El largo camino a la libertad: el creciente descontento de piuranos y norteños en el siglo XVIII

 

Susana Aldana Rivera(*)

ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24690732/i8kp4lid3

 

Resumen

 

La independencia del Perú siempre se ha entendido como un proceso que afectó de manera homogénea y semejante a todo el país. La visión responde a un esquema nacional que deja de lado que el imperio español aceptaba y organizaba la intensa diferencia sociocultural existente en su territorio. Más aún en un espacio como el virreinato del Perú, heredero de sociedades nativas complejas, que condiciona el comportamiento de los diferentes grupos étnicos en su territorio. Como el norte del Perú cuyas opciones por la independencia se explican más en el largo tiempo que en el corto, en los años de las luchas emancipatorias como suele ser la posición tradicional del análisis de la independencia peruana. Por eso, interesa analizar la particular situación del norte del Perú y el conjunto de situaciones de largo aliento que se combinan en un constante pero continuo y creciente descontento que termina por estallar en los años de la independencia.

 

Palabras clave: Historia del Perú; Historia de la independencia; Historia del Norte del Perú.

 

 

The long road to freedom: the growing discontent of piurans and northerns in the 18th century

 

Abstract

The independence of Peru has always been understood as a process that affected the entire country in a homogeneous and similar way. This view responds to a national scheme that overlooks the fact that the Spanish Empire accepted and organized the intense sociocultural difference existing in its territory. Moreover, in a space like the Viceroyalty of Peru, inheritor of complex native societies that conditioned the behavior of different ethnic groups in its territory, this was even more pronounced. For instance, the northern part of Peru, whose options for independence were explained more in the long term than in the short term, during the years of the emancipatory struggles, as is the traditional position of the analysis of Peruvian independence. Therefore, it is interesting to analyze the particular situation of northern Peru and the set of long-term situations that combine into a constant but continuous and growing discontent that ends up exploding during the years of independence.

 

Keywords: History of Peru; History of Independence; History of Northern Peru.

 


 

 

El largo camino a la libertad: el creciente descontento de piuranos y norteños en el siglo XVIII

 

En el caso del Perú, los diversos estudios sobre la independencia han aumentado muchísimo -quizás hasta demasiado- gracias a la celebración del Bicentenario. Pero ello ha permitido consolidar y ampliar lo que implicó la independencia para el conjunto del país más que solo centrarse en la afirmación identitaria nacional que se levanta sobre un conjunto elaborado de fechas y nombres. Los historiadores clásicos de la primera mitad del siglo XX,[1] recuperan una historia nacional que ofrecía, en ese momento, una necesaria visión general del estado nación. Recién para la segunda mitad del siglo XX y ante un cúmulo de preguntas sin respuestas de diverso tipo, los análisis se matizaron desde esos temas no resueltos. Pero la mayoría respondieron a una realidad y praxis ideológica o se centraron en la economía del conjunto nacional. Las provincias, por vencidas (pro-vincere),[2] fueron insertadas en el discurso, pero no desde la particularidad de su vivencia y de sus intereses; eso tendría que esperar en definitiva hasta casualmente, el Bicentenario de la fundación republicana.

Algunos historiadores, provenientes de provincia, fueron a contrasentido. El ejemplo más notable J.G. Leguía,[3] quien recuperó la información particularizada del proceso de independencia en las regiones, particularmente el norte peruano. Una región hoy crecientemente estudiada, pero cuyos estudiosos recuperan la importancia local en el marco de un espacio organizado por Trujillo, la ciudad capital del norte peruano, pero manteniéndose dentro del marco de la estado-nación. Se estudia personajes locales, regionales y nacionales como Sánchez Navarrete, Riva-Agüero y Blas de Ostolaza (Hernández, 2008a, 2008b, 2017); los indios de la costa y de la sierra (Ramos, 2020; Diez, 2008, 2022 respectivamente); población negra (Gutiérrez, 2022) pero, pocos en realidad, recuperan el espacio regional que, en el caso del norte, se expande entre Trujillo del Perú y Cuenca del Perú[4] y hasta lo trascienden como Espinoza (2017): sus trabajos analizan cómo esta región tiene la cobertura legal oficial del imperio y del virreinato del Perú y a la vez, informalmente la influencia de la vecina audiencia en la vida local y regional. La visión es relativamente nueva pues supone posicionarse en el espacio imperial español, aquél que tiene en la cabeza la gente que vivió la época. Un primer e importante intento fue el de Juan Carlos Assadourian[5] y el Surandino, analizado como un continuo, mientras que sólo muy recientemente e interesados particularmente en el Caribe, estudiosos como Bassi (2017) y Bonialian (2019), se centran en la diversidad de intereses y posturas, presentes en el proceso independentista.

Señalemos que sólo de manera muy reciente y de la mano del rompimiento de las estructuras de la modernidad, como el estado nación, se comienza a enfrentar los múltiples espacios regionales y sus agentes sociales, así como problemáticas que quedaron encubiertas bajo la supuesta homogeneidad nacional. Por eso y tomando el caso del norte peruano, este artículo parte de tres supuestos. El primero, muy conocido, que no solamente los hechos militares fundamentaron la independencia -posición tradicional de la historia nacional- sino, que en realidad se dieron todo un conjunto de procesos y relaciones socioeconómicas en el largo tiempo que se explican desde la vida cotidiana de la región. El segundo, recupera esa vida que se construye dentro de un espacio dado, administrativamente definido desde arriba pero que se realiza desde abajo, desde esa cotidianeidad, que se enmarca en varias realidades (local, regional, audiencial, virreinal, imperial). Y finalmente, un tercer supuesto nos afirma que esas relaciones construidas desde lo cotidiano fundaron una idiosincrasia y relaciones que sostuvieron (o no) los hechos de la independencia, que precipitaron y potenciaron, con problemas, un nuevo sistema de vida, la república.

Por cierto, no se trata de recortar las posibilidades de actuación de los sectores populares y recogemos la atingencia de F. Spillemaeker (2022) sobre que las revueltas no son precursoras necesarias de la independencia. En efecto cada una tiene un sentido particular en su momento, finalmente la historia es un presente continuo para quien lo vive. Pero intentamos establecer el escenario y la realidad de descontento creciente de los actores que va de la mano con la igualmente creciente y sostenida violencia en un sistema que llega a su apogeo con la monarquía hispánica imperial que, en paralelo, supone el lento tránsito a otro sistema, la república nacional. Todo un cúmulo de situaciones que, finalmente desemboca en una voluntad separatista en cuanto reordenadora de la realidad establecida.

