Mercado laboral y migraciones en
la ciudad de Neuquén (1960-1990). Una aproximación a partir de fuentes
nominales(*)
Joaquín Perren(**)
En una reciente entrevista, un testigo de la época no dudaba en afirmar
que la fiesta de carnaval reflejaba la sociedad neuquina de mediados del siglo
XX. En esas oportunidades, rezaba su relato, se reunían “…tres grupos bien
diferenciados: por un lado los puebleros, que eran los comerciantes, empleados
y jornaleros de diversos oficios y gente de buen pasar; por el otro los
chacareros, aquellos que trabajaban en el campo, ya fuera por cuenta propia en
pequeñas chacras o arrendatarios, en su mayoría inmigrantes; y un tercer grupo
lo formaban, en un nivel inferior, peones y changarines, en su mayoría de
origen chileno…”[1]. Si bien esa ciudad que
transitaba por los últimos años de existencia del Territorio Nacional no se
ajustaba a la clásica dicotomía entre clases “respetables” y la “plebe”, más
propia de la sociedad colonial, tampoco mostraba la complejidad del mundo del
trabajo actual[2]. En aquel tiempo, Neuquén
todavía conservaba muchas de las características que la acompañaban desde su
propia fundación. Las actividades que daban vida a su economía seguían siendo
una agricultura de regadío que se aproximaba peligrosamente al centro de la
ciudad, una amplia gama de servicios que abastecía a la población rural
adyacente y las tareas desplegadas por un Estado que apenas extendía sus brazos
sobre la superficie del territorio.
Aunque su población crecía a un ritmo sostenido, no lo hacía a una
velocidad extraordinaria. Para 1950, con una población cercana a los dieciséis
mil habitantes, permanecía por fuera de las cincuenta ciudades más importantes
de
Los ritmos de una ciudad tenuemente integrada a la orbita nacional fueron
trastocados por la puesta en escena del proyecto desarrollista. El deseo de
producir el pasaje hacia una “Argentina Industrial” puso al tope de las
prioridades el autoabastecimiento energético y, con ello, la necesidad de
focalizar el esfuerzo en polos de crecimiento que irradiarían su influencia al
resto del territorio. Precisamente con ese propósito, una decidida acción del
Estado nacional comenzaría a tener a Neuquén como escenario privilegiado. Por
medio de una red de empresas publicas encargadas de explotar los recursos
naturales, su economía mostró un impulso hasta ese momento desconocido. A estas
nuevas coordenadas productivas se sumó la creciente presencia de un Estado
provincial que, nutrido de abundantes recursos nacionales, iniciaría un camino
de políticas sociales, ayudando a delinear esa imagen de “isla de bienestar”
que por largo tiempo habitó el imaginario argentino[4].
Más allá de que la ciudad de Neuquén, en las décadas centrales del
siglo pasado, se había consolidado como destino de una corriente migratoria
desde el interior del Territorio Nacional, su salto adelante tuvo que esperar
hasta los años sesenta. Con la puesta en marcha de complejos hidroeléctricos y
el fortalecimiento de la explotación de hidrocarburos, la capital neuquina recibiría
un enorme contingente de migrantes. Muchos de ellos provenían de Chile o de los
parajes cordilleranos que habían alimentado su crecimiento en las décadas
anteriores, pero muchos más llegaban de provincias que tradicionalmente habían
funcionado como centros receptores de población.
La fisonomía ocupacional y el mundo del trabajo no pudieron escapar a
una transformación que afectaba todas las facetas de la vida cotidiana. No es
extraño, entonces, que el relato con el que iniciamos el artículo se alejara de
lo sucedido en las décadas siguientes. Esa división elemental del paisaje
social era desafiada por la llegada de una multitud de migrantes que se
insertaron a una economía que comenzaba a virar hacia la prestación de
servicios. Los tres grupos reseñados en el testimonio, aunque no se
extinguieron, comenzaron a convivir con profesionales de diferente
calificación, empleados que engrosaban las filas de una constelación de
agencias estatales, oficios con larga historia en otras regiones que hacían su
aparición en la región, docentes que aprovechaban las ventajas comparativas de
los salarios neuquinos, y una enorme cantidad de albañiles que dieron forma a
la desordenada urbanización de la capital provincial.
El mosaico de ocupaciones señalado hace imposible que podamos
sumergirnos en la sociedad neuquina haciendo uso de una plantilla dual. De ahí
que un modelo de dos clases, basado en la oposición entre adinerados y
desposeídos, no sea el más adecuado para enfrentar el objetivo que perseguimos en
este trabajo: describir con exactitud la estructura ocupacional de la ciudad y
la forma en que los migrantes se insertaron en ella[5].
Otras clasificaciones menos reduccionistas ofrecen, en cambio, mayor capacidad
para explorar matices y responder los interrogantes que nos interesan: ¿cuáles
eran las características fundamentales del mercado laboral de Neuquén?, ¿cuál
fue la situación de los migrantes en relación a los nacidos en la ciudad?,
¿cuál era la distribución ocupacional de los principales grupos migratorios?, ¿qué
cambios se produjeron en ella( a quien se refiere) con el despegue económico de
la provincia?, ¿qué variables explican las diferencias ocupacionales existentes
entre los migrantes?
Preguntas de esta naturaleza nos ponen frente al desafío de encontrar una
clasificación ocupacional lo suficientemente sensible para explorar las fuentes
que utilizamos en este estudio (actas matrimoniales del registro civil)[6].
El reto reside, ante todo, en evadir con el mismo énfasis los agregados
demasiado extensos tanto como un universo ocupacional desprovisto de filtros.
Si obviáramos estos recaudos encontraríamos enormes escollos para sistematizar
una base de datos que incluye más de cinco mil individuos y doscientos sesenta
y cuatro profesiones (Tabla 1). La solución pareciera ubicarse en un punto
intermedio, no siempre fácil de hallar, capaz de ordenar el caos ocupacional,
sin caer en la tiranía del simplismo[7].
Precisamente sintonizada en esa frecuencia se encuentra la propuesta de Moya.
Haciendo propias las conclusiones de los principales estudios de la materia, sobre
todo los pioneros trabajos de Therstrom[8],
este autor propone ocho categorías ocupacionales que, aunque utilizadas para
abordar un escenario distante en tiempo y espacio, no dejan de ser útiles para
comprender la estructura ocupacional de una ciudad joven y de crecimiento
acelerado como Neuquén[9].
Puede objetarse, con razón, que las variantes ocupacionales de aquellos
migrantes que contrajeron nupcias en la ciudad de Neuquén no constituyen
fundamento suficiente como para deducir de ellas conclusiones generales
aplicables a la totalidad de episodios de movilidad. Parece obvio decir que un
estudio basado en registros matrimoniales sólo puede dirigir su atención a
aquellos individuos más estables o, lo que es igual, a quienes decidieron
establecerse de forma definitiva. Pero, ¿qué sucedió con quienes experimentaron
una movilidad mucho más intensa, se casaron fuera de la capital neuquina, no
formalizaron su unión o bien regresaron a su lugar de origen?
Es difícil saberlo; por lo menos con las fuentes que trabajamos y
conforme el estado actual del conocimiento en la materia. Esta constatación nos
pone frente al siempre temido problema de la representatividad de las fuentes
utilizadas, así como de la capacidad que éstas tienen para reflejar procesos
más generales de los cuales forman parte[10].
Sin embargo, se nos ocurre que, aunque válidas, estas objeciones no deberían
ser un impedimento para aproximarnos a un tema tan virgen como lo ha sido el
estudio de la inserción ocupacional de los migrantes en las ciudades
intermedias durante la segunda mitad del siglo XX[11].
En todo caso, es necesario redoblar las precauciones y ser conciente de las
limitaciones: si bien a partir del análisis de nuestras fuentes es posible
trazar una imagen bastante cercana de la realidad, puede que los resultados
alcanzados subestimen la importancia de los empleos que habitan en la parte
baja de la grilla profesional, compliquen la detección de algunas ocupaciones
femeninas (el servicio domestico es quizás el ejemplo más claro al respecto) y
convierta en invisible los nichos ocupacionales en los cuales la población
móvil mostraba una mayor presencia relativa (labores rurales estacionales por
caso).
Estructura ocupacional en los comienzos de una transición
Con el esquema de estratificación vertical propuesto, podemos divisar
las principales características de la estructura ocupacional de la ciudad en la
década de 1960. Los trabajadores no calificados y temporarios, peldaño más bajo
de la clasificación, sumaban una cifra cercana al 8% (Cuadro 1). En esa columna
encontramos a quienes desempeñaban tareas de apoyo a la actividad frutícola. Se
trataba de individuos que habían arribado a la ciudad cuando el reparto inicial
de las tierras irrigadas había concluido y, por esa razón, su acceso a la
propiedad fue restringido[12].
Su inserción al tejido de la ciudad se produjo en los márgenes de las colonias
agrícolas, donde todavía era posible llevar a cabo prácticas productivas de
subsistencia, pero especialmente en algunos asentamientos espontáneos que
carecían de los más básicos servicios públicos. Así, jornaleros y peones
habitaban en zonas periféricas donde era habitual el funcionamiento de lazos de
solidaridad que, poco tiempo después, darían lugar a las primeras
organizaciones vecinales. En principio, este universo de relaciones apuntaba a
resolver problemas cotidianos de la población -entre los que se destacaba la
construcción de las viviendas- para luego interactuar con las autoridades con el
propósito de obtener los títulos definitivos de las parcelas ocupadas y la
extensión de las redes de electricidad, agua y gas.
Los trabajos sin calificación, sin embargo, no se reducían a los bordes
rurales de la ciudad. El centro neuquino también albergaba ocupaciones que
requerían escasos conocimientos previos y un aprendizaje de corto plazo. Entre
ellos, comenzaban a sobresalir las tareas de maestranza en diferentes
reparticiones públicas, así como en las empresas que prestaban los servicios
vitales para el desarrollo de la vida urbana. En base a los fragmentos
extraídos de los libros de personal del municipio neuquino, pudimos reconstruir
el movimiento de trabajadores registrados en las diferentes dependencias que lo
conformaban. De una mirada superficial emerge un dato cristalino: un tercio de
los empleados contratados entre finales de la década de los cincuenta y
principios de los sesenta, tuvieron un paso efímero por esa institución o,
dicho en otros términos, fueron contratados por un corto tiempo[13].
La continua demanda de trabajadores para el desempeño de faenas menores,
ligadas al mantenimiento de la estructura edilicia de la ciudad, hizo de la
contratación provisoria una práctica muy habitual. El empleo ocasional en
alguna dependencia oficial actuaba, entonces, como complemento para familias
que aprovechaban a la perfección el carácter dual de la ciudad. Algo no muy
diferente sucedía en el caso de las mujeres. Aunque no registramos trabajadoras
desempeñándose como jornaleras en el Estado municipal, era habitual que las
tareas hogareñas sean complementadas con servicio doméstico “para otros”. En
ambos casos, el poroso límite entre el casco urbano y su entorno productivo
permitía alternar tareas rurales y ocupaciones alojadas en la base de la
estructura profesional.
El despliegue de una importante actividad comercial llevaba consigo la
necesidad de contar con personal encargado de realizar diligencias de distinta
naturaleza. No es extraño que las principales casas comerciales neuquinas hayan
requerido auxiliares que ingresaban en la actividad con el deseo de acceder a puestos
de mayor calificación dentro de la empresa. La posibilidad de “hacer carrera”
en un sector que se expandía al compás del crecimiento de la ciudad era
demasiado atractivo para la población joven que todavía no disponía de un
moderno sistema educativo capaz de distribuir conocimientos específicos. Los
pocos establecimientos secundarios que hacían su aparición en los albores de la
década de los sesenta, eran una opción sólo para las pocas familias que podían
enviar a sus hijos a los centros universitarios pampeanos. Para el resto de la
población, a menos que lograran acceder a una de las becas financiadas por el
gobierno municipal[14],
ingresar al mercado laboral a una temprana edad se presentaba como una alternativa
viable y hasta deseable. Esto era así al punto de ser habitual encontrar en los
diarios de la región avisos en los que solicitaban “cadetes con
recomendaciones”[15], “empleados competentes
para toda tarea”[16] o bien otros en las
cuales se ofrecía un “cadete de trece años”[17].
