Y van tres
Juan González y Ernesto Rodríguez[1]
San Nicolás de los Arroyos es una de las tantas ciudades de la Argentina afectada por la reestructuración del Estado. Desde 1991, el gobierno nacional aplicó las recetas del Fondo Monetario Internacional, se produjo un proceso de privatización, reconversión industrial y flexibilización laboral que generó una oleada de retiros “voluntarios” que elevaron la desocupación y subocupación a índices insospechados en décadas anteriores cuando esta ciudad era “la ciudad del acero”.
Miles de desocupados estructurales son conscientes que sus posibilidades de conseguir trabajo son ínfimas. Las estrategias de supervivencia se modificaron. Por eso no es casual que aquella ciudad del acero hoy se haya convertido en la ciudad de María: solo un milagro, la fe en dios y la dádiva de gobiernos demagógicos y populistas son los que pueden permitir reproducir materialmente la existencia de miles de excluídos que todavía no necesitaron de cortes de rutas ni de fogoneros para que sus reivindicaciones por un trabajo justo sean atendidas.
A San Nicolás, en 1990, se la consideraba una ciudad chata, una ciudad que toda la vida había sido conservadora y sedentaria. Hacia el año 1960 comenzó, con la instalación de SOMISA, el progreso y aumento de la población de esta zona del antiguo cordón industrial. Los nicoleños de aquellos días veían lejana la posibilidad de la desocupación. No obstante, ya en la década del ‘80, nubes oscuras se cernían sobre el cielo de San Nicolás: el gobierno del Dr. Raúl Alfonsín realiza el primer intento -fallido- de privatización de SOMISA. En 1986, el espectro ya no del socialismo sino el de la desocupación, coadyuvó a reconstituir las redes dañadas del tejido social, uniendo a todo el pueblo tras la defensa de su más importante fuente de trabajo. Este pueblo creó EL CONSEJO REGIONAL EN DEFENSA DE SOMISA Y DEL PATRIMONIO NACIONAL pero el fantasma de la privatización no fue aniquilado y agazapado esperaba el momento apropiado para dar su zarpazo desgarrador.
Consustanciado con las ideas tatcherianas, el Estado comenzó a vender las joyas de la abuela. En 1991, en SOMISA comenzaron los retiros voluntarios que, en realidad, fueron despidos encubiertos. La tragedia mostraba su rostro descarnado e insensible y el terror a la desocupación y a la subocupación se instala en San Nicolás. Antes de esta fecha, en SOMISA trabajaban -sumados a los de las empresas contratistas- 15.000 obreros. En poco más de un año, la ciudad había perdido 9.835 puestos de trabajo. En 1992, se habían concretado 10.488 retiros voluntarios y despidos. Actualmente, la nueva empresa -Siderar- sólo cuenta con 4.512 trabajadores, la producción es muy superior a la de 1991 y los obreros no se beneficiaron con ningún tipo de aumentos salariales. Es decir, aumentó considerablemente la explotación y la extracción de plusvalía.
Pero los retiros voluntarios no se detienen y se extienden como una epidemia que descarga sus síntomas purulentos sobre una población sin anticuerpos. Se acaba de liquidar otra empresa del Estado: “La Super Usina” o “Central Termoeléctrica”. Esta empresa contaba con 750 obreros - entre efectivos y contratados- que rápidamente verían peligrar sus puestos de trabajo. Los procedimientos seguidos fueron los de rigor: despidos y retiros. El 18 de mayo de 1.993 tomó posesión de las instalaciones el nuevo dueño “Inversora San Nicolás S.A.”, integrada por capitales norteamericanos (CMS, CEA y ORMAS) y argentinos (controlan el 88 % de las acciones de la empresa). El 12 % restante pasó a formar parte del PPP (Programa de Propiedad Participada). La “Central Térmica San Nicolás S. A.” (CTSN), nueva razón comercial de la vieja Super Usina inició sus actividades con solo 598 obreros. En el año 1.995, luego de los conflictos generados por la propia empresa, la CTSN logró reducir a 130 el número de operarios necesarios para que los servicios continúen prestándose normalmente. Así, en el término de cuatro años, esta empresa redujo su personal considerablemente apelando a más de 620 retiros voluntarios y despidos.
Los retiros voluntarios provocan una gran liquidez en la ciudad y una aparente prosperidad, euforia o bienestar. Pero los obreros no están acostumbrados a realizar inversiones, a hacer negocios, por esto, uno de los verdaderos beneficiados de este proceso fue la burguesía local, aquellos que supieron aprovechar la situación y hacer su invierno.
Los kioscos y remises cambiaron la cara de la ciudad que se enorgullecía de sus fábricas. El 21 de junio de 1992, el diario Clarín reflejaba esta situación en el título de un artículo: “San Nicolás el imperio del quiosco”. Ya no había tejido solidario, en este país-Circo los equilibristas obreros debían hacer sus rutinas sin redes de contención y muchos vieron derrumbarse sus presupuestos haciéndose trizas contra el suelo. Se produjeron 6.244 retiros voluntarios (despidos) y como respuesta se habilitaron 5.230 quioscos. Así, San Nicolás volvió a ser la primera... en cantidad de kioscos por persona (uno por cada diez).