En la línea de lo mencionado y en un primer momento, teniendo como sujeto histórico a la región de Piura, perfila ese espacio norteño en donde la independencia se realiza. Una Antigua Gran Región[6] en la cual, en un segundo momento, se establecen las cada vez más amplias experiencias directas de la creciente violencia institucional y el subsecuente descontento de la gente en el largo tiempo. Finalmente, en un último acápite, me centró en la etapa de la independencia y buscó establecer como ésta es el cierre de un siglo de constantes crisis en el que mucho juega la presencia de extranjeros (europeos no españoles) en un imperio cruzado por un fuerte comercio de productos locales y en el que la gente sigue viviendo su cotidiano, problemático y no sólo por la independencia.

Por eso, recuperamos una acertada posición de J. G. Leguía (1972: 346) desde su conocimiento regional del norte,

 

… "sentíanse individualmente independientes y libres" en plena servidumbre política colonial, por esa virtud mágica de redención que llevan consigo el trabajo honrado, la tranquilidad del presente, la seguridad del porvenir, la fe en sí mismo y la lícita aprehensión de la riqueza, no debida a nadie ni a nada, sino al propio exclusivo esfuerzo … ¿Cómo no había ese pueblo, sano, activo, rico, laborioso, y por consiguiente altivo, noble y digno, de agruparse en torno de quienes le hablaban de autonomía y de libertad, para precipitarse después como un alud, sobre sus explotadores, y conquistar, invencible, aquellos bienes? ...

 

La Antigua Gran Región

 

El escenario de la independencia de Piura y el norte se realiza en un espacio que se fue lentamente reinventando desde la llegada de los españoles, con sus formas distintas de sociedad tradicional a las existentes. Como, por ejemplo, la progresiva imposición de un mercado frente a un intercambio dirigido por la autoridad; moneda vs trueque y por supuesto, sociopolíticamente, el tema de derechos que tenían las ciudades y no los centros ceremoniales: una sociedad en camino a ser de antiguo régimen vs una sociedad de antiguo mundo (Aldana y Pereyra, 2022).

La nueva forma de vida se apropió del orden previo y lo reinventó bajo su propia lógica, ahora andina, con un rey que reconocía derechos comunes, una sociedad estamental patriarcal y una economía mercantil. Así y en el tiempo, surgió un espacio cohesionado entre el norte del virreinato peruano y el austro ecuatoriano que para fines del virreinato tenía como límites, a Trujillo del Perú y a Cuenca del Perú; allí se desenvolvieron un conjunto de relaciones humanas (familiares, amicales y de compadrazgo) que sirvieron no sólo para sostener un tejido social sino toda una verdadera red comercial fundada en la negociación de productos de la tierra fundamentalmente pero también los de Castilla (Aldana, 1999). Esta red, territorialmente, configuró un Antiguo Gran espacio, con un cariz particular no sólo por sus bases históricas identitarias, construidas gracias al comercio, sino también a que siempre se mantuvo en la periferia de la atención de la burocracia española y criolla, principalmente del virreinato del Perú centrada en las minas de oro y plata del Surandino. Igual, tampoco el austro ecuatoriano convocó plenamente el interés de la vecina audiencia de Quito, preocupada por los obrajes norandinos.

Las relaciones construidas, por tanto, se hicieron lentamente y en el largo tiempo: los mercaderes y los arrieros norteños, como en otras sociedades tradicionales, se movían por esta región, trasladando los productos de pueblo en pueblo, caminando, a mula y algunos pocos a caballo; también caleteando por mar. Porque la carrera de Quito por tierra partía desde Lima, pero era en Trujillo donde enganchaba en todo un conjunto de redes humano-económicas y se expandía a manera de pinzas desde esta ciudad abriéndose longitudinalmente por la costa hacia Guayaquil y por tierra, hasta Cuenca. Transversalmente las relaciones reutilizaron varios corredores indígenas que partían de Trujillo hasta Huamachuco y Cajabamba por la sierra norteña pero particularmente, por la costeña Chiclayo hacia la ceja de selva, Chachapoyas, Rioja y Moyobamba al sur y al norte, Jaén, San Ignacio y Namballe. Una ruta de fuerte intercambio indígena y de españoles que también llegaba a la sierra del extremo norte virreinal, Huancabamba y Ayabaca hasta inclusive Loja y Zamora, hoy en Ecuador.

 

Mapa 1. Antigua Gran Región

 

MAPA2

 

Fuente: Aldana (1999)

 

Para el siglo XVIII, el siglo de la agricultura en realidad (Gellner, 2019), resaltan varios productos importantes: el más notorio, sin lugar a dudas, fue el azúcar; cultivada prácticamente a lo largo de toda la etapa virreinal. El arroz, establecido como cultivo desde el mismo siglo XVI comenzó a ser cada vez más cultivado: de ser la comida principal de la población negra, pasó a instalarse en la culinaria peruana. El algodón, planta endémica del norte, comenzó a cultivarse por la creciente demanda externa de bayetas, textiles, sogas, velas y también en mata. Pero para fines del virreinato, fueron particularmente buscados los productos de la ceja de selva: tabaco, quinina y cacao, por orden de incremento de demanda.

Pensemos en los vínculos regionales que suponía la producción del tabaco. Dos zonas eran las importantes: la primera, tabaco costeño, cultivado en Lambayeque, consumido localmente y procesado como cigarros en la Factoría General y Fábrica de la Real Renta de Tabaco, Pólvora y Naipes de Guayaquil (1778). La segunda con tabaco Bracamoro, era producido y extraído desde Jaén y otros espacios de ceja de selva hacia el puerto de Paita donde era enviado a la Capitanía General de Chile. Igual, con la quinina; un producto de muy alta demanda en la Botica Real de Madrid por sus cualidades febrífugas, que se explotó desde 1760 y se la extrajo desde la sierra- ceja de selva, Loja y extremo norte, hacia Trujillo y también Paita donde era embarcada. Finalmente, el cacao que se convirtió en la pepa de oro guayaquileña por la enorme demanda que tuvo en México y que vinculó este puerto fluvial con dicha jurisdicción imperial: su zona de producción, el sur de la audiencia pero también la ceja de selva del extremo norte.

Estos productos nos permiten mapear los circuitos humanos que se generan además de resaltar la dependencia del clima y sus cambios. Anotemos que entre 1680 y 1730 se señala que hay una crisis climática, lluvias y sequías que afectan la Antigua Gran Región.[7] Y, por tanto, a falta un soporte burocrático- gubernamental real, las familias sirven como nodos de la red mercantil y son ellas las que permiten la realización económica (Aldana, 1999). Los productos de la tierra circulaban por carreras, como la carrera de Lima-Quito, o por “rutas”, más bien cortas. La más rica del norte del virreinato peruano era la ruta de valles, que cruzaba la fértil zona agrícola de Lambayeque y Trujillo, por la que circulaban los productos que entraban a la sierra y ceja de selva norte del virreinato que enganchaba con Piura y su ruta del Rodeo -que evitaba las sumamente secas pampas de Olmos o por la de Mórrope a Sechura- y que subía a la sierra, hacia Loja, Cuenca y Quito. Rutas que, por la costa, también conectaban caletas con Paita y Guayaquil.

