Entre las dos orillas: imaginarios rosarinos en torno al Delta del Paraná (siglos XIX, XX y XXI)

 

Bibiana Ponzini,(*) Cecilia Inés Galimberti(**)

y Andrea Basso(***)

 

ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24690732/3owbo4hrt

 

Resumen

 

La ciudad de Rosario, provincia de Santa Fe, Argentina, surge y se desarrolla junto a la ribera occidental del río Paraná y, a pesar de la cercanía con la orilla oriental ubicada a 60 km de distancia, en jurisdicción de Entre Ríos, hasta el siglo XXI la relación entre ambas es escasa y las transformaciones costeras disímiles. Sin embargo, son remotos y heterogéneos los imaginarios interesados en su conexión y, fundamentalmente, en la generación de vínculos con el espacio insular intermedio. La presente investigación se propone reconocer aquellas representaciones que, a lo largo de más de un siglo, tendieron a enlazar la ciudad de Rosario, su frente costero, el vasto ámbito isleño y la margen oriental entrerriana, a fin de comprender el rol que las mismas cumplieron en la constitución de imaginarios sociales, diversos y móviles, que se tradujeron en cada momento histórico en proyectos de apropiación del territorio fluvial.

 

Palabras clave: Imaginarios; Riberas; Delta; Islas; Rosario.

 

 

 

Between the two shores: Rosario's imaginaries around the Paraná Delta (19th, 20th and 21st centuries)

 

Abstract

 

The city of Rosario, in the province of Santa Fe, Argentina, arose and developed along the western bank of the Paraná River and, despite its proximity to the eastern riverside located 60 km away, in the jurisdiction of Entre Ríos, until the 21st century the relationship between the two is scarce and the coastal transformations are dissimilar. However, the imaginaries interested in their connection and, fundamentally, in the generation of links with the intermediate insular space are remote and heterogeneous. This research aims to recognize those representations which, over more than a century, tended to link the city of Rosario, its waterfront, the vast island area, and the eastern margin of Entre Ríos, in order to understand the role they played in the constitution of diverse and mobile social imaginaries, which were translated at each historical moment into projects for the appropriation of the river territory.

 

Key words: Imaginaries; Shores; Delta; Islands; Rosario.


 

 

Entre las dos orillas: imaginarios rosarinos en torno al Delta del Paraná (siglos XIX, XX y XXI)

 

Introducción

 

Si bien el río Paraná y sus márgenes han sido explorados desde múltiples enfoques, desde las expediciones de los primeros viajeros a los actuales -de Ulrico Schmidl hasta Paraná Ra’Angá,[1] el presente artículo[2] constituye una primera aproximación al estudio de la particular relación entre la ribera occidental donde se asienta la ciudad de Rosario y el ámbito insular ubicado al oriente, proponiéndose identificar y articular las representaciones socio-espaciales, los imaginarios colectivos y las construcciones identitarias que fueron acuñándose en distintos momentos históricos en torno a ese territorio fluvial, así como sus rupturas y continuidades.

El estudio de esta trama se plantea desde una perspectiva histórico-crítica, atendiendo a las relaciones que se establecen entre cultura y sociedad. En 1977, Williams advertía en Marxismo y Literatura que la cultura no debe tratarse como un sistema de textos y artefactos, sino, desde un enfoque tanto antropológico como histórico de las prácticas culturales; reflexiones éstas que profundizaría en Sociología de la cultura (1981). Al revisar los distintos significados que se adjudicaron históricamente a esta noción compleja, señala que es en la confluencia de las matrices de raíz idealista y materialista, que la misma se acerca hacia su consideración “como el sistema significante a través del cual necesariamente (aunque entre otros medios) un orden social se comunica, se reproduce, se experimenta y se investiga”. Destacando el carácter constitutivo de las prácticas culturales afirma que el mismo se explica en la concurrencia entre la cultura entendida como “todo modo de vida” y la cultura como “actividades intelectuales y artísticas”, que incluyen tanto a las formas tradicionales como también a “todas las «prácticas significantes» –desde el lenguaje, pasando por las artes, hasta el periodismo, la moda y la publicidad- que ahora constituyen este campo complejo y necesariamente extendido” (1994, p. 13).

Por su parte, Chartier sostiene que el objeto de la historia cultural debe ser “el de indicar cómo, de manera diferente según los lugares y los tiempos, las «realidades» se construyen, se presentan a la lectura o a la vista y son captadas”, lo que solo puede abordarse a partir de las representaciones colectivas. En tanto “matrices de las prácticas que construyen el mundo social”, las mismas son el resultado de las inquietudes o preocupaciones de un grupo que, al configurarse en esquemas intelectuales, devienen en figuras que impulsan múltiples direcciones de sentido. Así,

 

la noción puede fortalecer una historia cultural de lo social que se dé por objeto la comprensión de las figuras y los motivos que, en los actores sociales, traducen sus posiciones e intereses objetivamente y que, al mismo tiempo, describen la sociedad tal como ellos piensan que es o tal como desearían que fuera (1990, pp. 44-45).

 

En ese marco, el examen de las representaciones colectivas se considera un campo de análisis de suma productividad para la construcción de una historia cultural de la ciudad y su contexto geográfico, tanto para intentar descubrir las modalidades de percepción mutua, como para explorar el modo en que el territorio y la cultura se producen recíprocamente. La noción de representación será abordada desde la perspectiva construccionista –en sus enfoques semiótico y discursivo- detallada por Hall (1997) en “El trabajo de la representación”, texto imprescindible para la comprensión de las representaciones como “una parte esencial del proceso mediante el cual se produce el sentido y se intercambia entre los miembros de una cultura” (p. 447). El sentido, dice Hall, no es inherente a los objetos, el mundo material no porta el sentido, sino que el mismo es el resultado de una práctica significante, es producto del trabajo de la representación, es construido mediante la significación.

Asimismo, se pretende dar cuenta de la (re)fundación permanente del sentido social, ya que, sostiene Castoriadis (1993), “toda solicitación exterior, toda «estimulación sensorial» externa o interna, toda «impresión», se vuelve representación, es decir «puesta en imágenes», emergencia de figuras” (p. 221), al tiempo que advierte sobre su carácter transitorio y en permanente reconfiguración. Es este mismo autor quien acuña la noción de constitución imaginaria de la sociedad o la existencia de un imaginario social instituyente, expresando que "La institución imaginaria de la sociedad es aquello por lo cual se manifiesta y es lo imaginario social. Esta institución es institución de un magma de significaciones imaginarias sociales” (p. 122). Estas significaciones y sus configuraciones de sentido son necesariamente construcciones imaginarias; cada sociedad, en cada contexto histórico, escoge sus símbolos, por lo cual aquellas no resultan unívocas ni constantes, constituyen en cambio un "haz indefinido de remisiones interminables a otra cosa que”, cosas que "son siempre al mismo tiempo significaciones y no-significaciones” (p. 132). Esta condición de relativa indeterminación, habilita tanto la permanencia de lo instituido como la emergencia de nuevos instituyentes, que en su dinámica colaboran en la constante autoconstrucción de las identidades colectivas.

