El “anarquismo argentino” en la historiografía anarquista. De la construcción de una noción centralista a la ampliación de la escala geográfica
Ivanna Margarucci(*)
Resumen
El artículo se propone indagar en las transformaciones operadas en la escala geográfica del “anarquismo argentino” a lo largo de más de cien años de historiografía, concentrándose en dos puntos. Primero, la construcción de dicha noción centralista durante el siglo XX, que utilizó la historiografía militante y académica para referirse al movimiento anarquista en Buenos Aires y algunas localidades del litoral y la llanura pampeana. Segundo, la ampliación de la escala de análisis en el siglo XXI, lo que permitió la emergencia del anarquismo en las provincias como objeto de estudio. A partir de este análisis y balance bibliográfico, esperamos aportar herramientas historiográficas y teórico-metodológicas que contribuyan en la elaboración de un mapa más complejo sobre el movimiento anarquista en Argentina en el período previo al peronismo, capaz de discutir con aquellas narrativas que abordaron, negándola, la historia social, política e intelectual de las clases subalternas anterior a 1945.
Palabras clave: Argentina, Provincias, Escala geográfica, Historiografía.
The “Argentine anarchism” in anarchist historiography. From the construction of a centralist notion to the broadening of the geographical scale
Abstract
The article aims to examine the transformations that have occurred in the geographical scale of “Argentine anarchism” over more than a hundred years of historiography, focusing on two points. First, the construction of this centralist notion during the twentieth century used by the militant and academic historiography to refer to the anarchist movement in Buenos Aires and some locations on the littoral area and the Pampean plains. Second, the broadening of the scale of analysis in the twentieth-first century, which allowed the emergence of “anarchism in the provinces” as an object of study. From this bibliographical analysis and balance, we hope to provide historiographical and theoretical-methodological tools that contribute to the elaboration of a more complex map of the anarchist movement in Argentina in the period before Peronism, capable of arguing with those narratives that addressed, denying it, the social, political and intellectual history of the subaltern classes before 1945.
Key words: Argentina, Provinces, Geographic scale, Historiography.
El “anarquismo argentino” en la historiografía anarquista. De la construcción de una noción centralista a la ampliación de la escala geográfica
Introducción[1]
En los últimos años, los estudios anarquistas han tenido una notable expansión tanto en la Argentina como en el resto del continente y el planeta. Al compás de este crecimiento, vinieron los balances (Camarero, 2013; Albornoz, 2016; Fernández Cordero, 2018) y con ellos, las preguntas y los cuestionamientos acerca del rumbo tomado por la historiografía sobre un tema que, en el transcurso del siglo XX argentino, se movió desde el mundo de la militancia al de la academia (Fernández Cordero, 2014; Domínguez Rubio, 2020). Avivada por la publicación en 2001 del libro Anarquistas: Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910 de Juan Suriano, uno de los puntos nodales de la discusión fue la periodización del “anarquismo argentino”. El quid de la cuestión puede resumirse como una “querella de fechas”: concretamente, si 1910 o 1930 representaban un “hito histórico” o antes bien uno historiográfico para datar el “declive” y en última instancia, la crisis de dicho movimiento (Migueláñez Martínez, 2010a; Benclowicz, 2019).
Esos intercambios, ciertamente enriquecedores, no fueron igual de incisivos sobre otro importante aspecto. Como advirtió Agustín Nieto (2010, 2013) en dos artículos de la saga donde conceptualiza el “sentido común historiográfico” presente en aquellos estudios, pensar el tiempo sin espacio resulta un ejercicio incompleto. Es así como la controversia generada alrededor de esos dos años de intensificación de la represión y cambios políticos –la desatada tras los festejos del Centenario seguida de la sanción de la Ley Sáenz Peña (1912) o la sobrevenida con el golpe de Estado de José Félix Uriburu que canceló la apertura democrática ensayada por el gobierno radical– colocó en el segundo plano un necesario debate sobre la escala espacial, cuya ampliación si bien fue superficialmente apuntada en los anteriores balances como parte del tándem de pesquisas a encarar, no recibió la misma atención, salvo excepciones, que la mencionada querella.
La preocupación que atraviesa estas reflexiones puede ser formulada como dos interrogantes complementarios, a saber: ¿Qué sucedió con el movimiento ácrata fuera de Buenos Aires y algunas pocas localidades del litoral y la llanura pampeana en el período previo al peronismo? Y, tal cual observó Nieto una década atrás, ¿por qué es frecuente hablar del “anarquismo argentino” si las investigaciones cuyos títulos encierran tal pretensión de generalidad construyeron en torno a esa noción, un objeto de estudio urbano circunscripto a las fronteras socio-espaciales de la Capital Federal, o a lo sumo, podríamos agregar, de la provincia de Buenos Aires, Rosario y sus alrededores?
Esta forma de hacer historia libertaria “desde el centro” presente, por supuesto, en otras áreas sensibles de la política e historiografía nacional e internacional, fue recientemente considerada por Lucas Domínguez Rubio en un nuevo recorrido “Sobre el anarquismo en la historiografía de la izquierda argentina”. Allí, explica sus razones particulares a partir de un primer argumento irrefutable: el poderío económico (también demográfico) de la región litoral-pampeana basado en el modelo agroexportador, lo que se tradujo en la concentración de la militancia anarquista en ella. A continuación, añade una segunda causa igual de crucial: la falta de conservación de los documentos en el resto del país. La que plantea es una pregunta por la marginalidad político-ideológica de las experiencias libertarias del “interior” y una “discusión no saldada, totalmente abierta que requiere una justificación metodológica sobre cómo brindarles relevancia historiográfica a objetos de estudio periféricos desde la perspectiva centralista desarrollada hasta ahora” (Domínguez Rubio, 2020, p. 39).
Considerando estos antecedentes que efectivamente dejaron un debate abierto, en el presente artículo nos proponemos responder los interrogantes enunciados más arriba a partir de realizar un análisis y balance bibliográfico de un corpus compuesto de ponencias, artículos, tesis, libros y capítulos de libros escritos entre 1911 y 2021 sobre el anarquismo en Argentina. Se trata, en primer lugar, de dar cuenta de la operación historiográfica mediante la cual durante el siglo XX militantes e investigadores construyeron dicha noción centralista (el “anarquismo argentino” con comillas) y, en segundo término, de advertir las huellas por donde en el siglo XXI transitó la historia del anarquismo argentino (en este caso, sin comillas) anterior al peronismo en otras geografías diferentes del eje Buenos Aires-Rosario.
De este modo, en un momento en el que el estudio de los espacios locales, provinciales, territoriales y regionales, así también de las redes transnacionales, ha cobrado gran impulso gracias a la aplicación de nuevos enfoques y perspectivas de los que no quedó al margen la historiografía del movimiento obrero y las izquierdas (Andújar y Lichtmajer, 2019; Ferreyra y Martocci, 2019; Margarucci, 2020b), será posible detectar no sólo áreas de interés y vacancias, sino además líneas de intervención teórico-metodológicas que permitan complejizar y problematizar, no sencillamente completar, el mapa resultante de una idea muchas veces repetida: la existencia de un movimiento ácrata, único y homogéneo, proyectado desde dicho eje “central” hacia la “periferia”.
Las coordenadas espacio-temporales y el objetivo que aquí proponemos se plantean como relevantes, en tanto partimos de una hipótesis que, amén de las condiciones estructurales señaladas y las lecturas en clave marxista o liberal que absolutizaron a éstas como determinantes del proceso histórico, pondera las dimensiones del orden de lo social, lo político y lo cultural de la historia de las clases subalternas anterior a 1945. Siendo 1945 el punto de llegada del presente análisis, no porque se trate de una periodización clásica o tradicional de la historia política argentina capaz de explicar la totalidad de los fenómenos desarrollados en ella, sino porque como parte de esta historia, en espacios económicos diferentes aunque siempre vinculados con el “centro”, el anarquismo y otras izquierdas tuvieron una presencia e intervención entre capturada, distorsionada y desterrada por las narrativas peronistas y antiperonistas, las clásicas y las más actuales, que vieron en la figura de Juan Domingo Perón y la institucionalización del justicialismo la fecha de nacimiento de un proletariado nacional desprovisto de un pasado, a su vez presente, de izquierda.
El texto se divide en dos apartados y las conclusiones. Mientras que en la primera sección analizamos en clave historiográfica la construcción de la noción de “anarquismo argentino”, en el segundo apartado relevamos las producciones de los últimos veinte años sobre anarquismo en las provincias. Con todas estas herramientas, en las conclusiones volvemos a referirnos al debate de la escala geográfica en cuanto apuesta epistemológica y esbozamos una agenda de trabajo a futuro.
Construyendo el “anarquismo argentino”
En 1997 Jorge Cernadas, Roberto Pittaluga y Horacio Tarcus presentaban un “programa de investigación sistemática de la historia de la izquierda argentina” en un artículo que anticipaba el boom producido en el campo historiográfico sobre el que se proponía operar. Entre los apuntes metodológicos relativos a “las dimensiones espaciales” destacaban la ausencia de trabajos que propusieran un enfoque balanceado e integrador de lo regional, lo nacional y lo internacional, siendo la primera de estas dimensiones la más relegada de todas: “descuidada cuando no directamente ignorada” (Cernadas, Pittaluga y Tarcus, 1997, p. 34). Poco más de una década después, le correspondió a Agustín Nieto (2010) sistematizar este señalamiento en un concepto que explicaba tales vacancias en los estudios anarquistas “nacionales” durante casi un siglo. De acuerdo a Nieto, los rasgos generales del que llamó el “sentido común historiográfico sobre ‘el anarquismo argentino’” lo habrían encerrado a éste dentro de un “modelo ejemplar”, delimitado por diferentes fronteras superpuestas las unas a las otras: fronteras temporales (1930), espaciales (la Capital Federal), ideológicas y organizativas (la Federación Obrera Regional Argentina [FORA] y La Protesta Humana-La Protesta) y contenciosas (la oposición a la negociación como estrategia).
