Nuevas territorialidades en la lucha por la soberanía alimentaria: El surgimiento del Programa de Agricultura Urbana (PAU) en Rosario, Argentina (1960-1990)
Laura Ciarniello(*) y Cecilia Inés Galimberti(**)
ARK-CAICYT: https://id.caicyt.gov.ar/ark:/s24690732/ugptsqupe
Resumen
Los impactos ambientales que genera la revolución verde ocasionan que desde las décadas de 1960 y 1970 se produzcan diversos reclamos y movilizaciones por parte de poblaciones rurales en diversos países que cuestionan los modos de producción, el acceso a los alimentos, la tenencia del suelo e, incluso, la territorialidad. Desde organizaciones no gubernamentales y comunidades campesinas se instala la idea de seguridad alimentaria y se divulgan prácticas agroecológicas entendidas como medio para alcanzarla. El presente artículo se focaliza en las primeras iniciativas de agricultura urbana en Rosario, como manifestación de nuevas territorialidades que posibilitan el surgimiento del Programa de Agricultura Urbana de Rosario (PAU), consolidado como política pública y como referencia para otras localidades y escalas de producción. Se propone indagar en el desarrollo histórico de esta experiencia, siendo representativa de casos que se proponen consolidar un nuevo paradigma más sostenible.
Palabras clave: Desterritorialización; Agroecología; Soberanía alimentaria; Agricultura urbana; Rosario.
New Territorialities in the Struggle for Food Sovereignty: The emergence of Urban Agriculture Program (PAU) in Rosario, Argentina (1960-1990)
Abstract
The environmental impacts generated by the green revolution have led to various protests and mobilizations by rural populations in many countries since the 1960s and 1970s. These movements question the modes of production, access to food, land ownership, and even territoriality. Non-governmental organizations and peasant communities have promoted the concept of food security and disseminated agroecological practices to achieve it. This article focuses on the early urban agriculture initiatives in Rosario, which manifest new territorialities and enabled the emergence of the Rosario Urban Agriculture Program (PAU). This program has been consolidated as public policy and serves as a reference for other localities and scales of production. This work aims to explore the historical development of this experience, as it is representative of efforts to establish a more sustainable new paradigm.
Key-words: Deterritorialization; Agroecology; Food sovereignty; Urban agriculture; Rosario.
Nuevas territorialidades en la lucha por la soberanía alimentaria: El surgimiento del Programa de Agricultura Urbana (PAU) en Rosario, Argentina (1960-1990)
Introducción
En la década de 1940 se inicia un proceso que cambia completamente el desarrollo agrícola. La llamada Revolución Verde resulta un programa basado en técnicas a gran escala dependientes de productos químicos y utilizando semillas híbridas especialmente desarrolladas para responder a los fertilizantes petroquímicos. Implementado originalmente en México, e inicialmente financiado y supervisado por la Fundación Rockefeller (Sonnenfeld, 1992), posteriormente, a partir de 1960 se expande en diversos países entonces denominados del Tercer Mundo. Dicho modelo, liderado por el capital, rápidamente refleja profundos efectos nocivos para el ambiente y grandes impactos a las comunidades locales. En este contexto, ya entre las décadas de 1960 y 1970 se registran diversos reclamos y movilización de poblaciones rurales en gran cantidad de países latinoamericanos que comienzan a cuestionar estos modos de producción, el acceso a los alimentos, la tenencia del suelo e, incluso, la territorialidad. Libros como La Primavera Silenciosa de Rachel Carson en 1962 y reportes como Los límites del crecimiento, preparado por Meadows y colaboradores en 1972 (encargado por el Club de Roma) exponen los efectos e impactos ambientales; produciendo un punto de inflexión sobre la visibilización de los problemas ambientales:
Las demandas de contenido ecológico sin duda ostentaron un lugar privilegiado en los repertorios de protesta y movilización social que caracterizaron de manera generalizada esos años, aunque con particular intensidad se verificaron en las zonas periféricas del mundo. Sin embargo, no fueron las únicas, ya que se hermanaron o sintonizaron con otros reclamos sociales. La intensa y amplia conflictividad fue protagonizada por sectores juveniles, fracciones de trabajadores asalariados, sectores urbanos y, en América del Sur, particularmente, por movimientos campesinos indígenas y comunidades rurales (D’Amico y Agoglia, 2019).
La territorialidad está íntimamente relacionada a cómo las personas usan la tierra, cómo se organizan en el espacio y cómo le dan sentido al otro (Sack, 1986). Por lo cual, podemos entender como desterritorialización a la ausencia de la tierra, la que, en el caso de los habitantes íntimamente asociados al campo, resulta el recurso primario de supervivencia e identificación, ya que dependen casi totalmente de ella (Haesbaert, 2011). Los cambios en los modos de producción y la instalación de los nuevos procesos agrícolas ocasionan que estas relaciones cambien, de manera que son múltiples las comunidades y poblaciones que, en las últimas décadas, reclaman por sus territorialidades mínimas de apropiación e identidad con el espacio.
Desde mediados el siglo XX, ya se sucede la incorporación del capitalismo en el agro, la dependencia con la industria de las actividades agropecuarias, de las compañías transnacionales y de la utilización de la tecnología para incrementar la productividad, condiciones que se profundizan ampliamente en lo que se puede denominar la nueva revolución verde caracterizada por los cultivos transgénicos (Segrelles Serrano, 2013).
