¿Los guerrilleros no lloran? La política cultural de las emociones en la revista Evita Montonera
Esteban Campos(*)
ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24690732/lwt94nrrb
Resumen
Este trabajo se aproxima al discurso de las emociones y los afectos en la guerrilla de Montoneros a mediados de la década de 1970. Se inscribe en el área de la historia de las emociones, y emplea como fuente documental los veinticinco números de Evita Montonera, prensa oficial de la organización político-militar entre 1974 y 1979. El texto plantea que la revista organizó un variado repertorio de emociones, para difundir un modelo de conducta afín a los principios de la moral revolucionaria, en medio de la escalada represiva estatal y paraestatal. Este régimen emocional se materializó en las necrológicas de militantes caídos en combate, las cartas de presos políticos y los testimonios de familiares víctimas de la represión, que crearon la imagen de un guerrillero duro pero tierno, intuitivo e intelectual, capaz de llorar y controlar sus sentimientos. Se argumenta que este discurso visibilizó las emociones montoneras, y las puso al mismo tiempo bajo el imperio de la razón partidaria.
Palabras clave: Emociones; Afectos; Montoneros; Moral revolucionaria; Arquetipo heroico.
Guerrillas don't cry? The cultural politics of emotions in the magazine Evita Montonera
Abstract
This work approaches the discourse of emotions and affections in the Montoneros guerilla in the mid-1970s. It is part of the area of the history of emotions, and uses as a documentary source the twenty-five issues of Evita Montonera, the official press of the political-military organization between 1974 and 1979. The text states that the magazine organized a varied repertoire of emotions, to disseminate a model of conduct related to the principles of revolutionary morality, in the midst of escalating state and parastatal repression. This emotional regime materialized in the obituaries of militants killed in combat, the letters of political prisoners and the testimonies of family members who were victims of repression, which created the image of a tough but tender guerrilla, intuitive and intellectual, capable of crying and controlling his feelings. It is argued that this discourse made the montonero's emotions visible, and at the same time placed them under the rule of partisan reason.
Keywords: Emotions; Affections; Montoneros; Revolutionary Moral; Heroic Archetype.
¿Los guerrilleros no lloran? La política cultural de las emociones en la revista Evita Montonera
La guerrilla argentina contribuyó a moldear la imagen de un militante ejemplar que, entre otras exigencias, debía endurecerse sin perder la ternura jamás. Como señala Isabella Cosse (2019, p. 836), esta frase atribuida al Che Guevara “expresó una sensibilidad revolucionaria ideal que unía el coraje con la dulzura”, constituyendo una virilidad guerrillera singular que combinó atributos femeninos y masculinos, cuyo símbolo más conocido es la imagen andrógina del Che de mirada seria y pelo largo fotografiado por Alberto Korda (Rodríguez, 1996). Si todavía es recordado el aforismo setentista que decía “al compañero caído no se lo llora, se lo reemplaza”, la tensión aparente entre dureza y ternura, frialdad y emoción, razón instrumental y pasiones desordenadas, es tan visible en los testimonios de la lucha armada en la Argentina, como incipiente en la producción historiográfica, que originariamente abordó estos temas subordinados a preocupaciones mayores como la familia, las relaciones de pareja, o el status de las mujeres en las organizaciones armadas (Andújar, et. al. 2009, Oberti, 2015; Cosse, 2017 y 2019; Bartolucci, 2021 y Peller, 2023). Sin embargo, como veremos a continuación, la táctica, la estrategia y las ideologías revolucionarias se conectaron con una compleja trama emocional, que integró una parte sustancial de la cultura política guerrillera, y puede ser recortada como un objeto de estudio específico. El planteo de este trabajo sugiere que la revista Evita Montonera organizó discursivamente un variado repertorio de emociones, con el fin de exaltar la humanidad de los guerrilleros caídos en combate, y de vincular los sentimientos de los militantes con las lógicas partidarias, en medio de la escalada represiva estatal y paraestatal. Se inscribe en una investigación más amplia que apunta a reconstruir los principales nudos simbólicos de la prensa montonera entre 1974 y 1983, que en el caso de Evita Montonera tuvo veinticinco números, y llegó a publicar 69000 ejemplares en un año (Gillespie, 1989; Pagliai, 2010, pp. 37-58; Campos, 2014 y 2015 y Olivares, 2020). Aunque la revista fue relevada número por número, el artículo se concentra en el trienio 1974-1976, tiempo en que la producción discursiva de Evita Montonera fue más intensa y sistemática en lo que refiere a la arquitectura de las emociones guerrilleras.
