Un acercamiento a la experiencia del miedo: la independencia en la ciudad de Trujillo, Perú
Isaac Trujillo Coronado(*) y Juan Castañeda Murga(**)
ARK CAICYT: http://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24690732/ghwefkkna
Resumen
En este artículo se realiza un análisis de las manifestaciones de miedo individual y colectivo y se sostiene que la presencia de los insurgentes de Chile y del Río de la Plata en el norte del virreinato peruano generó un contexto de incertidumbre y temor a una posible incursión armada en la ciudad de Trujillo que le permitió a la élite criolla comenzar a cuestionar su lealtad al rey y buscar otras alternativas de gobierno. A partir de 1811, con el envío de un oficio de Castelli al cabildo y la noticia del ingreso de prisioneros insurgentes del Cusco en 1815, comenzaron las primeras manifestaciones de miedo social de sus integrantes. En 1816, con la expedición de Brown al virreinato, experimentaron por primera vez el temor a una amenaza real. El punto de quiebre fue, sin embargo, con Cochrane cuando asalta el puerto de Santa en 1819 y, finalmente, con la presencia de San Martín al norte de Lima en 1820. En este estudio se aborda al miedo, considerándolo como uno de los factores que permite comprender la decisión por la independencia, pero desde la dimensión de las emociones humanas frente al peligro de la subversión del orden establecido.
Palabras clave: Miedo; Emociones; Independencia; Trujillo.
An approach to the experience of fear: Independence at Trujillo city, Peru
Abstract
This paper analyzes individual and collective fear manifestations and expresses that the presence of insurgents from Chile and Rio de la Plata at the north of the Peruvian Viceroyalty generated a context of uncertainty and fear from a possible armed incursion at the city of Trujilo, allowing the criollo elite start to question its loyalty to the king and look for government alternatives. Starting in 1811, with the delivery of a document from Castelli to the city council and the news of insurgent prisoners from Cusco in 1815, the first manifestations of social fear begun. In 1816, with Brown expedition to the viceroyalty, they experienced fear to a real menace for the first time. Nevertheless, the breaking point was with Cochrane’s assault to the Port of Santa in 1819 and finally with the presence of San martin at the north of Lima in 1820. In this study we examine fear, considering it as one of the factors which allows to understand the decision for independence, but from the dimension of human emotion against the dangers of subversion of stablished order.
Keywords: Fear; Emotions; Independence; Trujillo.
Un acercamiento a la experiencia del miedo: la independencia en la ciudad de Trujillo, Perú
Introducción
El miedo es una emoción que ha estado presente en las sociedades a través del tiempo (Gonzalbo, 2009), tanto en la vida cotidiana de los individuos como en contextos de guerra o convulsión social y, a pesar de ello, ha sido poco estudiado por los historiadores hasta hace algunos años. En 1932, Georges Lefebvre fue el primero en aproximarse a su estudio con la publicación de El gran pánico de 1879, en el que abordó el temor de la población francesa por medio del rumor durante los días de la revolución. Pasarían muchos años hasta que, desde la historia de las mentalidades (Escuela de los Annales), Jean Delumeau retomara el estudio del miedo en su libro El miedo en Occidente de 1978, en el que aparte de presentar estudios de casos para Europa, teoriza sobre la manera de comprenderlo históricamente. En las últimas décadas, sin embargo, a partir del desarrollo de la psicología clínica y la neurociencia, se considera que las emociones no pertenecen al ámbito de la subjetividad, sino que se originan a partir de factores externos al sujeto que las padece, es decir, el miedo tiene su origen, partiendo de la percepción de la realidad, en dos vías físicas: la corteza y la amígdala cerebrales y es experimentado como tal al racionalizarlo (Barrera y Sierra, 2020). Precisamente, es la valoración que se tiene de la percepción el último paso para que se manifieste como una experiencia con significado sociocultural. En tal sentido, para abordar al miedo como una emoción desde la historia se debe poner atención a las prácticas afectivas expresadas a través de símbolos y discursos que permiten aproximarse tanto a su experiencia individual como social.
Georges Lefebvre (1986) fue uno de los primeros historiadores que estudió al miedo como factor explicativo de transformaciones sociales, aunque en su variante exacerbada: el pánico; una emoción que consideraba se caracterizó por no tener sustento real: el gran pánico en Francia se originó por una noticia falsa. Sin bien no explicó exactamente en qué consistió, años después, Delumeau ([1978] 2002), influenciado por la psicología cognitiva, lo definió como el hábito que tiene un grupo humano de temer a algo real o imaginario que ve como una amenaza, con lo que dejaba al miedo dentro de la esfera de lo racional (se sabe a qué se teme). A la angustia, por otra parte, la ubicó dentro del ámbito de lo irracional, ya que no tiene objeto conocido al que oponerse. Todavía deudor de explicaciones sicologistas, intentó penetrar en la subjetividad del comportamiento de las sociedades del pasado, partiendo implícitamente de la existencia de un inconsciente colectivo que regulaba las acciones de los individuos. En la actualidad, se asume al miedo como una manifestación de origen corporal que a partir del lenguaje es comunicada socialmente. Acercarse a su experiencia individual o grupal implica, de este modo, tener acceso a fuentes personales, como memorias, cartas, diarios, etc.
Los primeros estudios sobre el miedo en Latinoamérica se encuentran en los libros compilatorios El miedo en el Perú. Siglos XVI al XX de Claudia Rosas (2005), Los miedos en la historia de Elisa Speckman, Claudia Agostoni y Pilar Gonzalbo (2009), y Una historia de los usos del miedo de Pilar Gonzalbo, Anne Staples y Valentina Torres (2009), así como, con más amplitud continental, en Los miedos sin patria. Temores revolucionarios en las independencias Iberoamericanas de Chust y Rosas (2019). Con artículos importantes escritos desde la perspectiva de la historia de las mentalidades, estas publicaciones muestran los diversos rostros que ha tenido el miedo a través del tiempo en Perú, México, Argentina, Ecuador, Colombia, entre otros países, destacando como objeto de estudio principalmente el temor al otro, a lo sobrenatural, a las enfermedades, a la muerte y a la subversión del orden político y social.
Se han publicado algunas investigaciones relacionadas a la independencia o a los años previos a ésta. Para México, Juan Ricardo Jiménez (2009) ha dado a conocer el miedo a los indios de Tolimán en Querétaro en 1806; mientras, Anne Staples (2009), ha mostrado el temor del clero a una posible desaparición de la religión católica debido a la independencia. Melchor Campos (2019), más orientado al análisis político del miedo, ha estudiado el temor de las élites de Yucatán a la alteración de la jerarquía social durante el periodo de las Cortes; por su parte, Marco Antonio Landavazo (2019) ha explicado como Napoleón Bonaparte fue usado por insurgentes y realistas como chivo expiatorio para sus propios fines, mientras los gachupines solo por los primeros. En el caso argentino, Alejandro Rabinovich (2017) ha sostenido que la casusa de la derrota del ejército patriota en Huaqui en 1811 se encuentra en la rápida difusión del pánico entre sus integrantes, debido a una falsa noticia. Gabriel Di Meglio y Mariana Pérez (2019) han identificado, para Buenos Aires, la presencia de cuatro tipos de miedo entre 1810 a 1820 y Gustavo L. Paz (2019) se ha aproximado a los temores que a lo largo de su vida política manifestó Juan Ignacio Gorriti a la independencia y a sus consecuencias políticas (centralismo, caudillismo y despotismo), a pesar de ser partidario de ésta. Para los casos de Venezuela y Colombia, Pablo Rodríguez (2009) ha analizado la manera en que el Arzobispo Coll y Prat, con motivo del terremoto de 1812, usó el miedo para contrarrestar la independencia; también, el uso político que le dieron los realistas en Nueva Granada a través de las represalias (2019); el temor a las elecciones ha sido, mientras tanto, abordado por Ángel Rafael Almarza (2019), quien sostiene que éstas provocaron rechazo en las autoridades patriotas debido a las reuniones tumultuarias y al espíritu de facción que generaron entre 1810 y 1819. Por su parte, Justo Cuño se ha aproximado al uso del terror, tanto por patriotas como por realistas, como medio para quebrar la voluntad del enemigo en Venezuela y Nueva Granada.
En el caso peruano, Alberto Flores-Galindo (1984) inició las investigaciones sobre el miedo para el periodo de la independencia al sostener, aunque sin profundizar en el tema, que los sucesos de Haití y Nueva Granada despertaron el temor de la élite limeña a una posible rebelión de esclavos. De un modo similar, en un estudio sobre el cimarronaje en Trujillo durante periodo borbónico, Bernard Lavallé (1998) se aproximó al miedo a los esclavos como agentes desestabilizadores del orden social en la coyuntura de las Cortes de Cádiz. Gustavo Montoya (2002; 2019) considera, por su parte, que hubo un gran temor de las élites criollas a los indígenas de la sierra central que amenazaban con ingresar a Lima. Mientras que, el miedo al ejército de San Martín en el virreinato peruano ha sido estudiado por Cristina Mazzeo (2005) y el temor que las tropas libertadoras provocaron al ingresar a Lima en 1821 por Arnaldo Mera (2005). Victoria Dieguez (2020) ha estudiado el rumor como medio de difusión del miedo a la independencia en Trujillo y Claudia Rosas (2021) los temores en Lima a la Expedición Libertadora a través del rumor, la prensa y propaganda.
Específicamente, sobre el miedo en circunstancias de asedio o sitio de ciudades, se tienen algunos estudios. Mariano Schlez (2019), respecto a los sitios de Montevideo de 1811 y 1812 ha manifestado, por ejemplo, que una característica de esta emoción fue su distinción social; es decir, no todos los grupos sociales la experimentaron de la misma manera; así, para la élite de aquella ciudad, el miedo consistió en el temor de perder el monopolio del comercio con la Península. Pero, en otros casos, cuando el asedio iba seguido de incursión violenta, el miedo adoptaba otras características. Como sostiene Sabrina Guerra (2019), los ataques en el Callao y Guayaquil de Brown provocaron, entre 1815 y 1816, un temor generalizado en las ciudades del pacífico sudamericano ante una posible incursión directa. Había, de este modo, una importante diferencia en la manera de sitiar una ciudad, no era lo mismo hacerlo al estilo corsario, y por un corto tiempo, que con un ejército regular. En el primer caso, las intenciones no eran claras del todo, cualquier ciudad podía ser la afectada; por lo tanto, la incertidumbre era mayor. El segundo caso era diferente, sobre todo si era prolongado el sitio; al miedo a las implicancias políticas se sumaban otros temores, como manifiesta Susy Sánchez (2019): el morir de hambre, por ejemplo, como ocurrió en Lima con el sitio de San Martín en 1821. Lo sucedido en Trujillo en 1819 se asemejó, en parte, a ambos casos.