Particularmente en Argentina, luego del retorno democrático definitivo en 1983, se suceden diversos escenarios propicios para el desarrollo del modelo exportador de oleaginosas[1] que transforman aceleradamente los paisajes vinculados a las actividades rurales en distintos territorios del país, como también se incrementan numerosos impactos en el hábitat común y en todos los modos de vida que lo conforman. Se produce así una reestructuración territorial, especialmente en los principales polos vinculados a la producción agrícola. La población urbana crece aceleradamente a expensas de la rural y muchos militantes exiliados que retornan al país o trabajadores desplazados tienden a localizarse en las grandes ciudades llevando consigo diversos saberes. Por otra parte, en la década de 1990 también se reconocen otros modelos productivos que surgen desde distintos ámbitos vinculados a movimientos agrarios. Éstos reivindican la lucha por la seguridad alimentaria, un concepto que muta en esos años hacia la idea de soberanía alimentaria, teniendo también amplia repercusión en los entornos urbanos albergando un gran potencial para cambiar de escala y diseminarse desde ámbitos más visibles.
El presente artículo se focaliza en las primeras iniciativas de agricultura urbana en Rosario, Argentina, como expresión de las nuevas territorialidades. En dicha ciudad se entrelazan las luchas por la seguridad alimentaria y los movimientos sociales urbanos, con la agroecología, generando una red densa y poderosa que posibilita el Programa de Agricultura Urbana de Rosario (PAU). Éste no solo se instala como política pública, sino que resulta una referencia para otras localidades vecinas y en otras escalas de producción.[2] En dicho contexto, este trabajo se propone indagar sobre el desarrollo histórico de esta experiencia, ya que éste resulta representativo de casos que prefiguran caminos alternativos en pos de un nuevo paradigma más sostenible.
El artículo, se estructura en cuatro partes. En la primera, se aborda brevemente el recorrido histórico de la llamada Revolución verde y la conformación del concepto y la lucha por la soberanía alimentaria, así como sobre la agroecología como camino operativo posible. Posteriormente se focaliza en las transformaciones en los modos de producción agropecuaria en Argentina y su impacto territorial, incluyendo la producción agrícola en las ciudades. Luego, se profundiza en la construcción del modelo rosarino desde el retorno democrático, lo que posibilita el desarrollo del PAU en Rosario. Finalmente, a modo de conclusiones, se prefiguran algunas reflexiones sobre el mencionado Programa de Agricultura Urbana, así como el debate en torno a posibilitar un camino futuro que consolide prácticas agroalimentarias más sostenibles e inclusivas.
La Revolución Verde y el reclamo por la soberanía alimentaria
La Revolución Verde produce profundos cambios en los sectores agrarios por la intensificación de la producción posibilitada por la implementación de numerosas tecnologías, como, por ejemplo, la utilización de fertilizantes y plaguicidas, mecanización, bioingeniería, entre otros. En América Latina tiene un impacto particular dada la dependencia económica que implica el modelo, especialmente a través de corporaciones transnacionales de Estados Unidos. Desde ese período se registra un fuerte rol de los países capitalistas en el proceso de industrialización agrícola latinoamericano como parte de una estrategia de revitalización capitalista mundial, esto se sucede a través de múltiples mecanismos como, por ejemplo, de instituciones como el Banco Mundial o las Fundaciones Ford y Rockefeller que aportaron a la divulgación de técnicas y métodos para incrementar los rendimientos de la agricultura y la productividad en los países del Sur global.
Sin embargo, los efectos e impactos al ambiente y a las sociedades involucradas ocasionan prontamente el debate y denuncias del modelo: “La revolución es verde solo porque se ve a través de lentes de color verde (...) quítate los lentes y la revolución resulta ser una ilusión -pero devastadora por el daño que puede causar-”.[3] (Paddock, 1970; p. 897). Es así, que, bajo el lema de eliminar el hambre y las necesidades latinoamericanas, paradójicamente, esta revolución profundiza las desigualdades y estimula la concentración de la tierra, endeudando campesinos, deteriorando el ambiente e incrementando la deuda externa a los países donde se ha implementado (Cleaver, 1972). Siguiendo a Wright (2008), la Revolución Verde es en definitiva una forma de cambiar la tecnología agrícola y la vida rural de manera compatible a los planes y deseos de los grandes terratenientes y las elites urbanas, pero incompatibles con las demandas y culturas de los pueblos tradicionales, que abogan por la seguridad y la ecología desde una perspectiva a largo plazo.
En dicho contexto, en Argentina, frente a las problemáticas agrarias se intenta dar respuesta con las soluciones de la mencionada política exterior norteamericana, en lo que posteriormente se conocería como Alianza para el Progreso, a través de la CEPAL y la Comisión Interamericana para el Desarrollo Agrario. Es así que se produce una importación de las premisas de la Revolución Verde, como referente occidental del desarrollo agrícola moderno. En el marco del gobierno de Arturo Frondizi, se aplica un modelo basado en un esquema tecnológico que incluye aplicación de pesticidas y fertilizantes, semillas híbridas, uso de maquinaria agrícola pesada y eslabonamiento productivo de diferentes industrias químicas, de maquinarias y desarrolladores, entre otras, que favorecen la aceleración productiva (Primo y Ravlic, 2023).
