“Trabajar en la FIAT” y “tener un marido que trabaja en la FIAT”. Experiencias femeninas en una comunidad laboral santafesina (1969-1979)

 

 

Carolina Brandolini(*)

 

 

Resumen

 

Este artículo, inscripto en la historia social del trabajo con perspectiva de género, reconstruye la experiencia femenina de una comunidad laboral surgida en la zona santafesina durante la década del 70 en torno a la empresa FIAT CONCORD Sauce Viejo. Examinamos sociabilidades, lazos de solidaridad e identidades, como así también las tensiones en las que se vieron envueltas estas trabajadoras que ocuparon diferentes lugares en la comunidad: algunas fueron empleadas y otras fueron parejas de varones operarios a cargo del trabajo reproductivo. Nuestra hipótesis sostiene que su experiencia de clase estuvo atravesada por cambios culturales de la época relativos a las relaciones entre los géneros. Con acciones, ideas y afectos forjados en la cotidianeidad laboral, las mujeres tensionaron -de sutiles y diversas formas- lo que el capital y algunos mandatos sociales pretendían de ellas.

 

Palabras clave: clase trabajadora; género; experiencia; FIAT; Santa Fe.

 

 

 

"Working at FIAT" and "having a husband who works at FIAT". Women's experiences in a labour community, Santa Fe (1969-1979)

 

Abstract

 

This article, inscribed in the social history of labor with a gender perspective, reconstructs the female experience of a workers' community that emerged in the Santa Fe area during the 1970s around the FIAT CONCORD Sauce Viejo company. We examine sociabilities, solidarity ties and identities, as well as the tensions in which these female workers were involved as they occupied different spaces in the community: some were employees and others were partners of male workers in charge of reproductive work. Our hypothesis holds that their class experience was traversed by cultural changes of the time regarding gender relations. With actions, ideas and affections forged in the daily routine of labor, the women strained -in subtle and diverse ways- what capital and some social mandates expected of them.

 

Key words: working class; gender; experience; FIAT; Santa Fe.

 

 

 


 

“Trabajar en la FIAT” y “tener un marido que trabaja en la FIAT”. Experiencias femeninas en una comunidad laboral santafesina (1969-1979)

 

Introducción

 

En 1969, cerca de la ciudad de Santa Fe, se instaló una filial de FIAT para producir tractores, camiones y motores. Este artículo recorre la experiencia de mujeres que de distintas maneras formaron parte de la comunidad laboral conformada en torno a esta empresa.

El ámbito de la producción en FIAT era un espacio ocupado en su totalidad por varones que día a día ponían en juego sus masculinidades en una década atravesada por procesos de radicalización política, fuerte represión estatal -antes y después de marzo de 1976- y también ciertas transformaciones en las relaciones de género. Pero aquí observaremos otros espacios de la fábrica: las oficinas, los hogares y sus alrededores.

Durante los 60´s y 70´s se produjeron cambios en los vínculos entre varones y mujeres. El ingreso masivo de las mujeres a la universidad, la mayor visibilidad que cobró la presencia femenina en el mercado laboral,[1] la aparición de la píldora anticonceptiva y la participación de mujeres en la ola de utopías para el cambio de aquella época, entre otros procesos, hicieron que se fueran resquebrajando ciertos mandatos instituidos (Barrancos, 2010). Así, desde los sesenta, fue abriéndose lugar un nuevo prototipo femenino que “…enaltecía las figuras de mujeres jóvenes que aceptaban el deseo sexual, las expectativas de desarrollo en el terreno laboral y profesional y proyectos vitales que trascendían el matrimonio y el hogar” (Cosse, 2009, p. 172). La preponderancia del “modelo de domesticidad” -que naturalizaba a la mujer en el hogar y al hombre asegurando el sustento económico-, comenzó a verse interpelada por nuevas experiencias que cambiaban el sentido común acerca de los roles de género.

Estas transformaciones -moderadas y contradictorias si se las compara con las vividas en otras latitudes- han sido exploradas por diversas investigaciones que pusieron el foco en las clases medias urbanas (Cosse, 2009, 2010, 2014; Feijóo y Nari, 1994; Felitti, 2012) y en la experiencia de la militancia revolucionaria de los 70´s (Andújar, 2009; Grammático, 2011; Nogueras, 2019; Tell, 2011; Viano, 2011). Es escaso, en cambio, el abordaje de estos cambios para la clase trabajadora. Aquí nos interesamos por las preguntas y reflexiones que abren estos estudios porque desde nuestra perspectiva, ayudan a iluminar aspectos relevantes.

Analizar si estos cambios en las relaciones de género se manifestaban también entre los y las trabajadoras, permite reinterpretar tanto la conflictividad obrera como los efectos represivos sobre la clase. Este texto pretende ser un insumo preliminar en ese sentido, desde la convicción de que el género (una arista que nuestro presente pone en el centro de la escena) ayuda a entender, por un lado, por qué y cómo se moviliza la gente (desde qué demandas, apelando a qué sentidos); y por otro lado, de qué modos diferenciados y heterogéneos impacta en varones y mujeres la represión estatal (y con qué efectos a futuro).[2]

Queremos analizar desde los aportes teóricos de la historia social con perspectiva de género de qué modo experimentaron las mujeres de la comunidad laboral de FIAT CONCORD Sauce Viejo su pertenencia de clase. Examinamos sus sociabilidades, sus lazos de solidaridad e identidades, como así también las tensiones en las que se veían envueltas tanto las empleadas de FIAT como las mujeres parejas de operarios. ¿Qué expectativas, deseos, sentimientos e ideas tenían unas y otras? ¿Qué similitudes y qué diferencias pueden trazarse entre quienes sostenían los hogares obreros llevando a cabo tareas de reproducción siendo parejas de operarios y quienes se empleaban en las oficinas? ¿De qué modos las experiencias de clase y de género las atravesaban en cada caso?[3]

Para responder a estas preguntas abordamos 4 entrevistas. Clelia y Alicia se emplearon directamente en la empresa como administrativas y ocuparon diferentes puestos. Ambas ingresaron a FIAT en la segunda mitad de los 70´s, cuando la represión estatal con complicidad empresarial se manifestaba abiertamente en la zona. Miriam y Nidia fueron primero novias y luego esposas de operarios que ingresaron a FIAT en los primeros años de la década y permanecieron hasta su cierre, en 1979. Además del cotidiano trabajo de sostener material y afectivamente sus hogares, Miriam y Nidia se desempeñaron en diversos trabajos remunerados, algunos autónomos y otros en relación de dependencia.

Nuestra hipótesis sostiene que la experiencia de clase de las mujeres de esta comunidad se vio atravesada por los cambios culturales de la época. En su caso, ser trabajadoras -empleándose en FIAT o combinando trabajos de reproducción con empleos extra domésticos- las llevó a poner en cuestión -en diferentes grados y de diversas maneras- lo esperable para su género, a pesar de que FIAT imponía con fuerza el mandato del varón proveedor y de la mujer dedicada exclusivamente a las tareas domésticas. La marcada impronta paternalista de FIAT -que pretendía imponer disciplina tanto en el espacio de trabajo como en el ámbito de las familias obreras-, tuvo un efecto relativo, a juzgar por las convicciones, los afectos y las motivaciones que envolvían a las mujeres que analizamos. Encontramos que su experiencia tensionó -de sutiles y diversas formas- lo que el capital y algunos mandatos de género pretendían de ellas.

Las memorias y un conjunto de fuentes escritas (publicaciones de FIAT dirigidas a los trabajadores y sus familias), son abordadas desde los aportes metodológicos de la historia oral, en especial aquellos que ponen el foco en las particularidades que revisten los testimonios de las mujeres (Andújar, 2014; Jelin, 2020; Fraser, 1989). Como sostiene Andújar en su estudio sobre las acciones políticas de las mujeres piqueteras, “… la memoria se encuentra atravesada de manera estructurante por la construcción social de la diferencia sexual y las relaciones de poder articuladas en torno a ella” (Andújar, 2014, p. 64), cuestión que se visibiliza en los diferentes modos en que hombres y mujeres ordenan, jerarquizan, referencian, expresan y construyen las narrativas de su pasado. Sin dudas la generización de la experiencia impacta en los modos del relato, en las formas de historizar las propias vivencias y en aquello que se elige transmitir, aspecto metodológico relevante a la hora de interpretar entrevistas que aquí tenemos en cuenta.

Por último, es importante aclarar que las 4 experiencias que analizamos son de mujeres que no tuvieron un activismo político declarado (tampoco las parejas de Miriam y Nidia los tuvieron), lo cual no implica suponer a priori que sus subjetividades respondían a la ideología empresaria, ni mucho menos que adherían naturalmente a posturas conservadoras por formar parte de una empresa de fuerte impronta paternalista. Como intentaremos demostrar, en la vida de estas mujeres no activistas[4] podemos reconocer rasgos de identidad proletaria, a juzgar por los fuertes lazos de solidaridad que tejían y por las ideas y acciones que cotidianamente sostenían en el marco de su situación de explotación.

El texto se organiza en tres partes. La primera localiza los espacios femeninos dentro de la comunidad y analiza las representaciones y mandatos de la empresa en torno a la mujer. La segunda recorre las experiencias de dos mujeres empleadas. La tercera se detiene en las trayectorias de dos mujeres parejas de operarios.