Primeras actitudes de temor: el miedo a la subversión ante la autoridad, 1811-1815
En la reacción a la lectura de una misiva de Castelli tal vez se encuentre el primer antecedente de una actitud de temor a la insurgencia que, como grupo cohesionado, manifestaron los integrantes de la élite trujillana ante una propuesta directa de seducción política. Todo ocurrió un 19 de julio de 1811, en una sesión en la que estuvieron presentes el intendente Vicente Gil de Taboada (quien la presidía) y las principales autoridades del ayuntamiento, como el alcalde de primer voto, Francisco del Corral; el alcalde de segundo voto, Juan José Martínez de Pinillos; el regidor y Alférez Real, Tiburcio de Urquiaga y Aguirre y los regidores Juan Alejo Martínez de Pinillos y Mariano de Cáceda y Bracamonte. En la reunión se dio a conocer por medio del escribano, la existencia de un pliego enviado con el sello del correo de Lima, dirigido al alcalde de esta ciudad, que equivocadamente tenía como destinatario a Francisco del Corral que era el regidor; a él precisamente se le entrega el pliego, el cual tenía otro dentro. Este segundo pliego fue entregado por el regidor al Alférez Real para que comunicara su contenido; sin embargo, al ver el nombre del remitente, soltó la carta y rehusó leerla.[1] Este hecho fue descrito por el secretario del cabildo del siguiente modo:
Sin que [leyera] ni a su primera línea, y dirigiéndose únicamente á buscar la subscripción, reparó al primer golpe de ojo, que decía: Doctor Juan Josef Castelli, con lo que puso sobre la mesa, tanto el oficio como un manifiesto, que acompañaba con igual firma, resistiendo siquiera que se leyera, por saberse de publica desgraciada notoriedad, que dicho Castelli, era el caudillo principal de los Rebeldes, e insurgentes del Río de La Plata, y Provincias del Virreinato de Buenos Ayres, en cuyas circunstancias el Señor Gobernador que Preside, anuncio al ayuntamiento parecerle conveniente llamar al Señor teniente Asesor Doctor Don Miguel Tadeo Fernandes de Cordova, a que acudió todo el cuerpo; y concurriendo, por las razones que se conferenciaron, se acordó, que no queriendo este Ylustre Ayuntamiento ofender, ni manchar sus oídos con lo más leve, que en modo, directo, ni indirecto suene a seducción, ni a otra cosa opuesta a la fidelidad, Patriotismo, sumisión y obediencia que esta Capital, y toda su Provincia presta, y ha prestado siempre al Rey nuestro Señor Don Fernando Séptimo… y a las legítimas Autoridades que en su Real nombre gobiernan, se acordó, que sin leerse, se entregue todo original, como se hizo con la cubierta sobre dichos en calidad de reservado, a dicho Señor Gobernador Yntendente, al efecto de que se mande dar el giro que corresponda porque en todo tiempo sea visto, y entendido por todos los rebeldes, que el Ayuntamiento de Trujillo, no escucha a ninguno de su clase. Y mandaron que yo el presente secretario pase a dicho Señor Gobernador en testimonio formal esta Acta, para que en cualesquiera Provincias que diere se sirva recordar, y manifestar, no solo el actual concepto, y voluntad del Ayuntamiento, sino el vivo anhelo de que en toda la Provincia, y hasta en el Reyno todo se difunda, y conozca la aversión con que mirará qualesquiera gestión, o pensamiento Subversivo.[2]
La manera como Martínez de Pinillos y los demás miembros del Cabildo, incluido el intendente, rehúsan a leer el oficio de Castelli muestra no solo una lealtad férrea a la corona española, sino también el temor a ser vinculados, aunque sea indirectamente, con los rebeldes de Buenos Aires. Un mes después, esta actitud que tomaron les haría merecedores del agradecimiento del virrey Abascal a nombre del rey Fernando VII por haber despreciado la seducción política de este insurgente.[3] No obstante, en este caso, el miedo estaba más relacionado a parecer desleales al rey que a una posible incursión independentista en el virreinato peruano, que en ese momento parecía poco probable.
Para el año 1811, ya los movimientos juntistas de Quito, La Paz y Chuquisaca habían sido sofocados por Abascal (Peralta, 2010) y también los ejércitos auxiliares argentinos —que incursionaron en el Alto Perú en octubre de 1810, en su primera expedición dirigida por Antonio González Balcarce y Juan José Castelli— habían sido derrotados por Goyeneche en Huaqui el 20 de junio de 1811, un mes antes que llegara el oficio del caudillo argentino a Trujillo (Lynch, 2008). Los miembros del cabildo, sin embargo, se enteraron de esta última noticia recién el 16 de agosto cuando dieron lectura a un manifiesto que había escrito Goyeneche, desde su cuartel general en el Desaguadero, a los cabildos del Río de La Plata, a pocos días de su victoria, el 2 de julio de 1811.[4]
Con el retorno de Fernando VII al trono español en 1814, se volvió a restablecer el absolutismo como forma de gobierno. El 5 de mayo la Constitución de Cádiz fue abolida por el rey, en un intento por regresar a una aparente normalidad política anterior a la crisis de 1808 (en Lima, Abascal lo hizo el 6 de octubre) (Ortemberg, 2012). Al poco tiempo, en ese mismo año, el 3 de agosto de 1814, estalló en el Cusco la rebelión de los hermanos Angulo y Mateo Pumacahua, quienes se sublevaron contra el comportamiento tiránico de las autoridades españolas y su falta de respeto a la constitución gaditana: no sabían que ya había sido derogada por el monarca en abril (Peralta, 2002). Este levantamiento mantuvo convulsionado durante meses el sur del virreinato, hasta su aplacamiento en marzo de 1815.[5] Sin embargo, su impacto trascendió, aunque sea de manera indirecta, hacia el norte en forma de temor. Si bien no se mencionan los acontecimientos del Cusco, pocos meses después de la derrota de estos rebeldes, el 9 de junio de 1815, el cabildo de Trujillo envió un documento al virrey Abascal donde manifestaba su incomodidad por la noticia de que había dado la orden para el ingreso a la ciudad de dos insurgentes en condición de prisioneros. Sostenía el cabildo, entre otras cosas, que la presencia de estos individuos podría alterar la tranquilidad de la población, que había permanecido sin alteraciones hasta el momento, y que, por lo tanto, los envíe a otro lugar, pues es mejor acabar con el problema de raíz antes de que crezca.[6] Por último, hacía una advertencia:
Sería un dolor que una Ciudad tan leal cuyo epíteto trae de tiempo inmemorial, [tuviere] la desgracia de que por una [cizaña] introducida, y grabada en el corazón de algunos incautos (si es que lo hay) se viere sindicada de una Nota detestable, y negra. Sin duda que lo sería, y el [vecindario] con proferirlos, se estremece, y el pensarlo siquiera considera agravio a los vecinos: Por lo que impedidos del honor, lealtad, y amor al Rey, y Patrio suelo para conservarlo en sus juntas y laudables derechos…[7]
A diferencia de lo ocurrido en 1811 con el oficio de Castelli, cuando el temor fundamental de los integrantes del cabildo era ser vistos como desleales al rey por las autoridades españolas antes que, a las improbables represalias del rebelde argentino, ahora era distinto: había sucedido una gran rebelión dentro del virreinato peruano, lo que les mostró que el surgimiento de un movimiento rebelde de gran envergadura era posible si se daban las condiciones. Para mediados de 1815, entonces, ya no existía la convicción en los miembros del cabildo de que no pudiera pegar la semilla de la insurrección en Trujillo. Este rechazo a la presencia de los prisioneros, por lo tanto, no fue una actitud que adoptaran por temor a no ser vistos como desleales a la corona, sino más bien por miedo a la insurgencia y a sus consecuencias.
La incursión de Guillermo Brown y la derrota de los realistas en Maipú: el miedo a una gran incursión marítima desde Chile
Después de ser derrotado el ejército auxiliar de Buenos Aires, en su tercer intento de incursionar por tierra al Virreinato del Perú a través del Alto Perú, las Provincias Unidas decidieron atacar por mar usando corsarios. William Brown fue el encargado de realizar esta empresa militar. Salió de Buenos Aires en octubre de 1815 y llegó a las costas peruanas a inicios de 1816. El 20 de enero atacó el Puerto del Callao luego de enterarse que ya sabían de su presencia: la huida hacia Chancay de unos prisioneros que tenía capturados evidenció su llegada (Puente, 1977). Aunque en Trujillo tenían conocimiento del ingreso de corsarios argentinos en el litoral del virreinato, por lo menos desde 19 de enero, fecha en que Abascal le comunica al intendente que ponga a buen resguardo los víveres y el ganado de las ciudades norteñas, la noticia del ataque al Callao llegó después de varios días de haber ocurrido.
El 1ro de febrero el intendente de Trujillo escribió un oficio a Abascal pidiéndole que le envíe tropa veterana, lo que el virrey consideró innecesario. Todos estos acontecimientos obligaron al cabildo a elaborar un plan de defensa para proteger el litoral y evitar un desembarco (Chigne, 2020). Es así que este año terminaba con una sensación de temor y zozobra en algunos partidos de la intendencia, tanto por la incursión de los insurgentes de Buenos Aires en el litoral del virreinato como por la existencia de posibles conspiraciones locales y conatos de sedición indígena. Se puede decir que la expedición de Brown “abrió la caja de Pandora de los miedos a la independencia y a la temida presencia extranjera en los puertos del Pacífico...” (Moscoso, 2019, p. 557).