La Historia de las emociones es una rama de la historiografía todavía joven, aunque sus antecedentes se remontan a las obras clásicas de Johan Huizinga, Lucien Febvre y Norbert Elías, sobre el pasaje de la Edad Media a la Modernidad (Burke, 2005). Estas investigaciones, pero sobre todo las más recientes, rompieron con el paradigma biologicista y cartesiano del siglo XIX, que asociaba las emociones a impulsos orgánicos con un status ontológico reducido al plano de lo “irracional” (Bjerg, 2019). Si el psicoanálisis reconoció la autonomía de las emociones con el descubrimiento del inconsciente, Sara Ahmed (2015) observa que aquellas no son estados psicológicos individuales, sino prácticas sociales y culturales, que afectan al cuerpo y están mediadas por la ideología. Por consiguiente, la emoción también es una práctica cognitiva, que incluye modos de percepción y pensamiento (Zaragoza Bernal, 2013). La idea de que las emociones se construyen tiene el problema de que a veces no se distingue la cultura emocional (las normas y discursos que nombran como amor, ira, odio, tristeza a un conjunto de sentimientos situados históricamente) de la experiencia emocional, esa “estructura de sentimiento” mucho más difícil de rastrear en los documentos, porque es el modo en que los actores viven los valores, las emociones y los significados más allá de su formalización y codificación (Williams, 2000). Esto no implica dejar de considerar, junto a Joan Scott (2001), que la experiencia es también un evento lingüístico que no ocurre afuera de un sistema estructurado de significados, ni está confinada al mismo. Reconociendo esta ambivalencia, el trabajo se limita a reconstruir el discurso de las emociones montoneras en la segunda mitad de la década de 1970, y deja para más adelante el interrogante de cómo fueron internalizados los mandatos emocionales en la experiencia de los militantes.
La vanguardia: “Una enormidad de sentimientos que cada uno ordena como puede”
A diferencia de otras publicaciones montoneras disponibles en kioscos como Noticias, que se podía comprar para consultar pronósticos deportivos o El descamisado, dirigido al lector más o menos politizado y al activista (Esquivada, 2010 y Grassi, 2015), Evita Montonera fue una prensa clandestina dirigida a la formación de cuadros y periferias militantes, que excedió los contenidos puramente doctrinarios. El homenaje a los montoneros asesinados por la represión tenía el fin de generar un sentimiento de pertenencia a la organización, al mostrar un modelo de conducta que condensaba los principios de la moral revolucionaria. Las necrológicas y, más adelante, los testimonios de militantes presos, interesan no por el grado fuerte o débil de su veracidad como documentos, sino por ser narrativas oficiales del sentir montonero, una herramienta de propaganda interna en la estrategia de guerra integral, que expresaba múltiples formas de lucha y “niveles diferentes de conciencia”.[1] La importancia de estas secciones cobra dimensión en otra nota de marzo de 1975 sobre los frentes de masas, donde se advierte “un problema de moral revolucionaria, que es el principal”.[2] Para los editores, el grueso de los militantes que no eran parte del aparato militar se habían incorporado en un contexto de legalidad y ascenso de las luchas populares, dos años atrás. Ahora tenían que adaptarse a un contexto adverso y crecientemente represivo, por eso era fundamental:
Lograr una mística revolucionaria que significa comprender la necesidad de esta lucha y la justeza de sus objetivos, la fe en el triunfo final, el sacrificio para un ideal. Hay que recuperar la moral combatiente de los fusilados del 56, de los que hicieron el cordobazo, de Garín y el Aramburazo, del Negro Sabino y Olmedo[3]
El objetivo de elevar la moral revolucionaria explica la cobertura en el segundo número de la revista de la muerte en combate del montonero Rodolfo Rey, que incluyó entrevistas a la familia y la responsable política, una poesía y una carta de despedida del militante asesinado (Campos, 2014). Es a partir del número tres, sin embargo, donde se sistematiza el recurso a la necrológica como operación de producción ética y memoria pública (Orbe, 2016). Los homenajes escenifican una trama de sentimientos que, al repetirse en sucesivas necrológicas, conforman un régimen emocional (Reddy, 2001), una prescripción normativa que se convierte en mandato. Gustavo Stenfer, apodado Moustache por sus compañeros, era un militante montonero que provenía de las FAR, y fue secuestrado el 21 de octubre de 1974 por las fuerzas de seguridad (González Canosa, 2021). La organización lo dio por muerto, y cuatro meses después de su desaparición se publicó un artículo en Evita Montonera para recordar aspectos de su personalidad, sociabilidad y trayectoria militante. Al igual que todas las notas in memoriam de la revista, estos rasgos se alinean discursivamente con el compromiso político, formando una continuidad indisociable. Como otros ejemplos del arquetipo heroico exaltado por la prensa montonera, que valoraba la astucia y la convicción antes que la fisonomía, Moustache era bajo de estatura, pero fuerte e inteligente, y no delataba a sus compañeros bajo tortura (Campos, 2014). Junto a estas cualidades, en el texto se retiene una imagen: “En los últimos meses se lo ve, siempre corriendo de un lado a otro, pero ahora con su hijita en brazos”.[4] Aparte de entregarse a un compromiso total en el que “nunca nadie lo oyó decir «esto no lo hago»”, Stenfer era padre y tenía una familia.[5] Este lado más tierno de su perfil militante se intensifica unas líneas más adelante, cuando se recuerda la toma del penal de Villa Devoto el 25 de mayo de 1973:
