Los demócratas tucumanos y su participación

 en la elección nacional de 1937

 

María Graciana Parra[1]

(ISES - UNT/CONICET; gracianaparra@yahoo.com.ar)

 

“aquella ilusión de que el radicalismo es imbatible en nuestra provincia va a ser prestamente desvanecida (...) por primera vez tocará a una muy importante masa independiente del interés inmediato de los partidos, decidir los resultados de los comicios. Y ella, tendrá, para determinarse, que escoger entre promesas futuras o frutos de gobierno como los de la histórica presidencia que las urnas han de renovar”.[2]

Introducción

 

Los años treinta han sido abordados por las investigaciones desde diversas perspectivas, aunque, por lo general, ha prevalecido una visión negativa acerca de los mismos. Los orígenes de estas interpretaciones pueden remitirse a los protagonistas de esos años y sus vivencias, entre los que se destacó José Luis Torres.[3] Este periodista acuñó la definición de “Década Infame” para caracterizar a los treinta, y para ello centró su atención en la impronta del fraude y los escándalos de corrupción que envolvieron a los gobiernos conservadores, quienes, según su interpretación, se valieron de los vicios electorales para mantenerse en el poder. Atentos a las características de estos gobiernos, y presos de los acontecimientos vividos, los contemporáneos a Torres también encontraron una explicación acerca de la elite dirigente de dichos gobiernos. Así, Carlos Ibarguren -intelectual nacionalista que protagonizó junto a Uriburu el intento de llevar a la Argentina por los caminos de una reforma de la Constitución- una vez fracasado el proyecto corporativo interpretó el triunfo de Justo como una traición a los logros de la Revolución.[4] Para este intelectual, el poder era recuperado por la antigua elite dirigente y, junto a ella, retornaban los sectores económicos que buscaban evitar los embates de la crisis económica mundial. En esta dirección, los historiadores nacionalistas, tales como los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio interpretaron la política de los treinta como la clara manifestación de la “oligarquía terrateniente” ligada al imperialismo británico que decidió recuperar el control del gobierno para dar a la crisis una salida que no afectara sus intereses. En sintonía con ello, Alberto Ciria afirma que el “conservadurismo vacuno bonaerense” fiel a los intereses terratenientes tuvo la necesidad de salir de la crisis económica, por lo cual se lanzó hacia la reconquista del poder para “restaurar con modificaciones el sistema previo a 1916”.[5] Al decir de Alain Rouquié el gobierno se vería conformado por “personalidades conservadoras y ministros o altos funcionarios del “antiguo régimen”: hombres de 60 años en su mayoría”.[6] Retornaba al poder la antigua elite dirigente, aquella que había manejado los destinos del país durante el Orden Conservador.

En definitiva, desde diversos enfoques, estas interpretaciones comparten una visión común sobre la década del treinta que es entendida como una “Restauración Conservadora”. Esta perspectiva se ha traducido, tanto en interpretaciones deterministas y esquemas maniqueos que han soslayado la singularidad del proceso histórico de esos años. Se ha considerado a la década como el prolegómeno del peronismo, quitando especificidad y riqueza a la misma. A través del análisis de la naturaleza y trayectoria que distingue a uno de los protagonistas, en particular los conservadores, las investigaciones actuales señalan la gravitación de esta fuerza en el escenario partidario de los años treinta. Tras la Revolución de septiembre, los conservadores intentaron erigirse en una fuerza política poderosa arrogándose el rol de herederos civiles del golpe. En especial, esto se manifestó a partir del predominio del naciente Partido Demócrata Nacional (PDN), conglomerado de partidos conservadores de todo el país, que logró un destacado protagonismo en la Concordancia, coalición oficialista que gobernó al país. El PDN recuperó los espacios de poder en las principales provincias del país, en especial en Buenos Aires. Al respecto, María Dolores Béjar afirma que el conservadurismo bonaerense se erigió como una fuerza política determinante cuya influencia no sólo se circunscribió al espacio provincial, sino que su impronta también se manifestó en las relaciones entabladas con el Poder Ejecutivo Nacional.[7] Asimismo, el PDN logró conformarse en la agrupación predominante en el seno de la Concordancia dada la importante representación parlamentaria de la que gozó durante la década. En ese sentido, Luciano de Privitellio sostiene que una de las principales habilidades del presidente Justo fue armonizar su base de poder a partir de la conjunción entre conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas, coalición en la que los conservadores constituyeron el sostén principal para garantizar la gobernabilidad.[8] La significativa representación del conservadurismo, tributaria del control de la mayoría de las situaciones provinciales, se acentuaría aún más luego del ingreso del radicalismo a la arena electoral en 1935. En efecto, ante la necesidad del oficialismo de reproducirse en el poder, el presidente Justo se vería forzado a aceptar los mecanismos fraudulentos como herramientas válidas para asegurar la victoria demócrata en aquellas provincias más importantes para la composición del parlamento nacional. Sin embargo, esta utilización a gran escala del fraude dejaría al desnudo la ilegitimidad de origen del gobierno. Desde su nacimiento, el gobierno de Justo se había enfrentado al dilema político de mantener la tradición institucional inaugurada en 1912, mientras la negaba al recurrir al ejercicio sistemático del fraude electoral al ritmo de las necesidades del poder político para garantizar su reproducción. Esta estrategia del justismo acarrearía la problemática acerca de la legitimidad de la gestión gubernamental, en tanto el origen fraudulento de las elecciones atentaba contra la misma. Si en determinados distritos Justo avaló la falsificación electoral -como en el caso de Buenos Aires- en otras provincias, cuya representación no tenía un peso significativo en la composición electoral, pudo aceptar el ejercicio limpio del sufragio, como fue la situación particular de la provincia de Tucumán.

En otras palabras, con la vuelta a la normalidad institucional en 1932, el gobierno se enfrentó al dilema que lo acompañó a lo largo de los años treinta. De hecho, continuó apelando a la vigencia del sufragio como elemento legitimador del régimen democrático, pero ello no impidió que gracias a los artilugios electorales Argentina viviera en el marco de una “democracia falseada”. El PDN logró controlar el poder en Buenos Aires y en la mayoría de las provincias recurriendo a la falsificación electoral. Sin embargo, esta centralidad del fraude como único elemento a destacar en la dinámica política de los años treinta resulta inapropiado y remite a una mirada simplificadora.[9] Es preferible una visión signada por la competencia electoral entre coaliciones oficialistas y opositoras cuyas estrategias de actuación revelan un cambiante e incierto escenario electoral, que promueve la constante reformulación de vínculos y alianzas entre los actores.[10] Y más allá de todo, nos permite conformar una nueva mirada acerca de los años treinta y, de los conservadores en particular, destacando las particularidades de ese universo político. En efecto, lejos de presentarse como un cosmos homogéneo, el conservadurismo en los años treinta se manifestó como una multiplicidad de grupos que reconocían una historia o identidad en común, pero que manifestarían concepciones disímiles en cuanto al orden social y político deseado.

De esta manera, resulta pertinente preguntarse si la noción de “Restauración Conservadora” es válida para caracterizar a los años treinta, al centrar su mirada sólo en uno de los protagonistas de la época, a saber los conservadores, y más aún aquellos vinculados a los dirigentes de la República Conservadora, y otorgarle una centralidad excesiva. De hecho, al analizar detenidamente las realidades provinciales, pueden observarse las dificultades que encontró el conservadurismo para aglutinar sus propias fuerzas al interior del partido, y peor aún, en lo que respecta a nivel nacional, debido a que el PDN nunca pudo articularse como una fuerza cohesionada que actuara de acuerdo a las órdenes de la dirigencia partidaria. Por el contrario, el PDN representó una alianza flexible entre las fuerzas conservadoras provinciales, cada una con cualidades intrínsecas a su espacio de acción, más que un partido nacional.

En ese sentido, la presente investigación pretende dar luz acerca de la débil organización institucional del PDN a nivel nacional. El estudio de las organizaciones provinciales que integraron tanto al partido permite visualizar las dificultades que enfrentaron los conservadores a la hora de tomar decisiones nacionales y revela como los conflictos suscitados en la política local podían incidir en el ritmo del acontecer nacional. La articulación del proceso político provincial con el nacional adquiere una relevancia inusitada en el abordaje de los años treinta, y permite resignificar las transformaciones de los estados provinciales que se desarrollaron en paralelo a las del orden nacional. En efecto, los profundos cambios de esos años trastocaron también a las provincias incidiendo en la evolución política que se dio en sus ámbitos. En ese sentido, los casos provinciales resultan cruciales para abordar la reestructuración del Estado Nacional y la crisis político-ideológica que lo atraviesa, cargándolo de mayor complejidad y precisión.

