La ciudad “más descreída” cambia de rumbo. Católicos y
política en la ciudad de Rosario de Santa Fe (1924-1943)
María C. Pía Martín(*)
Resumen
Desde
fines del siglo XIX la ciudad de Rosario ha sido caracterizada como la “más
descreída del país”, fundando su historia sobre el mito de la laicicidad. Desde
mediados de la década de 1920, debido a complejas transformaciones sociales,
políticas, ideológicas y culturales, la “ciudad laica” comenzó a ceder. Los
católicos fueron ganando terreno en el juego de la política moderna, aunque
tensionados entre el rechazo y la apropiación de lo secular. En 1925 se produjo
en la ciudad la destitución de su intendente en el marco de una conflictiva
disputa. Durante esta coyuntura se evidenció un especial activismo de los
católicos en el espacio municipal, quienes se orientaron tanto a la
participación en partidos y facciones comunales, como a la creación de su
propia organización política. A ello se sumaría, en los años 30, la
proliferación de iniciativas derivadas de organizaciones nacionalistas. En este
contexto, pretendemos abordar el estudio de la actividad político-partidista de
los católicos en la escala local, sus prácticas y tramas sociales, a fin de abordar la complejidad de los
procesos de construcción político-ideológica en diálogo y en tensión con la
modernidad.
Palabras clave: católicos; política; municipio; reforma
social.
The “most unbelieving” city
changes its course. Catholics and politics in the city of Rosario, Santa Fe
(1924-1943)
Abstract
Beginning
in the late nineteenth century, Rosario was characterized as “the most
unbelieving city in the country”, its history based on the myth of laicism. In the mid-1920s, due to
complex social, political, ideological and cultural transformations, the
“secular city” began to yield. Catholics gained ground in the modern political
game, despite being tensioned between rejection and appropriation of
secularity. In 1925, the city mayor was forced to resign in the midst of a
conflicting dispute. At that time, Catholic activism in municipal space became
exceptionally noticeable; they strived to participate in political parties and
communal factions and create their own political organization. In addition,
initiatives derived from nationalist organizations proliferated during the
1930s. In this context, we intend to deal with the study of Catholics’ activity
in political parties at a local scale, as well as their practices and social
connections, in order to address the complexity of political-ideological
construction processes in dialog and in tension with modernity.
Key words: catholics;
politics; municipality; social reform.
La ciudad “más descreída”
cambia de rumbo. Católicos y política en la ciudad de Rosario de Santa Fe
(1924-1943)
Introducción
A diferencia de otras ciudades de colonización española,
Rosario no tuvo fundador, ni distribución de solares, ni un trazado de calles
preestablecido. Si bien los cronistas han situado sus orígenes a comienzos del
siglo XVIII, su historia es relativamente reciente y, como ha afirmado Darío
Barriera, su pasado colonial es el de la “no
ciudad”.[1] La
formación de elites locales es asimismo relativamente nueva. De este modo,
Rosario se distingue claramente de otros importantes centros urbanos como Santa
Fe, Córdoba o Buenos Aires. En particular, sufrió un acelerado crecimiento
material desde la segunda mitad del siglo XIX fruto, entre otras cosas, de la
recepción de inmigrantes y de un desarrollo comercial acelerado. En junio 1925, cuando se pensaba en festejar los doscientos
años que se atribuían a la ciudad, el periódico católico El Heraldo destacaba un proceso de “transformación espiritual” por el que pasaba Rosario, afirmando que
la que era considerada “la ciudad más
descreída del país” ahora sufría una “metamorfosis”
que creaba expectativas positivas. Ese año se discutía cómo definir un día para
rememorar los orígenes de la ciudad y el periódico tomaba partido abonando la
idea de un renacimiento católico en una ciudad que encarnaba para sus
contemporáneos la laicidad.[2]
El católico Antonio F. Cafferata impulsó la propuesta que finalmente se
impondría -el día de la Virgen del Rosario serviría para celebrar su origen- e
introducía así a la Iglesia en el mito fundacional que la urbe se daba a sí
misma, operación de connotaciones maurrasianas que no era extraña a las
lecturas de los católicos de la época.[3]
En los años 20, los
católicos rosarinos se movían en la ambigüedad de ver, por un lado, una mejor
predisposición en la ciudad respecto de la cultura religiosa y de la iniciativa
católica y, por el otro, se mostraban con una actitud defensiva y combativa
frente al liberalismo y a la izquierda, que adquiría nueva significación, no
sólo por el contexto de entreguerras, sino por las propias características de
la política municipal y provincial. Conflictos derivados de la reforma de la
Constitución provincial en 1921 y los coletazos de la cuestión del arzobispado
de Buenos Aires los llevaron a cuestionar a la prensa liberal mientras, a
medida que avanzaba la década, se denunciaba cada vez más la influencia
“judeo-masónica” sobre ella.[4]
Por su lado, el movimiento huelguístico que se inició en Rosario y se expandió
por el entorno rural a partir de 1928, contrapuso otros “enemigos”: los
“partidos sin principios”, representados en este caso por sectores
yrigoyenistas de la Unión Cívica Radical (UCR) y la incidencia del
caballerismo; un resurgimiento coyuntural del anarquismo; y la nueva fuerza que
representaba el comunismo. A ello se sumaba la visibilidad creciente de las
masas en las calles.[5]
Un último “enemigo” que merece destacarse era el partido impulsor de la reforma
de 1921, el Partido Demócrata Progresista (PDP), cuyo retroceso electoral en
1926 se celebró como signo de cambio, pero también -a modo autorreferencial-
como resultado de la resistencia que, por cinco años, sostuvo el catolicismo en
la provincia.[6]
En el plano económico social se percibía a la ciudad como un lugar de
contrastes, donde la prosperidad chocaba con la desigualdad y el conflicto.[7]
Los católicos, particularmente quienes se inscribían en
la tendencia social, percibían que había un campo relativamente más propicio
para el desarrollo de sus iniciativas e, incluso, para ensayar emprendimientos
de política partidista en el espacio municipal. El Círculo de Obreros de Rosario
(COR), institución clave del activismo católico local, pasaba durante estos
años por su período de mayor crecimiento, distinguiéndose dentro de los
Círculos del país como ejemplo de desarrollo y pujanza.[8]
Esta situación lo llevó a querer colocarse, cada vez más, como interlocutor en
cuestiones sobre las que venía tomando posición desde hacía largo tiempo. Los
tópicos de la ideología socialcristiana resurgían entonces con nuevos sentidos
que cristalizaban en largas disquisiciones sobre el asociacionismo profesional,
la huelga y el corporativismo; el régimen partidista y el sistema de la
democracia liberal; la idea de un partido católico en el plano municipal y/o provincial;
y la crisis socioeconómica y “moral”
que, desde su perspectiva, se habría acentuado desde comienzos de los años 30.
En el tránsito del siglo XIX al XX, los católicos fueron
ganando terreno en el juego de la política moderna, aunque tensionados entre el
rechazo discursivo y la apropiación práctica de lo secular. En el caso de
Rosario, en 1925 se produjo la destitución de su intendente, de origen radical
y católico, en el marco de una tensa disputa. A partir de esta coyuntura se
evidenció un especial activismo católico en el espacio municipal, que se orientó
tanto a la participación en partidos y facciones comunales, como a la
posibilidad de crear sus propias organizaciones políticas. Un ejemplo de ello
fue la frustrada experiencia de la Unión Popular de Rosario (UPR) en 1928, un
partido de pretensiones reformistas en lo político y social que se vinculaba, a
nivel nacional, con el Partido Popular de José Pagés. A ello se sumaría, en los
años 30, la proliferación de iniciativas derivadas de organizaciones
nacionalistas. En este contexto, pretendemos abordar el estudio de la actividad
político-partidista de los católicos de orientación social reformista en la
escala local, sus prácticas y las tramas sociales, a fin de poder abordar la
complejidad de procesos de construcción político-ideológica en diálogo y en
tensión con la modernidad.