Gustavo estaba muy emocionado por la salida, como todos nosotros. Cuando dicen por televisión, el 25 al mediodía, que la liberación es prácticamente un hecho, lo único que lo escucho decir es «qué grande que es Perón». Fue la única vez que lo vi lagrimeando[6]
El homenaje pone en escena a un militante ejemplar que se permite llorar por Perón, en una zona donde convergen la politización de las emociones y su reverso, una política legitimada en clave sentimental. Esta cultura emocional, sin embargo, no está exenta de tensiones:
Moustache sentía verdadero afecto por el general Perón. En toda la última etapa de enfrentamiento sufrió una fuerte lucha entre su afecto y el análisis objetivo de la realidad, que indicaba la presencia del proyecto del enemigo en el seno mismo del gobierno peronista. Tuvo que ir resolviendo esa contradicción, y lo hizo bien, impulsando sin vacilaciones el proyecto de nuestra Organización de conformar la vanguardia del movimiento peronista[7]
Si Lorenzo Miguel decía que el peronismo era “ir a comer ravioles los domingos con la vieja” (Acha, 2013), en la cita de arriba parece haber algo de ese sentimentalismo que se reivindica hasta hoy como parte de una identidad que exige adhesión pero no admite explicación. El peronismo emocional de Gustavo Stenfer es aceptado de manera condescendiente, ya que para ser productivo políticamente debía ser redirigido a una síntesis donde primaba “el análisis objetivo de la realidad”, lo que remite a la clásica dicotomía cartesiana entre razón y emoción. Como el Che, el montonero ideal debía atemperar el espíritu apasionado con una mente fría, y tomar decisiones dolorosas como romper con el propio Perón, aunque significara alejarse de un objeto amado. Más allá de las prescripciones discursivas, el artículo reconocía que los militantes, cercados por una persecución cada vez más cruel, experimentaban “dolor, odio, una enormidad de sentimientos que cada uno ordena como puede”[8]
El 12 de abril de 1975, Carlos “el negro Nano” Tuda, un montonero cordobés, fue asesinado por la policía tras una frustrada requisa a un camión. Se lo recuerda como alguien “muy serio y rígido, pero con salidas que quebraban cualquier tensión en las reuniones”.[9] De nuevo, la dureza se suaviza con un rasgo amable que humaniza a la guerrilla. La necrológica de Arturo Lewinger, caído en combate mientras intentaba liberar a dos presos políticos de una comisaría marplatense, es más extensa. Se trataba de un dirigente con una larga trayectoria en el Partido Socialista, el MIR Praxis de Silvio Frondizi, las FAR y Montoneros, donde llegó a ser miembro del Consejo Nacional, y condujo las regionales de Córdoba y La Plata.[10] A Lewinger se lo retrata como apasionado, temerario, sin límites para su entrega. Como sucedía en la evocación de Gustavo Stenfer, estos atributos debían equilibrarse con otros más racionales:
En los arduos debates internos Chacho aporta sus elementos característicos: intuición, sentimiento, sensibilidad para captar a las masas, hasta rematar una discusión que pasó a la historia: «pero es que Perón es bueno» (...) como toda persona fue pasando por distintas etapas en su proceso de formación. El era un gran intuitivo y en general sus intuiciones coincidían con una correcta caracterización de la realidad. Con el tiempo esto se va transformando y se torna más reflexivo; se daba tiempo para leer, planificar, elaborar documentos, cosa que él veía como su déficit principal[11]
Aquí entran en tensión una vez más la intuición y la pasión frente al análisis y la reflexión. Si para Evita Montonera Lewinger había muerto por el arrojo imprudente pero admirable de encabezar un operativo que no requería su presencia, estos elementos aparentemente contradictorios se articulan como opuestos complementarios. El fin de la operación discursiva era suturar, cerrar en el discurso la herida abierta por la muerte del oficial superior, que había desbordado toda planificación. La apertura de las emociones se solapaba con el mandato de un progresivo control de los impulsos, a través de mecanismos de racionalización y previsión (Elias, 1987).[12]
