La historia reciente o del acceso histórico a realidades sociales actuales[1]

 

Julio Aróstegui[2]

 

La contribución que aquí se presenta, aún cuando a veces lo haga a través de ciertas disquisiciones que pueden tenerse por marginales -el lector juzgará-, pretende aportar un proyecto relacionado con qué historia enseñar y cómo hacerlo. El título dado, eso de la historia reciente, puede resultar equívoco, máxime cuando yo mismo aplico tal denominación con más de un significado a lo largo del texto. Las consideraciones aquí expuestas parten de un especialista en historia contemporánea y están impregnadas fuertemente, como cabría esperar, de las secuelas de esa especialización. Pero la historia reciente como proyecto didáctico, pese a partir de la historia contemporánea y, más aún, de la historia inmediata, del mismo presente social que alumno y profesor viven, no se limita a reproducir la historia contemporánea convencional.

Naturalmente, el autor de estas páginas no ignora que existen ya muchas disquisiciones acerca de la historia que es preciso exponer en un aula, y acerca también de la manera de hacerlo. No ignora que es difícil tanto aportar algo en este terreno, que sea intelectualmente sugerente, como que contribuya efectivamente a una mejor enseñanza de la historia. Me temo, sin embargo, que muchas de tales disquisiciones no son sino modulaciones de un mismo tema, incapaces de ir más allá de ciertos tópicos, que no se fundan en conceptuaciones claras sobre lo que es la historiografía y que, por supuesto, añaden muy poco a lo que es bagaje común hoy en la formación de cualquier enseñante de la historia.

En otras ocasiones, la impresión es la de que en ciertas propuestas y planes de mejora de la enseñanza de la historia se añade a lo ya dicho una considerable dosis de retórica, de servilismo hacia experiencias extranjeras hechas en un contexto bien distinto del nuestro, de que están formuladas por personas que ignoran en absoluto lo que es la investigación de la historia[3], que es dudoso que conozcan lo que es un aula y que parecen suponer, en suma, que para promover planes de reforma el mejor procedimiento es recoger en un fin de semana en Londres o París las últimas publicaciones allí existentes sobre el caso, traducirlas al castellano -malamente, por lo general- e inventar barbarismo o introducir neologismos si ello contribuye al mantenimiento de una cierta jerga sólo para iniciados...

Por otra parte, lo que aquí se propone reconozco que puede parecer que se reduce a una versión revisada y ampliada de la ya conocida propuesta de explicar la historia hacia atrás. No obstante, espero poder demostrar que no se trata exactamente de eso, y de ahí que en el intento de realizar una efectiva revisión y ampliación me haya visto obligado a adentrarme -siempre con prudencia y sólo hasta el límite de lo juzgado necesario- en la búsqueda de conceptualizaciones que versan sobre el presente, el pasado, la historia, la historiografía, la relación de todo ello entre sí y con las demás ciencias sociales particulares, para definir lo que se entiende como historia reciente y tratar de fundamentar, partiendo de ella, un conocimiento del presente que el alumno proyecto sobre el pasado -y que puede llegar en el tiempo tan atrás como se quiera- en tanto que sea proyección sirve, dialécticamente, para entender mejor el presente.

Es casi ocioso advertir que las proposiciones que aquí se intentan fundamentar no han pasado por la contrastación de la experiencia. Me gustaría mucho poder realizar una experiencia didáctica sobre la base de las ideas y las pistas operativas que aquí se exponen. Pero hasta el momento no se ha hecho. Si me parece menos ocioso señalar, lo que además me sirve de justificación, que en cuantas ocasiones he tenido oportunidad de exponer públicamente tal proyecto me he encontrado con una alta receptividad de mis colegas en la enseñanza, lo que es de agradecer. Tal vez podría pensarse que ha llegado el momento de poner manos a la obra.[4]

 

El problema de la "edad contemporánea"

Es sabido que entre los escolares que han de enfrentarse, con más o menos sufrido talante, al aprendizaje de la historia, el contacto con ese período que llamamos "contemporánea", con esa historia a la que se ve como más relacionada con realidades sociales temporalmente próximas al alumno, y que en algún sentido pueden considerarse vivas, provoca unas reacciones particulares. Esta afirmación, aun mantenida como mera hipótesis, no querría verse interpretada, en modo alguno, como muestra de cualquier tipo de aldeano chovinismo del profesional del asunto, y lo cierto es que se convierte desde luego en realidad incuestionablemente en nuestras facultades de historia: el número de alumnos que se decide por la especialización en historia contemporánea es notablemente superior al que lo hace por cualquier otra especialización de carácter cronológico. En alguna forma, la historia contemporánea, máxime si se entiende, al modo anglosajón, como historia del siglo XX, presenta cierta capacidad de atracción en el mundo escolar cuyo análisis y exégesis creemos que no son del caso. Las veleidades tendentes al "historicismo", por lo demás, que se presentan alguna vez en el ámbito de otras ciencias sociales tienen siempre que ver, claro está, de forma especial con la historia que llamamos contemporánea.

Sin embargo, la historia contemporánea (HC en adelante), como mera referencia a una división cronológica del tiempo histórico -es decir, como aquel periodo del tiempo que corona la tradicional división de la materia histórica en las edades Antigua, Media, Moderna y Contemporánea-, presenta algunos problemas peculiares no difíciles de entender. El más obvio de ellos estriba en el hecho de que, a diferencia de esas otras grandes "edades" que hemos reseñado, la llamada contemporánea mantiene abierta una de sus fronteras o límites: los de su conclusión. O, lo que es lo mismo, mantiene indefinido su final, puesto que los tiempos contemporáneos son, en su acepción más ajustada, aquellos que estamos justamente viviendo.

Evidentemente, tal situación podría, y merecería, ser objeto de algunas consideraciones que la analizarán y explicarán, empezando por comentar el origen mismo de la denominación "historia contemporánea" y las dificultades que hoy plantea su propio mantenimiento. Pero no parece que sea éste tampoco el lugar apropiado para ello. Cabe apuntar, en todo caso, que en el momento presente la HC, o bien la "edad" contemporánea, es una convención con la que nos referimos a la historia de los dos últimos, los XIX y XX, convención de origen francés que toma como punto de partida el gran proceso revolucionario en cuyo bicentenario, por cierto, nos hallamos[5], y señala también, de forma paralela, una especialización profesional dentro del campo de la historiografía y, en definitiva, da nombre a una de las materias que se cursan en nuestras facultades universitarias de historia teniendo su correspondiente reflejo en otros niveles de los ciclos educativos.