Un nuevo capítulo en la
polémica por el Estado laico
En 1923 el gobierno argentino había propuesto la
designación de Mons. Miguel de Andrea para suceder a Espinosa en la
Arquidiócesis de Buenos Aires. El Vaticano la rechazó y, si bien De Andrea
presentó su renuncia por la desautorización del papado, el gobierno sostuvo su
candidatura. Al año siguiente, la sede romana designó como Administrador
Apostólico de la arquidiócesis porteña a Mons. Juan A. Boneo.[9]
La decisión vaticana inició un conflicto que se prolongaría hasta 1926, cuando
fue designado José María Bottaro como titular de la arquidiócesis porteña. La
cuestión planteada puso en fricción al laicado católico, tanto en Buenos Aires
como en Santa Fe. El periódico Santa Fe
decía que había llegado a Roma la impresión de que los católicos argentinos
pasaban por un “cisma”.[10]
Y, a comienzos de 1925, el periódico rosarino El Heraldo publicaba un comunicado de la Junta Organizadora de Acción Católica de la provincia que
denunciaba al gobierno nacional, hacía público su apoyo a Mons. Boneo y se constituía en “sesión permanente,
a fin de tomar de inmediato providencias que las circunstancias aconsejen”.[11]
Ante la amenaza de ruptura de relaciones con el papado,[12]
en los medios de prensa se agitó otra vez el tema de la separación de la
Iglesia y el Estado. Dado el lugar que ocupaba Boneo en el conflicto –y debido
a su virulencia- la diócesis de Santa Fe sintió su impacto. En Rosario se
entabló una polémica entre el diario La
Capital y el católico El Heraldo, de reciente fundación. La
Capital buscaba formar opinión convocando a los ciudadanos a sostener al
gobierno y a su candidato, Mons. De Andrea. El
Heraldo era un periódico ligado al COR que, creado en 1924, asumió desde el
comienzo un carácter combativo de rasgos integristas. Durante el periodo en que
se publicó -1924 /1930- el periódico fue desplegando progresivamente tendencias
corporativistas y autoritarias, además de otras social-reformistas. Había
surgido en un contexto de alta conflictividad política para la Iglesia santafesina,
marcado por los efectos de la reforma constitucional de la provincia y las
disputas electorales derivadas de ella en los años posteriores. Anunciaba que
surgía “por la necesidad sentida por un núcleo numeroso de católicos de contar
con un órgano propio que, con cara descubierta, sin disimulos y con inflexible
intransigencia, difunda la prédica de nuestra doctrina, lleve la voz de nuestra
fe y haga oír los ecos del combate a todos los confines de la Provincia”. Se
definía así como un órgano de lucha y llamaba a los católicos a organizarse
disciplinadamente, para crear una acción conjunta contra la cual deberían
chocar sus adversarios.[13]
Entre La Capital y
El Heraldo se entabló una polémica
que, sin decirlo explícitamente, acompañaría los sucesos del conflicto. El
periódico católico definía al decano de la prensa local como “enemigo de los
católicos, empeñado en agraviarlos en todo momento…” y “como una feria donde se
vende todo, bueno y malo, más de esto que de aquello”.[14]
Se enorgullecía de que lo llamaran “ultramontano”
y prometía que, en adelante, “no le haremos el honor de llamar(lo) por su
nombre en estas columnas”.[15]
La guerra estaba declarada. Y La Capital,
a pesar de que en los últimos tiempos se había acostumbrado a informar e
–incluso- halagar ciertas iniciativas piadosas y sociales de las entidades
católicas locales, debido al conflicto del arzobispado avanzó muy pronto hacia
un discurso que impulsaba la laicización total del Estado argentino.[16]
El contexto político que atravesaban la provincia y Rosario también contribuyó
a radicalizar el discurso de los sectores liberales y laicistas de la ciudad.
Respecto del cargo de Administrador Apostólico, La Capital afirmaba que Boneo no era “el
más autorizado moralmente para la alta representación de que se lo inviste”.[17]
Además de la referencia a su avanzada edad y su estado de salud, el periódico
hacía alusión a sus recientes intervenciones políticas, más precisamente, a su
actuación en las últimas elecciones provinciales.[18] Durante las elecciones de 1924, la prensa de la región
había denunciado la campaña abierta que llevaban a cabo muchos curas párrocos
de la provincia, concluyendo que “el clero católico se ha convertido en un
partido electoral” y que el obispado “coaccionaba” la conciencia de sus sacerdotes
y de sus fieles.[19]
La participación explícita de la Iglesia para terciar en la disputa electoral
ponía en evidencia el integrismo del obispo diocesano. Es de destacar su
insistencia sobre el compromiso de los católicos con el objeto de frenar los
avances de la secularización que se impulsaba desde ciertos partidos o
facciones; pero cuando el riesgo para los intereses eclesiásticos era
significativo, también consideraba lícito el abierto compromiso del clero y la
jerarquía en la disputa. La Iglesia santafesina recurría aquí a la experiencia
italiana que, entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, en el contexto de
formación del Estado Italiano y el proceso político que lo siguió, había
recurrido a un repertorio bastante diverso: por un lado, procuró organizar un
laicado fuerte a fin de frenar la secularización o, al menos, de resituar a la
Iglesia mediante una “acción católica de masas”; y, por otro lado, a pesar de
que regía una prohibición para que los católicos participaran en política
partidista, cuando era necesario, aquélla se suspendía y se ponían en
movimiento todas las fuerzas y mecanismos disponibles -voto, partidos, alianzas
y acuerdos de elites- los cuales también involucraban activamente al clero.[20]
La cuestión central del debate con la Iglesia era, para La Capital, la adscripción a una
concepción liberal y laica del Estado, tanto como al respeto de las normas
constitucionales que expresaban sus atributos y la soberanía de la nación. El
periódico pretendía que el Estado se mostrara fuerte ante la sociedad civil y
disciplinara las instituciones que entraban en disputa con su autoridad, en
este caso la Iglesia. A su vez, adivinaba en ésta un interés por fortalecer al
clero y a las fuerzas católicas en general; y una tendencia a desconocer las cláusulas
constitucionales que ponían coto al poder eclesiástico en el territorio
nacional y lo subordinaban a la autoridad civil.[21] Ambas cosas expresaban el modo en que Boneo entendía la
cristiandad: penetrar todas las cosas, instaurare
omnia en Cristo.[22] Significaba imponer una visión integrista de las
relaciones entre Iglesia, Estado y sociedad, y expandir su influencia en todos
los sentidos posibles.
El análisis de La
Capital, por su cercanía al PDP local, llevaba implícita una crítica al
gobierno radical en el plano nacional y provincial. A lo largo del conflicto, en diversas oportunidades, cuestionó la
gestión del ministro Gallardo, habló de la indecisión recurrente del Ejecutivo,
de amenazas que no se concretaban, de dilación. Pero fue con la designación de
Boneo como Administrador Apostólico que radicalizó su postura. Llamó al
compromiso civil y a la agitación pública, a la vez que pidió al gobierno “la
absoluta separación del estado y la Iglesia. Es la solución que reclaman las
circunstancias frente a la política descomedida y terca de la Santa Sede”.[23]
El objetivo que se perseguía era afirmar la soberanía estatal puesta en
cuestión por el Vaticano, propiciando que el Estado ganara autoridad y se
desentendiera del presupuesto religioso.
El Heraldo, por su parte, encarnó la intransigencia religiosa ante
el conflicto y llamó a la acción mancomunada de los católicos en defensa del
Administrador Apostólico y de la posición del Vaticano. Estaba vinculado a los núcleos dirigentes más significativos de
la elite católica local constituida en torno al COR.[24] Mediante ellos, tejió lazos no sólo con la curia, sino
también con el poder político. En adelante, impulsó el compromiso público del
laicado católico, en sentido militante e integral, acoplándose a la política pergeñada
desde el obispado, si bien esta relación no estuvo libre de tensiones. El
integrismo de El Heraldo se
articulaba además con la propuesta reformista impulsada por el catolicismo
social.