Desde la década de 1970, frente a estos procesos, se empiezan a movilizar ideas y acciones, especialmente en Latinoamérica y desde los sectores sociales más afectados como los rurales. Toman cada vez más fuerza organizaciones no gubernamentales de trabajadores campesinos, productores indígenas y familiares. En ese marco surge el concepto de agroecología, se posiciona como una de las alternativas al modelo hegemónico y se comienza a configurar como respuesta mediante el diseño y manejo sostenible de los agroecosistemas, desde una estrategia pluridisciplinar y pluri epistemológica, a través de formas de acciones sociales colectivas. La agroecología resulta una opción diferente a los procesos actuales de crisis ecológica y social, desde otras formas de producción y comercialización de alimentos y demás productos agroganaderos (Sevilla Guzmán y Soler Montiel, 2010). Esta corriente le da valor al conocimiento local, a las experiencias familiares, a los conocimientos indígenas y habilita la construcción de nuevos actores sociales[4] (Battochio, 2021). Estos configuran sobre todo expresiones de resistencia ideológica al modelo vinculadas a la defensa de la red de agricultura familiar y sus cosmovisiones, entendidas como base para la alimentación mundial con preservación de los entornos naturales bajo la premisa de que es la red que alimenta a la gran mayoría de la población mundial.
En Argentina, principalmente en el nordeste del país se crean las llamadas Ligas Agrarias, las cuales consisten en organizaciones que representan las demandas de los grupos campesinos ligados a las agroindustrias:
Con gran relevancia en provincias como Chaco (Ligas Agrarias Chaqueñas), Misiones (Movimiento Agrario Misionero, MAM), Formosa (Ligas Campesinas) y Corrientes (Ligas Agrarias Correntinas), y repercusiones en Santa Fe (Unión de Ligas Agrarias de Santa Fe) y Entre Ríos (Ligas Agrarias Entrerrianas), estas organizaciones fueron conocidas con el nombre de Ligas Agrarias. Tuvieron un gran crecimiento durante los primeros años de la década del setenta y hacia 1975 se debilitaron hasta su casi desaparición luego del golpe de estado de 1976 (Vommaro, 2011).
Como explican Calvo y Percíncula (2012), las Ligas Agrarias fueron objeto de represiones desde 1975 y fundamentalmente durante la última dictadura militar fueron desarticuladas, mientras que muchos de sus protagonistas han sido encarcelados, desaparecidos y exiliados. Por lo cual, si bien estos movimientos no pueden avanzar durante los períodos dictatoriales en la región; en las décadas siguientes, con la segunda etapa del modelo agroalimentario dominante, muchos se fortalecen y contribuyen a transformar el concepto de Seguridad Alimentaria. A éste se le añade la idea del acceso a la alimentación, tanto económico como físico, cuestiones vinculadas a su inocuidad y a las preferencias culturales, y se reafirma como un derecho humano (FAO, 2011). Así, se consolida el concepto de soberanía alimentaria como una contrapropuesta a la imponente mercantilización de los agronegocios que se producen en gran cantidad de países, ocasionando un dominio de la agricultura capitalista, la dependencia del mercado internacional de alimentos y un fuerte desbalance y desigualdad de distribución a escala global (León Vega, 2014).
En el 2001 se reúnen en La Habana (Cuba) 400 delegados de organizaciones diversas[5] de más de 60 países en el Foro Mundial sobre Soberanía Alimentaria, para analizar de manera conjunta el incremento del hambre y la malnutrición, así como la crisis de la agricultura campesina, indígena, de alimentos sostenibles y la pesca artesanal, proponiendo alternativas viables y estrategias de acción que reviertan procesos en curso e impulsen nuevas políticas capaces de eliminar el hambre. En dicho contexto se define como soberanía alimentaria al:
derecho de los pueblos a definir sus propias políticas y estrategias sustentables de producción, distribución y consumo de alimentos que garanticen el derecho a la alimentación para toda la población, con base en la pequeña y mediana producción, respetando sus propias culturas y la diversidad de los modos campesinos, pesqueros e indígenas de producción agropecuaria, de comercialización y de gestión de espacios rurales, en los cuales la mujer desempeña un papel fundamental (Foro Mundial Sobre Soberanía Alimentaria, 2001).
El concepto de soberanía alimentaria introduce nuevas dimensiones al de seguridad, fundamentalmente reconoce las relaciones de poder en los eslabones de la cadena alimentaria y el rol de la propiedad del suelo y contempla los modos de producir asociados a la cultura o al cuidado de la naturaleza, así como a la definición de políticas para ello (Gordillo y Méndez Jerónimo, 2013). En ese sentido, y frente a la lucha por conseguir la soberanía alimentaria, la agroecología se presenta como un cambio posible que puede dar respuesta al amplio abanico de aspectos que requiere atender este concepto reciente. La agroecología posibilita el mayor provecho de los procesos naturales a fin de reducir la utilización de insumos externos, logrando sistemas agrícolas más eficientes, para lo cual utiliza conceptos y principios ecológicos para el diseño y el manejo de dichos agroecosistemas (Altieri y Nicholls, 2012).
La agricultura urbana en Argentina frente a nuevos modos de producción
Luego del retorno democrático definitivo en Argentina, si bien se sucede la profundización del modelo de agronegocios; también se posibilita el resurgimiento y fortalecimiento del activismo campesino.[6] Desde ese momento se reconocen dos períodos que contribuyen a la construcción del derecho a la tierra. Uno es el que se reivindica la identidad campesina y los derechos de posesión y otro donde se amplía el sentido de dicho derecho a una perspectiva campesina global, asociada por ejemplo al reclamo de la soberanía alimentaria y la agroecología como alternativa, así como la legislación internacional:
pocos años después de la vuelta a la democracia en Argentina, las poblaciones rurales se organizaron para resistir las acciones de gobiernos locales, provinciales y nacionales; terratenientes, empresas nacionales y transnacionales, y evitar el despojo de sus tierras, que silenciosamente debieron soportar durante la dictadura militar (Barbetta y Domínguez, 2016, p. 10).