La construcción, una de las actividades de mayor crecimiento en la
década, no podía estar ausente en lo que a trabajos poco calificados se
refiere. Más allá que este sector contaba con oficios que requerían una
considerable experiencia, existían otros puestos que eran ideales para los
recién llegados a la ciudad. Como analizaremos más adelante, algunos grupos
migratorios mostraron una enorme inserción en esta actividad, al punto de
convertirse en una especie de nicho para quienes provenían de regiones con un
menor desarrollo económico. La posibilidad latente de ingresar en alguna red de
paisanaje prestaba las bases para una rápida inserción laboral en un rubro que
exhibía una demanda permanente de brazos y algunas chances de progresar. Pese a
su importancia, las fuentes trabajadas ofrecen algunas dificultades para
detectar los eslabones más débiles del mundo de la construcción. Sin embargo,
en declaraciones como “ayudante de albañil” encontramos a sujetos que no
estaban encargados de edificar, sino de desplegar tareas de menor
responsabilidad. De todos modos, estas tareas eran en gran medida provisionales
y no dejaban de ser un trampolín hacia puestos de mayor calificación. De ahí
que hayan sido llevadas a cabo por jóvenes que tenían como meta, además de
afrontar los gastos de manutención de sus familias, la de aprender el oficio
para convertirse en oficiales o bien la de adquirir las claves para ser un
experto yesero, pintor, electricista o armador.
Los trabajos semicalificados y los servicios
conformaban el 9% de los contrayentes analizados (Cuadro 1). Esta categoría
incluía gente que cumplía muy diversas funciones, pero todas compartían su
carácter urbano. Entre los servicios observamos un ejército de trabajadores/as,
por lo general invisible a la mirada de las clases más acomodadas y hasta del
propio Estado, que se ocupaban como jardineros, serenos, cocineros, mozos o
choferes. Muchas veces la frontera entre esta categoría y la anterior era
tenue, aspecto que se intensifica por las jerarquías internas de cada una de
estas profesiones. Y en esta cuestión las fuentes ofrecen una dificultad
adicional. Aunque los documentos nominales nos brindan información en “estado
puro”, alejada de las parcas clasificaciones censales, ellas contienen una
declaración profesional escueta, no demasiado abundante en detalles[18].
Puede que un ejemplo colabore a despejar este punto. Un rotulo profesional a priori transparente como “mozo”, trae
consigo una serie de niveles que nos obligan a actuar con cautela: no era lo
mismo ser el camarero de alguno de los pocos restaurantes distinguidos de la
ciudad que trabajar en uno de los muchos comedores instalados en las cercanías
de la estación de ferrocarril o de la terminal de ómnibus. Para un migrante,
cualquiera sea su origen, las distancias entre ambos empleos era sustancial,
aunque para el oficial público que labraba el acta no siempre lo era.
Pese a su importancia, los trabajadores que prestaban servicios no eran
la mayoría entre quienes se hallaban en esta categoría. Una mirada superficial
nos permitiría divisar además a trabajadores de diferentes rubros quienes, pese
a presentar mayor calificación que los ayudantes, no estaban exentos de
relaciones laborales situadas en la zona informal de la economía. La construcción,
con figuras muy repetidas como la de albañil, proveía una significativa porción
del total de los trabajadores semicalificados. No
menos importantes eran quienes se empleaban en los numerosos talleres mecánicos
de la ciudad o en las escasas plantas industriales que se colaban en el paisaje
residencial neuquino. Para esta época, el sector secundario ocupaba un lugar de
menor relevancia entre los engranajes que daban vida a la economía neuquina.
Todavía carente de un régimen de promoción, que tiempo después facilitaría la
instalación de plantas de mayor dimensión, las industrias de la ciudad se
reducían a unos pocos establecimientos metalúrgicos que no desafiaban la
primacía del sector terciario.
La categoría de trabajadores calificados, a la cual pertenecía algo más
del 12% de la población escrutada, era el eslabón más fuerte de los empleos
manuales (Cuadro 1). En aquellos años, integraban esta categoría un extenso
listado de oficios que tenían una larga historia en la ciudad, entre los que se
destacaban los de carpintero, talabartero, herrero, ebanista, relojero, sastre,
tapicero y tonelero. Esto sin sumar ocupaciones habituales entre las mujeres
como costurera o modista; ambas de enorme importancia en una sociedad que
todavía conservaba distancia de los consumos y las “modas” de las grandes
ciudades argentinas. Aun cuando muchos de ellos evidenciarían una curva
descendente en las décadas siguientes, en los sesenta todavía gozaban de una
gran reputación. En su mayoría formaban parte del acervo de conocimientos
previos de inmigrantes transoceánicos que, sobre comienzos de siglo, habían
llegado a los minúsculos poblados patagónicos. Otra posibilidad, no menos
importante, era que lo hubieran incorporado en escenarios urbanos de mayor
dimensión que sirvieron de escala para la instalación de su propio
establecimiento en un espacio con menor competencia y, por ende, mayores
posibilidades de progresar económicamente. El mundo de la construcción, tal
como sucedía con las restantes categorías analizadas, además de contribuir con
una figura repetida como la de “oficial constructor”, nutrió en buen número las
filas de los trabajadores calificados. En este caso se trataba de tareas
especializadas que escapaban a la edificación de la estructura básica de las
viviendas, lo que se traducía en una independencia inexistente en otros empleos
del gremio. Así, pintores, electricistas, plomeros o gasistas alternaban
labores en alguna de las obras que comenzaban a transformar el paisaje
neuquino, con trabajos particulares que aportaban recursos a la economía
domestica y permitían escapar de los vaivenes propios de una actividad
esencialmente inestable.
La categoría de trabajos no manuales bajos, a la cual pertenecía cerca
del 45% de los contrayentes, incluía una enorme variedad de empleos en relación
de dependencia (Cuadro 1). Una definición tan amplia como ésta queda reflejada
en la larga lista de declaraciones que oscilaba entre “trapecista de circo”
(con un solo registro) y la de “empleado” (con ciento sesenta y cuatro
registros). Entre ambos encontramos una multitud de trabajadores que compartían
una escasa calificación, pero también la seguridad de un empleo estable,
alejado de las incertidumbres propias del “cuentapropismo”.
Pero el significado de estos empleos no sólo estaba vinculado a lo
específicamente económico. Implicaba, además, una dimensión social que
resultaba crucial para muchos grupos migratorios llegados de áreas rurales
sumidas en una crónica depresión[19].
Pertenecer a las filas de los asalariados no manuales significaba acceder a un
estrato medio de la sociedad, lo cual permitía ingresar a un circuito de
consumo muy diferente al original. Quedaba claro que a medida que ganaban
distancia respecto de las labores manuales, crecía su percepción de progreso.
Alejado de los tiempos del territorio nacional, el mercado laboral
demandaba individuos que pudieran desempeñar tareas administrativas. El
crecimiento de la economía y la población provincial tenía su correlato en el
mundo de las empresas. Aquellas pequeñas empresas familiares, atendidas por sus
propios dueños, trocaban muchas veces en emprendimientos que debían recorrer un
laberinto burocrático que escapaba al conocimiento de sus propietarios. Las
competencias adquiridas por un perito comercial, una de las pocas orientaciones
disponibles en los establecimientos secundarios de la ciudad, se ajustaban a la
perfección a estas tareas. No es casual, como veremos en el próximo apartado,
que la población económicamente activa local se haya tenido una mayor presencia
relativa en esta categoría, en desmedro de otros grupos migratorios que
abundaron en categorías inferiores y superiores. Haber nacido en la ciudad
presentaba, en este sentido, una ventaja fundamental, totalmente invisible a la
mirada censal. Parece lógico suponer que un comerciante o empresario dispuesto
a incorporar un empleado administrativo, no dudaría en emplear a alguien que,
directa o indirectamente, perteneciera a su red de conocidos.
Los distintos niveles de la administración estatal ofrecían un nuevo
nicho para quienes ingresaban al mercado laboral de la ciudad. A medida que el
Estado provincial se edificaba sobre las bases de la antigua administración territoriana, se registraría un sostenido crecimiento del
empleo público. La mayor parte del mismo podría enrolarse dentro del empleo no
manual bajo. La inauguración de distintos ministerios y secretarías abría
posibilidades en un área bien remunerada que permitía ascensos programados. Una
buena pista para medir el impacto del Estado provincial en la generación de
empleo es la envergadura de su presupuesto. Si bien en los años sesenta la
inversión pública fue menor a la ejecutada en las décadas siguientes, es justo
señalar que entre 1966 y 1970 su volumen se triplicó[20].
Así pues ese mercado laboral que, durante los años del territorio (1885-1955),
había confiado resignado en las fuerzas del mercado, comenzaba a enlazarse con
el accionar oficial en un proceso que alcanzó su forma más acabada hacia la
década de 1980.
Dentro de los trabajadores no manuales bajos también encontramos a los
vendedores/as, cajeros/as y empleados/as de las firmas que desarrollaban su
actividad en las calles que rodeaban a la estación de ferrocarril. Aunque la
ciudad había profundizado su vocación comercial, todavía conservaba una
estructura dual que diferenciaba entre rubros y, sobre todo, entre distinta
clase de clientes. Al tiempo que las manzanas ubicadas al norte de las vías, en
la zona alta de la ciudad, albergaban comercios de categoría y los bufetes de
los pocos profesionales de la región; en aquellas localizadas al sur de los
rieles se localizaban fondas, hoteles, bares y comercios de ramos generales
cuyos clientes era una población masculina y soltera, en gran medida recién
llegada a la ciudad[21].
Más allá de los matices, siempre difíciles de cuantificar, la actividad
comercial se posicionaba como uno de los sectores de mayor crecimiento de la
ciudad, generando una demanda permanente de trabajadores que rebasaba el stock de brazos disponibles. Como
veremos en los siguientes apartados, esta situación generó un impacto que
lentamente trasladaría al conjunto de la población. Si para los sesenta estaba
claro que la población nativa tenía una fuerte inserción en este tipo de
actividades, con el correr de los años diferentes grupos migratorios, inclusive
aquellos que habían mostrado menor participación, comenzaron a ganar espacio en
ese rubro.
El estrato no manual intermedio, que sumaba alrededor del 11% de la subpoblación
analizada, se aproximaba mucho a una clase media local (Cuadro 1). Se trataba
de un segmento que agrupaba a propietarios rurales intermedios, comerciantes y
algunos empleados que acompañaban sus elevados salarios con un extendido
prestigio social. Muchos de las profesiones involucradas en esta categoría
hundían sus raíces en el pasado territoriano. Para
los primeros años de la fase provincial, declaraciones como “chacarero”,
“agricultor” o “fruticultor” eran muy habituales,
mostrando la prosperidad que todavía gozaban las colonias agrícolas que
rodeaban al núcleo urbano neuquino[22].
Aunque una de ellas -la colonia Bouquet Roldan- se había convertido en el
asiento de la primera barriada espontánea de la ciudad, las restantes
colaboraban para que el sector primario no perdiera posiciones dentro del
producto bruto provincial. En las mismas coordenadas encontramos a una amplia
franja de comerciantes. El despegue demográfico neuquino, como dijimos, prestó
las bases para la instalación de una multitud de comercios que atendieron la
demanda de una población que crecía a un ritmo vertiginoso[23].
Algunos de ellos, como mayoristas, viajantes o martilleros, mostraban un
considerable caudal de operaciones que se traducía en una posición social
privilegiada. Otros, de menor envergadura, se encargaban de satisfacer las
necesidades diarias de las familias que a diario se instalaban en la ciudad. No
es casual que el rubro de provisión de alimentos haya mostrado gran variedad de
declaraciones profesionales, entre las cuales aparecen con insistencia los
“lecheros” y “carniceros”. Pero no todas las declaraciones ocupacionales hacían
referencia a propietarios. Por su elevado estándar de vida algunos empleados
podían filtrarse sin problemas en esta categoría. Este fue el caso de los
empleados bancarios y los petroleros, quienes sobresalían por un alto nivel de
organización y por espacios de sociabilidad que escapaban a lo estrictamente
laboral[24].
Los profesionales bajos, por su parte, representaban el 11% de los
contrayentes analizados (Cuadro 1). Esta categoría incluía a trabajadores que
presentaban credenciales para el ejercicio de algunas de las actividades que
animaban la vida económica de la ciudad. En el marco de las ideas
desarrollistas que modelaban el clima intelectual de la época, la educación
desempeñaba un papel de indiscutible relevancia. Cualquier proyecto que tuviera
como norte el desarrollo económico no podía descuidar la formación de recursos
humanos que lo haría posible. La joven provincia de Neuquén prestaría sus oídos
a ese punto vital del recetario desarrollista. En una entrevista realizada hace
algunos años, Felipe Sapag, gobernador neuquino en
los sesenta, reconocía -no sin preocupación- que en ocasión de iniciarse las
obras del complejo Chocón-Cerros Colorados “…Neuquén sólo tenía para ofrecer
alrededor de diez técnicos egresados de los establecimientos provinciales y una
masa de población que no contaba con capacitación alguna…”[25].
El problema parecía alojarse, entonces, en cómo satisfacer una urgente demanda
de personal técnico, que el sistema provincial de educación sólo estaría en
condiciones de cubrir en un mediano plazo. Aun cuando los presupuestos
provinciales destinaron desde temprano una significativa masa de recursos al
montaje de los diferentes niveles educativos, el crecimiento de la oferta de
mano de obra no corría a la misma velocidad. De ahí que para la década de 1960
encontremos una gran incidencia de los migrantes de otros distritos del país
dentro de este universo de profesiones.