Siguiendo estos lineamientos es que centramos nuestro análisis en la provincia de Tucumán durante el desarrollo de la campaña presidencial de 1937. Desde hacía unos años este distrito estaba gobernado por una fracción del radicalismo, denominada “concurrencismo”, la cual manejaba los principales resortes estatales, y se había conformado en un importante aliado del justismo. En contrapartida, los demócratas tucumanos no desempeñaban un rol significativo en las esferas gubernamentales. Erigidos en oposición legislativa, sólo contaban con este espacio para desempeñarse como aliados del gobierno nacional. Así, la instancia electoral de 1937 despertaba nuevas esperanzas en los demócratas de lograr una victoria en este distrito, que le permitiera a su vez una mayor vinculación con las esferas nacionales. En ese sentido, resulta interesante preguntarse: ¿qué lugar ocupaban los demócratas provinciales en el juego político de Justo?, ¿qué retribución esperaban de sus pares nacionales y de las autoridades del PDN?, y ¿como revertirían años de derrotas electorales en la provincia? En consecuencia, en el siguiente artículo nos proponemos indagar la actuación de los demócratas tucumanos en relación a las estrategias desplegadas y las alianzas construidas con las autoridades partidarias y las esferas gubernamentales nacionales. Asimismo, no se descuidan las vinculaciones entre los conservadores tucumanos y los radicales concurrencistas y la puja de ambas fuerzas por despertar la simpatía del ejecutivo nacional.

De este modo, nuestro análisis del desempeño de los demócratas implica desentrañar las características del conservadurismo a nivel provincial y explicar porque éstos se vieron imposibilitados de erigirse en una alternativa política al concurrencismo en la provincia. En igual sentido, las relaciones entabladas con el Ejecutivo Nacional y las autoridades partidarias nacionales no resultaron del todo fluidas y significativas como para asegurarse la victoria. Por el contrario, y atendiendo a la dinámica política impuesta por Justo a la Concordancia, el presidente decidió avalar, una vez más, a los radicales tucumanos en una clara muestra de su pragmatismo político.

 

La reorganización del PDNT

 

A comienzos de abril de 1937, y conscientes de la proximidad de las elecciones nacionales, los demócratas tucumanos iniciaron un proceso de reorganización de sus huestes partidarias. En el transcurso de las tareas organizativas salieron a la luz una serie de críticas a la dirigencia partidaria y a la estructura misma del partido. En una nota enviada al Comité Central, un grupo de afiliados sostenía “estamos a pocos meses de la elección presidencial y nuestras fuerzas están desorganizadas, con la moral y la disciplina resentidos. Los sucesivos contrastes últimos han debilitado al partido”.[11] Reconociendo el historial de derrotas vivenciado por el Partido Demócrata Nacional de Tucumán (PDNT) desde su existencia como fuerza política en la provincia, los solicitantes denunciaban el estado anárquico de la agrupación y proponían como solución la incorporación de hombres nuevos, o bien, el reintegro de aquellos que se habían alejado de la lucha política. Por ello, solicitaban la apertura de los registros de inscripción de afiliados y cambios en los procesos de selección de autoridades y candidatos, abogando por la realización de convenciones para tales fines. No obstante este pedido, advertían sobre el carácter de las futuras incorporaciones, al afirmar que las mismas debían realizarse con el fin de estrechar filas y no de generar agitaciones o conflictos. Sin lugar a dudas, pesaba en este requerimiento el recuerdo de innumerables conflictos sufridos por el PDNT en los años anteriores, los cuales habían producido el alejamiento de determinados personajes o grupos.[12]

El principal conflicto que atravesaba el partido desde sus inicios era el enfrentamiento entre dos grupos al interior del mismo, que pujaban por lograr un espacio de privilegio en la trama dirigencial. Por un lado, se encontraban los sectores “renovadores”, también denominados por la prensa como “democratizantes”, quienes abogaron por la conformación de un partido orgánico, con reglas y principios programáticos cuya soberanía interna descansara en la masa de los afiliados, y con una clara identificación con los problemas políticos, económicos y sociales de la provincia. Estos grupos fueron quienes mejor comprendieron la necesidad de adecuar al partido a los propósitos de la reforma política para lograr una adecuada adaptación con el proceso de ampliación de la ciudadanía. Entre los principales referentes se destacaron Adolfo Piossek, José Ignacio Aráoz -padre e hijo- y Eduardo Paz, quienes manifestaron abiertamente su apego a las tradiciones liberales y su oposición a los manejos fraudulentos y a los intentos por imponer un rumbo autoritario al partido. Esta tendencia, que en los años veinte había ocasionado la fractura del conservadurismo y originado nuevas fuerzas políticas, una vez incorporada al PDNT emprendió la lucha por la hegemonía partidaria frente a los sectores más antiguos o “tradicionales”. El triunfo de este grupo fue posible durante los primeros años de existencia del PDNT, aunque las sucesivas derrotas electorales en el escenario provincial condujeron a su paulatino desplazamiento de los espacios de poder frente al ascendiente de los sectores de mayor trayectoria. Éstos últimos, identificados con los antiguos conservadores de la provincia y vinculados a las esferas nacionales, no pudieron procesar el ideario reformista e internalizar las nuevas prácticas políticas del juego democrático. Por el contrario, los conservadores más tradicionales continuaron apegados a su concepción política centrada en las alianzas con las elites del interior, donde cada distrito mantenía su identidad partidaria, relacionándose con sus pares para actuar ante las coyunturas electorales o en el escenario parlamentario. Asimismo, mantuvieron un patrón de comportamiento basado en lealtades personales más que en normativas internas. Liderados por hombres como Abraham de la Vega, Gaspar Taboada y Alfredo Guzmán, este grupo inició su ofensiva contra los sectores “renovadores” una vez que se produjo el tránsito de la “república del limbo” hacia la “república del fraude”.[13] De este modo, manifestaron su simpatía con ciertos proyectos tendientes a concluir con la restauración institucional de 1932 y avalaron los mecanismos fraudulentos en los procesos electorales, aunque ello reflejó más la ambigüedad del conservadurismo tucumano que una postura. De hecho, este sector “tradicionalista”, en clara sintonía con las autoridades nacionales, sufrió los vaivenes de la incertidumbre política, por lo cual su apoyo al fraude no implicó un rechazo rotundo de la tradición liberal.

Conscientes de la existencia de diferentes tradiciones políticas y la consecuente conflictividad, los dirigentes partidarios iniciaron la reorganización con el objeto de dar cabida en forma equilibrada a los principales referentes de ambos grupos o tendencias. Un primer paso fue dado al reunirse el Comité Central y conformar una comisión de cinco integrantes que llevaran adelante las tareas reorganizativas. Quien lideró el proceso fue el diputado nacional Juan Simón Padrós, quien se convertiría en la autoridad máxima del partido en el orden local, y al mismo tiempo desempeñaría un importante cargo en el Comité Nacional del PDN. Entre los primeros logros del Comité figuró el retorno al seno del partido del otrora militante del conservadurismo provincial: Gaspar Taboada. Con su regreso a la vida partidaria, se atendía el pedido de los afiliados y se lograba la incorporación de un importante número de simpatizantes del viejo caudillo liberal. También se intentó el reintegro de Alfredo Guzmán, quien se había desempeñado como presidente del PDNT desde sus inicios, abandonando ese rol de manera repentina a mediados de 1935. En dicha oportunidad, la prensa local reconoció que con su alejamiento el partido perdía un dirigente que lograba el “milagro de mantener unidas a fuerzas políticas casi heterogéneas, en un partido de tendencia netamente conservadora, aunque con corrientes internas modernas y de vanguardia dentro de la ideología propia de derecha”.[14] Siguiendo esta apreciación se comprende la importancia del retorno a las filas partidarias de Alfredo Guzmán, ya que sólo a través de su figura se lograría la unidad entre los grupos en pugna al interior del PDNT, logrando una convivencia, aunque no del todo pacífica, que permitiera al partido presentarse a las próximas elecciones como una fuerza homogénea y dotada de un alto nivel de institucionalización. La necesidad de reorganizar al partido y evitar nuevas disensiones a su interior resultaba prioritaria, más aún cuando volvió a circular el fantasma del renacimiento del Partido Liberal. Con esta estrategia, los “antiguos liberales” lograrían un espacio en la trama partidaria, tal como había sucedido con Gaspar Taboada. Resulta significativo mencionar que esta maniobra fue utilizada en reiteradas oportunidades por los liberales, quienes, ante la posibilidad de verse desplazados del poder o bien resueltos a integrar nuevamente los espacios dirigenciales, animaron el fantasma del renacimiento del partido, e indujeron a los jefes partidarios a buscar un acuerdo que desarticulara la posibilidad de una nueva fractura.