Un posterior desarrollo del tema se encuentra en la obra de Baczko (1999), quien señala que en el discurso humanístico estas concepciones se han alejado cada vez más de sus significados tradicionales, como “ilusorio” o “quimérico” para acercarse hacia las nociones de “realidad”.  A partir de la historización de estos conceptos, explica su complejo accionar en la vida colectiva y específicamente, en el ejercicio del poder que requiere de símbolos, emblemas y otras materialidades significantes para su legitimación y persistencia. El poder requiere además de la generación de dispositivos de control de la vida colectiva, por ello “apunta a tener un papel privilegiado en la emisión de los discursos que conducen a los imaginarios sociales” (p. 31).  Al conservar el control sobre los medios de difusión y reproducción de los imaginarios, se asegura un impacto sobre las conductas y actividades individuales y colectivas, así como operar en la producción de visiones a futuro.

Para Bazcko las representaciones de la realidad social, no son simples reflejos de ésta, ya que entrañan una realidad específica que radica en su propia existencia, en su impacto variable sobre las mentalidades y los comportamientos sociales; mientras que los imaginarios posibilitan la organización y el dominio del tiempo colectivo por sobre el plano simbólico. El énfasis en el carácter social de ambas nociones refuerza las particularidades de la actividad imaginante: su orientación hacia las representaciones globales de la sociedad, y de todo lo que se relaciona con ella, y la inserción de lo individual en la cuestión colectiva.

En Los Imaginarios Sociales. La nueva construcción de la realidad social (1995) afirma Pintos que los imaginarios sociales deben ser entendidos “como constructores del orden social” que posibilitarían “hacer visible la invisibilidad social”. En escritos más recientes, desde una concepción “sistémica y sociocibernética”, agrega que el orden social no se funda sobre la subordinación de una parte de la sociedad a otra dominante, “sino por la definición de realidades que puedan ser reconocidas como tales por los implicados. El mecanismo básico de construcción de esas realidades son los imaginarios sociales que nos permiten percibir algo como real a través de la articulación del código “relevancia / opacidad” (2014, p. 6). Aclarando que no pretende construir una teoría universalizante, ni tampoco adoptar una posición neutral; advierte que no existe un imaginario único ni estático, sino múltiples y en permanente ebullición; al tiempo que, si bien “no son observables ni medibles como un objeto, […] hacen posible entender muchos objetos” (p. 7). Para Pintos los imaginarios siempre son construidos socialmente y en tanto esquemas orientadores -nunca determinantes-, no están relacionados a las creencias de la gente sino a por qué la gente cree en ciertas cosas. Para el autor el estudio de los imaginarios adquiere sentido si indaga en explicaciones plausibles sobre la capacidad social de imaginar no solo mundos deseables sino también mundos posibles.

En este marco, abordar los imaginarios en torno al río, el delta y las situaciones urbanas presentes en sus orillas, desde el siglo XIX hasta la actualidad, posibilita comprender las diversas construcciones discursivas realizadas en torno a ellos a través del tiempo, así como sus rupturas y continuidades, habilitando el análisis y la interpretación de las transformaciones en el territorio urbano e insular y de las dimensiones inmateriales, en el marco de una trama cultural compleja en la que aquellas adquieren sentido. El objeto de estudio debe entenderse entonces dentro de ese proceso cultural en el cual las realidades materiales producen significación y, a su vez, son producidas por los imaginarios; así, la operación historiográfica contribuye a la transformación de la memoria en conciencia histórica cuyos resultados no puede remitirse a cuestiones verificables en términos de eficacia y rendimiento sino en la capacidad para plantear estrategias de conocimiento y comprensión de la cultura urbana de Rosario y sus constituciones identitarias, a través de la articulación y puesta en relación de las diversas lecturas presentes en el proceso histórico de transformación del borde fluvial y su vinculación con las islas.

La investigación se inscribe en la corriente de los Estudios Culturales, cuya atención se enfoca, en términos generales, en la “producción simbólica de la realidad social … tanto en su materialidad, como en sus producciones y procesos”, habilitando que temas y problemas provenientes de campos disímiles como el arte o los medios, puedan ser considerados como un producto cultural cargado de significación histórico-social y aceptarse como un objeto de estudio “legítimo” (Ríos, 2002, p. 47).

La construcción del corpus de la investigación ha debido afrontar algunos desafíos, tanto por la escasa presencia de estudios previos vinculados a la problemática que, en general, abordan períodos o registros acotados; como por la dispersión de los materiales existentes en fuentes diversas. Se ha optado entonces por hacer eje en las representaciones visuales y textuales obrantes en el periódico rosarino La Capital, a partir de un relevamiento sistemático de las mismas en el período en estudio, su posterior análisis y puesta en serie. Asumiendo que las representaciones colectivas instituyen la sociedad, es admisible inferir que los discursos periodísticos que trataron la relación ciudad-rio se tradujeron en figuras que contribuyeron a renovar la imaginación social, primero respecto a la ribera, para ampliarse luego al espacio fluvial. Los mismos se abordan desde el enfoque de la semiótica constructivista que concibe a los medios como productores de realidad, como “materialidades significantes que figuran lo real de modos específicos; organizadores de marcos perceptivos y patrones subjetivos; productores de determinados modos de lazos sociales y de sujetos colectivos” (Valdettaro, 2011a, p. 20).

A fin de aumentar la productividad de su significación y poner a prueba su verosimilitud, estas piezas discusivas se han articulado y contrastado críticamente con otros materiales surgidos en sede literaria, pictórica o fotográfica, así como con cartografías históricas y turísticas, expedientes urbanos, revistas culturales y humorísticas, entre otros. Se trata de un trabajo en proceso que, aun así, ha logrado reconstruir en buena medida la emergencia de estas manifestaciones a lo largo de más de un siglo, atendiendo a distintos agenciamientos de la vida social y, en su desarrollo, ha ido desencadenando nuevos interrogantes y por lo tanto presenta conclusiones abiertas y provisorias.

Metodológicamente se ha recurrido a la transdisciplinariedad propia de los estudios culturales o, en términos de Valdettaro (2011b), a “una «conversación» entre distintas disciplinas que tratan de abordar, de una manera compleja, fenómenos complejos”. En tanto este estudio se enfoca en las representaciones e imaginarios, y los mismos no son en sí hechos observables sino inferibles, éste se desarrolla desde un proceso abductivo, crítico y experimental. Así, el marco teórico debe entenderse como contexto verificativo, es decir como “el ámbito donde nuestro problema es tal y donde podrá ser considerado probable y verosímil” (Mancuso, 1999, p. 85).