Los vínculos generan, por tanto, circuitos longitudinales de comercio bajo una visión criolla-española y a la vez, y transversal hacia la ceja de selva, la ruta de los locales indígenas. Para fines del siglo XVIII, la región existía, sino que se visibilizan y se incrementan las relaciones que tiene esta Antigua Gran Región para con el gran norte de Sudamérica. Para 1780-1790, los comerciantes norteños están negociando visiblemente en el Caribe, pero para 1800, los comerciantes del Caribe llegan al norte peruano. Piuranos y lambayecanos, como Pedro León Seminario; el héroe de la independencia, Jorge Seminario y Jaime, Juan Manuel Iturregui y los hermanos Leguía entre otros, viajaban constantemente a Jamaica y negociaban en ese polo económico.[8] Y quizás, llegaran más allá, hasta las islas Canarias que era una suerte de contraparte mercantil diferente para acceder al circuito español (Solbes, 2018).

Desde 1800, los piuranos, en general, comienzan a ver cada vez más foráneos de otras partes del imperio, pero también de europeos no españoles. En este sentido, podemos pensar que el viaje de Alexander von Humboldt (1804) fue recorrer inversamente la ruta de comercio pues este científico remonta las cabeceras del Magdalena, llega a Riobamba –que lo cautiva- y sale por el Perú al Pacífico.[9]

Las estrechas relaciones se generan por el flujo de productos que se negocian, pero la gente conversa y allí, circulan las ideas. No es por tanto arriesgado señalar que el creciente descontento que se percibe entre los que viven en la Antigua Gran Región se vincula con el conocimiento y praxis política que bebe de las canteras ideológicas que circulan entre los comerciantes del imperio español, pero también ingleses, franceses, norteamericanos, entre otros.

 

El creciente descontento

 

El 4 de enero de 1821 se proclama la independencia de Piura y el recién nombrado Jefe Político Militar de Piura, don Andrés de Santa Cruz, rápidamente sanciona un decreto (28 Noviembre de 1821) sobre la relación hacendados-colonos; un signo de que las relaciones internas de la sociedad piurana no eran las mejores y que probablemente, la independencia no hizo más que repotenciar situaciones que venían desde muy antiguo.

Recordemos el complicado escenario: la Antigua Gran Región se relacionaba en sí, con regiones como la de Piura y a su vez, con un espacio mucho más amplio que permitía que los norteños traficaran sus productos hasta el Caribe; ruta de tierra que se combinaba con una por mar, que iba desde Paita hacia Panamá, pero también una nacida de la negociación americana que de Guayaquil partía hacia el reino de México. Ese creciente comercio iba de la mano con la ampliación de una demanda de producción que presionó a los indígenas y a los afrodescendientes por alterar los circuitos de pequeños productores y comerciantes o como mano de obra, como se verá.

Una presión que se suma a la que, desde la administración, generaron las muy conocidas Reformas Borbónicas: implementadas a lo largo del siglo XVIII, se establece que por lo menos, hay tres momentos de fuerte impacto, que se traducen en revueltas y rebeliones. (O´Phelan 1977, 1992) Pero mientras el peso de los análisis históricos recae en la coyuntura de 1780,[10] en el caso del norte del Perú, resulta más interesante reflexionar sobre los años de 1730 que consolidan a la región y particularmente los de 1750, que se sostienen en el período anterior y que marca el devenir del accionar norteño.[11] Por eso, se afirma que el descontento social es de muy largo aliento y tiene un ritmo diferente al establecido metarelato nacional peruano pues se vincula con los sucesos de la vecina audiencia de Quito y virreinato de Nueva Granada, un tema que aún falta estudiar y que vinculo la problemática interna local con la externa, la consolidación de la monarquía hispánica en el siglo XVIII.

Porque la aparentemente lejana problemática del Caribe, punto de encuentro de europeos no españoles, incide en el extremo norte peruano. La creación del fallido virreinato de Santa Fe (1719) y las primeras reformas administrativas que lo acompañan, están en función de establecer llaves del reino que protejan las colonias de los extranjeros (Zapatero 1964) y fue de la mano con el reconocimiento del territorio y de sus riquezas. El rechazo a las nuevas autoridades y nuevas tasas fiscales crecerán conforme el comercio se repotencia, reinventando, las redes y vínculos regionales preexistentes en un marco de crisis climática. No es casual que para 1730 se suceden un conjunto de revueltas en la zona de sierra del norte, en zonas vinculadas a la ceja de selva.

Como la revuelta que se dio en el pueblo de San Marcos, Cajamarca (1730), que se detona a partir de un duelo y que genera una revuelta con “mucho más de 150 entre hombres, mujeres, muchachos, y indios”. O´Phelan (1977: 203-204) señala la heterogeneidad de los participantes. Pero al año siguiente, 1731, el asunto se repite por el reparto de mercancías y los cobros abusivos mientras que para 1735, estalla una revuelta en San Cristóbal de Uco, también en Cajamarca que ofrece liberar a los indígenas, de los tributos y de la doctrina cristiana.

La situación no hace más que crecer y se vuelve mucho más complicada para los años de 1750. Primero porque, en términos imperiales, se crea el Virreinato de Nueva Granada (1740) que incorpora al reino de Quito, que siempre influyó en el extremo norte y luego porque, en esos años, se da la rebelión de Juan Santos Atahualpa (1742) y que durante una década pone en jaque al gobierno virreinal. Un rebelde líder indígena que se mueve por un territorio pleno de ríos navegables, que permitía la circulación de indígenas -hoy nativos- por la ceja de selva a lo largo del río Marañón y Huallaga[12] y con ello, las noticias llegaban con facilidad (y el ejemplo también) hasta la ceja de selva norte. Anotemos además que el éxito de Juan Santos no fue establecer un nuevo reino -que nunca buscó- sino lograr que la ceja de selva central fuera autónoma frente al gobierno virreinal (Varese, 1968) y, es más que posible, que ese éxito se sintiera también en la depresión de Huancabamba, es decir, la sierra-ceja de selva del extremo norte peruano.