De cualquier forma, es de esencial importancia el hecho de que la conceptuación de la HC contiene elementos de sustantividad mucho más precisa que lo cronológico y que, por tanto, la expresión "contemporáneo" en el lenguaje de las ciencias sociales, y no sólo en el de la historiografía, alude a procesos sociohistóricos que tienen su propia especificidad y no meramente a la coetaneidad.

Es, por lo demás, en la caracterización de esos procesos sustantivos donde reside el problema fundamental -aunque no el único- que aconsejaría una revisión decidida del convencionalismo que nos sigue haciendo llamar "contemporánea" a historias tan viejas ya como la de la Revolución francesa y que, por el contrario, no nos suministra instrumentos adecuados para enfrentarnos con aquellos lapsos de la evolución social en los años y decenios más inmediatos a nosotros, que son, justamente, los que podrían ser llamados con propiedad semántica contemporáneos. Y la verdad es, como he expuesto en otro lugar[6], que ni la calificación de "contemporánea" apareció adjetivando a la historia con una simple connotación de coetaneidad, ni hoy ya, a finales del siglo XX, podemos considerar que la coetaneidad sea la clave de esa calificación como "contemporáneos" de hechos a doscientos, o a cien, años de distancia. "Historia contemporánea" es, en definitiva, una expresión cuya semántica anda lejos de la mera connotación cronológica. Ninguna de las denominaciones de las demás "edades" históricas presenta este tipo de problemas -aunque no están libre de otros muchos-. Y, en resumidas cuentas, la historia de nuestra auténtica coetaneidad es la que una reconceptuación, de forma que la "historia coetánea", o como quiera llamársela -reciente, inmediata, actual-, aparezca como categoría que indique la relación de simultaneidad - simultaneidad en sentido histórico, lo que no quiere decir absoluta coincidencia temporal- entre unos hechos y su descripción y explicación histórica, cosas no contradictorias, como habremos de probar después, y que no aluda a un concreto periodo de la historia de la humanidad. Es decir que posicione al historiador frente a unos hechos y no frente a unas fechas.

Pero por cierto que los historiadores de oficio suelen carecer hoy de instrumentos de análisis, de métodos, pero, sobre todo, de hábitos mentales para abordar la "historia" de ese lapso temporal inmediatamente anterior o coetáneo. Los historiadores propenden a no perder la supuesta garantía analítica que les proporciona el mito o el prejuicio de la perspectiva histórica como apoyo operativo previo a la elaboración de cualquier explicación historiográfica. Es conocida la resistencia de los profesionales más rutinarios a incluir como objeto de estudio esas situaciones históricas más inmediatas a nosotros, arrastrando todavía el prejuicio de origen positivista que hizo un dogma de la imposibilidad de que el investigador y el docente de la historia entren en el análisis modo histórico de las realidades sociales vivas[7].

Hay conciencia, y yo participo plenamente de ella, de que tal autolimitación no está justificada y de que se basa en una concepción de la historiografía para cuya superación ya dio fuertes argumentos hace muchos años una escuela de historiadores como la de los Annales[8]. En el conjunto de la historia europea es visible la generalización de la idea de que a partir de la segunda guerra mundial se ha entrado, en diversos sentidos, en "otra" era; y no desde luego en función primordial de los cambios político-estratégicos acaecidos en el mundo después de aquel conflicto, con haber sido muchos y de excepcional trascendencia. Sino, sobre todo, por la conciencia generalizada de que se está yendo hacia otra forma de "civilización".

La conclusión primera extraíble de ello, y la de mayor interés, no sería ya la de que debamos, tras la "contemporánea", añadir una nueva "era" al ya sobrecargado catálogo de ellas de que disfrutamos en los medios académico. La conclusión fundamental sería más bien la de que la historiografía no puede detenerse cronológicamente en un momento de la evolución social para el que juzguemos que tenemos la suficiente perspectiva temporal sino que puede y debe enfrentarse con sus propios métodos -que han de ser forjados en el empeño- al análisis de la realidad presente, elaborando aproximaciones conceptuales adecuadas y poniendo a punto nuevos medios técnicos de análisis.

Es sin duda en tal sentido en el que se orientan iniciativas y creaciones vigentes hoy a favor de una historiografía de la vida social reciente, inmediata o coetánea, (sea bajo el rótulo de Histoire du temps Présent, de Zeitgeschichte, de Current History, o Contemporany History en sentido estricto), que en determinados ámbitos europeos está ya acompañadas de las consiguientes creaciones institucionales[9]. Parece innecesario, por ser cosa habitual en estos casos, algo más que la mera reseña de que en España no existe por el momento nada semejante. Bien es verdad que esas aproximaciones conceptuales y metodológicas a lo que sea substantivamente una historia del tiempo presente, historia en curso, o coetánea, y su correspondiente historiografía, distan de estar elaboradas, fuera del general consenso sobre la ubicación cronológica que haya de concedérsele. El proyecto de construir una historiografía que trate de algo más acá que la convencional "contemporaneidad" ha surgido a veces de la simple constatación de que después de la segunda guerra mundial era imprescindible buscar nuevos caminos y, sobre todo, abordar temas que nacían en la más estricta contemporaneidad. En algunos casos el proyecto ha surgido de la necesidad misma de un esfuerzo especial para historiar el propio acontecimiento clave del siglo XX, la guerra mundial de 1939-1945[10].

Historia reciente es, pues, una manera plausible de denominar en castellano a un cierto tracto cronológico de la evolución social, el más cercano a nosotros, delimitado por el hecho de mostrarnos procesos de los que puede decirse, en algún modo, que están vigentes. Ello lo que afecta a las connotaciones, como decimos, cronológicas, por no adentrarnos aquí en mayores elucidaciones, posibles y pertinentes, sobre lo que, en una primera aproximación, cabría tener conceptual y metodológicamente por una historia, y una historiografía, recientes.

Pero nuestra contribución a este libro, y a su parte en concreto sobre la ciencia y la enseñanza, debe tener ante todo carácter didáctico. En consecuencia, aquí vamos a llamar historia reciente a un tipo de proyecto que, basado en las precisiones que acabamos de exponer, es más de enseñanza de la historia que de su investigación. Pretendería, desde luego, enseñar la historia reciente que acabamos de presentar, pero yendo, al mismo tiempo, bastante más lejos que eso. Se trataría de diseñar también las líneas maestras de un posible modelo de acceso histórico programado a la realidad social existente. Y, si se quiere, sería también un proceso de enseñanza de la historia, lo que equivale a decir de explicación de ella, utilizando, de forma consciente y pautada, la propia realidad y la experiencia del presente social que tienen quienes enseñan y quienes aprenden la historia.