Cada una de las áreas consideradas estratégicas para el desarrollo del
potencial contenido en la provincia, engrosaron las filas de los profesionales
bajos. En materia económica, esta categoría incluía personal capacitado para
desempeñarse en los diversos polos de desarrollo provincial. Allí encontramos
técnicos en petróleo, minería, agricultura, energéticos y en obras viales. En
un servicio de salud que lentamente iba revirtiendo la pésima performance exhibida en la etapa territoriana[26],
se empleaban una significativa cantidad de enfermeros, radiólogos y
laboratoristas que, por su formación especifica, se enrolaban en esta categoría
ocupacional. El área educativa no se encontraba a la zaga en lo que a empleo de
profesionales se refiere. Con una planta de docentes que crecía a medida que se
incorporaban nuevos establecimientos a la órbita provincial, Neuquén se
convirtió en el destino elegido por maestros y profesores de diferentes
provincias que no ofrecían las oportunidades de un sistema educativo en plena
expansión. Y, en esta área, el peso de las mujeres (con declaraciones como
“maestra”, “educacionista” o “docente”) era considerablemente mayor al de los
hombres que tuvieron una mayor presencia en los escalones inferiores del
trabajo manual. Si bien el volumen de empleo disponible era risible en
comparación a escenarios de mayor peso demográfico, estaba claro que su ritmo
de crecimiento impedía que los cargos creados pudieran ser cubiertos por
recursos formados en la provincia. Al crecimiento de la demanda de
profesionales se correspondía algunos establecimientos formadores, entre los
que destacaba la joven Universidad de Neuquén, que poco podían hacer para
cubrir los puestos abiertos en un área que había multiplicado diez veces su
presupuesto entre 1960 y 1970[27].
Las dos categorías restantes -trabajo no manual alto y profesional
alto- involucraban a menos de 4% de los declarantes. Ambos grupos conformaban
el estrato más alto de la sociedad neuquina, aunque mostraban algunas
diferencias interesantes de señalar (Cuadro 1). El trabajo no manual alto
incluía una heterogénea capa de empresarios cuya cartera de negocios abarcaba
rubros tan diferentes como la administración de propiedades inmobiliarias, la
comercialización a gran escala de frutas, la cría de hacienda o la provisión de
insumos a la administración pública. Los profesionales altos, por su parte, sumaban
a quienes ejercían las profesiones liberales tradicionales, pero también otras
que prestaron las bases para el diseño y ejecución de la planificación
neuquina.
Evolución de la estructura ocupacional y del mercado laboral en Neuquén
(1970-1990)
En las siguientes décadas, la ciudad fue afectada por acelerado proceso
de urbanización que caracterizó a otras aglomeraciones intermedias argentinas.
Aunque una lógica distancia la separaba de ciudades de mayor dimensión como
Buenos Aires, Córdoba o Rosario, Neuquén lentamente se
trasformó en el asiento de un centro de servicios que atendía a un área
metropolitana coincidente con el Gran Valle de
Esa ciudad que, hacia 1960, tímidamente se desprendía del lastre de la
etapa territoriana, sólo veinte años después no
dudaríamos en calificarla como una urbe moderna que albergaba una población
joven, en su gran mayoría de origen migratorio[29].
El desarrollo de un Estado provincial que concentraba sus funciones
administrativas en su capital, en compañía de un avance de la explotación de
hidrocarburos que sumaba nuevos yacimientos e infraestructura, daría lugar a
una expansión urbana de considerable dimensión. Los barrios que en la década de
los sesenta mostraban una insuficiente cobertura de los servicios básicos,
lentamente se fueron sumando al núcleo urbano original. Al mismo tiempo,
diferentes soluciones habitacionales que poblaron el árido paisaje de meseta,
comenzaron a dar respuesta a un déficit de viviendas que alarmaba a las
autoridades provinciales y a las “fuerzas vivas” de la ciudad. Con todo, a la
expansión de la oferta de viviendas correspondió el despliegue de nuevas
“villas de emergencias” habitadas por una población, en gran medida recién
llegada, que se encontraba por fuera de la cobertura de los planes nacionales y
provinciales de viviendas. Alejada del clásico modelo de Burgess[30],
que funcionaba a la perfección para retratar la ecología urbana norteamericana,
Neuquén se parecía mucho a una serie de círculos concéntricos que degradaban su
situación socioeconómica a medida que nos alejábamos del centro. Barrio tras
barrio, el ejido de la ciudad se estiraba hacia el oeste en un proceso que
rompió con el tradicional clivaje entre un norte, habitado por las autoridades
y lo más granado de la sociedad, y un sur más cercano a los sectores populares.
Todas aquellas tendencias que se insinuaban en materia de empleo
tomarían una forma más acabada en las décadas siguientes. El comercio, los servicios
y las finanzas fueron los sectores que mostraron un mayor crecimiento en cuanto
a la ocupación de la población económicamente activa. El mayor peso del sector
terciario se tradujo en un aumento de la población aglomerada que volvió
necesaria la construcción de viviendas particulares, pero también de una
infraestructura acorde a las necesidades de una población en crecimiento. Un
repaso de las obras que cambiaron la fisonomía de la ciudad debería mencionar
la edificación de la estación terminal de micros, la construcción del palacio
municipal, la pavimentación de las calles que formaban el casco original, el
entubamiento de algunos de los arroyos que surcaban la ciudad, la apertura de
nuevas calles en zonas antes rurales, el traslado de la antigua playa de maniobras
del ferrocarril hacia la periferia y la inauguración del parque industrial.
Este crecimiento, que llevó la participación del sector de la
construcción a niveles históricos, no se agotó en la década de los ochenta. Si
bien el ritmo de crecimiento demográfico fue más medido que en los períodos
intercensales precedentes, los permisos de construcción y refacciones se
mantuvieron a un nivel considerable[31].
Como en otras ciudades de rápido crecimiento, desde muy temprano el negocio
inmobiliario dio paso a un fenómeno de especulación que había animado el
fraccionamiento de las chacras que rodeaban al trazado original. La
urbanización efectiva, sin embargo, siguió un ritmo propio, mucho más lento,
haciendo que los planos no siempre coincidieran con un paisaje salpicado por
enormes terrenos baldíos. Quizás por ese motivo no sea extraño toparnos, en la
década de los setenta, con avisos que ponían en venta solares ubicados en el
corazón de la ciudad o que se elevaran quejas por el descuido de los terrenos
desocupados. Quedaba claro que, aunque había avanzado sobre áreas que escapaban
a las previsiones de quienes la diseñaron originalmente, la ciudad conservaba
espacios vacíos que reforzaron la imagen de una urbanización desordenada y
carente de planificación.
Luego de revisar las líneas maestras seguidas por la ciudad se impone
una pregunta elemental: ¿qué impacto tuvieron en la distribución ocupacional?
Ante todo, se desprende de la evolución de las distintas categorías una perdida
de importancia del trabajo manual. Si en los sesenta y setenta los empleos
manuales congregaban cerca de un tercio de la subpoblación seleccionada, en la
década siguiente descendieron hasta ubicarse en una cifra cercana al 20% (Cuadro
1). Dos razones ayudan a explicar este singular proceso. En principio es
necesario señalar la caída en desgracia de la actividad agrícola en los límites
de la ciudad. Ese oasis de regadío, que había dado vida a la economía neuquina,
comenzaba a agrietarse frente a un proceso de loteo que alimentaba al crecimiento
de la planta urbana neuquina. Como resultado de este fenómeno divisamos un
retroceso del número de individuos empleados en trabajos temporarios y sin
calificación, que tuvo como principales damnificadas a declaraciones como
“peón” o “jornalero”. Parece lógico suponer que, conforme la ciudad ofrecía
nuevos empleos que precisaban una escasa calificación, se definían los trazos
de un pasaje desde el escalón más débil de la estructura ocupacional hacia
trabajos no manuales bajos. Este fenómeno fue favorecido por la mayor
conectividad que comenzaban a gozar los barrios con respecto al centro de la
ciudad. Aunque parezca contradictorio, a medida que su planta urbana fue
creciendo en tamaño, el tiempo necesario para unir sus extremos se fue
reduciendo. El desarrollo de un sistema publico de pasajeros, que alcanzo en
los ochenta su madurez, encontramos una respuesta adecuada para explicar este
proceso[32].
El segundo fenómeno que tiene importancia a la hora de explicar la
perdida de importancia del trabajo manual lo encontramos en los vaivenes
propios de la construcción. Al igual que el sector secundario en los escenarios
más industrializados, esta actividad funcionaba como un termómetro que medía
los ritmos de la economía neuquina. De ahí que, al calor de las grandes obras
hidroeléctricas que sacudieron el mercado laboral de la región, la construcción
haya incorporado a una multitud de trabajadores que desempeñaba tareas como
oficiales en una amplia gama de rubros. En la década de los ochenta, cuando la
agonía de
A la deslucida performance de
las labores manuales se correspondió un sostenido crecimiento del empleo no
manual. Como anticipamos algunas líneas más arriba, en la explosión del
comercio y el incremento de la planta de empleados públicos encontramos una
llave que nos permite descubrir una economía cada vez más recostada sobre el
sector terciario. El despegue demográfico de la ciudad daría impulso a un
comercio que no sólo satisfacía una demanda creciente de bienes, sino además
los gustos cada vez más sofisticados de su población. Los tiempos en que “para
hacer las compras del día, pasaban en las jardineras los chacareros que venían
a ofrecer su mercadería por las casas, al igual que los lecheros” sólo
sobrevivieron en los recuerdos de los pobladores más antiguos[34].
En su lugar, hacían su presentación los primeros supermercados que, hasta la
instalación reciente de las grandes cadenas nacionales, surtieron a la
población de una variada gama de bienes hasta allí desconocidos. A medida que
la población se integraba a un circuito de consumo nacional, las vaquerías y
las casas de moda reemplazaron a las antiguas tiendas y sederías. Los bares y
fondas, que habitualmente albergaban bailes tradicionales, comenzaron a
competir con discotecas que se esmeraban por parecerse a las más importantes
del país. Con la expansión del comercio, el sistema educativo y,
fundamentalmente, de los medios de comunicación, la ciudad se modernizó
culturalmente, perdiendo en ese tránsito ese aroma a “sociedad de pioneros” que
había funcionado como carta de presentación en el pasado.
La única categoría que mostró una evolución negativa fue el “trabajo no
manual intermedio”. Aquí nuevamente dos fenómenos se conjugan para explicar
este descenso que, aunque significativo, no fue dramático. En primer lugar, es
necesario señalar la menor importancia de declaraciones
relacionadas con el mundo rural, entre las que no podemos dejar de mencionar la
de “chacarero”. Tal como había ocurrido con los peones y jornaleros, subsumidos
ahora en empleos no manuales bajos, en el caso de los pequeños y medianos
propietarios puede que, luego de lotear sus terrenos, se hayan desplazado a
empleos urbanos o bien que continuaran desempeñando las mismas tareas en los
nuevos espacios disponibles para la producción de frutales. Así como veíamos,
cuando doblaba el siglo, un conjunto de colonias que funcionaban en las
proximidades de la ciudad, en la década de los ochenta gran parte de las
actividades agrícolas de la provincia se había trasladado a nuevas áreas que
ofrecían amplias superficies a bajos precios[35].
Otro de los puntos que ayuda explicar el descenso del empleo “no manual
intermedio” lo encontramos en el funcionamiento del comercio de la ciudad. Pese
a ser uno de los sectores que exhibió un mayor avance, también fue objeto de un
creciente proceso de concentración. En los sesenta, era muy habitual encontrar
pequeños comerciantes que ofrecían artículos de consumo cotidiano en los nuevos
barrios. Esta clase de establecimientos proliferaron cuando los límites de la
ciudad se hallaban en plena expansión. Con un escaso capital y con la ventaja
que se desprendía de la confianza del vecinazgo, era posible montar un negocio
de cierta dimensión que complementaba los ingresos familiares. Aquel antiguo
ideal jeffersoniano de una sociedad de pequeños
propietarios, en este caso urbanos, parecía cristalizarse en los primeros años
de vida de la provincia. Sin embargo, el anhelo de ser el propio jefe no gozó
de una larga vida. Pese a no desaparecer completamente, comenzó a matizarse a
la luz de un escenario cada vez más competitivo. A esa oleada inicial, de
ingresos fáciles y proveedores confiados, siguieron tiempos de sedimentación
del sector. Mientras que algunos comercios tomaron la forma de modernas
empresas, que inclusive soportaron la llegada de cadenas nacionales, otros no
resistieron el peso de la competencia. Este proceso, que de ningún modo fue
privativo de Neuquén, hizo posible una disminución en la participación de los
comerciantes dentro de la población, al mismo tiempo que aumentaba la cantidad
de personas empleadas en el sector.