Partidismo político y conflicto municipal
La disputa desarrollada en torno a la reforma
constitucional de 1921 en Santa Fe parece un punto de inflexión para analizar
las decisiones políticas de la Iglesia y los católicos en el periodo que le
siguió, a la vez que provocó tensiones entre la curia, el laicado y aún dentro
de este último. Una vez que la Convención comenzara a sesionar, la Iglesia
apeló al compromiso integral de los católicos en defensa de la causa
eclesiástica, llamó a reforzar oraciones y rituales[25],
promovió la movilización de los fieles y la organización de numerosos comités
de acción católica para resistir la reforma.[26]
Los roces que se suscitaron respondían a la disyuntiva sobre las
estrategias más plausibles para los católicos, en un marco donde se ponían en
riesgo las prerrogativas de la institución. Estaban quienes prohijaban la
formación de una Unión Electoral católica, constituida a partir de las
parroquias y con mayor sujeción institucional al clero; mientras otros
pretendían una acción político-partidista activa, sea apoyando a alguno de los
partidos existentes, o mediante la creación de un partido propio, con cierta
autonomía de la jerarquía eclesiástica, aspecto éste que pretendemos
desarrollar en el presente trabajo.[27]
Nuevamente, aquí la batería de soluciones respondía a la
experiencia italiana reciente. En 1906, disuelta la Opera dei Congressi –primer antecedente moderno de organización de
la acción católica- se habían creado la Unión
Popular, la Unión Económica y la Unión Electoral, esta última con
funciones políticas que perdió en 1915. Tres años después se fundaba el Partido Popular Italiano en un nuevo
intento por diferenciar acción social y política, con mayor independencia de
esta última.[28] La experiencia italiana había debido afrontar fuertes
tensiones y disputas en torno a dos cuestiones: la acción social entre las
masas pobres y la acción política, muchas veces como correlato de la primera,
aunque no siempre. Desde la perspectiva de la jerarquía eclesiástica, se tendió
a fortalecer la acción del laicado y la de los curas a partir del centro
parroquial. Por el contrario, la constante inclinación a una actividad política
crecientemente autónoma por parte de ciertos sacerdotes y laicos resultó una
fuente de conflictos, más que por el hecho en sí, por la disciplina
institucional que esto implicaba. Consideramos que en el caso santafesino,
tensiones de esta índole surgieron en el contexto de la creación de la UPCA
(1919/1921), que había provocado la disolución de la Unión Democrática
Cristiana (UDC), un “partido social
católico” de la década anterior; y se profundizaron en la lucha contra las
medidas presentadas por la reforma constitucional de 1921.
En 1924, durante las elecciones a gobernador de Santa Fe,
el obispo Boneo había apoyado la fórmula del radicalismo unificado
–oficialista- que resultaría vencedor. Esa actitud se puso de manifiesto en una
circular firmada por su secretario, Andrés A. Olaizola, el 16 de enero de ese
año. En ella se indicaba a los curas párrocos que recomendaran a “los
feligreses (que) voten la fórmula Aldao-Cepeda”, proponiendo así una
intervención abierta y activa de la Iglesia en la campaña electoral, semejante
a la que denunciara muchas veces Romolo Murri en Italia.[29]
El obispado santafesino se definía por un sector del radicalismo que
había abandonado la causa reformista y, por lo tanto, esta alianza significaba
debilitar al PDP, opositor a la gobernación de Aldao y mayoría en el Concejo
Deliberante (CD) de Rosario. Se reforzaba así la imagen que la Iglesia había
construido del PDP desde 1921, identificándolo como un enemigo clave debido al
empeño que había mostrado en sostener la reforma con miras a crear un estado
provincial laicizado. Esa constitución además de recortar prerrogativas de la
Iglesia, había incorporado mecanismos que establecían la autonomía de los municipios.
En el caso de Rosario, existió una tensión constante entre el CD -de mayoría
demócrata- y el ejecutivo municipal, que derivaba del hecho de que éste era
designado por el gobierno provincial, que estuvo en manos del radicalismo en
forma ininterrumpida desde 1912. Como afirma Diego Roldán, hasta 1923 el PDP
local intentó desconocer el veto de la reforma constitucional por todos los
medios a su alcance, pues ella resultaba un “salvoconducto para la autonomía
comunal” y se volvió decisivo para la política local del partido.[30]
La concurrencia de intereses entre el radicalismo
unificado y los católicos santafesinos permitió, entre otras cosas, el triunfo
de la fórmula de gobierno en medio de profusas acusaciones de fraude; como
efecto inmediato, la Iglesia mejoró su posición dentro del Estado provincial,
sobre todo respecto de la educación general y de los subsidios que percibían
las escuelas católicas. No obstante, Aldao procuró evitar la formación partidos
católicos en su jurisdicción.[31] Mientras duró su gobierno, los beneficios recibidos de
la alianza constituida parecen haber justificado la postergación de esa idea,
al menos en ciertos sectores del laicado católico. Pero, como veremos más
adelante, cuando cambiara la coyuntura y al calor de una reforma municipal,
algunos católicos rosarinos retomarían la idea que -a fines de la década
anterior- habían abandonado por presiones de la curia: la formación de un
partido católico.
En los últimos días de 1923, asumió la intendencia de
Rosario Emilio Cardarelli, un hombre de la Iglesia vinculado a la Liga
Patriótica Argentina, que respondía al Partido Radical Unificado. Como
convencional constituyente, en 1921, también había defendido los intereses
eclesiásticos. Cardarelli gobernó menos de dos años, presionado por una férrea
oposición de PDP - mayoritario en el Concejo - y de La Capital, también cercana a los demócratas.
Al culminar el año siguiente, algunos notables católicos
vinculados al COR se sumaron a un partido político municipal. En noviembre de
ese año, Antonio F. Cafferata con 1485 votos y Juan Casiello con 1455, ganaban
por la minoría -30 %- su lugar como concejales con el Partido Defensa Comunal y
se sumaban a otros concejales ya electos por la misma agrupación, la cual se
ubicaba como segunda fuerza electoral. Ese año vencía el periodo como concejal
por la minoría de otro conocido dirigente del COR, Bartolomé Morra. Sin
embargo, en el contexto de tensiones entre el Concejo y el ejecutivo municipal,
los nuevos concejales no se incorporaron al CD pues se pusieron en cuestión las
elecciones, argumentando que había contribuyentes a los que no se les había
dejado votar.[32] Defensa Comunal era considerado por La Capital una “seudo organización
política cardarellista”, en referencia al intendente mencionado.[33] El PDP había
conquistado la mayoría colocando nueve concejales. Si bien la ciudad
seguía teniendo como referente a un partido reformista, esta presencia
católica en el CD, sus vínculos con la intendencia y el gobierno provincial, no
son datos menores. Además, su relación con Cardarelli los colocaba en el ojo de
la tormenta.
La intendencia de Cardarelli transcurrió en medio de
un fuerte enfrentamiento con el CD. Sumado a las acusaciones de fraude para el
Partido Radical en todo el ámbito provincial, se consignaban numerosos y
variados actos de corrupción, como de desgobierno. La Capital hablaba
del mal estado en que se encontraba la ciudad en materia de higiene y de la
ausencia de control sobre los empleados del municipio. Pero ambos, la oposición
en el Concejo y el periódico local, abundaban sobre el problema de la autonomía
y de la dependencia política que generaba la designación del ejecutivo
municipal desde la gobernación.[34]
En la sesión del 17 de enero de 1925, el concejal
Bertotto afirmaba que la intendencia era “la presidencia de un gran comité que
se maneja con pocas personas”.[35] El problema de fondo que se ponía en cuestión era la
designación del intendente por parte del gobernador de la provincia: su
autoridad no expresaba a la ciudadanía local, se la consideraba impuesta desde
afuera; representaba la corrupción y la connivencia del poder judicial -los
jueces que nombraba el gobernador no condenaban a ningún funcionario propio-; y
convalidaba la escasa legitimidad de actos eleccionarios que, en la provincia,
se vinculaban al fraude. La corrupción del intendente –los casos denunciados
eran numerosos y diversos- equivalía a la corrupción del Poder Ejecutivo
provincial.
A Cardarelli se lo acusaba de avasallar la autonomía
municipal, de pretender manejar resortes electorales a favor del gobierno
radical, de mal manejo de fondos e, incluso, de cierto comportamiento que
llamaríamos populista, el cual, creía
La Capital, no se condecía con su investidura. Paralelamente al
desarrollo del conflicto del arzobispado –que se superponía en parte con
cuestiones electorales provinciales-, se desenvolvió una disputa local que,
aunque recurrente, no dejaba de ser decisiva: el pedido de remoción del
intendente por parte del CD rosarino, que al fin logró su objetivo en marzo de 1925.
