Ana López Dietz(*)
(Universidad de
Chile – Conicyt. analopezdietz@gmail.com)
I. Práctica y
escritura de la historia
Dentro del campo
de estudios historiográficos la historia de las mujeres ha ido conquistando en
las últimas décadas un espacio cada vez más importante. Fueron las propias
luchas de las organizaciones feministas las que cuestionaron las condiciones de
opresión y la condición de vida de las mujeres, posibilitando no sólo la
conquista de mayores derechos, la visibilización de las demandas feministas,
sino también la emergencia de un campo de estudio específico sobre la mujer,
polemizando contra las formas hegemónicas de conocimiento.
Ya sea narrando
sus historias de vida, indagando sus condiciones de existencia cotidiana,
analizando sus luchas y sus resistencias o estudiando los silencios y la
invisibilidad que durante muchos años existió sobre las mujeres, la producción
histórica ha ido asumiendo este campo de estudio. Los propios al interior de la
propia disciplina, en torno a sus postulados, su objeto de estudio, su
aproximación a la realidad, sus formas de comprender el pasado y la polémica
sobre los sujetos de la historia, han potenciado este proceso. Las discusiones provenientes del movimiento
feminista y las teorías de género han colaborado en problematizar estos
intentos, tratando no sólo de rescatar de la historia a las mujeres, como
sujeto histórico capaz de ser analizado, discutido, visibilizado, etc., sino
también de analizar los lugares de producción y reproducción del orden social
hegemónico, que en general sitúa a la mujer como un sujeto subordinado dentro
del orden social. Es así que los estudios de género tratan de evidenciar las
formas en que la historia de las mujeres ha sido ocultada, revelando cómo las
fuentes de trabajo histórico están escritas desde una perspectiva patriarcal,
explicando las condiciones desigualdad que organizan el sistema de sexo-género,
aspirando a generar nuevas formas epistemológicas de estudio. Eso explica que
desde hace algunas décadas exista un marcado interés por “la recuperación de
las acciones, vivencias, luchas e identidades múltiples contra una sociedad
que… es conformada por jerarquías, silenciamientos y exclusiones de diversa
índole[2]”.
La historiografía sobre las mujeres y la perspectiva de género
investigó el lugar de las mujeres dentro de la sociedad, analizando sus
condiciones de vida, sus vivencias y sus huellas, intentando sumergirse en su
vida cotidiana, estudiando sus formas de ocupar y transitar por la ciudad,
comprender las imágenes que se construyen sobre ella, los discursos que
circulan en torno a su lugar en la sociedad, su cuerpo, su trabajo, su vida, su
familia, analizando también sus propias voces, las que han logrado traspasar
los silencios y han quedado registradas, para conocer también las
representaciones públicas que intentan modelarla, los espacios e intersticios
de resistencia, entre otros aspectos.
En sus inicios, la historiografía dedicada a las mujeres se orientó
sobre todo hacia el rescate de las huellas de la mujer y su contribución en la
historia[3],
reproduciendo las formas más tradicionales de hacer historia. Se trataba de
reivindicar a ciertas mujeres destacadas, conocer sus biografías y
trayectorias, sus propuestas y contribuciones. Sin embargo, los debates
teóricos y epistemológicos más recientes han logrado complejizar los niveles de
discusión, cuestionando el propio estatuto de la disciplina historiográfica,
tensionando algunos de sus presupuestos. De esta manera, la teoría de género y
el feminismo hizo emerger ciertas preguntas, como por ejemplo quiénes son los
sujetos de la historia, cuáles son las formas de producción del conocimiento
histórico o de inscripción de los registros y archivos. Parte importante de la
historiografía occidental y de nuestra historia nacional – en sus vertientes
conservadora, liberal y positivista- se constituyeron desde una perspectiva
masculina y patriarcal, universalizante, obviando a
las mujeres y sus historias del registro histórico, constituyéndolas como un otro inferior y subalterno,
reproduciendo dentro del relato historiográfico la construcción patriarcal de
los géneros.
Esta relación de asimetría y diferencia sobre una historia de la mujer
constituye un proyecto de violencia epistémica de largo alcance. Las mujeres,
como objeto de estudio de la historia tradicional son asimiladas en esta
concepción negando su propia constitución como sujetos, incorporadas en la
lógica de la diferencia y desigualdad, objetos del discurso y la representación
social hegemónica que indica cuál es su rol en la sociedad. Si la escritura y
por lo tanto el registro, los archivos y las fuentes históricas, actúan como
una forma de inscripción y de huella, debemos interrogarnos sobre las formas en
que esta escritura inscribe al “otro” como lo diferente, lo desemejante, lo
desigual. Se hace necesario estudiar propuestas y críticas teóricas y nuevas
construcciones historiográficas que han intentado desestabilizar estas nociones
tradicionales, apuntando hacia nuevas formas de producción del conocimiento
histórico. Las teorías de género y los aportes del feminismo posibilitan
cuestionar las formas tradicionales del quehacer historiográfico, generando
nuevas propuestas epistemológicas, teóricas, metodológicas y políticas de
estudio.
Este trabajo se orienta a indagar en la historia de las mujeres en
Chile en el contexto del centenario de la independencia, analizando cómo emerge
el discurso de género en la prensa obrera femenina. Brevemente se plantearán
algunas definiciones teóricas relacionadas con la discusión sobre las
categorías de género, el feminismo y la relación entre género y clase, para
analizar luego la aparición del feminismo obrero y la prensa de mujeres.
II. Género y feminismo
Las teorías de género generaron nuevas herramientas teóricas de
estudio. Categorías analíticas como género
permitieron indagar sobre la forma en las diferentes sociedades han construido
sus imaginarios sobre los sexos y los cuerpos.