En definitiva, podríamos decir que la estructura ocupacional de la
ciudad pareciera haber tomado un camino intermedio entre un capitalismo
industrial y una economía agrícola. A diferencia del área metropolitana
bonaerense, el peso del sector secundario neuquino nunca fue significativo. Más
allá de ser unas de las metas que con insistencia se incluía en los planes
provinciales de desarrollo, la realidad marcaba que la participación de la
industria en la economía mostró una sostenida caída entre 1960 y 1991[36].
La consecuencia más obvia de este proceso fue la paulatina desaparición del
trabajo manual. A igual distancia de un modelo taylorista
que confiaba en una mano de obra poco calificada o de una industrialización alla argentina,
con una inversión menor y trabajadores calificados, Neuquén tan sólo contaba
con algunas plantas –algunas de ellas sofisticadas- que no pudieron torcer un
rumbo ligado al sector terciario. Tampoco fue la agricultura un engranaje
gravitante en la economía de la ciudad. Al compás de la expansión de su planta
urbana, Neuquén clausuró cualquier posibilidad de recorrer ese sendero como sí
lo hicieron otras localidades de la región. En su lugar, se gestaría un binomio
compuesto por la administración pública y el comercio que aumentaría la
importancia de los empleos no manuales. Con el aporte de las categorías
profesionales, pero especialmente de los segmentos de menor calificación, la
ciudad se consolidaría como un centro de servicios que demandaba más mano de
obra que la disponible, colocándose a la vanguardia del proceso de poblamiento
patagónico.
Las oportunidades de trabajo eran muchas y muy diversas. A los puestos
que ofrecían el crecimiento del aparato burocrático y un comercio más maduro,
se sumaban los generados por la construcción. Es probable que este camino
intermedio, que daba la espalda a los sectores primario y secundario, haya
brindado chances de llevar adelante una movilidad social que en otros espacios
estaba cerrada. Las mayores oportunidades para quienes llegaban a la ciudad
estaban dadas menos por la estructura del mercado laboral que por su nivel de
competencia. Sin embargo, estas últimas no eran similares y no afectaban por
igual a todos los grupos migratorios. De ahí la importancia de utilizar un
cristal de mayor aumento que nos permita observar los matices existentes en una
sociedad cada vez más compleja. Precisamente de ese punto sensible nace la
importancia de explorar la inserción ocupacional de los migrantes de diferentes
orígenes.
Los migrantes y sus competencias. Los grupos migratorios en el
microscopio
Frente a un panorama que comenzaba a tomar distancia de la herencia territoriana, dos son las preguntas que debemos formular:
¿en qué actividades se ocuparon los migrantes que llegaron a la ciudad de
Neuquén? y ¿qué diferencias encontramos en relación a la población nativa?
Si algo queda claro de la lectura del Cuadro 2 es que los migrantes no
escapaban a las generales de la ley. Al igual que el resto de la población, se
desempeñaban en labores no manuales, aunque no era menor su importancia en los
empleos manuales especializados y en aquellos que requerían una mediana
calificación. Algo no muy distinto podríamos decir en la cúspide de la pirámide
ocupacional: el peso de las declaraciones agrupadas alrededor de la categoría
“trabajo no manual alto” era prácticamente imperceptible. En otros estratos, de
mayor importancia cuantitativa, los migrantes se encontraban en una situación
de virtual empate respecto a los nacidos en la ciudad. Estos eran los casos de
los “profesionales bajos” y los “trabajos no manuales intermedios”.
Sin embargo, las similitudes que se desprenden de una mirada
superficial deben matizarse a la luz de algunas interesantes diferencias. Si
bien el mercado de trabajo ofrecía oportunidades en distintos sectores de la
economía, algunas áreas se destacaban sobre otras. La creciente importancia del
Estado como empleador redujo la competencia de quienes no habían nacido en la
ciudad para desempeñar tareas “no manuales bajas”. Por este motivo, los
migrantes participaron de los empleos “semicalificados
y servicios” en una proporción bastante superior a los locales. Mientras que
los primeros lo hicieron en un índice cercano al 15%, los últimos apenas
superaron el 9% (Cuadro 2). Algo similar podríamos decir de aquellos empleos
que no requerían calificación alguna. Aunque habían perdido el peso de la
década de los sesenta, vemos allí una notable presencia relativa de la
población migrante. Puede que estas diferencias parezcan menores, pero nos
muestra un rasgo esencial del mercado de trabajo local: la población nativa
pareciera estar al resguardo de las ocupaciones menos calificadas y, en
general, del trabajo manual. Portadores de un gran caudal de relaciones
sociales, los nacidos en la ciudad estuvieron en mejores condiciones de
adaptarse a una administración pública que demandaba cada vez más empleados o
de sumarse al desarrollo de la actividad comercial. Su destacada participación
en los trabajos “no manuales bajos”, superior al 55%, se nos presenta como un
excelente reflejo de ello (Cuadro 2). Por más que la sociedad neuquina mostraba
una gran movilidad, resultado de una estructura poco cristalizada “por debajo”,
estaba claro que las posibilidades abiertas por una economía en plena expansión
no estaban distribuidas simétricamente al interior de la población.
La mayor participación de los nacidos en la ciudad en los escalones
inferiores del empleo no manual, no se trasladaba a las restantes categorías de
la clasificación. Por el contrario, entre los “profesionales altos” divisamos
un panorama completamente diferente. Ese desierto de profesionales, que los
testigos de la época se encargaban de resaltar, había sido en gran medida
revertido, aunque no afectaba con la misma intensidad a la población local. Si
bien el sistema universitario regional comenzaba a mostrar sus primeros
resultados[37], todavía no eran
suficientes para cubrir los puestos que ofrecía una ciudad que se aproximaba
cada vez más a los grandes escenarios urbanos. Con una oferta que transitaba a
menor velocidad que la demanda, no es extraño que los individuos nacidos fuera
de la ciudad conservaran una posición de privilegio en ese terreno. Un simple
razonamiento, basado en la información proporcionada por el Cuadro 2, puede
iluminarnos sobre esta asimetría: las posibilidades de que un migrante contara
con un título universitario eran de dos a uno con respecto a los neuquinos
nacidos en la capital.
Luego de revisar la distribución ocupacional de los contrayentes,
conviene esbozar una primera conclusión: la población migrante, sin perder su
presencia en los trabajos no manuales bajos, contó con una importante inserción
en los extremos de la clasificación, mientras que entre los nacidos en la
ciudad era más habitual ubicarse en los estratos intermedios. La solidez de
este enunciado, sin embargo, puede ser fácilmente puesta a prueba si
disminuyéramos la escala de observación. Si bien el clivaje entre nativos y no
nativos nos brinda una imagen panorámica de la distribución profesional, no
deja ver dinámicas que suceden a menor escala. Así, lo que a priori se nos presentaba como un todo uniforme, comenzaría a
exhibir rugosidades que escapan a los agregados tradicionales. La información
condensada en los censos, aunque organiza a la población por origen, no
proporciona un adecuado cruce de variables en lo que a ocupación se refiere.
Con su ayuda podemos conocer el peso de los no nativos en la estructura
demográfica neuquina, pero difícilmente los principales rasgos de su inserción
profesional[38]. Frente a este obstáculo,
difícil de sortear por el secreto estadístico que recae sobre las cédulas
censales, las actas matrimoniales nos ofrecen un enorme caudal de información
que permite realizar agrupamientos ad hoc,
muy útiles para examinar las competencias de ciertos grupos migratorios y su
evolución en el tiempo.
Si Neuquén ofrecía una abundante oferta de empleo y una baja
competencia para ciertos nichos ocupacionales, ¿en qué medida lograron sacar
ventaja de esto los migrantes provenientes de otras provincias argentinas? A
primera vista, es claro que el grueso de quienes llegaban de otros puntos del
país se empleaba en trabajos “no manuales bajos”, en un comportamiento muy similar
al mostrado por la población local. A diferencia de los migrantes del interior
de la provincia y los trasandinos, encontramos entre ellos una elevada
proporción de individuos con una larga experiencia en escenarios urbanos, que
los ponía en mejores condiciones de enfrentarse a un mercado laboral que iba
precisamente en esa dirección. Es interesante observar como conforme avanzaban
las décadas la proporción de trabajadores manuales poco calificados disminuyó
de forma sensible, mostrando a las claras la creciente especialización del
mercado laboral. Así como en los últimos años del Territorio Nacional y los
primeros de la provincia se destacaban quienes carecían de cualquier
calificación, aproximándonos a los noventa esa tendencia pareciera
desdibujarse. En su lugar fue más relevante el peso de los trabajos manuales de
mayor calificación, los trabajos de oficina y, en menor medida, el ejercicio de
profesiones reputadas.
Pese a ser un componente menor de la población de otras provincias, los
empleos profesionales merecen un párrafo aparte. Es en ese abanico de
ocupaciones donde encontramos los mayores contrastes entre los diferentes
grupos migratorios. Más allá que el sistema educativo fue cubriendo las
necesidades de una población que avanzaba a ritmo sostenido, quedaba claro que
ciertos sectores se encontraban menos representados. Un ejercicio bastante
sencillo puede que traiga luz sobre las distintas competencias que albergaba
una categoría tan llana como “población migrante”. Para la década de los
ochenta, era seis veces más probable que un migrante de otra provincia ocupara
un cargo “profesional alto” antes que lo hiciera alguien proveniente del
interior neuquino. Sobre esta enorme distancia en la distribución relativa de
los profesionales altos se construiría una imagen que asociaba a ambas
variables de manera simbiótica. Tan fuerte ha sido este binomio que no es
extraño encontrar frases, muy difíciles de probar empíricamente, como la que se
refiere a “una población joven, básicamente compuesta por sectores medios/profesionales
provenientes de otras áreas del país”[39].
Como sucede con muchas representaciones sociales, aunque identifiquemos en
ellas algunos ingredientes de la realidad, por lo general tienden a exagerar o
prescindir de tantos rasgos como los que reflejan. Esta clase de mito llevada
al paroxismo nos devuelve una imagen distorsionada de una población que, hacia
1991, representaba un tercio del total. Después de todo, no podemos perder de
vista que, en los ochenta, sólo uno de cada doce migrantes que contrajo nupcias
podía acreditar un título que lo habilitaba en el ejercicio de algunas de las
profesiones más prestigiosas (Cuadro 3).
Otra pista nos brinda más evidencia en la misma dirección. En contra de
lo que cierto sentido común pareciera indicar, para la década de 1980, cuando
el trabajo manual perdía su batalla con las labores no manuales, el 15% de la
población de otras provincias se desempeñaba en empleos calificados o semicalificados, entre los que descollaban los relacionados
con la construcción (Cuadro 3). Eso quiere decir que, más allá de la fuerza de
las imágenes, las ocupaciones ubicadas en la cúspide de la pirámide ocupacional
eran menos relevantes que las de menor calificación. Quedaba claro que la
enorme mayoría de quienes llegaban de diferentes provincias participaba
anónimamente en algunos de los rubros vedette
del periodo, especialmente los relacionados con la prestación de servicios y el
comercio. Un rápido repaso por los principales indicadores ocupacionales nos
proporciona una instantánea que deja poco lugar a la imaginación: para 1980, el
60% de los migrantes de otras provincias se encontraba ocupado en aquellos
sectores, a una considerable distancia de la población neuquina (53%) y más
lejos aun de quienes llegaban de países limítrofes (31%)[40].
Pese a su utilidad en el abordaje de la población no nativa, las
miradas centradas en grandes grupos migratorios pierden de vista la diversidad
que cada uno de ellos puede contener a su interior. Esto es particularmente
visible en el caso de los migrantes argentinos. De ahí la importancia de sumar
al origen provincial como variable de análisis. Puede que el estudio de la
inserción profesional de los migrantes de cuatro distritos, gravitantes dentro
de los la población argentina no neuquina, nos brinde algunas pistas al
respecto. Lo primero que advertimos entre quienes llegaron de Capital Federal,
Buenos Aires, Córdoba y Mendoza es el enorme peso de las labores no manuales (92%,
86%, 85% y 74% del total de contrayentes respectivamente), replicando a grandes
rasgos lo observado para el conjunto de las actas relevadas. No menos evidente
resulta, dentro de este grupo de ocupaciones, la fuerte participación del
empleo no manual bajo: cerca de la mitad de los registros se encontraban en ese
casillero profesional (Cuadro 4).
Junto a estas similitudes, advertimos interesantes diferenciales que
nos avisan sobre las ventajas de disminuir la escala de observación. En los
extremos de la clasificación es donde notamos los mayores contrastes.
Comencemos por la cúspide de grilla: el estrato profesional alto. Allí, los
llegados de Capital Federal con un 16% llevaban la delantera (Cuadro 4).
Asiento de una de las universidades más importantes del continente y dueña de
una temprana inflación de credenciales, la capital argentina pareciera
ajustarse a la perfección a esa imagen que la tiene como un espacio expulsor de
recursos humanos calificados[41].