Las consecuencias de la difusión de ese modelo fueron determinantes para la elaboración de una narrativa historiográfica divorciada del proceso narrado, consecuencias que se proyectaron desde la historia “oficial” del anarquismo a las más generales del movimiento obrero y las izquierdas en el período pre-peronista. Pues, fuera de los muros de la prisión, otras experiencias divergentes en todos esos aspectos, no hallaron explicación, lo cual terminó redundando en su inevitable oclusión. Poco novedosa, ésta se presenta como una operación historiográfica que comparte presupuestos metodológicos y epistemológicos comunes con aquella detectada en la historiografía del anarquismo latinoamericano, cuyo espacio-tiempo jerarquizado obturó la aprehensión de algunas geografías y periodizaciones ácratas que, contendientes del “modelo ejemplar”, lo desbordaban (Margarucci, 2020b).
En el intento de pensar históricamente esta operación, en el presente apartado estimamos relevante profundizar sobre el proceso y modalidad de construcción de uno de sus rasgos definitorios: la noción de “anarquismo argentino” que impregna de sentido a la expresión análoga “anarquismo en Argentina”, la cual, pese al desplazamiento semántico que supone la elusión del uso del gentilicio, ha pecado en el planteamiento concreto de la escala –no siempre aunque generalmente– de un similar automatismo globalizante.
Como primera cuestión señalaremos la enorme capacidad que tuvieron las primeras historias del anarquismo escritas no por historiadores profesionales, sino por sus militantes, para establecer consensos duraderos. El primer libro que en este sentido podemos reseñar es uno que casualmente constituye la excepción a la regla, aunque enseña una convicción que arraigará sin demasiada problematización en la literatura posterior. En 1911, el catalán vinculado a La Protesta (1903-2015) Eduardo G. Gilimón publicó Hechos y comentarios: seguido de “Paginas íntimas” y algunos artículos de varios escritores, reeditado un siglo después por Libros de Anarres como Hechos y comentarios y otros escritos: El Anarquismo en Buenos Aires (1890-1915). Un ensayo que, en la intersección de la memoria individual y la historia colectiva, se sitúa en la Buenos Aires y el Rosario de entresiglos. Tal cual sugiere su segundo título no hay en él, desde su sincera, aunque discutible justificación socio-espacial, un intento de abordaje nacional, en la medida en que el sujeto objeto de su interés era el trabajador europeo afincado en las urbes, cuna de la civilización, por oposición a “los campos americanos, a las provincias del interior de la Argentina” donde el “pauperismo” no era sinónimo de “cuestión social”, sino de atraso y “miseria que nadie clama ni protesta”:
He estudiado la existencia de los que luchan por variar de condición y no me he ocupado de los que aguantan silenciosamente el látigo del capataz y el robo descarado de las grandes empresas … Paisanos, peones e indígenas, necesitan la palabra del apóstol más que la pluma del historiador (Gilimón, 2011, p. 26-27).
La intervención posterior realizada entre 1925 y 1933 por el principal dirigente del movimiento forista y protestista, el leonés Diego Abad de Santillán, vino a echar por tierra la precaución particularista de su paisano y camarada.
El relato producido en coautoría con Emilio López Arango, otro destacado militante español, en el libro El anarquismo en el movimiento obrero (1925), seguido de “‘La Protesta’. Su historia, sus diversas fases y su significación en el movimiento anarquista de América del Sur” (1927), El movimiento anarquista en la Argentina, desde sus comienzos hasta 1910 (1930) y La F.O.R.A.: Ideología y trayectoria del movimiento obrero revolucionario en la Argentina (1933) presenta, según se infiere de estos encabezados, un esquema estructurado en torno a los rasgos del “sentido común historiográfico” tal cual lo define Nieto. Esto es, un anarquismo que se explica a partir de un vínculo indisoluble y exclusivo, aunque temporal con el movimiento obrero “revolucionario”, cuya expresión gremial por excelencia fue la FORA, así como periodística La Protesta. Esta particular e “intensa” imbricación que, según el propio Abad de Santillán (1930, pp. 8-9, 137), “ha tenido su virtud, pero ha tenido también sus desventajas”, constituiría “la característica principal del anarquismo en Argentina”, el mismo que, a diferencia de Gilimón, acaba proyectándole con la preposición “en” una extensión que cubre de norte a sur y de este a oeste el territorio argentino.
El razonamiento parte de una intencionalidad político-institucional antes que de la de escrutar la dimensión real del movimiento: “al estar reconstruyendo los vaivenes de una organización pretendidamente ‘nacional’, se confía en que se está escribiendo una historia de alcance nacional” (Nieto, 2010, p. 236) sin dejar debida constancia de un alcance semejante. Si consideramos atentamente el conjunto de libros y artículos mencionados, observaremos que el marco espacial en el que se teje el texto de sus historias superpuestas era menos vasto: el área comprendida desde las dinámicas Buenos Aires capital y provincia, hasta Rosario y sus alrededores. Este es “el interior del país” donde entre 1910 y la “actualidad” de Santillán (que va, dependiendo de la obra, de 1925 a 1932), se desenvolvían sujetos, agrupaciones gremiales o de propaganda y publicaciones. En El movimiento anarquista… dice, por ejemplo:
Aunque Buenos Aires era el centro principal de actividad, numerosos propagandistas estaban esparcidos por el interior del país; en Rosario había diversos grupos activos y organizaciones obreras bastante fuertes; en Santa Fe se distinguían elementos como J. M. Piedrabuena, González Lujan, Ragazzini, a comienzos de este siglo (Abad de Santillán, 1930, p. 75).
En relación a este momento y otros posteriores, las ciudades de Córdoba, Tucumán y Mendoza son mencionadas en contadas oportunidades, aun cuando tal como podemos sospechar a partir de las pistas que él mismo provee, a principios del 900 el pulso organizativo y editorial del anarquismo tucumano se encontraba en ascenso. El centralismo y el alto grado de abstracción de este discurso que orbita en torno a Buenos Aires lleva al dirigente leonés a afirmar y negar en el mismo acto la existencia de un movimiento anarquista en el “interior” durante esta temprana etapa, sin interesarle avanzar en una caracterización que trascienda la línea episódica dedicada al grupo o periódico –verdadera rareza, por fuera del “centro”–, lo que supone un ejercicio más complejo que la mera exclusión. Salta, en cambio, aparece en dos ocasiones: a raíz de la participación de los Mozos y Carreros en el Congreso de Unificación FORA-Unión General de Trabajadores (1907) y de los Dependientes de Comercio en el de Fusión (1909). Santiago del Estero en una sola, representada por sus Oficios Varios en la persona de Sebastián Marotta en el IX° Congreso que dio vida a la FORA sindicalista revolucionaria (1915) (Abad de Santillán, 1933, pp. 168, 169, 243). Es decir, de algún modo, la cartografía se va expandiendo –muy limitadamente– conforme Abad de Santillán avanza en la periodización hacia 1930. En 1925 le dedica con López Arango un párrafo a “la huelga de La Forestal, sanguinariamente reprimida por la policía y el ejército, y la epopeya de la Patagonia, que duró más de un año y que tuvo un epílogo inolvidable en una masacre feroz”, reputados en 1927 en el espacio de un renglón como una “gran huelga” y un movimiento “de gran trascendencia” respectivamente (López Arango y Abad de Santillán, 1925, p. 32; Abad de Santillán, 1927, p. 68).
Más allá de estas dos excepciones aisladas, el resto de las referencias extra-capitalinas y litoral-pampeanas no son incorporadas en dicha narrativa por su “trascendencia”, sino por su relación con el movimiento anarquista del “centro”, en cuanto mera extensión o contrapunto de él según se desprende de los listados de asistentes a los congresos “nacionales” orquestados por la FORA que, por supuesto, tienen lugar en la capital. Ni individualistas y anti-organizadores, ni anarquistas novenarios, ni anarco-bolcheviques y antorchistas … ni ninguna otra heterodoxa manifestación, local y, mucho menos, del “interior”, que desafíe la ortodoxia forista-protestista caben, por tanto, dentro de este esquema tan ceñido como poco complejo.
Un escrito muy consultado de la época, que acompañó el aludido artículo de Santillán sobre La Protesta en el Certamen Internacional del periódico en su 30° aniversario, fue la “Contribución a la Bibliografía anarquista de la América Latina hasta 1914” del militante e historiador austríaco Max Nettlau, la cual, pese a su carácter de relevamiento biblio-hemerográfico, podemos pensarla en el mismo sentido que la anterior intervención. En la sección “Argentina”, de los 131 periódicos relevados corresponden sólo a 6 provincias: 118 (89,87%) a la de Buenos Aires (con 109 [83%] a la Capital Federal), 8 (6,1%) a Santa Fe (con su totalidad a Rosario), 2 (1,52%) a Entre Ríos, 1 (0,76%) a Córdoba, 1 a Mendoza y 1 a Tucumán (Nettlau, 1927, pp. 13-14, 22-25).
El listado ilustra la concentración de la actividad editorial, pero es posible que haya una tendencia a la sobrerrepresentación del área litoral-pampeana, pues éste no reúne la prensa existente o conocida en ese entonces de la Argentina (faltan, por ejemplo, las publicaciones tucumanas detalladas en la última nota al pie excepto Germinal), sino las que Nettlau llegó a acopiar hasta 1914 como parte de su archivo personal gracias a sus conexiones transnacionales. Importante mencionarlo, porque dicho fondo constituyó en los años 30’ la piedra basal a partir de la cual se fundó el Instituto Internacional de Historia Social (IISH) de Ámsterdam, transitado décadas después por una pléyade de investigadores del “anarquismo argentino”. Pese a su inconmensurable valor (la mayoría de esos periódicos no se conservaron en físico en el país), se trata de una colección que, como otras, tenía en 1920 y continúa teniendo evidentes límites, toda vez que se la quiera utilizar como insumo documental único o principal de una historia tendencialmente más “federal” de ese anarquismo.