Las necrológicas de Juan Belaustegui y Marcos Osatinsky son el punto más elevado de la sensibilidad montonera. El primero había iniciado su politización en grupos cristianos que lo acercaron a la militancia social en villas y con los hacheros de Fortín Olmos, hasta que recaló en las FAP y más tarde en Montoneros. La revista señala su carácter desordenado -se disparó por accidente con una escopeta en la pierna, y se quedó dormido en una cita de control, error que le costó la vida-, pero también reivindica su “capacidad para descubrir la contradicción principal en un proceso, y las contradicciones secundarias que la acompañan”.[13] Junto a esta cualidad analítica, Belaustegui poseía una refinada sensibilidad: “Siempre lo impresionó (sic) la armonía de la naturaleza. Más de una vez los compañeros lo vieron asombrarse por el nacimiento de una flor, o por la lluvia”.[14] El segundo, detenido y torturado hasta la muerte en Córdoba, había sido en la jerga de la guerrilla uno de los “bronces” de la organización, un monumento viviente por su experiencia política y su prestigio como combatiente: Osatinsky fue uno de los fundadores de las FAR, tras iniciar su militancia en el Partido Comunista de Tucumán, del que llegó a ser secretario general. Participó en la toma de Garín en 1970, y de la fuga del penal de Rawson en 1972, recorrido que le dio acceso a la cúpula montonera.[15] Si Montoneros creía que la guerra revolucionaria debía ser integral, lo mismo vale para el perfil biográfico de Osatinsky, que se proyecta más allá de la división entre público y privado: “Hay un montón de cosas, de hechos, de datos a sacar de la vida del pelado Claudio, Marcos…Su vida como padre, como compañero, como combatiente, como Jefe Montonero, es un ejemplo”.[16] De Osatinsky se decía, como de Lewinger, que no era un intelectual, sino un “gran intuitivo” atento a la experiencia del pueblo peronista. Y mucho más que Gustavo Stenfer, también podía dar rienda suelta al llanto y la tristeza:
Marcos lloró mucho por lo de Trelew. Cayeron muchos de los que habían estado presos con él desde el principio. Astudillo, Kohon, Mariano Pujadas. Mariano lo adoraba a Marcos, y Marcos también. Trelew lo jodió muchísimo, era muy sensible[17]
Osatinsky “estaba destrozado” por el asesinato de los dieciséis guerrilleros trasladados a la base militar de Almirante Zar en Chubut. Había dirigido la fuga del penal que llevó a la represalia de las Fuerzas Armadas, y se sentía responsable por los compañeros que no habían logrado escapar. Estas cualidades se sumaban a otras, como la alegría de vivir, la serenidad para afrontar la posibilidad de una muerte violenta, y una ordenada vida familiar, que integraban el arquetipo heroico montonero.[18] La nota cierra con un párrafo elocuente: “Marcos se hizo querer por todo el mundo. No obstante que era exigente y duro, comenzaba por exigirse él mismo y ser duro con él. Además de ser respetado por sus condiciones, fue muy querido. En fin, fue realmente un Jefe”.[19] Osatinsky podía ser muchas cosas, pero por encima de todo, era un duro que no perdía la ternura.
El frente y la retaguardia: “Mi papá siempre me dijo que no hay que llorar”
La trama de las emociones montoneras iba más allá de los combatientes que integraban la vanguardia armada. Las cárceles, los hogares y las familias eran otro teatro de operaciones de la guerra revolucionaria, que aparte de ser integral era total, nacional y prolongada, razón por la cual comprometía a toda la población. Como indicaba la consigna “a la lata, al latero, las casas peronistas son fortines montoneros”[20], los hogares de las familias justicialistas que vivían en barrios populares constituían la retaguardia de la organización, y hacia allí debían replegarse los militantes cercados por la represión (Oberti, 2015). Por otra parte, la cárcel, como señalaba la carta de un preso político, “no es la pérdida total, no es estar muerto ni tampoco es motivo de deshonra o vergüenza”.[21] Al contrario, era un frente de militancia más, ya que formaba parte del territorio enemigo, y por eso todos estos ámbitos fueron objeto del discurso de Evita Montonera.
La nota sobre la muerte de “el Caña” Rodolfo Rey, asesinado por la espalda en un confuso enfrentamiento con cuatro policías en la localidad de Santos Lugares, teje una filigrana simbólica y afectiva entre la familia peronista y la vanguardia armada. El padre, según la revista, era:
Un viejo peronista de los que se las vieron bravas durante la resistencia. Esas luchas lo endurecieron a Don Raúl; sin embargo, cuando empezamos a hablar del «Caña», no puede aguantar. -Sabés cómo me lo mataron, no? (Su voz se ahoga). Me da bronca, yo lo metí en esto, yo le enseñé a ser peronista…[22]
El texto crea un linaje -y por consiguiente una herencia- de naturaleza política, a partir del parentesco entre el hijo montonero y el padre, veterano de la resistencia peronista. Esta operación del discurso se intensifica con la expresión de emociones que, como señala Sara Ahmed (2015) tienen una dimensión afectiva, una marca en el cuerpo (la voz que se ahoga, el llanto), indisociable de la cultura emocional como sistema de significados. Lo mismo se hace patente unas líneas más abajo, cuando interviene otro miembro de la familia: “El era un idealista (la tía del Caña se tapa la cara para no contagiarnos sus lágrimas)”.[23] Como en las necrológicas, aquí hay una puesta en escena que expone, pero al mismo tiempo controla y modera las emociones, pues éstas son capaces de “contagiarse” y circular entre los cuerpos sin ser propiedad de ninguno (Ahmed, 2015).