Una tensión que era común en la historia de Rosario,
entre ejecutivo y CD, en este caso se agravó porque se lo acusaba de prohijar
un proyecto que pretendía disolver el CD para tomar control total sobre la
ciudad y tapar los actos de corrupción. Bertotto sostenía que los concejales de
Defensa Comunal, Arfini y Florentino, se ufanaban del proyecto para disolver el
Concejo. Pero que dicho proyecto derivaba de las internas entre el gobernador y
su vice, y contaba con el apoyo activo de uno de sus ministros. En ese
contexto, Bertotto afirmaba que ese partido Defensa Comunal del que
participaban los concejales católicos era una “asociación de intereses transitorios, de una camarilla sin programa,
plataforma, ideales ni orientaciones”; y que ningún miembro influyente
del radicalismo intervenía en él.[36] La respuesta por parte del sector cardarellista fue
casi nula: el intendente no había aceptado ser interpelado por el CD y todos
los concejales de Defensa Comunal estuvieron ausentes en la sesión que discutió
la destitución.
La concreción de un partido católico
En 1928, El
Heraldo afirmaba que “Ser católico…no equivale a ser un ente pasivo,
inactivo e irresponsable en su actitud social. (…) católico, equivale a
universalidad; la lucha constante y variada persiguiendo siempre la
entronización del credo socialcristiano, debe ser, tiene que ser, la
característica que distingue al católico activo, al verdadero católico
moderno.(…)”[37]
La concepción de ciudadanía que expresaba se teñía así
de integrismo y combatividad, algo que era cada vez más explícito en el campo
socialcristiano de fines de la década del 20, lo cual puede asociarse tanto al
contexto de entreguerras, como a la emergencia de un nacionalismo que –a nivel
nacional- se puso a la defensiva ante el nuevo triunfo de Yrigoyen. El
periódico interpelaba a los católicos, convocando a la militancia, a un
compromiso que no admitiera escisión entre lo público y lo privado. El católico
debía asumir sus creencias privadas e intervenir llevándolas a todos los planos
de la vida social y pública. Esto coincidía con la prédica del obispo
diocesano, quien, a lo largo de toda la década había mostrado su preocupación
por la participación política de los fieles y por su integración como tales a
la política formal.[38] El Boletín eclesiástico de la diócesis
(BEDSF) se había pronunciado en forma reiterada al respecto, dado que
cuestiones como la libertad de conciencia, la libertad de enseñanza, la
separación de la Iglesia y el Estado, es decir, temas que afectaban las
prerrogativas católicas, inquietaban a la Iglesia santafesina de esos años.[39]
Los católicos sociales rosarinos, vinculados al Círculo
de Obreros y al obispado de Santa Fe por diversos lazos -aunque no estuvieron
exentos de tensiones coyunturales-, desde la década anterior habían ido
construyendo una trayectoria, lo que dio lugar a una elite dirigencial que
terminaría de consolidarse cuando Mons.Antonio Caggiano fuera obispo de
Rosario. En ese marco, propiciaron los denominados “partidos de principios” o
“con programa”, para ellos equivalente a la noción de “partido social”, los
cuales debían fundarse en una doctrina sólidamente elaborada, es decir, la
doctrina cristiana.[40]
En 1921, si bien destacaban su participación en diversos partidos -a modo
individual- por ser “patriotas sinceros”, no se sentían satisfechos porque
sentían que eran salpicados “por el fango de las corrupciones” de la política
de comité. Proponían entonces la conformación de un “gran partido social y
democrático” estrictamente católico. Más explícitos, en 1928 consideraban que
los partidos de cuño liberal eran “exclusivamente políticos” y que no estaban
en condiciones de “llevar al triunfo a otros elementos que los que pueden
esperarse de los programas personalistas, sin ideales permanentes y sin
principios doctrinarios.”[41]
Así, en su perspectiva, se contraponían dos tipos de partidos: los “políticos”,
de origen liberal, carentes de programas y doctrina definida, proclives a
dejarse regir por personalismos; y los “sociales” o “de programa” que, además
de contemplar cuestiones electoralistas, llevaban a la vida pública un conjunto
de principios que reconocía fundamentos éticos y filosóficos distintivos.
Entre los partidos de programa ubicaban, por un lado, a
la democracia cristiana y, por el otro lado, partidos como el socialista y
comunista.[42]
Evidentemente, la idea de un partido de
programa tenía que ver con un proyecto de cambio social, sin importar el lugar
ocupado dentro del espectro ideológico más general. Además, al reconocer el
carácter programático de esos partidos, los católicos procuraban redimensionar
las fuerzas respectivas, reconociendo asimismo mayor capacidad de acción al
“enemigo”, en tanto lo ubicaban como el opuesto al que debían destruir. En
cambio, al hablar de partidos políticos sin principios, subestimaban
implícitamente al oponente, el cual se impondría en las elecciones por
ignorancia, indiferencia o falta de concientización del electorado, y no por su
propia valía. En esta categoría se inscribían el Partido Radical y el Demócrata
Progresista, no obstante las ocasionales alianzas, o la participación
individual de muchos católicos en ellos. Desde comienzos de la década de 1920,
el obispo y los católicos encararon campañas por el voto consciente -sobre todo
en coyunturas electorales- debido al reformismo constitucional; pero también
pretendían una superación del sistema de partidos tal como funcionaba en la
provincia y en la nación, con dominancia del radicalismo y el PDP, en el caso
local.[43]
En un plano ideal, su proyecto partidista sería la herramienta que
debería superarlos, a la vez que confrontaría con los partidos de izquierda, a
los cuales sí reconocían entidad programática.
En torno a 1928 la coyuntura política había cambiado: el
yrigoyenismo se restablecía en el orden nacional y colocaba en la gobernación
de Santa Fe a Pedro Gómez Cello. En Rosario y el sur santafesino, las huelgas
alcanzaron ese año un alto grado de conflictividad, cuyo agravamiento muchos
adjudicaban a Ricardo Caballero –ex vigobernador de Menchaca y ahora Jefe de
Policía de la ciudad- por el abordaje que hacía de la cuestión obrera.[44] En ese contexto, El
Heraldo, más allá de la participación de los hombres de su entorno en
partidos tradicionales y de la experiencia del Partido Defensa Comunal antes
mencionado, propiciaba la creación de un partido católico, cuyo programa debía
tender al reformismo social. En el año 28 se abordó entonces la creación de dos
“partidos de programa” social-católicos en la provincia: la Unión Santafesina
en la ciudad capital y la Unión Popular en Rosario, partidos municipales que no
tuvieron el éxito esperado.[45]
Ambos se vinculaban al Partido Popular de José Pagés y contaban con un
antecedente en Córdoba.[46]
El momento parecía favorable debido a la reforma de la ley electoral para
municipios y comunas -realizada en la provincia el año anterior- y el grupo
dirigente vinculado al catolicismo social rosarino estaba dispuesto a
aprovecharla. Participaron
de esta experiencia Ignacio Luque, José Micheletti, Luis Actis, Juan Francesio,
Luis Casiello, Pedro P. F. Beltramino, Adrián Brunori, Valentín Grondona, entre
otros.[47] Muchos de ellos, provenían de
los intentos democristianos de la década anterior, casi todos estaban
vinculados al COR y, luego de 1930, revistarían en las filas de la Acción
Católica Argentina.
