Época de cambios importantes. El feminismo radical de los ‘70 y el Movimiento de Liberación de la Mujer

 

Nadia Freytes(*)

 

I. Introducción

 

Una de las características principales que tiene la década del sesenta es el ascenso de los movimientos sociales más importantes del siglo XX; parte de ese fenómeno reside en la radicalización y politización de las ideas y las prácticas con las cuales “nuevos actores sociales” en EE.UU. y algunos países de Europa ingresan a la escena política: nutridos de nuevas demandas, como portadores de cuestiones, hasta el momento novedosas, crean una inédita manera de expresarse en el ámbito público. Así podemos mencionar el Movimiento Estudiantil, el de lucha por los Derechos Civiles y el Poder Negro, los Hippies y Yippies, y la renovación del Movimiento Feminista, entre otros.

El movimiento feminista como todo movimiento social es histórico, en ese mismo sentido se va transformando a merced de los cambios sociales, por ello mediante este trabajo trataremos de delimitar algunas líneas de análisis que nos permitan acercarnos al desarrollo de una de las corrientes de la Segunda Ola del movimiento feminista, nos referimos al Feminismo Radical. Para ello, puntualizando en el caso específico de EEUU debido a que es precisamente en Norteamérica donde más impacto tiene éste, nos centraremos en el Movimiento de Liberación de Mujeres, el cual constituye, en mi opinión, la obra de acción política femenina más importante de dicho periodo.

 

II. Época de utopías y movimientos contestatarios

 

Los años que van desde mediados de la década del ‘60 y principios de los ‘70, marcan una época de profundas transformaciones políticas, económicas, sociales, culturales e ideológicas, producto de los cuales la juventud se va convirtiendo en un segmento relativamente autónomo dentro de la sociedad occidental. En este sentido los jóvenes gravitan también, en la medida en que se convierten en un “actor social reconocido”. De este modo en EEUU y en Europa aparecen en escena una serie de “nuevos movimientos sociales” (conformados en su gran mayoría por jóvenes), como el Movimiento Estudiantil, el de lucha por los Derechos Civiles de las personas negras, el Movimiento Hippie, y el Movimiento Feminista de la Segunda Ola, entre otros. Es importante mencionar que, cada uno de ellos tuvo no sólo un desarrollo diferente, de acuerdo al contexto histórico propio del país en el que se manifestó (e incluso no todos florecieron en todos los países) sino que además sobresalían en estos movimientos marcadas diferencias, debido a que cada uno tenía en su imaginario diferentes demandas y objetivos a consumar, vinculados a los intereses y necesidades de sus “actores sociales”, y sus particulares modos de organización y formas de manifestarse en el ámbito público, entre otras cuestiones. Sin embargo, frente a un contexto de acrecentada agitación política social en países pertenecientes al “mundo capitalista avanzado”, su característica peculiar fue su definido carácter contractual: coincidían en forjar nuevas maneras de vida, en las que se incorporara a los “grupos oprimidos” (y por tanto estos dejaran de ser “los oprimidos”) y modificaron algunas concepciones acerca de la sociedad, las relaciones sociales, e incluso de relaciones entre los sexos. Al mismo tiempo, estos movimientos, y todas las características que de ellos se desprenden constituyeron una “novedad”, de allí los términos Nuevos Movimientos Sociales[1], Nuevos Actores Sociales, para hacer referencia a los mismos.

Pero entonces, ¿por qué “nuevos”?, y en todo caso ¿qué tienen de “nuevo” estos nuevos movimientos sociales? Por obvio que parezca es pertinente aclarar que, en primera instancia fue necesario el surgimiento de la idea de que había “viejos movimientos sociales”[2]. En ese mismo sentido, siguiendo con el análisis de Dalton, Kuechler y Bürklin[3] trataremos de ahondar en algunos de los rasgos que para estos autores constituyen lo “novedoso” de estos movimientos (en contraste con lo “viejo”): “su rasgo definitorio es su defensa de un paradigma social que contrasta con la estructura dominante de finalidades de las sociedades occidentales”[4] de allí que cuestionen la preponderancia que en la sociedad reciben la riqueza y el bienestar material, centrándose en algunas cuestiones más vinculadas a aspectos culturales y a la calidad de vida; de este modo su ideología, uno de los aspectos que los distingue de sus predecesores, contiene también elementos libertarios: muchas reivindicaciones tienen que ver con el plano personal, con la vida íntima y la libertad de poder ser y actuar en la sociedad. Según estos autores, otro rasgo a destacar de los nuevos movimientos sociales es que no están dirigidos a ningún grupo social en particular, por lo tanto a diferencia de sus antepasados las demandas y/o intereses no están pensados únicamente en términos de clases sociales. En relación con lo anterior, cuando abordemos las relaciones existentes entre el Movimiento de Liberación de Mujeres con otros grupos de luchas como la población negra, los jóvenes, estudiantes o no, veremos como la clase no es el único eje vertebrador del proceso de coincidencias y disidencias que se establece entre los mismos.

Con relación a las razones que los impulsan a participar “la opinión generalizada es que las motivaciones de quienes participan en los nuevos movimientos sociales son finalidades ideológicas y lucha por bienes colectivos, y no un estrecho interés particular”[5]. Hay además otra cuestión que no es menor, y es la falta de una estructura centralizada y jerárquica[6] (como las que posee el movimiento obrero) es por ello que, los nuevos movimientos sociales “prefieren una estructura descentralizada, abierta y democrática que está más en armonía con las tendencias participativas de sus partidarios”[7]. Con relación al caso del Movimiento de Liberación de la Mujer, esto puede observarse con claridad, debido a que no constituye un movimiento organizado internacionalmente, se trata más de un movimiento situado en EEUU y varios países de Europa y como tal, se halla impregnado del contexto histórico de cada lugar, no obstante el aglutinante fundamental es su identificación y meta en común: la liberación de la mujer. Esto conlleva, de común acuerdo, a la inexistencia de dirigentes, y a la apuesta al trabajo colectivo. Finalmente debemos aclarar que en relación con el estilo político los nuevos movimientos sociales “reivindican el hecho de quedarse intencionalmente al margen del marco institucional de la administración pública. Prefieren influenciar en las decisiones políticas mediante presiones y mediante el peso de la opinión pública, en lugar de comprometerse directamente con la actividad política convencional. Parecen propensos a las actividades de protesta”[8].

