“Trabajar en la FIAT” y “tener un marido que trabaja en la FIAT”. Experiencias femeninas en
una comunidad laboral santafesina (1969-1979)
Carolina
Brandolini(*)
Resumen
Este artículo, inscripto en la historia social del
trabajo con perspectiva de género, reconstruye la experiencia femenina de una
comunidad laboral surgida en la zona santafesina durante la década del 70 en
torno a la empresa FIAT CONCORD Sauce Viejo. Examinamos sociabilidades, lazos de solidaridad e
identidades, como así también las tensiones en las que se vieron envueltas
estas trabajadoras que ocuparon diferentes lugares en la comunidad: algunas
fueron empleadas y otras fueron parejas de varones operarios a cargo del
trabajo reproductivo. Nuestra hipótesis sostiene que su experiencia de clase
estuvo atravesada por cambios culturales de la época relativos a las relaciones
entre los géneros. Con acciones, ideas y afectos forjados en la cotidianeidad laboral,
las mujeres tensionaron -de sutiles y diversas formas- lo que el capital y
algunos mandatos sociales pretendían de ellas.
Palabras
clave: clase trabajadora; género; experiencia; FIAT; Santa Fe.
"Working at FIAT"
and "having a husband who works at FIAT". Women's experiences in a
labour community, Santa Fe (1969-1979)
Abstract
This article, inscribed in
the social history of labor with a gender perspective, reconstructs the female
experience of a workers' community that emerged in the Santa Fe area during the
1970s around the FIAT CONCORD Sauce Viejo company. We examine sociabilities,
solidarity ties and identities, as well as the tensions in which these female
workers were involved as they occupied different spaces in the community: some
were employees and others were partners of male workers in charge of
reproductive work. Our hypothesis holds that their class experience was
traversed by cultural changes of the time regarding gender relations. With
actions, ideas and affections forged in the daily routine of labor, the women
strained -in subtle and diverse ways- what capital and some social mandates
expected of them.
Key words: working class;
gender; experience; FIAT; Santa Fe.
“Trabajar
en la FIAT” y “tener un marido que trabaja en la FIAT”. Experiencias femeninas
en una comunidad laboral santafesina (1969-1979)
Introducción
En 1969, cerca de la ciudad de Santa Fe, se instaló
una filial de FIAT para producir tractores, camiones y motores. Este artículo
recorre la experiencia de mujeres que de distintas maneras formaron parte de la
comunidad laboral conformada en torno a esta empresa.
El ámbito de la producción en FIAT era un espacio
ocupado en su totalidad por varones que día a día ponían en juego sus
masculinidades en una década atravesada por procesos de radicalización
política, fuerte represión estatal -antes y después de marzo de 1976- y también
ciertas transformaciones en las relaciones de género. Pero aquí observaremos otros
espacios de la fábrica: las oficinas, los hogares y sus alrededores.
Durante los 60´s y 70´s se produjeron cambios en
los vínculos entre varones y mujeres. El ingreso masivo de las mujeres a la
universidad, la mayor visibilidad que cobró la presencia femenina en el mercado
laboral,[1] la
aparición de la píldora anticonceptiva y la participación de mujeres en la ola de utopías para el cambio de aquella época, entre otros procesos,
hicieron que se fueran resquebrajando ciertos mandatos instituidos (Barrancos,
2010). Así, desde los sesenta, fue abriéndose lugar un nuevo prototipo femenino que “…enaltecía las figuras de mujeres jóvenes que aceptaban el deseo sexual,
las expectativas de desarrollo en el terreno laboral y profesional y proyectos
vitales que trascendían el matrimonio y el hogar” (Cosse, 2009, p. 172).
La preponderancia del “modelo de domesticidad” -que naturalizaba a la mujer en
el hogar y al hombre asegurando el sustento económico-, comenzó a verse
interpelada por nuevas experiencias que cambiaban el sentido común acerca de
los roles de género.
Estas transformaciones -moderadas y contradictorias
si se las compara con las vividas en otras latitudes- han sido exploradas por
diversas investigaciones que pusieron el foco en las clases medias urbanas
(Cosse, 2009, 2010, 2014; Feijóo y Nari, 1994; Felitti, 2012) y en la experiencia
de la militancia revolucionaria de los 70´s (Andújar, 2009; Grammático, 2011;
Nogueras, 2019; Tell, 2011; Viano, 2011). Es escaso, en cambio, el abordaje de
estos cambios para la clase trabajadora. Aquí nos interesamos por las preguntas y reflexiones que abren estos
estudios porque desde nuestra perspectiva, ayudan a iluminar aspectos
relevantes.
Analizar si estos cambios en las relaciones de
género se manifestaban también entre los y las trabajadoras, permite
reinterpretar tanto la conflictividad
obrera como los efectos represivos sobre
la clase. Este texto pretende ser un
insumo preliminar en ese sentido, desde la convicción de que el género (una
arista que nuestro presente pone en el centro de la escena) ayuda a entender,
por un lado, por qué y cómo se moviliza la gente (desde qué demandas, apelando
a qué sentidos); y por otro lado, de qué modos diferenciados y heterogéneos
impacta en varones y mujeres la represión estatal (y con qué efectos a futuro).[2]
Queremos analizar desde los aportes teóricos de la
historia social con perspectiva de género de qué modo experimentaron las mujeres de la comunidad laboral de FIAT
CONCORD Sauce Viejo su pertenencia de clase. Examinamos sus
sociabilidades, sus lazos de solidaridad e identidades, como así también las
tensiones en las que se veían envueltas tanto las empleadas de FIAT como las
mujeres parejas de operarios. ¿Qué expectativas, deseos, sentimientos e ideas
tenían unas y otras? ¿Qué similitudes y qué diferencias pueden trazarse entre
quienes sostenían los hogares obreros llevando a cabo tareas de reproducción siendo
parejas de operarios y quienes se empleaban en las oficinas? ¿De qué modos las
experiencias de clase y de género las atravesaban en cada caso?[3]
Para responder a estas
preguntas abordamos 4 entrevistas. Clelia y Alicia se emplearon directamente en la
empresa como administrativas y ocuparon diferentes puestos. Ambas ingresaron a
FIAT en la segunda mitad de los 70´s, cuando la represión estatal con
complicidad empresarial se manifestaba abiertamente en la zona. Miriam y Nidia
fueron primero novias y luego esposas de operarios que ingresaron a FIAT en los
primeros años de la década y permanecieron hasta su cierre, en 1979. Además del
cotidiano trabajo de sostener material y afectivamente sus hogares, Miriam y
Nidia se desempeñaron en diversos trabajos remunerados, algunos autónomos y
otros en relación de dependencia.
Nuestra hipótesis sostiene que la experiencia de
clase de las mujeres de esta comunidad se vio atravesada por los cambios
culturales de la época. En su caso, ser trabajadoras -empleándose en FIAT o
combinando trabajos de reproducción con empleos extra domésticos- las llevó a
poner en cuestión -en diferentes grados y de diversas maneras- lo esperable
para su género, a pesar de que FIAT imponía con fuerza el mandato del varón proveedor y de la mujer dedicada
exclusivamente a las tareas domésticas. La marcada impronta paternalista de
FIAT -que pretendía imponer disciplina tanto en el espacio de trabajo como en
el ámbito de las familias obreras-, tuvo un efecto relativo, a juzgar por las
convicciones, los afectos y las motivaciones que envolvían a las mujeres que
analizamos. Encontramos que su experiencia tensionó -de sutiles y diversas
formas- lo que el capital y algunos mandatos de género pretendían de ellas.
Las memorias y un conjunto de fuentes escritas
(publicaciones de FIAT dirigidas a los trabajadores y sus familias), son
abordadas desde los aportes metodológicos de la historia oral, en especial
aquellos que ponen el foco en las particularidades que revisten los testimonios
de las mujeres (Andújar, 2014; Jelin, 2020; Fraser, 1989). Como sostiene
Andújar en su estudio sobre las acciones políticas de las mujeres piqueteras,
“… la memoria se encuentra atravesada de manera estructurante por la
construcción social de la diferencia sexual y las relaciones de poder
articuladas en torno a ella” (Andújar, 2014, p. 64), cuestión que se visibiliza
en los diferentes modos en que hombres y mujeres ordenan, jerarquizan,
referencian, expresan y construyen las narrativas de su pasado. Sin dudas la
generización de la experiencia impacta en los modos del relato, en las formas
de historizar las propias vivencias y en aquello que se elige transmitir,
aspecto metodológico relevante a la hora de interpretar entrevistas que aquí
tenemos en cuenta.
Por último, es importante aclarar que las 4
experiencias que analizamos son de mujeres que no tuvieron un activismo
político declarado (tampoco las parejas de Miriam y Nidia los tuvieron), lo
cual no implica suponer a priori que sus subjetividades respondían a la
ideología empresaria, ni mucho menos que adherían naturalmente a posturas
conservadoras por formar parte de una empresa de fuerte impronta paternalista.
Como intentaremos demostrar, en la vida de estas mujeres no activistas[4]
podemos reconocer rasgos de identidad proletaria, a juzgar por los fuertes
lazos de solidaridad que tejían y por las ideas y acciones que cotidianamente
sostenían en el marco de su situación de explotación.
El texto se organiza en tres partes. La primera
localiza los espacios femeninos dentro de la comunidad y analiza las
representaciones y mandatos de la empresa en torno a la mujer. La segunda
recorre las experiencias de dos mujeres empleadas. La tercera se detiene en las
trayectorias de dos mujeres parejas de operarios.
