelligentsia of the time met, who developed a work in pursuit of the construction of places that enabled cultural production. One of the centers was the magazine Trapalanda. This editorial, published in the 1950s, brought together men from different areas of knowledge with the common objective of establishing places for cultural production that would allow Río Cuarto to be positioned as a dissemination center. The existence of this project allows us to understand these actors as an intellectual generation, who developed a culture policy that aspired to guarantee the support of the arts by the State.

 

Keywords: Trapalanda magazine; Culture; Intellectuals; Río Cuarto.

 


 

La revista Trapalanda: los inicios de una generación intelectual. Río Cuarto, cultura y política en la década de 1950

 

Introducción

 

Desde mediados del siglo XX se asistió a una renovación en el estudio de la historia cultural que significó la apertura a nuevos interrogantes y objetos de estudio que hasta entonces no habían adquirido centralidad en los estudios históricos. Tal es el caso de las revistas culturales cuyo análisis se ha incrementado a lo largo de las últimas décadas. El estudio de este nuevo objeto permitió poner en evidencia la estrecha vinculación que existe entre el campo de la cultura y de la política. De acuerdo con Crespo (2010), las revistas culturales han sido herramientas básicas para la circulación de ideas en América Latina, constituyeron un importante instrumento con que contaron literatos, artistas e intelectuales para expresar sus opiniones, posicionamientos e intervenir en lo cultural y político en el complejo siglo XX latinoamericano. Las revistas, de esa forma, se convirtieron en lugares de reflexión sobre la cultura, la historia y la sociedad al tiempo que se volvieron escenarios centrales para la actuación de los intelectuales que plasmaban en sus páginas no solo sus pensamientos sino sus propuestas y proyectos de acción.

Desde esa perspectiva, y tal como afirma Ana Pifano (2015), las revistas culturales cumplen una doble función: por un lado, son generadoras y sostenedoras de posiciones intelectuales frente a problemáticas específicas de sus sociedades y dinamizadores del campo cultural, siendo decisivas en la consolidación y expansión de circuitos intelectuales y, por el otro, abren vasos comunicantes dentro de sus sociedades en busca de bases identitarias, contenidos integracionistas y fundamentos de valor cultural.

El estudio de los intelectuales reunidos en torno a una revista cultural ha ido proliferando a lo largo de las últimas décadas, particularmente destacamos los estudios de Beatriz Sarlo (1992), John King (1993), Florencia Ferreira de Cassone (1997), Patricia Orbe (2014), Agesta María de las Nieves (2014), Carolina López (2014) Guillermina Castro Fox (2014), entre otros. En lo que respecta a la ciudad de Río Cuarto, Córdoba, este es un campo sobre el cual se ha avanzado de forma incipiente. Fueron los literatos los primeros en profundizar en el conocimiento de este nuevo objeto, dando cuenta de la discursividad que construyeron algunos intelectuales en torno a la cultura, las ideas estéticas y los “orígenes” de la ciudad, donde destacamos particularmente los trabajos de Justo Sorondo Ovando (1997), Marita Novo y José Di Marco (1997), Cisneros, Fassi y Montes (1997), Moyano, Aguilar y Berruti (1997) y Tenca (1997). En las últimas décadas, los trabajos de Osvaldo Prieto (2003) sobre la revista Ariel, Eduardo Escudero y Gisela Pecoro (2014) con su análisis de la revista Vertical y Karina Martina (2017) acerca de la revista Adelante editada por el Partido Socialista de Río Cuarto, han mostrado cómo en la ciudad se desplegó una intensa actividad política que se mediatizó por medio de las revistas culturales.

Sobre esa base, el presente trabajo pretende colaborar en el conocimiento de este vasto objeto de estudio a través del análisis de la revista Trapalanda, Arte-Ciencias-Letras, publicada en la ciudad de Río Cuarto durante la década de 1950, ella configuró un lugar de sociabilidad política que reunió a figuras provenientes de diferentes áreas del conocimiento que convergieron en la revista con el principal objetivo de crear espacios para la difusión y promoción de la cultura local. En ese sentido, la revista favoreció la articulación de escritores e intelectuales y constituyó una instancia significativa para la conformación del campo cultural de la ciudad. Desde sus editoriales, se propició la construcción de representaciones que sentaron las bases de una Río Cuarto “moderna” y que, por ende, produjo y fijó legitimidad en torno a una forma determinada de ver la ciudad, la cultura y la sociedad.

Esta afirmación nos conduce a prestar particular atención a las trayectorias sociales, intelectuales y políticas de aquellos sujetos que participaron en el proyecto editorial. Para ello, y con el objetivo de identificar a los sujetos que confluyeron en su creación, se partirá de la idea propuesta por Omar Acha (2008) de entenderlos como una “generación intelectual”, categoría conceptual que nos permite enfatizar la dimensión política del proyecto cultural. Asimismo, y siguiendo a Olga Echeverría (2007), se utilizará el término intelectual en su sentido socio-cultural, atendiendo al intelectual vinculado al espacio que ocupa, a la necesidad de su formación social y dando cuenta de los medios a que pertenece, de sus condiciones de producción y de audiencia. Los hombres que llevaron a cabo estos emprendimientos pueden ser, al mismo tiempo, considerados “intelectuales de pueblo” (Martínez, 2013), concepto que enfatiza su posición periférica de los centros capitalinos tanto de la provincia como de Buenos Aires. Ana Teresa Martínez (2013) afirma que el intelectual de provincia es un capitalino del interior, cuyo espacio aparece circunscripto a una delimitación política estatal específica, y que puede ser -en caso de que la haya- el centro de una red más amplia de la que formen parte pueblos y ciudades menores. El intelectual de pueblo, en cambio tiene un espacio de referencia acotado a la población en que vive y a las redes de las que forma parte, en posición predominantemente periférica. Todo esto sin olvidar que las redes de circulación pueden cruzarse, constituir circuitos y regiones de intercambio según lógicas diversas -que no siempre se articulan en la forma centro-periferia- y que hay que descubrir caso por caso.