 

III. De Beauvoir a Friedan: El Feminismo de la Segunda Ola

 

Quien lea estas páginas se preguntará: ¿por qué el Feminismo de la Segunda Ola puede considerarse un nuevo movimiento social? (si el Feminismo, como movimiento social, tiene sus orígenes con anterioridad al periodo que estamos abordando), y en todo caso ¿qué es lo novedoso que trae esta renovación del movimiento?. De este modo, considero pertinente mencionar una serie de cuestiones. En primera instancia, concebir al movimiento feminista como movimiento social, implica visualizarlo en sus relaciones con el contexto histórico, el cual como todos sabemos se encuentra en permanente cambio, pero además requiere vislumbrar las transformaciones “ontológicas” que sufre internamente el movimiento (por supuesto que éstas también guardan relación con el contexto histórico). En ese mismo sentido la Segunda Ola del Feminismo, sobre todo, el feminismo radical, va a significar una importante ruptura con la propia historia del movimiento; de sus concepciones, prácticas y vinculación con el resto de los movimientos sociales se desprenderá un legado que, incluso en la actualidad, resulta elocuente.

¿Cuándo podemos ubicar el surgimiento de lo que se conoce como la Segunda Ola del Movimiento Feminista? ¿Es posible remitirnos a una fecha precisa? ¿A qué se debe este “florecimiento”? Como todos sabemos no es prudente considerar que en el proceso histórico hay “sucesos aislados” que marcan “rupturas tajantes”, en primera instancia porque no existen sucesos aislados, pues siempre se hallan inscriptos en un proceso general atravesado por una multiplicidad de relaciones políticas, económicas, sociales e ideológicas, del mismo modo, aunque podemos reconocer que no todos los acontecimientos poseen en términos históricos la misma importancia, un suceso no puede, de ninguna manera, determinar fácticamente el comienzo y el fin de una “época”. Desde ésta perspectiva, aunque comúnmente se ubica el surgimiento de la segunda ola del feminismo en la década del sesenta, considero que es vertebral trasladarnos un poco más atrás en el tiempo, y tomar como disparador inicial la publicación en 1949 del libro “El Segundo sexo” de la escritora francesa Simone de Beauvoir. Con su célebre frase: “no se nace mujer, llega una a serlo” Beauvoir pone de manifiesto el conjunto de disposiciones mediante los cuales una determinada sociedad hace que una mujer no nazca como un ser para otros, sino que llegue a serlo. En ese mismo sentido como sostiene Ana de Miguel “la obra de Simone de Beauvoir es la referencia fundamental del cambio que se avecina. Tanto su vida como su obra son paradigmáticas de las razones de un nuevo resurgir del movimiento. Tal y como ha contado la propia Simone, hasta que emprendió la redacción de “El Segundo Sexo” apenas había sido consciente de sufrir discriminación alguna por el hecho de ser mujer. La joven filósofa, al igual que su compañero Jean Paul Sartre, había realizado una brillante tarea académica, e inmediatamente después ingresó por oposición -también como él- a la carrera docente ¿Dónde estaba, pues, la desigualdad, la opresión? Iniciar la contundente respuesta del feminismo contemporáneo a este interrogante es la impresionante labor llevada a cabo en los dos tomos de El Segundo Sexo[9]. Es así, como Beauvoir, comienza a marcar el camino para lo que años después sería un florecimiento sin precedentes para el movimiento feminista.

Iniciando la década del sesenta, otra mujer, Betty Friedan, haciendo hincapié en la sociedad norteamericana, de la que ella formaba parte, comienza a preguntarse acerca de una realidad de la cual no podía dar cuanta aún pero que, como mujer e incluso por su trabajo como redactora en una revista, observaba y escuchaba reiteradamente en diferentes espacios (como, el supermercado, la escuela, bares, o charlando en la calle), y por supuesto entrevistando a menudo mujeres para su trabajo. Según afirma Friedan en su libro La Mística de la Feminidad (publicado en el año 1963) “el problema permaneció latente durante muchos años en la mente de las mujeres norteamericanas. Era una inquietud extraña, una sensación de disgusto, una ansiedad que ya se sentía en EEUU a mediados del siglo actual XX”[10]. De allí que la autora lo denomina el “problema que no tiene nombre”. En un contexto histórico en donde la principal aspiración de cualquier mujer era casarse, tener varios hijos y ser ama de casa en un barrio residencial, Friedan resalta como, “las amas de casas norteamericanas, liberadas gracias a la ciencia y a los aparatos electrodomésticos de sus duras faenas, de los peligros del parto, y de las enfermedades de sus abuelas, eran sanas, hermosas y bien preparadas; se ocupaban sólo de sus maridos, de sus hijos y de sus casas. Habían encontrado la verdadera ocupación femenina. Como amas de casa y madres eran respetadas en la misma forma que lo eran sus maridos en su mundo. Podían elegir libremente sus automóviles, sus trajes, sus aparatos electrodomésticos, sus supermercados; tenían todo lo que la mujer había soñado siempre. Quince años después de la Segunda Guerra Mundial, ésta mística de la feminidad se convirtió en el centro de la cultura de Norteamérica”[11].

¿Qué les estaba sucediendo entonces, a innumerables cantidad de mujeres en dicho país? ¿A quienes afecta este problema que (aún) no tiene nombre? Conocer la existencia de este “malestar general” significó para muchas no solo saber que no se trataba de una cuestión personal sino de un cambio fundamental, con relación a las concepciones que tenían acerca algunos aspectos de sus propias vidas. Sin duda, Friedan, hizo explícito que había muchas cuestiones por las que se debía luchar, ya que su origen nada tenía que ver con la escasez de recursos materiales, de hecho como hemos advertido, en su mayoría se trataba de mujeres de clase media, con una cómoda situación económica, como la misma autora afirma: “las mujeres a las que atormenta este problema, en las que esta voz resuena, han vivido siempre dedicadas a la persecución de la perfección femenina. No son mujeres que han estudiado una carrera (aunque esas mujeres pueden tener otros problemas); son mujeres cuya ambición ha sido el matrimonio y los hijos. Para sus padres, estas mujeres de la clase media no podían tener otro sueño. Las que ahora están entre los cuarenta y cincuenta, que en su juventud tuvieron otros sueños, renunciaron a ellos y se consagraron con alegría a su vida de amas de casa. Para las más jóvenes, las que ahora empiezan a vivir su papel de esposas y madres, y éste fue el único sueño. Son las que abandonaron el colegio para casarse o las que renunciaron a un trabajo que realizaban sin entusiasmo para casarse a su vez. Estas mujeres son muy ‘femeninas’ en el sentido general de palabra. También, sin embargo, las hace sufrir el mismo problema”[12]. Tal fue la incidencia del “problema que no tiene nombre” que tres años después de publicado “La Mística de la Feminidad” en 1966, Betty Friedan se convierte en una de las fundadoras de la NOW (Organización Nacional para las Mujeres), la cual se convertiría no solo en una de las asociaciones feministas más importantes de EEUU, sino también en la representante de lo que se denominó el “Feminismo Liberal”, una de las corrientes que fluían de la segunda ola del movimiento. Sobre esto volveremos con más detenimiento pero no podemos dejar de mencionar que incluso NOW será una de las muchas organizaciones, y grupos que conformaron el Movimiento de Liberación de la Mujer, el cual a pesar de las variedades de estilos y opiniones acerca de la situación desventajosa de la mujer, constituye la obra política feminista esencial de los años sesenta.