Dependiendo de las piezas a analizar se utilizaron las técnicas adecuadas para cada caso. Las técnicas de observación documental (archivo, prensa, publicaciones oficiales, textos bibliográficos) suponen la exploración documental del archivo, la organización de la información, y finalmente el análisis interpretativo a fin de superar el mero nivel de la descripción desde una lectura orientada por las preguntas iniciales. Por su parte para las técnicas de análisis del contenido y en consecuencia de análisis del discurso se ha recurrido a las herramientas semióticas que permiten indagar los vínculos entre los signos, las ideas y las conceptualizaciones.[3] En referencia a las técnicas de análisis de los documentos visuales (postales, fotografía, pintura, cartografía, etc.), las mismas se remiten al enfoque temprano de Marin (1968) presentado en sus Estudios semiológicos donde advertía que era necesario dilucidar si el término lectura que se utiliza para los textos es aplicable a la imagen. En tal sentido, aseveraba que textos e imágenes son irreductibles entre sí, pueden superponerse, relacionarse, tensionarse, pero nunca confundirse, presentando cada “registro” una lógica propia de producción de sentido. Las representaciones visuales no son fuentes ilustrativas de segundo orden, sino otro modo de producción de significados; no solo representan la “realidad”, sino que son agentes productivos en la configuración de la misma. Lo que interesa entonces es su carácter “indicial”[4] que excede la lectura documental y asiste al plano de lo simbólico.

En este encuadre teórico y metodológico, el artículo se estructura en cuatro partes, teniendo en cuenta los períodos signados por representaciones e imaginarios dominantes, que van modificándose o superponiéndose a otros emergentes a medida que el siglo avanza. La primera parte refiere a la segunda mitad del siglo XX, en correspondencia con el acelerado proceso de crecimiento y modernización de la ciudad, en el que la ribera y el río solo eran considerados por su carácter funcional, y las islas, aunque con iniciales connotaciones simbólicas producto de la evocación de las baterías levantadas por el General Belgrano en 1812, representaban un territorio desconocido y hostil. La segunda, en el cambio del siglo, signada por la construcción del nuevo puerto que refuerza la percepción anterior, al tiempo que despierta preocupaciones en los rosarinos frente a la ocupación ferroportuaria de la ribera y la obstaculización de la vista del paisaje. En tercer término, se desarrolla el período más prolífico en reclamos ciudadanos, propuestas del gobierno municipal y provincial y de profesionales locales respecto del uso de la costa y los deseos de experiencia de la naturaleza, al tiempo que el periódico y las excursiones fluviales comienzan a develar el paisaje y la vida de los isleños. Con un importante retroceso de estas acciones durante los largos años de gobiernos militares, la cuarta parte aborda las profundas transformaciones que se producen en este espacio geográfico, así como diversas manifestaciones culturales que confiesan un “descubrimiento” reciente de las islas. Las notas finales dejan planteada una serie de interrogantes resultado del surgimiento de la Reserva Los Tres Cerros, propiedad de la Municipalidad de Rosario, en terrenos del delta jurisdicción de Victoria (Entre Ríos), así como por los daños ocasionados al humedal por las quemas indiscriminadas y la presencia de un turismo masivo.

 

Las islas en el siglo XIX: de sitio de conmemoración a suelo productivo

 

Los primeros registros sobre las islas ubicadas frente a Rosario se remontan a los inicios de la segunda mitad del siglo XIX, fundamentalmente por su vinculación con la creación de la bandera argentina. Este hecho histórico es puesto en valor por Eudoro Carrasco en 1862, quien reconoce que fue la lectura de la Historia de Belgrano escrita por Mitre (1857) la que le reveló “el hecho hasta entonces desconocido ú olvidado, de que había sido en el Rosario, donde, por vez primera, el brazo robusto de Belgrano había enarbolado la bandera nacional argentina” (sic).[5] Este hallazgo estimula la necesidad de “inventar” símbolos que legitimen a la ciudad sin acta de fundación, y que, al tiempo que construyan una tradición, colaboren en su cohesión social, por lo que proyecta un escudo de armas para la ciudad en el que coloca como motivo central la batería Libertad en la barranca, de la que emerge un brazo que sostiene la bandera, acompañado por figuras representativas tanto de la actividad agrícola como del movimiento portuario con la presencia de barcos que surcan el Paraná sobre el fondo de las islas donde se había levantado la batería Independencia (Ponzini, 2018).

Asimismo, una década más tarde, el ingeniero municipal Nicolás Grondona plantea levantar dos monumentos que honren a la bandera, en los terrenos donde se infería habían estado ubicadas las baterías defensivas. El más imponente se alzaría sobre la barranca rosarina, pero únicamente se construye una pirámide menor en el sitio donde se suponía había estado localizada la batería Independencia, en la isla “de enfrente”. De este modo se menciona, tanto en documentos como en la prensa, al lugar donde se levantaría el segundo monumento, aunque el dibujo del mismo obrante en el Manual de Geografía de Grondona se titule expresamente “Pirámide en la isla de Castellanos (En frente a la ciudad de Rosario de Santa Fe)”, lo que denota que por la época la isla reconocida como tal era la que se ubicaba frente al casco fundacional y al puerto.

Ante su inminente inauguración el diario La Capital instará a los vecinos a concurrir “a recibir allí mismo las patrióticas inspiraciones” en el marco de “un paisaje pintoresco y delicioso”.[6] Esta es probablemente la primera expresión que otorga calidad de paisaje a la geografía insular, aunque en el boceto el entorno natural expuesto con una hilera de árboles de la misma especie, contradiga la descripción pintoresquita.

 

 

Figura 1.  Monumento a la Bandera en la isla de Nicolás Grondona (1982) y escudo de la ciudad de Rosario, original de E. Carrasco. Fuente: Ivern A. (1969) y Bergnia de Córdoba Lutges (1963).

 

Poco antes de su desaparición, probablemente producida por la gran creciente de 1878, al anunciar el programa de las fiestas en tributo al General San Martín, el diario anuncia el ceremonial usual en la Plaza 25 de Mayo y la “espléndida novedad” de que, a la iluminación de los edificios públicos, se agrega la de los buques atracados en el puerto y de la “pirámide General Belgrano en la isla.”[7] De este modo, los rosarinos asentaron allí una primera huella, que se vislumbraría ocasionalmente a la distancia y en la oscuridad cuando el monumento se iluminara.

La inauguración no se llevó a cabo; sin embargo, de haber sucedido, lo más probable es que la concurrencia celebrara desde las embarcaciones, de acuerdo con unas escasas noticias sobre “Paseos por el río” que solo describían el encuentro social que se oficiaba en cubierta y en los que las islas no merecían siquiera una descripción contemplativa. Por el contrario, según puede inferirse de los relatos de los participantes, tanto éstas como el propio río infundían temor:

 

En verdad una fiesta a bordo tiene algo de original, que sale de la esfera vulgar de las diversiones de todos los días. Y es así que hasta los peligros á los que se está espuesto, la emoción que ellos hacen esperimentar, parece que fueran un atractivo mas, una novedad agradable (sic).[8]

 

Sin dudas a las inquietudes provocadas por la navegación se agregaban las repetidas aseveraciones que acentuaban la hostilidad de lo desconocido, las islas eran ese lugar al que “se lleva la hacienda que los merodeadores de nuestros campos, logran arrebatar á sus dueños, allí encuentran abrigo los … perseguidos por las autoridades, … es … aquello una madriguera de gente peligrosa”. Pero el cronista, quizás inspirado en el imaginario sarmientino respecto al Delta del Tigre, agrega presuroso que “para cerciorarse de nuestra denuncia bastaría ver el estado de las islas, “en muchas de ellas no se ha plantado un árbol por sus actuales moradores”,[9] proyectando la visión de un delta regulado por catastros de propiedad que lo conviertan en tierras productivas y domesticadas.