En este artículo, seguiremos la propuesta metodológica de Pita González y Grillo (2015) quien enfatiza en el análisis de tres dimensiones. La dimensión material que implica atender a aspectos técnicos; la dimensión material que incluye aquellos aspectos vinculados al contenido y la dimensión inmaterial, lo que las autoras denominan: la geografía humana. Es sobre esta última dimensión que se centrará nuestro análisis, a fin de comprender el entramado de sujetos que se vieron involucrados en su realización. En primer lugar, nos abocaremos a la identificación del grupo editorial a fin de desentrañar su conformación a partir de la reconstrucción de los lugares de sociabilidad común en tiempos previos a la publicación, para luego centrarnos en su estudio como “generación intelectual” puntualizando en su identificación colectiva y en el desarrollo de su política de la cultura. ¿Quiénes fueron los intelectuales nucleados en torno a la revista? ¿Cómo se conformó el grupo? ¿Qué objetivos perseguían? ¿Qué acciones realizaron para alcanzar sus objetivos? Son algunos de los interrogantes que atravesarán el escrito.

En cuanto al corpus de análisis, el mismo se compone de los 11 ejemplares que produjo el grupo editorial entre los años 1953 y 1959, los cuales se encuentran disponibles en el Archivo Histórico Municipal de Río Cuarto y en la Junta Historia Municipal de la misma ciudad. No obstante, la investigación se enriquecerá con artículos del diario El Pueblo, que se encuentran disponibles para su consulta en el mencionado archivo histórico.

 

Río Cuarto y la cultura: los orígenes de Trapalanda

 

¿Qué más da? No paréis mientes en lo caduco. Haceos barraganes y buscad la Trapalanda, más allá del quarto río, más allá dessas provincias que dicen de Cochancharava, más allá… y maravillaos de su estirpe y su luz en medio dessas pampas sin horizonte do habitan las bestias cimarronas.

Trapalanda, 1954

 

A mediados de siglo XX, la ciudad de Río Cuarto experimentó un boom cultural que se manifestó en la proliferación de centros destinados al “cultivo de las artes”. Dicho proceso fue consecuencia de los cambios acontecidos en la región desde principios de siglo vinculados a la modernización de ese espacio, hasta hace poco periférico de la provincia de Córdoba, en el contexto de “una ciudad que se modela como ciudad moderna y que aspira a ser una ciudad cultural” (Carranza, 2010, p. 19). En efecto, para la década de 1940, Río Cuarto –segunda ciudad de la provincia de Córdoba (tanto política como demográfica y económicamente)– tenía cerca de cincuenta mil habitantes, con un marcado predominio de profesionales, comerciantes, productores e industriales por sobre los dependientes y, dentro de éstos, con una preponderancia de los empleados en el sector terciario con respecto a los trabajadores de la industria, actividad que aún no había superado la etapa manufacturera (De Imaz, 1965, pp. 97-99). Ésta se hallaba fuertemente vinculada a la actividad agropecuaria de la región, a la que proveía de insumos, maquinarias y herramientas, por un lado, y por otro, produciendo alimentos para la población, ramas que ocupaban las primeras posiciones en términos de valor de la producción y personal ocupado (Regolini y Vagnola, 1995, pp. 950-951).

Durante estos primeros años, el desarrollo del campo cultural estuvo vinculado principalmente a la iniciativa privada con determinadas excepciones que involucraron el accionar del Estado municipal, tales como el Conservatorio Superior de Música (1927) y el Museo Municipal de Bellas Artes (1933). Estos centros privados dedicados al fomento de las artes, tales como la “Asociación Amigos del Arte” o bien como eran conocidos “el grupo de las tres A”, el cual se constituyó el 18 de junio de 1945 “a razón del entusiasmo suscitado por la fundación del Museo Municipal” (Mayol Laferrere, 1986, p. 14). La Asociación trabajó con el propósito de organizar una galería permanente de artes plásticas que sobre todo sirviera “para celebrar los éxitos de los artistas locales” (Mayol Laferrere, 1986, p. 14). Las exposiciones servían como reuniones culturales en las que se conjugaban la literatura, la plástica y la música, desatancando el papel del escritor Juan Filloy como gestor y promotor principal de las actividades artísticas de Río Cuarto y la región. Empezaba, de esta manera, a constituirse un grupo de pertenencia en el cual sus miembros se reconocían y eran reconocidos por compartir un interés común por el placer personal y la motivación de compartir este “movimiento cultural que comenzaba a vivir la ciudad en esa época” (Carranza, 2010, p. 102 y 108).

