Los demócratas tucumanos y su
participación
en la elección nacional de 1937
María
Graciana Parra[1]
(ISES
- UNT/CONICET; gracianaparra@yahoo.com.ar)
“aquella ilusión de que el
radicalismo es imbatible en nuestra provincia va a ser prestamente desvanecida (...)
por primera vez tocará a una muy importante masa independiente del interés
inmediato de los partidos, decidir los resultados de los comicios. Y ella,
tendrá, para determinarse, que escoger entre promesas futuras o frutos de
gobierno como los de la histórica presidencia que las urnas han de renovar”.[2]
Introducción
Los años treinta han sido abordados por las investigaciones desde
diversas perspectivas, aunque, por lo general, ha prevalecido una visión
negativa acerca de los mismos. Los orígenes de estas interpretaciones pueden
remitirse a los protagonistas de esos años y sus vivencias, entre los que se
destacó José Luis Torres.[3]
Este periodista acuñó la definición de “Década Infame” para caracterizar a los
treinta, y para ello centró su atención en la impronta del fraude y los
escándalos de corrupción que envolvieron a los gobiernos conservadores,
quienes, según su interpretación, se valieron de los vicios electorales para
mantenerse en el poder. Atentos a las características de estos gobiernos, y
presos de los acontecimientos vividos, los contemporáneos a Torres también
encontraron una explicación acerca de la elite dirigente de dichos gobiernos.
Así, Carlos Ibarguren -intelectual nacionalista que
protagonizó junto a Uriburu el intento de llevar a la Argentina por los caminos
de una reforma de la Constitución- una vez fracasado el proyecto corporativo
interpretó el triunfo de Justo como una traición a los logros de la Revolución.[4]
Para este intelectual, el poder era recuperado por la antigua elite dirigente
y, junto a ella, retornaban los sectores económicos que buscaban evitar los
embates de la crisis económica mundial. En esta dirección, los historiadores
nacionalistas, tales como los hermanos Irazusta y Ernesto Palacio interpretaron
la política de los treinta como la clara manifestación de la “oligarquía
terrateniente” ligada al imperialismo británico que decidió recuperar el
control del gobierno para dar a la crisis una salida que no afectara sus
intereses. En sintonía con ello, Alberto Ciria afirma
que el “conservadurismo vacuno bonaerense” fiel a los intereses terratenientes
tuvo la necesidad de salir de la crisis económica, por lo cual se lanzó hacia
la reconquista del poder para “restaurar con modificaciones el sistema previo a
En definitiva, desde diversos enfoques, estas interpretaciones
comparten una visión común sobre la década del treinta que es entendida como
una “Restauración Conservadora”. Esta perspectiva se ha traducido, tanto en
interpretaciones deterministas y esquemas maniqueos que han soslayado la
singularidad del proceso histórico de esos años. Se ha considerado a la década
como el prolegómeno del peronismo, quitando especificidad y riqueza a la misma.
A través del análisis de la naturaleza y trayectoria que distingue a uno de los
protagonistas, en particular los conservadores, las investigaciones actuales
señalan la gravitación de esta fuerza en el escenario partidario de los años
treinta. Tras la Revolución de septiembre, los conservadores intentaron
erigirse en una fuerza política poderosa arrogándose el rol de herederos civiles del golpe. En especial, esto se manifestó a partir del
predominio del naciente Partido Demócrata Nacional (PDN), conglomerado de
partidos conservadores de todo el país, que logró un destacado protagonismo en
la Concordancia, coalición oficialista que gobernó al país. El PDN recuperó los
espacios de poder en las principales provincias del país, en especial en Buenos
Aires. Al respecto, María Dolores Béjar afirma que el conservadurismo
bonaerense se erigió como una fuerza política determinante cuya influencia no
sólo se circunscribió al espacio provincial, sino que su impronta también se
manifestó en las relaciones entabladas con el Poder Ejecutivo Nacional.[7]
Asimismo, el PDN logró conformarse en la agrupación predominante en el seno de
la Concordancia dada la importante representación parlamentaria de la que gozó
durante la década. En ese sentido, Luciano
de Privitellio sostiene que una de las principales habilidades del
presidente Justo fue armonizar su base de poder a partir de la conjunción entre
conservadores, socialistas independientes y radicales antipersonalistas,
coalición en la que los conservadores constituyeron el sostén principal para
garantizar la gobernabilidad.[8]
La significativa representación del conservadurismo, tributaria del control de
la mayoría de las situaciones provinciales, se acentuaría aún más luego del ingreso del radicalismo a la arena
electoral en 1935. En efecto, ante la necesidad del oficialismo de reproducirse
en el poder, el presidente Justo se vería forzado a aceptar los mecanismos
fraudulentos como herramientas válidas para asegurar la victoria demócrata en
aquellas provincias más importantes para la composición del parlamento
nacional. Sin
embargo, esta utilización a gran escala del fraude dejaría al desnudo la
ilegitimidad de origen del gobierno. Desde su nacimiento, el gobierno de Justo
se había enfrentado al dilema político de mantener la tradición institucional
inaugurada en 1912, mientras la negaba al recurrir al ejercicio sistemático del
fraude electoral al ritmo de las necesidades del poder político para garantizar
su reproducción. Esta estrategia del justismo
acarrearía la problemática acerca de la legitimidad de la gestión
gubernamental, en tanto el origen fraudulento de las elecciones atentaba contra
la misma. Si en determinados distritos Justo avaló la falsificación electoral
-como en el caso de Buenos Aires- en otras provincias, cuya representación no
tenía un peso significativo en la composición electoral, pudo aceptar el
ejercicio limpio del sufragio, como fue la situación particular de la provincia
de Tucumán.