Después de varios intentos fallidos para ingresar al virreinato peruano por el Alto Perú, el gobierno de las Provincias Unidas decidió darle la oportunidad a San Martín para que aplique su estrategia de incursión a estos territorios a través de Chile, cruzando los Andes. El general argentino llegó a esta capitanía en febrero de 1817; desde allí, después de derrotar a los realistas, organizó su expedición libertadora de la mano del nuevo gobierno chileno. En Lima, la noticia de su llegada no se supo sino hasta que atravesó la cordillera, debido a que había tomado sus precauciones dando información falsa a los indios pehuenche, que ocupaban esa zona, sobre la ruta que iba a seguir (Lynch, 2008). Mientras tanto, el virrey Pezuela, aunque sabía que San Martín se estaba preparando militarmente en Mendoza, consideraba poco creíble los rumores de que intentaría cruzar la Cordillera de los Andes (Anna, 2003). En la Intendencia de Trujillo, por otro lado, tampoco se tenía conocimiento de ese plan; sin embargo, llegó información de que iba a venir de Chile una expedición armada, como lo hace saber el intendente al subdelegado de Lambayeque José Díaz de Arellano por un oficio del 23 de enero de 1817, quien le responde lo siguiente:
A las once de la noche del día de ayer 24 del corriente recibí el oficio de U.S de 23 del mismo en qe me transcribe la superior orden de S.E. de… relativo á prevenir al haber adquirido noticia fidedigna comunicada pr el sor. Presidente de Chile acerca de la salida pr esta Mar de una Expedición compuestas de varios Corsarios y Buques Mercantes armados, y 400 hombres de desembarco. Y en consequencia de este aviso he dispuesto se pongan Vigias en el Puerto de Sta Rosa, y en la boca del Rio de esta Población pa que estén al cuidado de dar parte de toda ocurrencia, sirviéndose U.S. decirme de que fondo se saca el [precio] de estos hombres pa qe sea satisfecho, y al mismo tiempo he mandado trasladar dha. Supor orden á los Coroneles de Milicias de Ynfanteria, y Caballeria, pa q. acuerden con esta comandancia Militar los medios más proporcionados á embarazar una sorpresa, no omitiendo correr igual diligencia con el Subdo de Marina de Pacasmayo, y el Comante de ese Esquadron. Todo lo que pr ahora pongo en la Superior inteliga de U. S.[8]
La expedición armada a la que se refiere el intendente y el subdelegado fue la que organizó Hipólito Bouchard (corsario al servicio de las Provincias Unidas) a finales de 1816; quien, al parecer, solo debió pasar por mares chilenos meses después sin emprender ninguna incursión marítima en el virreinato peruano, pues no se le encuentra, para enero del 1817, atacando las ciudades del litoral; tal vez se dirigía a otra parte de América, o quizá también pudo haber sido un rumor. Más la noticia de una posible expedición a estas costas se tomó como algo muy probable, por lo que el virrey consideró conveniente comunicar al intendente de Trujillo la información que recibió del gobernador de Chile, aunque por el tenor del oficio del subdelegado de Lambayeque se infiere que tanto él como Vicente Gil de Taboada, y el propio presidente chileno, desconocían quien dirigía esa supuesta expedición armada, ya que no se lo menciona (por lo menos el intendente no le indica al subdelegado quien la dirige, tal vez porque no lo sabía o porque era solo un rumor); de este modo, se hace más plausible entonces la hipótesis de que quizá se haya tratado de una información inexacta, por decir lo menos.
Lo cierto es que en la intendencia se trató de estar siempre alerta sobre un posible ataque insurgente desde el mar. Así, por ejemplo, días antes, el 8 de enero, José Clemente Merino le comunicaba al intendente: “… la noticia [proporcionada] pr el sr Govor de Guayaquil, de qe en la Costa de Tumbes se hallaban los Enemigos con la Fuerza de catorce Buques, y qe el bergantín Concordia, y el nombrado Enrriques, habían sido apresados en dha costa”.[9] Le decía también si debía entregarle más dinero, del que ya le había dado, a Juan Antonio Monet, coronel del Regimiento de Infantería “Infante don Carlos”, que se hallaba con sus tropas en el puerto de Paita.[10] Desde la incursión de Brown, esta era la segunda que se conocía (esta vez eran los insurgentes colombianos); la intendencia de Trujillo estaba, entonces, en alerta ante una posible incursión marítima cuando días después llegó aquella noticia de Chile.
Las tropas de San Martín derrotan al ejército realista el 12 de febrero de 1817 en Chacabuco. Gran número de las autoridades fidelistas de Chile huyen hacia el Perú, comenzando por el presidente Marcó del Pont; sin embargo, no todos logran ese objetivo y son capturados en el camino. La noticia de los acontecimientos llega a Lima a los pocos días; mientras tanto, el virrey y los generales de más alto rango entran en disputa sobre la manera de cómo se debería reaccionar ante esta situación apremiante. Pezuela envía a su yerno Mariano Osorio a Chile para recuperar los territorios ocupados por los insurgentes; y, aunque triunfa en Cancha Rayada, su ejército es arrasado en Maipú en los primeros meses de 1818. Esta derrota garantizó la independencia absoluta de la antigua capitanía general y provocó, en el virreinato peruano, miedo a una invasión total insurgente.
Es probable que para marzo de 1817 en Trujillo ya se tuviera noticia de la derrota de los realistas en Chacabuco, pues el 14 de abril el intendente le envió un oficio al subdelegado de Lambayeque informándolo sobre la proclama del virrey:
… para que este Ylustre Ayuntamiento, y todas las demás Personas de las demás clases, para que penetradas de la necesidad actual de tranquilizar el Reyno de Chile poniéndolo en estado de rigoroso bloqueo, se suscriban a mantener mensualmente los soldados que pidieren…[11]
Es decir, para esta fecha ya se conocían los hechos del 12 de febrero por lo que se recibía sin sorpresa el pedido de colaboración económica para mantener a los soldados que iban a realizar el bloqueo marítimo en el sur. Meses después, tomaban conocimiento de la expedición armada que se estaba organizando para recuperar el territorio arrebatado por los insurgentes.
El 23 de noviembre de este año, el virrey Pezuela le escribió al intendente Gil de Taboada para decirle que Agustín Castillo y Marcelino Borra, dos de los seis implicados en el robo del médico Juan Blas, sean puestos a su disposición: “… pa q. los destine al Exército expedicionario del Reyno de Chile…”.[12] A inicios del siguiente año, el 5 de enero de 1818, le daba a conocer el decreto con el cual se prohibía a los habitantes del virreinato comerciar azúcar y tabaco con puertos chilenos mientras no sea reconquistada la antigua Capitanía General (Hernández, 2008). Semanas después, el intendente le comunicaba al virrey la captura del bergantín armado Libre en Huanchaco.[13] Por su parte, el 7 de febrero, éste le informaba al intendente de Trujillo que, después de esta captura, solo quedaba en los mares del virreinato:
… la fragata Chacabuco que otros llaman Rosita o Libertad, armada con 20 piezas de varios calibres y 140 hombres [que tienen] de Capitán a Page, la cual se ha mantenido desde Nove ultimo sobre las Costas de Esmeraldas hasta principios de Enero á que llegan las noticas de ella”[14]
Dos meses después de la respuesta del virrey al intendente, se dio la batalla de Maipú, donde los realistas fueron derrotados completamente. Hasta ese momento, aun con las dificultades que se presentaban, parecía que se tenía la situación bajo control, a pesar de la zozobra que generaba estas pequeñas expediciones marítimas. En abril, La Puná fue atacada por una embarcación insurgente procedente de Valparaíso y, luego, también el pueblo de Machala, donde ésta fue finalmente capturada y parte de sus tripulantes asesinados.[15]
El miedo a la subversión del orden social y la imaginación de las consecuencias
En 1817 fueron trasladados a Trujillo, desde Lambayeque, un grupo de prisioneros que cumplían penas por delitos comunes; una vez en la ciudad, fueron recluidos en la Real Cárcel. Esta medida, que se prolongó por un año, provocó el rechazo de los vecinos del lugar por ser ellos quienes los sostenían económicamente con las rentas y limosnas que otorgaban. Sin embargo, esta no fue su mayor objeción, sino la falta de precaución de las autoridades de la intendencia ante una posible reacción de los reos si llegaban a entrar en contacto con los insurgentes.
El 24 de agosto de 1818, Manuel José Castro, síndico procurador del Cabildo de Trujillo, en representación de los miembros de esta institución edil, le escribió al teniente gobernador Miguel Tadeo Fernández de Córdova para decirle que la ciudad estaba consternada por el apoyo que ocho cuatreros lambayecanos habían dado a sus paisanos, a los prisioneros llegados el año anterior, para liberarlos. Este intento de fuga fue realizado el sábado 22 del corriente y frustrado ese mismo día por los centinelas, quienes no dudaron en abrir fuego contra los intrusos. Este hecho, que pudo ser tan solo una anécdota, se convirtió en un asunto de suma importancia debido al contexto político que se vivía. El síndico procurador vio este conato de fuga como el inicio de la destrucción de la sociedad trujillana si antes no se tomaban medidas drásticas de forma inmediata, imaginó entonces las posibles consecuencias de ocurrir lo contrario, y así expresó lo siguiente:
El Regidor Síndico en cuplimto de su oficio lo representa á U.S. pr .q. en atencn a las funestas consequencias que pueden resultar en qualquier alzamiento q. intenten los quatreros llegados del Pueblo de Lambayeque, unidos con algunos malcines [sic] de esta ciudad, qe no faltan á efecto de tratar de sacarse á los presos, cuyo acto es de recelar positivamte pues en caso se verificase resultaría el mayor daño, y lo qe es más los homicidios qe executarían más hombres desalmados qe arrastraran con quanto se les presente pa lograr la fuga qe es consequente, en los qe habían otros tantos daños, con los robos quitaduras de bestias, y matando á quantos encuentren qe quieran resistirse justamte a no darle sus animales o especies q. ellos quieran. Todo lo referido es de creerse, y qe puede suceder, pr lo q. lo pongo en la consideracn de V.S. pa q. en uso de sus facultades se sirva librar sus providencias… con las qe se serenará la consternacn en qe se halla este Noble vecindario …[16]
Pero, el miedo a un alzamiento de los prisioneros no se limitó a los robos y asesinatos que pudieran cometer éstos si lograban ser liberados; el verdadero temor estaba relacionado a la influencia o al contacto que pudieran llegar a establecer con los insurgentes de Chile en un momento en el que no se encontraban preparados militarmente para enfrentar una situación como esa. Por eso, ante esta posibilidad, Manuel José Castro solicitó también:
… q. pr las habladurías populares de los insurgentes de Chile en las actuales circunstans; y pr no haber en esta ciudad tropa suficiente aquartelándola pa contener qualquiera novedads q. intenten dhos encarcelados, y sus parciales; se deriva V.S. darles destino de pronto á lugar de mayor seguridad…[17]
Era una suma de temores los que confluían y se manifestaban en los integrantes de la élite: el miedo no solo a un posible ataque interno (y aislado), sino también a que sea motivado por influencia externa. En ese momento, sin embargo, la preocupación era principalmente por algún incidente dentro de la ciudad que pudiera exacerbarse por la presencia de los insurgentes de Chile antes que por un ataque armado directo de éstos; ya habían pasado los trujillanos por la experiencia del ataque de Brown 1816 y probablemente esperaban que otras incursiones en el litoral volviese a ocurrir. Esta apreciación de los hechos, a pesar de los antecedentes de los dos años anteriores a 1818, aún no contemplaba la verdadera dimensión que podrían tener las acciones insurgentes desde el mar. Tal vez un ejemplo de alguien que se percató de ello y vivió la experiencia del miedo de esos años, no se encuentre en la ciudad de Trujillo, sino en un pueblo de los Andes de su jurisdicción: Cajabamba.
