REVISTA DE LIBROS

 

 

 

DÍAZ, Hernán; De Saint-Simon a Marx. Los orígenes del socialismo en Francia, Biblos, Buenos Aires, 2020, 297 pp.

 

Publicado el año pasado, el nuevo libro de Hernán Díaz constituye un aporte original e indispensable para aquellos/as lectores/as de habla hispana interesados/as en las raíces del socialismo. Mediante una vasta investigación, por demás minuciosa y estratégica aún sobre autores y problemáticas históricas tan diversas, Díaz logra reconstruir con éxito el período formativo (o “prehistórico” o “utópico”) de la corriente política más importante y duradera de la modernidad capitalista, en términos generales, y de la clase obrera, en particular.

Desde las primeras páginas, el “Prólogo para marxistas” nos advierte: “No es nuestra intención aquí reivindicar políticamente el socialismo anterior a Marx para enmendar un supuesto marxismo incompleto, sino justificar históricamente el movimiento a través del cual una serie de conceptos del socialismo se fueron conformando y consolidando a través de tres generaciones anteriores a Marx y Engels” (p. 9). En esta dirección, el libro no es solo una historia de las ideas socialistas lato sensu y de sus pensadores sino también, y saludablemente, mejor, una historia social y política sobre las condiciones que le dieron origen. Para la audiencia militante, en especial aquella formada bajo la tríada leninista del marxismo como la triple afluencia de “economía política inglesa – filosofía clásica alemana – pensamiento social francés”, el trabajo permite ir más allá del simple mote “socialismo utópico” o “pre-científico”, amplificado en Francia por el famosísimo folleto homónimo de Engels.

De esta manera, el primer capítulo repone el contexto histórico 1815-1830, una etapa fundamental para entender la transición política hacia el dominio pleno de la burguesía capitalista, atravesada por movilizaciones y luchas de masas que conmovieron el siglo XIX. En cierto modo, el capítulo permite reestablecer los hilos de continuidad histórica entre la Gran Revolución de 1789, el interregno napoleónico y la reacción política posterior a nivel europeo, situando y caracterizando las fuerzas políticas en presencia.

Sobre este aparentemente calmo escenario (al menos hasta 1830), el segundo capítulo analiza la trayectoria biográfica y la producción del conde de Saint-Simon, desde sus primeras Cartas de un habitante de Ginebra a sus contemporáneos (1802) hasta sus obras de madurez, publicadas entre 1822 y 1825: Del sistema industrial, Catecismo de los industriales y Nuevo cristianismo. La tarea hermenéutica por parte de Díaz hace justicia a un filósofo que, como bien se señala en el texto, “siempre [fue] más un político que un científico, aún cuando sus obras se presenten como tratados científicos” (p. 182). En perspectiva, la herencia de Saint-Simon parece inabarcable: la división de la sociedad en clases (siguiendo el famoso folleto de Sieyes, “Qu’est-ce que le tiers état?”); la “fisiología social” como ciencia humana holística y totalizante; el rol de la clase industrial y de la industria en particular; el papel llamado a desempeñar por “los que trabajan con sus brazos”; su perspectiva sobre el devenir histórico y el cambio social; entre otros aportes relevantes.

El tercer capítulo avanza en la indagación sobre cuáles fueron los derroteros de la corriente saint-simoniana luego de la muerte de su fundador. En este punto, la lectura se vuelve densa y cautivada por los distintos giros y peripecias que jalonaron las vivencias de sus principales continuadores, como Saint-Amand Bazard, Philippe Buchez o Prosper Enfantin. Aquí deben destacarse aportes fundamentales a la historia del socialismo tales como: la idea de “explotación del ser humano por el ser humano”; la función del periódico (Le Producteur) en tanto “organizador colectivo”; la asociación entre personas como contrario de la libertad formal abstracta, propia del egoísmo burgués; la necesidad de que la clase obrera se organice en un partido político independiente (no obstante, este finalmente adoptara una forma religiosa).

A esta altura del análisis, se evidencia en parte la necesidad de agregar a esta clase de trabajos un glosario con nombres y conceptos, una herramienta fundamental para facilitar su lectura y permitir un mejor abordaje del texto.

Sin riesgo a equivocarse, es probable que el capítulo cuatro constituya una de las apuestas más destacadas del libro, examinando las raíces del feminismo socialista. En este plano, Díaz subraya el contraste entre los proyectos emancipatorios de Fourier y de la nueva “religión” saint-simoniana, que alentaban la participación femenina (casi) de forma igualitaria, con la Revolución francesa, que declaró la igualdad formal de derechos de los hombres ante la ley pero dejó intactas las cadenas de opresión y marginación sobre las mujeres. Especial dedicación merecen, al respecto, las poco conocidas vida y obra de Flora Tristán, autora de La Unión Obrera (1843), elementos sobre los cuales el autor ya había trabajado y donde nuevamente se destaca su expertise, combinando aquellos hitos biográficos fundamentales con sus principales aportes teóricos y políticos.