 

1. Los lugares de las mujeres en el entramado comunitario y en el discurso empresario

 

Espacios femeninos dentro de la comunidad laboral de FIAT Sauce Viejo

En 1969, cerca de la ciudad de Santa Fe, FIAT -que ya tenía plantas en Córdoba y en Buenos Aires- inauguró una nueva filial argentina dedicada a producir tractores, sumando 4 años después la fabricación de camiones y motores en el mismo predio. Este nuevo emprendimiento generó un fuerte impacto en esta zona litoraleña que hasta ese momento no poseía un perfil industrial demarcado. Allí llegaron a emplearse de manera directa más de 4500 personas para mediados de la década, además de otras miles vinculadas a este polo productivo que trabajaron en talleres subsidiarios de variados tamaños.

La división sexual de tareas hacia el interior de este inmenso predio replicaba las características que presentaban -y presentan todavía- la mayoría de las fábricas pertenecientes a las ramas metalúrgica/automotriz: operarios varones prácticamente en todas las secciones productivas, con encargados y jefes varones. Sabemos que no existen más que razones culturales para esto -cuestión que desde enfoques feministas se conceptualiza como segregación ocupacional horizontal- y que en esta determinación operan costumbres, prejuicios y estereotipos de género (Wanderley, 2019).

Distinto era el panorama en el ámbito de la administración, donde a pesar de que predominaba el personal masculino, encontramos varias mujeres ocupadas, acorde a un proceso de feminización de estas tareas que venía desarrollándose en empresas privadas y públicas desde principios del siglo XX (Queirolo, 2018).[5] En particular, algunas secciones se hallaban mayormente feminizadas, como el caso del centro de cómputos o ciertos cargos profesionales -como la asistencia social, dependiente del área de personal-. Y lo mismo sucedía para los cargos de secretaría de las distintas gerencias (encabezadas siempre por varones).

A partir de las fuentes disponibles se evidencia que la mayoría de estas empleadas eran mujeres jóvenes, solteras y sin hijos. Tal era la situación de 7 de las 8 a las que entrevistamos. En el mismo sentido, una nota que rescataba trayectorias de empleados de FIAT a nivel nacional con motivo de cumplirse 20 años del arribo de la empresa al país, indicaba que 5 de las 7 mujeres que contaban allí su experiencia no tenían hijos, mientras las 2 restantes eran madres de uno solo, a diferencia de los varones que también allí figuraban (de 22, 18 tenían hijos, 14 de los cuales eran padres de dos o más niños).[6]

Esto se vincula con nociones empresarias de género que jugaban un rol relevante en los procesos de selección de mano de obra. Desde un discurso arraigado en la idea de que el trabajo asalariado de las mujeres poseía un carácter “excepcional”, “temporario” -preferentemente durante la soltería-, y “complementario” -del ingreso del varón proveedor, ya sea en la figura de padre o pareja-, resultaba lógico que el personal femenino estuviera conformado mayoritariamente por chicas jóvenes, solteras, con algún tipo de formación y sin descendencia. Nos detendremos en esta cuestión en el apartado siguiente.

Al desplazarnos desde el portón de la fábrica hacia otros espacios de la comunidad laboral -desplegada por una extensa zona[7]- encontramos a otras miles de mujeres trabajando dentro y fuera de los hogares proletarios. Fundamentalmente desde su condición de parejas, pero también en muchos casos en tanto madres y hermanas de los operarios se encargaban de tareas de reproducción social -materiales y afectivas- no remuneradas en el marco de sus hogares (Arruzza y Bhattacharya, 2020; Federici, 2018). El cuidado y la crianza de los hijos, la alimentación de los miembros de la familia, la limpieza, las compras y la gestión del hogar, eran tareas primordialmente femeninas en las familias vinculadas a FIAT.

Sin embargo, esta domesticidad no excluía su presencia en el mercado laboral. Frecuentemente las tareas de reproducción se combinaban con empleos formales e informales de diverso tipo. Una encuesta oficial realizada en 1970 en Santa Fe y Santo Tomé[8] indica que el 32,5 % de las mujeres residentes en estas ciudades que conformaban la población económicamente activa se desarrollaba en el mercado de trabajo. La mayoría de ellas lo hacía en el servicio doméstico, actividades comerciales y servicios educativos y, en menor medida, en industrias textiles y alimenticias, servicios de gobierno y sanitarios. No obstante, este 32,5% -para nada despreciable- no contempla la situación de las amas de casa, que son incluidas dentro de la población no económicamente activa, representando el 50 % de dicha categoría, junto con estudiantes, jubilados, pensionados y “otros”.

Las trayectorias de muchas mujeres entrevistadas pertenecientes a la comunidad obrera de FIAT, en línea con las conclusiones a las que arriban trabajos que examinan la temprana presencia femenina en el mercado laboral (Queirolo, 2019), dan la pauta de que el empleo femenino probablemente aparezca sub-representado en esta encuesta. La informalidad e inestabilidad de los trabajos que desempeñaban muchas mujeres de esta comunidad (como veremos luego en el caso de Miriam, que podría haber sido incluida en la categoría de “ama de casa” a los ojos de cualquier encuestador, a juzgar por la precariedad de sus empleos extra-domésticos) hace que su presencia en el mercado laboral pase desapercibida.

Es posible que hayan existido muchos hogares proletarios de operarios de FIAT dependientes exclusivamente del salario del varón proveedor. Esta es la percepción de Amanda, quien se desempeñó como asistente social de FIAT. Para ella:

 

Pocas esposas trabajaban. Era como que no era necesaria la colaboración económica de la mujer. Más allá de que hoy por hoy nos estaríamos planteando otra cosa, no es cierto, que… no nacimos para ser amas de casa sino que también este… tenemos nuestras aspiraciones, nuestros deseos de hacer nuestra vida propia en lo laboral… en ese entonces, porque estamos hablando de 30, 40 años atrás (…) La mujer estaba, era más de la casa viste.[9]

 

Desde su óptica muchas mujeres no percibían dinero por fuera del salario de sus maridos, que era elevado en relación al promedio de los salarios de la zona. Sin embargo, nuestras entrevistas nos permiten pensar que abundaban las excepciones, como lo demuestra el caso de las dos mujeres cuyas trayectorias analizaremos en la tercera parte del texto.

Recapitulando lo expresado hasta aquí, esta comunidad laboral tenía mujeres en diversos y heterogéneos lugares, tanto dentro de la fábrica -en cargos administrativos- como en sus adyacencias, trabajando de manera no remunerada en el sostenimiento de los hogares y también de forma remunerada en el caso de quienes además de las tareas de cuidado se insertaban formal y/o informalmente en el mercado de trabajo. Sus experiencias eran variadas pero compartían, amén de la generación y el espacio, su condición femenina y el sentido de pertenencia comunitario. A continuación, analizamos los modos en que la empresa las representaba, procurando interpelarlas y delinear comportamientos.

 

Las mujeres en el discurso empresario

La observación del modo en que FIAT representaba a las mujeres nos permite encuadrar la experiencia de las y los trabajadores en el complejo sistema de relaciones jerárquicas y asimétricas que los atravesaba. La explotación -derivada de la relación capitalista-, se complementaba con diversas políticas empresarias paternalistas que procuraban generar consenso y bienestar para diluir el conflicto intrínseco de clase. FIAT desplegaba mecanismos materiales y simbólicos para fomentar el sentido de pertenencia a una “gran familia” armónica de la que los integrantes de los hogares proletarios debían sentirse orgullosos por formar parte. En este cometido, las apreciaciones sobre los roles de género fueron vectores claves en los intentos de disciplinar.

Uno de estos mecanismos simbólicos fue una revista producida por la empresa dirigida a los operarios, sus familias y al personal administrativo, cuyo nombre es un indicador de los objetivos que buscaba fomentar: se llamaba Nosotros. La publicación, que circulaba entre las familias obreras santafesinas, incluía notas diversas con información sobre los procesos de trabajo en las plantas argentinas, balances, proyecciones, logros, avances tecnológicos, y también artículos más generales, cuentos, leyendas, consejos para las mujeres de los obreros y juegos y concursos para los niños. Allí se reflejaban con claridad los valores y roles de género que la empresa promovía.

La revista incluía una sección exclusiva para las mujeres de los obreros denominada La mujer, el hogar, el niño que firmaba una tal “Carola”, pseudónimo con el que los redactores intentaban generar mayor empatía a través del recurso de simular una conversación “entre mujeres”. La inauguración de esta sección decía:

 

Entre “nosotros” hay miles de mujeres. Pocas se ven en las fábricas. Algunas están en las oficinas. Pero detrás de cada hombre hay una mujer, una esposa, una madre, hijas y hermanas. A todas ellas va dirigida esta página, iniciando un diálogo permanente.[10]

 

El patrón heteronormativo era claro: lo esperable y natural era que los operarios vivieran en el marco de familias nucleares heterosexuales, teniendo siempre “detrás” al sujeto femenino. En la sección aparecían consejos para la crianza de los hijos, el sostenimiento del hogar (relativos a la cocina y la limpieza), la estética personal y el trato que merecían los esposos en sus casas a la vuelta de su jornada laboral.