En estos centros privados destinados al desarrollo de las artes se reunieron los hombres que conformaron Trapalanda. La revista, publicada unos años más tarde, constituyó la primera revista cultural en la ciudad que logró sostenerse en un lapso más prolongado de tiempo que anteriores experiencias y reunir a un elenco amplio de intelectuales y escritores, convirtiéndose en un espacio clave para la conformación del campo cultural en la región. En la ciudad de Río Cuarto, quienes impulsaron estas iniciativas constituían un grupo heterogéneo entre los que se destacaban cronistas, artistas, literatos, periodista, políticos, militares y sacerdotes, quienes actuaron como forjadores de la cultura de una ciudad interiorana como lo es Río Cuarto, lejana y cercana de Buenos Aires, lejana y cercana de Córdoba como capital de la provincia” (Escudero, 2016, p. 48).

 

Trapalanda. Arte-Ciencias-Letras

 

En junio de 1953 apareció por primera vez la revista Trapalanda, Arte-Ciencias-Letras, producto de la inquietud de aquellos que “en este rincón de Patria creen que la conquista del espíritu es una dimensión -la más hermosa- de la felicidad humana”.[1] La revista, publicada en su primera etapa entre 1953 y 1955,[2] constituyó un ámbito de sociabilidad intelectual, en donde hombres provenientes de diferentes áreas del conocimiento se reunieron con el propósito de instituir espacios habilitantes para la producción y difusión de la cultura. Sus páginas se presentan “al alcance de quienes deseen exteriorizar en ellas sus inquietudes científicas, artísticas y literarias”,[3] abarcando así una amplia gama temática que incluyó ensayos de política, literatura, historia, psicología, medicina, abogacía, música, artes plásticas, filosofía, entre otros,[4] que eran producciones propias del grupo editorial o de colaboradores ocasionales.

Su nombre Trapalanda, da cuenta de su intencionalidad principal del grupo de “dotar de voz al desierto” (Sorondo Ovando, 1997, p. 44), ser el “órgano de expresión de Río Cuarto y zona de influencia, en sus múltiples aspectos”.[5] Trapalanda no solo reivindica aquel pasado mítico de la región: lugar “fabulosamente rica en metales y esmeraldas”,[6] pero que ahora desprovista de toda leyenda, continúa “tan pródiga como antaño, tan cautivante como ayer, y como ayer emergiendo de las pampas hacia los cuatro rumbos”;[7] sino que busca en él su origen y en ello aspira fijar el mito fundacional de la ciudad.

 

Sobre las mieses que brinda esta Trapalanda del mito y de la fábula, convertida en la realidad presente gracias al trabajo noble y tesonero de muchas generaciones, levantamos ahora las espigas nutricias del pensamiento. Ellas revelan nuestro linaje y confirman nuestra límpida vocación espiritual.[8]

 

Tal como afirma Justo Sorondo Ovando (1997) esta consideración del nombre es un intento de demostrar que en estas alejadas tierras, con seculares enfrentamientos políticos y culturales con los centros de poder provinciales, también era posible realizar emprendimientos de caracteres culturales de envergadura, enjundiosos y que pudieran compararse sin desmedro con los de otros centros con tradiciones aquilatadas.

El heterogéneo grupo editorial que le dio origen fue conformado por: Joaquín Bustamante, primer director de la revista, Carlo Lucero Kelly, sub-director, y Jorge A. Carranza, secretario de redacción, junto con Víctor Barrionuevo Imposti, Juan Filloy, Curt Francis, Ricardo Martorelli, Hoel Muñoz Grandi, Daniel Rey, Juan Vázquez Cañas, Julio Armando Zavala, quienes conformaron la mesa de redacción, así como los ilustradores, Hugo Arias y Franklin Arregui Cano y el administrador, Martin D. Agüero.

De acuerdo con el relato de Joaquín Bustamante, en una entrevista para la revista Qué, Trapalanda se conformó por un “grupo de gente amiga resolvimos fundar un centro de las artes, un salón, porque no había ninguno” (Mayol Laferrere, 1986, p. 44). Esta expresión merece ser matizada, pues para entonces existían en la ciudad tanto un centro de artes, el Museo Municipal de Bellas Artes, como un organismo encargado de la gestión de la cultura, la Sub-secretaría de cultura, fundada en 1953 bajo la gestión peronista de Natalio Castagno, por lo que esa apreciación no parece del todo correcta.

Sin embargo, según Elena Carranza (2010) en el interregno producido entre 1949 y 1952 (años previos a la publicación) se puede observar un descenso de la actividad plástica y de las actividades culturales en general. Esta situación provocó malestar y despertó reclamos en algunos sectores de la sociedad. Precisamente, en agosto de 1952 el diario El Pueblo presentó una polémica suscitada a raíz de una publicación titulada “¿Qué pasa con nuestra inquietud cultural local?”, en donde se recrimina la ausencia de actividades culturales y se enfatiza cierta nostalgia por los tiempos pasados de “gran agitación cultural”, destacando la labor realizada por los miembros del grupo de las tres A.

 

¿Se acuerdan de aquella organización “Las 3 A”? Cuántas cosas lindas sabían realizar; era tanto su entusiasmo que no contentos con lo que hacían localmente, les sobraban fuerzas para ir a despertar inquietudes a otros pueblos vecinos.