La propuesta teórica Simone de Beauvoir[4]
respecto a que mujer no se nace, si no se
hace, anticipó los debates que posteriormente se ampliarían, examinando
cómo se fundamentan las relaciones sociales entre hombres y mujeres, las que
sobre la base de aparentes diferencias biológicas organizan la
sociedad en sus aspectos sociales y culturales, dando vida a lo que conocemos
como lo masculino y lo femenino, que incluye todo lo relacionado con la
cultura, la forma de vida, la construcción social, los valores, etc. que una
sociedad considera y otorga a hombres y mujeres. Como plantea Marta Lamas, “la
perspectiva de género implica reconocer que una cosa es la diferencia sexual y
otra cosa son las atribuciones, ideas, representaciones y prescripciones
sociales que se construyen tomando como referencia a esa diferencia sexual[5]”.
La
categoría de género proporciona
elementos para profundizar el análisis histórico dando cuenta de la diversidad
y variedad de las relaciones sociales de jerarquía y orden social, en las que
encontramos articulados problemas de desigualdad y jerarquización social. Sin
embargo los debates en torno a la categoría de género son amplios y
heterogéneos, llegando incluso en la actualidad a ponerse en entredicho la
validez de esta categoría.
De
todas maneras, las discusiones en
el campo historiográfico de las últimas décadas se han ampliado, buscando
descentrar las visiones más clásicas de la historia, logrando beneficiar así
miradas más plurales y heterogéneas, apostando a nuevas narrativas históricas
que muestren de forma compleja y contradictoria la historia, incorporando
nuevos temas, categorías y la crítica de las propias formas de hacer historia.
Las teorías de género abrieron también interrogantes sobre cómo y quién produce
la historiografía, cuál es la institución que organiza la producción de este
conocimiento, para lograr dilucidar las posiciones que están en la base del
discurso histórico. Sobre la historia de las mujeres, se hace necesario interrogarnos
sobre las formas en que ha sido representada la mujer, evidenciando las lógicas
que existen detrás de los propios contenidos de la historiografía, discutiendo
los objetivos y fines de la historia y por lo tanto las categorías y
metodologías de análisis con los que se trabaja.
El impacto de estas teorías
forjó en sus inicios la producción de nuevos relatos historiográficos,
formulando la propuesta de realizar una “historia de la mujer” orientada
primordialmente hacia la recopilación de materiales que permitieran recuperar
las voces perdidas de la mujer, constituyéndose como una “historia de rescate[6]”
de las mujeres a través de la historia. Prontamente la reflexión teórica e
histórica comenzó debatir el rol de la mujer, hablando ahora sobre lo femenino, evidenciando las
características sociales y culturales de la diferencia sexual. Esto permitió
develar que las formas de desigualdad y opresión hacia la mujer se extendían en
el tiempo y en diversas sociedades, lo que llevó a un sector del feminismo a
formular la categoría de patriarcado,
tratando de establecer una forma de organización social, que actuaba mediante
la distribución desigual y jerárquica de poder entre lo masculino y lo
femenino, mediante la subordinación de uno a otro, que se manifestaba históricamente
de maneras múltiples, pero tendiendo a imponer un modelo de masculinidad
hegemónico – que a su vez ocultaba las heterogeneidad entre los propios varones
– que como contraparte sustentaba el sometimiento de las mujeres o lo femenino.
Autoras como Gayle Rubin expusieron la idea de
un sistema de sexo-género, la organización social diferenciada de lo masculino
y lo femenino, como dos aspectos interrelacionados de la organización de género[7].
Hubo que aclarar también que género no era igual a mujer, sino que se refiería al conjunto de disposiciones y construcciones
culturales sobre lo femenino y masculino. En la actualidad, sin embargo, los
estudios queer
y las teorías posestructuralistas y posmodernas, debaten también contra la hetero-normatividad que existe en muchas de estas
propuestas. De todos modos, los estudios de género se asociaron básicamente las
mujeres y lo femenino.
Este desarrollo de la
historia de las mujeres se inscribe en el contexto social de la época, sobre
todo desde los años setenta en adelante y “acompaña en sordina al “movimiento”
de las mujeres hacia su emancipación y su liberación. Es la traducción el
efecto de una toma de conciencia aún más abarcadora: la de la dimensión sexuada
de la sociedad y de la historia[8]”.
Desde el punto de vista de
sus objetivos se trató de una historia que en sus inicios se orientaba hacia
las relaciones privadas, la familia, el hogar y el cuerpo; asociados
habitualmente al mundo de lo femenino, para luego trasladarse al espacio
público, comenzó también desde “una historia de las mujeres víctimas para
llegar a una historia de las mujeres activas … Empezó por una historia de las
mujeres para convertirse más precisamente en una historia del género, que
insiste sobre las relaciones entre los sexos e integra la masculinidad[9]”.
La categoría de género
facilitó el análisis de la cultura en la construcción de los sexos, escapando
de visiones esencialistas sobre lo que es ser mujer u hombre, implicando el
estudio de ambos de manera relacional. Así, género
pasó en un primer momento a explicar “los mecanismos por medio de los cuales el
sexo biológico se convierte en género social[10]”,
logrando de esta forma distinguir el género – lo social y cultural – del sexo,
visión que en la actualidad se ha ido problematizando, ya que no existe la
naturaleza fuera de la cultura ya que lo biológico también es parte de la
sociedad. La
incorporación de la noción de género ha sido fundamental para las disciplinas
sociales, consiguiendo cuestionar las propias bases del conocimiento generando
nuevas formas de producción del saber.