Hasta 1927, el partido que ganaba las elecciones
municipales obtenía dos tercios de la representación, quedando en mayoría
mientras, con el tercio restante, ingresaba una única minoría. En cambio, el
nuevo régimen electoral significaba una adaptación de la ley Sáenz Peña al
sistema local, aunque con variantes significativas. Éste dispuso el derecho y
la obligación del voto para todos los ciudadanos que figuraban en los padrones
provinciales, e incluyó a extranjeros y mujeres con renta, que fueran contribuyentes
o tuvieran profesión definida: profesionales liberales, profesoras normales,
mujeres que manejaban un comercio honesto. La reforma también facilitó la
inclusión de otras minorías políticas, al incorporar el cálculo del cociente
para definir lugares, beneficiando al Partido Comunista y al Socialista.[48]
Esta reforma abría para los católicos una doble
perspectiva, ciertamente contradictoria, que tal vez actuó como incentivo para
crear un partido propio. Por un lado, la posibilidad de que creciera la presencia
de las agrupaciones de izquierda en el Concejo –situación peligrosa, en tanto
eran consideradas “partidos de programa”- y, por otro lado, la expectativa de
ganar un espacio propio, ampliado, para la representación de los intereses de
la Iglesia en el plano municipal. Dada la llegada que tenía el clero sobre las
mujeres y sobre algunos sectores extranjeros asentados en la ciudad, esto
último quizás alimentaba cierto optimismo.
Nos interesa detenernos en el análisis de la declaración
de principios de la Unión Popular de Rosario, a fin de comprender el tipo de
partido que pretendían instrumentar los Demócratas Cristianos (DC) locales. La
Unión Popular se definía como una agrupación político-social que pretendía a la
elevación espiritual, cultural y cívica del pueblo, con el objeto de formar su
conciencia colectiva.[49]
Con esta iniciativa se buscaba dar un marco político-partidista a la acción
propagandística e ideológica que, tanto la jerarquía eclesiástica, como las
diversas entidades organizadas por los laicos propiciaban por entonces. También
parecía representar la adaptación -o confluencia estratégica- de un proyecto
del obispo Boneo y de los grupos democristianos locales cuyos antecedentes
pueden buscarse en el período anterior.[50]
La Unión Popular decía tomar distancia “por igual” del individualismo liberal,
del colectivismo socialista y de las escuelas sociológicas materialistas en
general, tal como lo hicieron en su momento la Liga Democrática Cristiana -1902
/ 1907- y la Unión Democrática Cristiana en la década siguiente. En el marco de
la política municipal, representaba entonces un nuevo ensayo de los demócratas
cristianos identificados con la estrategia del Partido Popular Italiano.[51]
En cuanto al orden político-institucional, el nuevo
partido reclamaba la intervención moderada del Estado, sugiriendo una “misión” reguladora que se conciliaba con
la acción privada y se orientaba al “bien común”.[52]
El Estado debía además intervenir legislando a favor de las clases trabajadoras
a fin de restablecer el equilibrio social.[53]
Este reformismo, sostenido en la “justicia social”, haría posible la armonía de
clases. Asimismo se planteaba la defensa de la integridad familiar y, respecto
del trabajo, promovía la “organización profesional dentro de las normas legales”[54],
a la vez que mantenía la conocida demanda sobre la libertad de enseñanza.[55]
El tema de la organización profesional aparecía como un
punto más del programa mínimo del partido, sin embargo, sabemos que era un
elemento decisivo para la Democracia Cristiana de la época. Los DC eran
partidarios de un corporativismo adaptado a las condiciones de la vida moderna.
En ese marco, la organización profesional adquiría un papel fundamental, pues
era la base de la corporación y resultaba el elemento más adecuado para eliminar
el conflicto de clases. Creían que las sociedades debían organizarse en base a
las corporaciones, para lo cual era necesario su reconocimiento legal y la
protección constitucional de las mismas.[56]
El régimen corporativo exigía una reforma constitucional
que asegurara la representación de intereses socio-económicos en las cámaras
legislativas. Pero, al mismo tiempo, creían que las corporaciones debían
mantener autonomía respecto del Estado.[57]
Éste debía protegerlas, asegurando su funcionamiento en un marco legal, pero
carecía de autoridad para administrarlas. Es decir que, en la relación
Estado-corporación, el peso fundamental seguía descansando en la segunda, pues
ella aseguraba la forma de representación que se adecuaba mejor a las
exigencias del mundo moderno, según los DC. Estaríamos, por consiguiente,
frente a la propuesta de una organización social corporativa, más que de un
Estado corporativo, concepto éste que se haría más explícito recién al concluir
la década, asociado al nacionalismo católico.[58]
Sin embargo, la Unión Popular rosarina no llegó a plantear el tema del
corporativismo, sino sólo el reconocimiento legal de la organización
profesional porque éste era considerado el paso inicial para lograr la reforma
social. Mientras en la primera mitad de la década, la DC local defendía un
cambio social de carácter progresivo y consensuado[59],
al concluir la misma, la influencia del nacionalismo católico se haría sentir
mediante la aceptación de modalidades más autoritarias. No obstante, el
programa mínimo de la Unión Popular todavía no lo hacía explícito. Por otro
lado, mientras el Partido Popular en Buenos Aires prolongó su existencia hasta
1945, la experiencia local no fue más allá de las elecciones municipales de
1928. La Unión Popular se diluyó en los años siguientes y el nexo con el
partido porteño descansó en adelante en los contactos personales. [60]
Católicos y
política en Rosario después de 1930
Al
producirse el golpe de estado de 1930, los católicos sociales vinculados al COR
hicieron un doble juego: crearon nexos con los gobiernos de intervención,
recibiendo incluso algunas pocas designaciones; y vertieron críticas sobre la
situación social derivada del cambio de gobierno y la crisis económica, a fin
de situarse como interlocutores en el campo de los problemas sociales. No
obstante, en la coyuntura electoral de 1931/1932 retomaron la actitud defensiva
ante la candidatura de Ricardo Molinas. El periódico La Verdad hacía suyas
las palabras de Gustavo Franceschi “el primer error de la alianza democrática-socialista
encabezada en el orden nacional por el señor De la Torre y en el provincial por
el señor Molinas es provocar la guerra religiosa”, agregando que habían
conformado un frente que representaba a la burguesía santafesina y que con su
política anticlerical no trabajaba para sí, sino para los revolucionarios:
“están dando de comer carne de cura para salvar la carne de burgués”.[61] Se
reinstalaba así la disputa en torno al estado laico, la cual se agravaba por el
restablecimiento de la Constitución del 21 que impulsó Molinas. Sin embargo, la
corta duración de su gobierno, su rápido deterioro y la intervención que le
puso fin en 1935, explican también la brevedad del conflicto. La disputa por un
estado provincial laicista resultaba más bien una rémora del pasado.
El activismo impulsado por la Acción Católica (ACA) fue
notable a partir de entonces. Darío Macor ha destacado la influencia de la
tradición católica sobre el estado provincial y sus espacios de poder en el
periodo que estudiamos.[62]
Durante la gobernación de José María de Iriondo (1937-1943) se produjo el
despliegue de un movimientismo católico impulsado desde las estructuras de la
asociación laical antes mencionada. Luego del interregno demoprogresista, la
intervención había dado paso a los gobiernos antipersonalistas de Iriondo y
Argonz, que se colocaron en sintonía con la política nacional de Justo,
avanzando hacia una gestión activa en materia de obras públicas, salud, trabajo
y sociedad.[63]
La pérdida de legitimidad provocada por el fraude desembozado del año 37 se
intentó subsanar a través de una concepción de gobierno fundada en la
administración, antes que en la política; y con una lógica de mayor
intervención en áreas cuya vulnerabilidad afectaba a las masas. En este
contexto, el gobierno de Iriondo resultó permeable a las demandas de la Iglesia
que, mediante la ACA, enarbolaba con decisión inédita el discurso del
catolicismo social sobre la esfera pública.[64]
La movilización de los fieles en las calles fue un rasgo de la época. Además de las tradicionales
manifestaciones de fe que acompañaban las grandes celebraciones de la liturgia
católica, se incluyeron otras menos comunes que merecen destacarse, como es el
caso de las campañas en apoyo del proyecto de Vivienda Popular y la celebración
del Primero de Mayo durante el gobierno mencionado, que en Rosario adquirieron
gran importancia.[65]
En la nueva
década, la inquietud política del catolicismo social rosarino comenzó a
recorrer también otros canales, articulándose con las primeras organizaciones
nacionalistas de la ciudad. Compartimos con Federico Finchelstein la idea de
que este movimiento constituyó “un grupo político teóricamente comprometido
conducido por un grupo de militantes y de líderes políticos que conservaron una
fuerte identificación con un catálogo siempre cambiante de símbolos y
liturgias”, en tanto se ajusta a los individuos y grupos que hemos podido
observar en el caso rosarino. Asimismo, coincidimos en que su influencia fue
enorme, debido al peso que tuvieron en la transformación de la cultura política
del país, desplazando una tradición fundada en el liberalismo laicista que
dominó la política argentina desde el siglo XIX. La acción continua y diversa
de fieles de la Iglesia Católica y de miembros de las Fuerzas Armadas hizo posible
la empresa.