[…] Allí tenemos nuestro museo ¿por qué no realizar visitas organizadas…? Y en el campo de la música?... y nuestro coro?… entonces empezar de nuevo que nuestra población necesita vivir un poco más en lo que respecta a la inquietud cultural.[9]

 

Es precisamente ese sentimiento de ausencia de manifestaciones culturales, a lo que se suman los reclamos que los artistas locales realizaban acerca de la concreción de lugares dedicados al desarrollo cultural, impulsados y sostenidos por el Estado, lo que lleva a los hombres de Trapalanda a desarrollar un proyecto político-cultural tendiente a generar espacios institucionales para el arte. La revista, de hecho, fue pensada para tal fin, y así se explicitó en el número 1: “Si los ingresos sobrepasaran los gastos de impresión y distribución, el excedente será destinado a sostener una galería permanente de artes plásticas”.[10]

Pero ¿quiénes eran los hombres que conformaron Trapalanda y constituyeron su geografía humana? A partir de los datos extraídos del libro “Hombres y mujeres de Río Cuarto” (2016) podemos concluir que dentro del grupo fundacional encontramos actores provenientes del mundo de las artes, el derecho, la literatura, la docencia; hombres que mostraban una formación integral en diversas disciplinas y que se dedicaron a lo largo de sus vidas a diferentes ámbitos de actuación profesional. Esto fue así porque a mediados del siglo XX, la ciudad de Río Cuarto no contaba con centros especializados en la formación disciplinar, debido a que la Universidad recién abrirá sus puertas en 1971.

De esta forma, es común encontrar a estos intelectuales dando clases en la Escuela Normal o el Colegio Nacional (Barrionuevo Imposti, Carlos Lucero Kelly, Juan Vázquez Cañas, Franklin Arregui Cano) o bien trabajando en consultorios privados u hospitales públicos (Ricardo Martorelli, Carlos Lucero Kelly), desempeñando labores legales (Joaquín Bustamante, Juan Filloy, Jorge A. Carranza, Martin D. Agüero) e inclusive ocupando cargos políticos (Ricardo Martorelli). Con la excepción de Curt Francis y Hugo Arias, quienes para entonces ya se encontraban afianzados en el mundo de las artes.

Pero ¿qué lugares en común habitaron? ¿Cómo se conformó el grupo fundador? Tras identificar las trayectorias individuales de los miembros del grupo editor-fundador, podemos mencionar algunos lugares compartidos que hicieron a su sociabilidad. Pues como intelectuales tuvieron campos específicos de acción y sitios de encuentro en el que cada uno fueron realizando sus habilidades singulares, que permitieron posteriormente desarrollar la obra colectiva.

Entre estos lugares podemos destacar la Universidad Nacional de Córdoba, único centro de formación universitaria en la provincia, en donde muchos de los miembros cursaron estudios en Derecho (Juan Vázquez Cañas, Jorge A. Carranza, Juan Filloy, Joaquín Bustamante), Escribanía (Martin D. Agüero) y Medicina (Carlos Lucero Kelly, Ricardo Martorelli). La casa de altos estudios significó la oportunidad para estos “intelectuales de pueblo” de vincularse con otros centros de producción intelectual y una red más amplia de las que podían encontrar en su ciudad que, posteriormente, se plasmará en las páginas de la revista.

Otros centros de formación importantes fueron la Escuela Normal, en donde se instruyeron como maestros y el Colegio Nacional, con formación bachiller, ambos de la ciudad de Río Cuarto. En estos centros los intelectuales desempeñaron su actividad profesional, que sirvió a su vez de lugar de encuentro para la formación del grupo Trapalanda. Algunos de los miembros del grupo que desempeñaron la labor docente en dicha institución fueron: López Legaspi, Lucero Kelly, Joaquín Bustamante, Franklin Arregui Cano, Juan Vázquez Cañas, Víctor Barrionuevo Imposti y Julio Armando Zavala.

Finalmente, en épocas previas a la publicación de la revista podemos destacar dos centros culturales de la ciudad en los cuales los hombres de Trapalanda tuvieron actuación: la Biblioteca Popular Mariano Moreno, fundada 1873, y el Museo Municipal de Bellas Artes. El primero de ellos es considerado un “auténtico foro de la cultura riocuartense” que realizaba constantemente acciones para promover la actividad cultural en general, llegando a albergar numerosas instituciones. El segundo, desde su fundación en 1933, no sólo fue un espacio en el cual los artistas daban a conocer sus creaciones, sino también un medio a través del cual se lograban contactos con otros centros artísticos del país. En esta institución, desarrollaron sus producciones artísticas los plásticos Franklin Arregui Cano y Hugo Arias, ilustradores de la revista. Además, algunos de sus miembros fueron directores de la institución tales como Filloy, Arregui Cano y Lucero Kelly.

Estos ámbitos de sociabilidad fueron claves para la construcción de redes que permitieron al grupo no solo cohesionarse sino además crear espacios desde donde vincularse con esferas del poder público, los cuales les permitieron llevar con posterioridad otras facetas de su proyecto político-cultural. Los hombres de Trapalanda no solo buscaban crear espacios para el desarrollo de la cultura que contribuyera a la profesionalización de los artistas e intelectuales de la región, sino que aspiraban a configurar las bases de una Río Cuarto “moderna” en donde la cultura ocupara un lugar preponderante y el Estado fuera un actor clave en la gestación y el sostenimiento de instituciones dedicadas a su desarrollo.