Sin
embargo no existe la “mujer” como categoría de análisis ni como realidad única
concreta y por lo tanto tampoco una historia de ella; sí podemos hablar de una
enorme variedad de experiencias y vivencias de las mujeres. No hay una historia
de la mujer, sino historia de las mujeres en plural y de género, para explicar
el sistema en el que se encuentra circunscrita, lo que podríamos también
aplicar al estudio de lo masculino y sus diferencias. La perspectiva histórica
permite investigar su experiencia y condición de manera dinámica y concreta.
Por otra parte hay que diferenciar entre movimiento de mujeres y feminismo. No
todo agrupamiento de mujeres es feminista, las organizaciones de mujeres pueden
adscribirse a muchas temáticas: política, derechos humanos, cultura, género,
etc., por lo tanto sólo en función de la denuncia y la organización para buscar
transformar la condición de desigualdad y discriminación de las mujeres, es que
podemos hablar de movimiento feminista. El feminismo es un movimiento
heterogéneo, en su interior existen corrientes que luchan desde la igualdad –en
función de la obtención o ampliación de derechos-, otras que reivindican la
diferencia –lo específico y propio de la mujer, desde cierta postura
esencialista- el feminismo radical, -con su énfasis en la denuncia al
patriarcado-, el socialista –en su denuncia de las relaciones de explotación y
opresión –, el posmoderno, etc. Sin embargo, existe un presupuesto tácito de
modificar y luchar activamente por transformar las condiciones de vida de la
mujer y su lugar en la sociedad, siendo éste uno de sus grandes aportes no sólo
en la teoría sino también en la práctica de las condiciones de vida las
mujeres.
Es
cierto que la organización del sistema de género pareciera operar de manera
binaria, oponiendo de alguna manera lo masculino y lo femenino en la
distribución de las características, símbolos y representaciones que atribuye a
uno y otro. Esto se manifiesta en las relaciones entre el mundo de lo público,
como esfera de acción masculina y lo privado, ámbito de acción de lo femenino,
lo político versus lo doméstico, entre otras muchas características
(objetivo/subjetivo, razón/sentimiento, cultura/naturaleza, etc.). Sin embargo,
esta oposición es complementaria y sus fronteras son también frágiles y
dinámicas, siendo así lo masculino y lo femenino conceptos complejos y
heterogéneos, que están también insertos en una lógica de la hetero-normatividad hegemónica.
Algunas
teóricas como Joan Scott[11]
ha denunciando correctamente cierta tendencia hacia la despolitización que
podría acarrear la categoría de género, la que se ha institucionalizado en los
debates académicos, escapando de su original acción práctica y emancipadora, en
tanto denuncia de las relaciones de desigualdad y poder. “Mientras que el
término “historia de las mujeres” proclama su política al afirmar
(contrariamente a la práctica habitual) que las mujeres son sujetos históricos
válidos, “género” incluye a las mujeres sin nombrarlas y así parece no plantear
amenazas críticas”[12].
Los
debates y polémicas sobre la categoría género como también sobre el patriarcado
y los problemas de las desigualdades sociales de género, son múltiples y
variados, ya sea los que enfatizan los aspectos estructurales económicos, los
que destacan la importancia de la cultura, el lenguaje o los símbolos. Estos
mismos debates están presentes en las discusiones sobre los orígenes de la
opresión de la mujer, los significados de la división sexual del trabajo, la
diferenciación entre las esferas de lo público y lo privado, entre otros
aspectos.
Joan
Scott tuvo el mérito de proponer una definición que favoreciera la
incorporación del género como categoría para el estudio histórico. Para la
autora, el género “es un elemento constitutivo de las relaciones sociales
basadas en las diferencias que distinguen los sexos y el género es una forma
primaria de relaciones significantes de poder[13]”,
la primera parte de su proposición, se manifiesta tanto en los símbolos
culturales, los conceptos normativos, las instituciones sociales en las que
ella se manifiesta, junto con la identidad subjetiva que construye. Género es,
por lo tanto, una categoría de análisis para el estudio histórico, relacional,
dinámico, conflictivo, normativo e integral.
Para
este trabajo utilizaremos la categoría de género como forma de aproximarnos a
la construcción social y cultural de los sexos en la época señalada, pero
también para analizar específicamente el discurso y la propuesta que aparece en
la prensa obrera femenina, que intenta cuestionar de alguna manera las
normativas de género vigentes en la época.
III. Capitalismo y Patriarcado.
Explotación y opresión
Nos
interesa remarcar estas discusiones entre feminismo y teoría marxista, porque
nos permiten comprender, para el caso de estudio que estamos analizando, la
irrupción de las demandas de las mujeres trabajadoras, en el contexto del
capitalismo, como también plantear la necesidad de realizar un análisis que
articule la teoría de género con la perspectiva marxista de clase, para
comprender por ejemplo la difícil relación entre trabajadores varones y
mujeres, bajo la lógica de la competencia, la degradación que el capitalismo
realiza del trabajo doméstico, como también la utilización de las ideologías
conservadores que promoverá
Una
de las interrogantes que recorre el campo de los estudios de género tiene que
ver la pregunta acerca del origen de la opresión y desigualdad de género.
Las
teorías feministas que se centran en el análisis del patriarcado, como
“manifestación e institucionalización del dominio masculino[14]”
atribuyen a éste de ser la base de la opresión de la mujer e insisten en su
larga pervivencia en el tiempo. Otras perspectivas, señalan que la base de la
desigualdad tiene un contenido cultural y simbólico. Desde las teorías
posmodernas se intenta de-construir las nociones de mujer, hombre, género e
incluso cuerpo y sexualidad.