Antes que “la anarquía” se convirtiera “en objeto de examen” (Nettlau, 1927, p. 5) en el mundo de la academia, otra historia militante, esta vez procedente de las filas de la izquierda nacional vendrá a reafirmar el consenso establecido por la plana mayor de la FORA y La Protesta. En un libro editado en 1960, el dirigente gremial peronista Alberto Belloni intentó rastrear la senda histórica transitada por la clase obrera durante casi medio siglo que la llevó Del anarquismo al peronismo. Es decir, hay aquí una identificación entre trabajadores y movimiento anarquista, que hace extensiva a la base social del peronista, del mismo modo que 1905, año en que fuera celebrado el V° Congreso de la FORA en el que adopta el anarco-comunismo, representa “En nuestro país el apogeo del anarquismo” (Belloni, 1960, p. 22). Con todo, Belloni (1960, pp. 10-11) se desdice páginas atrás cuando, pese a las palabras con las que inicia la frase, argumenta que “las primeras organizaciones obreras argentinas tendrán una expresión combativa bien acentuada, fallando sus hombres por ser extranjeros, en la estrategia de la lucha”: desconocer el carácter dependiente de la formación nacional e ignorar a la oligarquía y el imperialismo como sus principales enemigos. Fue así como todos sus esfuerzos se concentraron “contra los patronos industriales, principalmente de la ciudad de Buenos Aires”, lo cual los condujo a una “lucha ‘izquierdizante’ sin bases nacionales populares … desarraigadas del país”. La nacionalización del proletariado implicó quebrar la “errada trayectoria hasta ese momento” al tiempo que lo dejó en una “orfandad ideológica total”, vacío que logrará llenar un nuevo movimiento como el peronismo, “contradictorio en sus métodos y en sus fines, pues es una combinación de radicalismo, nacionalismo y socialismo”.
Sin acordar plenamente con Gino Germani (1962) respecto de los orígenes del movimiento encabezado por Perón en la clave de las migraciones internas, los “nuevos obreros” y las “masas en estado de disponibilidad”, esta interpretación basada en la oposición entre capital-“interior” y la idea de la “orfandad ideológica” –la “falta de integración”– empalma con la teoría del sociólogo italiano (Macor y Tcach, pp. 11-12) y ambas dialogan muy bien con las fronteras-muros levantadas por Abad de Santillán y compañía alrededor de la historia del “anarquismo argentino”. Más extremas serán otras voces de la izquierda nacional como la de Rodolfo Puiggrós, simpatizante él mismo en su juventud de las ideas ácratas:
Con la inmigración recalaron en las playas argentinas el anarquismo y el socialismo. El anarquismo encontró su caldo de cultivo en la pequeña producción artesanal, en el gremialismo primitivo y en aquellos intelectuales cuya inadaptación al medio se traducía en un individualismo utopista y pasional. La industrialización lo hirió de muerte…Anarquistas y socialistas actuaban dentro de los círculos predominantemente de inmigrantes, que resultaban del trasplante a la Argentina de las condiciones socioeconómicas y de las relaciones de clase de las regiones de donde provenían. Ni los anarquistas en la época que dirigían casi la totalidad del movimiento obrero, ni los socialistas cuando ganaban las elecciones en la ciudad de Buenos Aires, derribaron la muralla que los separaba del proceso histórico nacional concreto. (Puiggrós, 1967, p. 42).
En abierta discusión con la anterior historiografía “nacional-populista”, así también con su contendiente, la liberal, el escritor y crítico literario David Viñas (1971) propondrá algunos años después un nuevo y original recorrido que iba De los Montoneros a los Anarquistas. El ensayo de su autoría se inicia en la segunda mitad del siglo XIX con las montoneras lideradas por el “Chacho” Peñaloza, Felipe Varela y Ricardo López Jordán y culmina en 1909 con el asesinato del coronel Ramón L. Falcón a manos de Simón Radowitzky. Como en el ejercicio realizado por Belloni, se trata de construir una genealogía que tiene a los anarquistas ya no como punto de partida, sino de llegada, cimentada a partir de la continuidad de la lucha en contra del proyecto liberal que se impondrá, precisamente, con la liquidación de esas primeras formas de rebelión popular. El escenario, de este modo, cambia entre una y otra manifestación de rebeldía: de las provincias a la Capital Federal, espacios geográficos, sociales y políticos presentados, una vez más, como contrapuestos. Este último es de hecho concebido como el germen a instancias de cual hubo de surgir tanto el anarquismo como el socialismo. “Amontonados” luego de haberse frustrado la ocupación de las tierras del “interior”, sometidos a la “precariedad” de la vida en el conventillo de la ciudad (Viñas, 1971, p. 154), los inmigrantes europeos –los “gringos” igualmente contrapuestos a los “criollos”– serán en el entresiglos porteño los protagonistas de la organización obrera y la conflictividad social que desembocó en una violencia urbana análoga a la rural aplicada por la oligarquía contra las montoneras y, finalmente, el asesinato de Falcón, necesaria respuesta ante ella, “acción aparentemente individual … que prefigura, en su secreto, la muerte de un sistema” sentencia Viñas (1971, p. 271) en la última oración de un verdadero texto de combate.
Mientras ese combate por el pasado y el presente fue cancelado con la brutal represión y la censura local, el extranjero fue en los años 70’ el escenario de dos contribuciones-hito: las historias del movimiento anarquista del israelí Iaacov Oved y del español Gonzalo Zaragoza Ruvira. Si bien sus libros fueron publicados –también en el exterior– con una diferencia de casi 20 años (el de Oved, El anarquismo y el movimiento obrero en Argentina, en 1978 y el de Zaragoza, Anarquismo argentino [1876-1902], en 1996), ellos surgieron de dos tesis doctorales elaboradas de forma simultánea (“Orígenes del anarquismo en Buenos Aires, 1886-1901”, defendida por el segundo en 1972 en la Universidad de Valencia y “El anarquismo en los sindicatos obreros de la Argentina a comienzos del siglo XX [1897-1905]” sustentada por el primero en 1975 en la Universidad de Tel Aviv). Ambas tesis-libros, temporalmente ubicadas en el tránsito del siglo XIX al XX, evidencian desde sus títulos una misma concepción obrero-forista y vocación nacional que las historias militantes hasta aquí reseñadas.
Si bien Zaragoza (1972b) habla originalmente de un “anarquismo bonaerense”, en el resto de los artículos publicados a lo largo de la década (Zaragoza Ruvira, 1972a, 1978) recurre una y otra vez a la expresión “anarquismo argentino”, la cual antes que ser una suerte de estrategia editorial (Nieto, 2010, p. 237) constituye una extrapolación realizada entre dos conceptos que, pese a comprender que no son sinónimos, resultan al final de cuentas intercambiables. La falta de problematización se evidencia desde el comienzo de los libros cuando sus autores justifican el recorte temporal adoptado, pero no hacen lo mismo con la escala geográfica, ni tampoco realizan un necesario reparo metodológico sobre tal extrapolación que uno y otro cometen.
Así, de nuevo, la región litoral-pampeana con Buenos Aires y Rosario como principales focos, representan la totalidad del país. “En 1887 fue notorio un despertar considerable en la actividad anarquista de la Argentina … ese año actuaban en la Argentina ¬–repite Oved– varios círculos y grupos anarquistas”. ¿Dónde? En la Capital Federal, La Plata y Rosario detalla en las páginas siguientes (Oved, 1978, pp. 72-75). El modelo, levemente extendido por Zaragoza, responde al esbozado por Gilimón y décadas más tarde, por Puiggrós. “El anarquismo fue en la Argentina un producto de importación, una ideología llegada de Europa, difundida entre un proletariado de origen europeo y que intentaba reproducir opciones revolucionarias elaboradas en y para Europa” (Zaragoza Ruvira, 1996, p. 16), es decir, un cuerpo de ideas importadas que irradiaba como imitación siempre desde el “centro” a la “periferia”. Desde Europa a Buenos Aires, desde Buenos Aires a los núcleos urbanos del “interior” habitados por una población con determinadas características: europea, como en el caso del “grupo libertario italiano” que en 1892 actúa en San Salvador de Jujuy (Zaragoza Ruvira, 1996, p. 187) u obrera de vanguardia, como los panaderos en huelga que, en varias oportunidades, ponen en jaque la esperable quietud de una ciudad como Tucumán. De este modo, concluye que “para los anarquistas argentinos Europa estaba emocionalmente cerca y la América vecina estaba lejos… Es muy raro encontrar una conciencia americana” (Zaragoza Ruvira, 1996, p. 396).
Esta interpretación que decanta como señala Nieto (2010) en una generalización de lo particular y una homogeneización de lo heterogéneo (aun cuando entre lo particular y lo heterogéneo podamos hallar funcionando lo que se proyecta como general y homogéneo, esto es, el “modelo ejemplar”), antes que matizada, queda confirmada con las inclusiones que probarían el carácter argentino de su objeto de estudio. Por ejemplo, en la lista elaborada por Oved (1978, pp. 425-428) de las ciudades y pueblos donde hubo suscripciones a La Protesta Humana (1897-1903) entre 1897 y 1901, localizados en Buenos Aires (86), Santa Fe (17), Córdoba (4), Entre Ríos (3), Corrientes (1), el Territorio Nacional del Chaco (1), Tucumán (1), San Luis (1), San Juan (1), Mendoza (1), Neuquén (1) y el Territorio Nacional del Chubut (1), espacios que, en su gran mayoría, no son mencionados siquiera una sola vez en el cuerpo del texto. O bien, en los dos acápites de los capítulos VI y VII que Zaragoza le dedica a “El anarquismo fuera de Buenos Aires” (pero no muy lejos de allí, vale aclarar), los cuales suman un total de 10 páginas sobre las 539 del libro.
Siguiendo la estructura narrativa y argumentativa de ambas contribuciones, no parece haber en ellas una elección premeditada de dicha escala, sino antes bien la perpetuación de la noción de “anarquismo argentino” que se explica fundamentalmente a partir del corpus documental en el que se apoyan, el mismo que fue relevado, entre otros repositorios, en el IISH, los archivos consulares de Londres y Madrid y –en el caso particular de Zaragoza– algunas bibliotecas anarquistas y socialistas de Barcelona y Buenos Aires. Es que tanto las historias militantes del anarquismo como las historias del movimiento obrero “argentino” que comenzaron a redactarse para la misma época tomando como fuentes indiscutidas a las primeras (Spalding, 1970; Solomonoff, 1971; Godio, 1972, 1987), junto con los periódicos editados en Buenos Aires, Rosario y un puñado de localidades del “interior”, poco podían aportar para su replanteo. Sobre todo, si dichas publicaciones eran leídas e interrogadas con las anteojeras heredadas, que direccionaban en un sentido la mirada de dos historiadores extranjeros –recordémoslo– y les impedían ver más allá de ellas. Así, si bien es cierto que, por citar cuatro ejemplos porteños, en las páginas de El Perseguido (1890-1897), El Obrero Panadero (1894-1900), La Protesta Humana seguida de La Protesta o El Obrero (1898-1903), la presencia del movimiento fuera de área litoral-pampeana es relativamente marginal, ni Oved ni Zaragoza se preocuparon por seguir la pista de esos pocos aunque sugerentes indicios y construir un relato histórico tendiente a balancear el desequilibrio regional, desmontando a partir de él la noción de un “anarquismo argentino” una y otra vez validada.