Entre agosto y noviembre de 1975, a lo largo de cuatro números, Evita Montonera puso a disposición de sus lectores la sección “Nuestros presos”, que incluyó la correspondencia de miembros de la organización en prisión a compañeros, parejas y familiares, noticias de fugas, denuncias por malas condiciones de reclusión y crónicas de protestas en los penales. En la carta de una militante presa a su hermana, se advierte de nuevo ese mecanismo discursivo de intensificación de las emociones a través de la corporalidad del afecto:
Mi queridísima hermana: Infinidad de veces me senté a escribirte y después no podía continuar; se me hacía un nudo en la garganta. Te extraño, quisiera que pudiéramos de nuevo volver a estar todos juntos, comiendo un asadito o tomando unos mates en cualquiera de las casas que nos toque vivir. Cuando estoy triste, cuando siento todo el peso del dolor de esta nueva separación, tomo conciencia que esto no es más que una pequeña parte de lo que ha sufrido nuestro pueblo en la lucha de liberación. Me uno al dolor de tantas madres, de tantos hijos, de tantos hombres que han realizado la larga Resistencia peronista y que hoy nuevamente se empeñan en la lucha[24]
Si el “nudo en la garganta” es la marca en el cuerpo de las emociones personificadas, ese sufrimiento cobra sentido cuando se racionaliza como parte de un dolor colectivo. Y la identificación con el dolor colectivo no es sólo una catarsis para resistir el encierro, sino una fusión imaginaria con el pueblo irredento a través de la representación de un sentir que, en última instancia, es intransferible. Esta apropiación, en la que el dolor de los otros se vuelve “nuestro” transformándolo en otra cosa (Ahmed, 2015), traduce en el plano emocional la doctrina leninista del partido de vanguardia, que sustituye a la clase obrera como agente revolucionario. En otras palabras, los montoneros representaban el sufrimiento del pueblo de la misma manera que pretendían ser su expresión política. El vínculo no era unidireccional, ya que la autora de la carta reconocía “...ir descubriendo energías nuevas y desconocidas. Me parece que esas energías sólo están en aquello que puedo haber aprendido del alma del pueblo en todos estos años”.[25]
La certeza de ser parte de una organización revolucionaria y una causa trascendente, permitía la expansión del cuerpo en el espacio carcelario, que trataba de encerrarlo y disminuirlo. Esta sensación de tener energías extras que vienen de afuera se repite en la historia de Eduardo Soares, un montonero preso en la comisaría 2da. de Mar del Plata, que sufrió el asesinato de su padre como represalia por el intento guerrillero de copar el destacamento policial, en la misma acción donde fue herido de muerte Arturo Lewinger. En carta a sus compañeros de la Juventud Trabajadora Peronista, Soares expone abiertamente sus sentimientos:
Me siento un poco emocionado y me parece que tengo ganas de llorar cada vez que pienso en Uds. Ustedes fueron la imagen de la fuerza, de esa fuerza que nunca hay que perder aunque la situación parezca perdida (...) Después de muchos trámites me trajeron acá. Estuve encerrado y cuando salí por primera vez al recreo me enteré de mi viejo; eso fue lo más jodido de todo, y ahí fui superando la angustia recordandolos a ustedes y lo mucho que hemos hablado sobre esas cosas[26]
A diferencia del documento anterior, aquí la restauración de las fuerzas militantes implica a la organización, encarnada por el frente sindical de Montoneros. Sin embargo, el espacio central de la nota lo ocupa el relato del asesinato del padre de Soares, que convierte en testimonio la consigna del hogar peronista como fortín montonero:
La forma en que el viejo asumió la muerte me dio más ánimo aún porque EL VIEJO FUE MUY VALIENTE. Les cuento: a las dos de la mañana golpean la casa y entró la patota, “Vístase y vamos”. Los viejos calmados, sin gritar ni hacer exhibición. El les dijo “me van a matar nocierto?” [sic] y le contestaron “vamos”. Entonces con mucha calma y fortaleza se sacó el reloj, el anillo y la cadenita que me había regalado Julia y que yo se las di en la comisaría para no perderla. Todo se lo dio a mamá y también sus documentos, y le explicó lo de su seguro. Mamá no lloraba, no quisieron mostrar pena al enemigo ni debilidad me dijo. Después le dio un beso y se lo llevaron[27]
Si en más de una ocasión los montoneros lloraban o parecían al borde de las lágrimas, la familia peronista se muestra firme y serena en una situación límite. Esta dureza es el reverso de la ternura que se subrayaba como cualidad humana de los revolucionarios; la madre que no llora y el padre que mantiene la compostura frente a sus verdugos, son ejemplos de coraje popular cuyos destinatarios eran esos mismos militantes a los que, cada vez más, se les exigía el sacrificio de combatir hasta la muerte, en medio de la escalada de violencia guerrillera, estatal y paraestatal.