Evidentemente, el negocio de los kioscos no podía prosperar. ¿Qué hacer? Los obreros sabían manejar porque la mayoría de ellos gozaba de buenos standard de vida. Pues ahí estaba esa solución tan anhelada: instalar una agencia de remises y 1.200 personas tentaron fortuna en el sector. La Municipalidad debió generar nuevas ordenanzas para que esta revolución productiva no se paralizara. Obviamente, está demás decir que el gobierno no planificó, no asesoró para que las inversiones de los obreros no fueran a la bancarrota. Es decir, el gobierno no hizo absolutamente nada para evitar el costo social de la aplicación de este “capitalismo salvaje sin rostro humano”.
Los obreros compraban en forma indiscriminada, nadie hacía un análisis de sus inversiones, (en 1992 Telecom habilitó 2.000 líneas de teléfonos); había desesperación. Se temía al futuro, a lo desconocido, a la vejez, a la desocupación y a la pobreza.
En el mes de enero de 1997, se produjo la tercera privatización de gran envergadura: ESEBA S.A. (Empresa Social de Electricidad de Buenos Aires S.A.) dispone la venta del 100% de las Acciones de Clase “A”, “B” y “C” de sus empresas productoras de electricidad, Centrales Piedrabuena S.A., de la Costa Atlántica S.A., de sus distribuidoras de energía Norte S.A. (EDEN), Atlántica S.A. (EDEA) y Sur S.A. (EDES) y la empresa de transporte de energía TRANSBA S.A..
En abril de este año el grupo estadounidense AES-CEA, propietario de la CTSN, ganó la licitación de dos de las tres partes en que se dividió ESEBA S.A para su venta. Por la Empresa de Distribuidora Norte (EDEN) con cabecera en San Nicolás de los Arroyos y por la Empresa de Distribuidora Eléctrica Sur (EDES), con sede en Bahía Blanca la CTSN desembolsó un total de 565 millones de dólares y, pasó así a monopolizar la producción y distribución de electricidad en el norte y sur de la provincia de Buenos Aires. La zona la componen unos 398.000 clientes y un total de 2.035 empleados de los cuales 185 corresponden a la sucursal San Nicolás.
Como en todas las privatizaciones 42 (22%) empleados serán desafectados de la sucursal local. La desafección se realizará por el archi conocido mecanismo de los retiros voluntarios. En este caso se le da el nombre de “Retiro Especial” del que se beneficiarán 23 empleados, también se crearán Microemprendimientos como el “taller de reparaciones de transformadores” que empleará 8 de los retiros y 11 pasarán a la empresa que reparte la correspondencia.
Aquí la variante que llama la atención es la de los “Retiros Especiales” que se implementó de la siguiente manera: los afectados cobrarán el 60% del sueldo (una vez deducido el 11 % de la jubilación, el 3% de obra social, y el 3% de la de la ley 19.032), hasta el momento de su jubilación. Pueden recibir este régimen aquellos que cumplan 50 años antes del 31 de diciembre de 1998. Por ejemplo: sobre un sueldo actual de 1.000 pesos, le descuentan 170; y sobre los 830 que quedan le pagan el 60%[2]. ¿Servirá esto para que el dinero de los retiros voluntarios no vuelva a llenar los bolsillos de los burgueses locales y la desocupación no aumente en el pueblo nicoleño?
Han pasado seis años de los primeros retiros voluntarios, del llamado Plan “A” de la ex SOMISA, y fríamente podemos decir: se produjeron 11.108 bajas en la PEA (Población Económicamente Activa) nicoleña y de un pleno empleo se paso al desempleo promedio existente en el país. A nivel nacional, las cifras actuales de obreros empleados en la industria metalúrgica cayeron un 39,32% con respecto al año 1984[3]. Aquellos que constituían la “aristocracia obrera” en la década del ‘70 hoy pasaron a revistar en las encuestas como clase media empobrecida.
Sin las estrategias de supervivencia de los pobres estructurales dependientes del asistencialismo de los gobiernos de turno, sin cortes de rutas y sin querer resignar la dignidad que es lo único que les queda es sumamente lúgubre el futuro de los desocupados. Nada ayuda. ¿En quién confiar? ¿En los antiguos dirigentes sindicales traidores devenidos a políticos? Evidentemente no. Por eso no es raro que cada vez más personas concurran al “Campito” y se produzcan profundas manifestaciones religiosas: sólo un milagro -que la Virgen le conceda un trabajo o les diga los números del Quini- los puede salvar en esta vida que no es eterna pero que sí parece serlo el sufrimiento para los pobres.
La vida citadina continúa en forma casi normal, la ciudad fantasma que se pronosticaba no existe. Pero los efectos de la reforma del Estado están a la vista, el desempleo y el subempleo viven de la mano de los nicoleños. Galbraith explica ciertos fenómenos del capitalismo, dice que los despidos son una necesidad de las relaciones de producción capitalista que permiten que la burguesía industrial recomponga su aparato financiero y a partir de ahí emprender nuevamente el ciclo de producción y acumulación. Durante este período de transición el sistema no sólo mejoró sus finanzas, también cambió su infraestructura y su tecnología. Así, la plusvalía cada vez será mayor y dará mayores beneficios para los burgueses pero en el camino dejarán un ejército harapiento e indefenso de desocupados y subocupados.