Dos de las provincias de mayor desarrollo relativo, Buenos Aires y Córdoba,
presentaban un virtual empate: los profesionales altos llegados de ambos
distritos conformaban cerca del 10% del total de contrayentes relevados (Cuadro
4). Bastante más atrás se ubicaba Mendoza que mostraba una proporción de
titulados casi imperceptible (cerca del 2%). En la cercanía geográfica y la
importante población rural mendocina encontramos una posible explicación a la
tenue presencia en el escalón superior de la clasificación ocupacional.
Las mismas razones nos permiten analizar lo sucedido en la parte baja
de la grilla. Aunque ninguno de los distritos analizados presentaba
declaraciones que pudieran situarse en el estrato manual sin calificación, son
evidentes los contrastes entre los trabajadores manuales calificados y semicalificados. En caso de sumar ambas categorías veríamos
a un cuarto de los migrantes mendocinos en esas coordenadas ocupacionales
(Cuadro 4). En cambio, sólo un sexto de los migrantes bonaerenses y cordobeses
se empleaba, al momento de contraer nupcias, en este tipo de labores. Los
migrantes llegados de
Además del gran caudal de nativos procedentes de otras provincias,
Neuquén se destacó por el importante aporte de la población chilena. Si bien su
incidencia dentro de la población experimentó una caída vertical a lo largo del
siglo, su participación dentro del grupo de los extranjeros siempre estuvo por
encima del 80%. Esa importancia demográfica no se tradujo en una minuciosa
atención estadística. De ahí la necesidad de complementar las cifras oficiales
con la información suministrada por fuentes nominales. Los censos publicados no
registran las ocupaciones de las distintas nacionalidades, pero una subpoblación
de 426 individuos extraída de las actas matrimoniales muestra a este grupo muy
atrás respecto a los nativos y a los llegados de otras provincias (Cuadro 5).
Es muy interesante observar cómo, a medida que descendemos en la estructura ocupacional,
encontramos una mayor participación de la población trasandina. Tomando
distancia de las tendencias que surcaban a la población migrante “en general”,
este grupo mostró desde muy temprano una fuerte inclinación por los trabajos
manuales. En la década de 1960, por ejemplo, la población chilena se distribuía
en partes prácticamente iguales en los tres niveles del empleo manual, sumando
en conjunto alrededor del 70% del total. En ese momento eran todavía fuertes
los oficios desplegados en los bordes rurales de la ciudad -como “jornalero” y,
en menor medida, “peón”-, pero comenzaban a destacarse otros nacidos al calor
del boom demográfico neuquino, todos
sintonizados con una ciudad que paulatinamente se incorporaba al concierto
nacional.
En las décadas siguientes, cuando la ciudad apuró los tiempos de su
urbanización, las labores ligadas al sector primario perdieron terreno frente a
los empleos citadinos. Una señal en ese sentido fue la lenta desaparición de
los “trabajos temporarios o sin calificación” que comenzaron a ser ocupados por
“trabajadores golondrina” venidos de las provincias más postergadas del norte
argentino[42]. En su reemplazo cobraron
importancia declaraciones relacionadas con el mundo de la construcción, donde
se desplegaron redes familiares y de paisanaje que hicieron posible una
inserción preferencial. Con una larga presencia en la región y un núcleo de
causas estructurales que empujaban a la población a abandonar sus minifundios[43],
la población trasandina experimentó un viraje que la llevaría a profundizar sus
comportamientos urbanos, sacudiendo las formas de asentamiento hasta entonces
vigentes: un patrón migratorio rural-rural, vinculado con actividades
estacionales, sería eclipsado por un modelo de asentamiento familiar cuya inserción
laboral se desarrollaba en empleos urbanos.
En compañía de los empleos asociados a la construcción distinguimos un
sostenido avance de los “trabajos no manuales bajos”. Aunque durante el periodo
estudiado transitaron a cierta distancia del empleo manual, no deja de ser
interesante la explosiva evolución que experimentaron. Si en un primer momento
presentaban una reducida participación en esas labores, para la década de los
ochenta esta proporción aumentaría hasta llegar el 46% (Cuadro 5). Dos razones
ayudan a explicar a este pasaje. En primer lugar, tal como sucedió con el
mercado laboral en su conjunto, se registraría un desplazamiento de la economía
hacia el sector terciario que, con algún retraso, involucró a los migrantes
trasandinos. Una arquitectura ocupacional apoyada en los empleos no manuales,
no podía dejar de afectarlos, aunque lo hizo con menor fuerza que la población
local y quienes procedían de otras provincias argentinas. Un segundo elemento
que ayudó a esta transformación lo encontramos en su mejor desempeño en materia
educativa. Con su concurso, los migrantes chilenos parecieran haber equilibrado
sus chances de ingresar en empleos alejados del mundo de la construcción. Este
singular fenómeno podemos analizarlo a la luz de la multitud de establecimientos
que se abrieron paso en los barrios de la ciudad, pero también por medio de un
aprendizaje de las dinámicas propias del empleo urbano. En una suerte de ciclo
de integración, la población trasandina mostraría una mayor predisposición
hacia ciertos comportamientos, ausentes en las primeras observaciones, que
permitieron una mayor adaptación a un escenario que ganaba en complejidad.
La década de 1980 es una excelente mirilla desde donde observar la
elevada correlación entre los indicadores educativos y la diversificación
profesional. En esos diez años, en simultaneo al despegue de los “trabajos no
manuales bajos”, la población chilena comenzó a experimentar un mayor nivel de
instrucción. La proporción de chilenos en el peldaño inferior de la escala
educativa descendió, entre 1983 y 1987, de un índice cercano al 40% a otro que
se aproximaba al 28%[44].
Esto quiere decir que un 12% de la población trasandina se alejó del casillero
que agrupaba a quienes no reunían ningún tipo de formación o acreditaban un
paso incompleto por el nivel primario. Esa caída, bastante más violenta que la
registrada por la población local, tuvo como reflejo natural un alza de los
migrantes alojados en los niveles medios y superior del sistema educativo. Si a
comienzos de la década poco más de la mitad de la población había transitado
con éxito el nivel primario, hacia 1987 esa proporción se incrementaría hasta
llegar al 76%, afectando más intensamente a quienes habían logrado sortear el
nivel secundario y podido incorporarse al sistema universitario[45].
Una consecuencia lógica de este proceso fue la paulatina aparición de la
población chilena en los estratos superiores de la estructura ocupacional.
Aunque lo hizo en menor medida que otros grupos migratorios, fue considerable
su peso entre los “profesionales bajos” y, en menor medida, entre los
“profesionales altos” y los “trabajos no manuales altas” (Cuadro 5).
Una última escala de este recorrido obliga a prestar atención a un
tercer grupo migratorio. A diferencia de los que llegaban de otras provincias
argentinas, los migrantes del interior provincial provinieron, en gran medida,
de espacios rurales sumergidos en una crónica situación de crisis. Lejos
quedaban los tiempos en que los departamentos recostados sobre los Andes albergaban
la mayor parte de la población neuquina. En las tres décadas estudiadas la
mayoría de ellos exhibió un comportamiento claramente expulsivo[46].
Luego de multiplicarse los controles aduaneros, a raíz de las políticas
proteccionistas que siguieron a la crisis de 1930, se derrumbaron los circuitos
comerciales que unían a una constelación de pequeños productores rurales con
los mercados trasandinos[47].
Sin su base de sustentación, estas economías domésticas encontraron muchas
dificultades para reproducirse exitosamente. En este marco, la ciudad de
Neuquén se convirtió en el destino de una corriente migratoria originada en
numerosos de parajes cordilleranos. En sus límites encontramos una población
que privilegiaba a la movilidad territorial como parte de una estrategia
familiar tendiente a lograr una óptima asignación de recursos. Los integrantes
que partían no sólo aliviaban el funcionamiento de una economía doméstica
sometida a rendimientos decrecientes, sino además permitía el ingreso, vía
remesas, de importantes recursos monetarios[48].
Esta situación de vulnerabilidad, en compañía de proximidad geográfica,
hizo que este grupo cumpliera un papel protagónico en el crecimiento de la
ciudad. Su importancia numérica, sin embargo, no es sencilla de evaluar debido
a la escasa atención que los censos prestaron a los movimientos intra-provinciales. Las actas matrimoniales, en cambio,
brindan abundante información que ayuda a comprender su relevancia en los
primeros momentos de la provincia. Durante la década de 1960, cuando los
restantes flujos migratorios eran todavía tenues, los individuos de este origen
representaban un cuarto de los contrayentes, superando inclusive a quienes
habían nacido en la ciudad. Dos décadas después, aunque opacados por el
crecimiento de los migrantes de otros distritos, su participación permaneció
por encima del 20%.
A esa vigencia entre la población económicamente activa, se
correspondieron importantes transformaciones en su inserción ocupacional. Al
igual que los migrantes trasandinos, encontramos en este grupo un considerable
peso de los eslabones más débiles de la estructura ocupacional. Describiendo
una curva similar a la del empleo manual “en general”, los llegados del
interior neuquino incrementaron su participación de un 25% en los sesenta a una
proporción cercana al 36% en la década siguiente, para luego descender hasta el
22% (Cuadro 6). Los ritmos seguidos por las profesiones relacionadas a la
construcción son de vital importancia para comprender el pulso de esta
evolución. Al calor de las grandes obras públicas que tuvieron a Neuquén como
escenario, es lógico que nos topemos con una rápida expansión de ese abanico de
oficios.
Lo que indica la composición social del flujo es la inexistencia de trabas
que dificultaran la movilidad. A diferencia de lo sucedido con escenarios más
alejados y con menor tradición migratoria en la región, quienes llegaban del
interior provincial tenían el extraño privilegio de contar con una red de
paisanaje en la ciudad que la terminaría convirtiendo en un destino migratorio
casi exclusivo. En cierto sentido, la falta de conocimientos, de familiaridad y
de facilidades en las zonas de inmigración funcionaron como filtros a través de
los cuales sólo lograban pasar los que estaban en mejores condiciones de
progresar en la sociedad de acogida[49].
Aunque parezca contradictorio, podríamos decir que las posibilidades de que un
migrante, sin importar su origen, encontrara un buen trabajo aumentaban a
medida que disminuía la cantidad de paisanos en la ciudad. En el caso de los
migrantes neuquinos su realidad pareciera circular con el carril opuesto: la
combinación de una persistente depresión y el efecto de arrastre que
generalmente ejercían las capitales provinciales, nos da pistas sobre el
deslucido lugar que ocuparon en la estructura profesional. En la década de los
sesenta, cuando los saldos migratorios comenzaban a crecer, era cinco veces más
probable que un migrante de otras provincias desempeñara un cargo “profesional
alto” que lo hiciera alguien llegado del interior neuquino. Dos décadas
después, cuando la ciudad había sorteado el punto más alto de la oleada
migratoria, esa tendencia continuaba: las posibilidades de encontrar un profesional alto entre los llegados de
otras provincias era de
Acompañando su considerable participación en los empleos manuales, los
migrantes del interior neuquino mostraron una temprana inserción en los
trabajos “no manuales bajos”. Esta particularidad los ubicaba a cierta
distancia de la población chilena y los ponía en pie de igualdad con los
nativos. Durante los treinta años que abarca la pesquisa, la proporción de
migrantes de este origen empleados en trabajos “no manuales bajos” se mantuvo
por encima del 50%, alcanzando en la década de los ochenta un 60% (Cuadro 6).
Para comprender esta mayor presencia relativa debemos dar cuenta de algunos aspectos
íntimamente relacionados. No podemos dejar de señalar, en primer lugar, la
ventaja que nacía de su temprano arribo a la ciudad, poniéndolos en mejores
condiciones que los llegados de otras provincias de insertarse en una economía
que comenzaba a girar alrededor del sector terciario. Aunque estos últimos
mostraron una mayor participación en empleos que necesitaban de credenciales,
estas no fueron tan importantes en los empleos no manuales de menor
calificación. De ahí que la fuerte presencia de los migrantes neuquinos se haya
convertido en un recurso que facilitaba la inserción en el mercado laboral,
aunque no dejaba de generar dificultades para iniciar procesos de movilidad
ocupacional.
Con todo, esta argumentación, que funciona muy bien para explicar la
inserción diferencial de los distintos grupos migratorios argentinos, no tiene
la misma eficacia para analizar la brecha abierta entre migrantes del interior
neuquino y quienes provenían de Chile. Después de todo, en ambos casos nos
enfrentamos a una población rural, sin mayor experiencia en espacios urbanos,
que tenía a la movilidad como parte de una estrategia de reproducción familiar
y que, a diferencia de los migrantes de otras provincias, presentaba una larga
historia en la región. Pero la fuerza de las similitudes pareciera matizarse si
concentráramos nuestra atención en los “empleos no manuales bajos”. Aunque
distinguimos, conforme nos alejamos de 1960, una mayor participación de los
migrantes trasandinos en ese estrato, para el final de la observación todavía
estaban algo retrasados con respecto a los restantes grupos migratorios, en
especial respecto a los neuquinos. En este singular fenómeno conviene señalar
la importancia de un aparato administrativo que extendía sus funciones y
multiplicaba su personal a un ritmo sostenido. Así, la creciente importancia
del Estado como empleador hizo imprescindible una competencia, inasible desde
el punto de vista censal, cuya distribución no era precisamente simétrica. En
vista de la consiguiente falta de contacto de la población chilena con las
maquinarias políticas locales, la burocracia fue una fuente prolífica de
oportunidades para los migrantes del interior neuquino[50].