La amenaza de un nuevo cisma partidario obligó a los dirigentes a acelerar las tareas de reorganización. Apremiados también por los acontecimientos nacionales, en los cuales urgía la resolución de la fórmula presidencial, los demócratas tucumanos eligieron los delegados a la Convención Nacional del PDN, siendo representantes los líderes del grupo “democratizante” o “renovador”. Una vez resuelta la candidatura de Roberto M. Ortiz y Ramón S. Castillo, el PDN de Tucumán resolvió la conformación de la Junta de Gobierno de la Concordancia. El proceso de selección de candidaturas resultó de las decisiones de las esferas partidarias, correspondiendo a la Junta de Gobierno nombrar a los electores de acuerdo a la representación proporcional de cada fuerza. En ese sentido, los demócratas tucumanos actuaron al igual que sus pares bonaerenses, quienes se organizaron en torno a normas que concedían a la voz de los afiliados un papel destacado, pero eludieron la aplicación de su carta orgánica.[15] Estos mecanismos de selección, que desestimaron la consulta a las bases, fueron una constante a lo largo de la existencia del PDNT, y generaron el persistente reclamo del grupo “democratizante”. De hecho, en su afán por construir un partido democrático, este grupo concibió al voto directo como mecanismo de atribución de la soberanía interna y como instrumento de legitimación de los equipos dirigentes.[16]

Aún lejos de compartir esta visión acerca de las instancias electorales intrapartidarias, en la coyuntura de 1937 los sectores más antiguos también abogaron por la realización de convenciones a fin de proclamar candidatos. Sin lugar a dudas, eran conscientes de la capacidad de movilización de sus bases, lo cual redundaría en un triunfo y la consecuente ocupación de un espacio destacado en la lista de candidatos a electores. En esta oportunidad, con mayoritaria representación del PDNT, fueron elegidos electores para presidente hombres de antigua militancia partidaria, liderando la lista Alfredo Guzmán, Gaspar Taboada y Ernesto Padilla, entre otros. En ese sentido, se cumplía con la idea de un concordancista al sostener

 

“Nuestro partido es de tradición y de orden y no puede salir proclamando una lista integrada con rellenos o con figuras desconocidas (…) La Concordancia tiene el deber de proclamar candidatos de prestancias. Y no me cabe duda de que lo hará, dejando de lado para esa finalidad pretensiones de caudillos de barrios o departamentales, que en definitiva no hacen una elección y mucho menos influyen en sus resultados definitivos.”[17]

 

Si en las instancias electorales lideraban los antiguos referentes del ex Partido Liberal, en los espacios dirigenciales los “renovadores” tenían una presencia significativa. Se lograba un equilibrio entre los grupos en pugna, lo cual permitiría la convivencia de hombres que adherían a tradiciones políticas diferentes. Mientras Eduardo Paz y José Ignacio Aráoz (hijo) se incluían en el grupo de los “democratizantes”, con una fiel defensa de los valores democráticos, de la tradición liberal y acérrimos opositores al fraude, hombres como Taboada reivindicaban la figura de Manuel Fresco y sus manifiestas críticas a la Ley Sáenz Peña. Esta ambigüedad de los demócratas tucumanos, quienes se debatían entre dos proyectos: uno de defensa de los valores democráticos y de la pureza del sufragio y el otro simpatizante con la manipulación electoral y con el ala autoritaria del conservadurismo, también se manifestaría a escala nacional, tanto en el seno del PDN como en las esferas gubernamentales.

 

Las complejas relaciones entre demócratas, radicales y

 autoridades nacionales

 

Mientras el PDNT lograba reorganizar sus huestes y presentarse como una fuerza política homogénea y vigorosa, intentaba al mismo tiempo participar en el juego político del Ejecutivo Nacional. Sin embargo, este propósito resultaría difícil de concretar teniendo en cuenta que Justo manifestaba una simpatía significativa hacia los radicales concurrencistas. Las vinculaciones con el concurrencismo habían nacido a partir de la decisión de los radicales tucumanos, en manifiesta desobediencia a las directivas del Comité Nacional, de levantar la abstención y presentarse a las elecciones legislativas nacionales de marzo de 1934.[18] En dicha oportunidad, Justo optó por brindar su apoyo a los concurrencistas y garantizar comicios libres y transparentes con el contundente objetivo de desestimar la postura abstencionista y dotar de legitimidad al gobierno. Asimismo, buscó lograr cierto margen de maniobra en la Concordancia al recortar el poder de los demócratas, quienes poseían un peso significativo en la coalición de gobierno. En ese sentido, Justo, con el pragmatismo político que lo caracterizó, apeló a la construcción de vínculos con otras fuerzas políticas –en particular las relacionadas al universo radical- que le permitían cierta libertad en las negociaciones con sus aliados conservadores.

Sin lugar a dudas, esta estrategia política fue posible ya que Tucumán no representaba una circunscripción electoral importante en términos cuantitativos -por el número de electores que aportaba para la elección del Poder Ejecutivo Nacional como por los escaños que le correspondían en la Cámara de Diputados de la Nación- que pusiera en peligro el dominio de la coalición oficialista. Más adelante, el primer mandatario también auspició el triunfo de la UCR Concurrencista para la gobernación provincial, resultando electo el radical Miguel Campero. En ese sentido, no resultaba descabellado pensar que en la visita presidencial a Tucumán, Justo le ofrecería a Campero integrar la fórmula de la Concordancia como candidato a vicepresidente, más aún si persistía en el presidente la idea de lograr una fórmula de “solución nacional”. En esos momentos todavía no estaba resuelta la fórmula del oficialismo, y la prensa sostenía que Justo podría definirse en su visita al Norte. La inauguración de importantes obras hidráulicas para la provincia fue la excusa elegida por el primer mandatario nacional para inducir el apoyo de los concurrencistas a la candidatura de Roberto M. Ortiz, hombre del antipersonalismo que había sido elegido como candidato en primer término a mediados del año anterior. En su discurso de bienvenida Campero, en un intento por lograr la definición de Justo a favor de una fórmula que se completara con un candidato radical, sostuvo que el presidente concurría como “portador de un mensaje de confraternidad y de una promesa de futuro bienestar, a decirnos que no es una fórmula vana, una expresión sin sentido, lo de la solidaridad nacional”.[19] Justo le respondería en buenos términos al gobernador y agradecería sus palabras “las estimo cuanto más tanto, que ellas provienen de un mandatario que en ya destacada acción le valió ser consagrado dos veces por su pueblo para regir su destino”.[20] A pesar de los elogios mutuos no se logró el acuerdo entre ambos dirigentes, en particular, Justo rehusó manifestarse por alguna resolución al problema de la fórmula nacional, aunque deslizó que si bien simpatizaba con el concurrencismo, ello no significaba que permitiría el retorno al poder de los radicales desplazados en 1930.