1. Los
lugares de las mujeres en el entramado comunitario y en el discurso empresario
Espacios femeninos dentro de la comunidad laboral
de FIAT Sauce Viejo
En 1969, cerca de la ciudad de Santa Fe, FIAT -que
ya tenía plantas en Córdoba y en Buenos Aires- inauguró una nueva filial
argentina dedicada a producir tractores, sumando 4 años después la fabricación
de camiones y motores en el mismo predio. Este nuevo emprendimiento generó un
fuerte impacto en esta zona litoraleña que hasta ese momento no poseía un
perfil industrial demarcado. Allí llegaron a emplearse de manera directa más de
4500 personas para mediados de la década, además de otras miles vinculadas a
este polo productivo que trabajaron en talleres subsidiarios de variados
tamaños.
La división sexual de tareas hacia el interior de
este inmenso predio replicaba las características que presentaban -y presentan
todavía- la mayoría de las fábricas pertenecientes a las ramas metalúrgica/automotriz:
operarios varones prácticamente en todas las secciones productivas, con
encargados y jefes varones. Sabemos que no existen más que razones culturales
para esto -cuestión que desde enfoques feministas se conceptualiza como segregación ocupacional horizontal- y
que en esta determinación operan costumbres, prejuicios y estereotipos de
género (Wanderley, 2019).
Distinto era el panorama en el ámbito de la
administración, donde a pesar de que predominaba el personal masculino,
encontramos varias mujeres ocupadas, acorde a un proceso de feminización de
estas tareas que venía desarrollándose en empresas privadas y públicas desde
principios del siglo XX (Queirolo, 2018).[5] En
particular, algunas secciones se hallaban mayormente feminizadas, como el caso
del centro de cómputos o ciertos cargos profesionales -como la asistencia
social, dependiente del área de personal-. Y lo mismo sucedía para los cargos
de secretaría de las distintas gerencias (encabezadas siempre por varones).
A partir de las fuentes disponibles se evidencia
que la mayoría de estas empleadas eran mujeres jóvenes, solteras y sin hijos.
Tal era la situación de 7 de las 8 a las que entrevistamos. En el mismo
sentido, una nota que rescataba trayectorias de empleados de FIAT a nivel
nacional con motivo de cumplirse 20 años del arribo de la empresa al país,
indicaba que 5 de las 7 mujeres que contaban allí su experiencia no tenían
hijos, mientras las 2 restantes eran madres de uno solo, a diferencia de los
varones que también allí figuraban (de 22, 18 tenían hijos, 14 de los cuales
eran padres de dos o más niños).[6]
Esto se vincula con nociones empresarias de género
que jugaban un rol relevante en los procesos de selección de mano de obra.
Desde un discurso arraigado en la idea de que el trabajo asalariado de las
mujeres poseía un carácter “excepcional”, “temporario” -preferentemente durante
la soltería-, y “complementario” -del ingreso del varón proveedor, ya sea en la
figura de padre o pareja-, resultaba lógico que el personal femenino estuviera
conformado mayoritariamente por chicas jóvenes, solteras, con algún tipo de
formación y sin descendencia. Nos detendremos en esta cuestión en el apartado
siguiente.
Al desplazarnos desde el portón de la fábrica hacia
otros espacios de la comunidad laboral -desplegada por una extensa zona[7]-
encontramos a otras miles de mujeres trabajando dentro y fuera de los hogares
proletarios. Fundamentalmente desde su condición de parejas, pero también en
muchos casos en tanto madres y hermanas de los operarios se encargaban de
tareas de reproducción social -materiales y afectivas- no remuneradas en el
marco de sus hogares (Arruzza y Bhattacharya, 2020; Federici, 2018). El cuidado
y la crianza de los hijos, la alimentación de los miembros de la familia, la
limpieza, las compras y la gestión del hogar, eran tareas primordialmente
femeninas en las familias vinculadas a FIAT.
Sin embargo, esta domesticidad no excluía su
presencia en el mercado laboral. Frecuentemente las tareas de reproducción se
combinaban con empleos formales e informales de diverso tipo. Una encuesta
oficial realizada en 1970 en Santa Fe y Santo Tomé[8] indica que
el 32,5 % de las mujeres residentes en estas ciudades que conformaban la población económicamente activa se
desarrollaba en el mercado de trabajo. La mayoría de ellas lo hacía en el
servicio doméstico, actividades comerciales y servicios educativos y, en menor
medida, en industrias textiles y alimenticias, servicios de gobierno y
sanitarios. No obstante, este 32,5% -para nada despreciable- no contempla la
situación de las amas de casa, que son incluidas dentro de la población no económicamente activa,
representando el 50 % de dicha categoría, junto con estudiantes, jubilados,
pensionados y “otros”.
Las trayectorias de muchas mujeres entrevistadas
pertenecientes a la comunidad obrera de FIAT, en línea con las conclusiones a
las que arriban trabajos que examinan la temprana presencia femenina en el
mercado laboral (Queirolo, 2019), dan la pauta de que el empleo femenino
probablemente aparezca sub-representado en esta encuesta. La informalidad e
inestabilidad de los trabajos que desempeñaban muchas mujeres de esta comunidad
(como veremos luego en el caso de Miriam, que podría haber sido incluida en la categoría
de “ama de casa” a los ojos de cualquier encuestador, a juzgar por la
precariedad de sus empleos extra-domésticos) hace que su presencia en el
mercado laboral pase desapercibida.
Es posible que hayan existido muchos hogares
proletarios de operarios de FIAT dependientes exclusivamente del salario del varón proveedor. Esta es la percepción
de Amanda, quien se desempeñó como asistente social de FIAT. Para ella:
Pocas esposas trabajaban. Era como que no era
necesaria la colaboración económica de la mujer. Más allá de que hoy por hoy
nos estaríamos planteando otra cosa, no es cierto, que… no nacimos para ser
amas de casa sino que también este… tenemos nuestras aspiraciones, nuestros
deseos de hacer nuestra vida propia en lo laboral… en ese entonces, porque
estamos hablando de 30, 40 años atrás (…) La mujer estaba, era más de la casa
viste.[9]
Desde su óptica muchas mujeres no percibían dinero
por fuera del salario de sus maridos, que era elevado en relación al promedio
de los salarios de la zona. Sin embargo, nuestras entrevistas nos permiten
pensar que abundaban las excepciones, como lo demuestra el caso de las dos
mujeres cuyas trayectorias analizaremos en la tercera parte del texto.
Recapitulando lo expresado hasta aquí, esta
comunidad laboral tenía mujeres en diversos y heterogéneos lugares, tanto
dentro de la fábrica -en cargos administrativos- como en sus adyacencias,
trabajando de manera no remunerada en el sostenimiento de los hogares y también
de forma remunerada en el caso de quienes además de las tareas de cuidado se
insertaban formal y/o informalmente en el mercado de trabajo. Sus experiencias
eran variadas pero compartían, amén de la generación y el espacio, su condición
femenina y el sentido de pertenencia comunitario. A continuación, analizamos
los modos en que la empresa las representaba, procurando interpelarlas y
delinear comportamientos.
Las
mujeres en el discurso empresario
La observación del modo en que FIAT representaba a
las mujeres nos permite encuadrar la experiencia de las y los trabajadores en
el complejo sistema de relaciones jerárquicas y asimétricas que los atravesaba.
La explotación -derivada de la relación capitalista-, se complementaba con
diversas políticas empresarias paternalistas que procuraban generar consenso y
bienestar para diluir el conflicto intrínseco de clase. FIAT desplegaba
mecanismos materiales y simbólicos para fomentar el sentido de pertenencia a
una “gran familia” armónica de la que los integrantes de los hogares
proletarios debían sentirse orgullosos por formar parte. En este cometido, las
apreciaciones sobre los roles de género fueron vectores claves en los intentos
de disciplinar.
Uno de estos mecanismos simbólicos fue una revista
producida por la empresa dirigida a los operarios, sus familias y al personal
administrativo, cuyo nombre es un indicador de los objetivos que buscaba
fomentar: se llamaba Nosotros. La publicación, que circulaba entre las
familias obreras santafesinas, incluía notas diversas con información sobre los
procesos de trabajo en las plantas argentinas, balances, proyecciones, logros,
avances tecnológicos, y también artículos más generales, cuentos, leyendas,
consejos para las mujeres de los obreros y juegos y concursos para los niños.
Allí se reflejaban con claridad los valores y roles de género que la empresa
promovía.
La revista incluía una sección exclusiva para las
mujeres de los obreros denominada La
mujer, el hogar, el niño que firmaba una tal “Carola”, pseudónimo con el
que los redactores intentaban generar mayor empatía a través del recurso de
simular una conversación “entre mujeres”. La inauguración de esta sección
decía:
Entre “nosotros” hay miles de mujeres. Pocas se ven en las fábricas.
Algunas están en las oficinas. Pero detrás de cada hombre hay una mujer, una
esposa, una madre, hijas y hermanas. A todas ellas va dirigida esta página,
iniciando un diálogo permanente.[10]
El patrón heteronormativo era claro: lo esperable y
natural era que los operarios vivieran en el marco de familias nucleares
heterosexuales, teniendo siempre “detrás” al sujeto femenino. En la sección
aparecían consejos para la crianza de los hijos, el sostenimiento del hogar
(relativos a la cocina y la limpieza), la estética personal y el trato que
merecían los esposos en sus casas a la vuelta de su jornada laboral.