La revista fue la primera manifestación del proyecto que también incluyó la fundación de la Barraca Trapalanda y el impulso dado por el grupo para la creación del Instituto de Cultura. A su vez, la revista fue el medio que utilizaron para dar a conocer sus reflexiones, ideas y proyectos políticos, pensamientos que produjeron y fijaron legitimidad en torno a una forma determinada de ver la ciudad, la cultura y la sociedad.

 

El proyecto de la generación Trapalanda: la institucionalización de la cultura

 

Hemos afirmado que para los hombres de Trapalanda fue la “ausencia” de lugares destinados al fomento de las artes lo que los llevó a nuclearse en torno a un proyecto editorial que permitiera no solo expresar su inquietudes y reflexiones en torno a la cultura y la ciudad sino sobre todo a impulsar su proyecto que aspiraba a la concreción de lugares destinados al desarrollo de la cultura. La existencia de este proyecto es lo que nos permite identificar al grupo, siguiendo la conceptualización de Omar Acha (2008) como una “generación intelectual”.

La revista Trapalanda. Arte-Ciencias-Letras tuvo dos ciclos de publicación: el primero de ellos abarcó los años 1953 a 1955, periodo en que se editan la mayor cantidad de sus números (1-11) con una tirada trimestral; mientras que el segundo ciclo se inauguró en 1959 con un único número. Publicada en formato libro, cada ejemplar contaba con un aproximado de ochenta páginas cuya numeración abarcaba el año de publicación. En sus páginas encontramos una amplia gama de temas que incluían ensayos de política, literatura, historia, psicología, medicina, abogacía, música, artes plásticas, filosofía, entre otros, las cuales podían ser producciones propias del grupo editorial o de colaboradores ocasionales, nacionales o extranjeros.

Trapalanda no solo cumplió un rol en la difusión de sus ideas y reflexiones respecto a la cultura, la sociedad, la política, entre otros, sino que además se convirtió en un espacio propicio para la emergencia de la figura del escritor profesional y la propia conformación del campo intelectual en la región. En este sentido, se destaca la intencionalidad del grupo de contribuir a la consolidación del campo cultural, a partir de la difusión de las actividades que se realizan en la localidad, lo cual puede observarse en la sección Revista de la Cultura, la cual constituía un tercio de la publicación. En ella se daban a conocer las actividades llevadas a cabo por las diferentes entidades culturales: conciertos, recitales poéticos, conferencias; a su vez en esta sección se reseñaban obras literarias de carácter nacional e internacional, así como críticas de obras musicales y teatrales.

Esta intencionalidad forma parte de la identificación del grupo y la misma se manifestó expresamente. Ejemplo de ello son las declaraciones que Juan Filloy realizó en 1955 en el diario El Pueblo, donde presentó a Trapalanda como:

 

(…) Foco de irradiación cultural que pocas ciudades poseen.

Sin que constituya un halago desmedido puede decirse que la revista “Trapalanda” tiene jerarquía continental. Es tal vez la publicación de su índole mejor del país. Los que duden de este acierto que digan cuales la superan. La evidencia nos honra sobremanera. Fuera de “Sur” y “Diógenes”- destinadas a la proyección literaria mundial- ninguna otra se adapta a la inquietud local con tanta prestancia y tantas vivencias. Extinguidas las revistas “Nosotros”, “Substancia”, que ejemplificaban también un alto esfuerzo local, nada existe en el panorama argentino que alcance el nivel de Trapalanda.[11]

 

Ahora bien, la revista se creó con la finalidad de sostener una galería permanentes de artes plásticas, así se explicita en el número 1: “Si los ingresos sobrepasaran los gastos de impresión y distribución, el excedente será destinado a sostener una galería permanente de artes plásticas”,[12] y posteriormente para solventar “otras manifestaciones culturales que Trapalanda organice”.[13] En principio la revista, editada merced al esfuerzo económico de suscriptores ordinarios y extraordinarios, solo se distribuía “entre ellos e instituciones culturales del país o del extranjero que posean órganos de publicidad semejantes”.[14] Sin embargo, aludiendo a los “anhelos” el grupo editorial decidió poner en circulación el ejemplar suelto, lo cual permitió llegar a un público más amplio.

Cuando, en consonancia con su objetivo se inauguró la Barranca Trapalanda, el 29 de mayo de 1954, el grupo editorial comenzó a emplear lo recaudado para solventar los gastos de la galería, y a partir de ese momento la editorial se presentó como “la voz de la institución homónima”. Al mismo tiempo la revista fue empleada como medio para reunir fondos a partir de la campaña “Pro-edificio Trapalanda”, difundida para:

 

Construir un edificio modelo, dotado de auditórium, sala para exposiciones plásticas, atelier-academia-museo, biblioteca especializada en artes y sala de lectura, departamento para huéspedes, etc. enclavado en medio de las rutas que cruzan el país, en el seno de una sociedad caracterizada siempre por su sed de cultura y por su generosidad para abrir sus puertas a todos cuantos tengan inquietudes espirituales.[15]

 

Para construirlo el grupo editorial emitió mil acciones de mil pesos cada una, pagados de contado o en diez mensualidades que podían ser adquiridas de manera individual o grupal.