Las décadas siguientes traerán nuevos aires a una historiografía que se vio impulsada de forma decisiva a partir de los esfuerzos convergentes de Oved y Zaragoza y los estudiosos locales del movimiento obrero. Las preguntas por los sujetos invisibilizados en esas historias, como las que se hacía Maxine Molyneux (1986, p. 119) cuando señalaba que “Los principales historiadores del anarquismo argentino –Max Nettlau, Diego Abad de Santillán e Iaacov Oved– apenas si notan la existencia de La Voz [de La Mujer (1896-1897)], sin analizar su contenido ni explorar su relevancia”, fue determinante para la irrupción de las mujeres en los estudios libertarios con esta primera aproximación dedicada a analizar el contenido y el contexto social del periódico femenino desempolvado por Oved en el IISH, a la que se le sumará una apuesta más ambiciosa desarrollada en paralelo, igualmente interpelada por las “formas opacadas de nuestra historia” (Barrancos, 1990, p. 11). Nos referimos a la investigación de Dora Barrancos plasmada en su tesis de maestría defendida en la Universidad Federal de Minas Gerais en 1985 que se publicó en 1990 como libro, donde estudia el rol desempeñado por el anarco-comunismo en la constitución de una nueva subjetividad, masculina y femenina, a partir de la educación y la problematización de las costumbres en el contexto de “la Argentina de principios de siglo”.
Así, junto con el fin de la hegemonía de los hombres escritores y un masculinizado movimiento obrero, se ponía en entredicho la vieja asociación anarquismo-trabajadores-FORA-La Protesta. Eran otros los actores, en verdad, las actoras, las responsables de comenzar a derrumbar el muro ideológico y organizativo, también de género, detrás del que había sido recluido el movimiento anarquista. Comenzaron pero no terminaron de derrumbarlo, porque si bien “La voz feminista” que se escucha a partir de los años 80’ (Fernández Cordero, 2018, p. 81) representa una evidente transformación, ninguna de sus impulsoras desestimó la noción de un “anarquismo argentino” concentrado en Buenos Aires (área donde se focaliza el estudio de Molyneux) o a lo sumo en las “ciudades-puerto” y la “Pampa gringa” (área en la que lo hace Barrancos), ni esta última logró desvincular por completo la educación y las costumbres de las “masas trabajadoras argentinas” y su representante sindical casi natural, la FORA. Aun cuando sea ella quien suscriba una salvedad, que en su formulación final matiza la ausencia de grises propia del “sentido común historiográfico” y su “modelo ejemplar”:
Me permito extrapolar el término de transversalidad [cultural] a lo ocurrido con el grupo-sujeto compuesto por los anarco-comunistas durante las tres primeras décadas de nuestro siglo, más allá de las enojosas divisiones que presentaron; y aún me atrevería a extenderlo al conjunto doctrinario, aunque poniendo provisoriamente entre paréntesis sus innegables diferencias nacionales-regionales (Barrancos, 1990, p. 15).
Con la exhaustiva indagación de Barrancos orientada por un principio señalado en la misma introducción, “Educación y cultura –toda la cultura– serán cuestiones medulares para el anarquismo” (Barrancos, 1990, p. 12), quedaban sentadas las bases del giro cultural que se habría de concretar 11 años después con la aparición de Anarquistas: Cultura y política libertaria en Buenos Aires, 1890-1910 de Suriano (2001), resultado de una tesis de doctorado sustentada en 1998 en la Universidad de Buenos Aires. Un libro “síntesis”, el “más relevante”, el “más importante producido localmente” (Albornoz, 2016; Fernández Cordero, 2018, p. 90; Domínguez Rubio, 2020, p. 33), calificativos que dan cuenta de su capacidad para reconstruir y sintetizar la dimensión política, cultural y ritual del anarquismo porteño entre la última década del siglo XIX y la primera del XX, a la vez que para tensionar las viejas representaciones existentes sobre éste y aquellas.
Alternativamente, su importancia puede medirse por la polémica historiográfica que generó, tanto en el nivel de la periodización que instituyó como su fecha de declive, así como en el de la escala espacial que propuso. Una escala que, según critica Nieto (2013), incurre en el mismo desplazamiento conceptual consumado por Zaragoza. Pero aquí, ya no hablamos de una extrapolación “anarquismo en Buenos Aires” - “anarquismo argentino” entre producciones diversas con fechas de publicación también diversas (Suriano, 1995, 1997, 2005), sino al interior de una misma obra en cuya introducción Suriano fundamenta la necesidad de focalizarlo en la primera ciudad
…porque el anarquismo vio limitado su alcance nacional: si bien se detectan núcleos o militantes en diversas zonas del interior, su peso fue casi irrelevante en aquellas sociedades de carácter tradicional. En cambio, su presencia se concentró en las áreas más dinámicas de la economía como las grandes ciudades del litoral. (Suriano, 2001, p. 17).
Las razones en la que se apoya son dos, planteadas en el mismo nivel en que luego lo hará Domínguez Rubio (2020) en el balance citado en la introducción, aunque ratificando, no sometiendo a debate, la marginalidad de esos núcleos o militantes y, en última instancia, el centralismo. En el cuerpo del texto, el autor señala que “Buenos Aires era el centro político y la ciudad puerto más importante del país”, el centro económico-financiero y el “centro urbano de mayor significación donde se concentraban buena parte de la industria, los servicios y el comercio”. Para sorpresa del lector, agrega: “De manera deliberada o no”, los anarquistas “eligieron” esta ciudad para actuar políticamente. Luego, en una nota al pie introduce un segundo tema “no menor”: “la ventaja metodológica” que ofrecía “centrar la atención en Buenos Aires… debido a la seria dispersión y carencia de fuentes” por fuera del IISH de Ámsterdam, “el reservorio más importante (por cierto, incompleto)”. “En Argentina no existe una sola colección de fuentes de relevancia” aclara, listando las deficiencias que presentaban los repositorios anarquistas (Biblioteca Popular José Ingenieros, Federación Libertaria Argentina) y estatales (Biblioteca Nacional, archivos policiales y judiciales), en su mayoría, de la capital. “En estas condiciones se hace difícil reconstruir una historia exhaustiva del anarquismo a nivel nacional” (Suriano, 2001, p. 29).
Como Gilimón, Puiggrós y Zaragoza, aunque más sofisticadamente, una de las derivaciones ideológicas de la escala geográfica en la que Suriano sitúa su análisis es que el anarquismo “local” –el porteño o el “argentino”, no queda claro– desarrolló una teoría endeble, casi como una copia de la receta elaborada en y para el viejo continente: “la lectura de la sociedad local” realizada por los inmigrantes europeos “estaba teñida por la transposición mecánica de las vivencias anteriores”. “Rigidez doctrinaria”, “falta absoluta de pragmatismo”, en suma, “una realidad que se les escapaba de las manos rápidamente”, “alejaban al anarquismo de las masas” (Suriano, 2001, pp. 83, 88-89).
El interrogante que surge como corolario de estas reflexiones es si ese anarquismo realmente vio “limitado su alcance nacional” así como su desarrollo teórico, o tales limitaciones pueden explicarse a raíz de la “ventaja metodológica” que suponía, no sólo para Suriano sino para todos los autores que transitaron este apartado, “delimitar el objeto de estudio” en torno a Buenos Aires frente a semejante escenario archivístico.
Con todos sus aportes y problemas, el libro de Suriano marca un punto de inflexión en la historiografía del “anarquismo argentino”. Tras su publicación, quedó consumada la labor iniciada por Barrancos: desenraizarlo del movimiento obrero y a éste y aquel de la dupla FORA-La Protesta. Para la misma época, a su vez, se consolidó definitivamente un campo historiográfico, cuyos estudios, aunque influenciados por Anarquistas…, discurrieron temática y metodológicamente por distintos caminos. Así llegarían a ponerse en tensión otros rasgos del “sentido común” dominante. Uno de ellos será la frontera espacial.
Nuevas geografías en clave libertaria
No hace falta detenernos en las condiciones de producción locales que, con el cambio de siglo, abonaron tal expansión, cuya curva ascendente acompañaba en verdad una tendencia global (Margarucci y Migueláñez Martínez, 2021). Laura Fernández Cordero (2018, p. 90) atendió ya a esas “tareas indispensables como la organización de archivos, la multiplicación de las ediciones y la celebración de encuentros y jornadas” y sus notables resultados mensurables en el aumento de la bibliografía relativa al anarquismo. En todo caso, el aspecto sobre el que nos interesa reparar, tiene que ver con las decisiones que esa nueva masa de estudios disponibles tomó con respecto a la escala espacial.
Así, mientras que algunas investigaciones que se perfilaron como contribuciones novedosas hechas desde otras disciplinas como la literatura optaron por no cuestionar la noción de “anarquismo argentino” (Ansolabehere, 2008; Di Stefano, 2009), en el campo de la historia otras pesquisas comenzaron a preocuparse por ajustar el recorte, colándose en sus títulos, a la sazón de la de Suriano, la expresión “en Buenos Aires” (Anapios, 2012; Albornoz, 2015) o incluso antes, “rioplatense” (Doeswijk, 1998, 2013). Sin embargo, este ejercicio no desterró esa noción heredada del siglo pasado, ni de la nueva historiografía obrera y anarquista que niega o reafirma el giro cultural (Ceruso, 2011; Cives, 2019), ni de otra más general formateada a partir de una matriz de pensamiento liberal-funcionalista, en cuyo abordaje de “la izquierda y las clases populares” entre fines de siglo XIX y la primera mitad del XX aparecen hiperbolizadas las consideraciones sociológicas e ideológicas que tradicionalmente la acompañaron a aquella (Hora, 2019).
Es decir, el proceso que describimos se alimenta de tendencias sino contradictorias, al menos opuestas: la pervivencia del centralismo y su replanteo, que detectamos ya en ese intento, no siempre concretado, de ajuste en el relevamiento documental y la escritura de historias que tienen por primera vez un alcance nacional menos impostado y más real (Acri y Cácerez, 2007, 2011; Domínguez Rubio, 2018a).