Carola recomendaba, por ejemplo, lavarse las manos con “… aceite, una cucharadita de azúcar y limón” para subsanar el perjuicio que generaban los productos de limpieza. La razón última de este cuidado no tenía que ver con la protección de la piel de la mujer, sino con la percepción del hombre, porque “Las manos de la madre y de la esposa son inolvidables. Son las que acarician, las que ayudan, las que siempre están dispuestas al sacrificio”.[11] Tal aseveración constata el modelo ideal de comportamiento de una esposa que pretendía FIAT: una mujer naturalmente encargada de los quehaceres hogareños que al mismo tiempo fuera capaz de cuidar su belleza en pos del disfrute de su marido. En el mismo sentido, la nota les pedía a sus destinatarias que “no reciban a sus maridos con los ruleros puestos, ni salgan a la calle a hacer las compras con ellos.”[12]

Sin dejar de aceptar que la realidad estaba cambiando a partir de lo que se percibía como una mayor presencia femenina por fuera del espacio doméstico, el discurso empresario intentaba reforzar el modelo de domesticidad, un recurso claramente reaccionario que da cuenta no sólo del conservadurismo de las nociones de FIAT en torno a las relaciones de género, sino, fundamentalmente, de las transformaciones que por aquellos años se venían dando y que incitaban a reaccionar. La siguiente cita que proviene de la misma nota ilustra este gatopardismo:

 

Ya no hay más mujeres aquí y hombres allá, pero la mujer sigue siendo, por sobre todo, mujer, sin perder sus características y cualidades y llevando siempre sobre sus espaldas grandes responsabilidades que son fundamentales para la sociedad: criar y educar los hijos; ser compañera y amiga de su esposo; administradora del hogar y muchas veces indispensable ayuda para proveer a las necesidades de la familia y servir de sostén a los padres.[13]

 

A diferencia de la mujer-esposa del obrero, la mujer empleada por la empresa aparecía con menor protagonismo en la revista. Si bien la publicación estaba destinada también a los administrativos y en distintos números se aludía a su trabajo, los ejemplares de los que disponemos muestran menor atención sobre ella en comparación con las diversas alusiones dirigidas a la mujer del operario de planta. Inferimos que esto pudo deberse a las dificultades para plasmar en un mismo dispositivo de comunicación nociones de feminidad que necesariamente diferían. Si la mujer era sinónimo de madre y “naturalmente debía dedicarse a las tareas del hogar”, ¿cómo compatibilizar estas ideas con la realidad de mujeres que cumplían extenuantes rutinas diarias de 9 horas en las oficinas?

En general la mujer trabajadora con desempeño en el mercado laboral aparecía de modo difuminado en la revista. Pero es posible rastrearla en intersticios. Un ejemplar de 1973, por ejemplo, reseñaba la visita de un grupo de operarios argentinos a la “planta madre” italiana, en la ciudad de Turín. A raíz de comparaciones realizadas por mujeres y varones de aquel contingente a propósito de observar que en algunas secciones productivas de las plantas italianas había mujeres, se armó un interesante debate:

 

En la sección ´montaje de motores´, hubo sorpresa general al ver mujeres en la línea. Uno [de los visitantes] observa que las mujeres en Córdoba sólo trabajan en la tapicería. Otro contesta: ´¿Qué diferencia hay entre aplicar un paño en un asiento o colocar una bujía?´.[14]

 

La pregunta que quedó abierta en esa nota, se respondió unas páginas después en la sección a cargo de Carola. Allí apareció clara la voz de FIAT Argentina, reforzando la idea de que la mujer era ante todo una madre y que la maternidad era un trabajo per se que podía verse perjudicado si a esta tarea se le adicionaban responsabilidades laborales extra-domésticas:

 

La madre tiene como tarea esencial, por encima del cuidado esencial de la casa, el asumir la atención permanente del niño, hablando con él, escuchándolo, orientándolo, aconsejándolo. Es una vieja verdad que conviene repetir, aunque sea conocida, que la mejor escuela es el corazón de la madre. Las madres que trabajan fuera del hogar merecen todo nuestro respeto, y la legislación, en muchos países, se ocupa específicamente de sus condiciones de trabajo, pero hay mucho para pensar y hacer en nuestra materia. No son siempre la empresa y el Estado los que deben hacer: creemos que cuando no existen fundadas razones económicas o vocacionales, es la propia madre la que tiene que optar entre el ´trabajo fuera de casa´ o el ´trabajo de educar a los hijos´.[15]

 

Con estas palabras sutilmente violentas “Carola” (que habla en primera persona del plural desdibujando su feminidad) les advertía a las mujeres que el trabajo fuera de casa traía aparejadas serias consecuencias que perjudicaban su obligada y natural labor para con los hijos. La reflexión realizada por la voz oficial de FIAT, procuraba trabajar la culpa de quienes se atrevieran a combinar la crianza y el cuidado del hogar con tareas remuneradas, aún en aquellos casos donde existieran “fundadas razones económicas o vocacionales” para que las mujeres-madres se emplearan en el mercado laboral.

La empresa sostenía un discurso conservador que llegaba al punto de invisibilizar a las mujeres de sus propias oficinas en pos de sostener una noción según la cual los cuerpos femeninos debían avocarse exclusivamente a las tareas propias de la maternidad y al cuidado del hogar. La situación de las mujeres empleadas, implícitamente, podía justificarse en tanto y en cuanto fuese desempeñada de modo “transitorio”, “complementario” y “excepcional”, como hemos mencionado anteriormente. Nociones para nada inocentes si tenemos en cuenta que sobre ellas suele cimentarse la inequidad laboral (Queirolo, 2018, p. 29).

A continuación, nos detenemos en la experiencia de 4 mujeres cuyas vidas y trayectorias tensionaron el encuadramiento que pretendía la empresa. Sus trabajos (remunerados y no remunerados) modelaron una agencia que cuestionó lo “socialmente esperable” para su género.

 

2. “Ser empleadas de la FIAT”. Las experiencias de Clelia y Alicia

 

Clelia y Alicia, jóvenes solteras, ingresaron a FIAT en la segunda mitad de la década para ocupar distintos puestos dentro del heterogéneo espacio administrativo. Clelia se desempeñó en el centro de cómputos como perfoverificadora y Alicia como secretaria del gerente de producción en la planta de camiones.

 

Ingresar a la FIAT: una “emoción” en tiempos turbulentos

Los relatos de Alicia y Clelia enfatizan el sentimiento de emoción que les produjo enterarse de que la empresa las tomaría. A pesar de ser muy jóvenes, ambas contaban con empleos previos a los que no dudaron en renunciar para entrar. Para las dos, al igual que para los operarios de planta, ingresar a FIAT implicaba concretar un anhelo: era algo deseado y buscado que despertaba expectativas.

La buena paga -que solía duplicar o incluso triplicar un salario mínimo percibido en el sector público- aparece como una razón de peso a la hora de entender aquel sentimiento aunque no la única, porque para la zona santafesina la empresa italiana era sinónimo de modernización, desarrollo tecnológico y gran oportunidad. Esta representación social construida en torno a una fábrica de dimensiones únicas en la región, estimulaba fuertes ansiedades. En las proyecciones de los y las santafesinas, entrar en FIAT habilitaba una experiencia por la que valía la pena hacer el esfuerzo de rendir exámenes para la selección de aspirantes, “cruzar los dedos” y luego esperar.

El terrorismo de Estado que se profundizó y sistematizó luego del 24 de marzo de 1976 fue escenario de la entrada a FIAT tanto de Clelia como de Alicia. Este trasfondo, sin embargo, aparece de modo diferente en ambas experiencias.

Clelia, un poco avergonzada y arrepentida, dejando claro que “en esa época no se sabía lo que pasaba”, nos contaba que ella “no veía la hora de que se produjera el golpe de Estado”, porque de eso dependía su entrada a FIAT. Luego de informarle que había resultado seleccionada entre otras aspirantes, la empresa le advirtió que hasta tanto no se concretara el golpe, ningún ingreso se efectivizaría, por lo que debía aguardar un tiempo:

 

... cada vez que llamaba me decían ´hasta que no se produzca el golpe de Estado no van a tomar nadie, no va a ingresar más nadie, no vas a ingresar vos tampoco´. Así que... el 24 de marzo ... yo saltaba en una pata, realmente, porque yo lo que quería era entrar en FIAT. Y el 1 de abril entré a trabajar, como me habían prometido... En ese momento yo tenía 26.[16]

 

De su testimonio se desprende, por un lado, que los mandos empresarios altos y medios estaban al tanto del cambio que se gestaba en el ámbito del gobierno nacional. Y también que depositaban buenas expectativas para la etapa que se abriría en lo relativo a la gestión de la mano de obra.[17] Por otro lado, el relato ilustra que la memoria tiene historicidad y se desarrolla encuadrada en marcos sociales (Halbwachs, 2004). La Clelia del presente en que se desarrolla la entrevista no es la misma Clelia de los 26 años, y la legitimidad de aquel acontecimiento, por lo menos para su actual entorno social, tampoco.