Sin embargo, a pesar de la reorganización de nuevos movimientos agrarios en distintas provincias, que reclaman el acceso a la tierra y proponen iniciativas alternativas, la ya mencionada nueva revolución verde impacta de manera estructural en Argentina, configurando uno de los modelos neoextractivistas más paradigmáticos de la contemporaneidad: el modelo sojero.
Más allá de las nuevas ideas, en la década de 1990 se instaura una nueva etapa de los cambios en los sectores agrarios caracterizada por una revolución genética que articula la ingeniería con la biotecnología posibilitando profundas transformaciones de la productividad agrícola a escala global. Especialmente se enfoca en la modificación genética de organismos conocidos comúnmente como transgénicos que, a través de técnicas de laboratorio, se modifica su genoma, posibilitando múltiples combinaciones y así, características y propiedades novedosas (Ceccon, 2008), como, por ejemplo, el desarrollo de variedades de semillas resistentes a agroquímicos, especialmente herbicidas. Esto ha producido profundos cambios en el sistema alimentario, provocando la intensificación de monocultivos, como la soja transgénica en Sudamérica, ocasionando numerosos efectos e impactos.
El reemplazo de un sistema agrario complejo por el monocultivo ha conducido a profundas transformaciones que, en territorios desregulados, tuvo impactos más agresivos y rápidos ya que se apoyó en la precarización laboral y la degradación ecológica. Este modelo, lejos de garantizar la seguridad alimentaria, ha ocasionado una situación límite debido a que por el beneficio de pocos grupos resulta cada vez más difícil garantizar la disponibilidad y el acceso a alimentos suficientes para las personas de las ciudades, que cada vez son más y con menos posibilidades (Degenhart, 2016).
En la década de 1990, la implementación de políticas neoliberales y de desregulación, junto a la implementación de nuevas tecnologías, como la aprobación y liberación al mercado de la semilla transgénica RR resistente al herbicida glifosato, y otros factores geopolíticos económicos, posibilitaron que la Argentina se consolide como ámbito estratégico agroexportador de oleaginosas. Es así como se estableció un marco estatal sumamente facilitador para el desarrollo y expansión del monocultivo de soja. A través de la desregulación y la privatización de sectores clave, se tendió a la concentración de exportaciones en muy pocos capitales, mayormente transnacionales, tendiendo a que el neoextractivismo agrario resultase política de Estado nacional (Galimberti y Ciarniello, 2023).
Sin embargo, el paquete tecnológico sin regulación también vino acompañado por diversos efectos e impactos ambientales, como, por ejemplo, “procesos de salinización y desertificación de los suelos, aumento de la escasez del agua, contaminación química y la concentración de germoplasma en el sector privado” (Gargano, 2022, pp.19-20). En dicho contexto, simultáneamente el Estado, la ciencia y las empresas han jugado un rol fundamental en la legitimación del modelo definido por sus intereses (Gargano, 2020); dado que, la legitimación social de dicho modelo se ha vuelto fuerte porque, “existe un imaginario social de bonanza y crecimiento económico asociado históricamente al modelo agroexportador” (Svampa y Viale, 2017, p. 31). Este proceso, marca al igual que en otros ámbitos nacionales, una fuerte reestructuración territorial que se profundiza notablemente en este segundo momento. Implica la expulsión de gran cantidad de trabajadores rurales y el crecimiento acelerado de las principales ciudades, que conduce a la dispersión de las tramas sociales vinculadas a la lucha por la soberanía alimentaria.
Gran cantidad de personas que trabajaban en los ámbitos rurales, sobre todo de las provincias del norte del país como Chaco, Corrientes o Santiago del Estero, migran a las ciudades centrales asociadas al modelo agroexportador que prometen desarrollo y mayores oportunidades. Asimismo, militantes de las ligas agrarias que habían estado exiliados son alojados allí, ya que sus lugares de origen están completamente modificados y vacíos de sus antiguos compañeros. De este modo, las ideas vinculadas a la agroecología y a la soberanía alimentaria colman las ciudades y comienzan a mezclarse con las actividades de organizaciones sociales que luchan contra el hambre o defienden los derechos de los desocupados. La agricultura vuelve a tener sitio en las áreas urbanas, especialmente en las grandes ciudades del centro del país como alternativa de subsistencia y resistencia frente a los efectos del régimen agroalimentario neoliberal y la injusticia socioespacial. Generalmente son iniciativas pequeñas o familiares para el autoconsumo, acompañadas a nivel nacional por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) que creó el programa ProHuerta[7] y ocasionalmente por grupos profesionales que encuentran en esos espacios la oportunidad para difundir la agroecología como paradigma productivo alternativo. Si bien el programa nacional solo implica escasos aportes económicos, también reproduce los principios de la agroecología (Cittadini, 2014).[8] Es así, que simultáneamente a estos fuertes cambios, también en los últimos años crecen sostenidamente las experiencias de prácticas agrícolas sin agrotóxicos:
en un país tan sojizado como Argentina –o precisamente por ello– se crearon redes de municipios y comunidades que fomentan la agroecología, proponiendo alimentos sanos, sin agrotóxicos, con menores costos y menor rentabilidad, que emplean más trabajadores. Un nuevo entramado agroecológico va surgiendo, un archipiélago de experiencias que buscan conectarse por puentes y pasarelas, al margen del gran continente sojero que hoy aparece como el modelo dominante, basado en el cultivo transgénico para la exportación. Aunque son modestas, de carácter local y limitado, siempre acechadas por la vulnerabilidad, la posibilidad de cooptación, estas experiencias de autoorganización van dejando su huella a través de la creación de un nuevo tejido social, un abanico de posibilidades y experiencias que es necesario explorar y potenciar (Svampa, 2019, p. 114).