En el caso de la sierra de Piura son muy pocos los casos registrados porque es una zona eminentemente oral, climática y orográficamente difícil. Que no haya documentación amplia y general no implica que no hubiera revueltas, como bien se señala con la de San Juan de Chalaco en San Andrés de Frías, un 23 de junio de 1752. Porque los revoltosos están “influyendo y tumultuando a todos los demás a fin de no permitir juez que les administre justicia, echarlos con vilipendio y ultraje”. El asunto comienza con algo simple, el cobro de deudas y tributo en las fiestas importantes y sagradas fiestas del Corpus Christi. Al decir de Juan y Silvestre Noriega, los protagonistas, hay una injusta actuación de la autoridad porque es una “desvergüenza que el teniente esté aquí perturbándonos nuestras fiestas”. El padre, Juan, tiene alrededor de 70 años y junto con su hijo, desacatan a la autoridad pues se ponen a silbar y cantar: Silvestre Noriega “empezó a echar coplas en voz alta, silbando, dando muestras de desprecio a la justicia y su prisión” (Maticorena, 2014, 106-107). Pero interesante, no los pueden capturar hasta octubre y presuponemos que se mantenían en su posición levantisca y que, además, debían contar por lo menos, con el apoyo tácito de sus vecinos.

El medio siglo se marca complicado. Incluso, Miguel Feijóo de Sosa, testigo de la época, señalaba que para Trujillo del Perú y el virreinato se daban “peligrosísimos signos de corrupción” que eran consecuencia directa de la falta de recursos y de dinero (Gómez Cumpa, [s.f.]). Pero también la amenaza a la presencia de extranjeros; no olvidemos la toma de La Habana por los ingleses (1762) que debió coadyuvar a la creación de la gobernación de Guayaquil en 1764, pero también la fuerte rebelión de Riobamba en el mismo año (Salgado, 2021). No debe ser casual que en Paita -según Espinoza (2017: 200)- se intentara la construcción de un pequeño fuerte y pequeños almacenes para conservar armas y pólvora y se reforzó los sistemas de vigilancia con los indígenas de Sechura y Colán.

En esos años, también se expulsa a los jesuitas que tenían el control de la Amazonía norteña (1767) que desarrollaron relaciones sociales muy distintas a las franciscanas;[13] situación que sumada la problemática interna de la ceja de selva nos permite entender el por qué se dio una militarización de la sierra centro norte en esos mismos años: por ejemplo, Don Miguel de Orbegoso es nombrado corregidor de las provincias de Conchucos y Huamalíes (1762) después de ayudar a pacificar la zona con su propia hacienda. En ese momento, se crea el Batallón Piura con 430 plazas, que, en el tiempo, se ven aumentados y complementados con batallones de Dragones en Amotape y el valle de la Chira, conducidos por los hacendados-estancieros (Espinoza, 2017, Aldana, 2022).

Porque 1780 será otro momento crítico importante. Ampliamente conocido en la historiografía peruana, la rebelión de Túpac Amaru es clave para entender la situación del el sur, pero tiene poco impacto en el centro–norte del virreinato, aunque interesantemente, si resuena fuertemente mucho más al norte, en el virreinato de Nueva Granada.[14] Hay una violencia creciente aunque distinta: para 1783, Justo Orbegoso, hijo del corregidor mencionado, también pagó de su propio peculio a un escuadrón de Dragones mientras que administrativamente se crea la intendencia de Trujillo (1784). Militarmente, se constituye el Escuadrón de Dragones de Querecotillo y Amotape (1780); luego el de Huancabamba y Chalaco y finalmente la milicia de pardos de Piura (1794). No son simples nombres: el Escuadrón de Amotape, por ejemplo, cuenta con 722 hombres distribuidos en una compañía de Blancos en Amotape mismo, tres compañías de Pardos en Tangarará, El Arenal y La Huaca (Seminario 1994: 30)

En el interín, se hace presente el Obispo Martínez de Compañón visitando todo su Obispado (1782-1790) y desarrollando una política de reconocimiento de los recursos de su espacio así como de incentivar la producción y la modernización económica del mismo. Funda hasta 20 ciudades por todo el norte, las que permiten un control de zonas eminentemente complicadas: desde el Príncipe, hoy Sullana, localizada en una extraña costa peruana bastante árborea, formando un arco con Tambogrande, Tarapoto, Celendín, Santa Rosa de Huayabamba hasta Rioja en Moyobamba en la ceja de selva (Seminario, 1990). Curiosamente en esos mismos años de 1780-1790, los franciscanos del Convento de Ocopa -que eran los encargados de las políticas de evangelización y entrada a la selva centro-norte- renuevan su interés por lograr almas para el cielo; baste ver los mapas del Padre Manuel Sobreviela y los intentos consistentes -aunque fallidos- de establecer pueblos en la selva central.[15] Estos sacerdotes son también herramientas de la administración virreinal que buscan el orden y el control social y, sobre todo, del territorio, pleno de productos con creciente demanda en el imperio, como se ha visto.

 

Mapa 2. Obispado de Trujillo

 

 

Fuente: Larco, L. (2008, p. 402)

 

Mientras que para la época, el sur estalla en revueltas, particularmente con la de Tupac Amaru, el norte tiene instalado otro tipo de mecanismo de respuesta social ante las presiones burocráticas y los cambios de las reglas de juego, el contrabando. Como señala un guía de aduana en 1814, hay “excesivos contrabandos que cotidianamente se están introduciendo de tabacos y ropas de algodón no sólo ha esta ciudad sino a todo el obispado” y responde a su experiencia de veintiocho años de lidiar con el problema. Es decir, desde 1786, poco más o menos “todos los comerciantes de este obispado que hacen su comercios por la carrera de Panamá y Jamaica” pasan por el pueblo de Amotape y Arenal así desembarquen en Tumbes, Máncora o cualquier otra caleta; es más, los locales, lo introducen por “puchuelas” y también hay quien los que “introducen en cantidades considerables” por vecinos que a “cada instante biagan a Panamá”.[16] Peor aún si se trata de la tan demandada quinina que hasta la ruta oficial tiene que cambiarse al Cabo de Hornos a fin de “evitar el que se extrajese para las colonias extranjeras”; incluso se teme que esta situación se repita en los envíos de Guayaquil a Acapulco.[17]

Un contrabando que se sustenta en una suerte de autonomía regional. Anótese que para 1803, la gobernación de Guayaquil es incorporada al virreinato del Perú y luego se suma el estallido de una nueva guerra entre España y Gran Bretaña (1805); por el mar norteño circulan naves británicas, que vienen de Estados Unidos y de la China, comerciando visiblemente por la zona catapulta una nueva inyección militar pero esta vez de milicianos negros cuya misión es enfrentar a los insurgentes de Guayaquil, Quito, Loja, Cuenca, Piura y Jaén de Bracamoros (Espinoza, 2008: 17).