El ingreso de Alicia tuvo ribetes más oscuros. A mediados de 1976 logró pasar satisfactoriamente las instancias examinadoras para ocupar el cargo de secretaria, pero su entrada quedó cajoneada porque en la empresa sabían que ella tenía un hermano preso por razones políticas.[18] No obstante un año después, en el marco de un proceso de reestructuración empresaria y gracias a la intermediación de un amigo suyo que la recomendó, fue finalmente convocada:

 

Salí primera porque hubo una selección, y por el tema de mi hermano no me tomaron. En el 76. Al año siguiente, 77, cambia toda la dirección de FIAT, a nivel nacional. ...Bueno, vienen designados algunos [nuevos gerentes] acá a Santa Fe. Y en lugar de hacer exámenes… para tomar empleados... agarraron los que tenían del año anterior… y ahí me llamaron y entré. Entré a [la gerencia de] producción. En el año 77, septiembre creo.[19]

 

Si bien Alicia no pertenecía al universo militante de su hermano -cuestión que indudablemente interpretaron quienes se dispusieron a llamarla un año después para que ocupara un puesto relevante-, su relación de parentesco con un preso político la estigmatizaba en el trabajo:

 

Yo me acuerdo cuando me tomaron... porque ellos sabían que yo no había entrado el año anterior por el tema de mi hermano. Y dijeron, ´total acá ya sabemos que si acá ponen una bomba la primera a la que llevan es a vos, ya está y no buscan mucho y no joroban´ [ríe]. En broma me decían. Nah, los tipos eran [buenos]... ´qué tiene que ver ella con el hermano´. ... Mi hermano no había hecho nada, pero bueno, cayó.[20]

 

Sin dudas este “chiste” implicaba una advertencia amenazante, que se sumaba a la pesada mochila que el contexto dictatorial ponía sobre su espalda. Alicia sabía que “no podía meterse en nada” no sólo porque FIAT y los servicios observaban de cerca a su familia, sino también por la culpa que le generaría que su madre atravesara el dolor de que “a ella también” le sucediera algo: “[A partir de 1977] me empezaron a seguir siempre, yo sentía... Si yo iba al centro... mamá estaba aterrorizada de que también me pase algo a mí.”[21]

La cotidianeidad del hogar de Alicia se vio profundamente trastocada por la detención de su hermano. Su cuñada “Peti” y una sobrina que tenía dos meses al momento del secuestro, vivieron a partir de entonces en su casa. La madre de Alicia las cuidó, protegió y gestionó el exilio de los tres, moviendo una inmensa red de contactos en el ámbito de la justicia y las fuerzas de seguridad para que su hijo, su nuera y su nieto estuviesen a salvo.

Sin embargo, en el relato de Alicia la crudeza de aquella realidad familiar contemporánea a su experiencia en FIAT aparece en segundo plano, como deslindada de su experiencia de trabajo. Probablemente porque trabajar como secretaria, cobrar un salario elevado, gastarlo e interactuar con otras trabajadoras que se hicieron sus amigas, significaron refugios que le permitieron a esta joven continuar su vida. El empleo de Alicia, quizás, pudo constituirse en un escondite desde el cual logró construirse un presente y un futuro alejado de aquel drama familiar. Trabajar fue para ella una forma de resistir.[22]

 

Formación previa, rutina laboral y vínculos interpersonales. La cotidianeidad en la fábrica

Alicia, al igual que Clelia, contaba con experiencia y formación laboral cuando se presentó a la convocatoria de FIAT. Mientras cursaba el último año de su secundaria, había realizado un curso de secretariado ejecutivo donde aprendió dactilografía y otras habilidades propias del oficio. Tempranamente informó a sus padres que no estaba interesada en continuar estudios universitarios y aprovechó aquella oportunidad que le pareció una buena herramienta para empezar a trabajar.

Efectivamente ese curso tomado en el Liceo Municipal de Santa Fe, le permitió emplearse primero en una empresa de ingeniería y luego en la recepción de un sanatorio privado. Fue allí donde conoció a un gerente de FIAT que le sugirió presentarse a rendir porque buscaban una secretaria.

La jornada para la administración empezaba a las 8 y finalizaba a las 17. La tarea diaria de Alicia consistía en llenar planillas de ausentismo y presentismo de los operarios que después firmaba su jefe: “estaba todo el día con la máquina de escribir”. También redactaba cartas y armaba estimativos de producción anual, una actividad ardua y calificada para la que a veces debía quedarse hasta la noche haciendo horas extras. Nos contó que su jefe era muy exigente: “¡las cartas!... Me rompió en la jeta varias”. Tenían una relación de mucha confianza pero mediada por el respeto (se trataban de usted) y por una disciplina laboral estricta en cuanto al cumplimiento de las tareas y los horarios.

A diferencia del resto de las administrativas, las secretarias no compartían oficina más que con sus jefes. Pero eso no les impedía socializar con compañeros en los pasillos y en algunos momentos del día, fundamentalmente en el almuerzo. Durante su corto pasaje por FIAT, Alicia estableció una relación de amistad con dos empleadas -Viviana, administrativa y Adriana, asistente social- que consolidó luego del cierre de la fábrica y que continúa hasta hoy. Viviana la pasaba a buscar todos los días por su oficina para ir al comedor -donde se encontraban con Adriana- y allí conversaban y se divertían, compartiendo, además de la comida, la experiencia de ser mujeres jóvenes en un ambiente predominantemente masculino. Solían recorrer los 300 metros hasta el comedor caminando o en una camioneta de la sección en la que trabajaba Viviana.

Alicia y sus amigas, como las demás veinteañeras que trabajaban de lunes a viernes en ese territorio laboral tan masculino, solían coquetear, al igual que cualquier mujer joven de su época. Cuando le preguntamos por su vestimenta, recordó que ella “por motus propio” se había hecho “unas chaquetitas” que usaba con pantalón y plataformas muy altas. “Una vez no sé por qué fui en chatitas y mi jefe dijo ´¿Dónde está, dónde está?´ Uuuh, [risas] Como jorobando viste, porque bajaba de eso y medía 20 cm menos.”

Pero existían límites que una secretaria no podía sobrepasar. Una vez accedió a que la lleve en camión un operario desde la salida del comedor hasta su oficina, lo que le costó un fuerte llamado de atención:

 

Yo volvía de comer y pasa Jorge, un amigo, que éramos amigos de Santa Fe del grupo, que trabajaba en FIAT. No me acuerdo en qué parte... Si estaba probando un camión debe haber estado en control de calidad… Y me dijo ´¿Querés que te lleve?´ eran como 3 cuadras. ´Bueno´… Y me vio mi jefe bajarme de un camión, casi me... A ver... me habrá dicho, ´nunca más, eso no es correcto, porque las empleadas´, yo qué sé, no me acuerdo, si sé que me... retó.[23]

 

Los vínculos con los operarios estaban restringidos. Habitaban espacios distantes, tenían diferentes horarios de ingreso y egreso y turnos distintos para almorzar. Operaba además, como en otras grandes fábricas, una clara distinción identitaria entre trabajadores de cuello blanco y el personal del sector de la producción.[24] Sin embargo, las pequeñas anécdotas de Alicia nos permiten acercarnos sutilmente a los modos en que interaccionaban corporalmente varones y mujeres en aquel contexto. “Yo a la planta nunca fui. Pero si pasaba por la planta supongo que los silbidos y todo eso habrán existido, no sé. Sé que cuando íbamos al comedor o cuando volvíamos sí, te chiflaban, te decían cosas.”[25]

Ella lo recuerda con simpatía: “... O sea, a nivel de trato... eh... no... bien, yo nunca tuve problemas. No había discriminación por ser mujer, ser hombre. No, no.”

El caso de Clelia es diferente al de Alicia porque las administrativas compartían un mismo espacio de oficina, y si bien tenían un jefe, el trato no estaba permeado por esa idea de confidencialidad y entrega permanente que conllevaba la función de secretaria.

Clelia había hecho un curso de perfoverificadora en un instituto privado de Santa Fe, distinguiéndose por su gran habilidad y velocidad en el manejo de aquellas primitivas computadoras. Primero se empleó en el mismo centro de cómputos donde se capacitó y luego en el de la provincia de Santa Fe hasta que finalmente pudo ingresar a FIAT, como anhelaba.

En el área de perfoverificación del centro de cómputos de FIAT trabajaban 12 mujeres registrando el movimiento de las tres plantas. Sus veloces dedos computaban las compras, la facturación, el pago a proveedores, el inventario de los materiales y herramientas, la liquidación de sueldos: “Todo lo que entraba y todo lo que salía”, nos explica Clelia. Se trataba de un trabajo específico y calificado.

El personal del centro de cómputos era visto por el resto de los trabajadores como un grupo cerrado, poco permeable al intercambio, cuestión que Clelia reconoce y aduce principalmente a las grandes diferencias salariales que existían entre ese sector y el resto. “La parte de cómputos, la verdad que con los administrativos no nos dábamos ni cinco de bola. Los administrativos no nos querían a nosotros (...) siempre hubo esa tirria.”

