De Argentina a Nicaragua en super-8. Memoria, heroísmo y género en la militancia comunista de los ochenta

 

 

Victoria Bona (*)

 

 

Resumen

 

La Batalla del Café (1985) es una producción audiovisual que, días después de transcurrida la primera experiencia de solidaridad del Partido Comunista de la Argentina (PCA) con la Revolución Sandinista, se difundió entre los círculos de militancia y también por fuera de ellos. La propuesta fílmica es uno de los dispositivos que el PCA desarrolló como política de memoria partidaria, en tanto proceso de legitimación que funcionó hacia dentro y hacia afuera del partido. Sin embargo, la reconstrucción del proceso de producción del film a partir del testimonio del realizador audiovisual, invita a pensar en una pluralidad de memorias e intereses en los que las políticas culturales están inscriptas. En el presente artículo rastreamos aquellos sentidos de la identidad comunista mediante la rehabilitación de memorias partidarias centrándonos fundamentalmente en la abnegación militante, el género y el latinoamericanismo.

 

Palabras clave: Partido Comunista; Posdictadura; Oralidad; Cine documental.

 

 

 

From Argentina to Nicaragua in super-8. Memory, heroism and gender in communist activism in the eighties

 

Abstract

 

La Batalla del Café (1985) is an audiovisual production that, days after the first experience of solidarity of the Communist Party of Argentina (PCA) with the Sandinista Revolution happened, was spread among the activism circles and outside them. The film proposal is one of the devices that the PCA developed as a politics of party memory, as a legitimation process that worked inside and outside the party. However, the reconstruction of the film production process from the testimony of its audiovisual producer invites us to think in a multiplicity of memories and interests in which the cultural politics are inscribed. In the present article, we trace those senses of communist identity by the rehabilitation of party memories focusing on the activist’s abnegation, gender, and latinoamericanism.

 

Keywords: Communist Party; Postdictatorship; Orality; Documentary film.


 

De Argentina a Nicaragua en super-8. Memoria, heroísmo y género en la militancia comunista de los ochenta

 

Introducción

 

La Batalla del Café[1] (1985) es una producción audiovisual que, días después de la primera experiencia de solidaridad del Movimiento de Brigadistas Libertador General San Martín (MBLGSM) con la Revolución Sandinista en territorio nicaragüense[2], se difundió entre los círculos de militancia y también por fuera de ellos. La propuesta fílmica es uno de los dispositivos que el Partido Comunista de la Argentina (PCA) y la Federación Juvenil Comunista (FJC o La Fede) desarrolló como política cultural partidaria. Sin embargo, esa propuesta, lejos de ser motorizada por la dirección, fue puesta al servicio de la organización por un brigadista que se embarcó en la tarea como apuesta militante, pero a título personal, por fuera del marco de la organicidad.

En tanto vehículo de legitimación, el film funcionó hacia el interior y el exterior del partido en un contexto complejo en diferentes niveles. Si bien, la organización pretendía dar una discusión frente al gobierno nacional y el conjunto de la sociedad sobre la importancia de defender a Nicaragua de la invasión norteamericana y levantar las banderas de la revolución popular, por otro lado, las diferencias al interior de la organización resultaban perceptibles para la militancia. No se trataba sólo de que en términos coyunturales la organización fuera cambiando sus posiciones respecto de acuerdos electorales; sino que en los años ochenta, el PCA asistió a una reformulación de su línea política que transformó los imaginarios de los y las militantes, los programas de acción y las formas de participación al calor de un contexto global de reformulación que el comunismo internacional hizo respecto de los marcos de alianzas con las izquierdas.

En este artículo consideramos que la reconstrucción del proceso de producción del film, a partir de entrevistas al realizador audiovisual y a dos mujeres protagonistas, invita a pensar en una pluralidad de intereses, memorias y representaciones en las que las políticas culturales están inscriptas. El objetivo general de nuestra propuesta consiste en desandar aquella forma de pensar los partidos políticos como aparatos burocráticos aglutinadores de sujetos sin agencia, para poder reponer el conflicto en la configuración de las políticas. Para ello, nos servimos de la metodología de la historia oral y de los aportes de los estudios las políticas culturales en el marco de la historia socio-cultural. Por otro lado, proponemos identificar cómo mediante la película se recuperan viejos sentidos de la identidad comunista, se rehabilitan memorias partidarias, pero también memorias nacionales y latinoamericanas más o menos lejanas en el tiempo. Tanto el film como su presentación en el mega-evento de la “Ferifiesta 85” conforman políticas culturales del PCA si las entendemos como “una serie de discursos y prácticas que determinan los parámetros culturales de validación del sujeto” (Ochoa, 2003, p. 21) -en este caso- en una colectividad política particular.

La producción de la película y su posterior circulación nos invitan a pensar en memorias superpuestas y en prácticas políticas que distintos actores de manera más o menos articulada emprenden para la gestión de la cultura en términos amplios[3] y desarrollan un “tejido de relaciones materiales y simbólicas que estructuran y dan particularidad a una comunidad” (Vich, 2014, p. 26). La historia oral, aporta la posibilidad de interrogar al documental en varios sentidos. Por un lado, nos hemos entrevistado con Nino, Claudia y Lucía. Estas entrevistas son aquellas que, en términos ya clásicos, permiten indagar en la construcción subjetiva íntima y biográfica en relación con sus participaciones políticas elaboradas colectivamente (Pozzi, 2016). Por otro lado, el diálogo indirecto con el director, productor, militante y camarista nos permite asumir la posición de Nino también como historiador oral aficionado o no profesional. Pero además, la recuperación de testimonios llevados al cine, si bien no pueden tomarse tal como entrevistas de historia oral, permiten hacer un rescate de la oralidad que alienta a pensar otras versiones del testimonio como formas de entablar un diálogo con entrevistados y entrevistadas (Bórquez y Ennis, 2010; Barrenetxea Marañón, 2011). En ese sentido, este trabajo también es una apuesta metodológica, un laboratorio en el cual se pueda pensar la historia oral con el testimonio y más allá de él. La superposición de testimonios implica la reflexión sobre una multiplicidad de problemas entre los que se destaca la experiencia subjetiva en diferentes temporalidades y espacialidades: la segunda década del siglo XXI, los años ochenta, Rosario, Buenos Aires y Nicaragua configuran los diferentes lugares de enunciación en los que emergen estos relatos y las reinterpretaciones que las protagonistas hacen sobre el pasado. Para ello, recuperamos la relación entre el director y el partido, analizamos el heroísmo militante como atributo de una juventud de cara a militar la revolución hacia adentro y hacia afuera del partido para a continuación reparar en la base sexuada de las desigualdades que se producen dentro del colectivo. Además, reflexionamos en torno a la dimensión latinoamericana de la política como uno de los sentidos que tienen centralidad en el marco de las transformaciones que se dan en la organización en los años ochenta.