Según
testimonios recogidos, a mediados de la década del 30 ya existían en Rosario
grupos nacionalistas que se reunían en casas de familia, que transmitían sus
ideas no sólo en la esfera pública, sino en el espacio privado e íntimo de la
familia.[66] Un caso
destacado sería la “Unión Nacionalista
Santafesina” o “Unión Argentina
Nacionalista” (UNS), iniciada por Juan Lo Celso, médico clínico, miembro de
una familia de católicos vinculados a la Sociedad Ex-Alumnos de Don Bosco, al
COR y a la experiencia demócrata cristiana de principios de los años '20 (UDA)
que no tuvo filiales organizadas en Rosario, pero sí adherentes. [67] Formaba
parte del núcleo cercano de los dirigentes más destacados del catolicismo
social local, algunos de los cuales participaron del grupo nacionalista
iniciado por Lo Celso. Fue miembro activo del COR y de su Comisión de Cultura
Intelectual, participando como conferencista, tanto en la ciudad como en las
giras y movilizaciones que se organizaban en conjunto con la Acción Católica, a
fines de la década.
Al igual que otras agrupaciones semejantes, la UNS
tenía una estructura interna de tipo jerárquico. Su máxima autoridad era “el Jefe” -el propio Lo Celso- junto a un
lugarteniente que integraba el Comando General. Éste estaba compuesto, a su
vez, por tres Jefaturas: la de Campaña, la de Propaganda y Prensa, y la de
Inteligencia, además de una Sección Femenina que sería la primera del país,
cuya actividad principal era un costurero para asistir “a familias criollas y
discutir sobre temas nacionales”. Esta sección trabajaba en conjunto con las
jóvenes de Acción Católica.[68]
El discurso “Palabras de un Jefe” del
líder era considerado una síntesis
doctrinaria de la agrupación. Según el periódico que publicaban, El Aguijón, estos nacionalistas tenían
dos sedes en la ciudad, una en Rioja 877, que aparentemente coordinaba el
distrito sur y respondía a Lo Celso; y la de calle San Lorenzo, vinculada a la
sección norte de la ciudad, con la que el grupo de Lo Celso mostraba alguna
tensión.[69] La UNS también editaba un Boletín. En 1942, la UNS tenía ramificaciones en San Lorenzo,
Chañar Ladeado, Bombal, Pujato, Elortondo, Villa Mugueta, Casilda y Roldán. Y
había logrado constituir una “Junta de Grupos Estudiantiles” que actuaban en la
universidad y el “Sindicato
nacionalista de Mozos”.[70]
A mediados de ese año también se inició la formación de la UNIR, Unión
Nacionalista del Interior de la República.
En su discurso explícito, la UNS procuraba tomar
distancia tanto de la Unión Soviética como del fascismo y del nazismo, pues
rechazaba su carácter de “nacionalismo pagano”. Sus miembros eran explícitamente católicos, anti-liberales,
anti-socialistas y anti-norteamericanos; sostenían un corporativismo adscripto
a la Doctrina Social de la Iglesia y afirmaban las raíces criollas e
hispanistas. Rechazaban abiertamente al judaísmo, visto como el paradigma de la
explotación capitalista. Admiraban la España falangista, modelo de nacionalismo
católico, rescatando su noción de autoridad. Además, revelaban una mirada localista
que rechazaba lo porteño y competía con Buenos Aires, burlándose de sus
dirigentes por sus “saludos importados”. Entendían la ideología nacionalista
como el instrumento de una “revolución espiritual”, antes que como un arma de acción política. Por tal motivo, al
menos en la letra, se mostraron prescindentes sobre la conquista efectiva del
poder.[71]
Afirmaban que el nacionalismo era “una fe viva y violenta en los destinos
eternos de la patria”, en el marco de un discurso intolerante, con sesgos militaristas
y violentos –“nacionalismo o muerte”- a fin de terminar con la “vergüenza que
constituyen los judíos, los rojos y los democráticos”.[72] Los católicos nacionalistas de orientación social
compartían con ellos una idea de redención moral de la patria que introducía un
regeneracionismo de nuevo signo.[73] En la perspectiva de El
Aguijón, el nacionalismo representaba el progreso, un movimiento superador,
la fuerza dinámica y actual que miraba al futuro; la democracia liberal
representaba el electoralismo estático, era una rémora del pasado.[74]
A pesar del anti-porteñismo y de sus supuestas
diferencias con el nazismo, a nivel nacional, la UNS reconocía el liderazgo de
Enrique P. Osés, considerado el “primer camarada”, “conductor absoluto” y
“caudillo”. Enrique P. Osés fue una de las figuras más destacadas del
nacionalismo argentino del periodo por su capacidad oratoria, sus dotes de
agitador y de organizador.[75]
Ejerció liderazgo sobre la Unión Nacionalista de Estudiantes Secundarios (UNES)
-también importante en Rosario- y otras agrupaciones menores en Mendoza, Santa
Fe y Córdoba. Los periódicos que dirigió, Crisol
y El Pampero, tenían vínculos con la
embajada alemana y la agencia alemana de noticias -Transocean- durante la guerra. El referente nacional de la UNS era,
en síntesis, un nacionalista católico de ideas antisemitas y pro-nazis, que
buscó establecer lazos con la Alemania de Hitler. Al igual que Lo Celso, era
más un activista que un intelectual de gabinete, su ideología fue explícita y
gozó de cierto prestigio entre sus pares, al menos hasta que el Reich comenzó a
declinar. La UNS, por su lado, al definir sus postulados principales, revelaba
la obviedad de sus coincidencias: “Repudiamos: la política, los políticos de
todos los pelajes, el judaísmo, el comunismo y sus agitadores”.[76]
Conclusiones
En una compilación de artículos publicadas en 1942, Pedro
P. F. Beltramino -director de los periódicos El Demócrata y El Heraldo-
afirmaba que Rosario “ya no es hoy lo que fue años atrás y el influjo de la
prédica católica ha penetrado en todos los sectores”.[77] Este cambio cultural que Beltramino adjudicaba al COR
respondía, lógicamente, a procesos más complejos que atravesaban al conjunto de
la sociedad. No obstante, su afirmación pone de manifiesto que los católicos ya
no sentían en el ambiente el clima adverso de sus primeros años de militancia
social.
Respecto de la secularización y el laicismo en la
provincia de Santa Fe, particularmente en Rosario, creemos que la reforma
constitucional de 1921 fue un punto de inflexión, sobre todo en lo que hace a
las estrategias y prácticas políticas de los católicos y la Iglesia. Que haya
coincidido con el momento de creación de la UPCA en la diócesis no es un dato
menor, en tanto aceleró la puesta en marcha de un notable activismo de acción
católica, pero también retrasó la institucionalización de la misma, al menos en
Rosario.[78] Por su parte, el debate que hemos analizado entre El Heraldo y La Capital en torno al conflicto del Arzobispado de Buenos Aires si
bien, a nuestro juicio, fue el último significativo, estaba anclado más en las
disputas del pasado, que en la mirada hacia el futuro. Ni siquiera la
experiencia demócrata de 1932-35 alcanzó para reeditar el viejo conflicto.
Rosario ya no encarnaba el laicismo excluyente de otras épocas, ni en el plano
cultural, ni en las posibilidades políticas.