A la hora de relatar cómo era la relación entre las mujeres que compartían esa oficina, Clelia sostiene que no entablaron fuertes amistades, porque el trabajo era duro y permanente. En esta caracterización, compara su experiencia en FIAT con la que tuvo posteriormente en el sector público:

 

En el trabajo privado, no es como en la administración pública que... que llegan y que se cuentan todo, que cuentan la novela, que se pintan, no... yo no lo hice nunca, porque a mí me quedó la escuela de FIAT.[26]

 

Pero como veremos a continuación a propósito de la historia de amor que atravesó Clelia en aquel contexto de explotación, estas mujeres jóvenes, al igual que Alicia y sus amigas, cuchicheaban, se reían, se divertían y con mucha intensidad, se enamoraban, rompiendo valientemente mandatos familiares.

 

El amor en los tiempos de la FIAT

Nos detenemos en los vínculos amorosos sin considerarlo un tema menor, “subsidiario” o “anecdótico” a los “tópicos centrales” de la década (la radicalización política o la represión). Aunque pueda parecer un aspecto superfluo para la historia de los trabajadores argentinos de los 70´s (cuya agenda sigue estando marcada por los brutales efectos de una dictadura que pretendió desactivar -con la desaparición física de cuerpos- la radicalidad de las movilizaciones obreras que le antecedieron, muchas de las cuales -incluidas las santafesinas- aún deben ser repuestas), nos moviliza la idea de que una lectura en clave afectiva de la clase ilumina aristas constitutivas de estos mismos temas.

Queremos observar, como sostiene Florencia D´Uva (2019, p. 11), “…cómo en los ámbitos considerados ´privados´ o ´domésticos´ también operaron construcciones políticas, sociales y económicas que modelaron las experiencias de los trabajadores y trabajadoras”, con el objetivo de detectar actitudes y nociones que explicitan una agencia generizada. En este sentido, las trayectorias que analizamos nos muestran pequeñas acciones que implican agencia de clase en el período dictatorial. De clase, porque las “leves” rebeldías de estas mujeres fueron habilitadas por lazos afectivos tejidos a partir de la cotidianeidad del trabajo. En tiempos de revancha clasista y patriarcal, ciertas acciones (como las desarrolladas en el marco de vínculos amorosos), develan la presencia de subjetividades que tensionaban el ordenamiento jerárquico patriarcal de los 70´s.[27]

Cuando Alicia y Clelia ingresaron a FIAT, vivían en los hogares de sus padres. Sus altos salarios -que eran en los dos casos mayores a los ingresos percibidos por sus progenitores- les permitían colaborar con los gastos domésticos y consumir holgadamente en diversas cosas “para ellas”. Alicia ahorraba y salía con su novio del barrio a bailar al boliche “Tía María” en Santa Fe, o al casino en Paraná, y tomaba sol junto a sus amigas los sábados a la tarde y los domingos de verano en “la playa de Guadalupe”, al norte de la ciudad. Clelia se compraba ropa y también salía los fines de semana. El trabajo en FIAT, aunque implicaba una rutina muchas veces extenuante, habilitaba una independencia económica que les permitía moverse libremente en los momentos de descanso. Probablemente por esta razón, ambas asocian a la FIAT con una época idealizada de “plena felicidad”, a pesar de haberse desarrollado en un período de extrema represión.

Para Clelia en particular, “la FIAT” marcó un antes y un después insoslayable, porque allí conoció y se enamoró de Daniel, con quien comparte desde entonces su vida. La relación que comenzaron mientras trabajaban juntos, rompió todos los esquemas de lo que su familia y su entorno pretendían para ella. Desafío que enfrentó abiertamente, a pesar de que implicaba un costo doloroso: el alejamiento de su familia.

En el siguiente relato del cortejo que protagonizó Clelia entre las oficinas de la empresa, se evidencia, por un lado, un modelo de relación amorosa tradicional (heterosexual, monogámico, que aspira a la posterior construcción de una familia), ensalzado por detalles novelescos que nos aventuran a pensar cuánto pesaban algunos productos culturales de circulación masiva como las telenovelas, en los modos en que estas mujeres sentían y actuaban (Andújar, 2009).

Por otro lado “su historia de la FIAT” (como enuncia ella), también nos permite detectar la agencia de mujeres que se animaban a desafiar expectativas y mandatos, envalentonadas y favorecidas por una experiencia laboral que otorgaba independencia económica y nuevas sociabilidades.

 

- 4800 hombres. Te podés imaginar... 12 mujeres [silencio y risas nuestras]... yo siempre digo que [ríe] yo nací en la época equivocada, en el lugar equivocado, porque hace 43 años, 44 años, no es lo que es hoy la mujer. Además, criada en una familia donde el sexo era pecado, te podés imaginar que... un horror. No miraba a nadie. … Nosotros entrábamos a las 8 de la mañana y a la 1 almorzábamos. Íbamos al comedor. Vos te imaginás que entrábamos y eran todos hombres. Y nosotras entrábamos las mujeres de cómputos. Bueno, por supuesto sin mirar a nadie, sin saludar a nadie, nada. Eh, nosotros teníamos correo interno. Empiezo a recibir, todos los días, por el correo interno, piropos.

- ¡Ay! ¿Cómo era el correo interno?

- Era un señor que iba, oficina por oficina, buscando los papeles que nosotros teníamos que volcar en la computación, entonces, a las 12 del mediodía llegaba el correo y empiezo... un sobre... agarro… un día, otro día, otro día… ya llegó un momento que estábamos todas esperando que llegara el correo porque... ¡como tres meses duró [el cortejo]!… En septiembre hacen una fiesta… en el club de FIAT. Fuimos, obviamente todas las mujeres juntas y un montón de hombres... Un almuerzo espectacular, bla bla, qué sé yo. Después se arma... ponen música, baile. Y a mí me saca a bailar un churro bárbaro [risas nuestras]. Por supuesto que yo sabía bailar. Tenía bigotes negros, no tenía barba, tenía el pelo negro, rajaba la tierra, la verdad que rajaba la tierra. Y bueno, bailamos toda la tarde, a las 7 de la tarde se termina la cosa, y había que venir [a Santa Fe], no tenía auto, en el colectivo, la línea “L”, entonces me dice ´te acompaño´, ´Bueno bárbaro´… Y me acompañó hasta la puerta de mi casa… Estábamos en la puerta de mi casa charlando y mi vieja, que era terrible, ya hizo un ruido en la persiana para, claro, ´está en la puerta con un desconocido´. En ese preciso momento, el señor, me borra la boca de un beso [enfatiza]. Me borra la cara de un beso. Se da vuelta así y me dice ´el que te escribe todos los días soy yo´. ... ¡Y se fue! ¡Te podés imaginar! Ay por favor… [ríe]

- ¡Me imagino!… ¿Vos eras soltera?

- Yo era soltera y él separado. Él en los trámites de separación. Así que te imaginás que en mi casa, fue, cuando se enteraron que el señor era casado [enfatiza], porque en esa época era casado, un horror. Mis amigas, un horror. Me llevaron a Mar del Plata... no sé todo lo que hicieron, bueno, pero acá estamos juntos, hace 43 años, la verdad que,… fue una historia dentro de FIAT, una cosa de lo más linda. Y después por supuesto que fuimos al trabajo juntos y en aquella época, no existía el, el casarse, separados y casamiento. Hasta Alfonsín no hubo casamiento con separados así que, yo me la jugué y me fui de mi casa y nos juntamos. Mi familia un año y medio sin darme ni cinco de bolilla. Me dieron bolilla cuando, cuando quedé embarazada, ahí sí más o menos volvió la relación... Así que bueno, esa es mi historia de FIAT.[28]

 

3. “Tener un marido que trabaja en la FIAT”. Las experiencias de Nidia y Miriam

 

Los maridos de Nidia y Miriam ingresaron tempranamente y dejaron la empresa en 1979, cuando FIAT decidió cerrar su emprendimiento santafesino tras un proceso de reconversión. Las dos se casaron, procrearon, conformaron y sostuvieron un hogar durante aquellos años. Nidia, además, estudió trabajo social y se desempeñó en instituciones públicas. Miriam también trabajó como niñera, repostera, artesana, vendedora desde su domicilio y estuvo a cargo de la cantina del club del personal de FIAT. Para febrero de 2020, cuando las entrevistamos, Nidia seguía casada y conviviendo con Carlos, su marido. Miriam enviudó a mediados de los 90 y no volvió a formar pareja.

 

Del noviazgo al casamiento. La conformación del hogar proletario

El noviazgo de Nidia y Carlos comenzó antes de que él ingresara a FIAT mientras ella, oriunda de un pueblo cercano, terminaba sus estudios en la Escuela de Servicio Social de Santa Fe. Él vivía en su casa paterna en el norte de la ciudad y hacía changas. La relación se iba consolidando cuando se les presentó una buena oportunidad para comprar un terreno en un loteo a dos cuadras de la casa de Carlos. La aprovecharon pensando en casarse y comenzaron a levantar lentamente una vivienda. Ni bien estuvo el techo, Carlos se instaló allí a vivir solo durante dos años, mientras avanzaba la construcción.