Así, salvo para unos pocos quienes como Grondona se atrevían a hacer pie en sus bordes, las islas, con sus tonalidades verdes o rojizas producto de los incendios, oficiaban siempre como telón de fondo de representaciones o festejos, o como elemento secundario del caudaloso río, el cual aun en los poemas[10] se percibe desde una mirada excluyentemente utilitaria, como la vía navegable que junto con los ferrocarriles garantizan el desarrollo económico de Rosario.

En la década de 1880 la información referida al territorio isleño se acrecentará por motivos diversos, junto al inicio de acciones para su “colonización”. En cuanto a conocimiento, medición y propiedad, en enero de 1882 el diario informa que se inician las mensuras de las islas santafesinas a cargo de los agrimensores Bayona y de Chapeaurouge; entre 1885 y 1891 se publican críticas al gobierno provincial por la venta de tierras fiscales en las islas del Espinillo y del Francés y en 1888 la provincia de Entre Ríos reclama con presencia de fuerza armada la propiedad de la isla de Castellanos, jurisdicción que La Capital admite en 1891. En términos productivos, aunque se reconoce a los isleños como carboneros, leñadores y agricultores de pequeñas extensiones de terreno, el diario resalta la formalización de las concesiones a particulares para la explotación de bancos de arena o pastoreo de hacienda. Las actividades recreativas como los paseos fluviales y las competencias de regatas contribuyen a que el público se aproxime a ellas, al tiempo que frente al Club de Regatas se aprovechan las “isletas próximas á tierra en cuyos riachos ó brazos pueden circular sin peligro algunos botes con familias.”[11] Asimismo, se anuncia la instalación “en la isla” de un servicio de comidas para “los amantes á la caza, que pasan los días de fiesta matando chingolos, gallinetas y zorzales, ó … pescando pejerreyes y dorados, cuando no cazan carpinchos y nutrias.”[12]

Poco después, y a tono con el “espíritu práctico y especulativo” que el periódico impulsa como base del progreso de la ciudad, en primera plana retoma con vigor las estrategias argumentativas de aquel escrito de 1878 a fin de que las islas del delta que “desde tiempo inmemorial … han servido de tema de mil fantásticas narraciones, para infinidad de proyectos mas ó menos quiméricos”, sean transformadas en territorio productivo. La descalificación de quienes las habitan, “un pueblo diferente con todos los atributos de las sociedades primitivas”, será uno de los argumentos principales que aliente su expulsión a fin de beneficiar a aquellos que sean capaces de “sanearlas, de convertirlas en buenas tierras”, ya que “los hábitos de trabajo son desconocidos para el isleño: ¿quién se somete al duro yugo del trabajo, cuando la naturaleza brinda en todos sentidos los abundantes frutos de su riqueza …?”[13]

 

En el cambio de siglo: conocimiento técnico y (des)cubrimiento del paisaje fluvial

 

Los reclamos por la construcción del puerto moderno y por la canalización del Paraná para el acceso de buques de gran calado definirán el carácter técnico de los discursos políticos y periodísticos de los siguientes veinte años, debido a una serie de estudios referidos a los cambios en la ribera y en las islas, a los viajes de exploración y sondaje de los pasos navegables o destinados a la apertura de nuevos canales de vinculación con Entre Ríos, como Rosario-Concordia y Rosario-Victoria, entre otros. Estas nuevas prácticas aportarán al conocimiento de la geografía del delta y en tal sentido el periódico colaborará reproduciendo los informes técnicos. Particularmente en 1894, replica una nota de La Agricultura que incluye un mapa que da cuenta de las características del territorio fluvial haciendo foco en la Isla del Espinillo, la que, graficada como una distorsionada figura de pez, se pone en relación con la infraestructura ubicada en la ribera (muelles, graneros y elevadores, molinos). Mientras en el texto de la noticia se revela el objetivo último: impugnar la construcción de un puerto en Santa Fe cuando Rosario ya presenta toda esa potencialidad; el plano expuesto en el periódico -que todavía prácticamente no publicaba imágenes-, se manifiesta como un dispositivo visual de fuerte impacto para sus lectores al facilitar la comprensión y la organización espacial respecto de un territorio que conocen, pero nunca han visto realmente. Como objeto de cultura esta pieza repara una ausencia, hace visible el objeto al instalar en la memoria colectiva una forma que se percibe como real, aunque su veracidad técnica sea más tarde objetable.

Aunque la cartografía urbana resulta una de las principales “formas de conocimiento, control y prefiguración de la ciudad” y su componente geográfico, tanto en lo que respecta a su “forma material”, como en los modos de percepción de sus agentes sociales (Favelukes, 2003), sin embargo, las islas no aparecen en los planos urbanos elaborados en el siglo XIX, a excepción del Plano de Ensanche y Puerto Aprobados “construido y publicado” en 1890 por los agrimensores Werner y Pusso, vinculado a la concesión del puerto de Rosario a favor de Juan Canals.  El escaso saber geográfico sobre el territorio fluvial queda demostrado al comparar en distintas representaciones cartográficas, construidas con propósitos diversos, las diferentes formas que las islas asumen en cada una. Será recién a partir de los requerimientos técnicos para la construcción del nuevo puerto cuando, con los relevamientos realizados a principios del siglo XX por la comisión técnica de las obras, que estas representaciones comiencen a adquirir precisión y a vislumbrarse en los planos oficiales de la ciudad, los que, producto de modernas prácticas de representación logran -por poco tiempo- una alta capacidad comunicacional. Para la segunda década del siglo, con la creciente profesionalización de la disciplina, las cartografías realizadas por la Dirección de Vías Navegables y del Instituto Geográfico Militar, con su aparente “cientificidad” y con sus convenciones legitimadoras, le otorgarán mayor exactitud permitiendo comprobar las modificaciones de estos territorios móviles a través del tiempo.

 

 

Figura 2. Puerto de Rosario y su relación con la costa y las islas a través de los años: 1894, 1903, 1908 y 1925. Fuente: Diario La Capital, 1 de noviembre de 1894; Hersent (1903); Municipalidad de Rosario y Oficina de la División del Paraná Inferior-Rosario.

 

Hacia fines de 1910, cuando las nuevas instalaciones portuarias y ferroviarias se desplieguen en toda la costa central impidiendo cualquier relación franca con el río, se percibirá una primera valoración del paisaje fluvial, tanto en las críticas sobre dicha situación, como en la emergencia de iniciales descripciones en clave sublime de la geografía característica de Rosario: la pampa y el Paraná. En este marco se inscribe la inspiración de una crónica que comentando un paseo a la isla “Sívori”, sostiene:

 

No se explica que un pueblo como el nuestro, situado sobre un majestuoso estuario, lleno de pintorescos paisajes y teniendo tan cerca una naturaleza que nos brinda magníficos mirajes, sean tan raras las excursiones de este género, mientras va cundiendo la moda de ir lejos á buscar y admirar lo que tenemos en casa.[14]

 

Así, las estrategias discursivas del periódico, van delimitando el campo de visibilidad de la ciudad, jugando un rol fundamental en la producción y reproducción de los imaginarios urbanos. En cuanto a la representación del espacio la prensa opera complementariamente a la cartografía: racionalizando, delimitando, identificando lugares en un complejo juego entre lo visible y lo no visible; apelando a un orden “ficcional” que organiza lo “real”, estableciendo marcos descriptivos y creando “mapas mentales”, orientando la percepción y la experiencia de la vida urbana.