Hemos visto que, ante las disputas derivadas del
reformismo constitucional, el obispado y los católicos recurrieron a distintas
tácticas respecto de la acción política, las cuales estaban inspiradas en el
desarrollo de la experiencia italiana, sobre todo aquella producida luego de la
crisis de la Opera dei Congressi. El
punto de tensión pasó siempre por las prerrogativas de la Iglesia en Santa Fe y
los intentos de reforma que propiciaban los partidos y facciones del ámbito
local. En el caso específico de Rosario, la situación se agravaba por la
existencia de una tensión permanente entre un poder ejecutivo de origen radical
–sujeto a la lucha facciosa del propio partido a nivel provincial y nacional- y
un CD mayoritariamente opositor, controlado por el PDP.
En este contexto, los católicos sociales procuraron
ocupar espacios dentro de la lucha partidista y facciosa, con un fuerte
componente de oportunismo, a fin de preservar los intereses de la Iglesia y,
quizás, de dar curso a aspiraciones personales en el campo de la política
municipal, tanto como en el seno de la sociedad rosarina. Hemos podido percibir
en ellos una actitud en la que, de muchas formas, subyacía el descrédito e
incluso cierto desprecio por el partidismo político de cuño liberal y por sus
prácticas: “La política al uso moderno, no es sólo una concepción ajena a la
moral y la conciencia, sino la negación y oposición a todo lo que constituye el
orden cristiano” afirmaría Beltramino en esos años.[79] Creemos
que, por tal motivo, los católicos
ingresados al CD rosarino no se destacaron mediante intervenciones o proyectos,
aunque quedaron atados a experiencias en gran medida escandalosas. La cuestión
del fraude o la corrupción no fueron un obstáculo para sus estrategias en el
ámbito político. Por el contrario, su influencia más notable en el espacio
público fue a través de una actividad social diversa y multifacética, un
movimientismo que pasaba por fuera de la política partidista, pero que requería
de los vínculos con el poder y los partidos para ser efectiva. Su reformismo
social se expresó allí, más que en el campo de la política. Sólo en contadas
oportunidades presentaron proyectos articulados: en torno a la Convención
Constituyente de 1921 o durante el Congreso del Trabajo de 1923. El intento de
crear un partido social católico con bases programáticas se extinguió
prácticamente al nacer. En los años 30, el desencanto por la política
partidista los volvió cada vez más críticos. Creían que el problema no radicaba
tanto en los hombres, como en el sistema político en el que actuaban. Algunos
dirigentes y grupos se orientaron entonces a un movimiento que encarnó un
regeneracionismo de signo autoritario, identificado con un nacionalismo de sesgos
violentos, antisemita y antidemocrático. El impacto de la política española -y
luego la Guerra civil- reforzó esta perspectiva, pues traía al entorno “la
euforia demagógica de los frentes populares” sostenida por agrupaciones y
actividades antifascistas en el espacio local.[80] Pero ya la
discusión sobre clericalismo y anticlericalismo había sido desplazada de su
centralidad por el debate sobre autoritarismo y democracia, con el objeto de
frenar los riesgos que amenazaban una sociedad ahora considerada más cristiana
que laica.
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Entrevista
a Elena Osella Muñoz y Beatriz Casiello, Rosario, 1995.
Abreviaturas
ACA: ACCIÓN CATÓLICA ARGENTINA
BEDSF: BOLETÍN ECLESIÁSTICO DE LA DIÓCESIS DE SANTA FE
CD: CONCEJO DELIBERANTE
COR: CÍRCULO DE OBREROS DE ROSARIO
DC: DEMOCRACIA CRISTIANA/ DEMÓCRATAS CRISTIANOS
PDP: PARTIDO DEMÓCRATA PROGRESISTA
UCR: UNIÓN CÍVICA RADICAL
UDC: UNIÓN DEMOCRÁTICA CRISTIANA
UDA: UNIÓN DEMOCRÁTICA ARGENTINA
UNES: UNIÓN NACIONALISTA DE ESTUDIANTES SECUNDARIOS
UNIR: UNIÓN NACIONALISTA DEL INTERIOR DE LA REPÚBLICA
UNS: UNIÓN NACIONALISTA SANTAFESINA
UPCA: UNIÓN POPULAR CATÓLICA ARGENTINA
Recibido: 31/04/2016
Evaluado: 28/05/2016
Versión final: 17/06/2016
(*) Facultad de Derecho
y Facultad de Ciencia Política y Relaciones Internacionales. Universidad
Nacional de Rosario (UNR), Argentina. Doctora en Humanidades y Artes, Mención
Historia (UNR). E-mail: mpiamartin_00@yahoo.com.ar
[1] BARRIERA, Darío
(Dir.) Instituciones, gobierno y territorio. Rosario, de la Capilla al
Municipio (1725-1930), Rosario, ISHIR/CONICET, 2010, pág. 36.
[2] El Heraldo, Rosario, 13 de junio de 1925: Agustina Prieto ha trabajado sobre
el mito construido en torno al carácter laico y secular de la ciudad de Rosario
en el cambio del siglo XIX al XX. (Cfr. MEGÍAS, Alicia; PRIETO, Agustina;
MARTÍN, María Pía y otros, Las batallas
por la identidad, Rosario, EMR, 2014.
[3] El Heraldo, Rosario, 18 de abril de
1925.
[4] La Verdad, Rosario, 1920-1930; El Heraldo, Rosario, 1928-1930.
[5] El Heraldo, Rosario, 1926-30; Cfr.
MENOTTI, Paulo, VIDELA, Oscar, Las
huelgas de los estibadores portuarios en el sur santafesino en 1928. Una
disputa más allá de lo salarial, Ponencia III Jornadas Nacionales de
Historia Social, La Falda, 2011.
[6] “Las elecciones del domingo pasado. Una
enseñanza”, en El Heraldo, Rosario, 13 de febrero de 1926; cfr.
MAURO, Diego, Reformismo liberal y política de masas. Demócratas progresistas
y radicales en Santa Fe, Rosario, Prohistoria, 2013, p. 82.
[7] El Heraldo, Rosario, 14 de julio de
1928.
[8] CÍRCULO DE
OBREROS. NÚMERO ÚNICO. Colocación de la piedra fundamental de la piedra
fundamental del edificio propio. 7° Congreso nacional de Círculos de obreros,
Rosario, octubre de 1922. Cfr. La Verdad,
Rosario, 1920-1930; El Heraldo,
Rosario, 1924-1930.
[9] Cfr. El Heraldo; Rosario, 1924-27 y Boletín eclesiástico de la diócesis de Santa
Fe (BEDSF), Santa Fe, 1924-1927.
[10] Santa Fe, Santa Fe, 13 de mayo de 1924.
[11] El Heraldo, Rosario, 14 de febrero de 1925.
[12] DISTÉFANO, R. y
ZANATTA, L., Historia de la Iglesia
Argentina, Buenos Aires, Mondadori-Grijalbo, 2000, pp. 400-407.
[13] El Heraldo, Rosario, 15 de noviembre de 1924.
[14] El Heraldo, Rosario, 6 de diciembre de 1924.
[15] Ibídem.
[16] La Capital, Rosario, 1924-1925.
[17] La Capital, Rosario, 7 de diciembre de
1924.
[18] Cfr. La Capital, Rosario, 1924-1925; Santa Fe, Santa Fe, 1924-1925.
[19] Santa Fe, Santa Fe, 23 y 24 de enero de
1924.
[20] Cfr. MURRI,
Romolo, La política clerical y la
democracia, Madrid, Imprenta Artística José Blas y Cía., 1911; MARTÍN,
María Pía, Iglesia Católica, cuestión
social y ciudadanía. Rosario-Buenos Aires, 1892-1945, Tesis doctoral,
Facultad de Humanidades y Artes, UNR, Rosario, 2012, Cap. 2.
[21] La Capital, 21 de enero de 1925.
[22] El uso de esta
expresión, aunque se generalizó en la década de 1930 por la encíclica Quadragesimo
Anno, subtitulaba la introducción a Il fermo propósito (1905), que
estaba destinada a resolver conflictos de los demócratas italianos y autorizaba
la participación política partidista de los católicos bajo ciertas condiciones.
(Cfr. Il fermo propósito, en Colección
de encíclicas y otras cartas de los papas Gregorio XVI, León XIII, Pío X,
Benedicto XV y Pío XI, Madrid, Imprenta Sáenz Hermanos, 1935, p. 643).
[23] La Capital, Rosario, 7 de diciembre de
1924.