Al contarnos por qué entró en FIAT, Carlos recuerda que

 

En el año 1970 entré yo. Yo trabajaba por mi cuenta, yo era letrista, pintaba carteles. Pero cuando decidimos que… yo estaba de novio y había que tener algo más efectivo, con obra social, qué se yo, me pusieron los puntos, y entonces este… se dio. En esa época la FIAT era el auge en la zona de Santa Fe, era lo mejor que había.[29]

 

Ambos eran y siguen siendo cristianos practicantes (siempre han estado vinculados a la parroquia del barrio en el que viven), y consideraban que la vida de casados implicaba asumir ciertas responsabilidades para las cuales era preciso que él tuviese un empleo estable. Hasta entonces Carlos trabajaba de chapista en el taller del novio de una hermana suya y también de letrista, empleos no tan “seguros” como el que tuvo después. Nos dice en tono de burla que “le pusieron los puntos”, pero insinúa en verdad que también él “se puso a sí mismo los puntos” con la inminencia del casamiento, moviéndose para probar suerte en FIAT con una carta de recomendación escrita por un conocido de la iglesia.

Nidia, esforzándose por precisar años y fechas que calcula siempre en función del nacimiento de alguno de sus 7 hijos, rememora aquellos años. 4 hijos de los 7 nacieron durante los años en que Carlos trabajó en FIAT:

 

Me acuerdo una vez de haber ido a una fiesta grande que hicieron ahí mismo en la fábrica. Yo ahí tenía el mayor. O sea él nació en el 72. Yo me casé en el 72 y él nació el día que yo cumplía 9 meses de casada, justo. Mirá, me caso un 3 de enero y nació un 3 de octubre. Así que se portó bien él [ríe]. Ahora no habría problemas viste.[30]

 

Su testimonio da cuenta de un círculo familiar y social para el cual era moralmente relevante que las mujeres llegasen vírgenes al matrimonio. No interesa aquí si realmente eso fue como Nidia lo relata, sino el énfasis que puso en contabilizar los meses de distancia entre los dos acontecimientos. Carlos en cambio lo enunció de un modo menos preciso: “Apenas nos casamos a los meses nació uno.”

Ambos recordaron que casarse habiendo estado Carlos en FIAT, fue “una suerte”, porque pudieron disfrutar de los beneficios que otorgaba la ley y la empresa: vacaciones y regalos. Nidia tenía 22 años y Carlos 27.

Alfredo, el marido de Miriam, había trabajado en “la DKW”, una fábrica automotriz que cerró en 1969 y fue comprada por FIAT. Al igual que a varios obreros, la nueva empresa lo tomó debido a un acuerdo entre UOM y FIAT según el cual la empresa italiana se hacía cargo de la mano de obra cesante y de los salarios adeudados. Pero él empezó un poco después que el resto, porque en el medio hizo el servicio militar. Miriam y Alfredo comenzaron su noviazgo en la época en que él estaba en la DKW y se casaron en los años de FIAT.

Miriam recuerda que para el casamiento festejaron “sólo con las familias de las dos partes”, porque Alfredo tenía 9 hermanos, aunque asistieron también unos pocos invitados más a la fiesta. El vínculo con uno de ellos nos muestra que esta mujer trabajó tempranamente:

 

Mi hermano tocaba en una orquesta, así que invitó a la orquesta, cantó la orquesta. Yo, mi familia, y después la de mi marido. El único que estaba ahí, era el chofer que me llevó, que yo le crié las chicas, de niñera estuve. Él estaba invitado, la modista, y un matrimonio [amigo] de cuando él hizo el servicio.[31]

 

A partir de entonces alquilaron una casa en barrio Guadalupe, en Santa Fe. Desde la plaza del barrio, frente a la Basílica, salía el colectivo de FIAT que transportaba a los obreros todas las mañanas 25 kilómetros hasta la planta. Miriam recuerda que Alfredo debía salir a las 5 de la mañana. Un tiempo después, con el objetivo de que él no tuviese que madrugar tanto, alquilaron otra casa en Santo Tomé. Y estando en esta nueva y pujante zona, tomaron la decisión de comprar un terreno con un crédito hipotecario.

 

No había nadie… Cuando nosotros empezamos a edificar, esto era todo campo, una casa de por medio y todo lo demás, campo, calles de tierra. Y bueno, gracias a dios, con el trabajo que él tuvo y las extras que hacía… con eso hicimos la casa ésta. … Mi casa está hecha por los obreros que trabajan ahí, un poco con el banco que nos prestó dinero. Y un poco, los compañeros, que uno hacia una cosa, el otro otra, y así.[32]

 

Miriam tuvo dos hijos: Gustavo, nacido en Santa Fe en la época de FIAT y Andrea, santotomesina, que llegó 10 años después. Además compartían el hogar con la mamá de Miriam, “una señora grande (…) la tuve viviendo con nosotros. Iba a visitar los [otros] hijos, pero estaba siempre conmigo.”

 

Los trabajos remunerados de Nidia y Miriam combinados con las tareas de cuidado

Muchas entrevistas dan cuenta de que el trabajo remunerado formal e informal de las esposas era frecuente. A pesar de la existencia de un mandato empresario para que el varón operario fuera el único proveedor de su hogar, las experiencias de Nidia y Miriam nos muestran que la realidad podía distar bastante de lo que FIAT esgrimía a través de los discursos que hemos analizado.

Desde 1974, poco tiempo después de obtener el título de asistente social, Nidia -con 2 de sus 7 hijos ya nacidos- comenzó a trabajar en el sector público para el área educativa. A cambio de un salario menor al que percibía su marido en la FIAT, ella visitaba los comedores de varias escuelas de la ciudad, el “centro cívico” y otras instituciones comunitarias:

 

Cuando yo empecé a trabajar era interina, incluso cobrabas, viste que siendo interina cobrás un poquito más porque te pagan el aguinaldo, bueno. Y mi sueldo era la tercera, está bien que era en horas y todo lo que quieras, pero era la tercera parte de lo que él ganaba en la FIAT. O sea que; y no un sueldo de jefe, era un sueldo de obrero. Era tres veces más lo que él ganaba.[33]

 

No eran buenos tiempos para las asistentes sociales. Se ejercía un fuerte control sobre esa profesión. Muchas de sus compañeras fueron perseguidas, presas y/o desaparecidas. “No digo, yo, que estaba con todos mis hijos que estaba a cargo, pero estábamos en la mira.” Carlos acota: “A las chicas estas las detenían por las dudas, porque ya estaban trabajando en el barrio, en un barrio pobre.”

Si bien el cuidado de los chicos se repartía con Carlos y en algunos momentos contrataban a mujeres para las tareas de crianza, la presencia de otros familiares que vivían cerca de la casa y, fundamentalmente, la ayuda que le ofrecían sus vecinas fueron centrales en esos años. Nidia entraba a las 6 y volvía al mediodía. Carlos la esperaba para irse a tomar el colectivo que lo llevaba a Sauce Viejo, donde trabajaba en el turno tarde (de 15 a 23.30):

 

C- Yo me levantaba a la mañana temprano, y estos estaban durmiendo, eran chiquitos… yo me iba a la pieza y los miraba. Los miraba y salía disparando. … Salía corriendo… y compraba medio kilo de costeletas, un kilo de carne picada y venía y los miraba de vuelta… Y ahí a la panadería. Todos los mandaditos tenía que hacer, hasta que los levantaba a estos, les hacía la leche, qué sé yo, había épocas que venía una hermana mía que venía.

N- Sí, tuve siempre alguien, cuando podía… Después otra de las cosas, por ejemplo todavía yo tengo vecinas viejas de esa época, algunas ya se han muerto. Pero vos en un barrio, la gente era solidaria viste. Yo te digo. Vos suponete que yo me quería ir a hacer un mandado al centro a la tarde. O ir al médico y no tenía con quién dejarlos, yo la llamaba a la señora de al lado, le daba algo viste, unos pesos, lo que sea, y ella se quedaba, les daba la leche, entendés. Siempre había esas cuestiones.[34]

 

Dentro de las tareas de cuidado de Nidia estaba también la atención a sus padres. Su mamá se enfermó en esos años y ella viajaba a la ciudad de Esperanza todos los fines de semana para asistirla. Luego de que falleciera, siguió viajando para cuidar a su papá que había enviudado. En su relato ella destaca nostálgicamente el vínculo con sus vecinas (en un intento por marcar el contraste con el tiempo presente), reflejando que en diversas oportunidades la auxiliaban y también que aprendía cómo ser madre con ellas:

 

Recuerdo que un día por ejemplo, tenía a uno de los chicos y yo estaba sola. Y voy a bañarlo a la noche para acostarlo y veo que le salía del ano le salía una cosa como una tripita, una cosa rosada, de un color así. ¡Ay! ¡Yo lo envolví en un toallón y me salí corriendo de la vecina! Una señora grande que vivía acá. Mayor que yo, bastante. Y me dice, ´no, esto es un bicho. Espere que se lo saco.´ Con un papel higiénico, lo metió en un frasquito y me dice lléveselo al médico [ríe]. Esas cosas viste. Dentro de todo nosotros con los vecinos que tenemos alrededor nos conocemos pero [en el presente ya] no hay tanta relación.[35]

 

Miriam, que vivía en Santo Tomé, también rescata en diversos momentos de su relato a otras mujeres de su familia y del barrio. A diferencia de Nidia, su escolarización fue incompleta, pero esto no significó quedarse en su hogar a cumplir exclusivamente tareas de cuidado, a pesar de lo que pretendía su marido: “Yo quería ir a trabajar pero él no me dejaba porque decía que tenía que estar en la casa, atender a la familia. … no quería que nos faltara nada.” Sin embargo, la larga lista de actividades en las que ella se desempeñó, indica que por necesidad económica y también por elección, la idea de abocarse con exclusividad al cuidado era un mandato con el que no se sentía cómoda:

 

Y yo mirá, aprendí acá para mi familia, repostería, hacía para nosotros los cumpleaños. Aparte hacía ajeno. Trabajé un montón. Después trabajé en porcelana fría también. O sea que yo no salía a trabajar pero hacía cursos acá en el barrio. Venía acá una señora a una casa de familia y nos enseñaba… ella cobraba viste, la vecina que podía pagar viste… Así que yo fui a aprender todas esas cosas para después hacerle a ellos. Después también me puse una retacería y vendía telas. Aparte hacía almohadones, las bolsitas de popurrí. Todo lo que sea así con las manos. Y después, agarramos el club de FIAT.[36]

 

Instalar y mantener la cantina del club fue un trabajo agotador, pero también reconfortante para ella. Su testimonio da cuenta de que el rédito de atender esa cantina no se circunscribía a lo económico.