La
teoría marxista relacionó la opresión de la mujer con la estructura de
producción de la vida social, el estudio sobre la división sexual del trabajo y
el valor del trabajo dentro del
sistema capitalista, en cuya estructura el trabajo doméstico realizado en su
mayor parte por mujeres, resulta ser invisibilizado y degradado, lo que no
niega su aprovechamiento bajo el sistema capitalista e incluso su
reconocimiento indirecto; la lógica del capitalismo utiliza el trabajo
asalariado de la mujer como mano de obra barata a su vez que aprovecha el
trabajo doméstico negando su carácter de trabajo productivo. El marxismo
intentaba explicar el sustrato material y simbólico de la opresión de la mujer,
basado en la división sexual del trabajo, el surgimiento de la propiedad
privada y el control del cuerpo femenino.
Los
diálogos entre las teorías marxista y feminista han sido controvertidas[15]
pero también productivas. La teoría marxista intenta comprender las formas que
adquiere la opresión de la mujer, especialmente la relación entre capitalismo y
patriarcado.
Marx
y Engels reconocieron que la opresión hacia la mujer era anterior a la
existencia del capitalismo e intentaron revelar históricamente las causas de
esta opresión, buscando explicar la relación entre la estructura de clases, la
explotación capitalista y la desigualdad de género, manifestada en relaciones
de opresión y en la desigual división del trabajo, afirmada en la valoración
del trabajo público y productivo por sobre el trabajo privado y doméstico. El
reconocimiento de la desigualdad de género está incorporada en los textos de
Marx y Engels, reconociendo por ejemplo en
Engels
identifica la opresión de la mujer dentro del proceso de formación de la
propiedad privada, por la necesidad de control del cuerpo y la sexualidad
femenina para asegurar la descendencia. Aunque ciertos análisis de Engels son
inexactos tienen el mérito de haber desarrollado el debate sobre la opresión
que vive la mujer, su relación con la propiedad privada y la explotación, el
rol de la familia y el proceso que posibilitó la degradación de la mujer dentro
de la sociedad. Marx y Engels desarrollan en sus trabajos el problema de la
división del trabajo, división que de por sí implica contradicción y diferencia
en la que el excedente social es distribuido desigualmente. La creación de un
excedente, su apropiación y control en un sector de la sociedad, genera los
conflictos de clase y la lógica dominación, pero también la resistencia y
oposición a esta situación. Dominación que se va a expresar en la propiedad
privada, la expropiación del trabajo ajeno, pero también en las relaciones de
género con su carga de violencia y desigualdad.
Desde
esta perspectiva, consideramos que la explotación se inserta en las relaciones
económicas de la sociedad, en su división social del trabajo y su
estructuración en clases opuestas y antagónicas. En la opresión, encontramos
relaciones sociales que se enmarcan en la desigualdad de poder y diferenciación
en la jerarquía social, en una construcción social y cultural que legitima la
preeminencia de lo masculino por sobre lo femenino y de la hetero-norma
como relación hegemónica. Una y otra categoría son relevantes para el análisis
histórico que posibilite explicar la situación de la mujer en del mundo
capitalista, como también la desigualdad que provoca un sistema de género que
sitúa a las mujeres en una posición de subordinación social, como es en el caso
que estamos analizando del Chile del centenario, donde un importante sector de
mujeres se encontraba participando del trabajo asalariado, siendo explotadas en
sus relaciones laborales y oprimidas dentro de las relaciones de género.
Pero
si bien capitalismo y patriarcado son sistemas que sostienen aspectos
diferentes de la organización social, se entrelazan y afirman mutuamente. Al
capitalismo, como sistema económico le es útil la desigualdad de género
consolidada por el sistema patriarcal, porque incorpora a la vida económica
laboral a cientos de millones de mujeres feminizando ciertas ramas de la
producción, las que en su mayor parte son mano de obra barata; por otro lado se
sirve del trabajo doméstico no remunerado, trabajo que es realizado en su
inmensa mayoría por mujeres, las que en una gran parte trabajan con una doble
jornada laboral.
Desde
los aspectos culturales e ideológicos, las relaciones de opresión y desigualdad
social, de subordinación, legitiman, naturalizan y justifican esta diferencia,
reproducidos mediante diferentes prácticas e instituciones, como
Algunas
críticas feministas apuntan a que el marxismo no habría considerado el valor
del trabajo doméstico o la reproducción[19].
Marx y Engels consideran la producción y reproducción de la vida material.
Dentro de la reproducción, no sólo está la reproducción de la vida, sino
también las actividades relacionadas con los ámbitos de lo cotidiano y privado,
la alimentación, las tareas domésticas, etc. La reproducción de la vida es
fundamental para el sostenimiento de la clase trabajadora. La particularidad
del trabajo doméstico, identificado con el trabajo femenino, es que está
condenado al ámbito de lo privado, invisibilizado y degradado socialmente,
siendo además es impago. ¿Significa esto que no es trabajo? No. Pero si que su
particularidad no reside en crear valores de cambio para el mercado
capitalista, como si es el caso del trabajo productivo, sino valores de uso
para el consumo propio, personal, incluso el de otros.