Podría argumentarse que esto es una simple tautología: toda exploración cognoscitiva parte, como es obvio, de lo presente, lo dado, lo real y, en cuando a lo temporal, la mayor parte de ellas no salen de ahí. También lo hace así la investigación del pasado, pero de forma implícita, tomando el presente como supuesto, porque el objetivo de tal investigación es denotar realidades no presentes. Sin embargo, no creemos tautológico decir que de lo que se trataría, pues, sería de investigar y explicar el pasado desde el presente, como objetivo explícito. Pero también lo contrario: explicar el presente desde el pasado, potenciando de forma también explícita los componentes históricos del primero. Ya lo hemos dicho en otro texto: lo "histórico" no es, en realidad, como objeto de una operación cognoscitiva, sino una manera de acceder a la explicación del presente[11].

 

Pasado y presente. Historia y dialéctica temporal

Una reformulación de lo que hemos de entender convencionalmente por "contemporáneo" y de lo que podría contener el concepto de "reciente" -o, insisto, cualquier término equivalente, inmediato, actual, fluente, incluso contextual o factual-, contribuiría, sin duda, a encontrar nuevas vías de acceso desde "lo histórico" convencionalmente entendido hacia realidades sociales fluentes, en curso, y abriría perspectivas nuevas para la didáctica y los métodos de investigación de, al menos, ciertos tipos de historia. Se haría patente también que la historiografía no es únicamente el procedimiento -¿científico?- para la reconstrucción del pasado de los grupos humanos, sino que es también un género de discurso, de mayor o menor potencia explicativa, que intenta abordar la dialéctica pasado/presente en la evolución social. No hay explicación de la historia sin explicación del presente. Ello no es necesariamente una servidumbre de lo ideológico sino que es una determinación inesquivable de cualquier posibilidad de hacer ciencia de la sociedad. Pero, además, pasado y presente no son realidades materiales definidas y definibles, no son, tampoco, categorías cerradas, autónomas. Son constructos[12]; y no hay realidad material, física o social, que pueda ser definida como puro devenir temporal. No hay una ciencia de lo temporal sino de "algo" en el tiempo.

Ni la historia se identifica sólo como el devenir de los grupos o sociedades humanas sin una referencia al presente que es el que "acumula" ese devenir, ni una "ciencia del pasado" podría ser delimitada si no posee una explícita metodología. Estas referencias al presente y al método nos llevan al hecho de que la consideración de los constructos presente y pasado como "estadios" y no como ámbitos cerrados es una condición previa para el progreso metodológico de una actividad como la historiografía anquilosada hoy en ciertas parcelas. Por tanto, no sería ocioso en modo alguno el intento de dilucidar con la mayor claridad posible cuál es el procedimiento lógico, lingüístico y didáctico válido para abordar ese problema previo de la relación dialéctica entre presente y pasado.

Existe una manera eficaz, a nuestro juicio, de abordar este asunto que sería la que empezara poniendo de relieve el equívoco uso que el pensamiento y el lenguaje comunes hace de los términos historia o histórico, uso que resulta muy ilustrativo y que sería precisamente el que habría de desterrarse antes de adentrarnos en propuestas de nuevos tipos de enseñanza y de investigación. No es difícil constatar que ambos, el sustantivo y el adjetivo historia e histórico, tienen un primer y esencial referente como realidad pasada, cerrada y conclusa. Hay que señalar, además, que en el lenguaje ordinario son antes "las historias" que la historia, y que en ese mismo ámbito una realidad adquiere muchas veces su condición de histórica no ya, o no sólo, por ser pasada, sino por se memorable.

Histórico será un acontecimiento pasado, pero también sabemos que en el lenguaje común es histórico algo sucedido inmediatamente antes, presente o en curso, al que se le atribuye una gran importancia, relevancia o supuestas consecuencias. Es sabido que existen goleadas, inundaciones, declaraciones o premios de la lotería históricos. Otros acontecimientos de esa misma clase podrán no serlo porque es mucho menor su entidad cuantitativa; lo histórico es lo insólito, único, singular. Y ello sin que olvidemos tampoco los contenidos metafóricos, irónicos o burlescos, que como alusivos de "cuento", "mentira", hecho improbable o engañoso, tienen también la expresión "historias...".

Aún siendo esencial el referente pasado a que aluden las expresiones historia e histórico, vemos que no es el único contenido semántico que poseen. Por otra parte, con lo expuesto no hemos agotado el repertorio de malos usos de expresiones claves que hemos de desterrar si queremos adentrarnos en nuevas posibilidades operativas de la actividad esencial de la historiografía. El mismo conocimiento común y junto a él ciertas corrientes historiográficas actuales entienden que el objetivo final de la actividad historiográfica es la reconstrucción del pasado en forma de relato. La historia-relato es tenida hoy en ciertos medios profesionales por la manera no desvirtuada que puede adquirir esa reconstrucción; no dejan de apoyar ese convencimiento en una reiteradamente celebrada "crisis del marxismo" y de otras concepciones de la historiografía no lineales. Sería ocioso multiplicar las citas eruditas que comprueben esto asertos, citas que habrían de empezar por manosear una vez más escritos conocidos de Lawrence Stone y acabarían, tal vez, en un comentario de las ideas de los retoños españoles de ciertos venerables mitos de Oxford, convertidos hoy en portavoces de la historiografía oficial...

El relato es un discurso que reproduce una secuencia de acontecimientos a los que se supone relacionados, en el mejor de los casos, bajo la forma de causa/efecto, y siempre ordenados en su sucesión temporal. Por su naturaleza, el relato posee un principio y un final y se entiende como transcripción, como representación, de una acción conclusa. La afirmación de que algo "es ya historia..." equivale a predicar de ello la conclusión de su vigencia y su remisión inexorable a la memoria; es la expresión más terminante de una solución de continuidad. No importa en qué manera esa realidad conclusa tiene carácter acumulativo; lo que importa es reseñar ese corte entre pasado y presente. El pensamiento común se representa lo histórico, efectivamente, en relación siempre con la oposición entre pasado y presente o, lo que es su transcripción en términos procesuales, una oposición entre concluso o inconcluso.