En algunos casos, el crecimiento del empleo público podía inclusive desmontar
algunos nichos ocupacionales que habían sido ocupados por los extranjeros
durante la etapa territoriana (1885-1955). El
desarrollo de una fuerza policial local, más profesional y selectiva, quitaría
a los chilenos una opción laboral que habían ocupado durante mucho tiempo, no
sin el insistente reclamo de las autoridades. Sin embargo, al proporcionar una
fuente alternativa de empleo a los migrantes argentinos -tanto neuquinos como
de otros distritos-, la burocracia en todas sus variedades abrió el camino a
los migrantes trasandinos en el sector privado y, particularmente, en el mundo
de la construcción.
Algunas consideraciones finales
Las comparaciones entre los migrantes de otras provincias argentinas,
del interior neuquino y los llegados de Chile, nos devolvieron una imagen
compleja del mercado laboral neuquino. Esto hubiera sido imposible de no ser
por la decisión de escapar al siempre tentador contraste entre nativos y
migrantes. Como demostramos a lo largo del trabajo, detrás de los amplios
agregados se ocultaba un paisaje muy heterogéneo donde despuntaron modos
diferenciales de inserción ocupacional. La expansión de la demanda laboral,
como dijimos, brindó abundantes oportunidades de empleo, pero ellas no se
distribuyeron armónicamente dentro de la población. Una mirada más concentrada
de la realidad hizo posible detectar patrones que desafían algunas
interpretaciones tradicionales sobre la materia, en especial las que ligaban a
ciertos grupos migratorios con determinadas ocupaciones. Cada uno de los
afluentes que alimentó el crecimiento de la ciudad presentaba singularidades
difícilmente homologables. Si los migrantes trasandinos mostraron desde muy
temprano una fuerte presencia en el trabajo
manual que, aunque fue perdiendo fuerza con el tiempo, nunca dejó de ser
importante; los llegados del interior provincial exhibieron una extraña
combinación entre el empleo “no manual bajo” y el trabajo manual en sus
diferentes variantes. Por otra parte, los migrantes que llegaban de otros distritos,
mucho más habituados a la lógica del empleo urbano, nutrieron las filas de los
trabajadores no manuales, más allá de participar en buen número en los empleos
de menor calificación.
Tan importante como analizar diferentes grupos migratorios fue la opción
de examinar un periodo de treinta años. Tomando distancia de los estudios
puntuales, por lo general adheridos a las fechas censales, intentamos capturar
la dinámica de un escenario que no era precisamente estático. Dicho en otros
términos, ante la disyuntiva de estudiar una instantánea o bien hacer un
seguimiento de algunas variables esenciales por un prolongado arco temporal, no
dudamos en tomar el segundo camino. De no haberlo hecho, las chances de
distinguir algunas tendencias de largo plazo hubieran sido considerablemente
menores. Con su concurso, logramos distinguir un movimiento hacia el empleo no
manual que fue involucrando, a diferentes velocidades, al conjunto de la
población. En la década de los sesenta, esas ocupaciones eran reductos que
albergaban a los nacidos en Neuquén y, en menor medida, a los migrantes
neuquinos. Algunos años después, cuando la ciudad reforzó -junto a otras
metrópolis intermedias- su función como centro de servicios, esa oleada inicial
fue cubriendo a los restantes grupos migratorios.
ANEXO CUADROS Y TABLA
Cuadro 1: Distribución ocupacional de los
contrayentes en la ciudad de Neuquén, 1960-1990 (porcentajes)
Estratos
socio-ocupacionales |
60s |
70s |
80s |
|
1 2 3 4 5 6 7 8 |
Profesional Alto No Manual Alto Profesional Bajo No Manual Intermedio No Manual Bajo Manual Calificado Manual Semicalificado y
Servicios Manual Sin Calificación y Jornaleros |
2,7 0,9 11,5 10,9 45,0 12,0 9,2 7,8 |
3,4 0,8 8,3 7,7 51,5 11,0 12,8 4,5 |
5,2 0,4 9,9 7,6 58,3 9,8 8,0 0,7 |
|
Totales |
100
(808) |
100(1869) |
100(2441) |
Fuente: Elaboración propia a partir de las actas matrimoniales del Archivo de
|
Cuadro
2: Distribución ocupacional de nativos y migrantes en la ciudad de Neuquén,
1970-1990 (porcentajes).
Estratos
socio-ocupacionales |
Nativos |
Migrantes |
|
1 2 3 4 5 6 7 8 |
Profesional Alto No Manual Alto Profesional Bajo No Manual Intermedio No Manual Bajo Manual Calificado Manual Semicalificado y
Servicios Manual Sin Calificación y Jornaleros |
2,2 0,3 9,1 6,6 64,7 8,9 6,7 1,5 |
5,2 0,7 9,2 8,0 52,3 10,8 11,2 2,6 |
|
Totales |
100
(1058) |
100(3252) |
Fuente: Elaboración propia a partir de las actas matrimoniales del Archivo de
|
Cuadro
3: Distribución ocupacional de los migrantes de otras provincias. Neuquén,
1960-1990 (porcentajes).
Estratos
socio-ocupacionales |
60s |
70s |
80s |
|
1 2 3 4 5 6 7 8 |
Profesional Alto No Manual Alto Profesional Bajo No Manual Intermedio No Manual Bajo Manual Calificado Manual Semicalificado y
Servicios Manual Sin Calificación y Jornaleros |
5,6 1,3 14,2 11,2 47,2 10,6 5,9 4,0 |
7,3 1,6 13,1 11,0 59,2 9,8 8,4 1,6 |
8,2 0,4 11,2 9,6 55,7 7,9 6,6 0,3 |
|
Totales |
100
(303) |
100(620) |
100(1070) |
Fuente: Elaboración propia a partir de las actas matrimoniales del Archivo de
|
Cuadro
4: Distribución ocupacional de los migrantes de Capital Federal, Buenos Aires,
Córdoba y Mendoza. Neuquén, 1970-1990 (porcentajes)
Estrato
socio-ocupacional |
Provincias |
||||
Capital Federal |
Buenos Aires |
Córdoba |
Mendoza |
||
1 2 3 4 5 6 7 8 |
Profesional
Alto No Manual Alto Profesional
Bajo No Manual
Intermedio No Manual Bajo Manual
Calificado Manual Semicalificado Manual Sin
Calificación y Jornaleros |
16,4 1,1 15,3 10,9 48,6 4,9 2,7 0 |
9,0 1,1 13,3 9,8 52,9 9,8 3,7 0,3 |
11,1 0 20,2 8,1 46,5 9,1 3,0 2,0 |
1,9 1,3 7,1 10,4 53,9 8,4 16,9 0 |
|
Totales |
100 (376) |
100 (183) |
100 (99) |
100 (154) |
Fuente: Elaboración propia a partir de las actas
matrimoniales del Archivo de |
Cuadro
5: Distribución ocupacional de los migrantes chilenos. Neuquén, 1960-1990
(porcentajes)
Estratos
socio-ocupacionales |
60s |
70s |
80s |
|
1 2 3 4 5 6 7 8 |
Profesional Alto No manual Alto Profesional Bajo No Manual Intermedio No Manual bajo Manual calificado Manual Semicalificado y
Servicios Manual Sin Calificación y Jornaleros |
0 0 3,0 9,0 20,9 20,9 25,4 20,9 |
0 0,5 1,6 6,6 29,0 20,8 33,9 7,1 |
2,3 0 5,1 8,0 46,6 20,5 17,6 0 |
|
Totales |
100
(67) |
100(183) |
100(176) |
Fuente: Elaboración propia a partir de las actas matrimoniales del Archivo de
|
Cuadro
6: Distribución ocupacional de los migrantes del interior provincial. Neuquén,
1960-1990 (porcentajes)
Estratos
socio-ocupacionales |
60s |
70s |
80s |
|
1 2 3 4 5 6 7 8 |
Profesional Alto No Manual Alto Profesional Bajo No Manual Intermedio No Manual Bajo Manual Calificado Manual Semicalificado y
Servicios Manual Sin Calificación y Jornaleros |
1,2 1,2 10,7 6,5 55,6 8,9 7,1 8,9 |
2,1 0,8 4,7 3,7 52,2 11,6 14,5 10,3 |
2,0 0,2 9,6 5,4 60,8 10,3 10,0 1,7 |
|
Totales |
100
(169) |
100(379) |
100(408) |
Fuente: Elaboración propia a partir de las actas matrimoniales del Archivo de
|
Tabla 1: Listado de ocupaciones
declaradas por los contrayentes
SIN CALIFICACION O JORNALERO (14) |
NO MANUAL BAJO (48) |
PILOTO AEREO PILOTO DE AVIACION PROF. DE EDUCACION FISICA PROFESOR PROFESOR DE ENSEÑANZA MEDIA PROFESORA DE INGLES PROFESORA DE LABORES PROFESORA CORTE Y CONFECCION RADIO TECNICO RADIOLOGO RELIGIOSO REPORTERO GRÁFICO SEGURIDAD INDUSTRIAL SUPERVISOR TECNICO TECNICO AGRICOLA TECNICO CONSTRUCTOR TECNICA EN HOMEOPATIA TECNICO EN MINERIA TECNICO EN PETROLEO TECNICO FRUTICOLA TECNICO INDUSTRIAL TECNICO MINERO TECNICO QUIMICO TECNICO RADIOLOGO TECNICO TOPOGRAFO TECNICO VIAL TENEDOR DE LIBROS TERAPISTA OCUPACIONAL |
|
AYUDANTE DE ALBAÑIL AYUDANTE DE ELECTRICISTA EMPLEADO AGRICOLA EMPLEADA DOMESTICA EMPLEADO RURAL JORNALERO MAESTRANZA MUCAMA ORDENANZA PEON PEON DE CHACRA PEON INTERNO REPARTIDOR TRABAJADOR RURAL |
ADMINISTRATIVO AERONAUTICO AGENTE DE POLICIA AGENTE DE SEGUROS AGENTE DE VENTAS AGENTE PENITENCIARIO ASISTENTE DE ENFERMERIA AUXILIAR DE FARMACIA BOMBERO BUZO CAJERA CAMIONERO DACTILOGRAFO EMPLEADO EMPLEADA DE ACA EMPLEADO ADMINISTRATIVO EMPLEADO DE COMERCIO EMPLEADO ELECTRICISTA EMPLEADO FERROCARRIL EMPLEADO MUNICIPAL EMPLEADO NACIONAL EMPLEADO POLICIAL EMPLEADO PROVINCIAL EMPLEADO PÚBLICO EMPLEADO UNIVERSITARIO EMPLEADO-POLICIA FERROVIARIO FUTBOLISTA GENDARME IDÓNEO DE FARMACIA ILUSIONISTA INDEPENDIENTE MILITAR OFICIAL DE POLICIA OFICIAL PENITENCIARIO OFICINISTA PENITENCIARIO POLICIA PROMOTOR RADIOOPERADOR SECRETARIA SUBOFICIAL DE TELEGRAFISTA TELEFONISTA TRABAJADOR INDEPENDIENTE TRAPECISTA DE CIRCO VENDEDOR VISITADOR MEDICO |
||
MANUAL
SEMICALIFICADO Y SERVICIOS (31) |
|||
ALBANIL BARMAN CERAMISTA CHOFER CLASIFICADORA CONDUCTOR COCINERO EMPLEADO INDUSTRIAL GASTRONÓMICO GOMERO GRAFICO JARDINERO LADRILLERO MEDIO OF. MINERO MEDIO OF. ALBAÑIL METALURGICO MOTONIVELADORISTA MOZO OBRERO OBRERO DE OBRERO TEXTIL TRABAJADOR MADERERO TRANSPORTE OPERARIO PORTERO SERENO TALLERISTA PEON DE TAXI TEJEDOR TRACTORISTA TRANSPORTE |
|||
NO MANUAL ALTO (7) |
|||
EMPRESARIO CONTRATISTA CRIADOR EMPRESARIO GANADERO HACENDADO EMPRESARIO INDUSTRIAL EMPRESARIO EMPACADOR |
|||
NO MANUAL
INTERMEDIO (21) |
|||
AGRICULTOR BANCARIO CARNICERO CHACARERO COMERCIANTE CONSTRUCTOR EMPLEADO BANCARIO EMPLEADO YPF FOTOGRAFO FRUCTICULTOR GESTOR IMPRESOR GRAFICO LECHERO MARTILLERO MARTILLERO PUBLICO PEINADOR PELUQUERO PETROLERO PUBLICISTA TRANSPORTISTA VIAJANTE |
|||
MANUAL CALIFICADO (50) |
|||
PROFESIONAL ALTO
(30) |
|||
ARTESANO BICICLETERO BORDADORA CARPINTERO CARPINTERO DE OBRA COLCHONERA CHAPISTA ELECTRICISTA ELECTROMECANICO ELECTRONICO ENCUADERNADORA EXPERTO EBANISTA FACTURERO FOGUISTA GASISTA HERRERO HORNERO INSTALADOR SANITARIO LETRISTA MAQUINISTA MECÁNICO MODISTA MOSAIQUISTA MOTORISTA OFICIAL ARMADOR OFICIAL ALBAÑIL OFICIAL ELECTROMECANICO OFICIAL CONSTRUCTOR OFICIAL MECANICO OFICIAL METALURGICO OFICIAL PULIDOR OFICIAL RECTIFICADOR OFICIAL TORNERO PANADERO PINTOR PINTOR DE OBRA PLOMERO RELOJERO REPOSTERO SASTRE SOLDADOR SOLDADOR ELECTICO TALABARTERO TAPICERO TIPOGRAFO TONELERO TORNERO TORNERO MECANICO VIDRIERO YESERO |