 

IV. El Movimiento de Liberación de la Mujer

 

Antes de adentrarnos en el tema estimo prudente realizar una serie de aclaraciones, “la liberación de la mujer es un movimiento internacional, no en su organización, sino en su identificación y metas comunes”[13] es por ello que su desarrollo no fue igual en todos los países en los que prosperó. Es preciso advertir además, como sostiene Juliet Mitchell, que “todos los países eran industriales. Fuera de las naciones socialistas, son éstas las naciones principales del mundo con programas igualitarios: se trata de democracias liberales, aparentemente organizadas por medio de una política de consenso”[14]. Por lo tanto, insisto, no debemos perder de vista el hecho de que el MLM[15], floreció en países occidentales con democracias industriales avanzadas. ¿Por qué es importante no perder de vista éstas especificaciones que acabamos de mencionar? Porque no podemos desvincular los actores sociales sobre los que vamos hacer hincapié de los respectivos contextos socio-políticos de los que forman parte, una prueba de ello fue la caracterización de las mujeres norteamericanas que padecían lo que Friedan denominó “el problema que no tiene nombre”: amas de casa, blancas, de clase media, e incluso algunas con estudios superiores.

Como mencionábamos al comienzo, mediante este informe trataremos de visualizar, por un lado la emergencia y desarrollo del MLM, como parte de una práctica política feminista, (en EEUU atendiendo a las disidencias entre las diferentes corrientes del feminismo: las que a grandes rasgos podríamos denominar “liberales” y “radicales”) y por el otro la participación de las mujeres en otros movimientos sociales, debido a que como veremos más adelante, ambos procesos se hallan continuamente relacionados. Lo anterior nos conduce a interrogarnos acerca de cuáles son los puntos en común que podemos hallar entre la lucha por la liberación de la mujer y el resto de las luchas reivindicatorias propias de cada movimiento. En ese mismo sentido como alega Juliet Mitchell la opresión femenina tiene características paradigmáticas debido a que aunque es visiblemente perceptible en todas partes del mundo y en cualquier grupo político es en el ámbito concreto del hogar donde las mujeres la experimentan. Al mismo tiempo su particularidad puede apreciarse en el modo en como ésta es transversal al resto de las opresiones: “pese a que algunas mujeres gozan de un alto nivel de vida, la gran mayoría comparte con los negros (y con la clase trabajadora) una pobreza social y económica; comparte con los estudiantes una manipulación ideológica, junto con los hippies puede prosperar por la represión o explotación sexual, la negación de la libertad y su búsqueda dentro de los recursos del individuo”[16]. Existen una serie de coincidencias entre los movimientos juveniles y el movimiento de liberación, las cuales los hermanan para luchar en el plano ideológico “en donde como agentes y objetos del consumidor de clase media <venden> y como futuros fabricantes de un necesario consenso, se encuentran en una posición altamente consciente de su significado”[17]. Sin embargo la “opresión femenina” es un proceso realmente complejo, “al igual que los negros la mayoría de las mujeres son pobres; no obstante al igual que los estudiantes y los revolucionarios jóvenes (hippies, yippies) las mujeres dentro del movimiento provienen en su mayoría de clase media”[18]. Por lo tanto “la liberación de la mujer tuvo aliento revolucionario de dos fuentes: la pobreza económica de la mujer dentro del país más rico del mundo (al igual que los negros) y su degradación mental y emocional en algunas de las condiciones más optimas proporcionadas por ese país (al igual que los estudiantes y la juventud). Una conciencia en desarrollo de lo segundo permitió la realización de los primero”[19].

 

IV.a. Entre “reformistas” y “radicales”

 