Esta nueva orientación constituye el emergente de una labor que, desde el año 2000 a esta parte, ha comenzado a indagar en las historias del anarquismo en otras geografías diferentes del eje Buenos Aires-Rosario. Historias que si bien no derribaron la barrera litoral-pampeana en la que éste persistía encapsulado, sí han venido a cuestionarla a partir de tematizar la existencia de experiencias libertarias que habían tenido un registro prácticamente nulo en la historiografía, incluida la anarquista. Dicho de otro modo, alejados de una “noción agregativa del conocimiento histórico” (Galucci, 2016), este avance en el campo no alcanza aún para hablar de una historia del anarquismo argentino, ni de algo parecido, aunque sí merece que concentremos nuestra atención sobre él en las próximas páginas. Sobre este punto, volveremos al final del apartado y las conclusiones.
En el intento de continuar identificando tendencias, podemos apuntar que la ampliación de la escala geográfica se produjo “a tientas”, comenzando por los espacios locales o provinciales con cierto peso económico en el esquema del modelo agroexportador y tradición ácrata, mencionados, aunque representados por el “sentido común historiográfico” como la “periferia” de Buenos Aires. El punto de partida de estas primeras indagaciones fue, no casualmente, dos periódicos anarquistas vinculados con La Antorcha porteña (1921-1932) –es decir, ideológicamente ubicados en la vereda opuesta de La Protesta– excepcionales por la cantidad de números editados y preservados, “descubiertos” en el casi infinito catálogo del IISH de Ámsterdam. Nos referimos a Pampa Libre de General Pico, La Pampa (con 147 números entre 1922 y 1930), trabajado por Jorge Etchenique (2000) en su libro extensamente citado sobre el movimiento anarquista, urbano y rural, del Territorio Nacional de La Pampa entre 1915 y 1930, y Brazo y Cerebro de Bahía Blanca, Buenos Aires (con 103 números entre 1922 y 1930), estudiado por María Laura Monedero (2000) y Lucía Bracamonte (2006) en una tesis de licenciatura sobre la misma publicación y un artículo acerca de la “cuestión femenina” en la prensa bahiense respectivamente. Mientras que los autores y autoras lograron acceder a estos materiales a partir de las gestiones hechas por instituciones locales ante el IISH, todos los rollos de microfilm con periódicos anarquistas de la Argentina allí atesorados llegarán en 2005 al Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) de Buenos Aires, lo cual constituyó un antes y un después para esas “tareas indispensables” que alimentaron la producción in situ sobre el anarquismo, ya sea en el ámbito de la capital y Rosario o en el de las provincias.
Además del libro de Etchenique, contamos con el capítulo de un voluminoso texto de historia territorial-provincial que piensa la historia libertaria de La Pampa de forma general (Lanzillota y Folco, 2008), hecho en sí mismo destacable que no volverá a repetirse en otras historias de regiones, provincias o ex Territorios Nacionales cuyo foco sigue siendo predominantemente institucionalista. El resto de las contribuciones que fueron apareciendo se mantuvieron en un nivel más particular, teniendo a Pampa Libre como fuente y objeto de estudio principal, aunque no exclusivo: los personajes, hombres y mujeres, vinculados con este “Periódico quincenal anarquista” u otra “Hojita del sentir anárquico femenino” muy cercana (Nuestra Tribuna, Necochea-Buenos Aires, 1922-1925) (Togachinsky, 2007, 2012); las prácticas editoriales y culturales desarrolladas en torno a aquel (Lanzillota, 2006, 2007; Annecchini, 2017). Por fuera del antorchismo, Scandizzo intentó dar a conocer desde el suplemento dominical de un diario local, La Arena, las trayectorias individuales y apuestas colectivas de una FORA igualmente activa. Siguiendo la línea de trabajo cultivada por Eduardo Sartelli sobre el capitalismo agrario y los procesos de organización de los trabajadores rurales, la tesis de licenciatura publicada como libro de Gonzalo Folco (2017) aportó profundidad sobre uno de los temas identificados por Etchenique: la hegemonía política del anarquismo en el agro pampeano entre las décadas de 1910 y 1930.
En el caso de Bahía Blanca, Monedero y Bracamonte van a dar inicio al estudio del movimiento anarquista de esta importante ciudad ferro-portuaria y sus alrededores en la misma clave que en La Pampa, obrera (Randazzo, 2007) y cultural (Agesta, 2009), pero sin tener un desarrollo y proyección sostenida en el tiempo, sino que, al igual que lo que sucederá en otras regiones, este fenómeno va a ser abordado por diferentes investigadores en tanto parte de líneas de pesquisa más amplias. Así, la imagen que obtenemos de dicho movimiento no alcanza a ser completa, revertida sólo parcialmente por un trabajo anterior de Norma Buffa (1994) sobre inmigración e ideologías del movimiento obrero en el 900 o los más actuales de Roberto Cimatti (2009, 2017) acerca de la Federación Obrera Regional de Bahía Blanca, entidad en la que el anarquismo bahiense asociado a la FORA del V° Congreso (FORA comunista) aparece en proceso de exclusión y crisis a raíz de las disputas con el socialismo y el sindicalismo revolucionario.
Otra ciudad-puerto de Buenos Aires que tendrá un lugar de primer orden dentro de la novel historiografía será Mar del Plata, cuya historia, como las anteriores, se desarrolla entre el mundo sindical y cultural anarquista, aunque con una cronología más tardía, concentrada en las décadas de 1930 a 1940 e incluso más allá de ellas. Así, a comienzos del 2000, Nicolás Quiroga (2003, 2004) se dedicó a estudiar las prácticas lectoras y autodidactas de los lectores obreros de una biblioteca anarquista, la Biblioteca Popular Juventud Moderna (BPJM), seguido de una gran cantidad de artículos, tesis doctoral y libro de Agustín Nieto (2008a, 2008b, 2012a, 2015, 2018, 2021) sobre distintos aspectos que van desde las huelgas a la “vida asociativa al ras del suelo” del Sindicato Obrero de la Industria del Pescado vinculado con la Federación Anarco-Comunista Argentina (FACA). Amén de sus diferentes abordajes y objetivos específicos, comparten todos ellos un objetivo general: “revisar”, desafiar a partir de este caso y otros aledaños (Nieto, 2019) enfocados en el movimiento obrero, el “sentido común historiográfico” que él mismo había conceptualizado. En diálogo con esas temáticas y autores, en el último tercio de la década del 2010 se suma la investigación de Milagros Dolabani (2017a, 2017b, 2018) publicada en una serie de artículos acerca de la relación entre la “cultura obrera” o “anarquista” y la “cultura de masas” en la que revisita a la BPJM, esta vez, a partir del teatro.
La “periferia” de Buenos Aires no fue la única estudiada en este periodo. Algo similar sucedió con Rosario, el otro extremo del eje “central” aquí delimitado. Ejemplo de lo anterior es la Sociedad de Resistencia de Obreros del Puerto de Villa Constitución, ciudad ferro-portuaria donde desde 1928 y a lo largo de la Década Infame el anarquismo de la FORA comunista logró sortear la represión y alcanzó, no sin contratiempos, un importante desarrollo. Las producciones de Oscar Videla sobre el tema, individuales (Videla, 2007, 2018) y colectivas (Videla y Menotti, 2013; Alarcón y Videla, 2021), insistieron desde temprano, como pocas, en la necesidad de incorporar la perspectiva de la historia local y regional, que tendrá en las indagaciones teórico-metodológicas de Sandra Fernández (2007) un importante aunque no único punto de referencia.
Siguiendo las vías de los viejos Ferrocarril Central Argentino y Provincial de Santa Fe, esta prospección se extendió desde el sur al norte santafesino. Inscripta en la misma línea de análisis, encontramos la tesis de maestría de Florencia Mangold (2020) en la que las memorias inéditas del militante local Miguel Gonzáles halladas en la Biblioteca Popular Domingo Faustino Sarmiento de Las Rosas le permiten a su autora seguir la huella del movimiento anarquista de ese pueblo rural, Armstrong y su hinterland poblado de chacareros y jornaleros, huella que durante el período de entreguerras pivoteó entre el forismo y el antorchismo. Estas y otras Historias locales cruzadas por conflictividades múltiples compartirán como soporte común un libro de reciente edición compilado por el mismo Videla (2020). Antes, la ponencia de Julia Vicente Solanilla y Diana Bianco (2011) había avanzado en una descripción de los grupos y actividades anarquistas en la ciudad de Santa Fe entre 1904 y 1920 y la tesis de licenciatura, luego libro de Alejandro Jasinski (2011, 2013) se había preguntado por la presencia del anarquismo en un proceso liderado por la FORA del XI° Congreso (FORA sindicalista) –la revuelta y masacre de los obreros tanineros de La Forestal entre 1919 y 1921 en el Chaco santafesino–, interrogante al que Horacio Silva y Roberto Perdía (2018) respondieron menos dubitativamente en otro libro dedicado al Trienio en rojo y negro que, en esos mismos años, estremeció de sur a norte el territorio argentino con los eventos de la Semana Trágica porteña, La Forestal y la Patagonia rebelde.
Es posible que este conjunto de pesquisas impulsara otras focalizadas también en la escala de lo local y provincial que comenzaron a realizarse en la década de 2010 en la margen opuesta del Río Paraná. En 2013, Rodolfo Leyes defendió una tesis de doctorado dirigida por Sartelli en la que realiza un mapeo “estructural” y “sindical” de las transformaciones de la clase trabajadora de Entre Ríos entre 1925 y 1943. Dentro de esta trayectoria, Leyes (2018) reconoce en la década de 1930 la actuación, en principio urbana, de la Federación Obrera Comarcal Entrerriana de una ciudad portuaria y ferroviaria, Diamante, vinculada más con la FACA que con la FORA del V° Congreso. Tanto él como Clara Vuoto (2018), autora de una reciente tesis de licenciatura que se interesa por las prácticas sindicales de la Comarcal en el periodo 1932-1935, venían a retomar y actualizar una investigación pionera conducida por María del Carmen Arnaiz (1991) en los años 90’ sobre la base de un corpus de prensa sindical y entrevistas, según Leyes, disponibles en ese momento en el Instituto Torcuato Di Tella, hoy perdidas.