Siguiendo las líneas que trazó el cambiante espectro de las fuerzas políticas galas, el capítulo cinco se ocupa de un tópico recurrente en la historia del socialismo (aunque no por ello menos importante): el pasaje de distintas figuras del saint-simonismo a las filas del republicanismo. En esta dirección, ganaron la escena algunos “reformadores sociales” poco conocidos (como Pierre Leroux o Jean Reynaud), que coexistieron con las intentonas conspirativas de Auguste Blanqui (quien finalmente integró el gobierno provisional surgido de la revolución de 1848). Este análisis es decisivo, pues permite entender que la evolución de las ideas socialistas no fue en absoluto lineal y que, por el contrario, su desarrollo estuvo ligado a las vicisitudes características de las trayectorias militantes e intelectuales así como de sus heterogéneos derroteros teóricos. Aquí el libro deja pendiente un examen con mayor detalle sobre los procesos sociales de este período.

De alguna manera, el capítulo seis ofrece una mirada panorámica sobre esta constelación de sentidos, enfocándose en los prolegómenos que dieron lugar a la formación disciplinar de la historia y la sociología. Como acierta en demostrar Díaz, buena parte de la inspiración marxista acerca del método de indagación histórica se nutrió de la obra de Saint-Simon aunque también, y en una medida no menor, de la producción de sus discípulos, como Augustin Thierry (“padre” de la lucha de clases en la historiografía francesa), Auguste Comte o los ya mencionados Bazard y Buchez. Así, el capítulo aborda las mutaciones que coagularon en las ciencias “del hombre”, reflejando a su modo las transformaciones sociales en curso.

En este marco de transición histórica se ubicaron los experimentos comunitarios de Fourier y Cabet, a cuya comprensión se dedica el capítulo siete. En este punto, aquellos/as lectores/as versados en la obra marxista no podrán cuanto menos disimular su sonrisa, no obstante cabe reflexionar que la suerte adversa de estos proyectos alternativos previno a Marx y Engels de adelantar cualquier tipo de pre-concepto elaborado sobre las formas que pudiera asumir la vida bajo una sociedad comunista, sin clases sociales. En todo caso, la redención de la religión saint-simoniana devino años después en el pasaje socialista al “reino de la libertad” de trabajar, es decir, el comienzo de la “verdadera” historia de la humanidad gracias al desarrollo exponencial de las fuerzas productivas humanas sobre la naturaleza.

Finalmente, el largo recorrido del libro de Díaz concluye en los capítulos ocho y nueve, dedicados al “fantasma que recorrió Europa” post Gran Revolución y la “síntesis de Marx y Engels”, respectivamente. Para quienes están más ilustrados en la genealogía inmediata del marxismo, es probable que muchos de los nombres mencionados resuenen de forma más o menos cercana: Robespierre, Graco Babeuf, Filippo Buonarrotti, Joseph Moll, Wilhelm Weitling… La mirada transversal sobre estos autores así como sobre los llamados “dieciocho años de luchas” permite contextualizar con precisión el lugar que vinieron a llenar (antes que a ocupar) Marx y Engels, profundizando además sobre un tópico marxista “clásico” como fue la relación personal e intelectual entre ambos revolucionarios. Aún quienes conozcan de forma parcial la trayectoria de un joven Marx demócrata-radical, no dejarán de encontrar referencias y elementos originales, como el vínculo con su suegro, Ludwig von Westphalen, o las peripecias que signaron sus relaciones con los jóvenes hegelianos, el poeta Heinrich Heine, el filósofo Arnold Ruge o con Eduard Gans, docente de Marx en la universidad.

En el final, las conclusiones ameritarían una mayor extensión, quizás bajo la forma de un epílogo con algún tipo de juicio u opinión sobre la actualidad y vigencia de estos planteos. De cualquier modo, se recuperan dimensiones clave como el significado de las derrotas en la historia obrera o la función de la guerra y la religión en la formación del socialismo.

En síntesis, el nuevo libro de Hernán Díaz condensa un conjunto de debates, tópicos y acontecimientos históricos que el autor logra concatenar con maestría, resaltando en especial la calidad de su escritura.

Ya sea consideremos al socialismo como movimiento social global, ya sea en tanto corriente política del movimiento obrero, y también como matriz de pensamiento teórica para la transformación práctica, el nuevo libro de Díaz deja planteado una serie de sugestivos puntos de partida para el análisis, revalidando los orígenes del socialismo como un campo de indagación prolífico para la formación académica y militante.

 

 

Walter L. Koppmann

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”

(Universidad de Buenos Aires /

Concejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas)

Email: walter.koppmann@gmail.com

ORCID: https://orcid.org/0000-0001-7281-4052