En los distintos países, la organización del MLM es variada, lo cual se debe en cierta medida al modo en que el movimiento ha surgido en cada uno de ellos, como ya hemos mencionado al comienzo de este recorrido nosotros haremos hincapié en el surgimiento que tuvo el mismo en EEUU. En ese mismo sentido para Jo Freeman[20] aunque el MLM se manifiesta en una variedad de grupos, estilos y organizaciones casi infinita, ésta diversidad es producto solo de dos orígenes, los que representan a dos diferentes estratos de la sociedad e incluso orientaciones, valores, y manera de organización diferenciales. El ala más antigua se halla conformada, entre otras, por la NOW (Organización para Mujeres), por grupos como la UPNM (Unión Político-Nacional de las Mujeres, MEF (Mujeres Empleadas Federales y la “auto definida” ala derecha del movimiento, (LAIM) la Liga de Acción para la Igualdad de las Mujeres. El promedio de edad de sus integrantes es mayor (en relación con la otra vertiente): se trata de mujeres -y algunos hombres- interesados fundamentalmente por los problemas legales y económicos, sobre todo de las trabajadoras. La primera –y más importante- en conformarse fue la NOW, su nacimiento se debió, por un lado como ya hemos advertido, al impacto que provocara la publicación de “La Mística de la Feminidad” y por otro a “la edición de la palabra ‘sexo’ al título VII del Acta de Derechos Civiles prohibiendo la discriminación en los empleos. Aunque luego de muchos encuentros y desencuentros la resolución fue vetada, un grupo de mujeres (28 para ser exactas) que se había reunido para pedir por la misma antes de que ésta fuese desaprobada, con Friedan como uno sus máximos exponentes, pagaron cinco dólares cada una para comenzar a financiar una organización cuyos objetivos estuviesen vinculados a permitir y promover la integración de mujeres y hombres con iguales responsabilidades y oportunidades a la sociedad norteamericana. En poco tiempo la NOW se fue consagrando como la organización feminista más influyente de su tiempo, cuya importancia social quedó plasmada no solo en la enorme cantidad de mujeres que se afiliaban diariamente a esta, sino en las más de 70 disposiciones que el Congreso de EEUU aprobó, a lo largo de toda la década del 70, concernientes al llamado “problema de la mujer”. De este modo se va identificando a Betty Friedan como una de las figuras claves de esta corriente del feminismo conocida como liberal, debido a que caracteriza la situación de las mujeres como de desigualdad y exclusión con respecto de los hombres. Convencidas de esto las liberales, se proponen llevar a cabo una serie de reformas tendientes a alcanzar la inclusión de las mismas dentro del ámbito público: intentando obtener igualdad en el trabajo, la educación, o 2 en los derechos civiles y políticos (con relación al hecho de “intentar ganar el espacio público” podemos afirmar que guardan algunas relación con el feminismo sufragista del siglo XIX). A pesar de la importancia que tuvo este sector del feminismo para las más jóvenes (quienes en su mayoría no superaban los treinta años de edad, y aunque no todas eran estudiantes “habían obtenido su educación política como participantes u observadoras interesadas en los proyectos de acción social de la década del sesenta”)[21] algo todavía no había sido lo suficientemente explorado para aludir a la desventajosa situación de la mujer. De manera que, con desconocimiento de la NOW, y el resto de los grupos y comisiones estatales[22], estas mujeres, las más jóvenes, comenzaron a formar su propio grupo. De esta facción surgiría lo que se denominó luego, Feminismo Radical. Si a través del “problema que no tiene nombre” Friedan había puesto de manifiesto que ese vacío, malestar, insatisfacción que sentían las mujeres norteamericanas era, antes que personal e individual, político (y por tanto debía ser tratado en terreno político) las feministas radicales, por su parte, entenderán que mejorar la “condición de la mujer” implica mucho más que la incorporación femenina al espacio público. De este modo, si las reformistas NOW habían caracterizado la situación de las mujeres en términos de desigualdad este sector del movimiento feminista comienza a percibir la realidad femenina como opresión. En ese mismo sentido las mujeres comienzan a percibirse como un “oprimido más”, dentro de los oprimidos, es así que comienzan a vincular la lucha feminista (de liberación de la mujer) a “otras luchas”, empezando a apegarse a la Nueva izquierda y otros movimientos sociales contemporáneos: el estudiantil, el de lucha por los derechos civiles y políticos, el pacifismo, entre otros. Sin embargo, y a pesar de las coincidencias que pudieran llegar a existir, las mujeres de cualquiera de estos movimientos enseguida vislumbraron no sólo que su lucha feminista era relegada y de hecho considerada secundaria, sino también que eran dirigidas a seguir desempeñando los roles tradicionales. Citando a Robin Morgan, Ana de Miguel afirma “comoquiera que creíamos estar metidas en la lucha para construir una nueva sociedad, fue para nosotras un lento despertar y una deprimente constatación descubrir que realizábamos el mismo trabajo en el movimiento que fuera de él: pasando a máquina los discursos de los varones, haciendo café pero no política, siendo auxiliares de los hombres, cuya política, supuestamente, reemplazaría al viejo orden”[23]. En ese mismo sentido Jo Freeman expresa “la situación en la que estas mujeres se encontraban entró irremediablemente en conflicto con las ideologías de ‘democracias participatorias’, ‘libertad’ y ‘justicia’ que estaban expresando. Se encontraron con la contradicción de trabajar por un ‘movimiento de libertad’ pero sin ser libres”[24]. Lo anterior nos conduce a mencionar el doble proceso de transversalidad característico de la opresión femenina, por ejemplo aunque económicamente los negros, al igual que la mujer constituyen un grupo explotado, dentro de este grupo las mujeres negras en relación con los varones lo son más–oprimidas racialmente por ser negras pero además por ser mujeres. Del mismo modo ocurre en relación con la opresión ideológica que padecen los jóvenes, las mujeres resultan, al igual que estos grupos, oprimidas ideológicamente, y dentro de los mismos además por ser mujeres. De este modo, comienzan a manifestarse una serie de disidencias acerca del “plan a seguir”, por tal motivo se produce una división (es importante aclarar que dicha bifurcación no se dio en ningún país de Europa, sólo en EEUU) entre quienes percibían que la opresión de la mujer era una opresión más –no por ello con menos relevancia- dentro de todas las opresiones experimentadas por una persona dentro de una sociedad prosocialista[25], éstas fueron indicadas en un principio como “políticas”, debido a que para ellas el origen de la opresión femenina derivaba del propio Sistema Capitalista- e incluso como afirma Mitchell[26] concebían a la mujer como una parte fundamental en la lucha contra el capitalismo por ello seguían trabajando en alianza con otros grupos de liberación. Otras en cambio, las denominadas “feministas” no solo concebían que la opresión de la mujer es la opresión primaria y más importante, sino que además sostenían, al contrario de su colegas que, la misma no derivaba del capitalismo sino del patriarcado, (sobre este término volveremos más adelante ya que constituye una de las principales categorías analíticas del feminismo radical). Por lo tanto, deciden apartarse y conformar un movimiento cuyo eje primordial fuera específicamente la lucha por la liberación de la mujer, de este modo el Movimiento de Liberación de la mujer, comienza a dar sus primeros pasos en la escena pública. De allí que aquella fragmentación entre “políticas” y “feministas” luego se transformara en una escisión entre liberacionistas y radicales.

En este punto es importante comparar el desarrollo progresivo que alejándose cada más de las posiciones originales fue sufriendo el MLM -desde las reformistas (NOW) pasando por las liberacionistas hasta arribar a las radicales- con el proceso que experimentó el movimiento negro desde sus inicios con la lucha por los Derechos Civiles pasando por los Musulmanes Negros hasta desembocar en las Panteras Negras[27] sin dejar de advertir la trascendencia que tiene para las demás cada etapa de ambos movimientos.