Todo esto plantea interesantes cuestiones acerca de la manera en que las vivencias de un individuo concreto acumulan un caudal de experiencias que para él constituyen un eterno presente y que devienen casi imposibles de "historificar". Una experiencia individual apenas adopta sentido histórico si no es a través de un esfuerzo objetivador, concienciador de sus vivencias, que lleva a cabo el individuo, como si procediera a un autoanálisis que, sin embargo, necesita una descentración previa, en el sentido en que Piaget habla de esa operación como condición previa para un análisis objetivo. Un individuo ve su experiencia personal como "presente". La propia experiencia personal está más acá de la historia. De ahí una de las justificaciones más serias de la necesidad de enfrentarse con un depurado aparato crítico ante cualquier testimonio oral. En términos convencionales la historia es aquello que no se ha vivido. La autobiografía, si no es intelectualizada, se siente como presente, y por aquí volvemos a encontrarnos con la tendencia natural, pero no necesariamente lógica, a establecer una solución de continuidad entre pasado y presente. Si bien no podemos aquí extendernos en este tipo de consideraciones, sí convenía apuntarlas por las consecuencias derivables de ellas como presupuestos para una nueva didáctica y una nueva conceptuación de la relación presente/pasado.

Ocurre, en efecto, que estas representaciones del conocimiento común, que tanto pueden iluminar sobre aspectos psicológicos de la captación de lo histórico, han pasado también, y de manera nociva por demás, a formar parte de los presupuestos de ciertas corrientes historiográficas que sólo en parte pueden considerarse hoy superadas. Así, y en relación con el carácter de concluso que se atribuye a todo proceso históricamente definible, existe otra persistente y difundida concepción que establece que tal tipo de proceso, sea de una sociedad global o sea de alguna dimensión, grupo, institución o actividad incardinada en dicha sociedad, no puede ser plenamente comprendido y, por tanto, descrito y explicado históricamente, si no es un proceso efectivamente concluido. Se trata, ante todo, de un convencionalismo técnico: un proceso en curso no ha emitido suficiente información de sí mismo. Nunca se ha dicho con entera claridad qué habría de entenderse por proceso concluido, pero se postula que el grado de conclusión está directamente relacionado con su lejanía en el pasado. Y por ahí se llega al establecimiento de que la explicación histórica tiene como premisa necesaria la de la existencia de una perspectiva temporal en la que encuadrar hechos y procesos. No puede darse una explicación histórica de algo de lo que no puede captarse su final.

Es suficientemente conocida la neta estirpe positivista de esta posición, y su formulación clara por la historiografía de fines del XIX y comienzos del XX que inaugura el culto al documento e intenta fundamentar una "ciencia del pasado". La persistencia de estas posiciones hasta hoy mismo ha sido, sin embargo, ejemplar. El positivismo nunca imaginó una ciencia histórica que pudiera fundarse en otra cosa que el documento de archivo. De ahí que, al limitar estrictamente su campo a hechos del pasado bien establecido, hubiera de basarse en criterios primordialmente técnicos: de otra cosa que no sea el pasado no existen documentos.

Pero las dificultades técnicas a que aludimos -a las que pueden añadirse otras basadas, por ejemplo, en la falta de transparencia de los procesos inconclusos suficientemente transparentes- se ven dobladas por posiciones que dependen ya de otro tipo de criterios, aunque no estén más que implícitos, que entran de lleno en el campo epistemológico. Parece quererse establecer que el necesario distanciamiento, la descentración con respecto a su objeto de estudio que el científico social debe aportar, como expusiera con gran claridad Jean Piaget[13], no fuera cuestión de toma de precauciones intelectuales, de corrección en los métodos, sino cuestión de comodidad por la no implicación del científico en el proceso que describe. Una vez más, el que huía de los lobos cayó en el centro de la manada. Una supuesta precaución desideologizada, es decir, aquélla que cree que es más fácil hablar desideologizadamente de los Reyes Católicos que de Franco, nos lleva a hacer de la historiografía un discurso ideológico, sólo que de más fácil construcción.

La lejanía temporal, desde luego, nunca podrá ser garantía de ese otro distanciamiento epistemológico y metodológico, como tampoco la cercanía podrá ser considerada causa de ausencia de este último. La perspectiva temporal no es para el historiador condición necesaria y suficiente para el rigor de su método. Naturalmente, es imposible una demostración sensu contrario (la ausencia de ella mejoraría la explicación), ni es lo que se pretende, pero puede establecerse la absoluta irrelevancia de este tipo de supuestos para una teoría de la historiografía y es evidente la contradicción de tales posiciones con la propuesta de historia reciente que aquí se formula y con las iniciativas científicas sobre ella que hemos comentado. Si la falta de perspectiva temporal impidiera realmente construir un discurso histórico por falta de definición de los procesos, entonces, por lo mismo, y por la cuestión del distanciamiento, no sería posible ninguna ciencia de la sociedad.

Hay otras implicancias ocultas en esta falsa posición acerca de la necesidad de perspectiva temporal para poder analizar históricamente los procesos sociales. Por ejemplo, la de que toda explicación histórica ha de tener como horizonte objetivo las consecuencias que se derivan de los hechos y de los procesos sociales. El análisis de esas consecuencias es, justamente, el meollo de la retrodicción, operación, como es sabido, definida por metodológos clásicos de la historiografía como el objeto cognoscitivo esencial de ella. La historiografía no entraría a analizar la "naturaleza", las tipologías y las regularidades o no de la dinámica social, sino simplemente a establecer una ordenada secuencia, con arreglo a ciertos criterios simples, de los hechos. La historiografía tendría como función la de imputación de consecuencias y derivaciones de hechos -lo que constituye justamente la retrodicción (Collingwood, E.H. Carr, dicunt)- con lo que esta visión se aleja de su primitiva postura basada sobre las dificultades de método para "historificar el presente" y se adentra en concepciones que niegan que el análisis histórico pueda ser otra cosa que el establecimiento de conclusiones ex post facto sobre los hechos que ocurren.

Entre otras cosas, la historiografía queda así deslegitimada, por decirlo de alguna forma, para explorar y explicar situaciones sociales de las que, por las razones que sean, no puedan predicarse unas consecuencias. Es decir, se niega precisamente que la historiografía pueda proporcionar una pista para el conocimiento del presente social. Nos hallamos con ello ante una particular manera de entender el estudio genético de los procesos sociales, puesto que el centrarse en las consecuencias de los hechos y procesos se está postulando una consideración de tipo genético, pero no se hace de ella un objetivo explícito.

Ni que decir tiene que, en nuestro criterio, la superación de esta y otras herencias positivistas es primordial para el progreso historiográfico y, lo que es más importante, para la reformulación del lugar de la historiografía en el estudio de los procesos sociales. A una realidad social dada puede accederse históricamente, con los instrumentos de la historiografía, desde principios metodológicos que no pretendan simplemente describir una dinámica temporal, sino que penetren en la "naturaleza" de los hechos sometidos a tal dinámica, que establezcan, además, porqués en sentido genético. La cercanía o lejanía del observador a los hechos observados puede tener importancia técnica, pero es irrelevante, dado que las ciencias sociales cuentean ya con el problemático supuesto de que en la empresa científico-social se establece una relación especial sujeto/objeto, afectos epistemológicos.