Carola recomendaba, por ejemplo, lavarse las manos
con “… aceite, una cucharadita de azúcar y limón” para subsanar el perjuicio
que generaban los productos de limpieza. La razón última de este cuidado no
tenía que ver con la protección de la piel de la mujer, sino con la percepción
del hombre, porque “Las manos de la madre y de la esposa son inolvidables. Son
las que acarician, las que ayudan, las que siempre están dispuestas al
sacrificio”.[11] Tal
aseveración constata el modelo ideal de comportamiento de una esposa que
pretendía FIAT: una mujer naturalmente encargada de los quehaceres hogareños
que al mismo tiempo fuera capaz de cuidar su belleza en pos del disfrute de su
marido. En el mismo sentido, la nota les pedía a sus destinatarias que “no reciban
a sus maridos con los ruleros puestos, ni salgan a la calle a hacer las compras
con ellos.”[12]
Sin dejar de aceptar que la realidad estaba
cambiando a partir de lo que se percibía como una mayor presencia femenina por
fuera del espacio doméstico, el discurso empresario intentaba reforzar el modelo de domesticidad, un
recurso claramente reaccionario que da cuenta no sólo del conservadurismo de
las nociones de FIAT en torno a las relaciones de género, sino,
fundamentalmente, de las transformaciones que por aquellos años se venían dando
y que incitaban a reaccionar. La siguiente cita que proviene de la misma nota
ilustra este gatopardismo:
Ya no hay más mujeres aquí y hombres allá, pero la mujer sigue siendo,
por sobre todo, mujer, sin perder sus características y cualidades y llevando
siempre sobre sus espaldas grandes responsabilidades que son fundamentales para
la sociedad: criar y educar los hijos; ser compañera y amiga de su esposo;
administradora del hogar y muchas veces indispensable ayuda para proveer a las
necesidades de la familia y servir de sostén a los padres.[13]
A diferencia de la mujer-esposa del obrero, la
mujer empleada por la empresa aparecía con menor protagonismo en la revista. Si
bien la publicación estaba destinada también a los administrativos y en
distintos números se aludía a su trabajo, los ejemplares de los que disponemos
muestran menor atención sobre ella en comparación con las diversas alusiones
dirigidas a la mujer del operario de planta. Inferimos que esto pudo deberse a
las dificultades para plasmar en un mismo dispositivo de comunicación nociones
de feminidad que necesariamente diferían. Si la mujer era sinónimo de madre y
“naturalmente debía dedicarse a las tareas del hogar”, ¿cómo compatibilizar
estas ideas con la realidad de mujeres que cumplían extenuantes rutinas diarias
de 9 horas en las oficinas?
En general la mujer
trabajadora con desempeño en el mercado laboral aparecía de modo difuminado
en la revista. Pero es posible rastrearla en intersticios. Un ejemplar de 1973,
por ejemplo, reseñaba la visita de un grupo de operarios argentinos a la “planta
madre” italiana, en la ciudad de Turín. A raíz de comparaciones realizadas por
mujeres y varones de aquel contingente a propósito de observar que en algunas
secciones productivas de las plantas italianas había mujeres, se armó un
interesante debate:
En la sección ´montaje de motores´, hubo sorpresa general al ver mujeres
en la línea. Uno [de los visitantes] observa que las mujeres en Córdoba sólo
trabajan en la tapicería. Otro contesta: ´¿Qué diferencia hay entre aplicar un
paño en un asiento o colocar una bujía?´.[14]
La pregunta que quedó abierta en esa nota, se
respondió unas páginas después en la sección a cargo de Carola. Allí apareció clara la voz de FIAT Argentina, reforzando la
idea de que la mujer era ante todo una madre y que la maternidad era un trabajo
per se que podía verse perjudicado si
a esta tarea se le adicionaban responsabilidades laborales extra-domésticas:
La madre tiene como tarea esencial, por encima del cuidado esencial de
la casa, el asumir la atención permanente del niño, hablando con él,
escuchándolo, orientándolo, aconsejándolo. Es una vieja verdad que conviene
repetir, aunque sea conocida, que la mejor escuela es el corazón de la madre.
Las madres que trabajan fuera del hogar merecen todo nuestro respeto, y la
legislación, en muchos países, se ocupa específicamente de sus condiciones de
trabajo, pero hay mucho para pensar y hacer en nuestra materia. No son siempre
la empresa y el Estado los que deben hacer: creemos que cuando no existen
fundadas razones económicas o vocacionales, es la propia madre la que tiene que
optar entre el ´trabajo fuera de casa´ o el ´trabajo de educar a los hijos´.[15]
Con estas palabras sutilmente violentas “Carola”
(que habla en primera persona del plural desdibujando su feminidad) les
advertía a las mujeres que el trabajo fuera de casa traía aparejadas serias
consecuencias que perjudicaban su obligada y natural labor para con los hijos.
La reflexión realizada por la voz oficial de FIAT, procuraba trabajar la culpa
de quienes se atrevieran a combinar la crianza y el cuidado del hogar con
tareas remuneradas, aún en aquellos casos donde existieran “fundadas razones
económicas o vocacionales” para que las mujeres-madres se emplearan en el
mercado laboral.
La empresa sostenía un discurso conservador que
llegaba al punto de invisibilizar a las mujeres de sus propias oficinas en pos
de sostener una noción según la cual los cuerpos femeninos debían avocarse
exclusivamente a las tareas propias de la maternidad y al cuidado del hogar. La
situación de las mujeres empleadas, implícitamente, podía justificarse en tanto
y en cuanto fuese desempeñada de modo “transitorio”, “complementario” y
“excepcional”, como hemos mencionado anteriormente. Nociones para nada inocentes si tenemos en cuenta que
sobre ellas suele cimentarse la inequidad laboral (Queirolo, 2018, p. 29).
A continuación, nos detenemos en la experiencia de
4 mujeres cuyas vidas y trayectorias tensionaron el encuadramiento que
pretendía la empresa. Sus trabajos (remunerados y no remunerados) modelaron una
agencia que cuestionó lo “socialmente esperable” para su género.
2. “Ser
empleadas de la FIAT”. Las experiencias de Clelia y Alicia
Clelia y Alicia, jóvenes solteras, ingresaron a
FIAT en la segunda mitad de la década para ocupar distintos puestos dentro del
heterogéneo espacio administrativo. Clelia se desempeñó en el centro de
cómputos como perfoverificadora y Alicia como secretaria del gerente de
producción en la planta de camiones.
Ingresar a la FIAT: una “emoción” en tiempos
turbulentos
Los relatos de Alicia y Clelia enfatizan el
sentimiento de emoción que les produjo enterarse de que la empresa las tomaría.
A pesar de ser muy jóvenes, ambas contaban con empleos previos a los que no
dudaron en renunciar para entrar. Para las dos, al igual que para los operarios
de planta, ingresar a FIAT implicaba concretar un anhelo: era algo deseado y
buscado que despertaba expectativas.
La buena paga -que solía duplicar o incluso
triplicar un salario mínimo percibido en el sector público- aparece como una
razón de peso a la hora de entender aquel sentimiento aunque no la única,
porque para la zona santafesina la empresa italiana era sinónimo de modernización, desarrollo tecnológico y gran
oportunidad. Esta representación social construida en torno a una fábrica
de dimensiones únicas en la región, estimulaba fuertes ansiedades. En las
proyecciones de los y las santafesinas, entrar en FIAT habilitaba una
experiencia por la que valía la pena hacer el esfuerzo de rendir exámenes para
la selección de aspirantes, “cruzar los dedos” y luego esperar.
El terrorismo de Estado que se profundizó y
sistematizó luego del 24 de marzo de 1976 fue escenario de la entrada a FIAT
tanto de Clelia como de Alicia. Este trasfondo, sin embargo, aparece de modo
diferente en ambas experiencias.
Clelia, un poco avergonzada y arrepentida, dejando
claro que “en esa época no se sabía lo que pasaba”, nos contaba que ella “no
veía la hora de que se produjera el golpe de Estado”, porque de eso dependía su
entrada a FIAT. Luego de informarle que había resultado seleccionada entre
otras aspirantes, la empresa le advirtió que hasta tanto no se concretara el golpe,
ningún ingreso se efectivizaría, por lo que debía aguardar un tiempo:
... cada vez que llamaba me decían ´hasta que no se produzca el golpe de
Estado no van a tomar nadie, no va a ingresar más nadie, no vas a ingresar vos
tampoco´. Así que... el 24 de marzo ... yo saltaba en una pata, realmente,
porque yo lo que quería era entrar en FIAT. Y el 1 de abril entré a trabajar,
como me habían prometido... En ese momento yo tenía 26.[16]
De su testimonio se desprende, por un lado, que los
mandos empresarios altos y medios estaban al tanto del cambio que se gestaba en
el ámbito del gobierno nacional. Y también que depositaban buenas expectativas
para la etapa que se abriría en lo relativo a la gestión de la mano de obra.[17] Por
otro lado, el relato ilustra que la memoria tiene historicidad y se desarrolla
encuadrada en marcos sociales (Halbwachs, 2004). La Clelia del presente en que
se desarrolla la entrevista no es la misma Clelia de los 26 años, y la
legitimidad de aquel acontecimiento, por lo menos para su actual entorno
social, tampoco.