 

IV.b. De la desilusión y el descontento al Movimiento de Liberación de la Mujer: mujeres en los movimientos sociales de la década del sesenta

 

Lo anterior nos insta a visualizar aunque de manera general el proceso que va dando origen al MLM, sin embargo considero que antes de adentrarnos en las características del movimiento como tal, es trascendental hacer hincapié en la intervención de las mujeres en otros movimientos sociales contemporáneos debido a que el nacimiento del MLM se debe, en gran parte, al lugar que ocupaban (o si se quiere, el que no ocupaban) las mujeres en estos movimientos. En ese sentido nos centraremos en la vinculación femenina con el movimiento negro y el grupo de Estudiantes por una Sociedad Democrática (ESD) que constituyen referentes fundamentales al momento de abordar el tema propuesto. Como advierte Mitchell en EEUU, probablemente el movimiento negro fue la mayor inspiración para el surgimiento y desarrollo del MLM, el cual nació con las relativamente calmas protestas por los Derechos Civiles a comienzos de los años sesenta y a cada encuentro con la sociedad racista se volvía más discrepante. “El progreso del Poder Negro ha sido un movimiento de oposición, hasta llegar a constituir una organización cada vez más estrecha en base a cuadros revolucionarios. Durante el proceso de desarrollo de esta concentración revolucionaria, se formó un cierto número de grupos militantes, de los cuales los Panteras Negros son los más conocidos”[28]; en el caso del MLM, como pudimos observar, ocurrió un proceso similar “se transformó de una lucha de oposición, igualitaria, de amplias bases hasta llegar a constituir un número de organizaciones más estrechas, analítica y prácticamente más revolucionarias, a una posición política de feminismo radical”[29]. Reflexiono importante mencionar algunas cuestiones que se desprenden del análisis que realiza esta autora acerca de la influencia del movimiento negro en el MLM, ya que puede apreciarse claramente el modo en como la categoría analítica “opresión” se halla profundamente atravesada por el género, la clase y la etnia. Según esta autora, en disimilitud con otros países, el MLM se diferenció de éstos, por “la falta de un movimiento obrero como una de sus influencias componentes, así como, en sus comienzos, de un énfasis socialista en cuanto al papel de la clase obrera como clase revolucionaria. Las mujeres socialistas dentro del movimiento eran, en su mayor parte, estudiantes; esto en un país que parece dividirse más sobre principios étnicos que clasistas. El movimiento era principalmente compuesto por la llamada clase media; esto provocó una doble ansiedad, en 1968 la ausencia de mujeres negras en el movimiento, y en 1969 la ausencia de mujeres trabajadoras”[30]. Es sabido que, tantos los negros como las mujeres constituyen grupos oprimidos, podemos asentir que sus luchas en un punto se hermanan, sin embargo mientras que los negros son explotados fundamentalmente económicamente y por tanto pueden excluir a la burguesía negra de su lucha, en el caso específico de la opresión de la mujer ésta no coincide sólo con los sectores económicamente desfavorecidos ya que todas las mujeres, independientemente de la clase a la que pertenezcan son oprimidas como mujeres pero no todas del mismo modo. Sin embargo, que la mujer negra no participara en el movimiento significaba un hecho crítico debido a que parecía tratarse de una competencia en lugar de un acercamiento entre grupos oprimidos. A través de un análisis de la estructura salarial de la sociedad norteamericana se pudo vislumbrar que el hombre negro tenía más oportunidades que la mujer blanca, y la mujer negra, por consiguiente era la más oprimida de toda sociedad y del mismo modo que las estudiantes dentro del movimiento estudiantil, ocupaban un lugar secundario dentro de su movimiento[31]. No obstante resulta prudente aclarar que aunque numéricamente eran minorías se incorporaron, luego, algunas mujeres negras, y algunas mujeres trabajadoras.

Otra influencia trascendental para el florecimiento del MLM en EEUU, fue el movimiento estudiantil de dicho periodo. En ese mismo sentido Jo Freeman indica que, la “idea de la liberación femenina” surgió en 1965, durante una convención del grupo Estudiantes por una Sociedad Democrática (ESD) pero los compañeros varones determinaron irónicamente la escasa importancia que tenía para el grupo dicho planteamiento, sin embargo un grupo de mujeres provenientes de la Nueva Izquierda no estaban dispuestas a darse por vencidas, y constantemente hacían circular panfletos, volantes, y demás con el fin de informar e interesar a las mujeres integrantes del ESD en esta causa. En la conferencia nacional realizada en 1967 las mujeres pasaron una resolución mediante la cual exigían su plena participación en el grupo pero además sugerían la importancia de que el ESD trabajara con algunas problemáticas que de acuerdo a las experiencias personales, colectivizadas, consideraban relevantes, tales como la obtención de guarderías, amplia difusión de los contraceptivos, abortos accesibles y equitativa contribución en las tareas domésticas. Solicitaron, además que el ESD, a través de su periódico imprimiese literatura pertinente a las mujeres y sus preocupaciones. No obstante aquellos requerimientos fueron denegados, y para estas activistas eso significó la desilusión, el desencanto y la comprensión de que la lucha por la “igualdad” y la “libertad” que propugnaban sus compañeros comenzaba a percibirse como incompleta[32].

A pesar de ello Freeman es optimista al respecto asintiendo que aunque estos movimientos contractualistas no estimularan directamente la liberación de la mujer, la participación de éstas dentro de los mismos fue decisiva, debido a que crearon una “comunidad radical” que les permitió incorporar el adjetivo “radical” a sus identidades personales, lo cual a su vez les brindó la posibilidad de vislumbrar la mayor parte de los problemas como políticos; el salto cualitativo se daría cuando esos sentimientos individuales de opresión pudieran ser traducidos en conciencia colectiva[33]. De este modo “la rama radical proporcionó no solo la necesaria red de comunicaciones; sus ideas radicales formaron el marco del análisis que explicaba la amarga situación en la que se encontraban las mujeres radicales”[34]. Así en varias ciudades como Chicago, Toronto, Seattle, Detriot y Gainsville en 1967 y 1968 las radicales comenzaron a crear los espacios propios en los que en un proceso de permanente relación entre teoría y práctica, “lo personal empezara a percibirse como político”. Sin duda alguna, dicha decisión fue producto no sólo de la permanente asignación de lugares secundarios dentro del movimiento, la inexistencia de espacios de debates destinados al tratamiento de “asuntos femeninos” que eran desdeñados y concebidos como “contrarrevolucionarios”, sino también por la constante ridiculización a las que estas mujeres eran expuestas, al momento de explicitar sus fundamentos y en los propios medios gráficos radicales. A pesar de ello las mujeres siguieron vinculadas a la comunidad y utilizaron la prensa secreta y a la universidad, del mismo modo que los encuentros, convenciones, conferencias, etc., para difundir sus ideas libertarias a otras mujeres. De este modo Freeman[35] sostiene que para la formación del MLM fue indispensable, en primera instancia el surgimiento y crecimiento de una red de comunicaciones que constituyera el vínculo principal entre las ideas del nuevo movimiento, (aunque parezca obvio es importante mencionar que, un elemento primordial es la existencia de ideas en común). Otro elemento a considerar fue la aparición de una serie de crisis que galvanizaran a la gente de acción involucrada en esta red (en este sentido podemos advertir que la consideración de las problemáticas femeninas como “contrarrevolucionarias” y secundarias actuaron en esa dirección) finalmente fue trascendental el arduo esfuerzo subsecuente por unir a los grupos en un movimiento.