 

La película de Nino

 

Hacia 1986 el PCA sintetizó en su XVI Congreso una serie de discusiones que había comenzado a dar a principios de esa década.[4] Los cambios planteados en el plano teórico son, fundamentalmente, la recuperación de la concepción de la política de conformación de un Frente de Liberación Nacional y Social (FLNS) a la que corresponde una caracterización de la revolución como “patriótica, popular, democrática, antiimperialista, agraria, antimonopolista, hacia el socialismo e integrada a la gesta libertadora latinoamericana”.  Este planteo contribuyó a la redefinición del que se consideraba el sujeto revolucionario abriendo una nueva apelación que desplazaba a las capas medias de la vanguardia del frente y colocaba allí a la clase trabajadora que tendría la tarea de orientar las necesidades del pueblo.[5] Por un lado, el PCA destaca la necesidad de romper con las prácticas previas, en el mismo sentido, se requiere un viraje en la línea política “dejando atrás a un proyecto reformista para asumir un proyecto revolucionario”[6], pero, por otro lado, las propuestas tienen que ver, en el orden del discurso con reestablecer o ratificar un proyecto revolucionario cuya identificación en la historia del PCA no está explicitada. En otros emprendimientos hemos considerado que hay dos formas de explicar este nudo problemático que corresponden a la necesidad de contar con el apoyo del conjunto del Comité Central para llevar a cabo el viraje en el plano material: el rol de la izquierda en el FLNS y la lectura coyuntural sobre el desarrollo del capitalismo en América Latina que tenía como correlato reposicionar a la clase obrera en un lugar protagónico. Esos dos elementos configuran una nueva forma de concebir al frente y también las alianzas.

Pese a que la política de conformación de un FLNS había sido enunciada con anterioridad, en los años ochenta esta supuso una ruptura con la concepción frentista anterior. Si una de las rupturas principales tiene que ver con la caracterización sobre el desarrollo capitalista que ahora habilita pensar en un frente de liberación que desplace al Frente Democrático Nacional, hay dos posibilidades: o el capitalismo se había desarrollado de la noche a la mañana y había que corresponder a esa transformación con un viraje estratégico acorde a la nueva etapa, o bien las lecturas previas eran equivocadas. Si bien hay una memoria cimentada que adjudica al viraje una autocrítica sobre la política de convergencia cívico-militar, hemos sostenido que la centralidad está (además de una crítica a la modalidad y estilo de organización interna cuya democratización se anuncia) en una reposición respecto de la lectura de la “etapa” y las organizaciones políticas existentes que habilitó una nueva estrategia que a la vez se enmarca en la disputa interna

Fue en ese marco que durante enero y febrero de 1985, ciento veinte militantes comunistas, mujeres y varones (aunque en mayor medida, varones[7]), visitaron Nicaragua con la tarea de recolectar café en dos zonas: primero en Matagalpa y después en Jinotega. De algún modo, el viaje se produjo en el marco de la conformación del MBLGSM. Dicho movimiento, se proponía formar grupos de jóvenes que llevaran su solidaridad a diferentes destinos. Se sucedieron desde mediados de los años ochenta experiencias de viaje, cada una con características distintas. Nicaragua, pero también El Salvador, Chile y las provincias de Formosa y Mendoza son las experiencias más conocidas. Los destinos internacionales se vincularon con experiencias revolucionarias o armadas (aunque sólo excepcionalmente los y las comunistas argentinas participaron de actividades militares). Por su parte, los rumbos dentro de las fronteras nacionales implicaron tareas de asistencia a poblaciones con necesidades materiales básicas no satisfechas como falta de agua, comida y vivienda.

Si bien el proyecto de conformación de un movimiento de brigadistas tiene un desarrollo más amplio y se presenta como parte de una tradición internacionalistas de largo aliento del PCA, “La Brigada del Café” de 1985 –hubo experiencias posteriores con el mismo destino y propósito– resultó no sólo la más significativa, sino también la más recordada y revisitada mediante diferentes dispositivos.[8] La propuesta consistía en viajar a Nicaragua a cosechar café en solidaridad con la Revolución Sandinista que había triunfado en 1979, pero seguía sufriendo el ataque norteamericano y de los representantes locales del imperialismo.[9] Fue la primera acción en territorio del MBLGSM y tuvo un importante impacto en los medios de comunicación por las fuertes críticas que el gobierno nacional y el propio presidente habían hecho a esta acción mentada por el PCA y la FJC. Al mismo tiempo, la amplia difusión derivó de la centralidad que esta estrategia tenía en la nueva política que el partido y su juventud estaban delineando en los primeros años de recuperación de la institucionalidad democrática.