Que la llamada "objetividad" del historiados tenga como condición su lejanía temporal con respecto a los hechos que estudia es una completa falacia. Repetimos que si la objetividad de la ciencia social hubiera de medirse así, la existencia de ésta sería imposible. Las condiciones de objetividad residen en otros supuestos que ya hemos sugerido, pero sobre los que no podemos extendernos aquí. Creemos, pues, necesario insistir en que el objeto de la historiografía no se limita al de reconstruir "con verdad", al estilo rankeano, las situaciones sociales pasadas, sino que se amplia hasta el del estudio de la dinámica de las situaciones sociales, de un continuum que atraviesa pasado y presente, y con un enfoque que buscará primordialmente la génesis, estructura y cambio de tales situaciones. Historiografía y sociología son el haz y el envés de un mismo tejido, como dijera Braudel, y aunque los sociólogos actuales intenten por todos los medios ignorarlo.[14]

Con la, probablemente, reiterativa diatriba que he expuesto en las líneas que preceden frente a ciertas convenciones de la historiografía al uso se pretendía, como el avisado lector habrá advertido, abrir camino para una propuesta, digámoslo así, de historia din fronteras temporales; pero no historicista. El historiador debe abordar, con sus propios instrumentos, al tiempo que los perfecciona, las situaciones sociales inmediatas, la historia más reciente, resolviendo con nuevos y cada vez más imaginativos medios el problema de la relación historia/documento, y buscando nuevas conceptuaciones para explicar procesos en marcha. Repetimos que la necesidad de una perspectiva temporal, sin la que supuestamente el historiador no debe proceder, es una trampa que fomenta el inmovilismo de los métodos y que parece consagrar una dicotomía analítica entre pasado y presente que no existe en la realidad.

Para explicar históricamente el pasado es preciso también hacerlo así con el presente, el uno en función del otro y de manera siempre recíproca. Puede que esto no haya sido nunca un programa historiográfico, pero no cabe duda que eso es lo que realmente hace el historiador, lo sepa o no. Pretender que la explicación del pasado puede ser independiente de la situación del presente es el mayor de los espejismos ideologizadores, en el que más de lleno se cae cuanto más se pregona la independencia, y el que más se acusa en las nuevas corrientes positivistas. Explicar "científicamente", no al servicio de ideologías, como dicen algunos, no es, según creo, cuestión de declaraciones de buenas intenciones, sino de método. Los problemas de perspectiva temporal no deben, por otra parte, desbordar sus términos reales: son transcribibles, sencillamente, como otros de disponibilidad de fuentes escritas clásicas, y no más.

Es, por tanto, posible una explicación histórica del presente y es posible también investigar y enseñar la historia tomando el análisis del presente factual como punto de partida, como principio y presupuesto de método. Como ya hemos dicho, eliminados los supuestos obstáculos de la dicotomía -falsa- entre presente y pasado, meros estadios de un continuo, el concepto de historia reciente que aquí manejamos es conscientemente ambivalente. Porque con esa expresión designamos un estudio, o acceso, histórico al presente. Y también lo contrario: un entendimiento del pasado inmediato -pero no sólo de él, si así se programa- desde el presente. Se trata, de hecho, de dos operaciones dialécticamente entrelazadas. La una implica necesariamente a la otra y el camino a recorrer tiene dos sentidos. Cabría decir, intentando una figura comprensible, que se trata de explicar el presente "desde atrás" y el pasado "hacia atrás". Presente desde el pasado y pasado desde el presente.

Cómo podría hacerse esto dotándolo de operatividad en la investigación de la historia y, sobre todo, cómo podría aplicarse esto a la enseñanza de la historia, o de cierta historia, son cuestiones todavía a dilucidar y de las que nos proponemos plantear aquí unas bases que estimamos suficientes para empezar. Para ello habría todavía, previamente, que fijar algo más al alcance mismo de un concepto, como el de historia reciente, distinto en sí de la idea admitida de historia contemporánea, o que es, al menos, más restrictivo que ésta.

 

Más sobre la historia reciente

No parece rechazable la idea de que el tipo de historia más directamente asimilable por los escolares a partir de cierta edad -la segunda etapa de la EGB, probablemente- es la que trata de aquellos acontecimientos menos disímiles con el tipo de relación social que el alumno experimenta, o de los cuales se infieren consecuencias o procesos cuyos resultados pueden rastrearse hoy sin dificultad. En definitiva, la historia mundial o española del siglo XX, y en cierto modo también la del siglo XIX, serían, si estas hipótesis no son erróneas, las más en consonancia con el propio mundo vivencial del alumno.

Apurando esta argumentación, cabría suponer que una historia de acontecimientos muy inmediatos sería la que mayor interés despertara. Pero semejante afirmación no deja de presentar sus puntos débiles, por ejemplo el de que la descripción del entorno social no puede confiarse exclusivamente al modo histórico. Y esto nos conduce a otra interesante cuestión que tampoco podemos abordar aquí en profundidad: la de la manera en que los objetivos de diversas ciencias sociales han de enlazarse para explicar situaciones reales. Nos situamos, así en el terreno en que la historia reciente jugaría su papel, aunque sólo fuera como punto de partida -y así es, en efecto- para ese abordaje del estudio activo del entorno social del alumno.

Pero, ¿basta para abordar un tal proyecto con las ideas que hemos dado hasta ahora de lo que es la historia reciente (HR en adelante)?

Como ya hemos señalado, la HR carece hasta el momento de un definición operativa y suficiente, aunque no falten pronunciamientos sobre ello a los que después nos referimos brevemente, que incida tanto sobre su delimitación cronológica, como sobre sus objetivos de conocimiento, como, en último extremo, sobre las posibles especificidades de su método, aunque es predecible la preferencia que en su investigación habrán de ir ganando cada vez más ciertas técnicas informativas, como sería la del empleo de testimonios orales[15]. Lo único admitido en los ámbitos profesionales y académicos parece ser el hecho de que el tratamiento de la historia más cercana a nosotros no puede hacerse con los métodos tradicionales de la historia/documento, de que las fuentes de información de amplia difusión, los mass media en concreto, adquieren un fuerte protagonismo mientras lo pierde el archivo, y de que se impone historiar dimensiones de la actividad social hasta ahora enteramente fuera del ámbito de la historiografía tradicional.[16]

Así y todo, puede desde ahora advertirse de manera rotunda que la expresión HR no alude a un periodo cronológico sino a un procedimiento para historificar la coetaneridad, lo que es bien distinto. Es preciso, sin embargo, establecer algunas precisiones más, La primera de ellas referente al hecho de que la HR se relacionaría, por general, con procesos sociales en curso; no sería esa la menor dificultad para establecer una manera distinta de entender lo histórico, concepto que convencionalmente se encuentra siempre imbuido de la connotación de lo acabado.