 

V. Cuando lo personal es político: el feminismo radical y su interpretación de las relaciones entre los sexos como relaciones políticas

 

Bajo el slogan “lo personal es político” las feministas radicales denunciaron como centros de la dominación masculina aspectos antes considerados de la vida privada; de este modo analizaron las relaciones de poder que estructuran la familia y la sexualidad. En ese mismo sentido la preocupación, y la centralidad que otorgan las radicales a la sexualidad significó una importante ruptura con respecto a otras corrientes del feminismo, tales como el movimiento sufragista, o incluso su contemporáneo el feminismo liberal debido a que según las radicales para mejorar la condición femenina no bastaba ingresar al ámbito público, era además prioritario transformar el ámbito privado. Por ello podemos afirmar que las feministas radicales fueron las primeras en centrar el análisis de su opresión al interior del hogar, situando el origen de la misma en la propia familia nuclear. Desde esta perspectiva, pusieron énfasis en la opresión que caracterizaba la situación de la mujer dentro de la sociedad, la cual consideraban un claro producto del sistema de dominación masculina al que denominaron Patriarcado.[36]

En esta instancia cabe preguntarnos: ¿por qué el Patriarcado constituye un concepto central a la hora de abordar el feminismo radical de la década del sesenta? ¿Podemos arribar a una definición de Patriarcado? En ese mismo sentido, para Kate Millet el patriarcado es el sistema de dominación (primario y más importante) basado en la relación entre los sexos (la que a su vez es una relación de poder) mediante el cual se asientan los demás sistemas de dominación (de clase, raza) Es por ello que en el libro “Política sexual” Millet “demuestra que la expresión ‘patriarcado’ describe un tipo universal (geográfico e histórico) de relaciones de poder y de dominio. Demuestra que dentro de un ‘patriarcado’ el sistema omnipresente de dominio masculino y subyugación femenina, se logra por medio de la socialización, se perpetúa por medios ideológicos y se sostiene por métodos institucionales. El hombre es dominante por hábito (el efecto de la psicología de la socialización y de la ideología) y cuando es necesario, por la fuerza (ellos controlan la economía, el Estado y sus agentes, es decir el ejército, y tienen un monopolio sobre la violencia sexual)[37]. Este planteamiento de Millet nos conduce a mencionar que, aunque para entonces no hace referencia al concepto de “género” (tengamos presente que éste término comenzó a utilizarse a finales de la década del ochenta) sí está explicitando que a través de un sistema de dominación, el cual es un producto social, se crea y modela el modo en que se debe ser un “hombre” y una “mujer”, y las respectivas relaciones sociales a establecerse entre ambos; de este modo al estar insertos en una “cultura patriarcal”, éstas relaciones sociales se transforman en relaciones sociales asimétricas (en favor de un sexo sobre otro) y por tanto en “relaciones de poder”.

Es en ese mismo sentido que, al introducirse el concepto de patriarcado no sólo se hace visible la opresión de la mujer como mujer[38]sino que además comienzan a difuminarse los límites tradicionales entre el espacio público y privado, entre lo personal y lo político. Desde esta perspectiva las feministas radicales interpretaron las relaciones entre los sexos como relaciones políticas. ¿Qué entendían las feministas radicales por política? ¿Cuál eran las vinculaciones existentes entre esta y la sexualidad? Al respecto citando a Millet Alicia Puleo sostiene que “el patriarcado será definido como política sexual entendiendo la política como el conjunto de estratagemas destinadas a mantener un sistema” o conjunto de relaciones y compromisos estructurados de acuerdo con el poder, en virtud de los cuales un grupo de personas queda bajo el control de otro grupo”[39]. Aunque las radicales consideraban el ejercicio de la sexualidad como espacio sobre el cual se asientan relaciones de poder y a pesar de haber sido testigos históricas directas de la “revolución sexual” que se produjo en EEUU y en Europa, las feministas fueron muy cautelosas para abordar el impacto que ésta pudiese causar sobre su vida personal (su constitución psicológica, su sexualidad, su cuerpos, etc.), esto se debió en gran medida a su claro conocimiento de la identificación de la mujer como “objeto sexual” característica de la sociedad. Se trata de un doble mecanismo, mediante el cual los hombres se benefician de las mujeres (independientemente de la clase social o raza a la que ambos pertenezcan) por un lado la mujer es concebida como un “objeto sexual” en su capacidad progenitora (es decir su capacidad biológica de dar vida), pero además es ampliamente utilizada como “objeto sexual” por la industria publicitaria. Sobre esto, Freeman menciona como el órgano del EDS New Left, (ante las peticiones formuladas por las mujeres en el verano de 1967) decoró las páginas donde aparecía la resolución sobre las mujeres con un dibujo de una muchacha en baby-doll sosteniendo un anuncio que declaraba petulantemente “queremos nuestros derechos y los queremos ahora[40]. Por ello las feministas radicales, aunque sabían que era necesario modificar las diferentes concepciones hasta el momento existentes sobre la sexualidad masculina y la femenina (el pleno ejercicio y disfrute para los primeros; la represión y la inhibición para las segundas) estaban bien conscientes de que la “revolución sexual” significaba en la sexualidad femenina una gran contradicción, a la vez que un peligro inminente. Y esto debido a que si por un lado representaba mayor libertad sexual, valores y creencias más flexibles en determinados sectores de la sociedad (e inclusive la tecnología de anticoncepción adecuada a dicha apertura ideológica) por el otro podría significar mayor explotación patriarcal. Es decir, a mayor libertad sexual, las mujeres se convertirían aún más en objetos sexuales.