La férrea decisión de mantener alejados del poder a los radicales no fue la única razón por la cual el presidente desestimó la posibilidad de un candidato de las filas del radicalismo, sino también debió afrontar los conflictos surgidos en la coalición de gobierno. Frente a la posibilidad de que los antipersonalistas les ganaran la pulseada a los demócratas en la conformación de la fórmula presidencial, éstos últimos resolvieron dictar un comunicado a través del Comité Nacional en el cual afirmaban su convicción acerca de que la fórmula de la Concordancia debía ser integrada por un miembro del PDN. Para los demócratas, no resultaba descabellado que Justo se inclinara hacia los antipersonalistas, y su gira por el Norte había resultado una muestra de los propósitos del presidente. De hecho, las tratativas para lograr completar la fórmula con una figura radical continuaron más allá de la visita de Justo, suscitándose entrevistas entre las figuras más representativas del antipersonalismo. Campero conferenció con el ex gobernador de Santiago del Estero, Juan B. Castro, y también envió representantes para reunirse con los gobernadores antipersonalistas de Entre Ríos y Santa Fe a fin de lograr el antipersonalismo mayor espacio en la fórmula presidencial.[21] Estas negociaciones entre las principales figuras del antipersonalismo dejarían al desnudo el inestable equilibrio al interior de la Concordancia y la puja entre las fuerzas por obtener espacios. Justo, sabía mejor que nadie, que un candidato de las filas del antipersonalismo le aseguraba al bloque oficialista un foco de competencia con el radicalismo por la tradición partidaria. Esta cuestión permitía matizar la impronta conservadora de la coalición, que hubiera recortado el electorado potencial y construido un hegemonismo interno del PDN incompatible con el tipo de liderazgo de Justo.[22]

Si estas negociaciones prosperaban sólo le cabía a los conservadores acompañar la fórmula y ver completamente resentido su espacio de poder en la coalición oficialista. Frente a esta situación, la amenaza de una ruptura del PDN con el gobierno nacional se manifestó de manera contundente, y sólo logró disiparse luego de que el Comité Nacional del PDN resolviera manifestar su postura categórica y conferenciar con los antipersonalistas para lograr un acuerdo. En ese sentido, los demócratas ahondaron en la defensa de su espacio en la fórmula presidencial y ratificaron su apoyo al senador salteño Robustiano Patrón Costas como candidato a la vice presidencia.

Por su parte, los demócratas tucumanos concordaron con esta fórmula a pesar de las desavenencias entre el antiguo presidente del PDN y las autoridades partidarias de la filial tucumana. Pesaba en la memoria de los dirigentes provinciales la simpatía que había demostrado Patrón Costas hacia el gobernador blanco Juan Luis Nougués, y la consecuente falta de apoyo del Comité Nacional del PDN hacia los pedidos de intervención a la provincia durante los primeros años de la década del treinta.[23] También estaba presente la rivalidad en lo referente a la industria azucarera, en tanto el senador salteño era el industrial más poderoso de la provincia vecina. Aunque estas razones influyeron en los argumentos en contra del candidato del norte, los tucumanos reconocieron que al apoyar a Patrón Costas obtendrían importantes beneficios en el futuro. Así lo reflejaban las palabras de un concordancista al sostener

 

“Tenemos la futura gobernación en el bolsillo. Cierto que el Dr. Patrón Costas no es santo de nuestra devoción, pero todo tiene solución en la vida política. La compensación de ese apoyo, estará en la ayuda que nos prestarán para elegir, a su tiempo, gobernador a un hombre de nuestras filas. Pase lo que pase, el futuro gobernador será conservador.”[24]

 

Confiados en lograr revertir los fracasos electorales gracias al apoyo que recibirían de las esferas nacionales como contraprestación del suyo, los demócratas tucumanos decidieron engrosar el bloque de las provincias del interior que simpatizaban con la candidatura de Patrón Costas. Pero no todo el PDN se encolumnó detrás del senador salteño, un importante sector del partido resistió su candidatura, liderando la impugnación las provincias de Corrientes y San Luis. Esta oposición al interior del partido, sumada a la existente en el antipersonalismo generó aún más inestabilidad en el seno de la Concordancia.[25] Sólo Justo, con el manejo político que lo caracterizaba podría apaciguar las pugnas entre las fuerzas coaligadas y buscar la estabilidad si deseaba designar a su sucesor. Desestimada la posibilidad de elegir a un compañero de fórmula de Ortiz de raigambre antipersonalista, Justo optó por apoyar la candidatura de Miguel Ángel Cárcano, y para ello contó con el decidido apoyo de un sector del conservadurismo bonaerense. Esta decisión provocó una verdadera rebelión en las filas del partido mayoritario de la coalición oficialista, el cual ya consideraba suficiente sacrificio aceptar el primer término de la fórmula para el antipersonalismo para aceptar la candidatura de un hombre que lejos estaba de simpatizar con los mecanismos fraudulentos que le permitían al PDN mantener su posición en el poder.[26] La situación al interior del PDN se agudizó durante el mes de junio, las candidaturas de ambos personajes calentaron el ambiente político, y la posibilidad de una fractura partidaria se materializó de manera contundente días previos a la Convención Nacional. Las negociaciones se sucedieron, y gracias a la intervención de los principales jefes del PDN de Buenos Aires, quienes conferenciaron con Justo, se acordó como candidato de transacción al Ministro del Interior Ramón S. Castillo. Una vez más, la conducción de Justo, que se sostenía en el equilibrio inestable de las fuerzas aliadas, lograría desactivar los conflictos interpartidarios y garantizar el control sobre la sucesión presidencial.

La candidatura de Castillo fue recibida con beneplácito por algunos demócratas tucumanos, quienes recordaron su actuación como interventor federal durante los primeros meses de la Revolución.[27] Bajo sus auspicios las fuerzas antirradicales de la provincia habían conformado el Partido Demócrata en una contundente interpretación de los ideales septembrinos. Pero más importante aún, habían resultado las gestiones ante las autoridades nacionales con el fin de lograr la protección aduanera al azúcar, medida que favoreció a los industriales y sería constantemente recordada por los demócratas en sus discursos, hasta llegar a convertirse en un elemento identitario del partido.[28] Asimismo, los demócratas reconocían que Castillo encarnaba las viejas tradiciones del partido, a diferencia de Cárcano, quien representaba ante sus ojos a un “conservadurismo avanzado”. El candidato cordobés, simbolizaba a un sector del conservadurismo más afecto a la democracia y a las tradiciones liberales que rechazaba el fraude como dispositivo de control electoral, asignándole, en cambio, al sufragio la cualidad de instancia pedagógica en la construcción de la ciudadanía. De hecho, Córdoba, al igual que Tucumán, era una provincia gobernada por el radicalismo, en la cual las fuerzas demócratas habían optado por defender la transparencia electoral aún frente a la amenaza del radicalismo sabattinista.

Los demócratas tucumanos afirmaban “Con el Dr. Castillo triunfa, además, nuestra tesis: El futuro vicepresidente será hombre de filas, sin que puedan marearlo como a otros las declamaciones de un mal entendido espíritu democrático o los halagos de juicios interesados y aleatorios”.[29] Para los sectores “tradicionalistas” la candidatura de Castillo representaba la continuidad de la política del PDN con respecto a los mecanismos fraudulentos empleados para impedir el retorno del radicalismo. Asimismo, su vinculación con la Revolución, permitía una revalorización de la misma, en tanto había significado la expulsión del yrigoyenismo y la “demagogia” del gobierno. En cambio, para el grupo “democratizante”, la figura de Cárcano encarnaba los ideales de un reformismo conservador con el cual se identificaban. Pero si en algo coincidían ambos grupos, era que la candidatura de Castillo había logrado zanjar las diferencias al interior de la Concordancia y evitado una fractura partidaria con consecuencias nefastas para asegurar la reproducción en el poder del oficialismo.

No obstante se había logrado acordar la fórmula presidencial, ello no impidió que quedaran al descubierto las diferentes tradiciones políticas que anidaban en el PDN. Éste, formado a partir de una coalición de fuerzas conservadoras provinciales, lejos estuvo de constituirse en un partido político institucionalizado que actuara de acuerdo a las órdenes de una dirigencia nacional homogénea. Signados por las incertidumbres y los vaivenes de la política, unos se aferraron al credo liberal democrático, mientras otros alentaron la vía autoritaria y antiliberal y concibieron al fraude como una solución al dilema político planteado tras el retorno del radicalismo a la competencia electoral.

A principios de julio el conflicto de las candidaturas parecía resuelto, tanto en el universo de la Concordancia como en el radicalismo, el cual eligió como candidato a presidente al jefe máximo del partido, conformando la fórmula Alvear - Mosca. En este nuevo escenario electoral, Tucumán desempeñaría un papel importante y sus electores serían codiciados por ambas fuerzas, más aún cuando tras la reforma de la Ley Sáenz Peña, y la consecuente eliminación de las minorías para electores de presidente y vice, la fuerza que triunfaba lograba la totalidad de los representantes.[30] El concurrencismo debía definirse sobre la fórmula presidencial, de ahí que se suscitaron febriles días en que tanto el alvearismo como el justismo lucharon por el apoyo de las fuerzas concurrencistas.