La
relación entre patriarcado y capitalismo se evidencia específicamente en esta
relación, en la apropiación y uso que el capitalismo realiza del trabajo
doméstico, que si bien no es generador de capital directamente garantiza la
reproducción de la fuerza de trabajo de manera gratuita, el control de la
sexualidad para la reproducción humana y de las nuevas generaciones de
trabajadores y ahorrarse el pago de las tareas domésticas. Por esto es
incorrecto que en el capitalismo el trabajo doméstico sea negado totalmente. Es
apropiado en la forma en que posibilita reproducir la vida del obrero, también
para aumentar su tasa de ganancia como trabajo no remunerado, pero incluso
indirectamente y de forma totalmente contradictoria, el pago del salario
familiar –bajo la forma de organización fordista de
trabajo y que el sistema neoliberal ha ido destruyendo o transformando en una
caricatura mediante el aumento de la flexibilización y precariedad del trabajo
– es parcialmente una respuesta del propio sistema para dar cuenta del trabajo
reproductivo y doméstico del hogar, dentro de esta división del trabajo que
conduce a la degradación del trabajo femenino y doméstico. Complementariamente,
la lucha de la clase obrera por esta demanda –salario familiar- es también una
conquista paradójica, que si bien implica de alguna forma reconocer este tipo
de trabajo, se realiza bajo las formas impuestas del capitalismo de la desjerarquización y desvalorización del mismo.
El
trabajo productivo es –en el sistema capitalista- aquel que produce plusvalía,
derivado de la producción de mercancías que tienen un valor de cambio
determinado y que se emparenta con la apropiación del trabajo no retribuido del
obrero. El trabajo productivo no se define entonces por su utilidad o contenido
determinado, y esto significa que el marxismo no desmerece el trabajo
doméstico, como sí lo hace el capitalismo. El capitalismo degrada así el
trabajo no-productivo, realizado en su mayoría por mujeres.
De
todos modos las discusiones entre marxismo y feminismo alcanzan también otros
aspectos, como la crítica política de las feministas hacia muchas
organizaciones de izquierda, que durante décadas consideraron las demandas de
las mujeres como cuestiones secundarias. Esto genera, para Terry Eagleton, que “el marxismo ahora está cosechando las
tempestades de su propia cruel insensibilidad hacia la opresión de las mujeres
y es de esperar que la lección sea profunda y duradera. En virtud de su propia
historia parcialmente sexista, el marxismo ha rebajado su credibilidad moral y
política a los ojos de uno de los movimientos de masas potencialmente más vital[20]”.
IV. La emergencia
del feminismo obrero en Chile
“Para
vosotras ¡oh, pobres mujeres! doblemente víctimas
de
la prepotencia del esplotador y de la absurda y feroz
opresión
del varón, mas tirano cuanto mas imbécil[21]”
Los inicios
del siglo XX encuentran a las mujeres trabajadoras y de los sectores
populares urbanos enfrentando difíciles condiciones de vida. El trabajo
asalariado femenino era considerado como complementario al del jefe de hogar y
de menor calificación, lo se traducía en salarios más bajos[22]
y largas jornadas laborales. A pesar de que las estadísticas señalan que una
parte considerable de las familias era responsabilidad de las mujeres, la
lógica de la complementariedad promovía la pobreza y miseria dentro de las
familias con jefatura femenina, la que era enfrentada básicamente desde la
beneficencia y la caridad cristiana. Habitando viviendas lúgubres y en una
ciudad que las enajena, con altas tasas de mortalidad infantil y enfermedades,
soportando la precariedad de la existencia, la violencia de la vida cotidiana,
cumpliendo además el doble rol de trabajadora y dueña de casa, la doble
opresión de su explotación de clase y de género.
La sociedad no las
consideraba como ciudadanas, lo que se traducía en la inexistencia de derechos
políticos y sociales, en su invisibilización como sujetos. Los discursos
públicos de
Esta situación es
la que las impulsa a un sector de estas mujeres trabajadoras a organizarse y
luchar en defensa de sus derechos, evidenciando su capacidad de acción y
resistencia, su lucha contra la explotación y la opresión desde los ideales de
la emancipación.
Las mujeres no son
sujetos pasivos; desde diferentes lugares y propuestas encontramos sectores de
mujeres que se manifiestan, se organizan, discuten, actúan y publican sus
peticiones, ideales y propuestas. Estas resistencias y rebeldías, esta
emergencia de múltiples voces femeninas configura los inicios de los
movimientos de mujeres y feministas. Este proceso se manifiesta no sólo en las
trabajadoras, también en los círculos de clase media e incluso las mujeres de
la elite, las profesionales, estudiantes e intelectuales.
La creciente
cantidad de mujeres trabajadoras y su mayor presencia en los espacios públicos,
genera para el Estado,
Las políticas del
Estado conllevan la aplicación de ciertas reformas parciales al trabajo de las
mujeres, generando las primeras legislaciones laborales y prácticas
proteccionistas. La lógica involucra leyes de resguardo dirigidas hacia la
mujer y su cuerpo. Prohibición o limitación del trabajo nocturno de mujeres y
niños, derechos de pre y post natal. Sin embargo, la aplicación de estas leyes
se dejará en la mayor parte de los casos, al libre arbitrio de los empresarios.
Las leyes laborales, que comienzan a aumentar desde la primera década del siglo
XX buscarán también responder al incremento de los conflictos sociales y
populares de la época, actuando como una bisagra en las relaciones
capital-trabajo.
En el caso de
Las mujeres
trabajadoras y populares son objetos del discurso público, católico y
patriarcal sobre la familia y la imagen de la mujer-madre, que las sancionaba
en su lugar de esposa y dueña de casa, en la represión de su cuerpo y control de
su sexualidad, en trabajos mal pagados y precarios, de la compasión de las
damas de la elite, que con sus obras piadosas junto a
Las mujeres
obreras y populares enfrentan el proceso de modernización y desarrollo
capitalista en su transición hacia la industrialización como objetos de
discursos, prácticas y representaciones de los diferentes sectores de la
sociedad, que intentan constituirlas y normalizarlas en lo que ellas deberían
ser como mujeres, madres e incluso trabajadoras.