Inicios del PAU en Rosario: nuevas territorialidades
Los procesos en los cambios de los modos de producción y la nueva revolución verde se ven reflejados fuertemente en el Gran Rosario, dado que, en las últimas décadas, éste se posiciona como el principal nodo agroexportador del país y uno de los principales del mundo.[9] Estos altos niveles de producción y exportación ocasionan una gran diversidad de impactos, ya sea por los incrementos de graves problemas de salud, los conflictos vinculados a la movilidad de cargas, la incompatibilidad de usos dado el crecimiento disperso de áreas urbanas sobre territorios rurales, entre otros.
Figura 1
Ubicación del país y del Área Metropolitana de Rosario en relación al modelo productivo dominante. Fuente: Elaboración de las autoras.
Tal es así, que hacia fines del siglo XX Argentina atraviesa un período de gran inflación con intensas olas de protestas sociales y la ciudad de Rosario, se constituye en uno de los epicentros del conflicto (Figura 1).
Frente al gran malestar social, surgen numerosas iniciativas que buscan contribuir a la soberanía alimentaria. Es así, que se posibilita el desarrollo de redes que conducen a que la experiencia de Rosario sea reconocida en el año 2004 por el programa para los asentamientos humanos -UN-Habitat- de las Naciones Unidas como una de las diez mejores prácticas en el mundo para mejorar la calidad de vida (Figura 2) y posteriormente por la organización para la Alimentación y la Agricultura -FAO- en 2014 como una de las diez ciudades verdes del mundo por su trayectoria en el tema (FAO, 2014). Allí coinciden un grupo de profesionales militantes en entornos empobrecidos con migrantes del norte del país que habían participado de las luchas agrarias y estaban instalando las huertas en la ciudad con el apoyo de movimientos sociales de base. Esta es la raíz del proceso que se pone en foco en este trabajo.
Figura 2
Nota periodística del diario La Capital (Rosario, Argentina) en donde se comparte el reconocimiento del PAU por la UN-Habitat en el 2004. Fuente: Archivo personal de Ida Pintos, huertera del PAU, consultado el 27 de octubre de 2021.
En el inicio de la producción hortícola en la ciudad se reconocen los aportes de dos referentes. Por un lado, el de Lucho Lemos, referente barrial que inicia su recorrido en las Ligas Agrarias correntinas y, por el otro, del ingeniero agrónomo Antonio Lattuca, quien tiene una búsqueda personal respecto a la producción agroecológica y una historia de militancia durante la dictadura que lo conducen a construir huertas en los barrios populares de la ciudad. El encuentro de sus trayectorias contribuye a la construcción de un largo proceso colectivo vinculado a la agricultura urbana en Rosario. Lemos se exilia durante el último período dictatorial y al regresar al país en 1982 encuentra un espacio y un tejido social diferente al que había dejado. En ese sentido expresa:
Me fui a Corrientes y cuando me asenté, me quedé ahí, no estaban más ninguna de las gentes que fueron compañeros, que organizábamos el barrio, la zona, el campo, la siembra, las cosechas. Qué pasó con los Rodríguez… están en Rosario, en Villa Gobernador Gálvez, y qué pasó con fulano están en Buenos Airess y con … están en Córdoba en un campo …y con … están en Corrientes capital, y un desbande total (sic) (citado por Mariani, 2014, p. 142).
Dado los procesos migratorios internos que se registraron, muchas personas habían migrado a las grandes ciudades, y también él en 1985 se asienta en un barrio del sur de Rosario donde están algunos de sus familiares y compañeros de otras provincias, y con todos sus conocimientos y convicciones, comienzan a construir huertas comunitarias para afrontar la pobreza del momento. Entre vecinos del barrio se forma la Cooperativa Saladillo Sur y se comienza a trabajar en distintos temas de manera autogestiva para mejorar el hábitat. Muchos de ellos anteriormente habían sido trabajadores rurales en Entre Ríos, Chaco o Formosa, y tienen un gran bagaje cognoscitivo respecto a la producción agrícola, lo que se incorpora al desarrollo de las primeras huertas comunitarias de la ciudad. Las huertas impulsadas por la cooperativa no sólo logran aportar alimentos de calidad y suficientes, sino además tener excedentes para iniciar actividades económicas.
Por otra parte, el ingeniero Lattuca desde su militancia barrial encuentra en dicha Cooperativa un motor para impulsar sus ideas y afirma que empezó sus estudios de grado con el objetivo de hacer la Reforma Agraria, y que su vínculo con la universidad le permitió involucrarse con movimientos estudiantiles comprometidos políticamente y, luego, comenzar a experimentar con la producción ecológica, elementos que le permitirían acercarse a su sueño (Lattuca, comunicación personal, 2022). El ingeniero comenzó a trabajar con la Cooperativa como voluntario en 1987 y junto con otros colegas constituye en los primeros años de la década de 1990 una organización de promoción de la agroecología como modelo de desarrollo alternativo, que se llamó Centro de Estudios para la Producción Agroecológica (CEPAR), y más adelante se consolida como ONG. Ésta, además, funciona como articuladora entre el Estado municipal y diversas instituciones y organismos internacionales que contribuyen a darle gran impulso a las iniciativas en curso. El encuentro de estos empujes, con motivaciones distintas, marca el inicio de un trabajo colectivo de muchos años, un proceso de coproducción y difusión de saberes agroecológicos donde se legitima la usurpación pacífica del suelo ocioso, como lo llaman los vecinos, al mismo tiempo que se constituye un colectivo con identidad huertera que funciona en red en distintos barrios de la ciudad (Mazzuca, Ponce y Terrile, 2009).