El ingreso de Alicia tuvo ribetes más oscuros. A
mediados de 1976 logró pasar satisfactoriamente las instancias examinadoras
para ocupar el cargo de secretaria, pero su entrada quedó cajoneada porque en
la empresa sabían que ella tenía un hermano preso por razones políticas.[18] No
obstante un año después, en el marco de un proceso de reestructuración
empresaria y gracias a la intermediación de un amigo suyo que la recomendó, fue
finalmente convocada:
Salí primera porque hubo una selección, y por el
tema de mi hermano no me tomaron. En el 76. Al año siguiente, 77, cambia toda
la dirección de FIAT, a nivel nacional. ...Bueno, vienen designados algunos
[nuevos gerentes] acá a Santa Fe. Y en lugar de hacer exámenes… para tomar
empleados... agarraron los que tenían del año anterior… y ahí me llamaron y
entré. Entré a [la gerencia de] producción. En el año 77, septiembre creo.[19]
Si bien Alicia no pertenecía al universo militante de su hermano
-cuestión que indudablemente interpretaron quienes se dispusieron a llamarla un
año después para que ocupara un puesto relevante-, su relación de parentesco
con un preso político la estigmatizaba en el trabajo:
Yo me acuerdo cuando me tomaron... porque ellos sabían que yo no había
entrado el año anterior por el tema de mi hermano. Y dijeron, ´total acá ya
sabemos que si acá ponen una bomba la primera a la que llevan es a vos, ya está
y no buscan mucho y no joroban´ [ríe]. En broma me decían. Nah, los tipos eran [buenos]...
´qué tiene que ver ella con el hermano´. ... Mi hermano no había hecho nada,
pero bueno, cayó.[20]
Sin dudas este “chiste” implicaba una advertencia
amenazante, que se sumaba a la pesada mochila que el contexto dictatorial ponía
sobre su espalda. Alicia sabía que “no podía meterse en nada” no sólo porque
FIAT y los servicios observaban de cerca a su familia, sino también por la
culpa que le generaría que su madre atravesara el dolor de que “a ella también”
le sucediera algo: “[A partir de 1977] me empezaron a seguir siempre, yo
sentía... Si yo iba al centro... mamá estaba aterrorizada de que también me
pase algo a mí.”[21]
La cotidianeidad del hogar de Alicia se vio
profundamente trastocada por la detención de su hermano. Su cuñada “Peti” y una
sobrina que tenía dos meses al momento del secuestro, vivieron a partir de
entonces en su casa. La madre de Alicia las cuidó, protegió y gestionó el
exilio de los tres, moviendo una inmensa red de contactos en el ámbito de la
justicia y las fuerzas de seguridad para que su hijo, su nuera y su nieto
estuviesen a salvo.
Sin embargo, en el relato de Alicia la crudeza de
aquella realidad familiar contemporánea a su experiencia en FIAT aparece en
segundo plano, como deslindada de su experiencia de trabajo. Probablemente
porque trabajar como secretaria, cobrar un salario elevado, gastarlo e
interactuar con otras trabajadoras que se hicieron sus amigas, significaron
refugios que le permitieron a esta joven continuar su vida. El empleo de
Alicia, quizás, pudo constituirse en un escondite desde el cual logró
construirse un presente y un futuro alejado de aquel drama familiar. Trabajar
fue para ella una forma de resistir.[22]
Formación previa, rutina laboral y vínculos
interpersonales. La cotidianeidad en la fábrica
Alicia, al igual que Clelia, contaba con
experiencia y formación laboral cuando se presentó a la convocatoria de FIAT.
Mientras cursaba el último año de su secundaria, había realizado un curso de
secretariado ejecutivo donde aprendió dactilografía y otras habilidades propias
del oficio. Tempranamente informó a sus padres que no estaba interesada en
continuar estudios universitarios y aprovechó aquella oportunidad que le pareció
una buena herramienta para empezar a trabajar.
Efectivamente ese curso tomado en el Liceo
Municipal de Santa Fe, le permitió emplearse primero en una empresa de
ingeniería y luego en la recepción de un sanatorio privado. Fue allí donde
conoció a un gerente de FIAT que le sugirió presentarse a rendir porque
buscaban una secretaria.
La jornada para la administración empezaba a las 8
y finalizaba a las 17. La tarea diaria de Alicia consistía en llenar planillas
de ausentismo y presentismo de los operarios que después firmaba su jefe:
“estaba todo el día con la máquina de escribir”. También redactaba cartas y
armaba estimativos de producción anual, una actividad ardua y calificada para
la que a veces debía quedarse hasta la noche haciendo horas extras. Nos contó
que su jefe era muy exigente: “¡las cartas!... Me rompió en la jeta varias”.
Tenían una relación de mucha confianza pero mediada por el respeto (se trataban
de usted) y por una disciplina
laboral estricta en cuanto al cumplimiento de las tareas y los horarios.
A diferencia del resto de las administrativas, las
secretarias no compartían oficina más que con sus jefes. Pero eso no les
impedía socializar con compañeros en los pasillos y en algunos momentos del
día, fundamentalmente en el almuerzo. Durante su corto pasaje por FIAT, Alicia
estableció una relación de amistad con dos empleadas -Viviana, administrativa y
Adriana, asistente social- que consolidó luego del cierre de la fábrica y que
continúa hasta hoy. Viviana la pasaba a buscar todos los días por su oficina
para ir al comedor -donde se encontraban con Adriana- y allí conversaban y se
divertían, compartiendo, además de la comida, la experiencia de ser mujeres
jóvenes en un ambiente predominantemente masculino. Solían recorrer los 300
metros hasta el comedor caminando o en una camioneta de la sección en la que
trabajaba Viviana.
Alicia
y sus amigas, como las demás veinteañeras
que trabajaban de lunes a viernes en ese territorio laboral tan
masculino,
solían coquetear, al igual que cualquier mujer joven de su
época. Cuando le
preguntamos por su vestimenta, recordó que ella “por motus
propio” se había
hecho “unas chaquetitas” que usaba con pantalón y
plataformas muy altas. “Una
vez no sé por qué fui en chatitas y mi jefe dijo
´¿Dónde está, dónde
está?´
Uuuh, [risas] Como jorobando viste, porque bajaba de eso y medía
20 cm menos.”
Pero existían límites que una secretaria no podía
sobrepasar. Una vez accedió a que la lleve en camión un operario desde la
salida del comedor hasta su oficina, lo que le costó un fuerte llamado de
atención:
Yo volvía de comer y pasa Jorge, un amigo, que éramos amigos de Santa Fe
del grupo, que trabajaba en FIAT. No me acuerdo en qué parte... Si estaba
probando un camión debe haber estado en control de calidad… Y me dijo ´¿Querés
que te lleve?´ eran como 3 cuadras. ´Bueno´… Y me vio mi jefe bajarme de un
camión, casi me... A ver... me habrá dicho, ´nunca más, eso no es correcto,
porque las empleadas´, yo qué sé, no me acuerdo, si sé que me... retó.[23]
Los vínculos con los operarios estaban
restringidos. Habitaban espacios distantes, tenían diferentes horarios de
ingreso y egreso y turnos distintos para almorzar. Operaba además, como en
otras grandes fábricas, una clara distinción identitaria entre trabajadores de cuello blanco y el personal del sector
de la producción.[24] Sin
embargo, las pequeñas anécdotas de Alicia nos permiten acercarnos sutilmente a
los modos en que interaccionaban corporalmente varones y mujeres en aquel
contexto. “Yo a la planta nunca fui. Pero si pasaba por la planta supongo que
los silbidos y todo eso habrán existido, no sé. Sé que cuando íbamos al comedor
o cuando volvíamos sí, te chiflaban, te decían cosas.”[25]
Ella lo recuerda con simpatía: “... O sea, a nivel
de trato... eh... no... bien, yo nunca tuve problemas. No había discriminación
por ser mujer, ser hombre. No, no.”
El caso de Clelia es diferente al de Alicia porque
las administrativas compartían un mismo espacio de oficina, y si bien tenían un
jefe, el trato no estaba permeado por esa idea de confidencialidad y entrega permanente que conllevaba la función de
secretaria.
Clelia había hecho un curso de perfoverificadora en
un instituto privado de Santa Fe, distinguiéndose por su gran habilidad y
velocidad en el manejo de aquellas primitivas computadoras. Primero se empleó
en el mismo centro de cómputos donde se capacitó y luego en el de la provincia
de Santa Fe hasta que finalmente pudo ingresar a FIAT, como anhelaba.
En el área de perfoverificación del centro de
cómputos de FIAT trabajaban 12 mujeres registrando el movimiento de las tres
plantas. Sus veloces dedos computaban las compras, la facturación, el pago a
proveedores, el inventario de los materiales y herramientas, la liquidación de
sueldos: “Todo lo que entraba y todo lo que salía”, nos explica Clelia. Se
trataba de un trabajo específico y calificado.
El personal del centro de cómputos era visto por el
resto de los trabajadores como un grupo cerrado, poco permeable al intercambio,
cuestión que Clelia reconoce y aduce principalmente a las grandes diferencias
salariales que existían entre ese sector y el resto. “La parte de cómputos, la
verdad que con los administrativos no nos dábamos ni cinco de bola. Los
administrativos no nos querían a nosotros (...) siempre hubo esa tirria.”