Como hemos mencionado al comienzo de este informe el MLM posee una forma de organización bastante particular. Una de las características sobresalientes radica en la inexistencia de fuertes líderes, y en su “insistencia de que, el trabajo en colectivo sirve para contrarrestar tanto la naturaleza jerárquica de la sociedad opresora, como el aislamiento y/o subordinación a la que la mujer se ve forzada dentro del hogar y en sus relaciones personales”[41]. Es por ello que la unidad organizativa básica era un grupo reducido (el cual podía estar integrado por una cantidad de mujeres que oscilaba desde seis hasta veinticuatro) generalmente denominados grupos de autoconciencia[42]. El propósito primordial de estos grupos consistía en que cada una de las integrantes relatara el modo en que percibía la opresión a la que se hallaba expuesta, de manera que indagando en su propia experiencia personal a través de un proceso de toma de conciencia las mujeres comprendieran el origen de su opresión y por tanto la de sus pares. El grupo reducido permite visualizar los problemas de la mujer y sus respectivas soluciones no como una mera opresión personal sino como una vivencia compartidas por todas; en otras palabras como afirma Mitchell, “el grupo reducido permite la transición de lo personal a lo político y, a la vez, los interrelaciona simultáneamente”[43].

Esta manera de percibir lo personal y lo político, las condujo a configurar un nuevo estilo de política. Los problemas sobre los cuales hacían hincapié las feministas radicales transversalizaban tanto el ámbito público como el privado, esto permitió, entre otros asuntos, como sostiene Yasmine Ergas[44] que cuestiones tales como las relativas a las prerrogativas del marido en el matrimonio o a la violencia sexual quedaran confinadas en el ámbito de la moralidad individual y por tanto pudieran ser discutidas públicamente[45]. La idea de ir pugnando no sólo por transformar (en un principio en las propias mujeres, luego en la sociedad en general) las concepciones ideológicas y el tratamiento que recibían (o si se quiere que no recibían) dichas problemáticas, sino además por lograr reformas jurídico-legales que reflejaran en la práctica político-social, dicha metamorfosis. En ese mismo sentido, entre las preocupaciones que consideraban de central relevancia, sin duda las vinculadas a la “recuperación de su propio cuerpo” eran las primordiales. Por lo tanto para muchas feministas, sustraer la sexualidad de la dominación masculina, dominación que era posible a través del patriarcado, implicaba, entre otras cuestiones, luchar por la liberalización de la anticoncepción y del aborto[46].

La profunda relación existente entre lo personal y lo político (la consideración de que “lo personal también es político”) hizo que el activismo radical al momento de manifestarse en la escena pública resultara por varios motivos impresionante. Una prueba de ello, fueron las multitudinarias y creativas marchas y los actos de protesta que constantemente ponían al descubierto la estereotipación e identificación de la mujer como “objeto sexual” producto de la perpetuación del sistema patriarcal. De hecho las imágenes y fotografías de cientos de mujeres quemando sostenes y corsets en las principales metrópolis del mundo occidental, constituyen, al igual que los campus universitarios minados de jóvenes, un punto central para referirnos a las “fabulosas demostraciones públicas” características de los movimientos sociales de los años sesenta. Otra de las actividades de suma importancia como afirma Ana de Miguel fue la creación de centros alternativos de ayuda para mujeres víctimas de violencia doméstica, guarderías entre otros espacios cuya principal finalidad era colaborar a mejorar la “situación de la mujer”[47].

 

IV. Algunas consideraciones finales

 

Durante este recorrido hemos podido vislumbrar la intrínseca relación existente entre el feminismo radical y el resto de los movimientos sociales de la época es por ello que considero que ahondar en los orígenes, e incluso en el desarrollo del Movimiento de Liberación de la mujer implica, inevitablemente, inmiscuirnos en dicho vínculo. Se trata de un proceso de semejanzas y disidencias que va sentando las bases para comenzar a pensar en nuevas formas de relaciones políticas-sociales, e inclusive revisar las percepciones presentes acerca de las relaciones entre los sexos. A pesar de las diferencias que pudieran existir entre ellos, su marcado carácter contractualista, será uno de los principales hilos conductores al momento de abordar la radicalización de ideas y prácticas sociales características de los años sesenta; de este modo, el interés por mejorar, de manera integral la calidad de vida, y todos los aspectos que de esto se desprenden, permitirá visualizar la opresión como algo más que explotación económica. Desde esta perspectiva, a través de un laborioso y arduo proceso, las mujeres empiezan a centrar sus preocupaciones en la opresión de las mujeres como mujeres (la cual, a su vez resulta transversal al resto de las opresiones). Podríamos afirmar que el surgimiento del feminismo radical se debe, por un lado, a la secundarización (y menoscabo) que recibe por parte del resto de los movimientos la necesidad de profundizar en la “condición de la mujer”, y por el otro al ímpetu de trasformar, como su nombre lo advierte, radicalmente, (y por el otro, como su nombre lo advierte, al ímpetu de trasformar radicalmente…) la posición femenina en todos ámbitos. En ese mismo sentido si se consideraba que “lo personal es político”, el MLM constituía la obra política trascendental al momento de contribuir a mejorar la “condición de la mujer” en los países en los que se desarrolló.

A las feministas radicales les corresponde el mérito de haber puesto en debate público problemáticas antes consideradas concernientes a la esfera privada, poniendo así al descubierto que más allá de las concepciones morales de cada persona, en dichas problemáticas se entretejen relaciones de “poder”, lo que además permite vincular al “poder” no sólo con asuntos de Estado y Economía, sino también con la sexualidad, la familia y el matrimonio.

Creo firmemente que el feminismo radical, ya sea como una corriente del movimiento feminista o como integrante de un movimiento social (el movimiento feminista) significó un quiebre fundamental para visualizar a la mujer como un “actor social”. Estoy convencida, como alegaban las feministas a mediados de la década del sesenta, que “lo personal también es político”; por ello, todos los cambios que puedan suscitarse en el ámbito público deben necesariamente estar acompañados de transformaciones en el ámbito privado, de lo contrario las mujeres seguiremos siendo, como tales, oprimidas.

 

Bibliografía

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RESUMEN

 

Época de cambios importantes. El feminismo radical de los ‘70 y el Movimiento de Liberación de la Mujer

 

El movimiento feminista como todo movimiento social es histórico por lo tanto se va transformando como producto de los cambios sociales. Mediante este trabajo trataremos de delimitar algunas líneas de análisis que nos permitan acercarnos al desarrollo de una de las corrientes de la Segunda Ola del movimiento feminista, nos referimos al Feminismo Radical. Nos centraremos en el caso específico del Movimiento de Liberación de Mujeres, la obra de acción política femenina más importante de dicho periodo.

 

Palabras claves: género - movimientos sociales - feminismo radical - movimiento de liberación de la mujer

 

 

ABSTRACT

 

An age of important changes. The radical feminism of the 70’ and the woman liberation movement

 

The feminist movement as all the social movement, is an historical one, in that way it is transforming as the result of the social changes. Along of this report we will try to delimit some analysis lines that let us get closer to the development of the second wave of the feminist movement, we refer to the radical feminist. We will focus our attention in the specific case of the woman liberation movement, the most important feminist politic accion of that period.