La fundación de la Barraca implicó la segunda materialización del proyecto cultural de la generación Trapalanda. El edificio es considerado por los miembros del grupo signo del progreso al que la ciudad está destinada, pues si bien reconocen lo “humilde” de la edificación actual, los planes del grupo de construir “el hermoso edificio que el paraje merece y la ciudad espera desde hace años”,[16] lo vuelve para ellos una promesa de la “grandeza” y desarrollo cultural de Río Cuarto.

 

Mientras tanto, en uno de estos terrenos relegados de Río Cuarto, se levanta hoy esta curiosa cuanto precaria fábrica de chapas cuyo interior reluce constantemente de joyas insospechadas.

Es que allí ha plantado Trapalanda su “barraca” y en ella funciona una galería de artes plásticas, una sala de lectura y su auditórium para conferencias. Es claro que todo esto dicho así resulta en cierto modo excesivo, demasiado importante: porque la realidad es que la galería, sala de lectura y auditórium son una sola cosa y que todo ello se desenvuelve en el espacio interior de catorce metros por siete (…) pero es realidad también que un mundo de gente pasa por la “barraca” curioseando o admirando las obras exhibidas.

Difícilmente pueda darse en nuestro país una exposición de bellas artes que concite más público (…)

De todos modos, nada de cuanto ocurra disminuirá la labor de cultura que la “barraca” realiza mostrando a los vecinos la más variada selección de esculturas, pinturas, dibujos y grabados, y explicándolas las circunstancias de escuelas, técnicas, etc.[17]

 

Años más tarde, en febrero de 1956, la barraca fue desmontada y se inició la construcción del nuevo edificio en la calle Colón 149, su actual sede. Esta segunda manifestación del proyecto se concretó en 1964 con la inauguración del nuevo local.

Ahora bien, el proyecto político-cultural de Trapalanda no se circunscribió solamente a la publicación de la revista y a la construcción del edificio, el mismo apuntó a cumplir una demanda histórica: garantizar el sostenimiento de las artes por parte del Estado. Para ello las acciones del grupo tendieron a contribuir a la consolidación del Instituto de Cultura, fundado en 1958, organismo municipal que sustituyó a la antigua Sub-Secretaría de Cultura, ente gestado en tiempos peronistas, cuya relación con los miembros de Trapalanda aún nos queda por indagar.

Para Mayol (s/f) fue la intensa actividad cultural de la ciudad lo que hizo necesario la creación de un ente capaz de nuclear y organizar, con sentido globalizador, el trabajo de las instituciones culturales. El Instituto fue dirigido por una comisión integrada por un presidente y nueve vocales pertenecientes a las distintas instituciones culturales de la ciudad: un concejal, los directores de la Escuela Municipal de las Bellas Artes, Museo Municipal y Orquesta Sinfónica y representantes de la Biblioteca Popular Mariano Moreno, Cine Club Río Cuarto, Trapalanda, Coro Polifónico y Magisterios de la ciudad. El presidente era designado por el Concejo Deliberante a propuesta del Departamento Ejecutivo.

Con respecto a esta institución el grupo alude:

 

Una feliz iniciativa (...) que crea el Instituto de Cultura de la Ciudad de Río Cuarto, organismo que, sin resumir los centros artísticos y culturales de la ciudad, los agrupa formando junto a cada uno de ellos un nuevo entre dinámico y ágil, posibilitando la concreción de un trabajo organizado y fecundo y ayudando a solucionar en parte las frecuentes dificultades económicas de las entidades que actúan en este campo de la actividad humana.

Los nombres de las Instituciones integrantes son la mayor garantía de que el novel organismo está llamado a felices destinos en la vida de la Comuna (…) trabajan codo a codo en común esfuerzo por alcanzar un mismo objetivo.[18]

 

La Comisión del Instituto de Cultura se encargaba de la presentación de espectáculos y de “despertar en la ciudad el interés por estas nobles actividades del espíritu”. Los hombres de Trapalanda insisten en remarcar que la creación del Instituto “no nació de un acto espontáneo de los poderes públicos, sino de la ponderable comprensión de estos sobre una idea mucho antes expresada por los organismos de referencia”, atribuyéndose parte del mérito en la resolución de aquella demanda histórica que artistas e intelectuales venían realizando hace tiempo atrás: garantizar el sostenimiento de las artes por parte del Estado municipal.

Cabe destacar que en los años que van desde 1955 a 1959 la revista cesó su edición y la razón que sus miembros dieron en su último número (publicación única de 1959) es la demanda que las actividades culturales realizadas conllevaron, lo cual impidió a sus miembros desarrollar la revista, sumado a las dificultades económicas. A su vez el fin de la publicación fue acompañado por la donación del edificio de la calle Colón a la Municipalidad con dos únicos pedidos: que fuera afectado siempre a la cultura y que se conservara el nombre.