|||
ABOGADO AGRONOMO ARQUITECTO BIOQUIMICO CONTADOR CONTADOR PUBLICO FISIOTERAPEUTA FONOAUDIOLOGA FUNCIONARIO
NACIONAL GEOLOGO ING
ELECTROMECANICO INGENIERO INGENIERO
AGRONOMO INGENIERO CIVIL INGENIERO
ELECTROMECA INGENIERO
ELECTRONICO INGENIERO EN
CONSTRUCCIÓN INGENIERO EN
MECANICA INGENIERO EN PETROLEO INGENIERO INDUSTRIAL INGENIERO QUIMICO LIC EN QUIMICA LIC.EN ADMINISTRACION LIC. EN TURISMO LICENCIADO EN ECONOMIA MEDICO MEDICA OBSTETRICA ODONTOLOGO PSICOLOGO VETERINARIO |
|||
PROFESIONAL BAJO (63) |
|||
AGRIMENSOR ANALISTA EN SISTEMAS ASISTENTE SOCIAL AVIADOR CITOTECNICA COSMETOLOGA DIBUJANTE DIBUJANTE TECNICO DOCENTE EDUCACION EDUCACIONISTA ENFERMERO ESCULTORA GEOGRAFO INSPECTOR DE OBRA INSTRUMENTISTA LABORATISTA COMUNICADOR SOCIAL FILOSOFO MAESTRO MAESTRA NORMAL MAESTRO MAYOR DE OBRAS MAESTRO DE OBRAS MECANICA DENTAL MUSICO ODONTOTECNICO TOPOGRAFO PARTERA PASTOR EVANGELICO PEDICURA PERIODISTA PERITO AGRONOMO PERITO ENERGETICO PERITO MERCANTIL |
Fuente: Elaboración propia a partir de las actas matrimoniales
del Archivo de
RESUMEN
Mercado laboral y migraciones en
la ciudad de Neuquén (1960-1990)
Este artículo pretende explorar la inserción socio-ocupacional de los
migrantes en la ciudad de Neuquén. Este problema es abordado a partir del
estudio de tres mil quinientas actas matrimoniales pertenecientes a
Palabras claves: estudios migratorios - mercado laboral -
inserción ocupacional - historia regional
ABSTRACT
Labour
Market and migrations in the city of
This article intends to explore
the occupational insertion of the migrants in the city of Neuquén. This problem
is approached by the study of three thousand five hundred matrimonial documents
pertaining to the Registry Office of the Province of Neuquén. This type of
documentation offers an important volume of information that, separated from the
“statistics order”, allows to create ad
hoc groupings, which are very useful to examine the competitions of certain
migratory groups. The work describes, first, the labour market of the city of
Key
words:
Migratory studies - labour market - occupational insertion - regional history
Recibido: 27/02/09
Aceptado: (26/07/09)
Versión final: 13/08/09
Notas
(*) El autor agradece las interesantes sugerencias
realizadas por los evaluadores. Por supuesto, toda posible equivocación que
este texto pueda contener corre por exclusiva cuenta del autor.
(**) Investigador de nodo “Centro de Estudios de Historia
Regional” de
[1] AAVV, Neuquén:
100 años de historia, General
Roca, Editorial Río Negro, 2004, p. 59.
[2] El territorio de la actual provincia de
Neuquén se incorporó a
[3] VAPNARSKY, Cesar, “Primacía y macrocefalia en
[4] FAVARO, Orienta y ARIAS BUCCIARELLI, Mario,
“Una experiencia neopopulista provincial. Neuquén
1960-
[5] MOYA, José, Primos y extranjeros. La inmigración española en Buenos Aires,
1850-1930, Buenos Aires, Emecé, 2004, p. 218.
[6] Los censos, anuarios y otras compilaciones
estadísticas, aunque valiosos, sólo nos ofrecen datos agregados. La naturaleza
de esta información hace complicado analizar las relaciones entre variables
como el lugar de nacimiento, profesión, edad y domicilio. Sólo las cédulas que
sirvieron de materia prima para los tabulados brindan esa posibilidad.
Lamentablemente, el acceso a este tipo de fuentes es restringido en virtud del
secreto estadístico. Este escollo pudo ser sorteado mediante la utilización
intensiva de los registros vitales contenidos en el Archivo del Registro Civil
de Neuquén. A partir de los libros
matrimoniales, compilamos un total de 3526 actas. En lugar de elaborar una
muestra recogida al azar, preferimos incluir las personas registradas en las
actas que tuvieran a las letras C, G y M como iniciales de los apellidos de los
novios (es decir, las tres que reunían una mayor cantidad de casos y que no
presentaran sesgos por origen migratorio). Sobre ese total, que incluye a más
de siete mil individuos, descartamos a quienes no se encontraban dentro de la
población económicamente activa (por ser estudiantes o jubilados) y de quienes
teníamos dudas de que la integraran (en especial mujeres que declararon
"quehaceres domésticos” como profesión). Fue así como llegamos a una suma
total de individuos analizados de 5118. Si bien es cierto que las letras
seleccionadas dejan de lado a una importante franja de la población (inclusive
algunos apellidos asociados con determinados grupos étnicos), la subpoblación
escogida refleja, para las décadas trabajadas, de manera muy aproximada la
distribución la población de la ciudad por origen migratorio: un peso constante
de alrededor del 10% de trasandinos, una participación decreciente de los
migrantes de interior neuquino y incremento explosivo de los llegados de otras
provincias argentinas (INDEC, Situación
demográfica de la provincia de Neuquén, Buenos Aires, 1999, p. 71). Una
dificultad que presentan estas fuentes se relaciona con la reducida
sensibilidad que tienen estos documentos para describir la variable
ocupacional: no sólo dificultan la percepción de los diferentes escalones que
daban forma a esta profesión, sino también conocer el rubro de la economía
donde se desplegaba esa actividad.
[7] Para elaborar una clasificación ocupacional
que organizara la información contenida por las actas matrimoniales debimos
tomar algunas decisiones metodológicas. En principio, dejamos de lado la
taxonomía utilizada por Jorrat para abordar la
movilidad social en Buenos Aires durante la segunda mitad del siglo XX. Si bien
las cuatro categorías propuestas por el autor (empleo no manual alto, no manual
bajo, manual alto y manual bajo) son útiles para bucear en universos a gran
escala, no ofrecen la misma ductilidad para estudiar un mundo del trabajo tan
complejo y variable como el neuquino. Algo no muy diferente podría decirse de
otras propuestas, más ricas en cuanto al número de categorías ocupacionales. El
caso de Da Orden o Marquiegui son una buena muestra
de ello. Aunque en sus trabajos ambos autores utilizan una paleta muy rica en
matices (nueve y seis categorías respectivamente), el problema se nos presenta
cuando analizamos la naturaleza de sus objetos de estudio: Mar del Plata o
Lujan mostraban, a comienzos del siglo XX, una muy porosa frontera entre la
ciudad y el campo. Precisamente por ese motivo, algunas categorías
ocupacionales utilizadas -como trabajadores rurales calificados o no
calificados o bien propietarios- son poco relevantes para escenarios urbanos
con predominio del sector terciario. Cfr. JORRAT, Jorge, “Tras los pasos de los
padres: movilidad ocupacional en el Buenos Aires de
[8] THERSTROM, Stefan, The other Bostonian: Poverty and progress
in american Metropolis, 1880-1970, Cambridge, Harvard University Press,
1973.
[9] La propuesta de Moya presenta grandes
similitudes con la clasificación por estratos de Susana Torrado. En un texto
clásico, esta autora utilizaba doce categorías socio-ocupacionales. La
principal virtud de la misma consiste en que discrimina entre trabajadores
autónomos y aquellos que trabajan en relación de dependencia, algo que es
imposible de conocer a partir de las escuetas declaraciones contenidas en las
actas matrimoniales. De ahí que, si usáramos la grilla de la socióloga
argentina, nos sería muy difícil diferenciar un profesional en función
especifica (PROF ER/CP) de un profesional asalariado (PROF AS) o bien un
trabajador especializado autónomo (TEA) de un obrero calificado (OCAL). Fuera
de estos solapamientos, los paralelismos son enormes: los directores de
empresas (DIREC) se ajustan al estrato no manual alto, los propietarios de
pequeñas empresas (PPE) y los pequeños productores autónomos (PPA) al estrato
no manual intermedio, los cuadros técnicos y asimilados (TECN) al estrato
profesional bajo, los empleados administrativos y vendedores (EAV) al estrato
no manual bajo, los obreros no calificados (ONCAL) al estrato manual semicalificado y servicios, y los peones autónomos (PEON) y
empleados domésticos (EDOM) al estrato manual sin calificación y jornaleros. No
menos intensos son los paralelismos con la propuesta de Ruth Sautu. En un paper de comienzos de los noventa, la discípula de Germani apostaba por una clasificación de nueve estratos: I
y II (equivalente a profesional alto y no manual alto), III, IV y V
(equivalentes a profesional bajo, no manual intermedio y no manual bajo), VI
(equivalente a manual calificado) VII (equivalente a manual semicalificado)
y VIII y IX (equivalentes a manual sin calificación y jornaleros). Cfr.
TORRADO, Susana, Estructura Social de
[10] Este problema metodológico, sin ser
insalvable, nos obliga a actuar con suma cautela. Podemos aproximarnos a la
inserción ocupacional de los migrantes a partir del análisis de las ocupaciones
al momento del matrimonio. Ello supone, en primer lugar, considerar a la
población más estable, dejando de lado a quienes -por su reducido paso por la
ciudad o bien por formar parejas ad hoc-
son invisibles a la mirada estadística. De esta manera, permanecieron fuera de
la indagación una variada gama de formas de movilidad que oscilaban entre las migraciones
temporarias y las de tipo conmutter. Supone, además, que un considerable tramo del
itinerario laboral de los migrantes quedara sin un tratamiento específico, pues
la edad promedio de contraer nupcias se encontraba muy próxima a los
veintisiete años. Con esta decisión, el universo de análisis quedó reducido a
individuos que promediaban su vida profesional, a la misma distancia de sus
comienzos –muchas veces en empleos de baja calificación- que del punto más alto
de la misma. Pero este escollo presenta a su vez una fuente de potencial, ya
que nos ofrece una población representativa que recorre los diferentes estratos
de la sociedad neuquina. A esa edad se delinean las tendencias profesionales
más duraderas que, más allá de fluctuaciones violentas, van a acompañar a los
individuos estudiados por el resto de su vida activa.