 

Nos dieron permiso y pusimos como un barcito para los empleados de FIAT. Mi marido se había comprado una heladera grande y yo llevaba para que ellos coman y piquen… frascos de mondongo al escabeche, choripán. Después me iba a Santa Fe a una casa a comprar golosinas, cigarrillos. …Venían los muchachos a las 3 de la tarde, salían del trabajo. …Venían los muchachos y jugaban al futbol. Y después de jugar al futbol, venían ahí, tenía unas mesitas con sillas y todo. Se sentaban ahí y tomaban cerveza. …Los días de semana, cuando salían de trabajar. Bueno, después se fue conociendo… la gente empezó a venir. La FIAT se hizo después más grande, el club se hizo más grande. Nosotros después… empezamos a festejar y atender cumpleaños.

¿Atendías vos sola o los dos?

Tenía una sobrina que venía a ayudarme. Durante la semana, sí a la tarde.

¿Y quién se quedaba con los chicos mientras tanto?

Mi mamá se quedaba con mi hijo. Cuando mi mamá se iba a pasear a veces a Esperanza… mi hijo iba viste a la escuela intermedia que había acá. Entonces, yo lo llevaba, después lo buscaba y de ahí directamente nos íbamos al club. Él se quedaba ahí un rato hasta que nosotros nos veníamos. … Después se puso lindo, empezó a venir más gente, se hizo el quincho más grande. Venían matrimonios que traían chicos y chicas que se juntaban ahí el domingo y comían juntos y bailaban. Se vendían muchas gaseosas. Bueno, y después mi mamá allá en mi casa, con mi vecina me hacía la pastafrola, pastelitos, hacía empanadas, chizitos para llevar porque tenía la máquina para cortar fideos. Entonces hacía la masa de los palitos y después iba cortando. Trabajé tanto tanto…

¿Y hasta qué hora se quedaba la gente en el club?

Y se iban los muchachos a las 9 más o menos, a esa hora. Trabajábamos un montón, mi marido estaba cansado.[37]

 

Como se desprende del relato, la madre de Miriam la ayudaba en el cuidado de su hijo y en la producción de alimentos para vender, al igual que una sobrina que trabajaba también en la cantina. Sin estas redes difícilmente ella hubiese podido sostener esa cantina, un trabajo que además de aportar a la economía del hogar, le permitía interactuar con la comunidad, disfrutando de una vida social muy activa a la que recuerda con alegría: “Había cancha de bochas. ¡Ay sí! A mí me gustaba, cuando no había mucha gente [en la cantina]… ¡me gustaba tanto ir!”

 

 

Los años de FIAT en perspectiva

Al hacer un balance de la época en que sus familias estuvieron vinculadas a FIAT, tanto Miriam como Nidia construyen -con nostalgia- una imagen positiva e idealizada. Esta representación aparece asociada a cierta estabilidad económica que se traducía, entre otras cosas, en el acceso a la vivienda propia y en un buen pasar general que facilitó la educación de los hijos, un crecimiento exento de carencias extremas y ciertos beneficios recordados con felicidad, como por ejemplo, las vacaciones en familia.

Miriam, que provenía de un entorno humilde y que no pudo terminar estudios básicos, resalta en distintas partes de su testimonio que tanto su hijo como su hija accedieron y finalizaron distintos niveles educativos, algo que la enorgullece y que vincula con haber formado parte de esa comunidad obrera.

Alfredo en 1973 formó parte del contingente de trabajadores de las tres plantas argentinas que viajó a Turín a “conocer la fábrica madre”, como enunció orgullosa. El día de la entrevista, además del mate dulce y las galletitas, Miriam desplegó sobre la mesa de su casa algunas fotos que conserva de aquel viaje, el pasaporte de su marido fallecido -emitido semanas antes del visado que indica la fecha de entrada a Italia, único sello de salida que registra el documento-, y otros objetos viejos pero bien conservados, como un mazo de cartas otorgado por la empresa, una regla escolar con el logo de FIAT y autitos de juguete con la misma marca que quiso mostrarnos.

Esa actitud de esperarnos rodeada por objetos que atesora y forman parte de su pasado familiar, da cuenta de que durante aquellos años su familia forjó una fuerte identidad, un sentido de pertenencia comunitario que trascendió aquella etapa y que aún hoy aflora en sus emociones. A pesar de que Miriam no viajó a Italia, nos habló de hoteles lujosos y de una excursión a los Alpes Suizos como si hubiese estado allí. Sin dudas para un operario procedente de una baja condición social, subirse a un avión y conocer Europa imprimió una marca fuerte, cuestión que Miriam se esforzó en transmitirnos en nombre de su marido. Sus propias marcas, en cambio, reconstruyen años de mucho esfuerzo y cansancio para los dos recompensados con momentos de felicidad, como cuando las vacaciones les permitían el descanso y el disfrute del ocio:

 

Cuando me casé nos fuimos a Córdoba a viaje de bodas. Después empezamos a ir a San Juan, San Luis, Mendoza. … Primero, si había que pintar algo, bueno, a pintar, y después nos íbamos. … Todos los de la FIAT se iban a pasear holgadamente porque tenían plata, habían cobrado el aguinaldo. Ya con el aguinaldo hacíamos ponele la otra pieza y así viste, la cochera. … O si no, a veces no nos íbamos, nos íbamos a Rincón nomás [zona costera de Santa Fe]. Nos compramos una carpa, después compramos una pileta pelopincho… todo a fuerza de las extras. … Él era muy familiero, le gustaba estar solo con la familia. Será que estaba tanto, con tanta gente en el trabajo, y con el club siempre gente, gente, así que ahí en Rincón armábamos la carpa, él hacía el asadito. Junto con mi hijo y mi hija nos íbamos al agua. Feliz y contento porque estábamos toda la familia.[38]

 

El discurso de Nidia, en cambio, transparenta concepciones que hacen a su profesión de asistente social. Su percepción sobre aquellos años es similar a la de Miriam, pero su enunciación devela su mirada profesional:

 

Lo que tenía la época esa era el trabajo como integrador social. Vos imagínate que Santo Tomé creció a la vera de [FIAT]… la gente tenía trabajo fijo, tenía créditos, podía hacerse una vivienda, podía mandar a sus hijos a la escuela… Las obras sociales eran bastante… dejaban bastante que desear, porque eran gremiales viste. Entonces el dinero de la obra social pasaba para otros fines del gremio. Pero bueno, tenías una cobertura médica, tenías a dónde internarte. Yo, mis primeros hijos nacieron todos por atención de metalúrgicos. La gente tenía con qué.[39]

 

Sus recuerdos reconstruyen años de una identidad comunitaria fuerte forjada en torno al cotidiano en la fábrica, sin dejar de resaltar marcas de una época de violencia política que las mujeres percibían con claridad en los espacios que frecuentaban por su rol de cuidadoras:

 

Un día voy a llevar… a mi nena para hacerle un análisis, ella era chiquita,… ahí a la UOM. … Bueno. Cuando yo llego, todas las veces para conseguir el turno al médico también, tenías que irte re temprano para que después te atendieran, esperar. … Y vos sabés que en una de las habitaciones de la UOM [había] unos matones durmiendo ahí. Durmiendo ahí. Una habitación con cuchetas; nah, esa fue la época de María Estela Martínez de Perón, bué. Había armas, había, yo no lo vi pero un tipo que está durmiendo en una habitación de la UOM… no me vas a decir que vos vas para que te atienda el doctor, viste. Y dentro de los grupos después tenías los grupos que pensaban distinto viste y que estaban incorporados y se daban esas facciones y denuncias y cosas, feas viste, porque eso ya era, ya ahí empezó una etapa fea. La etapa linda ya te digo de la FIAT fue realmente cuando se incorporó la gente, la gente trabajaba bien y después ya ahí empezó todo.[40]

 

Al igual que en otras entrevistas, la memoria de Nidia tiende a disociar una etapa idealizada -en su caso, representada por la idea del trabajo en FIAT como integrador social- de un supuesto “después”, en el que la conflictividad obrera y la represión “afearon” el panorama.[41] Pero sabemos que se trata de formas en las que opera la memoria, procurando periodizar una realidad en la que estos elementos coexistían, constituyendo una comunidad conflictiva en un contexto de acelerados procesos superpuestos.