Este desprendimiento del edificio no significó sin embargo la ausencia del grupo en actividades culturales posteriores, sino más bien la consagración de su proyecto político-cultural. De ahora en adelante el edificio pasará a depender del poder municipal y el mismo será administrado por el Instituto de Cultura, en el cual sus miembros también forman parte, debido a que como hemos mencionado estaba compuesto por los representantes de los diversos centros culturales donde los hombres de Trapalanda continuaron su accionar, así por ejemplo encontramos a Jorge Carranza como representante de Trapalanda y a Arregui Cano, director del Museo Municipal de Bellas Artes. Al mismo tiempo cabe destacar que la gestión que llevó a cabo la institucionalización de la secretaría corresponde a la intendencia de Ricardo Martorelli (1958-196), hombre de Trapalanda; y es en razón de ello que sostenemos que fue esta inserción de los intelectuales en la administración política lo que dio como resultado la consagración del proyecto Trapalanda.

 

Consideraciones finales

 

En junio de 1953 apareció por primera vez en la ciudad de Río Cuarto la revista Trapalanda, Arte-Ciencias-Letras, publicada en su primera etapa hasta 1955, para posteriormente reaparecer con un único número en 1959, constituyó un ámbito de sociabilidad intelectual, en donde hombres provenientes de diferentes áreas del conocimiento, definidos como “intelectuales de pueblos”, se reunieron con el propósito de instituir espacios habilitantes para la producción y difusión de la cultura local.

El grupo editorial que le dio origen fue conformado por: Joaquín Bustamante, primer director de la revista, Carlo Lucero Kelly, sub-director, y Jorge A. Carranza, secretario de redacción, junto con Víctor Barrionuevo Imposti, Juan Filloy, Curt Francis, Ricardo Martorelli, Hoel Muñoz Grandi, Daniel Rey, Juan Vázquez Cañas, Julio Armando Zavala, quienes conformaron la mesa de redacción, así como los ilustradores, Hugo Arias y Franklin Arregui Cano y el administrador, Martin D. Agüero. La revista favoreció la articulación de escritores e intelectuales y constituyó una instancia significativa para la conformación del campo cultural de la ciudad.

A partir de las páginas de Trapalanda estos hombres gestaron un proyecto político-cultural que fue visibilizado en la revista, el cual aspiraba a la creación de lugares destinados para el desarrollo de las artes. A su vez, desde sus editoriales, se propició la construcción de representaciones que sentaron las bases de una Río Cuarto “moderna” y que, por ende, produjo y fijó legitimidad en torno a una forma determinada de ver la ciudad, la cultura y la sociedad. La existencia de este proyecto es lo que nos permite identificar al grupo, siguiendo la conceptualización de Omar Acha como una “generación intelectual”, dando a entender por ello un colectivo que se caracteriza por construir una identificación compartida, desarrollar una política de la cultura y consolidar una obra colectiva con proyección en el tiempo.

Afirmamos que la primera manifestación del proyecto fue la revista y en razón de ello despierta el interese por estudiarla, entendiendo a la misma como un objeto de singular riqueza para el estudio de las representaciones construidas por los intelectuales locales. Esto implica prestar atención a las trayectorias sociales, intelectuales y políticas de aquellos sujetos que participaron en el proyecto editorial, y en virtud de ello el presente trabajo se centró en primera instancia en la identificación del grupo editorial a fin de desentrañar su conformación a partir de la reconstrucción de los lugares de sociabilidad común en tiempos previos a la publicación.

Entre estos “lugares compartidos” podemos destacar la Universidad Nacional de Córdoba, único centro de formación universitaria en la provincia, la Escuela Normal y el Colegio Nacional, ambos de la ciudad de Río Cuarto, centros donde los intelectuales desempeñaron su actividad profesional, que sirvió a su vez de lugar de encuentro para la formación del grupo Trapalanda. Finalmente, en épocas previas a la publicación de la revista podemos destacar dos centros culturales de la ciudad, en la cual los hombres de Trapalanda tuvieron actuación: la Biblioteca Popular Mariano Moreno y el Museo Municipal de Bellas Artes.

Estos ámbitos de sociabilidad fueron claves para la construcción de redes que le permitieron al grupo no solo cohesionarse sino además crear espacios desde donde vincularse con esferas del poder público, los cuales les permitieron llevar con posterioridad su proyecto político-cultural.

El proyecto de la generación Trapalanda aspiró a la institucionalización de lugares de la cultura, a fin de posicionar a Río Cuarto como un centro de difusión artística. Su primera manifestación fue la revista, y precisamente su nombre, tal como afirma Sorondo Ovando, da cuenta de la intención de sus actores de demostrar- y quizás demostrarse que en estas tierras también era posible realizar emprendimientos de caracteres culturales de envergadura. Esta intencionalidad es lo que permitió al grupo dotarse de su identificación colectiva y desarrollar su política de la cultura, que aspiraba a consolidar su obra colectiva en el tiempo, cuya otra manifestación fue la creación de la barraca Trapalanda en 1954.

La barraca fue considerada por los miembros del grupo una verdadera obra cultural que permitió a los vecinos de la ciudad ponerse en contacto con la más variada selección de esculturas, pinturas, dibujos y grabados. Desde su instalación el grupo prosiguió sus actividades con el objetivo de construir el edificio “que el paraje merece y la ciudad espera desde hace años”, materializado en el proyecto pro-edificio Trapalanda, el cual se concretó en 1964 cuando el nuevo edificio fue inaugurado.