El caso de José Perea, doctrinero de San Nicolás Tolentino de Cajabamba
El temor a una invasión insurgente desde el mar no solo fue experimentado por los habitantes de la costa trujillana, sino también por quienes vivían en otras provincias costeras y en los pueblos de la sierra.[18] Si bien es difícil acercarse al estudio de la experiencia del miedo de sus poblaciones en general, debido a lo limitado de las fuentes, sí se puede hacer una aproximación a partir de la correspondencia individual de un personaje que se mantuvo expectante de los acontecimientos que iban dándose en territorio americano a consecuencia del avance del bando insurgente hacia el virreinato peruano desde el sur del continente. Fue José Perea, un doctrinero de Cajabamba que pasaba sus ratos de ocio leyendo libros y gacetas que amablemente su amigo y notario eclesiástico Fernando Pesantes le enviaba desde Trujillo. Ejercía su labor religiosa en el valle de Condebamba (Cajamarca), el cual, desde su creación como una reducción indígena en 1572, fue escenario de cambios importantes en el transcurso de los años hasta convertirse en un lugar étnicamente diverso a finales del siglo XVIII (Espinoza, 1974), pero siempre leal al rey hasta 1821 en que sus habitantes juraron la independencia (Diéguez, 2021).
José Perea y el triunfo del ejército insurgente en Chile
José Perea, natural de Vitoria (Vizcaya, España), llegó al Perú en 1799 en calidad de familiar del obispo José Carrión y Marfil, quien venía a la diócesis de Trujillo en reemplazo del fenecido mitrado Blas Manuel Sobrino y Minayo, fallecido en 16 de abril de 1796 (García-Irigoyen, 1931). En 1818, el clérigo realista se desempeñaba como párroco de Cajabamba. Su estadía en la doctrina coincidió con los primeros años de la guerra de independencia; por tal motivo, cuando el escenario del conflicto se trasladó de Argentina a Chile, no dudó en manifestar su lealtad al rey y su rechazo a la causa patriota.
El 5 de abril de este año el ejército realista, comandado por el general Mariano Osorio, había sido derrotado completamente en Maipú. Esta importante victoria, que consolidó la independencia de Chile, fue vista por él como el inicio de la destrucción del virreinato del Perú. Sin embargo, debido a la magnitud que podría llegar a tener las consecuencias político-económicas de este triunfo, una sus primeras reacciones ¾no se sabe exactamente cuánto demoró en llegar la noticia de este acontecimiento a la ciudad de Trujillo¾ consistió en dudar de la veracidad de la información del desastre de la campaña realista en el sur. El 8 de mayo de ese año le escribió al notario eclesiástico de esta ciudad:
Muy gorda me parece la noticia de la derrotada total del exercito en Chile, y sin embargo de no tener noción de aquel terreno, no la puedo creer, tanto por el conducto q. la ha conducido como por los antecedentes de no haber podido desalojar el punto de Talcahuano, y me dicen que el virrey ha apresado al capitán conductor de la tripulación, y mandado quitar el timon del barco, por todo este me persuado sea alguna astucia de los insurgentes, pr ver si revuelven a Lima, y suspendo el juicio hasta la llegada de Potrillo, que es el que nos deberá desengañar, pero ten entendido, que si es cierta la noticia, seremos yngleses a pesar nro.[19]
En este caso, la incredulidad de José Perea fue un mecanismo de defensa que activó como respuesta al miedo que le provocó el posible quiebre del statu quo. En este contexto de incertidumbre, las noticias se mezclaron con los rumores y él prefirió creer en aquello que le proporcionó certezas sobre la continuidad del orden sociopolítico que defendía y que, al mismo tiempo, le daba sentido a sus expectativas de vida y seguridad personales. La información de que el virrey había capturado un barco insurgente en las costas de Chile, le hace creer que la derrota de los realistas en Maipú es solo una estratagema de los rebeldes para alterar la tranquilidad de Lima. No obstante, deja abierta la posibilidad de que la noticia sea cierta y se “conviertan en ingleses” a pesar de su oposición.
En este punto, para el párroco de Cajabamba los verdaderos enemigos son los ingleses y no los insurgentes del sur, a quienes solo los consideraba como instrumentos de aquéllos. Pero, su miedo iba más allá. No eran los ingleses propiamente dichos el objeto de su temor, sino la representación que tenía de ellos: el miedo consistía en “convertirse en ingleses”. Habían pasado menos de cinco años desde que España e Inglaterra habían luchado contra Francia como aliados, ahora éstos eran vistos nuevamente como los enemigos de la monarquía peninsular, como en realidad siempre habían sido señalados desde el siglo XVI. Los ingleses como protestantes representaban la herejía (Flores, 2005). En este sentido, el mayor temor era terminar sometidos a su religión o ser esclavizados por ellos. Al respecto, en una misiva del 7 de junio de 1818, le expresó al notario eclesiástico:
Las razones que me alegas de la derrota de Chile son poderosas, y la tardanza en no haber llegado de oficio nos lo confirma, pero no quiero creer todavía todo lo que nos pintan, y perdido Chile, somos víctimas del inglés, quien nos hará sufrir el fuerte yugo más q. el de los esclavos de estos países, si Dios por algún caso extraordinario no lo remedia.[20]
Su primera reacción fue cuando no tenía aún noticias fidedignas de lo sucedido en Chile y la única información que manejaba era la que le proporcionaban personas cercanas a él, como Fernando Pesantes desde Trujillo. Sin embargo, para el 23 de junio su apreciación de la realidad había cambiado luego de tener acceso a un periódico limeño. Le escribía a su amigo en esta fecha:
“He visto la Gazeta de Lima, en que consta la derrota de Osorio, y por consiguiente sino llega algún refuerzo de España como aseguran algunas cartas, en breve tendremos trastornado este virreynato”.[21]
Los ingleses entonces desaparecen de su representación de los hechos y los insurgentes americanos ocupan el lugar que éstos tenían previamente en ella. Le preocupaba las consecuencias de esta derrota y la tranquilidad que demostraban los insurgentes y los realistas después del 5 de abril. Intuye el desastre que se viene y vuelve a escribirle al notario eclesiástico:
… el silencio de Lima y Chile me hacen sospechar tengamos alguna reventazón, q. hace mucho tiempo te lo tengo pronosticado, pues conociendo no ser nuestras costumbres mejores que aquellos otros pueblos a quienes Dios ha castigado, no creo que nos quedemos en blanco, y el fin es hacer buenas obras q. Dios no a de morir de viejo.[22]
No obstante, el tiempo siguió transcurriendo y la falta de noticias como antesala de una tragedia le empezó a desesperar, entonces le escribe a su amigo Pesantes: “Temblando estoy de las criticas circunstancias en q. nos hallamos, si Dios por algún medio extraordinario no remedia las cosas, padeceremos, como le ha sucedido al resto de la humanidad”.[23] El objeto de su temor tenía ahora rostro nuevo, y, aunque los insurgentes continuaban siendo un mal irremediable para el orden establecido, le quedaba la satisfacción de que no se convertirían en ingleses. De este modo, intentó ver una posible solución a este problema en las decisiones que ambos bandos tomaban y escribió:
Estoy pensando q. con la retirada de las tropas de Chile, y abandono de Talcahuano se acabará más pronto la guerra, pues ellos mismos unos con otros darán fin a sus despropósitos, y saldrán pidiendo quien los gobierne, pues es lo mismo q. pueden conseguir todos los insurgentes de América, que no quieren conocer ruina hasta q. la experiencia se lo enseñe.[24]
Terminando el año, la desolación le invade y le responde a su corresponsal, quien le había escrito una larga carta fechada el 17 de diciembre en la que le informaba al detalle de la situación en Chile: “Por la tuya del 13, y concluida en 17 que recibo al tiempo en que debía salir el correo, quedo impto. en su contenido, estimando las noticias que, aunque no son buenas, pues a mí me parecen que todas ellas conducen a toda prisa a la ruina de América”.[25]
La solución, para él, consistía en que ellos intentaran gobernarse por sí mismos y descubrieran que no pueden hacerlo. Para ser un partidario del rey, esta era una concesión importante que nacía, más que del miedo como una experiencia inmediata, de una emoción ya racionalizada: su idea consistía fundamentalmente en que los insurgentes descubran por experiencia propia el error que habían cometido al subvertir la autoridad de la corona en Chile. Sin embargo, no abandonaba la esperanza de que todo volviera a la normalidad, a pesar de la zozobra que le producía la incertidumbre de no saber con certeza que era lo que los insurgentes le tenían preparado al virreinato peruano después de la derrota de los realistas en el sur. Finalmente, cuando el Perú se convirtió en el campo de batalla y triunfó en el norte el bando patriota, logró adaptarse al régimen republicano, evitando ser perseguido, aparentemente debido a la circunspección de su comportamiento. Se mantuvo como párroco en el naciente estado peruano hasta 1826, año en que pasó a ocupar un lugar en el coro de la catedral de Trujillo, el 26 de mayo de ese mismo año (Rebaza, 1898).
Lord Cochrane en el sur de Trujillo y el impedimento de huida de la élite
En la madrugada del 17 de noviembre de 1819, llegó a Trujillo, desde la Hacienda Guadalupe, el aviso de la incursión armada que los rebeldes chilenos, dirigidos por Thomas Cochrane, habían realizado en la villa de Santa y el pueblo de Nepeña (entre otros pueblos cercanos), en la tarde del día 15. La noticia de estos actos se difundió rápidamente por la ciudad, causando un gran temor entre los vecinos.