 

1920-1970 Primeras aproximaciones a la “Rosario fluvial”

 

El cambio trascendental respecto a la recuperación de la franja costera para uso público se producirá en las décadas de 1920 y 1930, cuando en esa dirección confluyan los intereses de distintos actores y proliferen los proyectos de avenidas costaneras, parques y balnearios públicos (Ponzini y Español, 2021), testimonios de que el espacio público es siempre objeto de negociaciones fundamentalmente políticas, así como de producción y reconocimiento de diferencias culturales.

Mientras que los sectores populares reunidos en asociaciones vecinales reclamaban y, en algunos casos, construían sus propios balnearios, resulta significativo que desde el campo de la arquitectura, algunos profesionales incorporen tempranamente en sus diseños las islas del Espinillo y de Los Bañistas, como en la propuesta de costanera de la Asociación Patriótica Amigos del Rosario en 1926 o el Canal de Regatas proyectado por el estudiante Díaz Abbot c.1932, respectivamente (Adagio y Rigotti, 1995).

Esta idea será desarrollada con mayor precisión y detalle por Della Paolera, Guido y Farengo en su Plan Regulador de 1935. En dicho documento se propone “humanizar la isla del Espinillo” a fin de revertir la realidad de que “el Paraná ha permanecido siempre tan ajeno a la vida de la población rosarina”, poniendo de relieve que aun los rosarinos no han advertido la cercanía física de esta isla con relación al centro de la ciudad (600 metros), cuando el acceso a las 300 hectáreas del Espinillo implicaría sumar un extenso espacio libre de gran necesidad para la población y próximo al área de mayor densidad de la ciudad.  Bajo esas premisas, se propone una conexión a través de un puente con un tramo levadizo para facilitar un rápido acceso a “grandes masas de personas que concurran a los paseos e instalaciones de la isla” (1935, p. 52). Seguramente este imaginario tecnológico era deudor de las sugerentes opiniones vertidas por el urbanista Werner Hegemann en el ciclo de conferencias que dictara en Rosario en 1931, cuando expresaba que: Estas islas serán el gran parque natural del futuro: corresponde a la Belle Ile en Detroit … que se ha unido recientemente a la ciudad del Sr. Ford, por medio de un gran puente. El puente que conducirá a las islas rosarinas, será construido seguramente, antes de que Rosario tenga un millón de habitantes (1931, pp. 33-34).

Asimismo, en La Capital otros temas siguen vigentes, como la comunicación con Victoria cuyo servicio de balsas se inaugurará en 1935 y “el fomento de la producción” en las islas, al mismo tiempo que los lectores acceden a mayor información sobre aquellas en artículos que ofrecen además numerosas fotografías. Junto a las noticias sobre los efectos de las crecidas del río, la apertura del Círculo Náutico “Refugio” en la isla La Deseada en 1933 o la popularización de las excursiones dominicales, emergen nuevas apreciaciones destacando las características de su vegetación y sus playas, “el magnífico escenario natural de que se dispone para … fiestas deportivas y sociales”, donde los rosarinos podrían evadirse  “del ambiente duro, rígido y severo de las líneas arquitectónicas y de la monotonía pizarra del asfalto.”[15] Poco después, a la argumentación vinculada al higienismo y a las prácticas saludables, se agregarán los aspectos “pintorescos” que ofrece la vida de los isleños y, alentando mayor presencia de los rosarinos, se reclamará la intervención gubernamental respecto a mejoras en instalaciones y seguridad ya que en el verano “se ha visto a millares de personas concurrir a recreos instalados en las islas.”[16] Estas renovadas direcciones de sentido contribuyen a la construcción de nuevas significaciones imaginarias que articulan el territorio fluvial con la ciudad “que se empeña obstinadamente en cerrarse a la belleza y la verdad de su río.”[17]

 

 

 

Figura 3. Las islas del Paraná frente a Rosario y la ciudad que quiere ignorar su río. Fuente: Diario La Capital (28 de marzo 1940 y 17 de octubre de 1938).

 

Será recién en la década de 1940, con la nacionalización de las infraestructuras portuarias y ferroviarias, cuando se viabilice la reconversión de algunos de los predios de la costa central para espacios públicos, que se sumarán al Parque Belgrano. Como era habitual la prensa expone lo relevante de estas transformaciones; por ejemplo, el director del diario La Acción plantea que “por fin, Rosario aumenta la superficie de sus parques”[18] y en La Tribuna se destaca que “Rosario recupera 14 hectáreas de «espacio verde»”[19] que corresponden a las primeras hectáreas sobre la costa alta que el gobierno nacional transfiere al municipio, originalmente ocupadas por el ex Ferrocarril Oeste Santafesino, para desarrollar el Parque de los Derechos de la Ancianidad (actual Parque Urquiza), surgido en el marco de la concreción del Monumento y Parque Nacional a la Bandera.[20]

En este último se ubicará en 1951 la Estación Fluvial para pasajeros, obra que La Capital celebra puesto que “respondió a lo que había derecho a esperar en un puerto como el nuestro y frente a un río caudaloso que es, y ha de ser todavía […], un importante medio de comunicación”, previendo que “resolverá importantes problemas del transporte” para la ciudad y su región.[21] La Fluvial resulta pieza clave ya que permitiría incrementar la navegación de pasajeros, destacándose, en especial, la incorporación del buque Ciudad de Rosario con fines recreativos, turísticos y educativos, en el cual, para fines de 1961, según consigna el periódico, “más de 40.000 escolares han navegadopor la cuenca del Paraná, posibilitando una nueva mirada de la “Rosario fluvial” al aproximarse a la fisonomía isleña. Contemporáneamente, en “Recuperación del Paraná por el Urbanismo” Guido propone trasladar el puerto a la isla del Espinillo a fin de liberar la ribera porque aquel “trajo riquezas materiales, la ciudad estimuló su progreso económico, incrementó su demografía; pero levantó un cerco infranqueable entre población y río. Y la ciudad quedó amputada de su Paraná.”[22]

Desde otro registro, la cultura del delta cobrará difusión a través de la obra del artista Raúl Domínguez, quien, popularmente distinguido como el “pintor de las islas”, ahonda en el conocimiento del territorio insular (sus habitantes -los Chaná timbu y los isleños contemporáneos-, sus hábitos y sus leyendas, la flora y la fauna, la historia y sus penosas realidades), que se visibilizan en los murales que en 1969 dona a la Estación Fluvial, donde además funda el Museo del Paraná y las Islas y una Escuelita Regional, revelando el paisaje fluvial litoraleño, terra incognita para los habitantes de la urbe tan cercana, con su particular mirada mezcla de experiencia en el territorio con motivos mágicos y míticos.