Una situación que vuelve más sensible es el tema de la Constitución de Cádiz pues no se trata de un territorio cerrado sino más bien bastante abierto al comercio extranjero y, sobre todo, a sus ideas. Además, recordemos los vínculos con la vecina audiencia: don Vicente Valdivieso, arrendatario de las gruesas de diezmos de la provincia de Piura, en el juicio que hace por una revuelta en Huancabamba, señalaba que en aquellos lugares ya se había contagiado el “libertinaje del tiempo” refiriéndose -según Maticorena (2014: 108)- al levantamiento de Quito “pues les ha hecho entender que la facultad de nombrarse jueces reside en el pueblo y no en la autoridad legítima”. Los locales de la sierra piurana estaban interesados menos en la política imperial e incluso virreinal y más en la política local y regional. Y anótese que en la vecina audiencia hubo un fuerte enfrentamiento militar entre 1809 y 1812, que implicó una poderosa represión realista desde Cuenca.

El arrendatario Valdivieso enjuicia a los que considera culpables de la sublevación, “los naturales, mixtos y españoles de cualquier calidad y estado que resulten cómplice en la sublevación que han causado los naturales de Huarmaca donde se han tumultuado los indios de ambos sexos con arma blanca”. El problema además tiene dos cabecillas, don Silvestre Adrianzén y don Francisco García, oficial y alcalde de Huancabamba que arrastraron a los pueblos de Sondor, Sondorillo, Huarmaca. Pero también un agredido, don José Manuel Guerrero, diezmero que terminó con heridas de consideración por el ataque de que fue objeto en Chantaco (Seminario, 1994: 34-35) y que, además, se señala como español pero que, en realidad, todos reconocen como mestizo. La fecha, un viernes 4 de junio 1812, “siguiente a la Octava del Corpus en la mañana” donde “dando voces de alzamientos y con armas en la mano” se amotinaron los indios con barras y armas, a derrotarle el corral que tenía en su casa construido, según decían, en el lugar que antes había sido Tambo del común. Supuestamente los amotinados estuvieron bajo “el influjo y seducción de los dichos revolucionarios Adrianzén y García”, que los alentaron con aguardiente y sólo el mercedario, Fr. Felipe Guillén, logró calmar la situación. Incluso los caciques que apoyaron el orden establecido, los naturales principales de Huarmaca, el procurador don Antonio Atasope, Casimiro Tocto y don Manuel Livia, alcaldes y regidores se vieron amenazados

 

…los blancos nos querían ultrajar (…) y no hemos de dar lugar a quitarnos la camisa pues Dios y nuestro Rey nos amparan con darnos todos estos privilegios (…)  porque un procurador de república no debe ser en contra de su común (Maticorena, 2014: 109)

 

Si bien los implicados señalan que Guerrero quería incrementar el diezmo también se percibe como este alcalde de españoles había construido sobre un espacio que antes era común, el tambo, y que, además, se servía de una fiesta religiosa para imponer su autoridad. Como señalan Adrianzén y García: “Estamos presentes para defender a nuestros comunes como padres… no consentiré que nos estrujen” (Maticorena, 2014: 109) Se tenía miedo de que, como eran cuatro los pueblos levantados, la revuelta se expandiera por la sierra piurana; finalmente la alarma en Piura determinó que se comisionara a Juan Esteban Monasterio para que calmara la situación y se sorprendió de que protestaran indios, mestizos y españoles juntos (Seminario, 1994: 35). Recordemos que, en el tránsito entre sistemas, la dificultad está en que se diluyen las barreras de contención y los límites sociales.

Si la Constitución de Cádiz aparece es más por su aplicación que por su gozosa proclama y jura. Los estudios de la etapa la utilizan como marco de análisis (Seminario, 1994; Hernández, 2008) y es interesante percibir el accionar de los afrodescendientes en la etapa (Espinoza, 2016: 214). A Piura llegó una copia de la constitución el 27 de diciembre de 1812; se envió a todo el virreinato, en realidad. Y fue el capitán del ejército, don Bernardo Fernández Velarde, quien, como subdelegado para elegir a los electores, cumplió particularmente lo referido ayuntamiento y oficios concejiles. A lo largo de la sesión se señaló que se incorporara primero al clero y luego, Francisco Javier Fernández de Paredes, marqués de Salinas, propuso que participaran los indios porque supuestamente debían formar un cuerpo unido con los españoles; la elección de representantes se publicó para el conocimiento del pueblo. Allí, se eligió a las autoridades locales, desde el alcalde ordinario de primer voto, De la Cruz hasta el último de los regidores y se aceptó la presencia indígena, aunque quizás solo fuera nominalmente.

Situación semejante se refleja en un pueblo como La Punta (1813), donde se aplica la constitución, se escogen electores para elección y se elige Cabildo pero que recién para 1814 se juró la constitución de 1812. En el fondo, no hay referencias explícitas a una fácil aceptación de la Constitución y a las expectativas que ella generaba, como en otros espacios:[18] falta mucho por estudiar del éxito o no de esta Constitución en Piura.

Como se observa, las respuestas son diferenciadas y el descontento es creciente y cada vez más visible; probablemente, la fundación republicana poco pudiera hacer para frenarlo. Quizás por eso, la importancia y el impacto del decreto de Santa Cruz apenas iniciada la república. La autoridad que impone el equilibrio: la norma protege a los colonos del hacendado, pero también limita a los primeros frente al segundo. En lo cotidiano, la norma intenta poner límites sociales: el hacendado debe respetar la propiedad de sus colonos, no puede botarlos mientras no hayan “hecho y dispuesto” de las cosechas de sus labores y por supuesto, el colono no tiene la obligación de hacer servicio salvo que haya un acuerdo y que se le pague un salario justo y si el hacendado lo pide. El pago de los servicios debe ser en precios corrientes e inmediato a su realización y los colonos pueden disponer de sus productos sin tener que vendérselos a persona determinada; finalmente, el colono que utilice tierras de balde está obligados a “manifestarle con su bienhechor”. Una muestra de la situación de tensión interna y local que se combina con la regional, virreinal e imperial y que se decanta con la independencia.

 

La independencia en el extremo norte

 

El 4 de enero de 1821 se dio la independencia en Piura y lo más notorio fue la presencia eminentemente popular en la jura de independencia. Situación muy diferente de la elegante y señorial jura y proclama de Trujillo, o de la mercantil proclama de Lambayeque y Guayaquil.[19] Por tanto, para entender la independencia de Piura es necesario resaltar cómo desde la década previa había un creciente descontento, que se vio potenciado por un número de hechos bélicos que directamente afectaron el orden establecido. Y en ello, la presencia extranjera[20] fue determinante para la definición de las respuestas a favor o en contra de la independencia que se vinculaban o se servían de las redes sociales establecidas a través del comercio.