En los cálculos de los principales referentes políticos nacionales, resultaba imprescindible captar el apoyo del concurrencismo. Sin lugar a dudas, el lugar primordial que mantenían en el electorado tucumano y el control de la mayoría de las bancas de la provincia en el parlamento nacional habían dotado a los concurrencistas de una importante capacidad de negociación en el imbricado mapa de poder político vigente en la Argentina desde mediados de la década de 1930. Como su nombre lo indicaba, los concurrencistas se reconocieron como un partido provincial cuya identidad subrayaba la defensa de los intereses del distrito tucumano por sobre las cuestiones nacionales. Esa impronta provincialista no debe ocluir que el mantenimiento del poder les planteó la necesidad de forjar alianzas con los actores nacionales, a cuyo fin desplegaron una estrategia pragmática que osciló entre el Poder Ejecutivo Nacional y el Comité Nacional de la UCR.

Los gestos de acercamiento al PEN, que redundaron en una política de recursos importantes para la provincia, no fueron obstáculo para que la fracción mayoritaria del radicalismo tucumano se apoyara sobre un sostén complementario en el mapa de poder nacional: el Comité Nacional. A esto contribuyó que el concurrencismo se reconoció como un partido radical, sentido de pertenencia sustentado en la militancia de sus dirigentes en las filas de la UCR durante varios lustros y en su participación en los planteles de gobierno previos al golpe. Durante la segunda mitad de la década de 1930 el Comité Nacional intercedió frente a los demás sectores partidarios provinciales, cuyo apoyo era vital para el mantenimiento de la hegemonía concurrencista. Ello también permitió al concurrencismo erigirse en un eventual aliado en la arena parlamentaria y, sobre todo, en una fuente potencial de electores para sus candidatos en los comicios presidenciales. En efecto, durante los meses previos a la definición de la fórmula presidencial de la UCR, Alvear intentó convencer a Campero para que éste lo acompañara como candidato a vicepresidente. Si bien la negativa del gobernador resultó irrevocable, ello no impidió que el radicalismo continuara adelante con las tramitaciones para lograr una manifestación contundente de apoyo hacia el Comité Nacional, incluso barajando la posibilidad de una fusión de las fuerzas radicales de la provincia.

A partir de este juego bifronte que llevó adelante el concurrencismo desde su conformación como fuerza política local, es comprensible que tanto el Ejecutivo Nacional como las autoridades del radicalismo a nivel nacional compitieran por obtener la definición de los tucumanos y su apoyo en los comicios presidenciales de 1937. En consecuencia, y como una muestra del juego llevado adelante por los concurrencistas, la Junta de Gobierno de la UCR Tucumán resolvió la prescindencia política y dejó en libertad de acción a sus afiliados, no sin antes aclarar su condición de “partido local sin dependencia alguna de los que actúan en el orden nacional”.[31]

La decisión de los tucumanos acentuó aún más la competencia entre las fuerzas en pugna para lograr el apoyo de los concurrencistas, de allí que las lecturas sobre esta decisión resultaron diferentes. Mientras para algunos, la resolución significaba vía libre para los concurrencistas en apoyar a los radicales del Comité Nacional, para otros, entre los que se encontraba el informante de Justo, la misma significaba reconocer

 

“… el derecho, no sólo de votar, sino también de hacer propaganda a favor de la fórmula de Ortiz- Castillo, dando en esta forma oportunidad para que los verdaderos simpatizantes de ella, puedan hacer trabajos en su favor, variando así, en parte, el panorama político de la provincia con respecto a la mencionada fórmula presidencial, que hasta hace pocos días no tenía ninguna probabilidad de desempeñar un papel airoso en el orden local.”[32]

 

Los demócratas locales también recibieron con ciertas reservas la decisión de la UCR Tucumana. Por un lado, eran conscientes de que con el aporte de los caudillos de la UCR el triunfo de la Concordancia sería posible, en particular en aquellos departamentos en los cuales el concurrencismo se había mostrado imbatible en las últimas elecciones. Pero al mismo tiempo, deseaban que el concurrencismo rompiera definitivamente con el gobierno nacional, para poder ser ellos los únicos beneficiarios del triunfo de Ortiz y ocupar un lugar privilegiado en el armado político del presidente.

Mientras las interpretaciones sobre la decisión de los radicales tucumanos se multiplicaban y las especulaciones estaban a la orden del día, la incertidumbre caracterizaba al panorama político local. En un intento por concluir con el dilema de los concurrencistas, Ortiz, en su visita a la provincia, afirmaría

 

“He dicho que no caben los indiferentes, porque ser indiferente supone, en esta hora, facilitar la acción de políticos sin control; supone estimular la acción perturbadora de las minorías que sólo pretenden, al amparo del desorden y concitando las pasiones más rudimentarias, crear estados de desorganización que constituyen el caldo más propicio para la demagogia.”[33]

 

Tanto Ortiz como Justo reconocía el caudal electoral del concurrencismo en la provincia, y por ello quería que acompañaran su fórmula. Resultaba más importante que los concurrencistas apoyaran la fórmula presidencial que los mismos demócratas, razón por la cual Ortiz deseaba revertir la decisión de la Junta acerca de la prescindencia en las elecciones. El candidato presidencial conferenció con Campero y los restantes dirigentes del concurrencismo, sin lograr un acuerdo satisfactorio, aunque ello no impidió que un sector del partido expresara deseos de apoyar activamente su candidatura. Las tratativas continuaron y se aceleraron cuando la situación de la Concordancia pareció peligrar ante las dificultades en la provincia de Santa Fe, en la cual el alvearismo se presentaba como una fuerza importante y el recientemente elegido Manuel M. de Iriondo manifestaba dificultades en organizar sus huestes. De hecho, los conflictos al interior del antipersonalismo santafesino comprometían la candidatura de Ortiz, ya que uno de los grupos en pugna con el flamante gobernador apoyaba la candidatura de Leopoldo Melo para el primer término de la fórmula presidencial. Tras una serie de reuniones entre los principales dirigentes nacionales, incluso miembros del PDN, y del presidente Justo se lograron zanjar los conflictos. Pero este hecho, puso en evidencia la debilidad que caracterizaba a la Concordancia: la ausencia de espacios organizacionales institucionalizados para la resolución de los conflictos que se planteaban en el seno de la coalición gobernante nacional. La Concordancia era una coalición de fuerzas políticas provinciales que lograban articularse en la actuación parlamentaria. La débil organización institucional a nivel nacional fortalecía el rol de las organizaciones provinciales y tornaba más complejo el proceso de toma de decisiones. Ello le otorgó una mayor influencia a la dinámica política local en su vinculación con la política nacional y le brindó a quien ejercía el Ejecutivo nacional el rol de árbitro clave en las disputas políticas.[34]

Frente a este panorama complejo, y dada la dinámica interna de la coalición oficialista, no estaba asegurado el triunfo de la Concordancia de manera contundente. Por lo cual, resultaba necesario contar con los electores de Tucumán y de Santiago del Estero para cerciorarse una victoria innegable. Al mismo tiempo, y como advertía la prensa, resultaba interesante que la Concordancia triunfara en un baluarte radical inexpugnable, el cual no estaba sometido a su control inmediato, resultando sus electores inobjetables.[35] De este modo, se lograría desestimar las críticas de la oposición sobre los mecanismos fraudulentos que se pondrían en funcionamiento en el comicio. Una vez más la provincia de Tucumán le serviría a Justo en su estrategia política y en su intento por ocultar la ilegitimidad del gobierno.

En ese contexto, se entienden las tratativas del concurrencista Manuel García Fernández para organizar una nueva fuerza política que apoye a Ortiz. En dicha agrupación participarían todos los dirigentes del concurrencismo, incluido el gobernador Campero, demostrando el estrecho vínculo que existía entre el situacionismo local y el gobierno nacional. En una clara manifestación de que el concurrencismo entraría a gravitar en la Concordancia Local, se especuló con la posibilidad de conformar una lista mixta de electores entre ambas fuerzas. Sin embargo, las disensiones al interior del concurrencismo, donde un grupo manifestó sus simpatías hacia Alvear, generaron el temor de una posible fractura partidaria, y los principales gestores de la nueva agrupación desistieron de su propósito. Con esta decisión se desvanecía el proyecto político de Justo de ver a sus aliados concurrencistas apoyar la fórmula oficialista.