Algunos de los temas y espacios mencionados, se solapan con el libro de Adrián Ascolani editado en 2009 que, compartiendo un enfoque similar al de Sartelli, se ubica temáticamente en el cruce de la historia agraria y sindical. Fruto de una investigación de largo aliento, el autor aborda en él las experiencias sindicales de los gremios rurales de la región cerealera localizada en las provincias de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Entre Ríos y el Territorio Nacional de La Pampa en un período igualmente extenso que va desde la década de 1920 hasta 1952. La apuesta principal de Ascolani tiene que ver con dar cuenta de las transformaciones ocurridas en el nivel político-ideológico de esos sindicatos orientados hasta los años 30’ inclusive por las “utopías sindicales revolucionarias” que devendrán a partir de los 40’ en “la comunidad organizada” desde los Estados provinciales y luego, el Estado nacional peronista. Amén del conjunto de cuestiones que son tratadas en esta voluminosa obra, el mérito de considerar esos actores política e historiográficamente marginados –los obreros ocupados en las faenas temporarias de la cosecha, de procedencia urbana, cabe aclarar– y rescatar el “papel fundamental de la conducción anarquista y sindicalista revolucionaria del movimiento sindical rural” (Ascolani, 2009, p. 20) hasta 1942, se ve diluido en la lectura y valoración que presenta de la actuación del anarquismo que, entrampado por las transformaciones estructurales del agro, sus múltiples fisuras ideológicas, sus errores tácticos y estratégicos y la represión, aparece como una “utopía sindical” condenada a la crisis ya desde la década de 1920.
De forma contemporánea, como una tendencia que modifica la trayectoria de la primera identificada, advertimos cómo en el prolífico 2010 los trabajos sobre anarquismo van alejándose de los espacios más dinámicos de la región litoral-pampeana y la escala de análisis comienza a ampliarse hacia otras zonas de la Argentina hasta ese momento inexploradas, asociadas tradicionalmente con las llamadas “economías regionales”. Los insumos de los que se valen también se diversifican, puesto que si bien muchos periódicos anarquistas ya conocidos, de Buenos Aires y del “interior”, continúan siendo citados por sus autores, aparecen otros conservados localmente. Tal es el caso, por ejemplo, de la ciudad de Mendoza donde María Cristina Satlari (2009, 2011a, 2011b, 2015) aborda la experiencia sindical y cultural del forismo local entre 1918 y los años 30’ en base a hemerografía hallada en la Biblioteca Pública General San Martín: La Voz del Gremio, órgano de la Unión General de Mozos (1918-1921, 1933-1934) y Pensamiento Nuevo, “Periódico de propaganda ideológica” del Centro de Estudios Sociales Nuevos Rumbos (1920-1921). La exploración de Satlari no debemos pensarla aislada, sino que ésta se inserta en un contexto de creciente interés por la historia del movimiento obrero y la conflictividad social de la provincia en los años del pre-peronismo (Richard-Jorba, 2009, 2020; Silva, 2012; Pereyra y Latorre, 2021), lo cual contrasta con la inexistencia de estudios semejantes para el resto de la región de Cuyo, con la única excepción de la investigación en curso de María Celeste Ríos (2021) para el caso del anarquismo sanjuanino.
Los cambios que se producen en el tránsito de las décadas del 2000 al 2010 quedarán plasmados en otras intervenciones que vienen a redefinir, por nuevas y diferentes vías, esa escala geográfica ampliada y descentrada del “anarquismo argentino”. En primer lugar, a partir del 2010 aparecen los primeros aportes de María Migueláñez Martínez (2010b, 2012) que, algunos años después, condensará en una importante tesis doctoral (Migueláñez Martínez, 2018). Allí, propone desde España un ejercicio inverso aunque complementario al hasta ahora descripto: ampliar la escala, no a partir de enfocar sobre los espacios locales, provinciales, territoriales o regionales diferentes del “centro”, sino a partir de utilizar una lente transnacional capaz de observar la actuación de ese anarquismo “Más allá de las fronteras”, lo que le permite reconstruir las redes transnacionales, intercontinentales y americanas, a través de las cuales, entre los años 20’ y 40’, circularon agentes y materiales de propaganda, así como proyectos políticos, alianzas y conflictos orquestados por las distintas vertientes ideológicas de un heterogéneo movimiento.
En segundo lugar, entre 2011 y 2012 se publican un libro colectivo editado en el centenario de la fundación de la Asociación de Trabajadores del Estado (ATE) con el apoyo de la Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) y el Programa de Investigación sobre el Movimiento de la Sociedad Argentina (PIMSA) (Contreras, 2011) y un nuevo artículo de Agustín Nieto (2012b), los cuales, aún con objetivos evidentemente diferentes, encaran por primera vez la tarea de presentar una historia obrera nacional más matizada, que incorpora “significativas” experiencias con presencia u orientación libertaria que van desde las primeras organizaciones presentes en Mendoza (Satlari, 2011b) y Tucumán (Teitelbaum, 2011a) a fines del siglo XIX, hasta la militancia sindical impulsada en los años 40’ por la “rizomática” militancia de la FACA. Mapa “topográfico” éste último que releva “un denso ‘archipiélago libertario’” compuesto de “más de 350 núcleos de activistas” o “islas ácratas”, concentradas entre la capital y las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Córdoba, aunque distribuidas “en todo el territorio del país”, con poder todavía “de influenciar en organizaciones y procesos del mundo obrero” y “hegemonizar estructuras sindicales de carácter local, regional y nacional” (Nieto, 2012b, pp. 198, 213).
Durante la década de 2010, otras tres grandes regiones se van a ir incorporando progresivamente a esta nueva y más vasta cartografía anarquista. La primera que podemos mencionar es la Patagonia, la cual encuentra un antecedente insoslayable en el célebre libro La Patagonia rebelde de Osvaldo Bayer (1980) donde reconstruye las huelgas y la matanza de los peones rurales de Santa Cruz de 1920-1922. Si bien es cierto que a comienzos del 2000 hallamos los primeros “Apuntes para una historia del anarquismo en el Alto Valle del Río Negro” entre 1920 y 1930 redactados por Jorge Etchenique y Hernán Scandizzo (2001) y otras entradas de Scandizzo sobre el mismo tema para el diario local Río Negro, ambos autores retomarán esta investigación hacia 2011 hasta el fallecimiento de Etchenique dos años después. Para la misma época comienzan a aparecer otros aportes sobre la historia ácrata patagónica, por ejemplo, los de Graciela Suárez (2013) quien vuelve a los “Apuntes…” de Etchenique y Scandizzo para interesarse en el accionar represivo desplegado contra los anarquistas durante la Década Infame en base a los prontuarios de la Sección Orden Social de la policía rionegrina.
A partir de entonces, Scandizzo (2017) será el encargado de impulsar las pesquisas regionales sobre el tema utilizando como soporte de difusión dos portales digitales animados por un interés entre militante e historiográfico: primero, Proyecto Allen y actualmente, terrapalabra. Las entradas publicadas en el último repositorio, elaboradas más en el formato de la divulgación que el de la producción académica sin por ello resignar en rigurosidad, se apoyan sobre el trabajo desarrollado colectivamente con Etchenique para rescatar del olvido diferentes historias libertarias, foristas y antorchistas: historias individuales y colectivas, de hombres y mujeres, de organización, huelgas y “soviets”, también de la “caza”, persecución y represión de esa militancia comprometida desde el mundo rural al urbano de Neuquén y Río Negro con las ideas anarquistas (Scandizzo, 2015, 2016, 2020, 2021; “Mujeres anarquistas”, 2021).
La Patagonia norte es el contrapunto historiográfico de las provincias ubicadas en el sur del sur en donde, excepto el reciente libro de Gonzalo Pérez Álvarez (2020) dedicado al que considera el largo recorrido de los trabajadores en el noroeste de Chubut entre 1865 y 1990 y la investigación en desarrollo, sin resultados publicados, de Anuar Ale sobre el movimiento anarquista provincial entre 1913 y 1930 cuya peligrosa presencia propició una reacción de derechas estudiada en dos ponencias (Guerriera, 2010; Sotelo, 2013), no contamos hasta ahora con un panorama similar al anterior. Santa Cruz, por su parte, parece recobrar el protagonismo que tuvo en el siglo XX a partir de una serie de contribuciones (Maggiori, 2012; Silva y Perdía, 2018), entre ellas, un reciente libro colectivo editado a los 100 años de la Patagonia rebelde (Bayer et. al, 2021), en las que la mirada local sirve para contextualizar mejor estos eventos e introducir nuevos y viejos actores y espacios que influenciaron, participaron o se solidarizaron con las huelgas rurales, así como otros que sufrieron el rigor de la represión y la masacre.
La curva de los estudios sobre el anarquismo del noroeste parece haber seguido una trayectoria similar a los de la Patagonia durante las dos últimas décadas, aunque distribuidos más uniformemente sobre otro extenso y fracturado espacio. Si bien es posible detectar algunas contribuciones al despuntar la década del 2000 en las que se cruzan temáticas diversas como la historia oral y obrera de Salta (Corbacho y Adet, 2002; Correa, Abrahan, Frutos y Quintana, 2007) o el hallazgo de la publicación mencionada en el anterior apartado, Germinal de Tucumán, todavía sólo consultable en la lejana Ámsterdam (Bilbao, 2004), recién a partir del 2010 podemos comenzar a hablar de una historiografía que se interesa por el estudio del movimiento anarquista en cada provincia. Las primeras indagaciones en este sentido proceden de la academia, más concretamente de las investigaciones conducidas por Vanesa Teitelbaum (2011a, 2011b, 2015, 2016) para el caso tucumano en “los umbrales del siglo XX”, que releva las experiencias sindicales, culturales y rituales del Centro Cosmopolita de Trabajadores y la Federación Obrera Local Tucumana vinculada con la FORA, y José Benclowicz (2009, 2012) para el caso salteño en la década de 1930, cuyo objetivo es trazar la genealogía de izquierdas de una “comunidad combativa” petrolífera, Tartagal, en la que el anarquismo habría tenido presencia a través de militantes, proyectos editoriales (el “Semanario independiente” La Frontera [1932-1936] utilizado como parte del corpus en el mismo artículo) y la primera Asamblea Popular local.
A mediados de esa misma década del 2010, la realización de jornadas y congresos regionales e internacionales, junto con la aparición de dos nuevos portales dedicados a la difusión de materiales –las páginas de Facebook e Issuu Anarquistas en Tucumán y el sitio web Ácratas de Salta– que surgen, al igual que en el sur, como parte de un esfuerzo doble, militante e historiográfico, se expresaron en la renovación de las pesquisas que, de un lado, venían a extender la espacialidad y temporalidad del anarquismo en Tucumán y Salta en base a nuevos documentos e informaciones (Saravia, 2015, 2016; Diz, 2016; Cosso, 2016) y, del otro, a esbozar un primer pantallazo sobre el mismo en Santiago del Estero (Guzmán, 2015).