En este marco, La Batalla del Café no fue un proyecto ni del Comité Central de La Fede, ni del Secretariado, ni de El Partido con mayúsculas.[10] La empresa fílmica estuvo a cargo de un militante joven que ambicionaba dedicarse al cine y la fotografía. Nino militaba en La Fede del conurbano bonaerense “desde pibe”. Los inicios de su participación se remontan a los años de la última dictadura cuando se dedicaba a imprimir volantes en una “imprenta clandestina”, en la esquina de su casa. Con la recuperación de la institucionalidad democrática, Nino comenzó a participar de actividades partidarias de otro carácter. Según su propio relato, conoció a camaradas y fue asistiendo reuniones a medida que el gobierno dictatorial iba perdiendo fuerza. Por otro lado, había emprendido algunos proyectos colectivos de cine documental en ámbitos no relacionados con el partido.[11]

El documental que nos compete se filmó con cámaras Fujica Single 8 ZC 1000 y ZC 750 sonora y películas single 8. La duración del film es de una hora y diez minutos, e implicó sólo dos horas de filmación. Nino no fue un camarógrafo “enviado”. Según su testimonio, la iniciativa fue propia; no obstante, en una de las entrevistas insiste con que si bien “nadie le dijo que sí” tampoco “nadie le dijo que no”. Como contaba con los equipos, le propuso a su dirección local y a Jorge Garra (quien estuvo a cargo de la brigada[12]) filmar la experiencia. Sin embargo, más adelante, nos señala que él cosechó una gran cantidad de café, aun cuando contaba con permiso para no hacerlo y dedicarse al registro fílmico (y también fotográfico). Esta contradicción permite sostener que efectivamente, al eximirlo de la tarea de la cosecha, la organización se había comprometido con el proyecto de documentar la experiencia, más allá de que el protagonista destaque su compromiso con la recolección de café y sepamos que la idea haya sido promovida y realizada por Nino sin intervención directa de la organización.

El proceso de edición demoró sólo cuarenta días. Escribió el guion del documental, cortó y pegó los pedacitos de super 8 en un rincón de su casa y convocó a quien se ocupaba de la locución en los actos del partido para grabar la voz en off. Nino recuerda que tenía un gran apuro porque consideraba que para que el documental “funcionara” era necesario que estuviera listo lo antes posible.[13]

Este emprendimiento, en apariencia personal, se enmarca en una experiencia colectiva y a Nino lo motivaba el aporte que su trabajo debía significar para el partido. La organización no supervisó el guion ni la edición del film pero promovió y vehiculizó su presentación en la Ferifiesta 85[14] y en diferentes locales partidarios. Al mismo tiempo, permite pensar a Nino como un emprendedor de memoria (Jelin, 2002). En tanto concepto, implica una actitud militante que asume un compromiso en las disputas de memoria. Nino es, efectivamente, un emprendedor de memoria y un gestor cultural; es uno de quienes “se ocupan y preocupan por mantener visible y activa la atención social y política” (Jelin, 2002, p. 49) y se encargó de la producción y difusión de contenido que representaba la cultura política de la militancia comunista. Ambas categorías se presentan como especificidades de su organicidad como intelectual de partido con su experiencia como brigadista, su emprendimiento de registro y su recuerdo sobre aquellos años. De ello, se desprende una pregunta: el emprendimiento de Nino, evidentemente pretende “el reconocimiento social y de legitimidad política de una (su) versión o narrativa” (Jelin 2002: 49), sin embargo, ¿con qué relato/s está en tensión?

En la entrevista nos encontramos con que la autopercepción de Nino como militante comunista y brigadista internacionalista dialoga con su afirmación como documentalista. Vale la pena recordar en este punto que una de una de las vertientes iniciales de la historia social tiene que ver con recuperación de las historias de las clases subalternas y las organizaciones socialistas u obreras por parte de sus protagonistas; los emprendimientos historiográficos abrevan en orígenes militantes y no profesionales o académicos. Así como el PCA tiene una gran cantidad de intelectuales orgánicos que escriben desde sus memorias o el periodismo de investigación su propia historia, la historia de las luchas que llevaron adelante, de las disputas internas, de los liderazgos, y una prolífera política editorial, también están quienes recuperan las voces militantes en otros formatos que, en iguales condiciones, conforman su cultural política.

El propósito explicitado en la entrevista, tiene que ver con fundamentar la solidaridad a contramano de la campaña de desprestigio que supuso el proyecto de enviar una brigada de jóvenes a Nicaragua por parte de la prensa comercial y el gobierno de Alfonsín. Si bien la movilidad de esas personas estaba públicamente restringida a regiones limitadas del país centroamericano, la frontera física del cafetal se extendía simbólicamente tanto para los y las viajeras como para sus detractores: las y los brigadistas viajaban a los confines de la revolución. No obstante, también es interesante observar cómo Nino no sólo habla por el partido, sino que también habla hacia el partido en el documental en un escenario orgánico convulsionado. En este punto, aparecen un conjunto de preguntas: ¿cómo Nino se construye a la militancia en el guion y en la entrevista? ¿Qué nos dicen del contexto partidario estas representaciones de la militancia? ¿El heroísmo como atributo está atravesado por una diferencia de base sexuada? ¿Qué sentidos de internacionalismo[15] y de latinoamericanismo circulan entre los jóvenes comunistas de los ochenta? La pertinencia de estas preguntas no tiene sólo que ver con que son posibles de rastrear en el documental, sino, además, con que ese film es un dispositivo de memoria y de propaganda en el marco de una reconversión partidaria. ¿Cómo se registra lo que pasa en Nicaragua en un contexto en el que el partido estaba en disputa?

 

La brigada de La Fede, la brigada del PC

 

En tanto es parte de la política cultural del PCA, el documental funciona como una propaganda que cierra un acto político de solidaridad internacional. El autor contribuye a la elaboración de un modelo de militante estructurando una valoración moral de ser comunista en la que a la vez estaba sumido; una forma imaginaria colectiva que compartía con sus jóvenes camaradas brigadistas y comunistas que intervienen con sus testimonios en el documental. Inconscientemente o no, el documental, como obra del autor o como resultado de una obra colectiva, propone no sólo difundir la importancia de la Revolución Sandinista, el valor de la solidaridad con esa revolución y la necesidad de defenderla, sino que además registra algunos elementos “afectivos de la conciencia y las relaciones” (Williams, 2008, p. 181) que se vinculan con el rol de la juventud comunista y la política del PCA que se encuentra tironeada entre sectores renovadores y otros conservadores. Entonces, el film produce y reproduce una cultura militante, entendida como sistemas significantes o simbólicos (Williams, 2008) de los comunistas en general y los jóvenes comunistas en particular que, si bien dialogan con elementos de larga data, se manifiestan en un contexto específico y, así como no son homologables a otros grupos políticos, no son transferibles temporalmente más allá de la periodización que delineamos en este trabajo.[16]