A la hora de relatar cómo era la relación entre las
mujeres que compartían esa oficina, Clelia sostiene que no entablaron fuertes
amistades, porque el trabajo era duro y permanente. En esta caracterización, compara
su experiencia en FIAT con la que tuvo posteriormente en el sector público:
En el trabajo privado, no es como en la administración pública que...
que llegan y que se cuentan todo, que cuentan la novela, que se pintan, no...
yo no lo hice nunca, porque a mí me quedó la escuela de FIAT.[26]
Pero como veremos a continuación a propósito de la
historia de amor que atravesó Clelia en aquel contexto de explotación, estas
mujeres jóvenes, al igual que Alicia y sus amigas, cuchicheaban, se reían, se
divertían y con mucha intensidad, se enamoraban, rompiendo valientemente
mandatos familiares.
El amor en los tiempos de la FIAT
Nos detenemos en los vínculos amorosos sin considerarlo
un tema menor, “subsidiario” o “anecdótico” a los “tópicos centrales” de la
década (la radicalización política o la represión). Aunque pueda parecer un
aspecto superfluo para la historia de los trabajadores argentinos de los 70´s
(cuya agenda sigue estando marcada por los brutales efectos de una dictadura
que pretendió desactivar -con la desaparición física de cuerpos- la radicalidad
de las movilizaciones obreras que le antecedieron, muchas de las cuales
-incluidas las santafesinas- aún deben ser repuestas), nos moviliza la idea de
que una lectura en clave afectiva de
la clase ilumina aristas constitutivas de estos mismos temas.
Queremos
observar, como sostiene Florencia D´Uva
(2019, p. 11), “…cómo en los ámbitos
considerados ´privados´ o ´domésticos´
también operaron construcciones políticas, sociales y
económicas que modelaron
las experiencias de los trabajadores y trabajadoras”, con el
objetivo de
detectar actitudes y nociones que explicitan una agencia generizada. En
este
sentido, las trayectorias que analizamos nos muestran pequeñas
acciones que
implican agencia de clase en el período dictatorial. De clase, porque las “leves” rebeldías de estas
mujeres fueron habilitadas por lazos afectivos tejidos a partir de la
cotidianeidad del trabajo. En tiempos de revancha clasista y patriarcal,
ciertas acciones (como las desarrolladas en el marco de vínculos amorosos),
develan la presencia de subjetividades que tensionaban el ordenamiento
jerárquico patriarcal de los 70´s.[27]
Cuando Alicia y Clelia ingresaron a FIAT, vivían en
los hogares de sus padres. Sus altos salarios -que eran en los dos casos
mayores a los ingresos percibidos por sus progenitores- les permitían colaborar
con los gastos domésticos y consumir holgadamente en diversas cosas “para
ellas”. Alicia ahorraba y salía con su novio del barrio a bailar al boliche
“Tía María” en Santa Fe, o al casino en Paraná, y tomaba sol junto a sus amigas
los sábados a la tarde y los domingos de verano en “la playa de Guadalupe”, al
norte de la ciudad. Clelia se compraba ropa y también salía los fines de
semana. El trabajo en FIAT, aunque implicaba una rutina muchas veces
extenuante, habilitaba una independencia económica que les permitía moverse
libremente en los momentos de descanso. Probablemente por esta razón, ambas
asocian a la FIAT con una época idealizada de “plena felicidad”, a pesar de
haberse desarrollado en un período de extrema represión.
Para Clelia en particular, “la FIAT” marcó un antes
y un después insoslayable, porque allí conoció y se enamoró de Daniel, con
quien comparte desde entonces su vida. La relación que comenzaron mientras
trabajaban juntos, rompió todos los esquemas de lo que su familia y su entorno
pretendían para ella. Desafío que enfrentó abiertamente, a pesar de que
implicaba un costo doloroso: el alejamiento de su familia.
En el siguiente relato del cortejo que protagonizó
Clelia entre las oficinas de la empresa, se evidencia, por un lado, un modelo
de relación amorosa tradicional (heterosexual, monogámico, que aspira a la
posterior construcción de una familia), ensalzado por detalles novelescos que
nos aventuran a pensar cuánto pesaban algunos productos culturales de
circulación masiva como las telenovelas, en los modos en que estas mujeres
sentían y actuaban (Andújar, 2009).
Por otro lado “su historia de la FIAT” (como
enuncia ella), también nos permite detectar la agencia de mujeres que se
animaban a desafiar expectativas y mandatos, envalentonadas y favorecidas por
una experiencia laboral que otorgaba independencia económica y nuevas
sociabilidades.
- 4800 hombres. Te podés imaginar... 12 mujeres [silencio y risas
nuestras]... yo siempre digo que [ríe] yo nací en la época equivocada, en el
lugar equivocado, porque hace 43 años, 44 años, no es lo que es hoy la mujer.
Además, criada en una familia donde el sexo era pecado, te podés imaginar
que... un horror. No miraba a nadie. … Nosotros entrábamos a las 8 de la mañana
y a la 1 almorzábamos. Íbamos al comedor. Vos te imaginás que entrábamos y eran
todos hombres. Y nosotras entrábamos las mujeres de cómputos. Bueno, por
supuesto sin mirar a nadie, sin saludar a nadie, nada. Eh, nosotros teníamos
correo interno. Empiezo a recibir, todos los días, por el correo interno,
piropos.
- ¡Ay!
¿Cómo era el correo interno?
-
Era un señor que iba, oficina por oficina,
buscando los papeles que nosotros teníamos que volcar en la
computación,
entonces, a las 12 del mediodía llegaba el correo y empiezo...
un sobre...
agarro… un día, otro día, otro día…
ya llegó un momento que estábamos todas
esperando que llegara el correo porque... ¡como tres meses
duró [el cortejo]!…
En septiembre hacen una fiesta… en el club de FIAT. Fuimos,
obviamente todas
las mujeres juntas y un montón de hombres... Un almuerzo
espectacular, bla bla,
qué sé yo. Después se arma... ponen música,
baile. Y a mí me saca a bailar un
churro bárbaro [risas nuestras]. Por supuesto que yo
sabía bailar. Tenía bigotes
negros, no tenía barba, tenía el pelo negro, rajaba la
tierra, la verdad que
rajaba la tierra. Y bueno, bailamos toda la tarde, a las 7 de la tarde
se
termina la cosa, y había que venir [a Santa Fe], no tenía
auto, en el
colectivo, la línea “L”, entonces me dice ´te
acompaño´, ´Bueno bárbaro´… Y me
acompañó hasta la puerta de mi casa…
Estábamos en la puerta de mi casa
charlando y mi vieja, que era terrible, ya hizo un ruido en la persiana
para,
claro, ´está en la puerta con un desconocido´. En
ese preciso momento, el
señor, me borra la boca de un beso
[enfatiza]. Me borra la cara de un beso. Se da vuelta así y me dice ´el que te
escribe todos los días soy yo´. ... ¡Y se fue! ¡Te podés imaginar! Ay por
favor… [ríe]
- ¡Me
imagino!… ¿Vos eras soltera?
- Yo era soltera y él separado. Él en los trámites
de separación. Así que te imaginás que en mi casa, fue, cuando se enteraron que
el señor era casado [enfatiza],
porque en esa época era casado, un horror. Mis amigas, un horror. Me llevaron a
Mar del Plata... no sé todo lo que hicieron, bueno, pero acá estamos juntos,
hace 43 años, la verdad que,… fue una historia dentro de FIAT, una cosa de lo
más linda. Y después por supuesto que fuimos al trabajo juntos y en aquella
época, no existía el, el casarse, separados y casamiento. Hasta Alfonsín no
hubo casamiento con separados así que, yo me la jugué y me fui de mi casa y nos
juntamos. Mi familia un año y medio sin darme ni cinco de bolilla. Me dieron
bolilla cuando, cuando quedé embarazada, ahí sí más o menos volvió la
relación... Así que bueno, esa es mi historia de FIAT.[28]
3. “Tener un marido que trabaja en la FIAT”. Las
experiencias de Nidia y Miriam
Los maridos de Nidia y Miriam ingresaron
tempranamente y dejaron la empresa en 1979, cuando FIAT decidió cerrar su
emprendimiento santafesino tras un proceso de reconversión. Las dos se casaron,
procrearon, conformaron y sostuvieron un hogar durante aquellos años. Nidia,
además, estudió trabajo social y se desempeñó en instituciones públicas. Miriam
también trabajó como niñera, repostera, artesana, vendedora desde su domicilio
y estuvo a cargo de la cantina del club del personal de FIAT. Para febrero de 2020,
cuando las entrevistamos, Nidia seguía casada y conviviendo con Carlos, su
marido. Miriam enviudó a mediados de los 90 y no volvió a formar pareja.
Del noviazgo al casamiento. La conformación del
hogar proletario
El noviazgo de Nidia y Carlos comenzó antes de que
él ingresara a FIAT mientras ella, oriunda de un pueblo cercano, terminaba sus
estudios en la Escuela de Servicio Social de Santa Fe. Él vivía en su casa
paterna en el norte de la ciudad y hacía changas. La relación se iba
consolidando cuando se les presentó una buena oportunidad para comprar un
terreno en un loteo a dos cuadras de la casa de Carlos. La aprovecharon
pensando en casarse y comenzaron a levantar lentamente una vivienda. Ni bien
estuvo el techo, Carlos se instaló allí a vivir solo durante dos años, mientras
avanzaba la construcción.