En ese contexto, el mandato de controlar las emociones se repitió a lo largo de 1975. En el número 9, en la sección Nuestros presos apareció la “Carta de un villero preso a su compañera”. Allí el activista daba consejos a su pareja -que no militaba y había tenido que escapar de su casa con sus hijos- para sostener el proyecto familiar y aceptar su compromiso político: “Ahora no te voy a ver seguramente unos días, te quiero dar una ayuda moral. Tratá de controlar tu mente para frenar tu tristeza, y eso te dará una decisión correcta”.[28] El militante villero se pone a sí mismo como ejemplo de entereza; es capaz de aguantar la separación de su familia: “sé controlarme, soy consciente de esta guerra”, pero asegura con dulzura que “mis nervios se transforman como las cuerdas de una guitarra y siento el sonido de lindas notas musicales cada vez que te recuerdo”.[29] Mediante su voz, Montoneros predicaba una estricta regulación emocional, no sólo a sus integrantes sino también a la periferia no activista. El contacto con una familia ajena a la organización era visto como un problema de seguridad y un conflicto de orden político, algo visible en la cobertura de Evita Montonera al juicio revolucionario a Roberto Quieto.[30] La extensión de los mandatos militantes al entorno más próximo de la guerrilla se comprueba en dos casos más: en la necrológica de Marcos Osatinsky, la revista reserva un recuadro especial para el testimonio de su pareja y su hijo, que revela un conflicto familiar:
Cuando cayó en cana, la madre del Pelado tuvo la instintiva y explicable reacción de decirle al [hijo] más grande, que tenía entonces trece años, que eso le había pasado al padre por no dedicarse a la familia, y andar en cosas raras. Él le contestó que el papá no era egoísta, porque no pensaba sólo en sus hijos, sino en todos los chicos, y que por eso luchaba. Por eso lo quiero más, le dijo. En ese momento no quiso soltar una sola lágrima. Pero cuando la abuela se fue, lloró toda la noche[31]
La tensión en la “retaguardia” montonera se tramita de manera similar al drama de la familia Soares. La templanza del hijo de Osatinsky lo lleva a ocultar sus lágrimas a ese flanco débil de la periferia guerrillera que representa la madre no politizada, dando un ejemplo de actitud a los lectores militantes frente a la pérdida de un ser querido. El conflicto entre lo privado familiar y lo público de la organización política es absorbido por el ideal del compromiso total del partisano, para el que no tiene sentido esa división.[32]
En el número siguiente, Evita Montonera publicó una nota sobre la masacre de la familia Pujadas. El 14 de agosto de 1975, el grupo paramilitar cordobés Comando Libertadores de América secuestró, asesinó a tiros y dinamitó los cuerpos del padre, la madre, el hermano y la hermana de Mariano Pujadas, militante montonero fusilado en Trelew tres años atrás. Los únicos sobrevivientes fueron su sobrina María Eugenia, de tres meses de edad, y su hermano Víctor, de once años.[33] Interrogado por uno de los miembros del comando paramilitar durante el violento allanamiento a la casa familiar, el niño declaró a la revista:
Al principio, yo tenía un poco de miedo. Temía que me pegara. Pero miedo, miedo, no tuve. No era la primera vez que se metía la policía en mi casa (...) Cuando me contaron lo que había pasado sentí un dolor en el pecho. Casi me pongo a llorar. Había una amiga de mi familia que lloraba. Yo le dije: No llores, no hay que llorar. Ella me dijo: Sí que hay que llorar, vos también tenés que llorar. Mi papá siempre me dijo que no hay que llorar, le contesté[34]
Como en los ejemplos anteriores, la actitud de la familia militante era un espejo en el que debía reflejarse el cuadro montonero. El niño expresa abiertamente su dolor, pero al mismo tiempo muestra un total dominio de sí, al negar y negarse el llanto para continuar el ejemplo del padre asesinado, porque al militante caído no se lo llora, sino que se lo reemplaza. En las necrológicas, las cartas y las crónicas hay toda una pedagogía del control de las emociones, que lejos de ser reprimidas, se exhiben, se regulan y se ponen en palabras hasta adquirir un nuevo significado.[35] El fin de esta economía emocional era la producción de héroes montoneros, en un momento donde la organización era objeto de un hostigamiento cada vez más feroz.