Pero ¿qué dicen
las mujeres? Son pocos los registros que existen de sus voces en algunos
periódicos obreros femeninos y algunas notas y debates en periódicos obreros
generales de la época, que permitirán conocer lo que estos sectores de mujeres
organizadas plantean sobre su propia situación, como así también de sus ideas y
problemas. Se encuentran también inscritas en los censos, los boletines de
A pesar de todo,
un sector de estas mujeres trabajadoras comenzó a organizarse. Formaron
sociedades de resistencia, filarmónicas, sociedades de socorro mutuo,
mancomunales. Se reconocieron a sí mismas como parte de una clase, como
trabajadoras. Se ligaron también a las organizaciones políticas más
progresistas de la época y se emparentaron con las organizaciones obreras
masculinas. Comenzaron a escribir artículos e incluso editaron su propia
prensa, para hacer oír sus demandas y sus voces. Enfrentaron e intentaron
resistir la explotación laboral, luchando por mejores condiciones de vida. Pero
también fueron reconociéndose como mujeres, con problemas propios. Sus salarios
eran más bajos que los de los hombres. Sus jornadas laborales se extendían
también hacia el trabajo doméstico y el cuidado de los hijos y el hogar, en una
doble jornada. Sin derechos casi de ningún tipo, sin lugar siquiera para votar.
Las leyes las consideraban como inferiores, incapaces, asimilándolas como
menores de edad. Eran objeto de violencia de clase y de género. Subordinadas e
inferiores sólo por el hecho de ser mujeres. Su lugar en el mundo debía ser el
de madre virtuosa, la compañera del hombre[26],
la dueña de su hogar, la procreadora, el baluarte de la familia y la patria.
De estas luchas,
cuestionamientos y tensiones surge lo que podemos denominar como un movimiento obrero feminista y de clase.
Mujeres trabajadoras del mundo urbano, que en su doble condición de explotadas
y oprimidas intentaron dar una respuesta a su realidad de vida, explicar las
causas de su situación, generar una voz propia y acciones para transformar su
realidad, ligarse a otros sectores en su lucha, enfrentar la voracidad patronal
y su opresión como mujeres.
Su historia y sus
luchas, sus problemas y preocupaciones, no están exentas de contradicciones.
Discutir su rol como mujeres, tensionar lo que la sociedad,
A pesar de todo,
las huellas de estas mujeres han pervivido en el tiempo. Sus voces de denuncia
y de llamados a la acción, sus ansias de instruirse y mejorar su calidad de
vida, sus deseos de emancipación se plasmaron en artículos, poemas, denuncias,
reflexiones y periódicos.
Hay que desterrar
entonces una imagen que pudiera surgir de las mujeres como sujetos pasivos,
víctimas de la dominación o la opresión. Algunos sectores de estas mujeres
trabajadoras resistieron, lucharon, se organizaron, aunque otras, fueron
colaboradoras de la visión dominante sobre su condición de género. Ni sumisas,
ni silenciosas.
Desde un análisis
de las categorías de clase y de género podemos estudiar las relaciones de
explotación del trabajo femenino bajo el capitalismo y en el contexto histórico
mencionado, analizando cómo se forma el mercado de trabajo femenino y sus
particularidades, asociados a la precariedad, con altas tasas de explotación y
bajos salarios, como mano de obra no calificada, con un trabajo considerado
como complementario para el salario familiar, articuladas con las relaciones de
opresión que ellas enfrentan como mujeres, como parte de un sistema de
sexo-género basado en la lógica de la desigualdad, la jerarquización y la
opresión. Estas categorías de análisis nos permiten estudiar la emergencia de
este movimiento obrero feminista y de clase, que puede rastrearse en la prensa,
en organizaciones femeninas de la época, en las discusiones y artículos que
tratan sobre esta temática y que va a contener no sólo a este sector de las
mujeres trabajadoras sino también a algunas organizaciones obreras más
generales del periodo, que intentarán políticas para organizar a la mujer o
incluir sus demandas.
Hacia
1900 existía una importante cantidad de fuerza de trabajo femenina en el ámbito
urbano, en actividades como la lavandería, costura, servicio doméstico y el
naciente sector fabril, en la textilería, alimentos,
comercio y también en el sector de servicios. En general el salario femenino
alcanzaba un cuarenta por ciento del masculino. Cómo se consideraba que la
mujer no era naturalmente una
trabajadora, podía aceptarse que, en caso de extrema necesidad, se ocupara en
las tareas que se asociaban a la condición femenina, es decir, en labores o
trabajos tradicionalmente relacionados con lo que la sociedad considera que
deben las mujeres: lavar, coser, cuidar del hogar, atender a otros.
En
1905 comienza a circular en Valparaíso el periódico
El lugar de
enunciación de estas mujeres se propone desde una doble condición: desde un
lugar de clase como trabajadoras y desde su visión como mujeres. Cabe señalar que las mujeres no se
agrupan ni actúan bajo un solo discurso en común, existiendo más bien una
heterogeneidad de voces y discursos, de esta manera las problemáticas de clase
y género aparecerán no solo en las mujeres trabajadoras, sino también en los
sectores medios y de elite.
En
la prensa obrera femenina de
En
Las
mujeres se sitúan desde un espacio específico, en su condición de mujeres y de
obreras –aunque se sienten integrantes de la “familia proletaria”-, y es este
lugar de identificación el que las constituye como actores, como sujetos, que
las impulsa a la organización y la lucha y las inspira a introducirse en el
mundo público. Sin embargo, esta propuesta irá tensionándose en la medida en
que las mujeres enfrenten en reiteradas ocasiones, la indiferencia y el
machismo de sus compañeros. Esto permitirá ir radicalizando el discurso,
buscando quebrar e infringir las imágenes sociales que circulan sobre lo que se
entiende debe ser su lugar en el mundo.