Conocidos los hechos, una de las primeras acciones que tomaron fue sacar de Trujillo sus bienes muebles y ponerlos a buen resguardo. Sobre esta actitud, Ángel Ros, teniente coronel del ejército y comandante militar del partido de Trujillo, le comunicó a Miguel Tadeo Fernández de Córdova, teniente gobernador de la intendencia, exactamente lo siguiente: “Extrajudicialmente é sabido qe algunos vecinos de esta Ciudad que por solo la noticia que el enemigo había ocupado á Santa, y saqueándola, van extrayendo sus efectos, ó intereses á un punto de seguridad…”.[26] Ros, como testigo de lo ocurrido, consideró incorrecta esta decisión tomada por algunos trujillanos, debido a que, para él, lo adecuado era conservar la calma y actuar con serenidad y, sobre todo, de acuerdo a los intereses del rey, a pesar de las difíciles circunstancias que se vivían. Tratando de comprender esta actitud, reflexiona:
Conozco qe cada individuo desea para su subsistencia asegurar los trabajos qe su sudor le ha proporcionado pero también se me presenta un impedimto que lo analizase: Es claro y evidente qe cuando se trata de poner un punto a salvo habiendo recelos de qe pueda ser invadido, el primer móvil debe ser la serenidad que es la base fundamental de todas las victorias, esta analizadora nace en mi llevada de aquel interés del mejor servicio del Rey, y tambien porque si los vecinos de qe nos debemos valer ven estos movimientos, resulta qe cada uno vasila y piensa seguir su parecer, mayorte cuando las circunstancias piden que los más pudientes de los avecindados den el exemplo …[27]
Aunque no menciona nombres, alude a los vecinos con mayores fortunas como aquellos que tomaron esta actitud y que, por el contrario, debieron dar el ejemplo a los demás habitantes manteniendo la calma. Le sugiere, entonces, al teniente gobernador que, debido a la impresión que ha provocado en ellos esta noticia, sería conveniente “… se dignase expedir las órdenes oportunas á los Portadas que de ningún modo permitan extraer en ser algún por los motivos que tenga expuesto ya…”.[28] Es decir, que los que cuidan los cinco accesos de las murallas que rodean la ciudad impidan que la gente huya por temor a la llegada de los insurgentes. Y así sucedió, Fernández de Córdova en su respuesta le manifiesta:
… dese a todos los Guardas de las Portadas la Orden qe se solicita por medio del Tente del Resguardo Dn Manuel Varas, pa q. con ningún pretexto permita la vergonzosa extracción, y fuga qe se trata de precaver, y q. á más del desaliento q. influyen conspiran al despueble, y minoración de la defensa q. debe hacerse en justo obsequio del Rl servicio de la Patria.[29]
El miedo a un inminente ingreso de los insurgentes a la ciudad fue, de este modo, expresado públicamente por los vecinos con mayor poder económico, quienes consideraban serían los principales perjudicados. Esta actitud de poner sus propios intereses por encima de los de la causa del rey, tampoco fue bien visto por Ros, al punto de no querer contar con ellos para que integraran las tropas que estaba formando con milicianos para atacar al enemigo en el valle del Santa; sobre los que actuaron de esta manera, le dijo en otro comunicado al teniente gobernador:
… por qe contraídos éstos hombres tanto a la guerra como á sus intereses particulares, respecto á qe no son de aquellas personas visibles, muchas de éstas ó su mayor parte, miran más bien á la última cláusula [sus intereses] qe no a la primera [la guerra]…”[30]
El cuestionamiento a ellos iba dirigido principalmente a la inclinación abierta que tenían de salvar primero sus propiedades que en tomar las armas para luchar contra los hombres de Cochrane; y así, agrega más adelante:
… se colige, qe tal vez esperanzados en victoria no veamos en otros lados tan tristes qe solo la suerte podrá hablar; hablo asi pa qe U. como Presidente de la Junta celebrada se tiene á bien determine qe los dichos cien hombres del Arma de Caba unicamente queden en Quarteles, y las demas se retiren a sus viviendas; pues de ellos nos resulta el grande beneficio de qe estos infelices mantengan sus haciendas con su sudor…[31]
Sin embargo, a diferencia de la angustia, el miedo dejó lugar a la acción y los trujillanos finalmente actuaron, aunque en parte también motivados por la iniciativa del obispo José Carrión y Marfil, quien, en este contexto, jugó un papel importante como cohesionador del grupo para mantener la fidelidad a la corona. Tomaron así la decisión de colaborar económicamente a través de donativos y contribuir de esta forma a favor de la causa del rey. Ante este cambio de actitud, Ros, a pesar de las críticas vertidas, sostuvo que, después de todo, la ciudad era leal al soberano, aunque sin dejar de hacer hincapié en el detalle de la influencia del obispo en esta decisión de los trujillanos. Le manifestó nuevamente a Fernández de Córdova:
[El] Obispo de esta Diócesis movió sus labios en la Junta como en todas ocasiones de esta naturaleza lo ha practicado pa animar al vecindario, y atalayar al mismo tiempo si en todos cabía a conformidad en los nobles sentimtos qe se adornan; pero como esto se ha visto ya con toda lisonja, y en virtud a qe estos Yndividuos tan adictos al soberano en la altura de la indigencia p.a mantener sus familias sino se acojen a sus manos únicos protectores del alivio, é igualmente teniendo á la mira qe el referido noble vecindario de esta ciudad no encuentra lentitud en los donativos qe presta á beneficio de la justa causa qe sostenemos…[32]
El comandante del partido manifestó que, si bien Carrión y Marfil incentivaba a los vecinos a colaborar a favor del rey, para entonces, ellos habían comenzado a hacerlo ya por iniciativa propia. Este cambio de actitud era la otra cara del miedo: las acciones que se tomaban tras la experiencia del temor. La decisión consistió en acogerse a las “manos protectoras” del rey, después de todo los insurgentes estaban cerca, pero no tanto como para intentar incursionar en tierra firme de la ciudad; en ese momento, los vecinos principales tampoco tenían otra opción plausible. Finalmente, Cochrane se retira de las costas de Trujillo, dejando como resultado la alteración del ánimo de sus habitantes al imaginar las consecuencias terribles que habrían sufrido de haber podido concretar su plan.
La representación de los hechos fue, no obstante, positiva para los trujillanos. Por ejemplo, el virrey Joaquín de la Pezuela ante la falta de dinero para pagar a los militares no dudó en sostener que ello se conseguiría sin ningún inconveniente con “… las erogaciones voluntarias [d]el fidelísimo vecindario de la ciudad…”.[33] Mientras tanto en Trujillo, Domingo de las Casas, ministro de la real hacienda, le manifestaba al teniente gobernador que, debido a la falta de fondos de esta institución para cubrir los gastos de acuartelamiento de la tropa, ha tenido que recurrir a donativos del “… Noble y fiel vecindario de esta Ciudad…”.[34] También, este último, confirmó a Pezuela esta representación de la lealtad trujillana cuando le envió su informe sobre lo sucedido durante la incursión insurgente. Fernández de Córdova le expresó:
… suplico rendidamente a V.E. que si lo asi obrado, y relacionado mereciese su superior agrado quiera tener la bondad de mandar que con la acta de dicha junta preparatoria, se publiquen e inserten dichas listas en la Gazeta de Gobierno, no solo para la justa satisfacción de este noble fidelisimo vecindario: sino también para exemplo de los restantes Pueblos, que á su imitación quieren presentar a V.E. tan claros, y manifiesta testimonio de su subordinación, de su amor, y fidelidad al soberano y de la Goloriosa suerte que la lisonjea…[35]
El teniente gobernador sabía de la actitud inicial de los vecinos trujillanos, al punto que ordenara cerrar las entradas de la muralla para impedir que se fugaran de la ciudad, pero esta información no le fue comunicada a la autoridad virreinal; por el contrario, los presentó como súbditos absolutamente leales a la corona, y, aún más, pidió que sean mostrados como tales en la Gaceta, para que sirvan así de ejemplo a los demás pueblos. Esta fue, precisamente, la razón principal para comunicar esta versión de los hechos: cohesionar en su fidelidad al rey, a partir de una versión inexacta de lo sucedido, a los demás habitantes del virreinato. Al tomar conocimiento de esta solicitud, el virrey decidió aprobarla y, en su respuesta del 6 de diciembre, manifestó:
Con las noticias de haber desembarcado los enemigos en Santa y Nepeña me instruye U. en oficio N° 649 las disposiciones q. se tomaron en esa Ciudad pa su defensa, los q. han manifestado ese fidelísimo vecindario y las erogaciones voluntarias q. han contribuido pa mantener los derechos de S.M. y su acendrado honor en iguales ocurrencias todos han merecido una absoluta aprobación: y haré q. se publique en la Gaceta de este Gobierno pa q. se perpetúe la memoria de tan nobles sentimientos en la historia de estos desgraciados sucesos.[36]
Nuevamente Pezuela presenta a los trujillanos como fieles a la causa del rey, pero ahora con una imagen reforzada por la versión de los hechos de Miguel Tadeo Fernández de Córdova, por lo que intenta finalmente perennizarla en la memoria social de los habitantes del virreinato publicándola en la Gaceta oficial, pues desconocía las primeras reacciones que tuvieron aquéllos durante la incursión de Cochrane a tierra firme. Sin embargo, la otra parte de la realidad, era también que los vecinos principales de la ciudad, a pesar de todo, habían lograron sobreponerse al miedo y actuaron en contra de los insurgentes, realizando donativos para solventar los gastos de la tropa como muestra de su fidelidad al soberano; varios militares decidieron incluso no cobrar el pago de sus servicios, como fue el caso de Juan José Martínez de Pinillos, quien, como “… coronel del Regimiento ced[ió] su sueldo al Rey, además de haber dado [un] donativo de quarenta y ocho pesos para este Ayuntamiento”.[37]
Como último acto de 1819, las principales autoridades políticas y militares de Trujillo se reunieron el 30 de diciembre para tratar la recomendación dada por el virrey del día 6 del corriente sobre un empréstito que, promovido por el obispo, la ciudad debería ofrecer para solventar el gasto de mantenimiento de la tropa acuartelada; visto el asunto, acordaron que tomarían la decisión respectiva cuando esté presente el teniente gobernador, dando así por concluida esta sesión extraordinaria.[38]
La llegada de San Martín al norte del virreinato: el efecto tenaza y las dos caras del miedo
En Trujillo, las autoridades expresaron su temor tomando precauciones de vigilancia y preparándose militarmente con los recursos bélicos limitados que disponían; también, manifestando a la autoridad virreinal su preocupación por las condiciones de inseguridad en la que se encontraba la ciudad ante una posible invasión desde el mar.
Este era el contexto de incertidumbre e indefensión en el que se hallaban los trujillanos cuando sucedió la incursión de Cochrane en el valle del Santa. Una distancia relativamente cercana los ponía ahora al alcance de los independentistas y de experimentar inevitablemente, en cuestión de días, las consecuencias que habían imaginado si no tomaban medidas de emergencia. Así, debido a lo apremiante de las circunstancias, los militares decidieron reforzar las tropas locales con nuevos reclutas, esperando un enfrentamiento por tierra, más este encuentro no llegó a darse; Huanchaco y su mar de poca profundidad se convirtieron nuevamente en la barrera que, como venía sucedido desde el tiempo de las primeras incursiones de piratas y corsarios en sus costas, impidió cualquier intento de invasión directa (Feijoó 1984 [1763]).
Fueron principalmente militares los que estuvieron a la vanguardia de las acciones de defensa, muchos de ellos peninsulares establecidos en Trujillo a finales del siglo XVIII, como los hermanos Martínez de Pinillos; pero también criollos como el arequipeño Tadeo Fernández de Córdova, que ocupaba el principal cargo político-militar después del intendente. A diferencia del miedo que los vecinos principales manifestaron al enterarse de la incursión terrestre de Cochrane por el sur, ellos mantuvieron la calma e impidieron que un número importante de miembros de la élite fugara de la ciudad; algunos días después y ya con los ánimos restablecidos, terminaron sumándose a favor de la causa del rey a través de donaciones voluntarias para cubrir los gastos de la tropa. Es así que estas dos actitudes, aparentemente disimiles entre sí, y que surgieron en un mismo contexto de incertidumbre bélica, no fueron otra cosa que las dos caras del miedo que este grupo social manifestó abiertamente ante una amenaza real de destrucción del orden establecido.