Conclusiones
El espacio dedicado a recordar a los militantes caídos dejó de aparecer en el número 14 de Evita Montonera, publicado en octubre de 1976. El terror desencadenado por la dictadura militar obligó a discontinuar la tirada de la revista y modificar su formato, con un diseño más austero, pocas fotografías y dimensiones reducidas, para facilitar su circulación clandestina. Si la caída en desgracia de la sección “Nuestros presos” coincidió con la radicalización de la estrategia represiva, la eliminación de las necrológicas fue una decisión política. En palabras de sus editores, a Evita Montonera: “le costó mucho encontrar una línea permanente. Se pasó de la idealización a una evaluación tan autocrítica que no dejaba claro el papel jugado por los compañeros en el proceso revolucionario”.[36] Pero de manera más pragmática, también se aceptaba que la magnitud de las pérdidas hacía imposible recordar a todos los militantes asesinados por las Fuerzas Armadas. La catástrofe de las caídas que se multiplicaron a partir del golpe de Videla sacudió las reservas anímicas de la guerrilla, más allá del triunfalismo del discurso montonero. De Roberto Quieto, un testimonio citado por Lila Pastoriza (2006, p. 19) recuerda que, poco antes de su secuestro y desaparición, se lo veía “nostalgioso [sic], entristecido, pero sobre todo agobiado… Tenía mucho afecto a flor de piel”. Este relato coincide con otros que, sobre todo después de 1976, muestran un derrumbe en varios militantes, como resultado de la clandestinidad, la persecución y el exilio (Gasparini, 1988, Zuker, 2003, Astiz, 2005). Síntoma de esa pérdida inconmensurable, a partir del número 16 el culto a los muertos fue reemplazado por la exposición de los dirigentes que aún estaban vivos, con notas firmadas por miembros de la Conducción Nacional, y fotografías de los máximos líderes de la organización.[37]
En este trabajo se analizó la trama discursiva de una serie limitada de emociones montoneras: la relación entre dureza y ternura en las necrológicas de militantes caídos en combate, la tristeza por la pérdida de familiares asesinados por la represión, y sus correspondientes marcas afectivas en el cuerpo, como el llanto y el dolor. Por las páginas de Evita Montonera también desfilaron otros sentimientos, como el amor en las relaciones filiales y de pareja, la alegría de vivir y la serenidad para aceptar la muerte como horizonte, tropos que serán abordados en otro artículo. En toda la constelación de emociones que formaban parte de la moral guerrillera, lo personal era político, y lo sentimental era objeto del escrutinio partidario (Campos-Rot, 2010; Oberti, 2015 y Cosse, 2017). El discurso necrológico de Evita Montonera moldeó un arquetipo de guerrillero heroico con origen en el ejemplo del Che Guevara, que unía la ternura al coraje, la intuición al intelecto, el humor a la seriedad. Se ponían en una misma secuencia elementos a simple vista opuestos, para equilibrar los componentes más ásperos de la virilidad guerrillera, como una clave que diferenciaba a estos combatientes que se dejaban querer, de la crueldad e inhumanidad de sus enemigos. Incluso podría pensarse que, al destacar la sensibilidad popular de montoneros con trayectoria izquierdista como Gustavo Stenfer, Arturo Lewinger y Marcos Osatinsky, se legitimaban sus antecedentes frente al discurso anticomunista, que caricaturizaba la militancia marxista por su ajenidad a la clase obrera.
El recurso de apelar al pathos guerrillero lo comparten las continuas referencias a montoneros que lloran de alegría o tristeza, puesta en discurso que tiene un doble efecto: si la visibilización del llanto era un rasgo de humanidad de la guerrilla, el control de las emociones mostraba el temple del militante popular y sus allegados. En este punto, las necrológicas y las cartas desde la prisión revelan un conflicto entre afectividad y racionalidad, que el discurso montonero resolvió a favor de la segunda. Para los activistas, la intuición y el coraje debían complementarse con formación teórica y planificación, mientras la periferia de la guerrilla ocultaba sus lágrimas y mantenía la compostura frente al terror, actitudes que mostraban un ejemplo de conducta a la vanguardia armada. La constatación de una política de las emociones en Evita Montonera permite matizar aquellos balances que ven a la guerrilla como un fenómeno irracional, reducido al ruido de las balas y las bombas.