No se puede llegar a 1821 sin considerar las varias amenazas y hechos que coadyuvan a la independencia. Como la presencia de Guillermo Brown, corsario de las liberadas Provincias Unidas desde 1815, que primero bloqueó el Callao y luego pasó a Guayaquil (28 enero 1816).[21] Plaza muy difícil, porque para entrar al puerto fluvial tenían que fondear en La Puna y esperar la presencia de un práctico y, además, debía esperarse el cambio de marea. Allí fue capturado por José de Villamil justamente por causa de la baja marea y los vientos; Brown fue llevado al puerto, donde finalmente negoció su libertad.[22]

En paralelo, en Paita, los rumores eran fuertes sobre que los insurgentes podían intervenir en el puerto y capturar barcos; incluso las autoridades desmantelaron un barco para que, acoderado frente al puerto, permitiera la defensa. Muchos paiteños, por supuesto, se refugiaron en Piura y en pueblos del río Chira; sin ninguna duda, la presencia de los insurgentes y de los realistas mantuvieron en vilo a la población. Pero con todo, los tumbesinos intercambiaron piezas de Bretaña ancha por carneros con Brown y su armada; les vendieron bayeta a 8 reales la vara y en altamar, los pescadores les vendieron pescado.[23]

En esa mixtura de comportamiento, también está el tema del realismo que se cruza con el parentesco y con los numerosos eventos militares que afectan la zona. Tomemos el caso del Brigadier General don Melchor Aymerich y Villajuana, quien llega a Cuenca en 1803 y será un personaje clave en la defensa del reino porque fue encargado de reprimir a los juntistas de Quito (1810) y luego terminó siendo presidente de la vecina audiencia (1816-1817). Poco o nada pareciera haber de vínculos con el norte del Perú, salvo que su esposa era doña Josefa Espinosa de los Monteros y Avilés, con vínculos mercantiles para con Canarias; un apellido que, quizás por casualidad, tenía ni más ni menos uno de los más poderosos comerciantes de Piura, don Joseph Espinosa de los Monteros y es más que posible que como gran negociador de quinas, algodón, azúcar y otros, Espinoza también negociara hacia el Caribe y las islas Canarias. Como cabeza de un grupo mercantil, sus redes se expandían por toda la Antigua Gran Región y donde ciertamente tenía influencia social; su hermana más pequeña, Doña Mercedes estaba casada con don Miguel Arméstar, alcalde de Cuenca para 1800 y, por supuesto, con negociaciones para con Piura y Lambayeque. ¿De realista a realistas? Es más que posible que las opciones de este grupo mercantil siguiera la línea de los Aymerich.

Por tanto, las opciones en juego eran muy diversas; desde sectores populares que no tenían problemas en negociar con los insurgentes, afrodescendientes presionando por espacio social en Sullana, revueltas por la sierra y la ceja de selva hasta señores comerciantes que eran fidelistas. Por cierto, hay que sumar la presencia de los sacerdotes que tanta ascendencia tenían sobre el pueblo. Como José Carrión y Marfil, Obispo de Trujillo, quien era fiel seguidor de la normativa católica y por tanto, debió sustentar la Enciclíca Etsi Longissimo Terrarum donde el Papa Pío VII recomendaba que “con el mayor ahínco la fidelidad y obediencia debidas a vuestro Monarca; haced el mayor servicio a los pueblos que están a vuestro cuidado; acrecentad el afecto que vuestro Soberano y Nos os profesamos.”[24]

Una encíclica escrita poco después de la definitiva caída de Bonaparte y que cierra la complicada relación del Papa con este Emperador francés; además de rechazar fuertemente a los masones. No está demás, recordar que la idea de Napoleón estuvo también presente en el imaginario local; varias veces hubo cuentos entre los piuranos de que gente de este genial emperador estaban cerca de Piura, tanto señalando sus secuaces hacia 1805 pero también que estaba en los Andes para 1812 (Ramos, 2020; Espinoza, 2016: 213).

Podemos afirmar que el Obispo Carrión fue un detonante indirecto de la jura y proclama de la independencia de Trujillo (y con ello, la del Perú). Carrión y Merodio se dio cuenta de la actitud indecisa del marqués de Torre Tagle, Gobernador de la Intendencia de Trujillo, y le pidió ayuda a su primo hermano, Juan José de Villalengua y Marfil, antiguo presidente de Quito (1784-1790) para que “encarecidamente” enviara un militar y tropas para capturar al gobernador. Y debido a ello, el presidente de la Audiencia en ese momento, Brigadier Aymerich, envió las fuerzas solicitadas cuya presencia catapultó una reacción (27 diciembre de 1820) que terminó en la jura y proclama de independencia de Trujillo, un 29 de diciembre de 1820 (Rebaza, 1898).

Carrión y Marfil también influyó en Piura pues le ordenó al Vicario de la zona, Tomás Diéguez, que recogiera toda propaganda que se encontrara en su diócesis por “insidiosa” en “tiempos de calamidad y desgracia” y por supuesto, que tuviera mucho cuidado con los masones de la zona. Desde 1817 en adelante, los hechos son más conocidos pues en el norte la inestabilidad campea; por ejemplo, la cantidad de barcos extranjeros terminan por poner nervioso al virrey Joaquín de la Pezuela; incluso llegan barcos rusos, el Kutusoff y el Suwarod. Para 1818, se fija un pasquín  en las puertas de la Iglesia Matriz con propaganda subversiva de Santa Fe y remece toda la ciudad de Piura; como respuesta los jefes y oficiales establecidos en la misma, ofrecieron defender los dominios de su rey, lo cual fue seguido por los soldados y los jefes oficiales de toda la intendencia de Trujillo. (Seminario 1994: 48,60-61).

Para 1819, el almirante Cochrane se hace presente en Paita y causa revuelo; el contador de aduana, Gonzáles Tizón, huye a Piura, se piden armas (400,000 fusiles, 400,000 cartuchos, 200 cartucheras y 2,000 piedras chispa) y finalmente, Pezuela envía al Coronel Vicente Gonzáles de Arequipa pase a Trujillo. De igual manera, los insurgentes dejaron cartuchos, estopines, lanzafuegos, entre otros, que fueron enviados a Piura. Algunos confirmaron la calificación que hizo San Martín de Cochrane, un filibustero; pero otros, los recibieron muy bien. Por eso también se quejaría los Cabildantes ante el Virrey; supuestamente los subdelegados habían servido para sofocar cualquier intento de subordinación y en ese momento, no cumplían esa función.