 

Un historial de desencuentros

 

Tras el fracaso del proyecto de un grupo de concurrencistas, los demócratas podían adjudicarse el papel de únicos aliados “oficiales” del gobierno nacional. Aunque, si deseaban mantener esa posición, para obtener ventajas posteriores, debían asegurar su victoria en las elecciones nacionales. De hecho, los demócratas fantaseaban con la posibilidad de una futura intervención a la provincia que les permitiera presentarse bajo condiciones ventajosas a la elección provincial del año próximo. Confiaban en el triunfo no sólo por la factible ayuda de las esferas nacionales, sino también por el arrastre que tendría la figura de Simón Padrós como candidato a gobernador. El diputado nacional había venido desempeñando una labor importante a favor del PDN en el parlamento, mantenía estrechos vínculos con las autoridades nacionales, tanto partidarias como gubernamentales, y su candidatura ya contaba con la simpatía de los miembros del partido.

Ya que los demócratas eran los únicos aliados con los que podía contar el oficialismo, estos se encargaron de señalar esta condición en sus discursos. Así ratificaron la idea de que el PDNT, desde sus comienzos, había manifestado su apoyo al gobierno sin recibir beneficio alguno. Simón Padrós afirmaba

 

“Que se aprecie la infinita lealtad de quienes nunca se apartaron de su deber frente al interés de la Nación, y ello porque guardan en recóndito sagrario el culto a la memoria de aquel gran soldado que con la punta de la espada escribió una de las más brillantes páginas de la historia argentina contemporánea, al capitanear el movimiento popular del 6 de septiembre.”[36]

 

Los demócratas no desaprovechaban la oportunidad para manifestar su admiración hacia el Gral. Uriburu, quien los había beneficiado a través del proteccionismo azucarero. Y reafirmaban la identidad partidaria al estrechar sus vínculos con Uriburu y el movimiento septembrino. Esta identificación con el líder de la Revolución sería una constante a lo largo de la década, y al mismo tiempo reflejaría la ambigüedad de los conservadores provinciales, quienes adhirieron al proyecto político de Justo de restauración de las instituciones liberales en 1932, pero no se desvincularon de la figura de Uriburu y, en algunos casos, simpatizaron con sus aspiraciones de reforma institucional. A medida que la Argentina ingresó en la “tormenta del mundo”, esta vaguedad de los demócratas se acentuó más, manifestando en simultáneo la admiración hacia Fresco y sus expresiones anti-democráticas y la necesidad de defender la tradición liberal- democrática.

Asimismo, Simón Padrós recordaba que a pesar de la actitud de obediencia del PDNT hacia las autoridades nacionales, éste no había obtenido los resultados esperados. Así, en el discurso se dejaba entrever el malestar del partido al no haber logrado la conquista del poder en la provincia en las reiteradas elecciones, y por el contrario haber aceptado la simpatía que despertaban en Justo, primero Nougués y los blancos y luego el radicalismo concurrencista. Más lejos aún irían las palabras del orador al sostener “y es también hora que se conozca el silencioso sacrificio de un partido”[37], refiriéndose a la situación vivida por el PDNT gracias a la intervención del ex Ministro del Interior Leopoldo Melo, quien impidió que los conservadores triunfaran en las elecciones de gobernador del año 1934, y permitió el triunfo de las fuerzas concurrencistas.

Si parte del discurso del PDNT estaba centrado en resaltar los sacrificios que había soportado el partido desde sus inicios, no por ello se desvinculaban de la obra del gobierno nacional. Por el contrario, gran parte de la oratoria de los demócratas remarcó las vinculaciones del partido con el gobierno nacional, y exhortaban a votar la fórmula de la Concordancia con el “decidido propósito de asegurar para el país la continuidad del gobierno eficazmente progresista del general Justo”.[38] Si la candidatura de Ortiz representaba la prolongación de la “prosperidad social, de la paz de los espíritus, el afianzamiento de sus instituciones”, la de los radicales implicaba un “salto al vacío y la vuelta al poder de los responsables del desorden administrativo y el desenfreno político”.[39] En ese sentido, los demócratas resignificaban el concepto de democracia al asociarlo con la obra de gobierno desarrollada por Justo y la Concordancia. Su identificación como “soldados de la democracia” implicaba la defensa de la gestión gubernamental, la cual había redundado en una etapa de prosperidad luego de la crisis de 1930. El modo más contundente de continuar en esta dirección implicaba apoyar la fórmula oficialista para evitar el arribo de la “demagogia radical”. Acusaban a los radicales de haber denigrado y corrompido las instituciones durante sus gobiernos, razón por la cual resultaba falsa –en la campaña de 1937- la pretendida defensa de la Ley Sáenz Peña y la democracia.[40]

En oposición a esta identificación entre democracia y gestión de gobierno, los radicales apelaban al concepto de democracia al vincularlo a la transparencia electoral. La realidad tucumana resultaba más que elocuente en la construcción de un discurso que valorizaba la pureza del sufragio, en tanto la provincia se erigía en uno de los pocos distritos en los cuales los mecanismos fraudulentos no habían logrado desarrollarse.

El respeto a la ley de 1912 y las prácticas instauradas tras la ampliación de la ciudadanía no sólo eran atributo de los radicales. También los demócratas se erigieron en defensores de la tradición liberal y repudiaron cualquier intento de instaurar un régimen autoritario en sintonía con los del norte de Europa. Oradores como Eduardo Paz y José Ignacio Aráoz hijo dejaron bien en claro su posición como sostenedores de esa tendencia liberal democrática que anidaba en el PDNT. Asimismo, el dirigente Ernesto Padilla, en el acto de cierre de campaña, también manifestó su participación en los debates parlamentarios que implicaron la sanción de la Ley Saénz Peña. Las manifestaciones de éste resultaron más que elocuentes y dejaron en evidencia, una vez más, la ambigüedad de los demócratas tucumanos. En efecto, Padilla había realizado junto a Sánchez Sorondo un viaje a Italia en enero de 1937, que redundó en importantes elogios hacia el régimen de Mussolini.[41]

Más allá de las disputas en torno al concepto de democracia, el ahínco demócrata en resaltar su apego a la tradición liberal y sus vínculos con el gobierno nacional, y el discurso construido en torno a la continuidad de la prosperidad del país de la mano del oficialismo, las fuerzas demócratas no lograrían la victoria deseada en la provincia. Sin lugar a dudas, el arrastre del concurrencismo sería imbatible, y sus hombres optarían por apoyar al Comité Nacional y a la fórmula Alvear - Mosca. Si bien los concurrencistas simpatizaban con Ortiz no estaban decididos a avalar una fórmula con un candidato demócrata. En ese sentido, los dirigentes radicales apoyaron al Comité Nacional y no dudaron en manifestar sus preferencias políticas.[42] Alvear triunfó con 50.666 votos frente a la fórmula concordancista Ortiz - Castillo que recaudó 37.048 votos.[43] En ese sentido se cumplían los presagios del enviado del Comité Nacional de la UCR, quien sostuvo

 

“En Tucumán, cualquiera que sean las diferencias locales, cualquiera que sean sus orientaciones, el radicalismo todo estará unido en los comicios del 5 de septiembre. La voz de sus tradiciones, de su historia llama a todos a oponer un dique a una reacción cuyo triunfo significaría el peligro más evidente e inmediato para las instituciones libres de Tucumán”.[44]

 

A modo de conclusión

 