¿Qué
tópicos aparecen en
Desde
la perspectiva de la relación de clase, se denuncia la explotación del trabajo
y se señala como responsable a “la clase burguesa”. Si bien estas mujeres se
sentían parte de la “familia obrera”, evidencian también inquietudes propias,
específicas, que configuran su pensamiento y posibilitan la emergencia de una
conciencia y práctica feminista, revelando su opresión por parte del Estado, de
la religión e incluso sus compañeros varones.
¿Cómo
asoma en estos periódicos la figura de la mujer? En las notas escritas por
mujeres – ya que en ambos periódicos hay también una importante cantidad de
artículos escritos por varones – existe un énfasis en los aspectos de la
emancipación, como idea asociada a la conquista de derechos, de un lugar dentro
de la sociedad, un espacio y una condición, como sujetos reconocidas.
Florentina Bustos, escritora de
Desde
el número 20 de
Hay
entonces en esta denominación un carácter autoafirmativo,
un esfuerzo por enfatizar más las temáticas femeninas y también feministas.
Este renombrarse a si mismas expresa el carácter de su orientación. Afirma su
sentido. Y también aumentan los artículos con críticas hacia sus compañeros de
lucha, los obreros, que permanecen en gran parte indiferentes a sus demandas.
Se denuncia la naturalización de las relaciones entre hombres y mujeres. La
mujer, más que serlo por una cuestión de naturaleza, ha sido vista como “el
mueble obligado del hogar, la nodriza encargada de crear vástagos o la esclava
dispuesta a obedecer humillándose[32]”.
Las mujeres son “doblemente víctimas de la prepotencia del esplotador
y de la absurda y feroz opresión del varon[33]”.
Esta doble opresión – laboral y de género – comienza a disputarse, a ponerse en
entredicho. La crítica se hace abierta y polémica, contra los discursos de la
emancipación obrera que no dan cuenta de la situación de las mujeres. ¿Qué
alternativa se propone? La lucha contra la esclavitud tanto del hombre como de
la sociedad.
De
todas maneras, la obra de emancipación social, la posibilidad de la liberación,
encontrará su apoyo en la instrucción, un deseo que se expresa frecuentemente
en estos periódicos. Esta obra de emancipación, de educación, de aprendizaje,
logrará romper para las mujeres con “las cadenas de la servidumbre en que hemos
permanecido en todas las edades[34]”.
El
periódico
La
emergencia de este movimiento obrero feminista propondrá un debate que se
desplaza entre la tensión a las imágenes construidas del género hacia el
cuestionamiento abierto, desde asumir ciertas posiciones – ya que en muchos
artículos la figura de la mujer se asocia a la de madre, esposa, compañera – hacia
infringirlas, rechazando la idea de una naturaleza propia.
Esta
tradición de un feminismo obrero formó parte de los discursos y prácticas de sectores
obreros en Chile, retomados en años posteriores por otras organizaciones
obreras e instituciones. La visita de la feminista anticlerical española Belén
de Sárraga, en el año 1913, recorriendo el país y
dirigiéndose en particular a recorrer las ciudades del norte salitrero,
invitada por el Partido Obrero Socialista, con el apoyo de Teresa Flores y Luis
Emilio Recabarren, mantendrá vivo el ideario y las demandas de las mujeres
trabajadoras, lo que se expresa también en la creación de los departamentos
femeninos de organizaciones como el Partido Obrero Socialista (P.O.S.), la creación
de los Centros Femeninos Belén de Sárraga, la incorporación
en
No
solo en Chile se editaron periódicos obreros femeninos. “
Junto
con la existencia de este movimiento de mujeres obreras feministas, surgieron
también los movimientos de mujeres de clase media y alta. Cada uno enfatizó
aspectos específicos de la lucha por los derechos de la mujer. Confluían en
algunos aspectos y se diferenciaban en otros. Los problemas relacionados con la
educación, la falta de derechos políticos y la demanda por derechos ciudadanos
hace converger en muchos casos los discursos, pero la lucha de las mujeres
trabajadoras se dirige también contra las mujeres de clase alta.
Desde
mediados de 1920 en adelante este feminismo obrero comienza a acallarse,
perviviendo sin embargo en las preocupaciones que las grandes organizaciones
feministas que se construirán desde 1930, como el Movimiento Pro Emancipación
de
El
estudio de movimientos como el feminismo obrero en Chile nos posibilita una
mejor comprensión de la historia de la mujer, planteando la posibilidad de
cuestionar la propia disciplina histórica a través de la discusión sobre cuáles
son las categorías, métodos y formas de estudio, como también las bases
teóricas y epistemológicas que están detrás de la escritura de la historia. De
esta manera, nuevos problemas y temas de estudio, como la historia sobre la
mujer y sus luchas, resistencias o la vida cotidiana, nos permiten repensar la
práctica misma de la historia.
RESUMEN
Este artículo estudia el surgimiento de las organizaciones de mujeres
trabajadoras y la prensa obrera feminista en los albores del siglo XX en Chile,
indicando cómo se articula la relación entre las problemáticas de la mujer y el
trabajo asalariado, indagando también las categorías teóricas de género y
clase.
Palabras Clave: Género - feminismo
– marxismo – opresión - explotación
ABSTRACT
This article examines the emergence of organizations of working women
and the feminist labor press in the early twentieth century in Chile, showing
how it articulates the relationship between the problems of women and paid work
is also investigating the theoretical categories of gender and class.