En el mismo año Ivern publica Capítulo Primero. Rosario alrededor del Monumento a la Bandera, narrando la historia de la pirámide levantada por Grondona. Empeñado en poner en valor el monumento propone colocar un mojón recordatorio en la isla, e introduce en el texto una nueva dirección de sentido al preguntarse “¿por qué no intentamos encontrar estas reliquias históricas rosarinas cuando el simple hecho de estar buscándolas, haría natural y permanente un turismo que hoy tiene algo de forzado y circunstancial?” (1969, p. 43).

El desarrollo del turismo regional era por entonces un tema recurrente, aunque los rosarinos no visualizaban aun como promoverlo. El recurso a monumentos y sitios históricos -Monumento a la Bandera y el Campo de la Gloria en San Lorenzo, entre los principales- se presenta como el único posible junto a la experiencia fluvial. Ya en marzo de 1962 La Capital sostiene que “Rosario es una ciudad que tiene un innegable destino turístico” y demandan “una acción inteligentemente coordinada para poder aprovechar las bellezas de nuestro gran río y de sus islas, desconocidas para la inmensa mayoría de los Rosarinos”. Sin embargo, el mismo diario en 1967, pragmáticamente, se retrotrae a la línea editorial del siglo XIX que prefería “lo útil sobre lo bello” (Ponzini, 2018), expresando que,

 

quizá -y sin quizá- Rosario no sea ciudad turística. Felicitémonos. Enorgullézcanos el hecho que carezca del atractivo fácil, del pintoresquismo, de que nuestra gente no se haya hecho a vivir de la propina forastera. Como la llanura, como el río, tiene fuerza más que encanto. No sirve para la tarjeta postal.[23]

 

Diversos imaginarios conviven en este período, entre ellos, la “humanización” de la isla en el Plan Regulador del 35, el enfoque productivista, la condición “pintoresca” de la pobreza y la marginalidad, la recuperación del movimiento de pasajeros por vía fluvial, el puerto en la isla, la concientización de los niños respecto al Delta, la representación mítica y la dimensión histórica, así como la perspectiva de un posible perfil turístico de la ciudad. En conjunto, colaboran en la construcción de la ciudad deseada, aunque su condición de posibilidad se prorrogue más de lo pensado, al tiempo que constituyen el sustrato sobre el que se asientan las constituciones identitarias rosarinas. Las mismas se generan en la interacción social, como “puntos de adhesión temporaria a las posiciones subjetivas que nos construyen las prácticas discursivas” y en consecuencia no singulares, en proceso continuo de transformación y constituidas dentro de la representación, porque

 

las identidades tienen que ver con las cuestiones referidas al uso de los recursos de la historia, la lengua y la cultura en el proceso de devenir y no de ser; no «quiénes somos» o «de dónde venimos» sino en qué podríamos convertirnos, cómo nos han representado y cómo atañe ello al modo como podríamos representarnos (Hall, 2003, pp.17-18).

 

Hacia el nuevo siglo: de cara al río

 

Con altibajos, algunas de estas imaginaciones germinales subsisten en la memoria colectiva y, reconfiguradas y resignificadas, finalmente se verán concretadas a partir de las últimas décadas del siglo XX en transformaciones urbanas sustanciales, que serán objeto de nuevas apropiaciones colectivas vinculadas a la relación entre el ámbito urbano y el fluvial. En la década del 30 se habían acuñado algunas consignas sobre la recuperación de la ribera que seguirán presentes hasta la actualidad. En tanto en el bajo central no se podía intervenir, se celebra la “reconquista de la barranca” cual “balcón al río”, intentando compensar que Rosario haya crecido de “espaldas al Paraná” puesto queapenas si se asoma a él como no sea entre depósitos y guinches.”[24] Tras años de retroceso durante los gobiernos militares, esta percepción de la ciudad irá cambiando cuando, con la recuperación democrática, se inicien obras trascendentales (principalmente entre 1984 y 2010) que reconvierten la fachada fluvial central, posibilitada por el traslado del puerto hacia el sur y el desarrollo de políticas públicas ininterrumpidas. De este modo, es especialmente en este período que se intercambia el “atrás” por el “delante”; como sostiene Gravano (2003, p. 31):

 

Se define el atrás de un imaginario sobre el espacio urbano en términos de la visión que los actores de la ciudad tienen del opuesto de su centro y de su delante, como vitrina urbana pública, como centro identitario y como campo referencial y simbólico de una dimensión significativa del acontecer histórico cotidiano, entre otros sentidos. Su conocimiento resulta ser un insumo para el desarrollo de opciones de rediseño de partes de la ciudad en forma integral con la vida concreta de quienes la producen y consumen tanto con sus acciones y prácticas como con sus formas de imaginarla hacia el pasado y hacia el futuro.

 

El Parque España se convierte en el primer hito al generar una inspiradora vinculación entre la barranca alta, el bajo y el río. A fines de la década de 1970 se encarga el proyecto al estudio catalán MBM (Martorell-Bohigas-Mackay), especialmente debido a los vínculos existentes entre Oriol Bohigas con el entonces Centro de Arquitectos de Rosario. Bohigas viaja a Rosario en 1979 a recorrer el sitio y con examen atento reconoce las huellas del lugar, lo que redundará en la revalorización del patrimonio ferro-portuario, idea precursora para el futuro de la ribera. La recuperación de diversos componentes, como los túneles de almacenaje del puerto en la barranca y la conformación de una nueva fachada urbana de “cara al río” con recorridos superiores que posibilitan nuevos diálogos entre el tejido urbano y el Paraná, promueven el reconocimiento de construcciones identitarias presentes en la memoria colectiva (Galimberti, 2020).  La propuesta vuelve a posicionar la mirada en el amplio territorio insular[25] que aporta al debate internacional sobre la recuperación del río y sus barracas articuladas al valor urbano-cultural propio del contexto local (Jajamovich, 2012).

En los años siguientes continua el proceso de recuperación de la costa central rosarina, con numerosas refuncionalizaciones del patrimonio ferro-portuario, mayormente para nuevos usos culturales, educativos y administrativos, junto con la generación de una gran extensión de espacios públicos próximos al agua, consolidando el imaginario de recuperación identitaria del frente costero. No obstante, en las primeras décadas del siglo XXI, la continuidad de la parquización ribereña hacia el norte se dificulta con la suscripción del convenio urbanístico público privado para el desarrollo del proyecto Puerto Norte. Su resolución sobre terrenos pertenecientes a diversos propietarios y, en consecuencia, a través de distintas unidades de gestión, origina disputas y conflictos en torno a intereses contradictorios y es justamente a partir de su difusión pública que la operación Puerto Norte se instala en el imaginario colectivo. Siguiendo a Kozak y Feld (2018), el resultado final, en particular de dos unidades de gestión, implica un cambio abrupto en cuanto a la dotación cuantitativa de espacio público con acceso al río en relación con las transformaciones precedentes. Por otro lado, los límites de las primeras unidades de gestión construidas parecen conformarse como fronteras de pequeñas urbanizaciones cerradas. Estos procesos de reestructuración ribereños contribuyen a fracturas sociales vinculadas a la gentrificación y al desplazamiento de sectores tradicionales, mayormente de bajos ingresos, por otros de mayor poder adquisitivo (Añaños, 2020). Asimismo, resultan complejos los criterios adoptados sobre el patrimonio costero -construido o natural-, lo que se advierte en las diferentes expectativas expuestas por la Municipalidad de Rosario, los desarrolladores inmobiliarios y de los habitantes del sector; denotando que también en esta cuestión se revelan significaciones provenientes de constituciones identitarias diversas e incluso contradictorias (Vera, 2018).