Bibliografía
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Recibido: 03/04/2023
Evaluado: 05/07/2023
Versión Final: 11/07/2023
(*) Profesor en Historia; Licenciado en Historia; Doctor en Historia (Universidad de Buenos Aires. UBA). Investigador Asistente (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas - Instituto de Historia Argentina y Latinoamericana “Dr. Emilio Ravignani”). Jefe de Trabajos Prácticos (Historia de América III, Facultad de Filosofía y Letras, UBA), Argentina. E-mail: estebancampos1977@gmail.com ORCID: https://orcid.org/0000-0002-8213-7048
[1] “Reseña”, en Evita Montonera n.3 (marzo de 1975), p. 2. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/ montoneros-prensa/evita-montonera-n-3/
[2] “Las agrupaciones en la etapa de la resistencia”, Evita Montonera n.3 (marzo de 1975), pp. 24-29. Recuperado de: https:// eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-3/
[3] “Las agrupaciones en la etapa de la resistencia”, Evita Montonera n.3 (marzo de 1975), pp. 24-29. Recuperado de: https:// eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-3/
[4] “Su ejemplo sigue entre nosotros como bandera”, Evita Montonera n.3 (marzo de 1975), p. 16. Recuperado de: https:// eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-3/
[5] “Su ejemplo sigue entre nosotros como bandera”, Evita Montonera n.3 (marzo de 1975), p. 16. Recuperado de: https:// eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-3/
[6] “Su ejemplo sigue entre nosotros como bandera”, Evita Montonera n.3 (marzo de 1975), p. 16. Recuperado de: https:// eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-3/
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[8] “Su ejemplo sigue entre nosotros como bandera”, Evita Montonera n.3 (marzo de 1975), p. 17. Recuperado de: https:// eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-3/
[9] “Campana: combate y fusilamiento”, Evita Montonera n.4 (abril de 1975), pp. 42-43. Recuperado de: https://eltopoblindado. com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-4/
[10] Lewinger, Arturo, Recuperado de https://robertobaschetti.com/lewinger-arturo-felipe/
[11] “Oficial superior Arturo Lewinger caído en acción”, Evita Montonera n.5 (junio-julio de 1975), pp. 10-11. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-5/
[12] Esta idea se usa como analogía y no como derivado del “proceso de civilización”. Si existió un discurso montonero sobre la racionalización de los impulsos, esto no equivale a calcar el argumento de Norbert Elías sobre un progreso de la razón sobre las emociones, históricamente situado en la modernidad europea.
[13] “Juan Belaustegui”, Evita Montonera n.9 (noviembre de 1975), pp. 25-26. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-9/
[14] “Juan Belaustegui”, Evita Montonera n.9 (noviembre de 1975), pp. 25-26. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-9/
[15] Osatinsky, Marcos, Recuperado de https://robertobaschetti.com/osatinsky-marcos/
[16] “Dos jefes montoneros caídos. Marcos Osatinsky”, Evita Montonera n.9 (noviembre de 1975), pp. 22-24. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-9/
[17] “Dos jefes montoneros caídos. Marcos Osatinsky”, Evita Montonera n.9 (noviembre de 1975), pp. 22-24. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-9/
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[22] “Rodolfo Rey. Peronista y montonero”, Evita Montonera n.2 (enero-febrero de 1975), pp. 20-23. Recuperado de: https://eltopo blindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-2/
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[24] “Carta de una compañera presa en Villa Devoto”, Evita Montonera n.6 (agosto de 1975), p. 26. Recuperado de: https://eltopo blindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-6/
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[26] “Nuestros presos”, Evita Montonera n.7 (septiembre de 1975), pp. 12-13. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-7/
[27] “Nuestros presos”, Evita Montonera n.7 (septiembre de 1975), pp. 12-13. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-7/
[28] “Nuestros presos”, Evita Montonera n.9 (noviembre de 1975), p. 7. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/ montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-7/
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[30] “Juicio revolucionario a Roberto Quieto”, Evita Montonera n.12 (febrero-marzo de 1976), pág. 14. Recuperado de: https://eltopo blindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-12/. Quieto era miembro de la Conducción Nacional, y fue secuestrado en diciembre de 1975 en una playa de San Isidro, mientras pasaba las fiestas con su familia, en contravención a las disposiciones de la organización. La campaña por su liberación fue frenada poco tiempo después de su desaparición, cuando empezaron a caer varios locales de la guerrilla, hecho que llevó a la dirigencia montonera a someterlo a juicio por delación y traición.
[31] “Dos jefes montoneros caídos. Marcos Osatinsky”, Evita Montonera n.9 (noviembre de 1975), pp. 22-24. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-9/
[32] En su Teoría del partisano, Carl Schmitt (2004), consideró que una de las mutaciones del conflicto bélico en la segunda mitad del siglo XX, fue el pasaje de la guerra regular entre estados a la guerra civil en el interior de unidades estatales. El partisano o guerrillero poseía un compromiso político total que no admitía distinciones entre combatientes y no combatientes, pues la guerra también era un hecho total e indivisible.
[33] Valerga, Silvia, “El asesinato masivo de la familia Pujadas”, Página 12 (20/08/2010). Recuperado de: https://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-151669-2010-08-20.html. La nota de Evita Montonera identifica erróneamente a Víctor como sobrino de Mariano Pujadas.
[34] “La masacre de la familia Pujadas”, Evita Montonera n.10 (diciembre de 1975), pp. 25-26. Recuperado de: https://eltopo blindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-10/
[35] La idea de que las políticas de control no están dirigidas a la mera represión, sino a la producción de subjetividades, es la adaptación de un argumento de la Historia de la sexualidad de Michel Foucault (2007).
[36] “Editorial”, Evita Montonera n.14 (octubre de 1976), pp. 2-4. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/ montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-14/
[37] “Editorial”, Evita Montonera n.23 (enero de 1979), pp. 13-18. Recuperado de: https://eltopoblindado.com/opm-peronistas/montoneros/montoneros-prensa/evita-montonera-n-23/