Al contarnos por qué entró en FIAT, Carlos recuerda
que
En el año 1970 entré yo. Yo trabajaba por mi cuenta, yo era letrista,
pintaba carteles. Pero cuando decidimos que… yo estaba de novio y había que tener
algo más efectivo, con obra social, qué se yo, me pusieron los puntos, y
entonces este… se dio. En esa época la FIAT era el auge en la zona de Santa Fe,
era lo mejor que había.[29]
Ambos eran y siguen siendo cristianos practicantes
(siempre han estado vinculados a la parroquia del barrio en el que viven), y
consideraban que la vida de casados implicaba asumir ciertas responsabilidades
para las cuales era preciso que él tuviese un empleo estable. Hasta entonces
Carlos trabajaba de chapista en el taller del novio de una hermana suya y
también de letrista, empleos no tan “seguros” como el que tuvo después. Nos
dice en tono de burla que “le pusieron los puntos”, pero insinúa en verdad que también
él “se puso a sí mismo los puntos” con la inminencia del casamiento, moviéndose
para probar suerte en FIAT con una carta de recomendación escrita por un
conocido de la iglesia.
Nidia, esforzándose por precisar años y fechas que
calcula siempre en función del nacimiento de alguno de sus 7 hijos, rememora
aquellos años. 4 hijos de los 7 nacieron durante los años en que Carlos trabajó
en FIAT:
Me acuerdo una vez de haber ido a una fiesta grande que hicieron ahí
mismo en la fábrica. Yo ahí tenía el mayor. O sea él nació en el 72. Yo me casé
en el 72 y él nació el día que yo cumplía 9 meses de casada, justo. Mirá, me
caso un 3 de enero y nació un 3 de octubre. Así que se portó bien él [ríe].
Ahora no habría problemas viste.[30]
Su testimonio da cuenta de un círculo familiar y
social para el cual era moralmente relevante que las mujeres llegasen vírgenes
al matrimonio. No interesa aquí si realmente eso fue como Nidia lo relata, sino
el énfasis que puso en contabilizar los meses de distancia entre los dos
acontecimientos. Carlos en cambio lo enunció de un modo menos preciso: “Apenas
nos casamos a los meses nació uno.”
Ambos recordaron que casarse habiendo estado Carlos
en FIAT, fue “una suerte”, porque pudieron disfrutar de los beneficios que
otorgaba la ley y la empresa: vacaciones y regalos. Nidia tenía 22 años y
Carlos 27.
Alfredo, el marido de Miriam, había trabajado en
“la DKW”, una fábrica automotriz que cerró en 1969 y fue comprada por FIAT. Al
igual que a varios obreros, la nueva empresa lo tomó debido a un acuerdo entre
UOM y FIAT según el cual la empresa italiana se hacía cargo de la mano de obra
cesante y de los salarios adeudados. Pero él empezó un poco después que el
resto, porque en el medio hizo el servicio militar. Miriam y Alfredo comenzaron
su noviazgo en la época en que él estaba en la DKW y se casaron en los años de
FIAT.
Miriam recuerda que para el casamiento festejaron
“sólo con las familias de las dos partes”, porque Alfredo tenía 9 hermanos,
aunque asistieron también unos pocos invitados más a la fiesta. El vínculo con
uno de ellos nos muestra que esta mujer trabajó tempranamente:
Mi hermano tocaba en una orquesta, así que invitó a
la orquesta, cantó la orquesta. Yo, mi familia, y después la de mi marido. El
único que estaba ahí, era el chofer que me llevó, que yo le crié las chicas, de
niñera estuve. Él estaba invitado, la modista, y un matrimonio [amigo] de
cuando él hizo el servicio.[31]
A partir de entonces alquilaron una casa en barrio
Guadalupe, en Santa Fe. Desde la plaza del barrio, frente a la Basílica, salía
el colectivo de FIAT que transportaba a los obreros todas las mañanas 25
kilómetros hasta la planta. Miriam recuerda que Alfredo debía salir a las 5 de
la mañana. Un tiempo después, con el objetivo de que él no tuviese que madrugar
tanto, alquilaron otra casa en Santo Tomé. Y estando en esta nueva y pujante
zona, tomaron la decisión de comprar un terreno con un crédito hipotecario.
No había nadie… Cuando nosotros empezamos a edificar, esto era todo
campo, una casa de por medio y todo lo demás, campo, calles de tierra. Y bueno,
gracias a dios, con el trabajo que él tuvo y las extras que hacía… con eso
hicimos la casa ésta. … Mi casa está hecha por los obreros que trabajan ahí, un
poco con el banco que nos prestó dinero. Y un poco, los compañeros, que uno
hacia una cosa, el otro otra, y así.[32]
Miriam tuvo dos hijos: Gustavo, nacido en Santa Fe
en la época de FIAT y Andrea, santotomesina, que llegó 10 años después. Además
compartían el hogar con la mamá de Miriam, “una señora grande (…) la tuve
viviendo con nosotros. Iba a visitar los [otros] hijos, pero estaba siempre
conmigo.”
Los trabajos remunerados de Nidia y Miriam
combinados con las tareas de cuidado
Muchas entrevistas dan cuenta de que el trabajo
remunerado formal e informal de las esposas era frecuente. A pesar de la
existencia de un mandato empresario para que el varón operario fuera el único
proveedor de su hogar, las experiencias de Nidia y Miriam nos muestran que la
realidad podía distar bastante de lo que FIAT esgrimía a través de los
discursos que hemos analizado.
Desde 1974, poco tiempo después de obtener el
título de asistente social, Nidia -con 2 de sus 7 hijos ya nacidos- comenzó a
trabajar en el sector público para el área educativa. A cambio de un salario
menor al que percibía su marido en la FIAT, ella visitaba los comedores de
varias escuelas de la ciudad, el “centro cívico” y otras instituciones
comunitarias:
Cuando yo empecé a trabajar era interina, incluso cobrabas, viste que
siendo interina cobrás un poquito más porque te pagan el aguinaldo, bueno. Y mi
sueldo era la tercera, está bien que era en horas y todo lo que quieras, pero
era la tercera parte de lo que él ganaba en la FIAT. O sea que; y no un sueldo
de jefe, era un sueldo de obrero. Era tres veces más lo que él ganaba.[33]
No eran buenos tiempos para las asistentes
sociales. Se ejercía un fuerte control sobre esa profesión. Muchas de sus
compañeras fueron perseguidas, presas y/o desaparecidas. “No digo, yo, que
estaba con todos mis hijos que estaba a cargo, pero estábamos en la mira.”
Carlos acota: “A las chicas estas las detenían por las dudas, porque ya estaban
trabajando en el barrio, en un barrio pobre.”
Si bien el cuidado de los chicos se repartía con
Carlos y en algunos momentos contrataban a mujeres para las tareas de crianza,
la presencia de otros familiares que vivían cerca de la casa y,
fundamentalmente, la ayuda que le ofrecían sus vecinas fueron centrales en esos
años. Nidia entraba a las 6 y volvía al mediodía. Carlos la esperaba para irse
a tomar el colectivo que lo llevaba a Sauce Viejo, donde trabajaba en el turno
tarde (de 15 a 23.30):
C- Yo me levantaba a la mañana temprano, y estos estaban durmiendo, eran
chiquitos… yo me iba a la pieza y los miraba. Los miraba y salía disparando. …
Salía corriendo… y compraba medio kilo de costeletas, un kilo de carne picada y
venía y los miraba de vuelta… Y ahí a la panadería. Todos los mandaditos tenía
que hacer, hasta que los levantaba a estos, les hacía la leche, qué sé yo,
había épocas que venía una hermana mía que venía.
N- Sí, tuve siempre alguien, cuando podía… Después otra de las cosas,
por ejemplo todavía yo tengo vecinas viejas de esa época, algunas ya se han
muerto. Pero vos en un barrio, la gente era solidaria viste. Yo te digo. Vos
suponete que yo me quería ir a hacer un mandado al centro a la tarde. O ir al
médico y no tenía con quién dejarlos, yo la llamaba a la señora de al lado, le
daba algo viste, unos pesos, lo que sea, y ella se quedaba, les daba la leche,
entendés. Siempre había esas cuestiones.[34]
Dentro de las tareas de cuidado de Nidia estaba
también la atención a sus padres. Su mamá se enfermó en esos años y ella
viajaba a la ciudad de Esperanza todos los fines de semana para asistirla.