Al contrario de lo que ocurre con la HC que conocemos, la HR se enfrenta a un tipo de realidades históricas de las cuales conocemos por definición, el término ad quem, puesto que aceptamos que el límite temporal de nuestro análisis lo establece la realidad presente[17]. Sin embargo, el término ad quo, es decir, el punto de partida de los fenómenos con los que nos enfrentamos, constituiría aquí el objetivo fundamental de nuestra investigación, la determinación de la génesis de las situaciones existentes.

Lo normal en la investigación historiográfica es seguir la secuencia temporal que se atribuye hipotéticamente a un fenómeno, partiendo de un principio cronológico que en la práctica se establece por definición. El desenvolvimiento posterior es el que es preciso investigar y se le considera indeterminado, libre e impredictible, haciendo sobre él la retrodicción. La HR pretendería, justamente, encontrar el principio cronológico y, por supuesto, la naturaleza, de un proceso del que se predica que una realidad actual representa su estado final -provisional-- alcanzado.

De ello se desprende asimismo que la HR significa una reconsideración de la idea de contemporaneridad, una devolución a lo contemporáneo de su sentido originario de coetáneo, fluente, inacabado. Pero, como vemos, el campo de la HR es difícilmente definible por lo cronológico; no hay una "época" reciente. Lo que en historiografía podemos llamar "reciente" tiene que ser definido de otra forma que no puede ser otra que la de definir un objeto y un método. Y aproximándonos a esa definición cabe añadir que la HR tendría como presupuesto el conocimiento, descriptivo cuando menos, de la realidad social de llamamos presente, para proceder desde ella, digamos, a su progresiva testimonialización, es decir, a un intento de explicación que se base en encontrar sus raíces en el pasado.[18]

En cierto sentido también, la HR es el estudio de los antecedentes inmediatos del presente, pero en tanto que pueda mantenerse que algo es realmente un “antecedente”. Mientras puede predicarse de un hecho o de un proceso su precedencia caudal, genética, con respecto a la realidad total, o a una realidad parcial viva, allí tendrá la HR algo que investigar; su buceo “hacia atrás” será tan prolongado como lo exijan unas conceptuaciones previas y lo más precisas posible de aquel tipo de hechos que buscamos. La HR pretende la explicación genético-estructural –como cualquier historiografía- pero de realidades sociales que definimos como vigentes. El ámbito socio-territorial de una empresa de este tipo no diferiría en lo esencial del que se fija para otros empeños historiográficos: el medio local/regional, el nacional o estatal, el de espacios como el europeo, hispanoamericano, etc..

Esto, a efectos didácticos, y como después explicaremos con algún detalle, requiere una cuidadosa planificación, puesto que una adecuada gradación para el alumno y el profesor de las dificultades conceptuales e instrumentales que todo esto entraña parece condición para el éxito del proyecto. De la misma forma, el enlace entre esos ámbitos referidos –local/regional/estatal/supraestatal- ha de ser establecido también cuidadosamente, partiendo de su ineludible existencia y con la pretensión de explicarlo con la máxima claridad. Una didáctica de la HR habrá de ser siempre una explicación comparativa de historias.. Lo contrario sería caer en un provincianismo hartamente empobrecedor.

Existe, por añadidura, otra característica diferenciadora en este proyecto que es la que se refiere a la problemática, siempre viva, de la sectorialización del estudio de la historia. Sea cual fuere el ámbito concedido a esa sociedad global que quiere analizarse históricamente desde los presupuestos de la HR –ya se trate de una microhistoria local o de posibles análisis a escala mundial- parece difícil concebir la posibilidad de una verdadera explicación si no es “integrada”, es decir, si no tiene en cuenta todas las dimensiones y los desarrollos complejos que se encuentran implicados e imbricados en la evolución acumulativa de un grupo humano. Entramos con ello en otro terreno tópico, complejo y difuso: el de la supuesta historia total. La HR o es una explicación “integrada” o pierde su sentido último. Sin embargo, no hay ninguna duda de que esta realidad en el plano conceptual, epistemológico, tiene que ser compaginada con las posibilidades técnicas de una enseñanza de lo posible y lo abarcable. Pero, ¿cómo llevar a cabo de manera efectiva tal compaginación?

Me temo que sólo el diseño de un proyecto concreto y su experimentación en un aula podrían dar respuesta a esa pregunta. En todo caso, puede adelantarse que nuestra propuesta prescindiría de la tradicional división en sectores a que acostumbre la historiografía convencional: lo económico, social, político, cultural, etc.. Una sectorialización posible, que no perdiera nunca el horizonte integrador, tendría siempre presente que el objetivo último es la explicación a fondo del “tejido”, de la “red de relaciones sociales”, de donde surgen realmente las materializaciones de la actividad social. Las especializaciones sectoriales de la historiografía son aquí insuficientes, pero no podría tampoco prescindirse enteramente de ellas.

Y es el momento ya de volver sobre aquella prevención que hacíamos al principio: ¿no es esto proponer, sencillamente, que expongamos la historia hacia atrás, desde el presente hacia el pasado? Yo no negaría las resonancias que hay aquí de ello. Por dos razones: la primera, porque la propuesta de explicar la historia hacia atrás y la que se hace aquí participan de la idea de que no hay manera de asimilar el conocimiento de una situación histórica dada si no es desde la experiencia vivida. No me apunto con ello a una explicación psicologista, estilo Croce o Collingwood, a un “presentismo”, para reconstruir la historia, sino que sostengo que en la materia social no son posibles “cortes” de continuidad de ningún género. Jamás un joven alumno de historia entenderá bien lo que se trata de enseñarle si el aprendizaje no le rememora los mecanismos sociales en los que el se ve inmerso, aunque sea por diferencia. El gran peligro de la enseñanza de la historia es, según se sabe, que el alumno no capte precisamente el sentido de lo histórico porque no acertemos más que a transmitirle información sobre realidades muertas. La segunda, como consecuencia de ello, porque creo que no se puede explicar el pasado sin explicar al mismo tiempo el presente.