Dicho esto, podemos afirmar que el documental, por un lado, legitima a la brigada frente al conjunto social en un diálogo de cara al arco político en la intervención pública. Pero, por otro lado, la película presenta a una juventud renovadora en el partido, cuyos atributos invitan a asentar una forma de ser militante que tiene particular consonancia con la política del Frente de Liberación Nacional y Social (FLNS). El documental arriba a identificar en esas “estructuras de sentimientos” cómo se ve, cómo se es, cómo se viste, con quiénes milita, para qué lo hace y cómo lo hace une joven comunista. Ello contribuye a una memoria cultural en la construcción de estereotipos compuestos de símbolos que los y las comunistas reactivan cuando reflexionan sobre su experiencia. Esta noción nos parece apropiada porque sintetiza la relación entre la militancia y la dirección partidaria. Según Peter Burke (2011), la teoría alemana se refiere a memoria cultural como esos símbolos que pueden ser invocados por las necesidades de las instituciones, sin embargo, de esa idea se desprende que para que sean invocados esos sentidos identitarios deben estar internalizados en los grupos. Estas tensiones, son importantes cuando nos preguntamos por aquellos y aquellas que están detrás de la cámara, por quienes emprenden un proyecto fílmico que genera sentidos que exceden a sus objetivos.

 

El heroísmo militante

 

La militancia comunista que presenta la película está atravesada por un discurso que señala la significación de lo revolucionario. Está claro que en estos años el modelo de revolución para los y las comunistas cambia y el horizonte de proximidad con el socialismo, sin estar al alcance de la mano, se acerca. No sólo cambia el contenido de la revolución que debe llevarse adelante (ya no es una revolución democrática, burguesa y nacional, la aspiración ahora es por una revolución que conduzca al socialismo), sino que además cambia el punto de vista sobre lo verdaderamente revolucionario que acompaña una nueva mirada sobre el modelo (la idea) de “el comunista”, la sensibilidad, el humanismo, el trabajo, la solidaridad latinoamericana, la abnegación.

Por su parte, la propia entrevista de Nino permite subrayar su construcción como un militante desde el heroísmo y la entrega. El hecho de que su tarea de registrar la experiencia no se sobreponga al trabajo, aunque ambas actividades son comprendidas dentro del plano de la solidaridad, habla de la abnegación de un militante que se reconoce primero como clandestino, luego como comunista, después como internacionalista y por último como cineasta.

En el mismo sentido, Claudia y Lucía, aun reconociendo que en términos económicos la cosecha de café por parte de los y las jóvenes argentinas era insignificante, recuerdan que se registraba la producción y se premiaba la productividad. Una de ellas, afirma a modo de chiste que “nos podríamos haber quedado tomando mates en casa y a los nicaragüenses les hubiésemos sido más útil, porque fijate en los datos”[17] refiriéndose al aspecto económico. Sin embargo, en la película, quienes son entrevistadas y entrevistados sostienen que se es comunista no sólo en el pensamiento, sino, fundamentalmente en la acción. Jorge Garra, en tanto jefe principal de la brigada, sostiene en el film que haber ido a Nicaragua es realizar “el sueño de expresar de manera concreta la solidaridad de todo nuestro pueblo”. En la misma línea el documental finaliza con la afirmación de que los y las brigadistas fueron a “dar el esfuerzo solidario y recibir el ejemplo de ese pueblo, segundo territorio libre de América”. Las dos variables del intercambio se equiparan y nos permite subrayar la dimensión simbólica del esfuerzo material.

De esta forma, esta construcción autobiográfica de Nino a la que nos referimos, en la que poco a poco comienza a tomar tareas de carácter orgánico que pasan a ser importantes en tanto ya no se presentan como elecciones aisladas, sino como elecciones de vida, asume la forma militante en la que el deseo de producir material audiovisual convive con su práctica orgánica que es la de cosechar café. Aquella abnegación militante de su condición de cineasta, aunque tenía permiso para no cosechar porque haría el registro fílmico, no sólo expresa el involucramiento de algunos niveles de la dirección en el documental, sino que también permiten inscribir su actitud en una forma de ser comunista que en los años ochenta implicaba aportar a la revolución popular en defensa del imperialismo norteamericano.[18]

Asimismo, esta militancia celebró, tanto en las entrevistas que produjimos como en las que realizó Nino en Nicaragua, que el aprendizaje resultó de “vivir en las mismas condiciones que todo el pueblo nicaragüense”, “la adaptación a la vida, al trabajo, a la relación de camaradería entre los brigadistas y los nicaragüenses”. Alejandro, por ejemplo, rescata la convivencia con “los sandinistas y el pueblo nicaragüense como aprendizaje vital”. Con ello se refiere a que el viaje a Nicaragua le permitió vivenciar “el esfuerzo que para un pueblo significa una revolución y lo que cuesta defenderla, no sólo en el plano militar, sino también la batalla económica”. En ese fragmento del documental, desde una boca tapada por barbas y bigotes, se escucha a un varón reflexionar en torno al aprendizaje sobre el amor al pueblo y la memoria de los mártires que resultaron según su opinión ejemplo para los jóvenes como los de los Batallones Estudiantiles de Producción y dice que “la revolución es también romanticismo por el ser humano.”

En este punto, la brigada parecía prefigurar lo que para los comunistas era la sociedad futura. El acento está puesto en la abnegación, la solidaridad, pero también en la fortaleza física y moral de los y las brigadistas, características homólogas a las del pueblo sandinista. Se subraya que el cumplimiento de los objetivos tiene que ver con la capacidad de adaptación a las condiciones de Nicaragua y, principalmente, al trabajo. La aparición de los y las niñas sandinistas, los espectáculos de títeres preparados para elles, dan cuenta de los sentidos que circulan sobre la importancia de la infancia en el imaginario comunista, valor empatado con el compromiso con las tareas de organización y limpieza.

 

“Nosotras como comunistas…”

 

El heroísmo como atributo, articulado por el humanismo y por el amor, está atravesado por una diferencia de base sexuada. Encontramos que, si bien el espíritu y la energía revolucionaria de la que habla una de las protagonistas de La Batalla del Café son comunes a mujeres y varones, hay abismales desigualdades y formas diferentes de posicionarse frente a ellas.