Luego de que falleciera, siguió viajando para cuidar a su papá que había
enviudado. En su relato ella destaca nostálgicamente el vínculo con sus vecinas
(en un intento por marcar el contraste con el tiempo presente), reflejando que
en diversas oportunidades la auxiliaban y también que aprendía cómo ser madre
con ellas:
Recuerdo que un día por ejemplo, tenía a uno de los chicos y yo estaba
sola. Y voy a bañarlo a la noche para acostarlo y veo que le salía del ano le
salía una cosa como una tripita, una cosa rosada, de un color así. ¡Ay! ¡Yo lo
envolví en un toallón y me salí corriendo de la vecina! Una señora grande que
vivía acá. Mayor que yo, bastante. Y me dice, ´no, esto es un bicho. Espere que
se lo saco.´ Con un papel higiénico, lo metió en un frasquito y me dice
lléveselo al médico [ríe]. Esas cosas viste. Dentro de todo nosotros con los
vecinos que tenemos alrededor nos conocemos pero [en el presente ya] no hay
tanta relación.[35]
Miriam, que vivía en Santo Tomé, también rescata en
diversos momentos de su relato a otras mujeres de su familia y del barrio. A
diferencia de Nidia, su escolarización fue incompleta, pero esto no significó
quedarse en su hogar a cumplir exclusivamente tareas de cuidado, a pesar de lo
que pretendía su marido: “Yo quería ir
a trabajar pero él no me dejaba porque decía que tenía que estar en la
casa, atender a la familia. … no quería que nos faltara nada.” Sin embargo, la
larga lista de actividades en las que ella se desempeñó, indica que por
necesidad económica y también por elección, la idea de abocarse con
exclusividad al cuidado era un mandato con el que no se sentía cómoda:
Y yo mirá, aprendí acá para mi familia, repostería, hacía para nosotros
los cumpleaños. Aparte hacía ajeno. Trabajé un montón. Después trabajé en
porcelana fría también. O sea que yo no salía a trabajar pero hacía cursos acá
en el barrio. Venía acá una señora a una casa de familia y nos enseñaba… ella
cobraba viste, la vecina que podía pagar viste… Así que yo fui a aprender todas
esas cosas para después hacerle a ellos. Después también me puse una retacería
y vendía telas. Aparte hacía almohadones, las bolsitas de popurrí. Todo lo que
sea así con las manos. Y después, agarramos el club de FIAT.[36]
Instalar y mantener la cantina del club fue un
trabajo agotador, pero también reconfortante para ella. Su testimonio da cuenta
de que el rédito de atender esa cantina no se circunscribía a lo económico.
Nos dieron permiso y pusimos como un barcito para los empleados de FIAT.
Mi marido se había comprado una heladera grande y yo llevaba para que ellos
coman y piquen… frascos de mondongo al escabeche, choripán. Después me iba a
Santa Fe a una casa a comprar golosinas, cigarrillos. …Venían los muchachos a
las 3 de la tarde, salían del trabajo. …Venían los muchachos y jugaban al
futbol. Y después de jugar al futbol, venían ahí, tenía unas mesitas con sillas
y todo. Se sentaban ahí y tomaban cerveza. …Los días de semana, cuando salían
de trabajar. Bueno, después se fue conociendo… la gente empezó a venir. La FIAT
se hizo después más grande, el club se hizo más grande. Nosotros después…
empezamos a festejar y atender cumpleaños.
¿Atendías vos sola o los dos?
Tenía una sobrina que venía a ayudarme. Durante la semana, sí a la
tarde.
¿Y quién se quedaba con los chicos mientras tanto?
Mi mamá se quedaba con mi hijo. Cuando mi mamá se iba a pasear a veces a
Esperanza… mi hijo iba viste a la escuela intermedia que había acá. Entonces,
yo lo llevaba, después lo buscaba y de ahí directamente nos íbamos al club. Él
se quedaba ahí un rato hasta que nosotros nos veníamos. … Después se puso
lindo, empezó a venir más gente, se hizo el quincho más grande. Venían
matrimonios que traían chicos y chicas que se juntaban ahí el domingo y comían
juntos y bailaban. Se vendían muchas gaseosas. Bueno, y después mi mamá allá en
mi casa, con mi vecina me hacía la pastafrola, pastelitos, hacía empanadas,
chizitos para llevar porque tenía la máquina para cortar fideos. Entonces hacía
la masa de los palitos y después iba cortando. Trabajé tanto tanto…
¿Y hasta qué hora se quedaba la gente en el club?
Y se iban los muchachos a las 9 más o menos, a esa hora. Trabajábamos un
montón, mi marido estaba cansado.[37]
Como se desprende del relato, la madre de Miriam la
ayudaba en el cuidado de su hijo y en la producción de alimentos para vender,
al igual que una sobrina que trabajaba también en la cantina. Sin estas redes
difícilmente ella hubiese podido sostener esa cantina, un trabajo que además de
aportar a la economía del hogar, le permitía interactuar con la comunidad,
disfrutando de una vida social muy activa a la que recuerda con alegría: “Había
cancha de bochas. ¡Ay sí! A mí me gustaba, cuando no había mucha gente [en la
cantina]… ¡me gustaba tanto ir!”
Los años
de FIAT en perspectiva
Al hacer un balance de la época en que sus familias
estuvieron vinculadas a FIAT, tanto Miriam como Nidia construyen -con
nostalgia- una imagen positiva e idealizada. Esta representación aparece
asociada a cierta estabilidad económica que se traducía, entre otras cosas, en
el acceso a la vivienda propia y en un buen pasar general que facilitó la
educación de los hijos, un crecimiento exento de carencias extremas y ciertos
beneficios recordados con felicidad, como por ejemplo, las vacaciones en
familia.
Miriam, que provenía de un entorno humilde y que no
pudo terminar estudios básicos, resalta en distintas partes de su testimonio
que tanto su hijo como su hija accedieron y finalizaron distintos niveles
educativos, algo que la enorgullece y que vincula con haber formado parte de
esa comunidad obrera.
Alfredo en 1973 formó parte del contingente de
trabajadores de las tres plantas argentinas que viajó a Turín a “conocer la
fábrica madre”, como enunció orgullosa. El día de la entrevista, además del
mate dulce y las galletitas, Miriam desplegó sobre la mesa de su casa algunas
fotos que conserva de aquel viaje, el pasaporte de su marido fallecido -emitido
semanas antes del visado que indica la fecha de entrada a Italia, único sello
de salida que registra el documento-, y otros objetos viejos pero bien
conservados, como un mazo de cartas otorgado por la empresa, una regla escolar
con el logo de FIAT y autitos de juguete con la misma marca que quiso
mostrarnos.
Esa actitud de esperarnos rodeada por objetos que
atesora y forman parte de su pasado familiar, da cuenta de que durante aquellos
años su familia forjó una fuerte identidad, un sentido de pertenencia
comunitario que trascendió aquella etapa y que aún hoy aflora en sus emociones.
A pesar de que Miriam no viajó a Italia, nos habló de hoteles lujosos y de una
excursión a los Alpes Suizos como si hubiese estado allí. Sin dudas para un
operario procedente de una baja condición social, subirse a un avión y conocer
Europa imprimió una marca fuerte, cuestión que Miriam se esforzó en
transmitirnos en nombre de su marido. Sus propias marcas, en cambio,
reconstruyen años de mucho esfuerzo y cansancio para los dos recompensados con
momentos de felicidad, como cuando las vacaciones les permitían el descanso y
el disfrute del ocio:
Cuando me casé nos fuimos a Córdoba a viaje de bodas. Después empezamos
a ir a San Juan, San Luis, Mendoza. … Primero, si había que pintar algo, bueno,
a pintar, y después nos íbamos. … Todos los de la FIAT se iban a pasear
holgadamente porque tenían plata, habían cobrado el aguinaldo. Ya con el
aguinaldo hacíamos ponele la otra pieza y así viste, la cochera. … O si no, a
veces no nos íbamos, nos íbamos a Rincón nomás [zona costera de Santa Fe]. Nos
compramos una carpa, después compramos una pileta pelopincho… todo a fuerza de
las extras. … Él era muy familiero, le gustaba estar solo con la familia. Será
que estaba tanto, con tanta gente en el trabajo, y con el club siempre gente,
gente, así que ahí en Rincón armábamos la carpa, él hacía el asadito. Junto con
mi hijo y mi hija nos íbamos al agua. Feliz y contento porque estábamos toda la
familia.[38]
El discurso de Nidia, en cambio, transparenta
concepciones que hacen a su profesión de asistente social. Su percepción sobre
aquellos años es similar a la de Miriam, pero su enunciación devela su mirada profesional:
Lo que tenía la época esa era el trabajo como integrador social. Vos
imagínate que Santo Tomé creció a la vera de [FIAT]… la gente tenía trabajo
fijo, tenía créditos, podía hacerse una vivienda, podía mandar a sus hijos a la
escuela… Las obras sociales eran bastante… dejaban bastante que desear, porque
eran gremiales viste. Entonces el dinero de la obra social pasaba para otros
fines del gremio. Pero bueno, tenías una cobertura médica, tenías a dónde
internarte. Yo, mis primeros hijos nacieron todos por atención de metalúrgicos.
La gente tenía con qué.[39]
Sus recuerdos reconstruyen años de una identidad
comunitaria fuerte forjada en torno al cotidiano en la fábrica, sin dejar de
resaltar marcas de una época de violencia política que las mujeres percibían
con claridad en los espacios que frecuentaban por su rol de cuidadoras:
Un día voy a llevar… a mi nena para hacerle un
análisis, ella era chiquita,… ahí a la UOM. … Bueno. Cuando yo llego, todas las
veces para conseguir el turno al médico también, tenías que irte re temprano
para que después te atendieran, esperar. … Y vos sabés que en una de las
habitaciones de la UOM [había] unos matones durmiendo ahí. Durmiendo ahí. Una
habitación con cuchetas; nah, esa fue la época de María Estela Martínez de
Perón, bué. Había armas, había, yo no lo vi pero un tipo que está durmiendo en
una habitación de la UOM… no me vas a decir que vos vas para que te atienda el
doctor, viste. Y dentro de los grupos después tenías los grupos que pensaban
distinto viste y que estaban incorporados y se daban esas facciones y denuncias
y cosas, feas viste, porque eso ya era, ya ahí empezó una etapa fea. La etapa
linda ya te digo de la FIAT fue realmente cuando se incorporó la gente, la
gente trabajaba bien y después ya ahí empezó todo.[40]
Al igual que en otras entrevistas, la memoria de
Nidia tiende a disociar una etapa idealizada -en su caso, representada por la
idea del trabajo en FIAT como integrador
social- de un supuesto “después”, en el que la conflictividad obrera y la
represión “afearon” el panorama.[41]
Pero sabemos que se trata de formas en las que opera la memoria, procurando
periodizar una realidad en la que estos elementos coexistían, constituyendo una
comunidad conflictiva en un contexto de acelerados procesos superpuestos.