Ahora bien, el proyecto político-cultural de Trapalanda no se circunscribió solamente a la publicación de la revista y a la concreción del edificio, sino que el mismo apuntó a cumplir una demanda histórica: garantizar el sostenimiento de las artes por parte del Estado. Para ello las acciones del grupo tendieron a contribuir a la consolidación del Instituto de Cultura fundado en 1958, organismo municipal que sustituyó a la antigua Sub-Secretaria de Cultura.

El Instituto de Cultura significó para los miembros de Trapalanda el organismo que permitió reunir a los diversos centros artísticos y culturales de la ciudad en un nuevo entre dinámico y ágil, que posibilitaba la concreción de un trabajo organizado y fecundo, ayudando sobre todo a solucionar en parte las frecuentes dificultades económicas de las entidades, para que de esta forma se realizara “la presentación de espectáculos de jerarquía” que despertar en la ciudad “el interés por estas nobles actividades del espíritu”, objetivo presente desde los inicios del grupo.

Cabe destacar que fue precisamente en la intendencia de uno de los hombres de Trapalanda, Ricardo Martorelli (1958-196), cuando se llevó a cabo la institucionalización, es por ello que sostenemos que fue la inserción de los intelectuales en la administración política lo que dio como resultado la consagración del proyecto Trapalanda, aspecto que aun nos queda por continuar desentrañando.

 

Bibliografía

 

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Fuentes

 

Revista Trapalanda, Arte-Ciencias-Letras, Río Cuarto. Archivo Histórico Municipal Río Cuarto (AHMRC).

Diario El Pueblo. Río Cuarto. AHMRC.

 

 

Recibido: 28/07/2020

Evaluado: 28/09/2020

Versión Final: 30/11/2020

 



(*) Profesora en Historia (Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Río Cuarto). Argentina. Email: campero.clara@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3555-2249

[1] AHRMC (Archivo Histórico Municipal Río Cuarto) Revista Trapalanda, Arte- Ciencias- Letras, 1953, Junio Vol. 1, solapa.

[2] La primera etapa de la revista comprendió desde 1953 a 1955, años en que se publica de manera trimestral, contando con un total de 10 ejemplares, pero que incluye 11 volúmenes, debido a que por “inconvenientes insalvables de fuerza mayor” en diciembre de 1955 los volúmenes 10 y 11 se publicaron de manera conjunta. La segunda etapa de inició en 1959 cuando la revista volvió a publicarse para reaparecer con un único número.

[3] AHRMC. Revista Trapalanda, Arte- Ciencias- Letras, 1953, Junio Vol. 1, solapa.

[4] En el primer número de Trapalanda encontramos los siguientes artículos: Los que fueron; La verdad acerca del nacimiento de Alfonsina Storni; Apuntaciones para la historia del sur de la provincia de Córdoba; Libero Pierini: Escultor, dedicados al estudio histórico o de determinadas personalidades de la cultura local. Yo y el Arquitecto; Yo sigo; Tragedia, escritos literarios. Apostillas para una interpretación del “Estado”: realidad jurídica e ideal de justicia; Una consulta decisiva; Jurisprudencia original de los tribunales de Río Cuarto; A propósito de Guglielmo Ferrero y su teoría sobre la legitimidad del poder, dedicados al estudio político, principalmente del derecho. Nota médica actual y El cine y la psicopatología, sobre medicina. Rueda Mediavilla: Xilógrafo y Fluoraciones de aguas potables-flúor en las aguas de la zona de Río Cuarto, sobre ciencia y tecnología. La religión de la música y Beethoven a través de sus sinfonías, sobre música. Río Cuarto: su decadencia y su progreso. La ciudad actual, un estudio arquitectónico. Notas a manera de introducción para un estudio histórico-social del hombre, y un novísimo descubrimiento del hombre: su vida, sobre filosofía.

[5] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte- Ciencias- Letras, 1953, Junio Vol. 1, solapa.

[6] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte- Ciencias- Letras, 1953, Junio Vol. 1, p. 1.

[7] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte- Ciencias- Letras, 1953, Junio Vol. 1, p. 1.

[8] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte- Ciencias- Letras, 1959, Vol. 12, p. 2.

[9] AHMRC. Diario El Pueblo. Río Cuarto. 20/08/52.

[10] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte-Ciencias-Letras, 1953, Junio Vol. 1, solapa.

[11] AHMRC. Diario El Pueblo. Río Cuarto, 20/01/1955.

[12] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte-Ciencias-Letras, 1954, Junio. Vol. 5, solapa.

[13] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte-Ciencia-Letras, 1953, Junio. Vol. 1, solapa.

[14] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte-Ciencia-Letras, 1953, Junio. Vol. 1, solapa.

[15] AHMRC. Revista Trapalanda, Arte-Ciencias-Letras, 1955, Diciembre. Vol. 10 y 11, solapa.

[16] AHMRC. Revista Trapalanda. Arte-Ciencias-Letras, 1959, Vol. 12, pp. 136-137.

[17] AHMRC. Revista Trapalanda. Arte-Ciencias-Letras, 1959, Vol. 12, pp. 136-137.

[18] AHMRC. Revista Trapalanda. Arte-Ciencias-Letras. 1955, Vol. 12, pp. 71-72.