La Revolución de 1930 no significó el inicio de una etapa fructífera en logros políticos para los conservadores tucumanos, muy por el contrario, éstos se vieron imposibilitados de acceder a los principales espacios de poder provincial frente al triunfo de Defensa Provincial Bandera Blanca (DPBB) –variante reformista del conservadurismo- y luego de la UCR concurrencista. De allí que las elecciones nacionales de 1937 se presentaron como una nueva oportunidad para los demócratas. Confiados en recuperar los espacios de poder en la provincia, que le permitirían obtener más adelante la gobernación y una vinculación más efectiva con las esferas nacionales, se lanzaron a la campaña electoral. En primer lugar, iniciaron un proceso de reorganización de sus huestes partidarias, el cual estuvo atravesado por la necesidad de reunificar a los grupos que luchaban por la hegemonía partidaria. Los sectores “renovadores” o “democratizantes” tomaron conciencia de la situación calamitosa en la cual se encontraba la estructura partidaria, reconociendo un carácter circunstancial y ocasional a la organización. Ésta sólo se ordenaba como partido para las instancias electorales y no mantenía una dirigencia partidaria permanente. En contrapartida, propusieron la conformación de un partido orgánico, con reglas y principios que movilizara al electorado para la votación, y que una vez resuelta esta instancia continuara su desenvolvimiento como mediador entre la sociedad civil y el estado. En clara sintonía con los principios de la reforma saenzpeñista, defendieron la existencia de un sistema político con partidos modernizados que compitieran de manera limpia en la lucha electoral. Creyendo en la función pedagógica de las instancias electorales, confiaron en la posibilidad de apelar a un electorado consciente que los apoyara, primando la “razón” por sobre el “número”. A partir de su lugar en las esferas dirigenciales, este sector liberal-democrático, que inicialmente había apoyado la expulsión del yrigoyenismo del poder, se opuso de manera enérgica a la continuidad de la dinámica del fraude. En oposición a este grupo, los sectores “tradicionalistas” ocuparon un importante lugar en las listas de candidatos, reconociendo que el arrastre de sus figuras, con una importante experiencia en la oposición al radicalismo durante los años veinte, le permitiría una victoria en las elecciones nacionales. Asimismo, manifestaron sus simpatías hacia el gobernador Fresco y aceptaron sus críticas a la Ley Sáenz Peña. En definitiva, tras la reorganización del PDNT se logró el equilibrio entre los sectores, y las fricciones desaparecieron, aunque ello no impidió que surgiera cierta tensión en determinadas oportunidades y los grupos manifestaran sus concepciones políticas. Así la candidatura de Castillo se manifestó como una oportunidad propicia para poner sobre el tapete las diferencias.

Resuelta la unidad partidaria, los demócratas se sintieron en condiciones de triunfar, y buscaron concluir con un historial de derrotas en el escenario provincial. Pero más importante aún resultó su deseo de convertirse en actores centrales en el juego político de Justo. Presos del acontecer nacional y del equilibrio de fuerzas al interior de la Concordancia, los demócratas debieron competir contra el arraigo del concurrencismo. Los radicales no sólo contaron con la simpatía de Justo, sino también con un importante caudal electoral que le aseguró sucesivas victorias. Frente a esta fuerza imbatible, el PDNT no logró constituirse como una alternativa política viable capaz de captar al electorado. Los problemas internos le impidieron estructurar su identidad partidaria. La ambivalencia entre los grupos en pugna y las tradiciones políticas a la que adherían no lograron el consenso sobre determinados principios partidarios. El problema de cómo enfrentarse al radicalismo generó diversas respuestas y acentuó aún más las diferencias entre los grupos con respecto al modelo de partido que deseaban construir.

En consecuencia, los demócratas se vieron imposibilitados de presentarse como un partido político con una propuesta alternativa al concurrencismo. Por su parte, el concurrencismo acentuó su identidad partidaria local y llevó adelante una exitosa gestión gubernamental a partir de la realización de obras públicas. Pero más importante aún, resultó el desarrollo -desde sus inicios como fuerza política- de ese juego bifronte entre el Ejecutivo Nacional y el Comité Nacional de la UCR, lo cual les permitió ubicarse en el centro de la escena política. De allí que tanto Justo como Alvear los tentaron para obtener sus votos en la elección nacional. La importancia de los radicales tucumanos los llevó a ocupar un lugar destacado en el armado político de Justo, quien en su objetivo de liberarse del aplastante peso político de los conservadores y redefinir los espacios de poder al interior de la Concordancia, coqueteó con la idea de Campero como candidato a la vice presidencia. La negativa del gobernador no impidió que Justo intentara hasta último momento contar con las huestes concurrencistas, asegurándose la transparencia en el comicio frente a la utilización masiva del fraude electoral en los restantes distritos.

Como contrapartida, los conservadores, imposibilitados de triunfar en el escenario provincial, acentuaron su dependencia de las autoridades nacionales, tanto partidarias como gubernamentales. Y acabaron por concluir que sólo a través de la colaboración nacional, lograrían revertir su historial de derrotas. De allí que su apoyo a las decisiones del Comité Nacional del PDN estuvo supeditado a las expectantes contraprestaciones que podrían recibir, como ser la intervención a la provincia para una futura elección de gobernador. En igual sentido, creyeron en la posibilidad de que Justo concluyera con su apoyo a los radicales concurrencistas y se abocara a prohijar “elecciones dirigidas” en la provincia. Se presentaron como una fuerza sacrificada en el escenario provincial, aunque ello no impidió que se identificaran con el gobierno nacional y defendieran la gestión de Justo. Los demócratas tucumanos confiaron que “aquella ilusión de que el radicalismo es imbatible en nuestra provincia va a ser prestamente desvanecida”. Pero una vez más, lo que se desvaneció fue el deseo de triunfo del PDNT.

 

 

RESUMEN

 

Los demócratas tucumanos y su participación en la elección nacional de 1937

 

El presente trabajo tiene por objeto indagar acerca de las estrategias desplegadas por el Partido Demócrata Nacional de Tucumán (PDNT) durante la campaña presidencial de 1937. En ese sentido, se analizarán las dificultades de los demócratas para cohesionar sus filas, atravesadas por la faccionalización interna debido a la existencia de diversas oposiciones entre sus integrantes, manifiestas por un lado en el enfrentamiento entre “tradicionalistas” y “renovadores”, y por otro en la puja entre las diversas fuerzas que confluyeron en la formación del Partido y en la estructuración de la Concordancia a nivel local. A esta conflictividad interna del PDNT se sumaron las dificultosas vinculaciones con las esferas nacionales, tanto partidarias como gubernamentales, como consecuencia del armado político que caracterizó a la Concordancia. En igual proporción, el juego pragmático del presidente Justo influyó en la dinámica política de la provincia y en los resultados electorales.

 

Palabras clave: Partido Demócrata Nacional - conservadores - oposición - tradicionalistas – renovadores

 

 

ABSTRACT

 

The Democrats from Tucumán and their participation in the National Election of 1937

 

This paper aims to inquire about the strategies used by the Partido Demócrata Nacional de Tucumán (PDNT) during the presidential campaign of 1937. In this sense, we will analyze the difficulties of Democrats to unite their ranks, crossed by the internal factionalization because of the existence of diverse oppositions among its members, manifest on one side in the confrontation between "traditionalists" and "renewal", and another in the struggle between the various forces that went into the formation of the party and the structuring of the local coalition called the Concordance. To this internal conflict PDNT joined the difficult linkages with national spheres, both party and government, as a result of political structure that characterized the Concordance.

 

Key words: Partido Demócrata Nacional – conservatiestradicionalists - renewables

 

 

Recibido: 01/03/2014

Evaluado: 02/06/2014

Versión final: 21/06/2014

 

 

Notas



[1] Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Tucumán. Integrante del Instituto Superior de Estudios Sociales UNT-CONICET.

[2] Palabras del diputado nacional del Partido Demócrata Nacional de Tucumán (PDNT) Juan Simón Padrós durante la campaña nacional de 1937, citado en La Gaceta, Tucumán, 26.08.1937.

[3] TORRES, José Luis; La década infame, Patria, Bs. As., 1945.

[4] IBARGUREN, Carlos; La historia que he vivido, Sudamericana, Bs. As., 1999, p. 468.

[5] CIRIA, Alberto; Partidos y poder en la Argentina moderna (1930-1943), De la Flor, 1983, p. 66.

[6] ROUQUIE, Alain; Poder militar y sociedad política en la Argentina, Emece, Bs. As., 1978, p. 198.

[7] BEJAR, Maria Dolores; El régimen fraudulento. La política en la provincia de Bs. As., 1930-1943, Siglo XXI, Bs. As., 2005.

[8] DE PRIVITELLIO, Luciano; “La política bajo el signo de la crisis”, en CATARUZZA, Alejandro (Director), Crisis económica, avance del Estado e incertidumbre política (1930-1943), Nueva Historia argentina, Tomo VII, Sudamericana, Bs. As., 2001, pp. 97-142.

[9] PIAZZESI, Susana; “Elite política y cuestión electoral. El antipersonalismo en el gobierno santafesino, 1937- 1943”, en Anuario del IEHS, Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Bs. As., Tandil, 2001.