El colectivo huertero que nace del territorio, poco a poco se comienza a articular con diversas organizaciones públicas y privadas con tanta fuerza y en un contexto de hiperinflación, frente al que el gobierno local pone en marcha el Programa de Huertas Comunitarias con el fin de alojar las demandas de la comunidad, paralelamente al surgimiento del Pro-Huerta a nivel nacional. En ese período se comienza a reconocer e institucionalizar la actividad huertera, así como a discutir el uso de la tierra urbana para la producción de alimentos. Asimismo, a partir de eso se gesta el primer documento municipal[10] que habilita el uso de la tierra.
El proceso continúa creciendo en los años posteriores, sumando participantes diversos y nuevas experiencias. Especialmente, a comienzos del siglo XXI, dada la complejización de la situación social, económica y política del país, que mencionamos previamente, ocasionaron que el gobierno local enfrente otras demandas. La red hortícola (que ya era sólida), adquiere carácter de política pública con la creación del Programa de Agricultura Urbana de Rosario (PAU), que se crea en el 2002 desde la Secretaría de Promoción Social de la Municipalidad, en articulación con el CEPAR y el ProHuerta.[11] Este programa busca integrar las experiencias multiactorales que existían con el objetivo de garantizar el acceso a alimentos saludables y la tenencia segura del suelo. El Estado municipal tiene el rol de alojar las demandas, aportar herramientas y sistematizar la capacitación en agricultura orgánica (Lattuca, 2011). El PAU genera un considerable impulso a una actividad que surge de la movilización social y logra conjugar distintos intereses, entre los que están la voluntad de incidir en el modelo agroalimentario hegemónico. La evolución del programa es exponencial y muy reconocida. A la propuesta inicial se incorporan distintas áreas municipales e instituciones que le aportan gran complejidad a la experiencia, y desde las que se gestionan fondos y se arma la base sobre la que se sostiene el programa. En ese marco se consolida un banco municipal de suelos no construibles, adelantando un marco normativo para el uso permanente de la tierra, así como una gran cantidad de espacios productivos que se trabajan de manera participativa e innovadora (Figura 3).
Figura 3
A la izquierda, agricultura urbana agroecológica en Rosario. Fuente: Programa de Agricultura Urbana, Municipalidad de Rosario. A la derecha, cartografía del banco de suelo no construible del Programa de Agricultura Urbana de Rosario. Fuente: https://inta.gob.ar/
Con respecto a los resultados concretos de la experiencia, son numerosos los estudios que reconocen desde el impacto en el mejoramiento de cuestiones ambientales, hasta en la transformación del paisaje barrial o en la generación de sistemas de alimentación y movilidad alternativos (Lattuca, 2007). Entre el año 2002 y el 2014, el INTA (2017) ha registrado una notable mejora en los indicadores de sustentabilidad a partir del estudio de algunos espacios productivos del programa. Allí se registra un aumento de la productividad, la mejoría del estado del suelo, la forestación, la conectividad ecológica, la permeabilidad y la absorción del CO2, así como un impacto en la reducción del efecto isla de calor, la protección de áreas inundables y la reducción de millas de alimentos. Asimismo, el Ing. Lattuca (como se cita en Padin, 2021), afirma que la Municipalidad de Rosario a 20 años del inicio del PAU cuenta con más de 40 hectáreas urbanas disponibles para la producción agroecológica, en donde se distribuyen diversos tipos de espacios, involucrando la producción de alrededor de 2.500 toneladas de verduras, frutas y aromáticas que cada año llevan adelante cerca de 1200 personas, lo que implica el aumento de un 400% de la Red de Huerteros y Huerteras desde sus inicios. En función de ello es que el Programa logra ganar numerosos reconocimientos internacionales,[12] mostrando la posibilidad de generar nuevos entramados socioterritoriales a partir de la implementación de un modelo productivo alternativo. Todo este proceso vinculado a la agricultura urbana tiene gran influencia del:
anhelo que tenía tanto Antonio como Lucho en relación a la práctica organizativa [que] se articulaba con esas trayectorias previas de militancia y que tenían como horizonte, en parte, los procesos revolucionarios latinoamericanos y su relación con la tenencia y trabajo de la tierra (Lilli, 2023, p. 98).
A pesar de que la experiencia luego se resignifica en el territorio, y adquiere singularidades respecto al imaginario original (Lattuca, 2011), la impulsaba las mismas motivaciones iniciales. Como afirma Lemos: “hoy lo vemos en la agricultura urbana y que estamos peleando por las mismas causas” (Citado por Mariani, 2014, p. 140).
Las redes solidarias y de cooperación que sientan las bases para el surgimiento del programa son compartidas con el entramado agroecológico que crece en el país en las últimas décadas, acompañado por diversas organizaciones y escalas de gobierno. Es por ello que las experiencias se conectan y acompañan mutuamente buscando nuevos impulsos, a partir de foros de difusión y debate, eventos de formación y transmisión de saberes, intercambios de semillas y recursos, y otras actividades (Figura 4).