En las entrevistas realizadas por Nino hay un equilibrio cuantitativo entre varones y mujeres en contraposición a la conformación de la brigada, conformada por 120 militantes de les cuáles sólo 20 eran mujeres, lo que representa apenas un dieciséis por ciento de participación femenina. Sólo excepcionalmente dirigieron a algunos de los grupos que se conformaron para llevar adelante tareas en Nicaragua, tal es el caso de Claudia Korol que fue responsable de una escuadra y (según recuerdan Lucía y Claudia) Marta Rosín era jefa de un pelotón. Sin embargo, tuvieron un lugar protagónico en el documental, no sólo porque al igual que los varones fueron entrevistadas, sino porque su condición de mujeres fue tematizada. Las preguntas que se les hicieron difieren de las dirigidas a los varones. Se las presenta diciendo que son mujeres, no “metalúrgicas”, no “estudiantes”, como en el caso de los varones. Las brigadistas son interpeladas en tanto mujeres más que como militantes a secas, más que como trabajadoras. Aquellas preguntas, luego de esa presentación, apuntan a indagar en aquella particularidad: por un lado, se puntualiza en torno a supuestas condiciones y dificultades diferenciales para la cosecha y la acción solidaria, se les pregunta a las mujeres si su condición de tales las limita de alguna forma. Por otro lado, se las interroga sobre cuál es el rol de “las chicas” de la brigada, se indaga en aquella especificidad. Las respuestas comienzan con afirmaciones en torno a la brigada como un lugar igualitario, donde no hay ni debe haber diferencias entre mujeres y varones, porque a ello se sobreponen los valores del comunismo, de manera similar a las mujeres de las organizaciones político-militares en los años setenta.[19] Si tomamos en cuenta la existencia de una brecha en múltiples aspectos de la vida social que tiene como base la asignación y jerarquización de roles diferenciados a mujeres y varones, en los testimonios de las mujeres aparece explícitamente una negación de esa desigualdad. Sin embargo, la forma defensiva que asumen las respuestas hace suturar un reconocimiento de cierta discriminación. En este sentido, la forma de hacerse un lugar en una revolución comandada por barbudos en la que el rol de la mujer es invariable en su asociación a las y los niños (y por lo tanto al futuro) será la negación de una desigualdad inconscientemente asumida.[20] En otras palabras, en un partido de varones, donde las mujeres reafirman su lugar negando la desigualdad, “nosotras como comunistas” y “nosotras como jóvenes” son las apelaciones identitarias que eligen las mujeres. Ello es contradictorio con el desarrollo de políticas específicas hacia las mujeres que, al menos tibiamente, había emprendido el PCA desde el primer cuarto del siglo XX. No obstante, la apelación a la juventud les permite soslayar la diferencia y redobla la apuesta: no son el “sexo débil”, son el “divino tesoro”, el reservorio de fuerza pujante para la revolución en América Latina.

De ese modo, en las entrevistas se filtran el “gran espíritu de sacrificio”, la “integración de las chicas” y el cumplimiento de los “desafíos físicos” como forma manifiesta del reconocimiento de la diferencia, más no de la desigualdad. Los esfuerzos por “alcanzar las metas de producción” que suponía un “sacrificio físico y moral” más para las mujeres que para los varones, según se desprende del propio guion, montan la ficción fallida y contradictoria de un esfuerzo por superar una diferencia que no se reconoce y permiten identificar representaciones en torno a los roles de género.

En ocasión de entrevistarnos con Lucía y Claudia más de treinta años después, hemos podido indagar sobre este tópico. Las entrevistadas están sin dudas bajo el amplio paraguas del feminismo. Son militantes populares, son mujeres, son independientes económicamente y se cuestionan sus relaciones en los más diversos ámbitos en clave de género. No obstante, frente a la pregunta en relación a las lógicas de dominación patriarcal en el ámbito militante arriba inicialmente un profundo sentimiento y recuerdo de libertad e igualdad que se articula con una juventud idealizada en el marco de las posibilidades que el contexto habilitaba: la militancia, la mística festiva, los volantes impresos en colores, las diferentes parejas, las posibilidades de estudiar y, claro, la posibilidad de viajar a Nicaragua a ser parte de la revolución. Una de ellas nos interpela afirmando: “el recuerdo que tengo más machista de la militancia es en los asados hacer las ensaladas. Los compañeros hacen el asado, las compañeras las ensaladas, ese es el recuerdo más machista que tengo.” Sin embargo, cuando reparan en las lógicas de participación, una sostiene luego de un breve silencio: “ahora, es cierto que uno podría hacer un análisis más profundo, de la conducción y la dirección de La Fede y del Partido y ahí te vas a encontrar con un techo de cristal. Claramente. En las conducciones, ¿cuántas mujeres?” a lo que la otra agrega con énfasis “¡Muuuuuy pocas! A lo largo de la historia…” y la primera concluye “aún en las mejores… en las épocas del viraje…”. La oportunidad de participar de una entrevista en la que ellas establecen un diálogo propio, nos permite recuperar una idea retrospectiva: “yo pienso en el regional sur y veo todas barbas, todos varones”.[21]

Sobre este problema, el documental presenta la particularidad de comenzar con una niña recitando un poema y abre el desenlace con un discurso de una mujer. Así como la niñez es un recurso de apelación a la sensibilidad humanista a lo largo del documental, la valentía de las mujeres también lo es. Ambos fragmentos representan los principios del sandinismo y el socialismo, subrayan la voluntad de vencer al imperialismo y señalan que la revolución es el único camino hacia la liberación de los pueblos. En ambos discursos resulta inviable enunciar una revolución que no sea llevada adelante y defendida por hombres valientes. Las mujeres tienen un lugar y, sin embargo, su presencia se desvanece.

 

“Por América Latina, para la liberación”

 

Esa militancia abnegada y heroica, viril y joven es además latinoamericanista, internacionalista. Habita una patria más grande, el mundo de los pueblos oprimidos por el colonialismo y el imperialismo, pero principalmente de los pueblos latinoamericanos. Esto se manifiesta cuando, a la par de San Martín, aparecen los hombres de las independencias de América Latina y el Caribe, precediendo a los hombres que lucharon y luchaban entonces por lo que el PCA llamaba “la segunda independencia”. En el marco de una política orientada a presentarse como solidaria internacionalmente, se destaca “el corazón” del hombre que se había desprendido del chovinismo y el egoísmo y se rescata su disposición a luchar por cualquier pueblo contra las injusticias. El modelo de heroísmo, es el modelo del Che Guevara. Los brigadistas que partirían a Nicaragua en enero de 1985 recuperaban una tradición y una serie de símbolos y personajes.