 

4 - Reflexiones finales

 

Clelia y Alicia, chicas jóvenes y solteras, supieron poner en movimiento sus inquietudes y habilidades primero para la búsqueda y luego para el cumplimiento de trabajos de oficina en FIAT. Sus empleos facilitaron una independencia económica que les permitió divertirse y proyectarse “más allá” de sus familias. La experiencia laboral les brindó vínculos solidarios, amistades y nuevas oportunidades afectivas. En un contexto hostil, delineado en el caso de Alicia por la violencia de Estado que apresó a su hermano y en el caso de Clelia, por expectativas familiares que no cuadraban con su deseo, hicieron de sus empleos refugios desde donde construir sus identidades y transitar otros horizontes. Ser mujeres en un espacio jerárquico, desigual y predominantemente masculino, las expuso a que la explotación propia de una empresa privada apareciera intensificada, como en el caso del resto de las trabajadoras, con exigencias y tratos basados en prejuicios de género. Pero también les facilitó tejer importantes redes de complicidad, amistad, afecto y apoyo.

Nidia y Miriam, parejas de operarios de planta, se casaron con hombres solteros, procrearon y sostuvieron sus hogares proletarios, pero sus experiencias de vida distaban marcadamente del prototipo de domesticidad promovido por la empresa. Lejos de dedicarse con exclusividad a las tareas de cuidado, también trabajaron intensa y continuadamente por fuera de sus hogares, combinando sus obligaciones con valentía, esfuerzo y cansancio, pero también disfrute. Para ello fueron claves las redes tejidas con vecinas y familiares, imprescindibles en la tarea de cuerpear el peso de la doble jornada laboral. Como a Clelia y Alicia, la vida laboral les habilitó nuevas sociabilidades y lazos de solidaridad que destacan y recuerdan orgullosas.

El acercamiento a las trayectorias de estas 4 mujeres que ocuparon diferentes espacios dentro de una misma comunidad laboral, nos permitió observar diversos modos de agencia femenina y subjetividades que desde convicciones, ideas, anhelos y percepciones heterogéneas, tensionaron lo que el capital y la sociedad esperaban de ellas en tanto mujeres. Sin ser “hippies”, “rockeras”, ni militantes de organizaciones revolucionarias como algunas de sus “más atrevidas” congéneres de la clase media (Andújar, 2009), estas cuatro mujeres también muestran una experiencia de clase con aire setentista.

 

Bibliografía

 

AEyT FLACSO, CELS, PVyJ, & SDH. (2016). Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad. Represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado. Posadas: Editorial Universitaria de la Universidad Nacional de Misiones.

Aguilar, P. (2020). Saberes expertos, domesticidad y participación económica: apuntes y experiencias sobre la investigación con perspectiva de género. H-industri@, 27, 139-152. Recuperado de https://ojs.econ.uba.ar/index.php/H-ind/article/view/1966/2713

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Recibido: 03/03/2021

Evaluado: 18/05/2021

Versión Final: 26/05/2021

 

 



(*) Profesora en Historia. Doctoranda en Estudios Sociales. (Universidad Nacional del Litoral – UNL). Becaria doctoral (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – CONICET). Integrante del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral (IHUCSO, UNL/CONICET) y del Centro de Estudios Sociales Interdisciplinarios del Litoral (FHUC-UNL). Argentina. E-mail: carobrandolini@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8156-1077.

[1] Hablamos de visibilidad y no de irrupción porque coincidimos con remarcar la presencia de mujeres en el mercado de trabajo formal e informal desde varias décadas antes, aunque ocultas y subregistradas en censos y estadísticas (Queirolo, 2019). No obstante, es indudable que en los 60´s los estudios y debates que tuvieron lugar en el marco del desarrollismo generaron una mayor visibilidad del trabajo femenino (Aguilar, 2020).

[2] La tesis doctoral en curso de quien escribe asume el desafío de pensar la conflictividad de clase y los efectos de la represión sobre esta comunidad obrera atendiendo a su experiencia generizada.

[3] Basándonos en los aportes de la historia social británica, entendemos que la experiencia refiere a los modos en que los sujetos perciben sus condiciones materiales de existencia, identifican sus intereses frente a los intereses de otros grupos antagónicos y luchan, constituyéndose en el devenir de esta lucha como clase social (Thompson, 1989). A su vez nos nutrimos de los aportes de historiadoras que, inscriptas también en la tradición de la historia social inglesa, complejizan sus formulaciones al llamar la atención sobre cómo el género, entendido como la construcción socio-cultural de la diferencia sexual, influye en la manera en que las y los trabajadores experimentan su pertenencia de clase, configurando sus prácticas y subjetividades (Thompson D., 2013; Hall, 2013).

[4] Llamamos no activistas a los y las trabajadoras que no ocuparon espacios institucionales en los órganos de representación ni militaron activamente en organizaciones políticas y/o sindicales. Desestimamos la categoría nativa de obrero común que propone un reciente trabajo (Robertini, 2019; 2021) para identificar a este mismo grupo porque -desde nuestro punto de vista- la misma puede generar confusión entre la autorepresentación de los sujetos y su identidad de clase. Esta decisión se basa en nuestro modo de concebir a la clase obrera, una posición intrínsecamente conflictiva definida por la relación de explotación que atraviesan los sujetos. En la expresión obrero común -que connota un obrero apolítico y aconflictivo- esta característica central se licúa. Los testimonios de trabajadores que analiza Robertini para el caso de FIAT Palomar -al igual que la mayoría de los que encontramos en Sauce Viejo-, presentan apreciaciones negativas acerca de la actividad política y sindical de la época y procuran diferenciarse de ella. Consideramos, sin embargo, que esto no es más que un síntoma de la radicalización política y de la represión experimentada, procesos que atravesaron a toda la clase (tanto a activistas como a no activistas) y que dejaron efectos presentes aún hoy en las memorias. Por esta razón, si bien compartimos con Robertini la inquietud por poner el foco no sólo en la experiencia de activistas, preferimos hacerlo con categorías que permiten resaltar siempre la agencia de los sujetos.

[5] Las entrevistas indican que la cantidad de mujeres empleadas en el sector administrativo no superaba las 50.

[6] Revista Nosotros núm. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.

[7] Los hogares proletarios se ubicaban en diferentes barrios de las ciudades de Santa Fe, Santo Tomé y otras localidades menores de la región capitalina.

[8] Segunda encuesta de empleo y desempleo de las ciudades de Santa Fe y Santo Tomé, desarrollada por el Concejo Provincial de Desarrollo de la Provincia de Santa Fe, julio de 1970.

[9] Amanda L., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 17/02/2020.

[10] Nosotros Nro. 50, Buenos Aires, julio 1972, p. 39.

[11] Nosotros Nro. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.

[12] Nosotros Nro. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.

[13] Nosotros Nro. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.

[14] Nosotros Nro. 60, Buenos Aires, agosto-septiembre 1973, p. 7.

[15] Nosotros Nro. 60, Buenos Aires, agosto-septiembre 1973, p. 57.

[16] Clelia B. y Daniel D.S., entrevistados por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 2/03/2020.

[17] Para un acercamiento al lugar de FIAT en el proceso represivo, ver AEyT FLACSO, CELS, PVyJ, & SDH. (2016) y Bianco y Brandolini (2019).

[18] El hermano de Alicia militó en la Juventud Peronista. Estuvo 3 años preso en la cárcel de Coronda hasta que logró exiliarse junto a su mujer y su hijo en Francia, gracias a gestiones de su madre y a su doble ciudadanía.

[19] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.

[20] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.

[21] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.

[22] Copioso es el debate historiográfico en torno a la resistencia obrera a la dictadura que comenzó en los 80´s en reacción a la “tesis de la pasividad” de Francisco Delich y se fue reactualizado en diversas oportunidades posteriores. Aquí nos interesa pensar en formas moleculares de resistencia y en acciones que sin estar necesariamente ancladas en reivindicaciones económicas o declaradamente antidictatoriales, dan cuenta de una agencia contestataria.

[23] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.

[24] Sabemos que en el período previo al golpe de Estado existió un contacto más estrecho. Algunos administrativos participaban de acciones colectivas, como la marcha que protagonizaron los obreros de FIAT en los días del “rodrigazo”. No encontramos evidencia para los años de la dictadura.

[25] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.

[26] Clelia B. y Daniel D.S., entrevistados por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 2/03/2020.

[27] Para un repaso historiográfico sobre los cruces entre los aportes de la llamada historia de las emociones y la historia social del trabajo en la Argentina y las potencialidades explicativas que puede aportar la observación de la cultura afectiva y emocional de la clase trabajadora para la comprensión de su experiencia, véase D´Uva (2019).

[28] Clelia B. y Daniel D. S., entrevistados por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 2/03/2020.

[29] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.

[30] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.

[31] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.

[32] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.

[33] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.

[34] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.

[35] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.

[36] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.

[37] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.

[38] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.

[39] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.

[40] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.

[41] Muchos incluso ubican el secuestro y muerte del director de FIAT Oberdan Sallustro por el ERP ocurrido tempranamente -1972- como “el inicio de esa etapa”