 

Key words: class - social movements - radical feminism - woman liberation movement

 

 

Recibido: 31/03/09

Aceptado: 24/07/09

Versión final: 21/08/09

 

 

Notas



(*)Profesora de Historia, egresada del Instituto Superior del Profesorado N°3 “Eduardo Lafferriére”. Investigadora del proyecto “El contenido de los conflictos. Algunas formas de la lucha sociopolítica en la historia argentina reciente”, Secretaría de Ciencia y Técnica, Universidad Nacional de Rosario.

[1] Aunque no hay una definición unánime para referenciar a los movimientos sociales, es importante mencionar que, sobre todo la sociología europea y la norteamericana, han ofrecido variados enfoques para el estudio de los mismos. De este modo podemos citar: la teoría de Privación relativa representada por Ted Gurr; de Elección racional de Mancur Olson; la teoría de Movilización de recursos, la de la Estructura de oportunidades políticas de Sidney Tarrow; o las que ponen énfasis en torno a las Identidades colectivas con teóricos como Alberto Mellucci, entre otros.

[2] Como “viejos movimientos sociales” podríamos considerar el Movimiento Campesino, el Movimiento Obrero, el Feminismo de la Primera Ola, o Movimiento contra el racismo.

[3] Véase DALTON, R., KUECHlLER, M. y BURKLIN,W “El reto de los nuevos movimientos sociales” En: DALTON, J. y KUECHLER, M (Comps.) Los nuevos movimientos sociales: un reto al orden político, Alfons El Magnanim, Valencia, 1992.

[4] Ídem, p. 30.

[5] Ídem, p. 32.

[6] Con relación a esto Dalton, Kuechler y Bürklin sostienen que “los valores antisistema de los partidarios de los nuevos movimientos sociales se oponen a las asociaciones exclusivas, cohesionadas y clientelares que forman la base de los viejos movimientos sociales” (Idem, p. 34). Es reiterado el debate acerca de si es conveniente o no la institucionalización del movimiento, ya que frente al riesgo de ser cooptado, por el Estado, por ejemplo, hay teóricos que sostienen que, el movimiento pierde la capacidad de transformar.

[7] Ídem, p. 33.

[8] Ídem, pp. 34-35.

[9] Véase DE MIGUEL, Ana “Los feminismos a través de la historia. Neofeminismo: los años sesenta y setenta” en www.creatividadfeminista, 2007, p. 1.

[10] FRIEDAN, Betty “El problema que no tiene nombre”, En: La Mística de la feminidad, Juncal, Barcelona, 1974, p. 35.

[11] Ídem, p. 39.

[12] Ídem, p. 50.

[13] MITCHELL, Juliet, La condición de la mujer, Anagrama, Barcelona, 1977, p. 10.

[14] Ídem, p. 41.

[15] A lo largo de este informe utilizaré las siglas MLM para referirme al Movimiento de Liberación de la Mujer.

[16] Ídem, p. 19.

[17] Ídem, p. 72.

[18] Ídem, p. 20.

[19] Íbidem.

[20] Véase FREEMAN, Jo “Los orígenes del movimiento de la liberación femenina”; En: El Movimiento feminista, Editores Asociados, México, 1977.

[21] Ídem, p. 67.

[22] Que conformaban esta vertiente de lo que posteriormente sería el MLM.

[23] DE MIGUEL, Ana; op. cit.

[24] Véase FREEMAN, Jo; op. cit., p. 67.

[25] Véase MITCHELL, Juliet, op. cit.

[26] Ídem.

[27] Ídem.

[28] Ídem, pp. 53.

[29] Ídem, pp. 53.

[30] Ídem, pp. 56.

[31] Ídem.

[32] Véase FREEMAN, Jo; op. cit..

[33] Ídem.

[34] Ídem. p. 69.

[35] Ídem.

[36] Antes de continuar y acercarnos a una definición de Patriarcado, debemos aclarar que en el feminismo radical, como toda corriente ideológica-social a pesar de las semejanzas que puedan hallarse en las opiniones de todas las personas que intervienen en ella, hay cierta heterogeneidad en cada uno de sus postulados; no obstante podemos vislumbrar las obras de Kate Millet “Política Sexual”, y La Dialéctica del sexo” de Shulamith Firestone, como las más representativas de dicha corriente.

[37] Véase MITCHELL, Juliet, op. cit., p. 70.

[38] Al respecto es importante aclarar que, no se trata de negar el resto de las opresiones, o menoscabar su trascendencia, por el contrario, se advierte la necesidad de considerarlas en su conjunto pero sin dejar de hacer hincapié en la opresión de género, no sólo por considerarla como la originaria sobre la cual se asientan las demás sino porque históricamente ha sido, aún en la Teoría Marxista invisibilizada.

[39] Véase PULEO, Alicia “El feminismo radical de los setenta: Kate Millet”; En: AMOROS, Celia (Coord.) Historia de la Teoría feminista, Universidad Complutense, Dirección de la Mujer, Madrid, 1994, p. 145.

[40] Véase FREEMAN, Jo; op. cit..

[41] Véase MITCHELL, Juliet, op. cit..

[42] Estos grupos de autoconciencia tuvieron su origen con el New York Radical Women en 1967, se trata del grupo de feministas radicales fundado por Pam Allem y Shulamith Firestone y del cual luego formaría parte Kate Millet. El mismo, producto, de la falta de aceptación que tenían algunas reivindicaciones femeninas, en las respectivas agrupaciones estudiantiles: EDS y el (SNCC) Student Nonviolent Coordinating Committee, ésta ultima constituía una agrupación antirracista conformada por estudiantes blancos y negros.

[43] Véase MITCHELL, Juliet, op. cit.. p. 64.

[44] Según esta autora al movilizarse contra la violación, y contra las indignidades que existentes en la mayor parte de la legislación y la jurisprudencia relativa a sus víctimas, en EEUU y Europa Occidental, las mujeres se movilizaban para recuperar su cuerpo, su yo.

[45] Véase ERGAS, Yasmine “El sujeto mujer: el feminismo de los años setenta-ochenta”; En: DUBY, G. y PERROT, M.; Historia de las mujeres, Nº5, Taurus, España, 1995.

[46] Ídem.

[47] Véase DE MIGUEL, Ana; op. cit..