La creación del Movimiento de Brigadistas se inscribe en lo que los comunistas consideraban una larga tradición de solidaridad internacional del PCA y, sin embargo, dichas experiencias (que fueron discontinuas) se reorientaron y transformaron cualitativamente durante los años ochenta para funcionar como un vector de cohesión interna alrededor del cual el PCA y la FJC intentaron aglutinar a una numerosa y expansiva militancia juvenil. Hacia adentro de la organización, significaba la recuperación de una tradición cuyos orígenes se remontaban a la solidaridad con la Guerra Civil Española, de la que era una figura emblemática Fanny Edelman, quien estuvo presente en el acto de lanzamiento del movimiento y en la despedida de los brigadistas en el aeropuerto.

Como hemos adelantado, esta era una propuesta que se articulaba con el nuevo programa partidario y era representativa de los cambios que se suscitaron también en el plano de las representaciones. En este sentido, la perspectiva latinoamericanista, la recuperación de un San Martín (quien le da nombre al movimiento de brigadistas) antiimperialista y la reposición de la figura del Che en tanto internacionalista argentino, resultan novedades incisivas que, al mismo tiempo, pueden ser analizadas como estrategias partidarias que buscaron, a partir de la recuperación del pasado, configurar una identidad comunista a tono con las nuevas tareas. Se inauguró un enlace entre los pueblos de Nuestra América que no casualmente se articuló ideológicamente con el FLNS que el PCA propuso como política central desde 1986 y que se referenció directamente en el Frente Sandinista de Liberación Nacional y el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional.

El documental está construido en base a tres recursos fundamentales: la voice over, las entrevistas en las que los brigadistas son portadores del discurso y la mostración. En este sentido, el relato se presenta como una narración expositiva con pretensión de verdad, en la que aparece “la voz de Dios” (Vallejo, 2013) como voz omnisciente, ajena a la historia que relata y que se ubica entre el contenido del documental y el espectador, lo que conlleva a la construcción de un relato verídico, donde el carácter experiencial sobresale. Al mismo tiempo, en su pretendida objetividad presenta pruebas: las entrevistas afirman la importancia de la tarea de solidaridad y las tomas desde afuera que aparecen en el montaje recuperando la convicción de los y las comunistas dan un pretendido aspecto de acceso directo a los hechos.

El documental es una forma de apropiación de aquel presente que reflexiona permanentemente sobre la acción que protagoniza: el documental sobre la brigada del café está construido y realizado por la brigada del café; las preguntas sobre las cuales se sostiene, son en realidad certezas que dan cuenta de una fatalidad política incuestionable y expresan una justificación de la acción solidaria. Una justificación que se enfrenta a ataques externos. Tanto Clarín como La Nación, entre otros diarios de amplia tirada, habían publicado artículos sobre la conformación de la brigada y el viaje de “los 120” a Nicaragua. Las notas criticaban fuertemente el proyecto extraterritorial de La Fede y el PCA, aludiendo a las amplias necesidades en algunas zonas del país que bien necesitarían de la solidaridad de las fuerzas políticas.[22] Estos cuestionamientos son rebatidos en el documental cuya marca permanente es la respuesta a un conjunto de preguntas que podrían plantearse más o menos así: ¿Por qué es importante la solidaridad internacional con Nicaragua? ¿Qué implicancias tiene la tarea solidaria de los y las jóvenes comunistas en la cosecha del café? ¿Cuál es la importancia del proceso de Nicaragua para América Latina? ¿Cuáles son las lecciones de Nicaragua? Son preguntas retóricas que construyen una justificación frente a la reacción de la prensa y el gobierno. Esa respuesta la encarna la voz documentada pero es sorprendente verla magnificada en las memorias de nuestres tres entrevistades y de otros y otras militantes con las que hemos establecido entrevistas para otras investigaciones (Bona. 2018; 2021). Como señalamos más arriba, este es uno de los motivos por los cuales Nino encara el proyecto y es, en parte, lo que lo apura a terminarlo. Que el documental “funcione”, tal como él decía, era que el documental pueda rebatir la campaña de desprestigio.

Aquellas preguntas, a la hora de ser respondidas, implican tensiones entre democracia y socialismo, tensiones que son propias de los conflictos partidarios (fundamentalmente del cambio de línea) en un contexto de celebración de la recuperación de la institucionalidad democrática. A partir de ellas, puede darse cuenta de los cambios que se están preparando al interior del PCA; cambios que afectan a la cultura y la identidad comunista en la cual se encuadra la memoria de las brigadas: la defensa de la democracia y la apuesta por el socialismo son un binomio que atraviesa los debates partidarios y son la síntesis discursiva del XVI Congreso. Las apelaciones, en este sentido, son por la paz; la lucha en contra de la opresión es más defensiva que ofensiva y así es como se interpreta la situación de Nicaragua.

Se destacan las relaciones con la juventud sandinista y los campesinos organizados en el guion como forma de poner de relieve una característica particular de la militancia comunista que rebasa la solidaridad internacional: el internacionalismo, que en estas estructuras de sentimientos implican la sensación de que se es parte de un movimiento más amplio y de alcance global (Álvarez, 2020b). En el mismo sentido, la musicalización se basa en el repertorio latinoamericano de cantautores de la canción de protesta. Principalmente las canciones son de Alí Primera y los hermanos Carlos y Enrique Mejía Godoy; músicos reconocidos internacionalmente como la versión nicaragüense de esa rica experiencia que significó la Nueva Canción Latinoamericana (Velasco, 2007). Permanentemente, se suceden imágenes alusivas al relato de la voz en off sin su sonido original. Eventualmente irrumpen fragmentos de videos con su propio audio donde se ve y se escucha a los jóvenes brigadistas cantando y “agitando”. Estas canciones introducen el discurso de algunos personajes protagónicos, mientras los demás se encuentran formados en filas.