Figura 4
A la izquierda, primera feria de agricultura urbana en la localidad de Mar del Plata, Argentina, en el año 2006. De espaldas, integrantes del PAU Rosario. Fuente: Archivo personal de Ida Pintos, huertera del PAU, consultado el 27 de octubre del 2021. A la derecha, libro de firmas de visitas del Parque Huerta Molino Blanco de Rosario, en el que se pueden leer mensajes de personas de San Juan y de Reconquista en el marco de un foro nacional de agricultura familiar realizado allí. Fuente: Archivo personal de Ida Pintos, huertera del PAU, consultado el 27 de octubre del 2021.
A modo de ejemplo, se puede mencionar que la experiencia de Rosario apadrinó al Programa de Autoproducción de Alimentos[13] de la localidad de Mar del Plata, por lo que en el año 2006 un grupo de huerteros rosarinos viajaron a la ciudad costera para legitimar el proceso con su apoyo e inaugurar la primera feria en la localidad. Esos actos simbólicos potencian las experiencias incidiendo en las representaciones que se tienen de las mismas, y también en las representaciones de las personas que establecen relaciones de pertenencia y desarrollan un profundo arraigo territorial. Como cuenta una huertera rosarina en una comunicación personal, ese viaje significó que muchas personas que hasta hacía poco tiempo eran desempleadas y vivían ilegalmente ocupando tierras fiscales, pudieron conocer el mar (Pintos, 2021). Es así que se reconoce en torno a la experiencia un fuerte desarrollo de conciencia ciudadana y pertenencia, que no solo modifica las condiciones económicas y de vida, sino que, además, “te hace bien al alma” (Pintos, 2021).
Si bien se reconocen cuestionamientos sobre estos espacios productivos respecto a que muchas veces no constituyen un aporte real a la soberanía alimentaria por su baja productividad o su corto alcance (Ávila Sánchez, 2019), sobre la titularidad de la tierra o la inserción de la producción en los mercados barriales (Ciarniello, 2022); aun así, contribuyen significativamente a la subsistencia familiar y logran impulsar numerosas experiencias similares en otras localidades del área metropolitana y que, asimismo, tienen potencial dinamizador para su implementación en otras escalas. Por ejemplo, se destaca que en el año 2016 se presenta el Proyecto de Cinturón Verde de Rosario (PCVR) como continuación y complementación de la política pública instalada con el PAU; cuyo objetivo principal es acompañar la transición agroecológica en el periurbano de la ciudad (Martínez, 2019) (Figura 5). Además, desde el año 2017 la provincia de Santa Fe cuenta con un proyecto similar para la construcción de cinturones verdes periféricos para cualquier municipio impulsado por el mismo equipo técnico (Arroyo, 2018).
Figura 5
A la izquierda, esquema del proyecto de cinturón verde de Rosario. Fuente: https://inta.gob.ar/. A la derecha, producción y comercialización de productos agroecológicos del Cinturón Verde de Rosario. Fuente: Secretaría de Ambiente y Espacio Público, Municipalidad de Rosario, 2019.
El proceso relacionado con el PAU en Rosario indica que a pesar de la existencia de procesos de desterritorialización en las últimas décadas en la región, entendidos como una ruptura con los modos de producción tradicionales y los patrones ligados a la identidad cultural; existen esfuerzos por parte de diversos actores para construir nuevas territorialidades, su espacialidad y comportamientos respecto al territorio, desde una particular mirada sostenible del ambiente metropolitano y en un continuo y dinámico proceso de cambio, resignificando cotidianamente el territorio con las apropiaciones de sus habitantes.
Consideraciones finales
La Revolución Verde originalmente propuesta como modelo que prometía abastecer alimentos a toda la humanidad, paradójicamente tiende a profundizar las desigualdades y a estimular la concentración de la tierra, endeudando a la población rural y deteriorando el ambiente. También así, consolidó una distribución dispar entre países, en la que unos se subordinan a otros. Especialmente, en América Latina, esto ha sido el germen para impulsar luchas campesinas, movimientos por la agroecología y organizaciones vinculadas a la producción de la tierra que reclaman por la soberanía alimentaria, inicialmente vinculadas a los ámbitos rurales. Estas motivaciones construyeron redes sociales que se intentaron romper durante las últimas dictaduras militares en Latinoamérica, generando su dispersión por algún tiempo y construyendo bases para que el modelo siga avanzando y profundizando.
La diversidad de saberes, producto de la gran heterogeneidad del campesinado, han posibilitado un proceso de expansión agroecológica basado en un nuevo paradigma científico-tecnológico caracterizado en innovaciones in situ, desde el conocimiento de cada territorio en particular y con la participación de los agricultores desde una perspectiva horizontal, con tecnología flexible para adaptarse y responder a cada situación en particular (Altieri y Toledo, 2011). Las experiencias agroecológicas registradas en numerosos países latinoamericanos constituyen un bagaje cognoscitivo de gran relevancia para poder abordar la crisis de los modelos hegemónicos de producción de alimentos y reconducir hacia otros caminos posibles. Es así, que, frente a atravesar diversos procesos de desterritorialización liderados por el capital, diversas comunidades generan nuevas territorialidades desde un sentido propio de pertenencia, atentas al ambiente, su protección y resguardo.