La experiencia del miedo posee dos dimensiones: el temor y la acción contra el temor. Delumeau define el miedo social como “… el hábito que se tiene, en un grupo humano, de temer a tal o cual amenaza (real o imaginaria)” (Delumeau, 2002, p. 30). Es decir, el miedo tiene un rostro identificable al cual oponerse, lo que hace a este estado del ánimo diferente a la experiencia de la angustia, que no posee objeto conocido y que anula la acción de quién o quiénes la sufren. Los que experimentan el miedo pueden crear entonces, a pesar del temor, estrategias orientadas a desembarazarse de él para volver así a un sentimiento de seguridad anterior. En tal sentido, a partir de su conducta, las dos respuestas que tuvo la élite trujillana ante la presencia de Cochrane y sus hombres, pueden ser vistas como un ejemplo de la manifestación de estas dimensiones del miedo colectivo en un contexto específico.
Después que los insurgentes se marcharon continuó la incertidumbre de lo que podría pasar más adelante si retornaban, y si se disponían a ocupar la ciudad. Para los meses de 1820, el litoral norteño estaba ya despejado de buques enemigos, pero no del temor a un próximo ataque insurgente desde Chile; en este contexto, como le mencionó Perea a su amigo Pesantes en una de sus cartas, la falta de noticias comenzó a ser apreciada como la antesala de algo peor que estaba por llegar. La espera terminó cuando el 8 de setiembre el propio José de San Martín arribó a la Bahía de Paracas con miles de hombres e inició su campaña independentista en el virreinato.
La élite de Trujillo atrapada entre dos frentes enemigos
Cuando San Martín ingresó al virreinato del Perú, en Trujillo era intendente el marqués de Torre Tagle, un integrante de la élite criolla limeña que había sido educado en España en las ideas ilustradas de la época. Designado como tal por Joaquín de la Pezuela dos meses antes del ingreso del general rioplatense, llevaba, sin embargo, apenas un mes en el ejercicio de sus funciones cuando la expedición libertadora se estableció en Pisco. Había comenzado su gobierno sin mayores contratiempos, luego de jurar solemnemente al cargo ante el teniente gobernador y la élite trujillana (como era la costumbre), hasta la llegada de aquella noticia. No se sabe exactamente como recibieron esta información las autoridades locales, pero se tiene conocimiento que el 16 de setiembre de 1820 el cabildo dejó de sesionar de manera indefinida hasta nuevo aviso. Esta actitud de la élite puede ser interpretada de varias formas (como el antecedente de un acto de “patriotismo”, por ejemplo); sin embargo, siguiendo la línea de su comportamiento social anterior, se puede afirmar que esta reacción solo continuó los patrones de manifestación de miedo colectivo de 1819.
San Martín tomó medidas importantes antes de capturar Lima. Por ejemplo, envió primero a Álvarez de Arenales a la sierra central mientras avanzaba hacia el puerto del Callao. En su trayecto, Arenales posibilitó en noviembre la independencia de Tarma. El Libertador después de dos intentos infructuosos con el virrey por llegar a acuerdos convenientes a la independencia del Perú, decidió establecer su cuartel general al norte de Lima, desde donde puso en marcha su plan contra el dominio del poder realista.
El propósito del general era propiciar la independencia de la intendencia de Trujillo para tener así un lugar que le pueda servir de despensa al ejército insurgente, pero, sobre todo, buscaba el respaldo de esta parte del virreinato para proteger su retaguardia antes de intentar ingresar a la capital. Su postura era clara: no se iría de su lugar de emplazamiento mientras no alcanzara el objetivo que se había propuesto; es así que decidió ponerse en contacto lo más pronto posible con la principal autoridad político-militar del norte para convencerlo de lo que le convenía, a él y a Trujillo. Para entonces, la élite de Guayaquil había proclamado ya su independencia el 9 de octubre y se había convertido también en una amenaza para esta intendencia. De este modo, en las últimas semanas de noviembre de 1820, cuando inicia la correspondencia entre Torre Tagle y San Martín, Trujillo se encontraba atrapado entre dos frentes rebeldes,[39] que le impedían realizar una maniobra política que no fuera orientada a decidirse por la separación de España.
La historiografía local sostiene, de manera general, que el marqués había sido ganado por las ideas independentistas desde antes de la llegada del libertador,[40] pero que recién las puso en práctica cuando estuvo seguro que no fracasaría, es decir, solo cuando entró en contacto con San Martín tres meses después de ocupar el cargo de intendente. Se sostiene además que fue él quien terminó de convencer a los vecinos trujillanos de decidirse por la independencia, debido a que mostraban ya una inclinación por ella, y que las actitudes fidelistas semanas previas a la proclamación fueron fundamentalmente parte de una estrategia para despistar a la autoridad virreinal y así conseguir sin contratiempos la ansiada libertad del norte del virreinato. Sobre esta explicación, se considera que, si bien es posible que hubiera personas con ideas separatistas y que éstas, en algún momento, a causa de ello, intentaran realizar conspiraciones (Aldana, 2020), no es tan cierto que, de manera unánime o casi unánime, los trujillanos hubieran sido partidarios entusiastas de la independencia, o que se hubieran identificado plenamente con ella, antes del 29 de diciembre de 1820, como sostiene por ejemplo Nicolás Rebaza (1998). Esto, sin embargo, no quiere decir que no hayan estado semanas, o incluso meses antes, ya inclinados estratégicamente por separarse de España, sobre todo desde que supieron de la presencia del general rioplatense en el virreinato.
El acto mismo de dejar de sesionar al enterarse de la llegada de San Martín a Pisco muestra un quiebre en el comportamiento político cotidiano de la élite trujillana. Se sabe que dos semanas después de esta medida, el 6 de octubre, el virrey por sugerencia del intendente, ordenó que sus habitantes abandonaran Trujillo en caso los insurgentes se dispusieran a atacarla: debían despoblarla y marcharse con el ganado a las provincias de la sierra y dejarla a cargo de los militares (Centurión, 1962). ¿Por qué Torre Tagle sugirió estas medidas al virrey? La respuesta está en el temor a las consecuencias de un enfrentamiento en desventaja, pues no se había decidido aún por la independencia.[41] El intendente no conocía el plan del general argentino, no sabía a qué atenerse. Esto fue así a pesar de estar el marqués vinculado amical y familiarmente a Bernardo O’Higgins (O'Phelan, 2001); razón por la cual se podría sospechar equivocadamente que éste, como hombre cercano al libertador, habría, tal vez, intentado incorporarlo en algún momento a la causa patriota y transmitirle algunas directrices sobre la empresa independentista en el Perú.
La cara positiva del miedo colectivo es la acción contra el temor (Rosas, 2012); así, siguiendo estos parámetros, la decisión de la élite de dejar de sesionar encaja en este patrón de comportamiento social ya antes manifestado en un contexto similar. La desactivación indefinida del cabildo puede ser vista como una estrategia política, debido que al hacerla se aislaron por tiempo indefinido del contacto e influencia de las autoridades externas a la intendencia. ¿Qué buscaban con ello? Abandonar la ciudad tal vez; sin embargo, sus actos posteriores contradicen esta idea, pues no lo hicieron. Más bien, la propuesta de abandonar Trujillo fue de Torre Tagle, pero no se cumplió; el obispo Carrión y Marfil, que también tuvo conocimiento de esta medida, se opuso a ella. Si bien al año siguiente el prelado le cuenta al virrey que su decisión fue por motivación personal (Centurión, 1962), no se sabe si éste influyó también en la población para que decidiera no acatarla; probablemente no, por lo menos no menciona haberlo hecho en su declaración.
Tomando lo dicho por el obispo, se puede inferir que fue por motivación propia la decisión de la élite de quedarse en la ciudad a asumir las consecuencias de un posible ataque insurgente. A diferencia del intendente, los integrantes de este grupo social ya habían pasado por la experiencia del miedo a una incursión armada casi un año antes, tiempo suficiente para pensar en alternativas de supervivencia en caso de encontrarse dentro de un escenario peor al de 1819, y en un contexto desfavorable al gobierno virreinal. A la orden de Pezuela del 6 octubre (de retirarse de la ciudad), se sumó la noticia de la proclamación de la independencia de Guayaquil del día 9; y, aunque pasó un mes hasta que San Martín decidiera establecerse en Huacho, éstos no abandonaron Trujillo, como sí lo intentaron cuando pasaron por la experiencia anterior. En esta ocasión, las circunstancias eran incluso más complicadas: desde el momento en que el libertador estableció su cuartel general al norte de Lima, sus intenciones quedaban más claras que las que manifestara Cochrane cuando atacó los pueblos del valle del Santa. Sin embargo, esta inclinación por la “neutralidad” de los trujillanos en su comportamiento político, después del 16 de setiembre de 1820, apuntaba más por la separación de España que por continuar bajo su dominio.
Entonces, no fue inicialmente una identificación con la patria de los insurgentes lo que llevó a la élite a inclinarse por la independencia, sino la puesta en práctica de un mecanismo de supervivencia social que, de no aplicarlo, aparte de poner en riesgo la propia vida, implicaba necesariamente pérdidas económicas irreparables. Trujillo no podía ser auxiliada desde Lima, San Martín se oponía a ambas desde su posición; tampoco podían las autoridades locales recurrir al norte y recibir un apoyo considerable de la Presidencia de Quito después de que Guayaquil proclamara su independencia. Podrían haber resistido con las fuerzas militares que tenían; sin embargo, no eran suficientes como para arriesgarse a un enfrentamiento y sufrir una derrota y una consiguiente ocupación. La élite trujillana tenía mucho que perder y poco que ganar siendo leales a la corona en esas circunstancias, puesto que en 1820 los realistas empezaron a sufrir muchas derrotas.
Pasar por la experiencia del miedo en 1819, les sirvió a los vecinos trujillanos para tener una perspectiva clara sobre el desarrollo de los acontecimientos; pero, incluso así, les era difícil romper con España si primero no conocían las intenciones de San Martín.[42] El momento llegó cuando éste le escribió a Torre Tagle el 20 de noviembre de 1820 desde Supe, manifestándole las circunstancias actuales en que se encontraba el virreinato desde su llegada y como se habían ido sumando diferentes pueblos a la causa independentista:
… mi objeto no es otro que ofrecer a V. el cuadro del verdadero estado de las cosas para que su sana razón le dicte la conducta que debe seguir.