Por consiguiente, en el primer momento del documental se destacan tres elementos centrales que, al mismo tiempo, atraviesan toda la política del PCA en esos años: la solidaridad como proyecto de largo aliento y como parte de la tradición del partido, por un lado, la inscripción latinoamericana, por otro y, finalmente, la fundamentación de la brigada a Nicaragua. Respecto del primero, está construido sobre la recuperación de experiencias de solidaridad que son discontinuas. Fundamentalmente está referenciada en la solidaridad con Vietnam y, más fuertemente con la Guerra Civil española. Las brigadas a España tienen centralidad en la memoria del PCA, pues, en el marco del antifascismo, la organización se movilizó y convocó a la sociedad civil a desarrollar una política de solidaridad efectiva, no sólo envió militantes, combatientes y médicos, sino que también promovió colectas, realizó actividades de visibilización organizando a artistas e intelectuales alrededor de la causa republicana y difundió fuertemente el conflicto. Sin embargo, más allá de la fuerza que esta imagen presenta en la memoria institucional, cultural y de la propia militancia, la irrupción de América Latina, especialmente en los años ochenta, y la reivindicación de Nicaragua como “segundo territorio libre de América” que aparecen en la película y en las entrevistas resignifican la solidaridad.

A propósito de la inscripción latinoamericanista, sostenemos que tiene una centralidad en el documental que desborda el hecho de que Nicaragua es un país caribeño. La recuperación de América Latina se enmarca en una perspectiva transversal a la línea política que el PCA va a adoptar oficialmente desde 1986, cuyo modelo son los movimientos de liberación del “tercer mundo”. Sobre este punto, observamos, por un lado, un reconocimiento de las experiencias de liberación nacional que habían sido levantadas por las izquierdas influidas por la revolución cubana en los años sesenta y setenta, más no con centralidad por el PCA. Esa reivindicación puede ser rápidamente vinculada con la centralidad de la figura del Che en la organización en los años ochenta, pues la significancia del mensaje a la Tricontinental se emparenta fuertemente con esos procesos. Por otro lado, el ciclo de insurrecciones en Centroamérica conducidas por Frentes de Liberación se hermana a la propuesta que los comunistas tienen para el caso argentino.

Lo abigarrado del internacionalismo en la cultura política del comunismo como elemento de la construcción identitaria de esta militancia es en el documental el elemento más destacable. En las entrevistas que realizó Nino como militante y cineasta en 1985 y en las que realizamos en los últimos dos años, se expresan con claridad los modos de sentir, de vivenciar como propias aquellas experiencias que se dieron en otros puntos del mundo, pero fundamentalmente en América Latina. La oralidad nos permite reponer no sólo la circulación de ideas, artefactos culturales y militantes que configuraron la subjetividad de las y los comunistas en contextos muy específicos, sino también esos sentimientos “frente a las injusticias en cualquier lugar del mundo, pero particularmente en América Latina”.[23]  

 

Conclusión

 

A lo largo de estas páginas hemos recuperado una serie de aspectos que permiten vislumbrar algunos de los sentidos que están en disputa hacia adentro del PCA en los años ochenta. Afirmamos que el MBLGSM, el documental como parte de las políticas culturales de la organización y las memorias de militantes recogidas 30 años después de la primera experiencia de viaje nos permiten reparar en la una nueva mirada respecto de la historia partidaria que se manifestó en la recuperación de procesos revolucionarios latinoamericanos y la centralidad de nuevas referencias políticas e intelectuales. Así mismo, subrayamos la configuración de una militancia que construyó su identidad en relación con la historia partidaria, pero también al calor de un nuevo contexto orgánico, nacional e internacional que rediseña las marcas de actuación de los y las militantes comunistas jóvenes.

Por ello, hemos sostenido que el Movimiento de Brigadistas no puede ser comprendido aisladamente del proceso de transformación partidario de los años ochenta, pues es en esa reconfiguración –que se da en el marco de la recuperación de la institucionalidad democrática nacional y de un viraje de los partidos comunistas a escala internacional– que se diseñan nuevas políticas (o se recuperan algunas ya viejas con nuevos sentidos)  que acompañan los cambios internos de la línea política y organizativa del PCA. Por consiguiente, aquí consideramos que las brigadas son parte de una nueva forma de hacer política o, por lo menos, una mediante la cual un sector del partido y fundamentalmente de la juventud va logrando ocupar lugares de poder.

Es en ese sentido que hemos considerado al documental La Batalla del Café como un dispositivo de memoria y de propaganda en el marco de la crisis partidaria. Ello nos permitió afirmar que el documental difunde la importancia de la Revolución Sandinista e incita a la solidaridad para defenderla en diálogo con el conjunto social; y que también pretende, no sólo ser portavoz del partido, sino hablar hacia adentro de la propia organización. En ese sentido, destacamos el rol de los varones y las mujeres comunistas respecto de la lucha por la revolución. Esa representación de la y el militante comunista en un contexto en el que se está produciendo el viraje que se cristalizó en el XVI Congreso, nos invita a reconocer transformaciones en las subjetividades que es posible captar al cruzar el documental con entrevistas de historia oral realizadas recientemente.

 

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Recepción: 07/03/2022

Evaluado: 08/06/2022

Versión Final: 27/06/2022

 



(*) Profesora y Licenciada en Historia (Universidad Nacional de Rosario). Becaria doctoral (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Investigadora (Centro Latinoamericano de Investigaciones en Historia Oral y Social. Asociación de Historia Oral de la República Argentina). Email: vickibonahistoria@gmail.com. ORCID: https://orcid.org/0000-0003-4608-3270

[1] Ficha técnica: La Batalla del Café, Estudios NiNO, Buenos Aires, Argentina, 1985. 69 min. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=jX7Bb-Y9L4c

[2] Las manifestaciones de solidaridad no se circunscriben a los viajes de las brigadas, por el contrario, involucraron una multiplicidad de acciones que van desde actos públicos hasta colectas.

[3] Nos referimos a la apelación que desde el campo de las Políticas Culturales se hace de la comprensión tanto de lo estético como de lo cotidiano o antropológico. Cfr. Ochoa (2003), Miller y Yudice (2002).