Algunos de estos autores formarán parte del índice del libro Anarquismo en el Noroeste Argentino: Los movimientos obreros en el siglo XX, en donde el ejercicio de síntesis a partir de los anteriores insumos se combina con nuevos aportes que se corren del mundo sindical de las ciudades, ingenios y campos, por ejemplo, el del compilador Daniel Guzmán (2017) en su capítulo sobre la trayectoria de Luis Vieta Alegre, director de la revista Futuro (1927-1928), militante y “organizador cultural” del movimiento anarquista santiagueño durante los años 20’. En el último tiempo, de la mano de Pablo Cosso (2018, 2021) y Edgardo Diz (2018, 2019a, 2019b, 2020) los estudios del anarquismo en Salta crecieron considerablemente, revelando el sustrato ideológico y editorial más antorchista y anarco-bolchevique que forista en base al que éste habría tramitado su desarrollo y el radio de acción entre local y transnacional que lo caracterizó en esa misma coyuntura. Comparativamente, pese a las contribuciones más recientes (Del Prado, 2018; Guzmán, 2021; Saravia, 2021) y actividades conjuntas de los autores –por ejemplo, su participación en el dossier “Socialismo y Anarquismo en el NOA” del número 14 de la Revista Historia Para Todos (2021)–, Tucumán y Santiago del Estero aparecen como dos casos más rezagados que el anterior en cuanto al grado de reconstrucción que presentan, mientras que Jujuy cuenta con una historia anarquista todavía por escribir, parcialmente considerada para la primera y tercera década del siglo XX (Fleitas, 2014; Margarucci, 2020a).
Mientras que en el noroeste resulta prometedor el avance de los últimos años, no podemos decir lo mismo respecto de la historiografía anarquista en el nordeste. Allí, el Territorio Nacional de Misiones es, sin dudas, el núcleo en o sobre el cual localizamos algunas producciones que dan cuenta del pasado de izquierdas de la región, a contrapelo de lo que se desprende de las historias políticas de la provincia (Corrientes) y los otros Territorios Nacionales (Chaco y Formosa) que la integraban, concentradas exclusivamente en tópicos tales como las disputas inter-élites, los procesos de ciudadanización y provincialización y la actuación del peronismo. La excepción la constituyen, por tanto, una serie de trabajos que se interesan por la historia del movimiento obrero misionero anteriormente abordada por algunos estudios locales (Abínzano, 1985; Belástegui, 1985), aunque sin poner el foco sobre aspectos generales (organizativos, ideológicos y mucho menos culturales), sino antes bien sobre eventos o personajes destacados dentro de su trayectoria. Así, la tesis de maestría, luego libro de Guillermo Castiglioni (2003, 2018) reconstruye la masacre de 1936 de los colonos tabacaleros de Oberá a partir de un corpus diverso, compuesto, entre otros materiales, de prensa libertaria de Buenos Aires (La Obra, 1936-1952 y el órgano de la FACA, Acción Libertaria, 1933-1971).
No serán estos documentos, sino la historia oral la que en primera instancia le permite al autor detectar la presencia de anarquistas entre los líderes de la protesta, la cual proyecta hacia atrás en su relato dedicado a la historia obrera de los años 30’ misioneros que tiene en la creación de una efímera comuna libertaria en la ciudad paraguaya vecina a Posadas, la toma de Encarnación (1931), y la oposición a la guerra del Chaco (1932-1935) un importante capítulo. Por su parte, algunos años después, la tesis de maestría igualmente publicada de María Lida Martínez Chas (2009, 2011) se propuso realizar una biografía política e intelectual del militante anarquista, luego comunista Marcos Kanner (1899-1991), enrolado durante las décadas de 1920 y 1930 en las filas de la Federación Obrera Marítima (FOM) perteneciente a la FORA del XI° Congreso, y a partir de 1922 a la Unión Sindical Argentina (USA), desde las que activará tanto entre los trabajadores yerbateros –los mensús– de Misiones, como en otros gremios de Entre Ríos, Corrientes y Formosa.
En diálogo con estos autores, en el último tiempo, cabe mencionar el libro de Diego Schroeder (2019) sobre el anarquista paraguayo Eusebio Mañasco, igual que Kanner afiliado a la FOM-FORA, y fundador del Sindicato de Obreros Yerbateros de San Ignacio. La pesquisa se concentra en este su primer volumen en la fundación del sindicato y la huelga protagonizada por el mismo entre 1920 y 1921, sin dejar por ello de repasar los antecedentes de ese movimiento obrero ciertamente influenciado por ambas centrales sindicalistas revolucionarias, en las que, no sólo en Misiones sino en todo el nordeste, se insertó organizativamente la militancia anarquista. El segundo tomo, próximo a publicarse, toma los años que van desde la condena a cadena perpetua de Mañasco en 1924 hasta su liberación en 1927, apostando por una historia que pondera los vínculos entre el recorrido individual del dirigente y colectivo de los mensús sindicalizados. Concebido con otro objetivo, pero de gran relevancia para extender la inserción ácrata local desde el campo sindical al cultural, en 2021 Horacio Tarcus y Alejandro Ferrari presentaron una compilación de los Textos políticos extraviados & dispersos del escritor uruguayo radicado en Misiones Horacio Quiroga, a partir de cuyo prólogo y artículos es posible figurarnos la imagen de un personaje que, como advierte Tarcus, compartió con otros intelectuales y artistas de su tiempo una misma afinidad por el anarco-bolchevismo (Quiroga, 2021).
Un libro sobre El sindicalismo del Chaco en el período territorial (1887-1951) (Barreto, 2009) y una ponencia acerca de la Federación Guaranítica vinculada a la FACA que actuó en el nordeste con foco en las ciudades de Resistencia y Corrientes durante la década de 1930 (Lescano, 2021), constituyen las dos únicas contribuciones más o menos recientes que echan algunas luces sobre el movimiento anarquista chaqueño. Muy poco sabemos de Corrientes; nada, absolutamente nada, de Formosa. Como sugiere el escritor correntino Martín Alvarenga, la de su provincia, podríamos agregar la de la región toda, es una historia libertaria que aún espera ser tipeada, un “bache”, un “agujero negro” que es preciso llenar. El derrotero de su padre, lector de Bakunin, Kropotkin y Reclus, agente de La Protesta y militante portuario enrolado en las filas del sindicalismo revolucionario –otro más en el nordeste– Ángel Alvarenga; los informes de los delegados en gira de la FORA del IX° Congreso (Díaz, 2014); los artículos o avisos publicados en la prensa anarquista o sindicalista porteña en la que hallan un lugar, cada vez mayor en sus páginas tabloide, las voces de los activistas y los avatares de los procesos locales, constituyen pistas valiosas sobre la trama de un movimiento que, por más pequeña dimensión que pueda haber poseído –siempre comparado con el eje Buenos Aires-Rosario– tuvo en la etapa previa al peronismo una entidad político-ideológica que es necesario recuperar e hilar.
La provincia mediterránea de Córdoba es, en este extenso balance bibliográfico, la última que toca mencionar. Epicentro de la Reforma Universitaria de 1918 y medio siglo después del Cordobazo, los primeros resultados de la investigación de Luciano Oneto (2021a, 2021b) muestran un intento de pensar articuladamente los años 70’ y la experiencia que conceptualiza como la “Nueva Izquierda Libertaria” con los 20’, aunque el escenario varía entre la capital y los pueblos rurales del sur de la provincia, década señalada antes por Domínguez Rubio (2018b) a propósito de edición en la primera ciudad de la revista anarco-bolchevique Mente (1920), “publicación de crítica social” vinculada con el ala radical del reformismo universitario.
Si bien es cierto como afirma Lisandro Galucci (2016) que la suma de las historias de localidades, provincias, territorios y regiones como las hasta aquí consideradas no da como resultado inmediato una “historia más genuinamente nacional”, ponderarlas una a una permite identificar lo que antes no había sido identificado: las experiencias libertarias a las que ellas se refirieron; el esfuerzo investigativo, académico y/o militante, detrás de ellas; los aciertos, riesgos y límites que las atraviesan, consignados a continuación. De este modo, falta un largo trecho todavía por andar para que sea posible pensar el anarquismo argentino liberado de los límites y las comillas en los que, durante un siglo y más, fue encarcelado. Pero sobre la base de este “mapa” hoy más “completo”, podremos comenzar a plantear una agenda de trabajo que, tal como sugiere el autor, nos permita complejizarlo y, en el mismo acto, “problematizarlo”.
A modo de conclusión. La escala geográfica en debate
Así como durante la última década la discusión de la periodización del “anarquismo argentino” fue prioridad para la historiografía y sus resultados están a la vista (Ledesma Prietto, 2012; Bordagaray, 2015; Nieto y Videla, 2018), hoy merece ocupar ese primer plano el debate de su escala geográfica. Ahora bien, ¿qué significa concretamente esta apuesta epistemológica? ¿Qué tareas comporta? ¿Cuáles han sido los resultados por ahora cosechados? ¿Cómo se proyecta en una agenda de trabajo a futuro?
Sin negar el poderío económico, político y demográfico del área litoral-pampeana frente a otros espacios del “interior” ligados a ella o cuestionar la presencia allí, en una larga temporalidad, de los principales núcleos de militancia anarquista, debatir la escala supone, en primera instancia, desarraigar una convicción que se inscribe en una forma particular de producir conocimientos “desde el centro”. Esto es, tensionar los binomios antitéticos Buenos Aires-“interior”, modelo agroexportador-“economías regionales”, ciudad-campo, trabajador europeo-nativo, moderno-tradicional, anarquismo-no anarquismo planteados por Gilimón ya en 1911, reproducidos luego desde Abad de Santillán hasta Suriano.