Cuando el sentido común es suficiente para hacer conocer a todo hombre desapasionado la justicia de la causa que defienden los americanos, sería agraviar a V. el detenerme en persuadírselo. Pasaré, pues, a manifestar a V. que desde que desembarcó en las costas del Perú el ejército libertador, se ha desplegado en todas partes el amor de los pueblos a su independencia. Ica, Huamanga y Huancavelica han proclamado libremente su separación solemne del Rey de España; Jauja, protegida por la fuerte división del Coronel Arenales, ha seguido aquel ejemplo. Conchucos y Huamalíes, Caxatambo y Huaylas ha dado riendas a su patriotismo, tanto tiempo reprimido por la presencia de la fuerza opresora. En Pasco no se contentaron con sacudir el yugo, sino que contra mi inclinación ejercieron una venganza severa, quitando la vida a los españoles que había allí. V. sabrá ya que Casma y Huarmey han quebrantado también sus cadenas, y cometidos algunos excesos que, aunque sensibles, son ciertamente inevitables en una conmoción popular, y en el transito repentino a un nuevo orden de las cosas (Ortiz, 1989, p. 24).
Un aspecto de la primera carta del libertador que se ha dejado de lado es su carácter intimidatorio. A pesar que sostiene que no necesita persuadirlo, le describe a continuación el desarrollo de los hechos a favor del ejército patriota e introduce, junto con la enumeración de las ciudades y pueblos que se han sumado a la independencia, un mensaje de temor consistente no solo en dar a conocer las consecuencias mortales para los defensores de la causa del rey, en caso que una parte de la población local no se decidiera por separarse de España, sino que de ocurrir ello o algo parecido él “no podría” hacer nada para evitarlo.[43] Es decir, en su mensaje introduce el miedo a la subversión del otro, a la irrupción violenta de elementos marginados del poder, ya sea como acción concreta o imaginada (Rosas, 2005). Sin embargo, luego de infundir temor, muestra una alternativa y manifiesta:
La toma de la fragata Esmeralda bajo las baterías del Callao ha decidido de tal modo la balanza marítima en mi favor, que no queda el menor obstáculo para la realización de mis planes. Por otra parte la opinión pública se consolida y se pronuncia más abiertamente, al ver que son religiosamente cumplidas mis promesas de respetar prerrogativas, empleos y propiedades en aquellos que no son enemigos de la causa, que estoy encargado de sostener y promover (Ortiz de Zevallos, 1989, p. 24).
Es así que después de la intimidación, les muestra cual es el camino correcto que deben elegir para que puedan conservar sus “prerrogativas, empleos y propiedades”: no ser enemigos de la independencia. Sin embargo, San Martín considera que no es suficiente el intimidar con ejemplos de otros pueblos y ofrece, al mismo tiempo, como única opción, el abrazar la causa independentista para obtener los resultados que desea; por ello, juzga necesario terminar su carta con un mensaje más contundente, describiéndole a Torre Tagle la crítica situación en la que se encuentra Trujillo e indicándole las consecuencias directas que sufriría esta ciudad si rechazara la alternativa que le ofrece:
En semejante situación, aislada la Provincia del mando de V., abandonada a sí misma por la insurrección de Guayaquil y por la posición de mi ejército, cuáles son los deberes que impone a V. el amor a su patria y a la humanidad. ¿Será prudente sacrificarse V. y sacrificar a los habitantes de Trujillo por intereses ajenos, y aún contrarios a los suyos? ¿Será justo anteponer las obligaciones de un pundonor mal entendido, a las que la razón y la eterna moral prescriben a todos los hombres? ¿A qué luchar contra el torrente de los sucesos y los dictados de la justicia, contra la voluntad de los pueblos y el imperio de la necesidad?
Repito a V., paisano apreciado, que no es mi ánimo alucinar e intimidar, sí solo propender a una unión entre nosotros, que me parece puede efectuarse salvando el honor y los compromisos públicos de V. y consultando los intereses y la felicidad de sus dignos habitantes (Ortiz de Zevallos, 1989, pp. 24 y 27).
San Martín, a través del intendente, le muestra a los trujillanos que están atrapados por una tenaza de fuerzas independentistas que está a punto de cerrarse por el norte y por el sur y que la única alternativa que les queda si quieren conservar la vida, sus propiedades y el honor es sumarse a la causa que él defiende. La respuesta de Torre Tagle no se hizo esperar y el 1 de diciembre le manifestó lo siguiente:
La satisfactoria, juiciosa y preventiva carta de V. de Noviembre anterior, ha sido el iris que ha serenado la tormenta que agitaba mi alma. Tenazmente adherido por inclinación y convencimiento al interés de nuestra Patria, me he visto por tres veces en el borde del precipicio, del que milagrosamente he sido libertado (Ortiz de Zevallos, 1989, p. 28).
Con esta primera declaración le comunica que estaba ya decidido por la independencia mucho antes de recibir su carta del 20 de noviembre y que, tomando conocimiento de ésta, ha tranquilizado “la tormenta que agitaba su alma”. Esto último puede interpretarse como una manifestación de temor de acercarse a San Martín al no saber cuál habría sido su reacción, debido a no encontrar la manera de contactarse con él, antes que pudiera atacar la ciudad, a pesar de haberlo intentado. Cualquiera haya sido la causa de su intranquilidad, la afirmación que realiza mostraría que él y por lo menos algunos vecinos trujillanos, ya estaban decididos por la independencia antes del envío de este documento. Difícil, sin embargo, saber con certeza si no fue la carta intimidatoria del general argentino la que hizo cambiar de postura al marqués, es decir, el miedo a las consecuencias sugeridas por el libertador en caso de que no se decidiera por la alternativa que le ofrecía; o, efectivamente, que era verdad que estaba ya decidido por la separación del dominio de España aun antes de leerla.
Lo cierto es que la élite trujillana ya había mostrado una actitud “neutral” o expectante desde el 16 de setiembre de 1820 y, a diferencia de lo que había ocurrido en noviembre de 1819, había decidido no volver a huir de la ciudad a pesar de estar respaldados por una orden del virrey del 6 de octubre de aquel año. Es posible entonces que después de que Pezuela diera esta orden, y ya con San Martín al norte de Lima a inicios de noviembre de 1820, Torre Tagle comprendiera que la élite, al no intentar escapar, tenía otros planes para superar la crisis en la que se encontraba: se enfrentaba a una segura incursión armada insurgente en caso de ofrecer resistencia (tenía el antecedente de Cochrane muy cerca).
Entonces, la actitud política de este grupo social apuntaba después de setiembre y, sobre todo, de octubre de 1820, a una posible postura independentista si se daban las condiciones para ello. Esta predisposición tácita de la élite a evaluar alternativas de cambio era la característica principal del contexto político en Trujillo, previo al acercamiento con San Martín. El general argentino, sin embargo, no lo sabía; de lo contrario su primera carta no hubiera tenido ese tono intimidante. Esta inclinación a evaluar opciones de cambio por parte de los habitantes de la ciudad, era lo que se vivían en esos meses, y corresponde con la versión de los hechos que luego el marqués le informa al libertador. Así le indicó:
Jamás dudé del arribo del Ejército Libertador a estas Costas, y deseando eficazmente coadyuvar a sus loables miras, obteniendo en propiedad la opulenta ciudad de La Paz, preferí la interinidad de Trujillo, a la que traje de Capellán un religioso limeño, y de secretario a don José María García, natural de Valparaíso, ambos son dedicados como yo a la causa de nuestra Patria; estos y dos primos míos el Marqués de Bellavista, y don Miguel Tinoco y Merino son los únicos confidentes de nuestra iniciada grata correspondencia.
No ha sido ilusoria su esperanza respecto a que la sagaz, equitativa, franca, y generosa política de V. no menos que la disciplina y valor de un ejército numeroso, han reunido indisolublemente a favor de nuestra justa causa, la opinión divergente de los pocos que vacilan. No tuve embarazo para revelárselo de oficio, y por última vez al Exmo. Señor Pezuela, y con la misma franqueza se lo insinúo a V. para que tenga la satisfacción de contar con los habitantes de esta Provincia (Ortiz de Zevallos, 1989, p. 28).
En tal sentido, el intendente aparte de manifestarle que estaba decidido por la independencia, previamente al envío de su carta, también le da a conocer a dos de sus confidentes, ambos criollos e integrantes de la élite local (el primero de ellos alcalde de la ciudad) y partidarios al igual que él por la separación de España; además, le indica, entre otras cosas, que su política y “ejército numeroso” ha terminado por inclinar a favor de la independencia a quienes dudaban de esta decisión.
Después de la carta del Libertador, el miedo colectivo que experimentaba gran parte de la élite cambia de agente, ahora son los realistas avecindados en Trujillo los que provocaban esta emoción.[44] El temor a ser descubiertos, antes de estar preparados para enfrentarlos o anularlos, se manifiesta a través de las medidas de precaución que toma Torre Tagle ante una probable filtración de la información que manejaba al bando contrario. Este es el motivo por el que le menciona también a San Martín: “Para mejor y más seguramente continuarla, se ha de servir V. rotular las que sucesivamente me escribía al citado Bellavista en su hacienda de San Idelfonso, y bajo de ese señor, el mío; que le cuidará de dirigírmelas sin riesgo, pues lo hay en el ingreso de la ciudad” (Ortiz de Zevallos, 1989, p. 28), pero, agrega algo más:
He conferenciado con el Teniente Coronel graduado Don Pedro Antonio Borgoño, sobre la materia, después de poner en sus manos la que bajo mi cubierta le escribió su hermano. Este buen compatriota está pronto a seguirme con la Compañía de Infantería de su mando. Es la única tropa en que puedo tener absoluta confianza. Mi intento es prender a todos los Españoles, del Obispo para abajo, y remitirlos a disposición de V. (Ortiz de Zevallos, 1989, p. 30).
Y así lo cumplió. El 22 de diciembre de 1820 tomó prisionero al obispo José Carrión y Marfil y desbarató un intento de golpe militar organizado por Carlos Tolrá, teniente coronel del regimiento Numancia, que había llegado a Trujillo desde Quito por orden del presidente Aymerich. Derrotada la facción realista, el marqués y la élite criolla se hicieron del control de la ciudad y acordaron proclamar la independencia para el 29 de diciembre. Días después Torre Tagle procedió a mandar delegaciones a las demás ciudades de la intendencia para que se sumaran a la causa independentista; para entonces, aparte de Trujillo, solo la ciudad de Lambayeque había conseguido también proclamarla el 27 de diciembre.
Finalmente, llegado el día 29, se procedió a realizar los actos de proclamación de la independencia de la ciudad e intendencia de Trujillo. Hubo numeroso público presente y, aunque no se conserva el acta, se sabe que firmaron todos los vecinos de la ciudad. Una semana después la declararon formalmente; así, reunidas las autoridades locales el 6 de enero de 1821, la juraron solemnemente ante el marqués de Torre Tagle; quien les dijo:
… si prometían y juraban con él, a Dios Nuestro Señor, y ante la señal de la cruz, defender la independencia del Perú, la Religión Católica, Apostólica y Romana; (… y la Patria) hasta derramar la última gota de sangre; contestaron todos unánimemente que sí juraban … (Centurión, 1962, 121).