Pero, si he conseguido explicarme medianamente, se verá que las diferencias entre una y otra propuesta no son tampoco baladíes. En el fondo, la HR, no es un proyecto de investigar o de enseñar el pasado, el presente, o el uno por el otro; sino de describir de un modo histórico los procesos sociales en los que nosotros mismos, y no nuestros antepasados, nos hallamos inmersos. Presente o pasado no son aquí, como tales, objetivos, sino, según hemos repetido, coyunturas, estadios. Se busca una explicación del presente históricamente, es decir, explorando siempre las raíces evolutivas de la realidad actual. Naturalmente, ello implica que habremos de contar con historiógrafos con un amplio dominio de los métodos de otras ciencias sociales, especialmente de los sociológicos, antropológicos, económicos. Si en los niveles elementales y medio de nuestro sistema educativo se ha pretendido llegar a una enseñanza integrada de las "ciencias sociales", la propuesta que aquí se formula no se hallaría muy lejos del intento de hacer semejante integración real y fecunda, y mera retórica o truco presupuestario -ahorro de puestos de profesorado-, y ello sin necesidad de mezclar o confundir objetivos y métodos de ciencias distintas.

 

Un proyecto didáctico

A esta altura de la exposición, no se me oculta el fuerte sabor utópico que puede haber dejado todo lo que antecede en cuanto propuesta de que los profesionales de la investigación y la enseñanza de la historia se embarquen en una "explicación histórica del presente social". Apurando los términos, ello significaría el abandono de la enseñanza de la historia por pisos cronológicos, por edades, en una secuencia de atrás a adelante, para ir a crear una asignatura de historia que empezara estudiando lo que estamos habituados a considerar sociología, antropología, política e, incluso, geografía (humana) y demás. ¿Es esto imperialismo historicista? Estoy seguro de que no, pero no lo estoy menos de las dificultades del empeño. Entre otras cosas porque corremos un serio peligro de que se nos acuse de actuar como zapateros que quieren abandonar su oficio sin un bagaje adecuado para ello, a los que sería preciso repetir la vieja admonición del "zapatero a tus zapatos". Pero no es ello, como puede suponerse, lo que en realidad me preocupa.

No dudo de que sería preciso contar con una formulación distinta, más amplia y adecuada, de nuestros profesionales de la historiografía. Pero como el tratamiento de ello nos llevaría por derroteros impertinentes aquí, preferiría acabar la exposición haciendo unas breves consideraciones sobre lo que podrían ser, al menos, unas bases para diseñar ese programa de HR que me gustaría ver materializado.

Tal programa tendría que señalar de forma clara al menos tres niveles o campos en los que ordenar una explicación del funcionamiento de los grupos humanos y de su evolución. El primero de ellos sería el de las relaciones ecológicas, o sea, el de las relaciones hombre/naturaleza; el segundo el de las relaciones sociales; el tercero, el de las relaciones del lenguaje y de símbolos (comunicativas). De manera breve, pueden hacerse algunas consideraciones sobre el contenido concreto de esos campos de estudio.

Los conjuntos de relaciones ecológicas, sociales, y lingüístico-simbólicas parecen presentársenos en ese mismo orden ante la consideración y el análisis lógicos. Sin embargo, puede pensarse que esa no es su mejor secuencia didáctica. En efecto, el mundo de relaciones que define una estructura social parece el más fácil de captar de forma intuitiva y, a partir de ahí, de ser explicado sistemáticamente. La sociedad capitalista, que es la realidad de la que hemos de partir, se define por las relaciones de mercado que, a su vez, implican una organización del trabajo, una estructura de la propiedad, una división socioprofesional de la población y, en definitiva, unas relaciones de clase. Esta consideración "holista" de la sociedad puede prolongarse después hacia la explicación de las formas de la sociabilidad, que pasarían por la familia y todas las demás formas de organización de grupos. Es evidente que el final de ese trayecto de explicación socio-histórica sería la instancia de la organización política de las sociedades. Ni que decir tiene que el complejo de las relaciones sociales constituye un primer gran campo en el que mover esa explicación genética que nos haría retroceder en el tiempo para encontrar las raíces de sistemas como, por ejemplo, el capitalismo industrial, el liberal-parlamentario, la familia nuclear, las instituciones de gobierno o el del asalariado, etc., en un enfoque múltiple y pluridisciplinar que enriquecería extraordinariamente el conocimiento sistemático de la realidad presente.

Un segundo gran sistema es el de la relación hombre-naturaleza. No parece preciso insistir en que todos los aspectos de la ubicación ecológica de los grupos humanas ha sido ignorada por la historiografía tradicional. En cierto modo, ese es el campo recorrido por la geografía humana, por ciertas especializaciones de la economía, de la sociología y aun de la biología. La historia de los grupos humanos en relación con su medio es algo que la explicación histórica tiene que recuperar sin invadir el campo de otros. Tal vez, en sentido lógico sería éste el primer aspecto de la existencia de los grupos humanos que habría de abordarse para explicar el contexto social (empezando por aspectos propiamente demográficos). Sin embargo, los problemas del medio ecológico en las formas de civilización urbana en las que hoy nos desenvolvemos no parecen que sean la realidad más "dada" para el alumno, la captada de forma más inmediata, sino el producto de la concienciación por obra de movimientos sociales que adquieren cada día más fuerza. Por ello proponemos que su tratamiento sea sólo consiguiente, o simultáneo, al de las relaciones sociales.

Por último, las relaciones comunicativas interpersonales e intergrupales a través del lenguaje, el mundo simbólico, la interacción intelectual, el mundo de representaciones en que el hombre está inmerso, es el más delicado y el más difícil campo de explicación para la historiografía tradicional y para un proyecto de HR. Aun sí el estudio de la lengua propiamente cae fuera del campo posible, el estudio de los sistemas de conocimiento, desde los mitos a la ciencia, del arte, de la religión, de los ritos y las pautas culturales, es el final de este camino de búsqueda de raíces históricas a la viva vivida.

La explicación de las relaciones sociales, las relaciones ecológicas, las relaciones comunicativas, en cuyo seno desarrollamos nuestra humanidad, como proceso construido históricamente, es el fin claro que me parece que debe tener una enseñanza de la historia verdaderamente educativa. Proponer tal objetivo llevaría aparejada una conjunción urgente de objetivos científicos que hoy viven de espaldas, una reformulación de las capacidades de nuestro profesorado, cosa, por otra parte, no especialmente difícil. Necesitaría un indudable esfuerzo de programación y un talante verdaderamente innovador que no suele, por desgracia, salvo en la retórica, presidir nuestros grandes planes de reforma.