En Argentina también se registran estas iniciativas; sin embargo, con la restauración definitiva de la democracia, en este país, dichas tramas especialmente se reconstruyeron y empoderaron en los ámbitos urbanos. Sus ideas de base alcanzaron las ciudades en donde la agricultura también tomó cada vez más relevancia como estrategia de subsistencia frente a la crisis actual. Es así que se han generado experiencias transformadoras como la que se reconoce en la localidad de Rosario. La agroecología y los movimientos por la soberanía alimentaria, que tienen un sentido contrahegemónico, mayormente han surgido desde la militancia o mediante un posicionamiento reaccionario; no obstante, escalonadamente han ido ganando terreno, ocupando los ámbitos urbanos e incorporándose a espacios de gestión. Además, también van diseminándose a nuevas escalas con gran potencia. Por ejemplo, en Rosario el proceso que comienza apoyado en discursos reaccionarios a los impactos de la Revolución Verde con las huertas comunitarias no solo logra institucionalizarse a partir de la creación del PAU e ingresar en la planificación local, sino que además alcanza actualmente el suelo periurbano de la ciudad como en otras localidades provinciales, dialogando permanentemente con otras experiencias de promoción de producciones alternativas en el país. Experiencia exitosa que deja en evidencia la importancia de las políticas públicas sectoriales en la materia, a contramano del modelo global de desarrollo, para su evolución y trascendencia.
En conclusión, con objetivos que pueden parecer difíciles de conseguir frente a la abrumadora fuerza del modelo agroalimentario hegemónico, es posible establecer metas alcanzables a partir de la observación y revisión de casos positivos. Se destaca la temporalidad de los procesos y la importancia de su construcción continua y sostenida en el tiempo. Este tipo de experiencia, como la expuesta en el presente artículo, ofrecen herramientas concretas en pos de un modelo más sostenible, especialmente por la gestión participativa de los espacios, el trabajo transdisciplinar y la definición de usos de suelo; generando nuevas territorializaciones que articulan actores diversos, reivindicando los saberes locales.
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Recibido: 27/05/2024
Evaluado: 03/10/2024
Versión Final: 22/20/2024
(*) Arquitecta; Magister en Arquitectura del Paisaje (Universidad Nacional de Rosario. UNR). Becaria doctoral (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Centro Universitario Rosario de Investigaciones Urbanas y Regionales). Docente del Área Teoría y Técnica del Proyecto Arquitectónico y de la asignatura Semiótica y Cultura Visual (Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño, UNR), Argentina. Email: ciarniello@curdiur-conicet.gob.ar ORCID: https://orcid.org/0009-0000-1193-4907
(**) Arquitecta; Doctora en Arquitectura (Universidad Nacional de Rosario. UNR). Investigadora Adjunta (Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas / Centro Universitario Rosario de Investigaciones Urbanas y Regionales). Docente del Área Teoría y Técnica Urbanística (Facultad de Arquitectura, Planeamiento y Diseño, UNR. Argentina. Profesora internacional e integrante del Grupo ARUCO (Departamento de Arquitectura, Universidad de la Costa). Colombia. Email: cecilia.galimberti@conicet.gov.ar ORCID: https://orcid.org/0000-0001-9030-0143
[1] Por ejemplo, un conjunto de políticas neoliberales estatales; avances tecnológicos; situación geopolítica estratégica; entre otras.
[2] Como los proyectos en curso del Cinturón Verde de Rosario y de Cinturones Verdes Periféricos para otras localidades provinciales.
[3] Traducido por las autoras del original “The revolution is green only because it is being viewed through green colored glasses (…) take off the glasses, and the revolution proves to be an illusion -but devastating in the damage it can do”.
[4] Se destacan entre ellos el movimiento brasileño MST -Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra- surgido en 1984 y la Vía Campesina, movimiento internacional que en 1992 empieza a hablar por primera vez de soberanía alimentaria.
[5] Mayormente conformados por organizaciones campesinas, indígenas, asociaciones de pescadores, organismos sociales, académicos e investigadores y organizaciones no gubernamentales.
[6] Tal como afirman Sarandón y Marasas (2015), en ese marco se comienza a considerar en Argentina la producción agroecológica como camino alternativo al modelo de desarrollo global, principalmente de la mano de organizaciones no gubernamentales a mediados de la década de 1980.
[7] Se creó en 1990 entre el Ministerio de Desarrollo Social y el INTA para la promoción y acompañamiento de la autoproducción de alimentos, el cual se sostuvo hasta el año 2024 que fue dado de baja por el Gobierno nacional.
[8] Aunque no es presentado en esos términos.
[9] Por ejemplo, en el año 2019 por los puertos de su región metropolitana se exportaron 79 millones de toneladas de granos y derivados, superando a otros centros de relevancia global como New Orleans en Estados Unidos y Santos en Brasil. Se destaca, a su vez, que más del 50% de la producción de los principales seis cultivos del país (soja, maíz, trigo, cebada y sorgo) se encuentran a 300 Km de los Puertos Rosarinos y, si solo focalizamos en el cultivo de soja, dicho porcentaje se eleva a más del 60% (Calzada y Corina, 2019)
[10] Con la Ordenanza N°4713/1989, se habilita la producción hortícola y se ofrecen instrumentos para la cesión de usos de terrenos.
[11] El PAU se sigue sosteniendo en la actualidad y ha estado coordinado por Lattuca desde sus inicios hasta el 2020.
[12] El último de ellos es en el año 2021, cuando el programa recibe el premio mundial WRI Ross Center Prize for Cities, por su aporte a la construcción de una ciudad más sostenible, seleccionado entre 262 propuestas de 54 países.
[13] El PAA surgió en el 2002 como un programa de extensión universitaria vinculado a un grupo de investigación en ciencias agrarias.