[24] MARTÍN, María Pía, Iglesia Católica…, op. cit., Cap. 10.
[25] BEDSF, Santa Fe, 1° de marzo de 1921.
[26] Cfr. MAURO, Diego,
De los templos a las calles.
Catolicismo, sociedad y política. Santa Fe 1900-1937, UNL, Santa Fe, 2010.
[27] Ídem, pp. 67-99 y
pp. 145-153.
[28] DE ROSA, Gabriele, Il movimento
católico in Italia. Dala restaurazione al era giolittiana, Bari, Editori
Laterza, 1988; PITTINI, Ricardo, Los
católicos sociales italianos. Actividades y doctrinas, Buenos Aires,
Librería El Colegio, 1922.
[29] Santa Fe, Santa Fe, 22 de enero de 1924;
MURRI, Romolo, La política clerical…,
op. cit.
[30] ROLDÁN, Diego, “El
modernismo constitucional”, en BARRIERA, Darío (comp), Instituciones, gobierno y territorio. Rosario, de la Capilla al
Municipio (1725-1930), Rosario, ISHIR-CONICET, 2010, p. 156.
[31] MAURO, Diego, Reformismo
liberal y política de masas..., op. cit., pp. 82-83.
[32] La Capital, Rosario, 16 de
noviembre y 31 de diciembre de 1924.
[33] La Capital, Rosario, 18 de enero de
1925.
[34]La Capital,
Rosario, 1924-1925; CONCEJO DELIBERANTE (CD), Pedido de destitución del
Intendente municipal Dr. Emilio Cardarelli (versión taquigráfica), 17 de
enero de 1925.
[35] CD, Pedido de destitución…, op. cit.
[36] Ibídem.
[37] El Heraldo, Rosario, 28 de abril de 1928.
[38] Cfr. BEDSF, Santa Fe, 1920-1930.
[39] Ibídem.
[40] La Verdad, Rosario, 22 de marzo de 1921;
El Heraldo, Rosario, 29 de noviembre de 1924.
[41] Ibídem.
[42] El Heraldo, Rosario, 1° de marzo de
1930.
[43] BEDSF, Santa Fe, 1920-1930; La Verdad, Rosario, 1920-1930; El Heraldo, Rosario, 1924-1930.
[44] Luego de la destitución de Emilio Cardarelli, se sucedieron ocho
intendentes – algunos que llegaron a gobernar dos o cinco meses-, lo cual habla
de la inestabilidad y las disputas que cruzaban al gobierno municipal. Entre
agosto de 1928 y febrero de 1930 gobernó Tobías Arribillaga, radical
yrigoyenista y caballerista.
[45] El Heraldo, Rosario, 5 de mayo de 1928, El Heraldo, Rosario, octubre de 1928 y El
Heraldo, Rosario, 17 de noviembre de 1928. Cfr. La Capital, Rosario, 9 de mayo de 1928.
[46] En 1924, El Heraldo informaba sobre la reciente
fundación de un partido político que había participado de las elecciones en
Córdoba. Lo describía como un “partido de programa”, que sostenía el respeto de
la tradición nacional y de los principios del orden que eran base de su
concepción republicana (El Heraldo,
Rosario, 13 de diciembre de 1924). En Buenos Aires, a fines de la década del
20, se había iniciado un nuevo intento por constituir un partido demócrata
cristiano con rasgos corporativistas, nacionalistas y estructurado sobre un
programa de reformas socioeconómicas fundado en la organización del trabajo, la
colaboración entre clases, una mayor distribución de la riqueza y la función
social de la propiedad privada. Éste se creó bajo el nombre de Partido Popular
en 1927 y tomó como referente al Partido
Popular Italiano de Luigi Sturzo. Si bien no se definía como un partido
confesional y sólo requería de los afiliados una adhesión a los principios enunciados
por el programa, las autoridades del partido debían adscribirse a los
postulados de la Doctrina social cristiana. A pesar de las tendencias
autoritarias que hemos distinguido en el catolicismo local, el Partido Popular
con el que estaba en contacto proclamaba el imperio de la Constitución
Nacional; rechazaba todas las formas totalitarias de gobierno; sostenía un
proyecto corporativo que implicaba más sociedad y menos Estado y, por esta vía,
procuraba diferenciarse del corporativismo fascista. (Cfr. PAGÉS, José, Origen y desarrollo de las ideas demócratas
cristianas en nuestro país. Sus hombres, Buenos Aires, Escuelas Gráficas
del Colegio León XIII, 1956).
[47] El Heraldo, Rosario, 27 de Octubre de 1928.
[48] ROLDÁN, Diego,
“Celebrar la ficción y ampliar la política”, en BARRIERA, Darío (comp.), Instituciones…, op. cit., pp. 175-178.
[49] El Heraldo, Rosario, 11 de agosto de
1928.
[50] BEDSF, Santa Fe, año 1902.
[51] El Heraldo, Rosario, 11 de agosto de
1928.
[52] El Heraldo, Rosario, 11 de agosto de
1928 y El Heraldo, Rosario, 30 de
septiembre de 1923.
[53] La Verdad, Rosario, 30 de septiembre de
1923.
[54] El Heraldo, Rosario, 11 de agosto de
1928.
[55] Ibídem.
[56] El Heraldo, Rosario, 9 de mayo de 1925.
[57] Ibídem.
[58] Criterio, Buenos Aires, 1928-1930.
[59] El Heraldo, Rosario, 2 de mayo de 1925.
[60] PAGES, José, Origen y desarrollo…,
op. cit.
[61] La Verdad, Rosario, 15 de junio de 1932.
[62] MACOR, Darío,
TCACH, César (editores), La invención
del peronismo en el interior del país, Santa Fe, Universidad Nacional del
Litoral, 2003.
[63] Cfr. PIAZZESI,
Susana, Conservadores en provincia. El
iriondismo santafesino, 1937-1943, Santa Fe, Universidad Nacional del
Litoral, 2009.
[64] Cfr. Ibídem.
[65] Cfr. La Verdad, Rosario,
1930-1938; MARTÍN, María Pía, Iglesia
católica…, op.cit.
[66] Entrevista a Elena
Osella Muñoz y Beatriz Casiello, Rosario, 1995.
[67] PAGES, José, Origen y desarrollo…,
op. cit., p. 18.
[68] CATERINA, Luis
María, “Organizaciones e ideas del nacionalismo en Rosario” (1930-1946), en Res Gesta, Nº 24, Instituto de
Historia, PUCA, Rosario, julio-diciembre 1988; El Aguijón, Rosario, 31 de julio de 1942; Entrevista a Elena Osella
Muñoz, Rosario, 1995.
[69] El Aguijón, Rosario, 27 de junio de 1942.
[70] Ibídem.
[71] CATERINA, Luis
María, “Organizaciones e ideas…”, op. cit.
[72] El Aguijón, Rosario, 27 de junio de 1942 y 31 de julio de 1942.
[73] El Aguijón, Rosario, 27 de junio de 1942; BELTRAMINO, Pedro P. F., Tópicos sociales, Rosario, Imprenta
Rodríguez, 1942.
[74] “Nacionalismo y democracia”, en El
Aguijón, 27 de junio de 1942.
[75] Enrique P. Osés
dirigió la revista católica Criterio
(1929-1932) y luego se incorporó al periódico nacionalista Crisol, alineándose con las tendencias filo-fascistas y
anti-semitas más duras, en expansión por esos años. Cuando fue director de Crisol, éste se convirtió en el diario
nacionalista de mayor circulación del país y luego fundó, con igual o mayor
éxito, El Pampero. (BUCHRUCKER,
Cristián, Nacionalismo y Peronismo. La
Argentina en la crisis ideológica mundial, 1927-1955, Buenos Aires,
Sudamericana, 1987).
[76] CATERINA, Luis
María, “Organizaciones e ideas…”, op. cit.
[77] BELTRAMINO, Pedro P. F., Tópicos..., op. cit., p.
32.
[78] Cfr. MARTÍN, María
Pía, Iglesia católica…, op. cit., Cap. 10.
[79] BELTRAMINO, Pedro P.F., op.cit.
[80] Ibidem; Juventud Antifascista,
Rosario, 1934.