Por otro lado, ese mismo año, llegó el Batallón Numancia a Paita; la quinta compañía se quedó en el extremo norte bajo las órdenes de Blas Cerdeña y el resto pasó a Lima, militares que debían ser alimentados, vestidos y acomodados. La situación no hizo más que impulsar nuevamente las dudas del Virrey quien pensó -erradamente hay que decir- que era más leal Trujillo que Piura. (Seminario, 1994: 66-67).

Finalmente, se desencadenaron los hechos: los insurgentes seguían merodeando y por eso, funcionaban 4 indios vigías en Sechura. Pero también llegaban autoridades, como el oidor Bartolomé Mosquera y el inquisidor Mariano Larrea. La intranquilidad campeaba: había problemas con los indios de Catacaos y también en Ayabaca; en Chalaco persiguieron al subdelegado con piedras y palos y también por Santo Domingo que llegaron incluso a Piura. Pero no sabemos si necesariamente se trata de una opción política o una coyuntura de desorden dentro de un desorden generalizado.

Incluso los problemas eran evidentes entre las autoridades: German Casariego, jefe militar de Piura, se enfrentaba al subdelegado, José Clemente Merino quien terminó por ser desaforado, acusado de haber desfalcado y haber dirimido mal el motín de Chalaco. Luego, este jefe militar tendrá que ser convencido para que entregue los fuertes de Piura.

A pesar de la jura y proclama de la independencia en Piura (4 de enero de 1821), por la sierra, como vemos, la situación era muy poco clara, incluso se reparten comunicados pro realista el 1 y el 6 de enero de ese año. Además, en diciembre de 1821 llegaron las noticias del matrimonio del infante Francisco de Paula con la princesa Carlota hija del duque de Calabria y el mismo se celebró en enero, repartiendo tierras sobrantes entre los indios como señalaba la Constitución y la supresión de la pena de azotes. Incluso, se perseguía al Español Constitucional, panfleto que circulaba por Huarmaca, por sus noticias insurgentes –aunque el nombre no nos remite a la insurgencia americana, tal como la entendemos.

Por cierto, la llegada de San Martín desencadenó un cúmulo de conocidos hechos militares. Pero en Piura, es visible la indecisión de la población; en general, no se tenía clara la opción. La jura de independencia convocó mucha gente con distintas posturas: estaban esos soldados que hacía poco habían jurado lealtad al rey; estaba el coronel Casariego al mando de dos cuarteles y estaban los del Cabildo.

Los patriotas fueron capturando y convenciendo a los realistas para evitar derramamiento de sangre; por su parte, el pueblo, negros –muchos milicianos-, indios y la plebe en general, apoyaban el movimiento. Una muy tensa proclama de independencia que finalmente se convirtió en el ejemplo a seguir por otras poblaciones de la zona.

 

 

Mapa 3: Intendencia de Trujillo y Gobernación de Guayaquil.

 

NDF-Norte_1800-Intendencia.Trujillo_Gobernación.Guayaquil-IFEA-

 

Fuente: Domínguez, 1998.

 

Conclusiones

 

La independencia del norte y del extremo norte no puede ser cabalmente entendida si no se ubica el escenario regional: ese vasto territorio sustentada en invisibles pero tangibles vínculos humanos económicos de corto y largo aliento que constituían una Antigua Gran Región en la que Piura era (y es) una suerte de bisagra-frontera regional entre el austro-ecuatoriano y el norte peruano, pero también entre la costa más amplia del espacio peruano, la sierra más húmeda y la exuberante ceja de selva.

Una región que también vivió el proceso de consolidación y apogeo del virreinato dentro de la monarquía hispánica imperial; sufriendo los cambios burocráticos que ésta realiza a lo largo del siglo XVIII y que impulsan un creciente descontento que estalla coyunturalmente con intensidad variable y que la memoria social mantiene, activa y reinventa en el siguiente momento de crisis. Esos descontentos no son ni homogéneos ni uniformes; pueden ser asonadas y revueltas pero sobre todo se institucionaliza el contrabando como respuesta social a la presión fiscal y al control sociopolítico. Además, la vida local y regional se ve crecientemente afectada con las nuevas mentalidades de las recién nombradas autoridades con un comportamiento que altera el statu quo local merced a un menosprecio social que va de la mano con el interés renovado en la evangelización-colonización de los franciscanos que remplazan a los jesuitas en la selva norte.[25] Una evangelización que gana almas para el cielo, pero que genera productos e impuestos para la corona; no por puro gusto, para 1815, se creará la Comandancia General de Maynas.

El descontento creciente culmina con la independencia, aunque debe reconocerse la propia especificidad de cada coyuntura crítica que va develando, cada vez con más fuerza, todo un conjunto de diferentes actores y espacios, complementarios y antagónicos. Si bien los actores socialmente más representativos eran los hacendados, nobles, como el Marqués de Salinas, los comerciantes fueron los más activos en el proceso porque finalmente, la envergadura y dimensiones del comercio hacia fines del período virreinal eran lo suficientemente importantes como para impulsar cambios desde la misma Piura y no solo desde el gobierno virreinal. Pero ciertamente, la población indígena tiene su lugar social muy bien definido y con una suerte de autonomía fuertemente establecida que incluso desarrolla la población afrodescendiente a pesar de su condición subalterna; aunque no en el sentido moderno, la nación es un concepto cohesionador de negros, pardos, libertos e incluso esclavos.

La realidad sociopolítica local de Piura y el norte es muy jerárquica. Si los eventos en el largo tiempo permiten la construcción de una apertura a la soberanía y a la libertad, los muchos eventos y situaciones que ocurren y que no están directamente vinculadas con la independencia, sirven de preparación material y mental para el decantamiento de la opción separatista. La realidad trasciende la independencia pues el comercio reinventa sus redes de la mano con la sociedad, pero los problemas no se solucionan, sino que cambian de dimensión. La independencia propicia la república, pero el largo camino recorrido necesitará tiempo para modificarse y adecuarse al nuevo sistema.

 

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Recibido: 23/08/2023

Evaluado: 02/11/2023

Versión Final: 10/11/2023

 

 

 



(*) Licenciada en Historia (Pontificia Universidad Católica del Perú), Perú; Maestría Internacional en Historia Andina (Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales), Ecuador; Doctorado en Ciencias Sociales, especialidad en historia (Universidad Nacional Mayor de San Marcos), Perú. Profesora (Pontificia Universidad Católica del Perú). Perú. E-mail: saldana@pucp.pe ORCID: https://orcid.org/0000-0001-8663-102X

[1] En la historiografía peruana, los historiadores más conocidos son José de la Riva- Agüero, Raúl Porras Barrenechea y Jorge Basadre; ellos son el fundamento de la historiografía republicana del Perú.