Key Words: Gender – feminism – marxism – oppression -
exploitation
Recibido: 26/06/09
Aceptado: 15/03/10
Versión final: 04/06/10
Notas
[1] Este
artículo es parte de la investigación para la tesis “Voces de Rebeldía. La
formación del feminismo obrero y de Clase en Chile. 1890-
(*)Estudiante de Magíster en Estudios
Latinoamericanos. Universidad de Chile. Licenciada en Historia, Universidad
Academia de Humanismo Cristiano. Becaria Conicyt.
Docente universitaria de área de Teoría de
[2] ACHA,
Omar; El Sexo en
[3] Para
Michelle Perrot, la historia de las mujeres nace asociada a una serie de
factores, que implican el cuestionamiento a los paradigmas de conocimiento
tradicionales, la presencia de las mujeres en la universidad, factores
políticos, como los movimientos por los derechos de las mujeres, entre otros
aspectos. Ver: PERROT, Michelle; Mi Historia de las Mujeres; Fondo
Cultura Económica; Argentina; 2008.
[4] DE
BEAUVIOR, Simona; El Segundo Sexo;
Sudamericana; Bs. As.; 1999
[5] LAMAS,
Marta.
[6] RAMOS,
Carmen (comp.); Género e Historia;
Instituto Mora; UNAM; México; 1992; p. 10
[7] Gayle Rubin plantea la definición
de sistema de sexo género como “el conjunto de disposiciones por el que una
sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad
humana, y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”, que
implica necesariamente uno y otro sexo. Ver: GAYLE, Rubin.
“El tráfico de mujeres: Notas sobre la “economía política” del sexo”. En:
LAMAS, Marta; El Género. La construcción
cultural de la diferencia sexual; UNAM; México; 2003. Disponible en
Internet en: http://www.cholonautas.edu.pe/biblioteca2.php?tipo=AND&campo=Tema&palabra=G%E9nero&accion=buscar&pag=3.
En este sistema de género, “el discurso patriarcal sobre el varón “se olvida”
de que la importancia de ser varón sólo se debe a que las mujeres son definidas
como menos importantes”. VICENT- MARQUÉS, Joseph; Varón y Patriarcado; “Varón y
Patriarcado”; En: Masculinidades. Poder
y Crisis. VALDÉS, Teresa y OLAVARRÍA, José, Editores; ISIS, FLACSO;
Ediciones de las Mujeres N°24, Santiago; 1997; p 19
[8] PERROT,
Michelle; Mi Historia de las Mujeres; FCE; Bs. As.; 2008; p. 16.
[9] Ídem; p. 17.
[10] ASTELARRA,
Judith; ¿Libres e Iguales? Sociedad y
política desde el feminismo; Santiago; CEM Ediciones; 2005; p. 32
[11] SCOTT,
Joan. “El género: una categoría útil para el análisis histórico”. En: LAMAS,
Marta (comp.); El Género. La
construcción cultural de la diferencia sexual; México D.F.; UNAM; 2003.
[12] Ibíd. p. 270.
[13] Ídid. p. 289.
[14] RAMOS,
Carmen (comp.); Género e Historia;
Instituto Mora; UNAM; México; 1992; p. 15.
[15] Ver:
MACKINNON, Catherine; Hacia una Teoría
Feminista del Estado; Cátedra; Madrid; 1995.
[16] ENGELS,
Federico; El origen de
[17] MARX, Carlos,
ENGELS, Federico.
[18] PATEMAN,
Carole; El
contrato Sexual; Anthropos; Barcelona; 1995; p.
221.
[19] Ver,
entre otras: RUBIN Gayle; “Notas sobre la “economía
política del sexo”. En: El Género. La
construcción cultural de la diferencia sexual; México D.F.; UNAM, 2003; pp.
35-96.
[20] EAGLETON,
Terry. Walter Benjamin. O hacia una crítica Revolucionaria; Cátedra;
Madrid; 1998; p. 155.
[21]
[22] En el
servicio doméstico o como lavanderas, costureras, en talleres e industrias o en
el trabajo a domicilio.
[23] Revista Católica N° 105. “Oratoria
Sagrada. Conferencias sobre la mujer Cristiana. Conferencia XI.
[24]
Sectores de mujeres de la elite se involucraron en las políticas de
beneficencia, formando asociaciones y redes de asistencia social. Esto generó
también la presencia y la acción pública de estas mujeres y la creación de
organizaciones.
[25] Revista Católica N° 87. “María y la
mujer Chilena”. 4 de Marzo de 1905.
[26] Las
desigualdades de género, los discursos normalizadores de los roles de lo
femenino y lo masculino, impactan también en el movimiento obrero masculino,
para el cual es problemático a veces el tema de la mujer trabajadora. En
algunos sectores, se rechazaba la participación femenina porque eso afectaba el
empleo masculino, otros –como Luis Emilio Recabarren- buscaron incorporarla a
la lucha de los trabajadores contra el capital, con políticas específicas y su
inclusión en las organizaciones obreras, sindicatos, partidos, etc., para
otros, simplemente las mujeres eran las compañeras del hombre.
[27] Esta
naturalización de las relaciones de género es uno de los aspectos más potentes
del problema, porque se logra invisibilizar lo que es un problema social y
cultural. Algo similar ocurre en el caso de la explotación del trabajo,
naturalizada dentro del capitalismo y disfrazada bajo el contrato de trabajo,
la venta libre, aparentemente, de la fuerza de trabajo, que esconde bajo ella
la relación social de explotación.
[28]
[29] Ídem.
[30]
[31]
[32]
[33]
[34] Íbid. “Emancipación social de la mujer”. Baudina Pessini T., Chañaral. p.
2
[35]