4 - Reflexiones finales
Clelia y Alicia, chicas jóvenes y solteras,
supieron poner en movimiento sus inquietudes y habilidades primero para la
búsqueda y luego para el cumplimiento de trabajos de oficina en FIAT. Sus
empleos facilitaron una independencia económica que les permitió divertirse y
proyectarse “más allá” de sus familias. La experiencia laboral les brindó
vínculos solidarios, amistades y nuevas oportunidades afectivas. En un contexto
hostil, delineado en el caso de Alicia por la violencia de Estado que apresó a
su hermano y en el caso de Clelia, por expectativas familiares que no cuadraban
con su deseo, hicieron de sus empleos refugios desde donde construir sus
identidades y transitar otros horizontes. Ser mujeres en un espacio jerárquico,
desigual y predominantemente masculino, las expuso a que la explotación propia
de una empresa privada apareciera intensificada, como en el caso del resto de
las trabajadoras, con exigencias y tratos basados en prejuicios de género. Pero
también les facilitó tejer importantes redes de complicidad, amistad, afecto y
apoyo.
Nidia y Miriam, parejas de operarios de planta, se
casaron con hombres solteros, procrearon y sostuvieron sus hogares proletarios,
pero sus experiencias de vida distaban marcadamente del prototipo de
domesticidad promovido por la empresa. Lejos de dedicarse con exclusividad a
las tareas de cuidado, también trabajaron intensa y continuadamente por fuera
de sus hogares, combinando sus obligaciones con valentía, esfuerzo y cansancio,
pero también disfrute. Para ello fueron claves las redes tejidas con vecinas y
familiares, imprescindibles en la tarea de cuerpear el peso de la doble jornada
laboral. Como a Clelia y Alicia, la vida laboral les habilitó nuevas
sociabilidades y lazos de solidaridad que destacan y recuerdan orgullosas.
El acercamiento a las trayectorias de estas 4
mujeres que ocuparon diferentes espacios dentro de una misma comunidad laboral,
nos permitió observar diversos modos de agencia femenina y subjetividades que
desde convicciones, ideas, anhelos y percepciones heterogéneas, tensionaron lo
que el capital y la sociedad esperaban de ellas en tanto mujeres. Sin ser
“hippies”, “rockeras”, ni militantes de organizaciones revolucionarias como
algunas de sus “más atrevidas” congéneres de la clase media (Andújar, 2009),
estas cuatro mujeres también muestran una experiencia de clase con aire
setentista.
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Recibido:
03/03/2021
Evaluado:
18/05/2021
Versión
Final: 26/05/2021
(*) Profesora en Historia. Doctoranda en Estudios Sociales. (Universidad Nacional del Litoral – UNL). Becaria doctoral (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – CONICET). Integrante del Instituto de Humanidades y Ciencias Sociales del Litoral (IHUCSO, UNL/CONICET) y del Centro de Estudios Sociales Interdisciplinarios del Litoral (FHUC-UNL). Argentina. E-mail: carobrandolini@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8156-1077.
[1] Hablamos de visibilidad y no de irrupción porque coincidimos con remarcar la presencia de mujeres en el mercado de trabajo formal e informal desde varias décadas antes, aunque ocultas y subregistradas en censos y estadísticas (Queirolo, 2019). No obstante, es indudable que en los 60´s los estudios y debates que tuvieron lugar en el marco del desarrollismo generaron una mayor visibilidad del trabajo femenino (Aguilar, 2020).
[2] La tesis doctoral en curso de quien escribe asume el desafío de pensar la conflictividad de clase y los efectos de la represión sobre esta comunidad obrera atendiendo a su experiencia generizada.
[3] Basándonos en los aportes de la historia social británica, entendemos que la experiencia refiere a los modos en que los sujetos perciben sus condiciones materiales de existencia, identifican sus intereses frente a los intereses de otros grupos antagónicos y luchan, constituyéndose en el devenir de esta lucha como clase social (Thompson, 1989). A su vez nos nutrimos de los aportes de historiadoras que, inscriptas también en la tradición de la historia social inglesa, complejizan sus formulaciones al llamar la atención sobre cómo el género, entendido como la construcción socio-cultural de la diferencia sexual, influye en la manera en que las y los trabajadores experimentan su pertenencia de clase, configurando sus prácticas y subjetividades (Thompson D., 2013; Hall, 2013).
[4] Llamamos no activistas a los y las trabajadoras que no ocuparon espacios institucionales en los órganos de representación ni militaron activamente en organizaciones políticas y/o sindicales. Desestimamos la categoría nativa de obrero común que propone un reciente trabajo (Robertini, 2019; 2021) para identificar a este mismo grupo porque -desde nuestro punto de vista- la misma puede generar confusión entre la autorepresentación de los sujetos y su identidad de clase. Esta decisión se basa en nuestro modo de concebir a la clase obrera, una posición intrínsecamente conflictiva definida por la relación de explotación que atraviesan los sujetos. En la expresión obrero común -que connota un obrero apolítico y aconflictivo- esta característica central se licúa. Los testimonios de trabajadores que analiza Robertini para el caso de FIAT Palomar -al igual que la mayoría de los que encontramos en Sauce Viejo-, presentan apreciaciones negativas acerca de la actividad política y sindical de la época y procuran diferenciarse de ella. Consideramos, sin embargo, que esto no es más que un síntoma de la radicalización política y de la represión experimentada, procesos que atravesaron a toda la clase (tanto a activistas como a no activistas) y que dejaron efectos presentes aún hoy en las memorias. Por esta razón, si bien compartimos con Robertini la inquietud por poner el foco no sólo en la experiencia de activistas, preferimos hacerlo con categorías que permiten resaltar siempre la agencia de los sujetos.
[5] Las entrevistas indican que la cantidad de mujeres empleadas en el sector administrativo no superaba las 50.
[6] Revista Nosotros núm. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.
[7] Los hogares proletarios se ubicaban en diferentes barrios de las ciudades de Santa Fe, Santo Tomé y otras localidades menores de la región capitalina.
[8] Segunda encuesta de empleo y desempleo de las ciudades de Santa Fe y Santo Tomé, desarrollada por el Concejo Provincial de Desarrollo de la Provincia de Santa Fe, julio de 1970.
[9] Amanda L., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 17/02/2020.
[10] Nosotros Nro. 50, Buenos Aires, julio 1972, p. 39.
[11] Nosotros Nro. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.
[12] Nosotros Nro. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.
[13] Nosotros Nro. 72, Buenos Aires, noviembre-diciembre 1974, p. 41.
[14] Nosotros Nro. 60, Buenos Aires, agosto-septiembre 1973, p. 7.
[15] Nosotros Nro. 60, Buenos Aires, agosto-septiembre 1973, p. 57.
[16] Clelia B. y Daniel D.S., entrevistados por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 2/03/2020.
[17] Para un acercamiento al lugar de FIAT en el proceso represivo, ver AEyT FLACSO, CELS, PVyJ, & SDH. (2016) y Bianco y Brandolini (2019).
[18] El hermano de Alicia militó en la Juventud Peronista. Estuvo 3 años preso en la cárcel de Coronda hasta que logró exiliarse junto a su mujer y su hijo en Francia, gracias a gestiones de su madre y a su doble ciudadanía.
[19] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.
[20] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.
[21] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.
[22] Copioso es el debate historiográfico en torno a la resistencia obrera a la dictadura que comenzó en los 80´s en reacción a la “tesis de la pasividad” de Francisco Delich y se fue reactualizado en diversas oportunidades posteriores. Aquí nos interesa pensar en formas moleculares de resistencia y en acciones que sin estar necesariamente ancladas en reivindicaciones económicas o declaradamente antidictatoriales, dan cuenta de una agencia contestataria.
[23] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.
[24] Sabemos que en el período previo al golpe de Estado existió un contacto más estrecho. Algunos administrativos participaban de acciones colectivas, como la marcha que protagonizaron los obreros de FIAT en los días del “rodrigazo”. No encontramos evidencia para los años de la dictadura.
[25] Alicia A., entrevistada por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 28/02/2020.
[26] Clelia B. y Daniel D.S., entrevistados por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 2/03/2020.
[27] Para un repaso historiográfico sobre los cruces entre los aportes de la llamada historia de las emociones y la historia social del trabajo en la Argentina y las potencialidades explicativas que puede aportar la observación de la cultura afectiva y emocional de la clase trabajadora para la comprensión de su experiencia, véase D´Uva (2019).
[28] Clelia B. y Daniel D. S., entrevistados por Diana Bianco y la autora, Santa Fe, 2/03/2020.
[29] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.
[30] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.
[31] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.
[32] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.
[33] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.
[34] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.
[35] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.
[36] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.
[37] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.
[38] Miriam A. y Hernán B., entrevista de Diana Bianco y la autora, Santo Tomé, 6/02/2020.
[39] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.
[40] Nidia R. y Carlos R., entrevista de la autora, Santa Fe, 7/02/2020.
[41] Muchos incluso ubican el secuestro y muerte del director de FIAT Oberdan Sallustro por el ERP ocurrido tempranamente -1972- como “el inicio de esa etapa”