[10] MACOR, Darío; “Partidos, coaliciones y sistemas de poder” en CATARUZZA, Alejandro (Director), Crisis económica, avance….. op. cit., pp. 49-95.

[11] La Gaceta, Tucumán, 09.04.1937.

[12] PARRA, María Graciana “Una nueva desilusión de los conservadores. Derrota electoral del Partido Demócrata Nacional, Tucumán 1934”, en Actas VII Jornadas La Generación del Centenario y su proyección en el Noroeste Argentino. 1900-1950, Centro Cultural Alberto Rougés, San Miguel de Tucumán, 2007.

[13] HALPERIN DONGHI, Tulio; La República imposible (1930-1945), Ariel, Bs. As., 2004.

[14] La Gaceta, Tucumán, 07.07.1934.

[15] BEJAR, María Dolores, El régimen fraudulento…., op. cit., p. 215.

[16] TCACH, Cesar; “Un radicalismo exitoso en la Argentina de los treinta. El caso del sabattinismo cordobés”, en Boletín Americanista, Año LVII, nº 57, Barcelona, 2007, pp.133-156.

[17] La Gaceta, Tucumán, 11.07.1937.

[18] VIGNOLI, Marcela y BRAVO, María Celia; “La formación de la Unión Cívica Radical Concurrencista de Tucumán durante la primera mitad de la década de 1930”, en La fundación cultural, N° 35, Santiago del Estero, 2008, pp. 66-74.

[19] La Gaceta, Tucumán, 16.04.1937.

[20] El Orden, Tucumán, 17.04.1937.

[21] El informante de Justo afirmaba que las negociaciones se “han llevado a cabo a espaldas de la masa partidaria del Radicalismo Concurrencista. Al conocerse por intermedio de los diarios las gestiones de los emisarios tucumanos ante los gobernadores de Entre Ríos y Santa , produjo mala impresión en la gran masa partidaria Concurrencista, que sigue simpatizando con el Comité Nacional, hasta los propios gestores mencionados, se vieron en la necesidad de desautorizar los verdaderos móviles de su gestión”. Archivo General de la Nación (en adelante AGN). Archivo Justo (en adelante AJ). Caja 62. Doc. Nº 275. Folio 1017. 13.05.1937.

[22] MACOR, Darío; op. cit..

[23] PARRA, Ma. Graciana; op. cit..

[24] La Gaceta, Tucumán, 21.04.1937.

[25] La Razón afirmaba al respecto “algunos demócratas nacionales atribuyen su fracaso, no sólo a la guerra interna que declararon los correntinos y puntanos, sino también y principalmente al veto que habría impuesto Campero en ocasión de la visita presidencial a Tucumán. Ese veto había sido claro y además decisivo dentro de la Concordancia, pues los antipersonalistas no ocultaron su solidaridad con el Dr. Campero en su oposición a Patrón Costas”. Citado en La Gaceta, Tucumán, 01.06.1937.

[26] HALPERIN DONGHI, Tulio; La República... ob. cit., p. 237.

[27] Ernesto Padilla sostenía que la consagración de la fórmula Ortiz- Castillo le generaba simpatías ya que Castillo había sido su discípulo y amigo, y Ortiz le inspiraba mucha confianza por su capacidad y sus altas condiciones morales e intelectuales y que “debían pedir a Dios que les deparara una solución que permitiera al país continuar en el gran progreso bajo el orden y la paz en que se encontraba”. Archivo Histórico de la Provincia de Tucumán (en adelante AHT). Archivo de Ernesto Padilla (en adelante AEP). Carta de Ernesto Padilla a Félix Sarmiento. 28.06.1937. Pero no todos los demócratas estarían conformes con la fórmula de la Concordancia. A mediados de 1936, José Ignacio Aráoz desconfiaba de Ortiz y criticaba las maniobras de Justo para imponerlo como su sucesor. En una misiva a su amigo político Mendilaharzu sostenía “Nos alejamos de la opinión y el respeto para salvar bancas de nuestros amigos, obtenidas por la más descarada violencia y fraude; y ponemos a la República en el camino de la anarquía y de la conspiración perpetua, para imponer un radical de los titulados antipersonalistas en la Presidencia de la República y que para nosotros los demócratas nos resultará un segundo Melo (Carlos); parece mentira que nos prestemos a esto y para ello sirvamos a “Justos” y a camarillas políticas, únicos que saldrán ganando”. AHT. AEP. Carta de José Ignacio Aráoz a Javier Mendilaharzu. 06.08.1936.

[28] Simón Padrós haría referencia a su accionar al sostener “Nos defendisteis y capitaneando una cruzada memorable, fuiste a la gran ciudad porteña, para rasgar el tupido velo con el que el Litoral envolvía nuestra economía regional, obteniéndolo con vuestro tesón y porfía de manos de aquel gran general-presidente, la defensa aduanera al azúcar, al tabaco, al arroz, a las maderas”. La Gaceta, Tucumán, 19.07.1937. En 1931, el Gral. Uriburu decretó la protección a la industria azucarera. Para ello se incrementaban los derechos adicionales a los azúcares importados que fueran objeto de primas, y se estipulaba que el precio del producto elaborado no podía exceder los 4.10 pesos, los 10 kg de azúcar pilé, en la plaza de Buenos Aires.

[29] La Gaceta, Tucumán, 16.06.1937.

[30] PERSELLO, Virginia y DE PRIVITELLIO, Luciano; “Las reformas de la reforma: la cuestión electoral entre 1912 y 1945”. II Jornadas sobre la política en Buenos Aires, IEHS-Facultad de Ciencias Humanas-UNICEM, Tandil, 2007.

[31] AGN. AJ. Caja 62. Doc. N° 341. Folio 1090. 12.07.1937.

[32] AGN. AJ. Caja 62. Doc. Nº 346. Folio 1096- 1097. 15.07.1937.

[33] La Gaceta, Tucumán, 19.07.1937.

[34] PIAZZESI, Susana; Conservadores en provincia. El iriondismo santafesino 1937-1943, UNL, Santa Fe, 2009, p.33-34.

[35] Igual lectura de la situación realizaba el informante a Justo al sostener “si se echa mano a todos los recursos y resortes, podría obtenerse en esta Provincia, sino la victoria para la candidatura del Dr. Ortiz, una cosa aproximada, con una elección muy lúcida que significaría un triunfo moral, ya que ella sería el resultado de una elección en una provincia eminentemente Radical, gobernada por un gobierno radical y con amplia libertad electoral”. AGN. AJ. Caja 62. Doc. Nº 359. Folio 1116- 1117-1118. 26.07.1937.

[36] La Gaceta, Tucumán, 19.07.1937.

[37] La Gaceta, Tucumán, 19.07.1937.

[38] La Gaceta, Tucumán, 04.08.1937.

[39] La Gaceta, Tucumán, 19.07.1937.

[40] José Ignacio Aráoz afirmaba “El pueblo que ha vivido en la zozobra sabe bien lo que vale la tranquilidad. Por detrás de los cantos de las sirenas percibe bien el peligro de las rocas traicioneras y por encima de los emblemas que ocultan bajo sus pliegues las pre-eminencias de grupos sin significación fundamental percibe claramente los colores que ampara la patria”. La Gaceta, Tucumán, 19.07.1937.

[41] Un análisis de los vínculos de algunos destacados dirigentes políticos y referentes culturales de la provincia con intelectuales y políticos pro fascistas y nacionalistas es realizado por JORRAT, Marcela; Expresiones del antisemitismo. Recepción de la política racial nazi y cultura política en Tucumán. IDELA-UNT. Facultad de Derecho y Ciencias Sociales. 2006 (Tesis de maestría inédita).

[42] El diputado Gordillo afirmaba “Vote por el comité nacional, cuya fórmula es la que más se aproxima a nuestros ideales partidarios, que son también radicales. No podría en ningún caso, como hombre de filas, aconsejar otra cosa. O es que alguien sospecha que pueda un radical votar en setiembre a un candidato vicepresidencial del conservadorismo?” La Gaceta, Tucumán, 28.07.1937.

[43] El Orden, Tucumán, 22.09.1937. La fórmula Alvear - Mosca triunfó en cuatro distritos: Capital Federal, Tucumán, Córdoba y La Rioja, obteniendo 128 electores frente a los 248 que obtuvo la fórmula concordancista Ortiz - Castillo.

[44] La Gaceta, Tucumán, 25.08.1937.