Ese proceso de transformación material es acompañado por un crecimiento de las prácticas náuticas y de afluencia de población a las islas. Según comenta el pintor Domínguez: “en las islas en la actualidad se está produciendo un avance turístico … a los que aún piensan que Rosario le ha dado la espalda al río los invito a recorrer la zona ribereña en la zona de la Estación Fluvial.”[26] Poco después, también la revista Vasto Mundo sostiene que “a las islas vienen entre 10 mil y 12 mil personas por domingo … en las costas de las islas existen una veintena de bares instalados de forma permanente”, mientras que “en los años 70 sólo existía un lugar de recreación en la costa de la isla Invernada.”[27]

Con este nuevo despliegue “de cara al río”, Rosario comienza a desarrollarse como un nodo turístico, en el que el delta se perfila como el atractivo potencial clave. La inauguración del Puente Rosario-Victoria en 2003 será el acontecimiento fundamental para la simbiosis entre ambas orillas, puesto que además del posicionamiento estratégico que otorga a la ciudad y su región, habilita una mayor accesibilidad y relación entre el espacio insular y el continental. Así, la distante orilla oriental se renueva en la imaginación colectiva como una extensión rosarina. A pocos días de la inauguración del puente, la prensa manifiesta que “Miles de turistas invadieron Victoria y alteraron su tranquila fisonomía … colmaron los hoteles, colapsaron el tránsito y desabastecieron los comercios y puestos de artesanías”[28] y hasta en los mapas del Ente Turístico de Rosario se incorpora la costa de Victoria como atracción cercana (Galimberti, 2015).

Desde la literatura, Sonia Scarabelli sintetiza este cambio de percepción de aquel territorio aparentemente lejano, pero tan cercano físicamente:

 

era, simplemente “la isla”. Una forma genérica y vagamente vacía que flotaba adherida a un inescrutable anclaje, cruzando el canal, al otro lado del río grande. Un lugar, básicamente, que las luces de la urbe industriosa y con gesto de jerarca no tocaba. ¿En qué momento ocurrió? … ¿Fue parte de algún extraño fenómeno de alucinación colectiva? De pronto, todos parecíamos habernos detenido en un momento sólo a mirar. Nos acercábamos a los bordes de las barrancas, siempre a punto de desmoronarse, como si hubiéramos quedado atrapados en un campo magnético completamente nuevo que nos orientaba hacia el este (2009, p.17).

 

Notas finales: oportunidades y desafíos en la apropiación del territorio insular

 

En este largo proceso, el vínculo entre la ciudad y el territorio insular se ha consolidado, sumando en los últimos años la preocupación por el valor de sus humedales y la biodiversidad que alberga. En este sentido, gracias al Legado Deliot[29] el Municipio de Rosario aborda en 2013 el proyecto de desarrollo del “Área Protegida” Los Tres Cerros, a fin de realizar actividades de educación, investigación, concientización ambiental y conservación del delta, desde una perspectiva integral que articula diversos actores (sociedad civil, ONGs, gobiernos e instituciones de las provincias de Santa Fe y Entre Ríos), promoviendo el uso colectivo y responsable de la costa y los cursos de agua y el ecoturismo sostenible.

Sin embargo, las políticas y las actividades que impulsan la cercanía, conocimiento, protección y resguardo del territorio insular, tienen su contracara en el impacto que ocasiona la mayor “antropización” del mismo. En los últimos años se registran en el periódico frecuentes reclamos por el gran movimiento náutico y afluencia de visitantes con prácticas que vulneran el hábitat isleño, incrementando la contaminación “en las playas de las islas donde se acumulan, semanalmente, grandes cantidades de basura,”[30] así como por los repetidos incendios provocados por productores agrícolas u ocasionales acampantes y las construcciones clandestinas que despiertan pedidos de “emergencia ambiental y frenar los terraplenes en las islas,”[31] entre muchos otros.

 

 

Figura 4. La reconquista del río, sus orillas y el ámbito insular. Fuente: Mural Raúl Domínguez en la Estación Fluvial de Rosario (fotografía de los autores); Diario La Capital (22 de mayo de 2003); Secretaría de Planeamiento, Municipalidad de Rosario y Coordinación de Gabinete para la Sustentabilidad, Municipalidad de Rosario.

 

Actualmente, el principal desafío que atraviesa el amplio delta consiste en las reiteradas y extensas quemas, intensificadas cada año, que tienden a su pampeanización, similar al proceso de agriculturación o de sojización que se profundiza fuertemente desde la década de 1990 y que conlleva a una aguda transformación del territorio rural, implicando la expulsión de productores, la concentración de la propiedad de la tierra y la conquista de nuevos espacios productivos (Gras y Hernández, 2009). Sólo en el 2020 se estima que se quemaron más de 450.000 hectáreas destruyendo el ecosistema del delta, con una perdida invaluable de fauna y flora y ocasionando graves problemas de salud a la población aledaña. Estas acciones han generado una masiva movilización de ciudadanos, instituciones, ONGs, entre tantos otros actores, que reclaman incesantemente la imperiosa urgencia de una Ley de humedales que posibilite frenar dichos procesos negativos.

De este modo se incrementa la visibilización de las disputas y reclamos en torno al ámbito insular, generando nuevas significaciones imaginarias. Especialmente en el año 2020, dada la profundización de los incendios intencionales e intensivos se suman nuevas organizaciones sociales (por ejemplo, la Multisectorial Humedales) a preexistentes de larga data (como el Taller Ecologista y el Paraná No Se Toca), además de vecinos auto convocados a reclamar por la defensa de los bienes comunes. Se destacan los procesos de construcción colectiva a partir de la movilización ciudadana que habilitan un mayor acercamiento y comprensión del delta, que fortalecen y amplían las voces de los isleños dado que se parte del reconocimiento de un territorio insular con habitantes cuyo reclamo de justicia ambiental tiene implícito la justicia social (Romero Acuña, 2021). Siguiendo a Ferrero (2022), la presión social ha conducido a que los distintos niveles estatales (tanto Nación, como provincias y municipalidades) realicen propuestas de conservación y desarrollo sostenible del delta; sin embargo, en su mayoría, no tienen en cuenta la población local ni se abordan de manera integral, generando nuevos conflictos; y, fundamentalmente, sin conseguir detener la degradación ambiental.

La destrucción de ese territorio insular, históricamente lejano y distante para gran parte de la población regional ha ocasionado una fuerte “topofilia”,[32] reconociendo así el reclamo por el resguardo de estos “bienes comunes”[33] y la urgencia de su protección. Esto evidencia que, aunque imaginariamente las islas hayan sido siempre “rosarinas”, paradójicamente, existe una gran distancia entre la apropiación física y la apropiación simbólica e identitaria. El principal desafío de esta ampliación de los límites de la dimensión urbana consiste en vincular la experiencia del territorio con prácticas colectivas arraigadas en la protección del ambiente y la revalorización del “lugar”, en una reconfiguración continua de las condiciones que activen el sentido de social de pertenencia.