[4] El cambio de línea, la nueva política de alianzas y los desplazamientos hacia el interior de la organización están siendo actualmente indagados por un puñado de historiadoras desde diferentes aristas que van desde la solidaridad internacional hasta las políticas culturales, pasando por la línea política y organizacional, la participación de las mujeres en la colectividad y las alianzas políticas. Crf. Bona, 2018, Bona y López, 2020 y Casola, 2020.

[5] La complejidad del actor pueblo, o más bien la imprecisión y ambigüedad de la categoría, se hace presente en los documentos partidarios y aparece un importante mosaico conformado por distintos sujetos sociales a veces más y otras veces menos protagónicos para los que el XVI Congreso tiene un proyecto.

[6] “Frente de acción de masas por la patria liberada y el socialismo. Informe del Comité Central rendido por el camarada Athos Fava”, Editorial Anteo, 4 de noviembre de 1986, p.9.

[7] De 120 brigadistas sólo 20 eran mujeres. Volveremos sobre este punto en el próximo apartado.

[8] Existe un conjunto de intervenciones públicas entre las que se destaca un libro de memoria e investigación de Claudia Cesaroni que con una gran sensibilidad recupera sus memorias de manera articulada con los recuerdos de otros y otras. En Brigadistas (2019), así como en sus diferentes canales públicos, Cesaroni emprende con rigurosidad, sofisticación y gran emocionalidad la tarea de poner en papel las experiencias de los y las brigadistas desde los orígenes de sus militancias. Otro emprendimiento destacado es el documental Los 120, la brigada del café (2016) de María Laura Vásquez, en el que se registra el regreso a Nicaragua de un grupo de brigadistas treinta años después del primer viaje. La película utiliza una importante cantidad de archivo sobre la historia de Nicaragua y la solidaridad internacional, pero se desdibuja la pertenencia e identidad política de los y las jóvenes militantes que se movilizaron; no puede observarse en el guión y en la selección de las entrevistas ninguna referencia explícita al PCA o su juventud.

[9] Paula Fernández Hellmund ha estudiado la solidaridad de los y las comunistas con Nicaragua de manera pormenorizada y con énfasis en fuentes orales. Su tesis doctoral reflexiona sobre la solidaridad internacional comunista a partir del caso de la Revolución Sandinista y ha sido premiado como mejor tesis con la mención “Eugenia Meyer” de Historia Oral Latinoamericana. Resulta una referencia insoslayable sobre esta brigada. Ver: Fernández Hellmund (2015).

[10] En tanto categoría nativa “el partido” con énfasis en el artículo “el” para referirse al Partido Comunista, además de indicar un sobreentendido sobre a qué partido se refiere, es utilizado por los y las militantes para referirse al partido como colectivo, al partido como totalidad, al partido como unidad. Entonces, no se refiere ni a la dirección, ni a al secretariado, ni a la militancia, ni al frente de masas, sino a todo ello junto que aún con contradicciones, se presenta como unidad.

[11] Los entrecomillados corresponden a una entrevista con Nino, militante comunista del conurbano, desde los años 70 hasta la actualidad, guion, dirección, cámara y producción de La Batalla del Café (1985). Buenos Aires, junio de 2019.

[12] La Brigada estaba dividida en Pelotones y Escuadras con responsables cada una de ellas. Había un “Jefe de la brigada” (Jorge Garra) elegido por la dirección partidaria y cuyo papel se anuncia junto con el lanzamiento de la iniciativa.

[13] Entrevista con Nino, militante comunista del conurbano bonaerense, desde los años 70 hasta la actualidad. Buenos Aires, martes 11 de junio de 2019.

[14] La “Ferifiesta del Qué Pasa” o “la Ferifiesta de la prensa Comunista”, un evento destacado y significativo –tal vez tanto como el movimiento de brigadistas– que tiene un peso central en la memoria militante. La “Ferifiesta” fue un festival cultural que tuvo tres ediciones (1984, 1985 y 1986) en la capital del país, así como también otras expresiones locales, y fue anunciada oficialmente como “el evento del año”. El objetivo era generar, a partir de un festival, un “verdadero acontecimiento político y de masas”. Además de la participación de artistas como Mercedes Sosa y Osvaldo Pugliese, se realizaban actividades recreativas, deportivas, mesas de debate, presentaciones de libros y juegos. Había stands temáticos, uno de ellos era el de la brigada. Ver: Bona, 2020.

[15] Para las discusiones en torno a internacionalismo y solidaridad internacional ver Fernandez Hellmund, 2015.

[16] Álvarez (2020a) explica este problema refiriéndose a “capas geológicas que pueden manifestarse en la configuración de la cultura comunista, pero que han sido superpuestas en el devenir histórico con otros elementos.

[17] Entrevista realizada a Lucía y Claudia, ex militantes y brigadistas, realizada en Rosario en febrero de 2018.

[18] Sobre las juventudes en los años 80’s y particularmente sobre la gravitación de la Revolución Sandinista en las identidades juveniles militantes, ver: Manzano, 2018.

[19] Sobre la militancia femenina en organizaciones de izquierda y los mandatos patriarcales en los años 70’s ver: Andujar y otras (2009). Los énfasis historiográficos sobre género y militancia, tanto en argentina como en el Cono Sur, se han concentrado más en las organizaciones político-militares de los años 60’s y 70’s. Ver: Vidaurrázaga Aránguiz (2015) y Longa (2016). Las mujeres comunistas argentinas en los años 80’s no han sido un objeto historiográfico visitado hasta el momento.

[20] Sobre cuerpo y género, Crf. Young, 2005.

[21] Entrevista realizada a Lucía y Claudia, ex militantes y brigadistas, realizada en Rosario en febrero de 2018.

[22] Si bien contamos con un gran conjunto de recortes de diarios sobre el tema que están alojados en una caja del archivo del Comité Central del PCA sin catalogar, nos basamos en la reconstrucción minuciosa que realizó Fernández Helmund (2015).

[23] Parafraseo de la célebre frase del Che en la entrevista realizada a Lucía y Claudia, ex militantes y brigadistas. Rosario, febrero de 2018.