[11] Un tema que, por su complejidad, ameritaría un
trabajo específico es el relacionado con la nupcialidad de los migrantes. En
este punto, analizado in extenso en otro texto, la evidencia disponible nos
permitió distinguir la fuerte correlación existente entre origen migratorio,
cercanía espacial y afinidad matrimonial: al mismo tiempo que los grupos más
centralizados mostraron un fuerte vínculo entre si, los menos centralizados exhibieron
un comportamiento que, aunque no tan evidente, estuvo sintonizado en la misma
frecuencia. Pero si quedaba alguna duda sobre este último punto, sólo bastó
agregar al domicilio como variable de análisis. Al hacerlo, advertimos una
fuerte homogamia residencial que cubrió con su manto a los grupos que tenían
una mayor presencia relativa en la periferia (es decir, los migrantes llegados
del interior neuquino y de Chile). Incorporar la variable ocupacional nos
permitió explorar las rugosidades de una sociedad que, por mucho tiempo, fue
pensaba a partir de la uniformidad. Alejado de aquel relato tradicional que
reparaba en la existencia de una especie de “igualdad de frontera”, siempre más
válida para el ámbito rural, el ejercicio que ensayamos nos mostró un panorama
bien diferente: la sociedad de la capital neuquina fue objeto de un temprano
proceso de diferenciación que se reflejó en las pautas residenciales seguidas
por los migrantes, pero también en la formación de matrimonios. Podríamos
decir, siguiendo este razonamiento, que era probable que dos personas situadas
en idénticas coordenadas ocupacionales contrajeran nupcias antes que lo
hicieran personas de diferente condición social. Para confirmar este
razonamiento, y evitar los posibles sesgos de las declaraciones femeninas,
usamos un segundo recurso: la ocupación del padre de la novia. Con el análisis
de las mismas, no hicimos más que confirmar lo sostenido inicialmente, aunque
fue interesante toparnos con una homogamia cada vez más intensa conforme descendíamos
en la clasificación ocupacional. De esta manera, y esta es quizás la conclusión
más significativa, lo que inicialmente se nos presentaba como un mercado
nupcial ciego en términos sociales, comenzó a mostrar una apariencia
heterogénea y surcada por la existencia de sub-mercados. Cfr. PERREN, Joaquín, Itinerarios migratorios. Integración en el
Neuquén aluvional (1960-1991), tesis de doctorado, UNCPBA, Programa de
Doctorado Interuniversitario en Historia, pp. 275-321.
[12] Tomando como insumo el domicilio declarado por
los contrayentes, realizamos un estudio pormenorizado de los patrones
residenciales de los migrantes en la década de 1960. Las principales resultados
pueden analizarse en: PERREN, Joaquín, “Destino: Neuquén. Migraciones y
patrones residenciales en
[13] Los 48 legajos recuperados nos dan una
interesante imagen del empleo estatal neuquino. Si bien es un conjunto pequeño,
y con algunas fallas en su representatividad, muestra la relevancia que el
Estado municipal tenía como empleador en los estratos inferiores de la
estructura ocupacional. Archivo Histórico de
[14] AHMN, Gestión Municipal, caja 4, nota 248, 21
de abril de 1965.
[15] Río
Negro, 5 de enero de 1964, p. 19.
[16] Río
Negro, 5 de enero de 1964, p. 19.
[17] Río
Negro, 9 de enero de 1964, p. 18.
[18] MOYA, José, “
[19] MOYA, José, op cit., p. 221.
[20] ARIAS BUCCIARELLI, Mario, “El estado neuquino.
Fortalezas y debilidades de una modalidad de intervención”, en FAVARO, Orienta,
Neuquén. La construcción de un orden
estatal, Neuquén, CEHEPYC, 1999, p.51.
[21] MASES, Enrique y otros, La ciudad del viento…Historias, arquitectura y sociedad en el núcleo
urbano de Neuquén Capital, Neuquén, Publifadecs,
2001, p. 46.
[22] Si bien es cierto que algunos productores
agrarios llevan adelante tareas manuales, los ponemos en esta categoría debido
a su carácter de propietarios, a emplear mano asalariada y al prestigio social
que suele ir adherido a esta ocupación. En este sentido, coincidimos con
Torrado cuando define a los pequeños productores autónomos, parte integrante de
la clase media, en términos de “propietarios de pequeñas unidades económicas
que, si bien emplean fuerza de trabajo asalariada participan también del
proceso de trabajo”. Cfr. TORRADO, Susana, op cit., p. 477.
[23] Una lectura superficial de las tasas medias anuales de
crecimiento a nivel provincial nos pone frente a tres periodos claramente
diferenciados. La primera etapa, comprendida entre 1895 y 1947, muestra tasas
que, salvo en la primera posguerra, se encuentran próximas al 4 por ciento
anual. A estas décadas de crecimiento acelerado siguió
un período de crecimiento moderado hacia mediados de siglo, cuando el cierre
del ciclo inmigratorio europeo no supuso un relevo que compensara su aporte. En
1965 dio comienzo una nueva fase de crecimiento explosivo, con tasas que
superaron holgadamente el 4 por ciento anual, que tuvo como protagonistas a los
migrantes internos. Un examen de conjunto nos permitiría descubrir una curva
que presentó en sus extremos tasas de crecimiento abultadas y, entre ellos, una
desaceleración con tasas que rondaban el 2 por ciento anual. Una
aproximación a la evolución demográfica de la provincia de Neuquén en: PERREN,
Joaquín, “Una transición demográfica en el fin del mundo. La población de
la provincia de Neuquén (Patagonia, Argentina) durante el siglo XX tardío”, Scripta Nova. Revista de Geografía y Ciencias
sociales, nº 282, Barcelona, Universidad de Barcelona, 2009.
[24] Una excelente aproximación al nivel salarial y
las organizaciones propias de los trabajadores durante el periodo 1930-1970 en:
MASES, Enrique y otros, El mundo del
trabajo en Neuquén (1930-1970), Neuquén, EDUCO, 1998, pp. 127-139. Para el
caso de los trabajadores bancarios, un interesante estudio sobre el sector en
general y el personal del banco provincial en particular en: RIVAS, Ricardo y
otros, 30 años del Banco de
[25] BLANCO, Graciela y otros, Neuquén: 40 años de vida institucional, Neuquén, CEHiR-COPADE, p 74.
[26] En los tiempos del territorio nacional, la
mortalidad infantil se encontraba cercana a los 117 por mil, en un desempeño
que se aproximaba a los escenarios de menor desarrollo relativo. El mayor
caudal de inversiones en infraestructura y personal empujaría hacia abajo este
indicador hasta alinearse con la media nacional (en 1988 en ambos casos apenas
superaban los 20 por mil). Dirección Provincial de Estadística y Censo de
Neuquén (en adelante DPECN), “Tasa de mortalidad infantil en la provincia de
Neuquén y el país”, Ministerio de Salud Publica, Dirección General de
información y programación.
[27] ARIAS BUCCIARELLI, Mario, “El Estado
neuquino…, op cit., p. 50.
[28] VAPNARSKY, Cesar y PANTELIDES, Edith, La formación de un área metropolitana en
[29] Es importante señalar que se trata de una
población que ya en 1970 tenía un alto porcentaje de no nativos (60,5%),
proporción que se modifica levemente en 1980 (59,1%). KLOSTER, Elba, “Evolución
y características de la población de la provincia y de la ciudad de Neuquén”,
en MAURICE, Nicole (comp.), Estado, espacio
y sociedad en el Neuquén, Paris, CREEDLA-ARCI, 1995, p. 72.
[30] BURGESS, Ernest,
“The Growth of a city: an introduction to a research project”, Publications of the American sociological
society, num. 18, 1924, pp. 88-89.
[31] Entre 1985 y 1989 se extendieron un total de
1419 permisos de construcción para un total de
[32] Para la década de 1960, el servicio público de
pasajeros era deficiente en todo sentido, incrementando el aislamiento de los
asentamientos que contaban con una población compuesta mayoritariamente por
trabajadores. El único servicio de pasajeros que llegaba a los márgenes rurales
de la ciudad lo hacia sólo tres veces por día. Algunos años después, una vecina
de un barrio edificado en esa zona advertía que “…el transporte era bueno, el
servicio de colectivo circulaba hasta la una de la madrugada…” (AHPN, Caja Barrios, Carpeta 33, folio 47).
[33] BLANCO, Graciela y otros, op cit., p. 67.
[34] Archivo Histórico de
[35] No es casual que el departamento Añelo, área privilegiada en la planificación provincial,
haya mostrado uno de los crecimientos demográficos más acelerados en ese
período, despegándose de esa tendencia expulsiva tan característica de los
distritos del interior. Cfr. DPECN, La
población de la provincia de Neuquén 1885-1980. Distribución territorial,
origen y estructura etaria, Neuquén, 1980, p.8.
[36] KLOSTER, Elba, “El gran Neuquén: un aluvión de
población”, en AAVV, Neuquén. Una
geografía Abierta, Neuquén, UNC, 1995, p. 218.
[37] Para los primeros años de
[38] El censo nacional de 1960 es, tal vez, el
ejemplo más claro de una organización de la información en un sentido sumamente
restringido. Bastante más limitado que los precedentes, utilizó una
clasificación basada en el contraste entre la población argentina y extranjera.
Probablemente motorizada por la necesidad de demostrar el final del ciclo
inmigratorio masivo, no proporcionó pistas sobre un proceso que comenzaba a
transformar la geografía urbana argentina: los flujos migratorios internos.
[39] FAVARO, Orietta, “El
modelo productivo de la provincia y la política neuquina”, en FAVARO, Orietta (Dir.), Sujetos
sociales y política. Historia Reciente de
[40] Estas cifras son validas para el departamento
Confluencia, distrito que alberga a la ciudad de Neuquén, e involucran a la
totalidad de la población. Cfr. VITORIA, Susana, Perfil ocupacional de la migración en Neuquén, Buenos Aires, CFI,
Dirección de Desarrollo Económico y Estudios Básicos Perfil, Anexo estadístico, cuadro 21.
[41] Boudon argumenta que
en las sociedades industriales avanzadas disminuyó la desigualdad frente a la
educación durante la segunda mitad del siglo XX, pero esa disminución no tuvo
los efectos esperados en relación a la movilidad social. El autor sostiene que
el valor de los certificados educativos está mediatizado por la distribución de
los diplomas y por los puestos de trabajo disponibles en distintos momentos.
Los argumentos señalados por Boudon cobran
centralidad a la luz de las tendencias hacia el desplazamiento de trabajadores
con menores certificados educativos por aquellos con niveles superiores de
enseñanza. Durante la década del ochenta, en un contexto de escaso crecimiento
económico y de fuertes tendencias hacia el aumento de la escolarización, los
temas predominantes del debate sobre educación y trabajo fueron aquellos
vinculados a la devaluación de credenciales educativas. Cfr. BOUDON, Raymond, La desigualdad de oportunidades,
Barcelona, Editorial Laia, 1983; GROISMAN Fernando, "Devaluación educativa
y segmentación en el mercado de trabajo del área metropolitana de Buenos Aires
entre 1974 y 2000", Estudios del Trabajo,
nº 25, 2003, pp. 73-97.
[42] BENENCIA, Roberto, “La inmigración limítrofe”,
en DEVOTO, Fernando, Historia de las inmigración en Argentina,
Buenos Aires, Sudamericana, 2003, pp. 476-477.
[43] Un especialista no dudaba en decir que “estas
provincias son predominantemente rurales y con zonas de minifundio y
estructuras agrarias que han sido incapaces de generar empleos para su
creciente población activa”. Cfr. ORSATTI, A. “Las migraciones internacionales
en Argentina”, OEA, Seminario Técnico
sobre las Migraciones Laborales, 1982.
[44] TOUTOUNDJIAN, Beatriz y VITORIA, Susana, Estudio de la inmigración interna y externa
de la provincia de Neuquén, Buenos Aires, CFI, p. 41.
[45] Mientras la proporción de chilenos que estaba
cursando sus estudios secundarios mostraría una suba, entre 1983 y 1987, de
[46] En el periodo 1947-1960, de los dieciséis
departamentos provinciales, catorce mostraron signos evidentes de expulsión.
Entre 1960 y 1970, trece departamentos perdieron población por la emigración de
sus habitantes. KLOSTER, Elba, “Evolución y características…, op cit., p. 64.
[47] BANDIERI, Susana, Historia de
[48] Podríamos asociar esta conducta con el
concepto de pluriactividad o, lo que es igual, a una
estrategia de adaptación a las cambiantes condiciones técnicas, económicas e
institucionales con el objeto de garantizar la persistencia de las
explotaciones frente a los requisitos de capitalización que afectan a la
actividad agropecuaria. Este rasgo aparece fuertemente asociada a la búsqueda
por mantener la propiedad de la tierra, asegurar la subsistencia de la familia
y mantener ciertas condiciones de la vida previas en contextos de pérdida de la
rentabilidad. La pluriactividad en sectores rurales,
en particular la multiocupación, se basa en la realización
de ocupaciones externas a la unidad productiva. Un excelente abordaje del
concepto en: GIARRACA, Norma y otros “Multiocupación
y pluriactividad en el agro argentino: el caso de los
cañeros tucumanos”, en: Desarrollo Económico, 162, vol.
41. Buenos Aires, 2001.
[49] MOYA, José, op cit., p. 243.
[50] La actividad política, siempre pensada en
términos formales, se encuentra jurídicamente restringida para los extranjeros
en Argentina. En el caso de Neuquén, los migrantes chilenos sólo pueden
participar en la arena municipal, aunque con ciertas limitaciones: solo lo
pueden hacer aquellos que cuenten con residencia legal definitiva y no pueden
aspirar a encabezar una lista de concejales. En caso de acceder a una banca,
los extranjeros no pueden presidir el poder legislativo, pues de esa manera
tienen la posibilidad de acceder al poder ejecutivo. Una muy buena aproximación
al tema en: MUÑOZ VILLAGRÁN, Jorge, Los
chilenos en Neuquén-Argentina…idas y venidas, Neuquén, EDUCO, 2005, pp.
106-109.