En las semanas y meses siguientes estuvieron avocados en consolidar esta posición política en el resto de la intendencia, tanto a través de la persuasión como por medio del uso de las armas, sobre todo ahí donde encontraron resistencia realista.
Conclusiones
Después de tener contacto con la misiva de Castelli, la primera actitud de temor que manifestó la élite trujillana consistió en evitar ser percibidos como desleales al rey por las autoridades virreinales; así, no dar lectura al documento fue una forma de eludir malos entendidos en caso se filtrara información de lo sucedido en la sesión de 1811. El miedo de este grupo social cambió de agente después de la rebelión de 1814, cuando al año siguiente el virrey intenta enviar prisioneros insurgentes a la cárcel de Trujillo; ante esta intención de las autoridades, expresan su molestia y advierten de las posibles consecuencias negativas para el fortalecimiento de la lealtad de sus habitantes en caso se concrete esta medida. Ahora es la posibilidad de una insurgencia en su territorio, que antes parecía lejana, lo que les causa temor.
En 1816, la presencia de los insurgentes del Rio de La Plata y Chile en el norte del virreinato peruano generó en Trujillo un contexto de incertidumbre, sobre todo después que atacaron el puerto del Callao y se dieron los primeros actos de sedición indígena al norte de la intendencia. Este ambiente de incertidumbre se agudizó luego de la derrota de los realistas en Chacabuco; la noticia de los hechos llevó a la élite a tomar medidas de precaución, pero también a imaginar las consecuencias en caso los rebeldes del sur ingresasen a esta ciudad y unidos con los prisioneros locales atentaran contra la propiedad privada y la vida de los trujillanos. La manifestación de este miedo fue aún más explícita en José Perea, un párroco del pueblo de Cajabamba, quien pasó de la confianza en una victoria realista en Chile al más profundo temor después de enterarse de la derrota en Maipú del ejército de Mariano de Osorio.
En 1819 Thomas Cochrane incursionó en el norte del virreinato peruano y asoló sus costas. Si antes el miedo consistía en una posible incursión armada que no terminaba por darse, la noticia del 17 de noviembre de que habían ingresado al sur de Trujillo y habían saqueado los pueblo de Santa y Nepeña causó en la élite un pánico no antes visto: esta vez no solo imaginaron, sino que experimentaron un intento concreto de destrucción de su ciudad y de ellos a manos de los insurgentes. Cochrane no ingresó finalmente, pero dejó la experiencia más cercana entre sus habitantes de cuáles podrían ser las consecuencias reales de una incursión exitosa.
En esa coyuntura surgieron las condiciones para que la élite criolla comenzara a cuestionar su lealtad al rey y buscara otras alternativas de gobierno, no tanto por patriotismo o ideas de libertad sino por supervivencia social. El momento culminante sucedió con la presencia de San Martín en el virreinato en 1820. El general argentino se ubicó entre Lima y Trujillo, incomunicando a ambas ciudades; luego procedió a entablar conversaciones con Torre Tagle, ahora intendente de Trujillo. San Martín, desde un inicio, le dejó en claro la posición complicada en la que se encontraban, tanto él como los trujillanos. Le informó que no tenían salida, que estaban atrapados desde el norte por Guayaquil, que el 9 de octubre había proclamado su independencia, y por él desde sur; y para terminarlos de persuadir, les puso como ejemplo lo que había pasado en los pueblos donde la plebe se había sublevado soliviantados por la presencia del ejército libertador y que solo podría intervenir si obtiene una respuesta favorable, pues de lo contrario no haría nada para evitarlo. Para ese momento, la élite trujillana ya se había decidido por la independencia, había dejado de sesionar el cabildo en setiembre y había evitado abandonar la ciudad a pesar de la orden del virrey para que lo hagan. Después de las experiencias de miedo que había pasado, sabía cuál era la decisión correcta para no perder sus propiedades y la vida. Así, el 29 de diciembre, luego de capturar a los realistas y encerrarlos en la iglesia La Merced, proclamaron solemnemente la independencia de la ciudad e intendencia de Trujillo en nombre de Dios, la Patria y la virgen María.
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Recibido: 30/05/2023
Evaluado: 29/07/2023
Versión Final: 14/09/2023
(*) Licenciado en Historia (Universidad Nacional de Trujillo), Perú. Investigador independiente. Email: isaactru@hotmail.com, ORCID: https://orcid.org/0000-0003-3650-1010
(**) Licenciado en Arqueología (Universidad Nacional de Trujillo). Magister en Historia (Pontificia Universidad Católica del Perú), Candidato a Doctor en Historia (Pontificia Universidad Católica del Perú), Profesor Auxiliar de la Escuela Profesional de Arqueología (Universidad Nacional de Trujillo), Perú. Email: jcastanedam@unitru.edu.pe. ORCID: https://orcid.org/0000-0001-5645-451X
[1] Archivo Regional de La Libertad (ARLL), Cabildo, Compulsas, Leg.102, Exp. 1742, fol. s/n.
[2] ARLL, Cabildo, Compulsas, Leg. 102, Exp. 1742, fol. s/n.
[3] ARLL, Cabildo, Compulsas, Leg. 102, Exp. 1742, fol. s/n.
[4] ARLL, Cabildo, Compulsas, Leg. 102, Exp. 1742, fol. s/n.
[5] Por ejemplo, durante estos años de rebelión resurge el miedo a Túpac Amaru II entre las autoridades virreinales (Rosas 2019).
[7] ARLL, Cabildo, Trujillo, Compulsas, Legajo [1815] 102, Exp. 1746, fols. 4-4v.
[8] ARLL, Intendencia, Oficios, Leg. 441, Exp.5533, fol. s/n.
[10] ARLL, Intendencia, Oficios, Leg. 441, Exp.3554, fol. 5915.
[11] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 416, Exp.2719, fols. 1-1v.
[12] ARLL, Intendencia, Oficios, Leg. 428, Exp.2557, fol. 5926.
[13] En realidad, Pezuela menciona la captura de dos bergantines, Vigilancia y Libre. Sin embargo, el primero no era insurgente sino realista, capitaneado por Antonio Cerraje; quien a bordo de ésta destruyó a la embarcación Libre. Véase: ARLL, Intendencia, Oficios, Leg. 441, Exp.3557, fol. 5984.
[14] ARLL, Intendencia, Oficios, Leg. 441, Exp.3557, fol. 5981.
[15] ARLL, Intendencia, Oficios, Leg. 441, Exp.3560, fol. 6019.
[16] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2750, fols. 1v- 2.
[17] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2750, fol. 2.
[18] El párroco de Paita y Colán (Piura) Gregorio de Alba y el vicario de Cajamarca Miguel Solano dejaron también por escrito sus experiencias de miedo cuando se enteraron de la derrota del ejército realista en Maipú. Véase: Archivo Arzobispal de Trujillo (AAT), Curatos, Leg. 18, Exp. Q-18-21, Carta Nº 3, Presbítero Miguel Solano al Obispo José Carrión y Marfil, 23-05-1818 y AAT, Curatos, Leg. 18, Exp. Q-18-21, Carta Nº 13, Presbítero Gregorio de Alba a Fernando Pesantes, 7-06-1818.
[19] AAT, Curatos, Leg.21, Exp. 5.
[20] AAT, Curatos, Leg.21, Exp. 5, Carta Nº 4, 7-06-1818, fol. s/n.
[21] AAT, Curatos, Leg.21, Exp. 5, Carta Nº 5, 23-06-1818, fol. s/n. La noticia informando del triunfo de San Martín en Maipú apareció en la Gaceta del Gobierno Lima, Nº 35, 27-05-1818.
[22] AAT, Curatos, Leg.21, Exp. 5, Carta Nº 6, 8-07-1818, fol. s/n.
[23] AAT, Curatos, Leg.21, Exp. 5, Carta Nº 8, 7-09-1818, fol. s/n.
[25] AAT, AAT, Curatos, Leg.21, Exp. 5, Carta Nº 10, 22-10-1818, fol. s/n.
[26] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 9v.
[27] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 10.
[29] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 10v.
[30] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol.19v.
[31] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol.19v.
[32] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol.19v.
[33] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 39.
[34] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 39.
[35] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 46.
[36] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 47.
[37] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fol. 42.
[38] ARLL, Intendencia, Asuntos de Gobierno, Leg. 417, Exp.2769, fols, 49-49v.
[39] Esta idea de provocar una inclinación por la independencia, cercando desde dos frentes al modo de una tenaza que puede cerrarse sobre su objetivo, es en parte deudora de la propuesta explicativa que realiza la historiadora Elizabeth Hernández (2008) para el caso piurano. Ella sostiene que la élite de este lugar solo se decidió por separarse de España cuando se encontró amenazada por Guayaquil desde el norte y, sobre todo, por Trujillo desde sur.
[40] Por ejemplo, Nicolás Rebaza en los Anales menciona que sería difícil nombrar a todos los vecinos trujillanos decididos por la independencia “... que ayudaban al señor Torre-Tagle…” (Rebaza, 1898, p. 31). Por su parte, Héctor Centurión Vallejo manifiesta que el cabildo dejó de sesionar desde mediados de setiembre, debido a que “... Torre Tagle durante ese lapso se dedicó a trabajar secreta y cautelosamente con los trujillanos...” (Centurión, 1962, p. 52).
[41] La percepción de que el marqués actuó motivado por miedo a los insurgentes era también contemporánea a los hechos. Por ejemplo, José María Padilla, secretario en el obispado de Maynas, consideró que las acciones que el intendente había tomado en Trujillo en diciembre de 1820 y, sobre todo, las que ejecutó luego contra aquel lugar a inicios de 1821, amenazado a su gobernador para que declarase la independencia de su jurisdicción, eran principalmente por temor (Hernández 2008).
[42] La élite piurana en una situación semejante, cercada por el norte y por el sur (desde este lugar por Torre Tagle luego de proclamar la independencia en Trujillo) y con la suerte ya echada, dudaba de decidirse por la independencia hasta no estar convencido si las tropas estaban a favor del intendente o seguían siendo fieles al rey (Hernández 2008).
[43] Dentro de la Intendencia de Trujillo tenían el antecedente de lo que había ocurrido en Paita el 14 de abril de 1819 cuando Cochrane decidió ocupar el puerto. Sucedió que mientras españoles y criollos resistieron defendiendo la causa del rey, la población indígena hizo vivas a San Martín y a la Patria y junto con los insurgentes se dedicaron a saquearla (Hernández 2008).
[44] Según los testimonios de los vecinos trujillanos, lo primero que hicieron los partidarios de la independencia fue capturar a los realistas, ya sean criollos o españoles, y encerrarlos en la iglesia La Merced para luego enviarlos a España; entre estos se encontraban los que habían conspirado con Carlos Tolrá (CNSIP 1972).