[2] La explicación de la palabra y el perfil de su utilización en Fals Borda (1988:27)

[3] Este historiador es realmente muy interesante: su vida se la relaciona estrechamente con el dictador Augusto B. Leguía, su primo. Fue su ministro y lo llamaron El Tigre por su intransigencia en separarse de los principios que le regían; se dice que Leguía se escondía detrás de él para el castigo a sus opositores. (Ver un testimonio de época en Dora Mayer de Zulen (1933, p. 83). En todo caso, su obra, Historia de la Emancipación del Perú (7 vol.) ha recibido poca atención a pesar de la calidad de su información.

[4] Valga señalar que nos referimos a un determinado espacio del imperio español y la denominación que recibió hasta fines del virreinato. Ni por asomo se señala que haya habido una pertenencia a la república del Perú.

[5] Este historiador fue un pionero en la investigación de las relaciones y del mercado interno del Sur Andino. Un sentido recuerdo de los aportes de este historiador en: Gelman, 2012.

[6] Un problema muy difícil es establecer el nombre que se le puede dar al espacio que vincula un conjunto de regiones que se extienden entre Trujillo del Perú y Cuenca del Perú, hoy día austro ecuatoriano y norte peruano. Si se usa espacio “norandino”, la referencia remite de inmediato a Quito y la audiencia. Con este nombre de Antiguo Gran Espacio se busca denominar a ese espacio vinculado que se extiende entre el sur de la audiencia de Quito con el norte del virreinato del Perú. Ver Aldana, 1999: passim.

[7] Las lluvias siempre han sido un factor determinante para la agricultura. El impacto de las lluvias de 1728 para Piura, en Aldana, 1999.

[8] Las referencias a los vínculos mercantiles marítimos con Jamaica y las otras islas son muchas (Aldana, 2020). Respecto al Caribe como hub económico, Bassi (2017).

[9] Alexander von Humboldt estuvo en el Perú poco más de cien días y Zuñiga (p. 517) señala que llegó en un viaje no necesariamente planificado en su plan.

[10] En la cronología nacional peruana de la independencia, por lo general, se le da mucha importancia a 1780 y la Rebelión de Tupac Amaru; hay innumerable bibliografía al respecto. Pero resulta interesante percibir que este movimiento tiene poca incidencia en el centro y el norte peruano.

[11] Diez (1998) es quizás el único que trabajó los movimientos sociales del extremo norte en una visión de largo aliento. Pero la parte virreinal es sólo una de las etapas que le interesan y, sin embargo, allí señala los cambios que se establecen en la zona merced a las Reformas borbónicas.

[12] Como se ha dicho, Juan Santos Atahualpa fue un líder que capitalizó todo un conjunto de descontentos que se venían haciendo sentir desde los años de 1730. La revuelta duró más de una década, 1742-1756 y fue exitosa por cuanto no buscaba crear un reino sino mantener una autonomía o soberanía.  De los múltiples estudios sobre el personaje, señalamos uno, Torre López, 2004.

[13] Chauca (2019) plantea que los franciscanos intentaron establecer una suerte de imperio fluvial en la ceja de selva - selva, vinculando la evangelización con la expansión del mundo criollo-español.

[14] El clásico en el tema es Phelan, 1978.

[15] El Rvdo. Manuel Sobreviela estuvo encargado del Convento de Ocopa y realiza múltiples mapas, como el que señalamos a modo de ejemplo: Plan del curso de los Ríos Huallaga y Vcayali y de la Pampa del Sacramento. Recuperado de:

https://apps.rree.gob.pe/portal/archivoh.nsf/GaleriaImagenes/0B04F51C4B8D3C8005256CE60059F495

[16] Archivo Regional de Trujillo, Judicial, Real Hacienda, Leg.146, Exp 1808, 1814.

[17] Archivo General de la Nación, Superior Gobierno, Leg. 22, Exp. 607, 1791.

[18] En otros espacios regionales, como Junín, parte de la intendencia de Tarma, la Constitución se jura en Jauja y Huancayo, el mismo día (27 de diciembre de 1812) y Tarma poco después. Pero curiosamente, en el norte de esta Intendencia, se tiene la rebelión de Huánuco de 1812 y obviamente no se jura la Constitución. (Aldana, 2023- Investigación en Curso. Parque Bicentenario Huancayo. OEI, MINCUL, DDC Huancayo).

[19] Las proclamas de independencia son muy distintas entre si pues reflejan los bagajes económicos y culturales de cada localidad. Ver Aldana, 2021.

[20] Debo señalar que cuando hablo de extranjeros, me estoy refiriendo a los europeos no españoles. Para la mentalidad de la época, gente de Buenos Aires o de Nueva Granada, eran de distintos países, porque todos participaban del imperio español. Incluso independizados, el concepto de la diferencia de países en el sentido contemporáneo necesita tiempo para establecerse. El manejo y análisis de los conceptos, Aljovín, 2017.

[21] Brown fue un navegante irlandés que sirvió en la Armada Real Británica (1804 y 1808), que estuvo en Buenos Aires (1809 a 1811), se estableció en esa ciudad (1813) y se convirtió en naviero; como tal, tomó las armas en contra de España y participó en la caída de Montevideo.  (Instituto Browniano,1997).

[22] Es interesante ver cómo la posición nacionalista puede cambiar el discurso. Para A.R. Castillo (1983: 49-51), capturado Brown, los guayaquileños aceptaron negociar su libertad. Mientras que, para el Instituto Browniano, fue definitivamente la presencia de su hermano Miguel, quien amenazó a los guayaquileños y por eso, ello lo liberaron. (Instituto Browniano,1997).

[23] La biografía de Brown fue publicada por el Instituto Nacional Browniano de Argentina (ver Instituto Nacional Browniano 1997). Señalemos que A. R. Castillo (1983) compila varias narraciones sobre la independencia de Guayaquil y las comienza con información de 1814-1816. La información sobre Piura en Seminario (1994).

[24] El texto completo de la Carta destinada a toda la jerarquía eclesiástica de Hispanoamérica exhortando al debido acatamiento a la autoridad legítima. Recuperado de: https://fsspx.mx/es/etsi-longissimo-terrarum-de-p%C3%ADo-vii-1816

[25] Aunque aún no estudiado, son muy fuerte los vínculos del extremo norte con la ceja de selva, Jaén a Moyobamba, parte también del Obispado de Trujillo pero en el otro lado de los Andes, hacia la cuenca del Atlántico.