Según analizamos en el primer apartado, esta convicción fue la base en la que se apoyaron los hombres fuertes de la FORA-La Protesta para avanzar en la construcción de la noción de “anarquismo argentino”, rasgo definitorio de un “sentido común historiográfico” que la historiografía militante legó a la académica (Nieto, 2010). Una noción que parte del centralismo para presentar una imagen distorsionada del objeto abordado, en la medida en que concibe lo particular como universal y lo heterogéneo como homogéneo, cuando lo cierto es que, tal como advertimos en la segunda sección del artículo, lo que dominó “a ras del suelo” (Nieto, 2012b) fue la particularidad y la heterogeneidad social e ideológica, sindical y cultural, dentro de las que el “modelo ejemplar” forista-protestista podía funcionar, más o menos ajustadamente, como una posibilidad entre varias. Fueron los anarquismos, relacionados, pero en plural. Así también la recepción de un cuerpo de ideas que no es posible seguir considerando a partir del modelo de la importación-imitación sin apropiación, apropiaciones diversas, mediante (Schwarz, 1973; Tarcus, 2013).
Asociado a esto, debatir la escala conlleva, en segundo término, historizar esa noción y con ella, el “sentido común historiográfico”: precisar las condiciones estructurales y epistémicas sobre las que se construyó, así como los motivos políticos e historiográficos en los que halla explicación. Dar la batalla por la primacía de la FORA-La Protesta en un contexto de cuestionamiento y represión, en el caso de la historiografía militante; integrar el recorrido del anarquismo en “el relato socialdemócrata de la historia nacional”, en el caso de la historiografía académica local (Nieto, 2010). Pero asimismo, en cada uno de estos momentos, así como en el del nexo entre ambos –la historiografía académica extranjera de la década de 1970–, la cuestión de la documentación fue determinante para la concreción de esa operación historiográfica.
Por tanto, debatir la escala entraña, en tercer lugar, problematizar el archivo (Galucci, 2011): atender a los materiales con los que durante el siglo XX se escribieron esas historias y reflexionar en torno a sus potencialidades y sus límites; pensar en el universo de documentos incluidos así como excluidos y los porqué de ello, relacionados con su disponibilidad y accesibilidad más allá de los centros de poder archivístico: Ámsterdam y Buenos Aires. La singularidad de ese corpus se evidencia cuando se lo compara con la masa documental, local, édita e inédita, progresivamente más vasta y diversa (prensa comercial, documentos administrativos, expedientes policiales y judiciales, etc.) que, de forma complementaria a él, han venido incorporando las producciones relevadas en la segunda sección durante los últimos veinte años.
El panorama historiográfico que podemos vislumbrar a partir de dicho balance es definitivamente auspicioso, vinculado no sólo a la ampliación y el descentramiento de la escala de análisis, sino con la emergencia del anarquismo en las provincias como un objeto de estudio antes inexistente. Con todo, se trata de un proceso en ciernes que, en el transcurso de estas dos décadas, se dio desigual y fragmentariamente. Fruto de un esfuerzo disperso, las contribuciones resultantes se distribuyeron de manera dispar entre e intra regiones y el contenido de las mismas, salvo aquellas con un horizonte más abarcativo, remite a fragmentos de historias desde locales a regionales sin perspectivas de ser “completadas” en el corto o mediano plazo.
Como señaló hace algunos años Laura Fernández Cordero en unas “Notas para debatir una nueva lectura” del anarquismo en base a una perspectiva de género, la “estrategia de visibilización” de las mujeres anarquistas en la historiografía (lo que equivale en nuestras propias “Notas” a las experiencias del “interior”) si bien constituyó un importante aporte que merecía ser celebrado, tuvo en ese caso, tiene en el presente, “riesgos” y “límites” y resulta en última instancia “insuficiente si no va acompañada de una operación crítica, y al mismo tiempo de una propuesta de nuevas lecturas sobre el movimiento libertario” (Fernández Cordero, 2014, p. 51).
Traducido al objeto general que nos interpela (no particular de esas contribuciones concretas), esta “nueva lectura” significa partir de la elaboración de hipótesis que, de un lado, permitan fundamentar su relevancia historiográfica por fuera de la “reivindicación de lo periférico” y “excluido” (Galucci, 2016) y, del otro, tender hacia una articulación regional y nacional de la que promete seguir siendo una producción creciente, aunque, lamentablemente, desarticulada. De lo contrario, se corre el riesgo que ella quede “atascada” en el nivel de historias más o menos parciales y curiosas, cuya mera visibilización sin operación crítica ratifica antes que rectifica su marginalidad político-ideológica.
Mientras tanto, entre algunos de sus más evidentes límites podemos observar que si bien hubo en la masa de trabajos relevados una tendencia a complementar las propuestas de la vieja historia obrera y la más nueva historia cultural del anarquismo, el sesgo estructural-obrerista es dominante, lo cual conduce a buscar obreros, sindicatos y huelgas donde bien pudo no haberlos y sí, en cambio, otras expresiones en que las que se tramitaba cultural o intelectualmente (Laguarda y Fiorucci, 2012) el proyecto anarquista, existiendo de nuevo el riesgo de auto-marginalización como posibilidad latente. Del mismo modo, y quizás a consecuencia de lo anterior, advertimos la falta de un “reexamen prospectivo” de aquel que, en palabras del historiador y militante Giampetro Berti (1975, p. 49), fue el “arco global de su desarrollo histórico”. O sea, de la consideración de la periodización y la dinámica como totalidad –destacamos esta palabra– de los casos abordados, lo cual obliga a entender ese “arco global” como una utilización sincrónica o bien reorientación diacrónica de estrategias diversas, siempre complementarias.
Estas reflexiones nos devuelven a los balances recuperados en la introducción a partir de una pregunta que intersecta espacio y tiempo. Parafraseando a otros autores allí citados, ¿es la década de 1920 un límite histórico para comenzar a hablar del anarquismo en las provincias (Domínguez Rubio, 2020) o representa antes bien uno historiográfico que se nutre del “sentido común” reseñado, de los límites de esos trabajos y del corpus del que por ahora disponemos? Es probable que haya algo de las tres proposiciones, pero sin un estudio sistemático que nos permita abstraer conclusiones de esos casos particulares globalmente interpretados, no es posible responder el interrogante. O como planteaba Galucci (2016): construir del caso un problema de la generalidad y no una reivindicación de la particularidad. De ahí la importancia de encarar el estudio del fenómeno en base a una agenda de trabajo que retoma como líneas de intervención teórico-metodológicas algunos aspectos destacados más arriba.
Primero, si debatir la escala es complejizar el esquema centro-periferia y deconstruir la noción de “anarquismo argentino”, es necesario proponer un nuevo punto de partida para las investigaciones por venir que considere, tal como se ha venido insistiendo de forma coincidente desde el campo de estudio de las izquierdas, del anarquismo y de la historia regional (Cernadas, Pittaluga y Tarcus, 1997; Shaffer, 2014; Bandieri, 2017), el diálogo entre diferentes niveles analíticos. Es decir, abandonar su ampliación “a tientas” y procesarla de forma meditada a partir del carácter dinámico y relacional de un objeto de estudio nunca preexistente, lo que permitirá comprender el “ida y vuelta” entre lo local, lo regional, lo nacional y lo transnacional y en definitiva, el “juego de reciprocidades entre centro y periferia” (Ferreyra y Martocci, 2019, p. 52) que moldearon los contornos organizativos, ideológicos y prácticos de los anarquismos en el eje Buenos Aires-Rosario y las provincias. Esto es lo que sugieren algunas de las historias relevadas cuando destacan la importancia de las redes regionales con centro en Bahía Blanca, Tucumán y Misiones para los movimientos del sur, noroeste y nordeste, pero queda, debido a aquellos límites, en un señalamiento sin explicación material (las redes perfectamente montadas sobre las vías ferroviarias o fluviales que conectaban diversos espacios económicos), ni fundamentación metodológica. Exactamente lo mismo podría decirse con respecto al funcionamiento de las redes transnacionales que, en ausencia de barcos o trenes, se trazaban a pie o a lomo de mula (por ejemplo, entre el noroeste y Chile-Bolivia).
Segundo, si debatir la escala es repensar el corpus, la presente apuesta requiere proseguir en algunos casos, comenzar en otros, con la construcción de los “acervos ausentes” de esos anarquismos (Margarucci, 2022). Sin estar plenamente garantizadas en el “interior” las condiciones de preservación de las piezas documentales producidas por sus militantes, muchas de ellas se encuentran dispersas o bien, conociendo su existencia pretérita, hoy las sabemos perdidas. Recordemos, como un ejemplo entre muchos, las publicaciones tucumanas de la primera década del siglo XX. De la posibilidad de realizar búsquedas intensivas en repositorios públicos y privados desde locales a internacionales; de relevar lupa en mano documentos bibliográficos, hemerográficos y archivísticos elaborados también por otras izquierdas, la clase dominante o el Estado; de sistematizar informaciones y disponibilizar materiales en los centros de documentación locales, dependerá la capacidad de las investigaciones de reponer directa o indirectamente las ausencias de dichos acervos. De la posibilidad de construirlos, siempre ajustados a una escala que, insistimos, no es estática y única sino móvil, dependerá asimismo la capacidad que éstas tengan para caracterizar, con todos sus matices, con todas sus generalidades y particularidades, el mapa de las experiencias libertarias en Argentina hasta no hace mucho ocluidas por la noción de “anarquismo argentino”, lo cual lejos de imponernos como tarea la escritura de una historia “verdaderamente” nacional de ese anarquismo, nos plantea como desafío problematizar su proyección territorial en esa vasta escala. Un ejercicio a su vez necesario para contestar los supuestos de otras narrativas historiográficas, ya no anarquista sino aquellas que reconciliaron lo irreconciliable, a peronistas y antiperonistas, que interpretaron la potente historia social, política e intelectual de las clases subalternas anterior a 1945 en la clave de la negación de su rica y densa cultura de izquierdas.
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Recibido: 08/03/2022
Evaluado: 03/09/2022
Versión Final: 29/09/2022
(*) Doctora en Historia (Universidad de Buenos Aires). Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (Cedinci). Universidad Nacional de San Martín, Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Argentina. Email: ivannamargarucci@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0003-2138-6793
[1] El presente artículo es el resultado de una inquietud individual, pero también de lecturas e intercambios colectivos. Por eso agradezco muy especialmente a los y las colegas –la mayoría de ellos/as aquí citados/as– que, en distintos estadios de su escritura, lo leyeron y me ayudaron a pensar el problema. Por su supuesto a los y las evaluadores/as del artículo y a los y las integrantes del Seminario permanente de formación y especialización disciplinar en historia argentina: “Actores y conflicto. Prácticas y representaciones. Siglos XIX y XX” (UNR/ISHIR-CONICET), cuyos comentarios y preguntas fueron igualmente importantes para seguir enriqueciendo estas reflexiones.