Por otra parte, la programación docente de una experiencia como la aquí propuesta no tendría que suponer necesariamente la creación ni de nuevos currículos ni, aun, de nuevas asignaturas. Es claro que el primer campo de aplicación de esta forma de concebir la enseñanza de la historia habría de ser el local/regional; ello podría contribuir a mejorar el importante proceso educacional que conduce a la integración de las personas en su medio social, pero con la potencialidad de no fomentar en modo alguno los localismos.

El esfuerzo instrumental que habría que desarrollar sería, a su vez, necesariamente importante. No sólo habría que encontrar un profesorado de sólida formación, sino que a los medios tradicionales de información histórica, a los materiales de archivo y bibliográficos, así como a los medios audiovisuales, habría que sumar experiencias de índole mucho más "activa" aún: la entrevista oral, el manejo de documentación considerada habitualmente como administrativa, el uso de encuestas, etc.. La observación directa, en suma, tendría un papel especialmente relevante. Y ello, por añadidura, no nos ahorraría nada del esfuerzo de lo que es, en su sentido tradicional, la exploración histórica. Sólo que ahora profesores y alumnos se enfrentarían a ella con un bagaje informativo y conceptual, con un talante también, infinitamente más válidos que los que suelen presentar las cotas en las que nos movemos actualmente. Creo que el esfuerzo merecería la pena.

 

Notas



[1] Publicado originalmente en: RODRIGUEZ FRUTOS, J. (ed.); Enseñar historia: nuevas propuestas, ed. Laia, Barcelona, 1989.

[2] Catedrático de Historia Contemporánea en la Universidad Complutense de Madrid.

[3] Obsérvese que ni los investigadores más reconocidos en el campo de la historiografía suelen ocuparse de la enseñanza de la historia -con algunas notables excepciones de ayer (Vicens Vives, por ejemplo) y de hoy- ni los didactas, o supuestamente tales, son personas que tengan experiencia investigadora.

[4] Una primera versión más breve, y menos elaborada, de estas ideas fue expuesta en los Coloquios de Didáctica de Geografía e Historia de Extremadura, en 1984, y se publicó en las Actas de tales Coloquios, Cáceres, 1985, pp. 131-144. Lo que ahora digo tiene, claro está, bastante relación con aquello, pero no lo reproduce.

[5] En el ámbito anglosajón, como hemos señalado, la Contemporary History es, con bastante más propiedad y con mayor coherencia también con la argumentación que aquí estamos desarrollando, solo la historia del siglo XX.

[6] Puede verse mi "Introducción" a la reedición de A. Pirala: Historia de la guerra civil y de los partidos liberal y carlista, Madrid, Turner/Historia 16, 1984, 6 vol. (Edición original de 1853).

[7] Un ejemplo paradigmático de ello nos lo da lo ocurrido recientemente en relación con la reforma de los planes de estudio universitario en España cuyos primeros pasos, los de elaboración de propuestas de estructuración nueva de las carreras, corrieron a cargo de Comisiones nombradas oficialmente para ello. Las que tenía que pronunciarse sobre los planes de estudio en historia propuso la creación de una asignatura llamada "Historia del Mundo Actual". Prácticamente todos los pronunciamientos que de forma colectiva han hecho los profesionales de la historia Contemporánea sobre el asunto han eliminado tal asignatura. Personalmente no puede sino felicitar a la comisión que hizo la propuesta -muy censurable, desde luego, en otros puntos- y lamentar la ceguera de nuestros colegas.

[8] Recuérdese aquella expresión de un clásico como Lucien Febvre "Historia ciencia del pasado, ciencia del presente", o las conocidas posiciones sobre el mismo asunto de Fernand Braudel. Véase al efecto, L. Febvre: Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1970. Y F. Braudel: La historia y las ciencias sociales, Madrid, Alianza, 1968.

[9] Existen, por ejemplo, el Institut d`Histoire du Temps Présent, integrado en el CNRS, en Francia, el Institut für Zeitgeschichte, en la República Federal de Alemania, son sede en Munich, y recientemente, en 1988, se ha creado el Institut of Contemporany British History, en Londres.

[10] El Institut d`Histoire du Temps Présent, francés es el heredero del anterior Comité d`Histoire de la 2º Guerre Mondiale, cuyos cometidos asumió. El Institut für Zeitgeschichte, alemán dedica gran parte de su actividad al estudio de la dictadura nazi y su época.

[11] En Apuntes de Educación. Ciencias Sociales, Madrid, Anaya, junio de 1985, Nº 17.

[12] En el sentido casi le da a ese término Mario Bunge. Véase M. Bunge: Epistemología, Barcelona, Ariel, 1980, pp 51-57. Dice Bunge que "constructo" y "objeto conceptual" es "una creación mental (cerebral), aunque no un objeto mental o psíquico", p. 51. Hay diversas clases de constructos y no son objetos concretos o materiales.

[13] J. Piaget y otros: Tendencias de la investigación en las ciencias sociales, Madrid, Alianza-Unesco, 1975. Cfr. Introducción: la situación de las ciencias del hombre en el sistema de las ciencias, por J. Piaget, especialmente pp. 63 y ss.

[14] Véanse consideraciones de interés sobre las relaciones entre sociología e historia, especialmente historia social, en P. Burke: Sociología e historia, Madrid, Alianza, 1987.

[15] Hablamos de testimonios orales: histórica oral que es asunto situado más allá de las meras técnicas documentales, para convertirse en un método que puede llevar a una concepción realmente distinta de la existente acerca de los que sea "historiar". No entraremos aquí en este asunto. La bibliografía existente, en diversas lenguas, sobre la historia oral es amplia y el método en cuestión cuenta ya con sus pontífices.

[16] Estas cosas pueden documentarse ampliamente a través de las publicaciones del IHTP, su Bulletin o la revista Vinguéme Siécle.

[17] Naturalmente, prescindimos aquí de toda la cuestión de la predicción del comportamiento de los fenómenos como objetivo central de la explicación científica en su sentido más restrictivo y completo. Si en las ciencias sociales más desarrolladas tal objetivo es muy difícil de cumplir, la cosa es bastante más problemática, y no puede ser entendida de forma analógica, en una actividad cognoscitiva como la de la historiografía. Insistimos, pues, en que nuestro término de referencia es el presente. Cualquier otra cosa es, por el momento, futurología.

[18] Cfr. J. Cuesta Bustillo: "La historia del tiempo presente: estado de la cuestión". En Studia Historica (Salamanca), 1, nº 4, 1983, pp. 227 y ss. En esa nota se recogen noticias sobre el IHTP francés y unas citas de Pierre Nora en las que efectivamente se alude a que la "Historia del tiempo presente" no se define por una cronología, ni por un método "sino por un punto de vista". Asunto sugerente con el que no coincido exactamente.