 

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Recibido: 09/01/2023

Evaluado: 09/06/2023

Versión Final: 26/07/2023

 

 



(*) Arquitecta y Magister en Estudios Culturales (Universidad Nacional de Rosario). Docente del Área de Historia de la Arquitectura (Universidad Nacional de Rosario). Argentina. Email: bibianaponzini@gmail.com ORCID: http://orcid.org/0000-0002-9470-3043

(**) Arquitecta y Doctora en Arquitectura (Universidad Nacional de Rosario). Investigadora Adjunta (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas). Investigadora (Centro Universitario Rosario de Investigaciones Urbanas y Regionales). Docente (Universidad Nacional de Rosario). Argentina. Profesora internacional (Universidad de la Costa) Colombia. Email: cecilia.galimberti@conicet.gov.ar  ORCID: http://orcid.org/0000-0001-9030-0143

(***) Arquitecta y Maestranda en Estudios Culturales (Universidad Nacional de Rosario). Docente (Universidad Nacional de Rosario). Argentina. Email: andrembasso@gmail.com ORCID: http://orcid.org/0000-0002-7029-8418

[1] Paraná Ra’anga fue un proyecto de la red de Centros Culturales de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) liderado por el Centro Cultural Parque de España en el cual participaron aproximadamente cuarenta científicos de disciplinas diversas y artistas argentinos, paraguayos y españoles. Consistió en una Expedición Científico-Cultural que recorrió los ríos de la Plata, Paraná y Paraguay en el mes de marzo de 2010, a fin de abordar al río como elemento vivo y transformador y construir nuevas miradas en torno al mismo, su delta y sus orillas (Silvestri, 2012).

[2] El mismo es resultado de una articulación temática –inexorable-, así como de interrogantes que surgieron durante el desarrollo del proyecto de investigación “Discursos e imágenes en torno a las transformaciones de la ribera de Rosario durante el siglo XX”, SCTeI, UNR. Dir.: Bibiana Ponzini, Co-Dir.: Cecilia Galimberti. El proyecto se propone abordar, desde la perspectiva de los Estudios Culturales, el análisis crítico de las representaciones e imaginarios vinculados a la relación entre la ciudad de Rosario y la ribera del Paraná, ya que la transformación del frente costero ha sido tema central del debate urbano tanto desde el ámbito público como privado a lo largo de todo el siglo XX.

[3] En La semiosis social, Eliseo Verón (1993) propone una teoría de la discursividad basada en dos supuestos, por un lado, sostiene que “toda producción de sentido es necesariamente social” y, por otro, que “todo fenómeno social es, en sus dimensiones constitutivas, un proceso de producción de sentido”, explicando que esta doble hipótesis es inescindible de la noción de discurso (p. 125).

[4] De los tres órdenes piercianos del sentido: ícono, índice y símbolo, el índice presenta una relación de continuidad o de contacto con el referente, es existencial, desencadena manifestaciones en el orden de la subjetividad (“físicamente” deja huella, hace síntoma).

[5] Carrasco E. y Carrasco G., 1897, p. 545.

[6] La Capital, 30 de setiembre de 1872, Rosario, Santa Fe.

[7] La Capital, 20 de febrero de 1878, Rosario, Santa Fe.

[8] El Ferrocarril, 25 de diciembre de 1866. Rosario.

[9] La Capital, 14 de noviembre de 1878, Rosario, Santa Fe.

[10] Se remite al lector al poema “Al Rosario” de Gabriel Carrasco publicado en La Capital, 3 de octubre de 1875. Rosario.

[11] La Capital, 16 de enero de 1887, Rosario, Santa Fe.

[12] La Capital, 20 de octubre de 1887, Rosario, Santa Fe.

[13] La Capital, 29 de agosto de 1888, Rosario, Santa Fe.

[14] La Capital, 8 de abril de 1910, Rosario, Santa Fe.

[15] La Capital, 23 de setiembre de 1937, Rosario, Santa Fe.

[16] La Capital, 9 de enero de 1938, Rosario, Santa Fe.

[17] La Capital, 17 de octubre de 1938, Rosario, Santa Fe.

[18] La Acción, 4 de abril de 1950. Rosario.

[19] La Tribuna, 12 de mayo de 1950. Rosario.

[20] En 1939 por Ordenanza 172 se autoriza la gestión ante el Gobierno Nacional para la creación del Parque de la Bandera. Posteriormente es agregado el artículo 13 en la Ley N°12.815, a fin de incorporar el Parque de los Derechos de la Ancianidad en el programa de transformación costera de la ciudad (Galimberti y Basso, 2018).

[21] La Capital, 7 de julio de 1950, Rosario, Santa Fe.

[22] La Capital, 10 de enero de 1954, Rosario, Santa Fe.

[23] La Capital, 15 de noviembre de 1967, Rosario, Santa Fe.

[24] La Capital, 25 de junio de 1961, Rosario, Santa Fe.

[25] Casi simultáneamente, se promueven nuevas estrategias integrales como el Proyecto del Parque Regional Alto Delta del Río Paraná presentado en 1985 por Juan Carlos Bensuley en las V Jornadas Nacionales de Defensa Ecológica, que se acompaña de un plan de desarrollo turístico (Galimberti, 2015; Ponzini, Galimberti, Basso y Español, 2021).

[26] La Capital, 12 de diciembre de 1989, Rosario, Santa Fe.

[27] Vasto Mundo, diciembre 1994. Rosario.

[28] La Capital,25 de mayo de 2003, Rosario, Santa Fe.

[29] En 1948 Carlos Deliot dona todas sus propiedades a la Municipalidad de Rosario, entre las que se registran 1.755 hectáreas en las islas (Loteo Charigué, Distrito Laguna   del Pescado, Victoria, Entre Ríos) (Ponzini, Galimberti, Basso y Español, 2021).

[30] La Capital, 6 de febrero de 2020, Rosario, Santa Fe.

[31] La Capital, 20 de agosto de 2012, Rosario, Santa Fe.

[32] Yi-Fu Tuan en su libro “Topofilia: un estudio de las percepciones, actitudes y valores sobre el entorno” (2008), describe los lazos existentes entre las personas y el lugar que habitan, un “amor” por el territorio que atraviesan las prácticas, los imaginarios y percepciones entre el ser y su entorno.

[33] En 1968 en un artículo de Garrett Hardin en la revista Science se utiliza la expresión “la tragedia de los comunes” para describir la degradación del ambiente que acontece cuando los individuos utilizan masivamente un recurso escaso. Justamente el ejemplo utilizado por Hardin hace referencia al uso indiscriminado del ganado (el motivo principal de las quemas en las islas): “Ahí está la tragedia. Cada hombre se encuentra atrapado en un sistema que lo compele a aumentar su ganado sin ningún límite (…) la ruina es el destino hacia el cual todos los hombres se precipitan, persiguiendo cada uno su propio interés en una sociedad que cree en la libertad de los bienes comunes” (Hardin, 1968, p. 1244; citado por Ostrom, 2000, p. 27).