En otras palabras, con la vuelta a la normalidad institucional en 1932,
el gobierno se enfrentó al dilema que lo acompañó a lo largo de los años
treinta. De hecho, continuó apelando a la vigencia del sufragio como elemento
legitimador del régimen democrático, pero ello no impidió que gracias a los
artilugios electorales Argentina viviera en el marco de una “democracia
falseada”. El PDN logró controlar el poder en Buenos Aires y en la mayoría de
las provincias recurriendo a la falsificación electoral. Sin embargo, esta
centralidad del fraude como único elemento a destacar en la dinámica política
de los años treinta resulta inapropiado y remite a una mirada simplificadora.[9]
Es preferible una visión signada por la competencia electoral entre coaliciones oficialistas y
opositoras cuyas estrategias de actuación revelan un cambiante e incierto
escenario electoral, que promueve la constante reformulación de vínculos y
alianzas entre los actores.[10] Y
más allá de todo, nos permite conformar una nueva mirada acerca de los años
treinta y, de los conservadores en particular, destacando las particularidades
de ese universo político. En efecto, lejos de presentarse como un cosmos
homogéneo, el conservadurismo en los años treinta se manifestó como una
multiplicidad de grupos que reconocían una historia o identidad en común, pero
que manifestarían concepciones disímiles en cuanto al orden social y político
deseado.
De esta manera, resulta pertinente preguntarse si la noción de
“Restauración Conservadora” es válida para caracterizar a los años treinta, al
centrar su mirada sólo en uno de los protagonistas de la época, a saber los
conservadores, y más aún aquellos vinculados a los dirigentes de la República
Conservadora, y otorgarle una centralidad excesiva. De hecho, al analizar
detenidamente las realidades provinciales, pueden observarse las dificultades
que encontró el conservadurismo para aglutinar sus propias fuerzas al interior
del partido, y peor aún, en lo que respecta a nivel nacional, debido a que el
PDN nunca pudo articularse como una fuerza cohesionada que actuara de acuerdo a
las órdenes de la dirigencia partidaria. Por el contrario, el PDN representó
una alianza flexible entre las fuerzas conservadoras provinciales, cada una con
cualidades intrínsecas a su espacio de acción, más que un partido nacional.
En ese sentido, la presente investigación pretende dar luz acerca de la
débil organización institucional del PDN a nivel nacional. El estudio de las
organizaciones provinciales que integraron tanto al partido permite visualizar
las dificultades que enfrentaron los conservadores a la hora de tomar
decisiones nacionales y revela como los conflictos suscitados en la política
local podían incidir en el ritmo del acontecer nacional. La articulación del
proceso político provincial con el nacional adquiere una relevancia inusitada
en el abordaje de los años treinta, y permite resignificar las transformaciones
de los estados provinciales que se desarrollaron en paralelo a las del orden
nacional. En efecto, los profundos cambios de esos años trastocaron también a
las provincias incidiendo en la evolución política que se dio en sus ámbitos.
En ese sentido, los casos provinciales resultan cruciales para abordar la
reestructuración del Estado Nacional y la crisis político-ideológica que lo
atraviesa, cargándolo de mayor complejidad y precisión.
Siguiendo estos lineamientos es que centramos nuestro
análisis en la provincia de Tucumán durante el desarrollo de la campaña
presidencial de 1937. Desde hacía unos años este distrito estaba gobernado por
una fracción del radicalismo, denominada “concurrencismo”,
la cual manejaba los principales resortes estatales, y se había conformado en
un importante aliado del justismo. En contrapartida,
los demócratas tucumanos no desempeñaban un rol significativo en las esferas
gubernamentales. Erigidos en oposición legislativa, sólo contaban con este
espacio para desempeñarse como aliados del gobierno nacional. Así, la instancia
electoral de 1937 despertaba nuevas esperanzas en los demócratas de lograr una
victoria en este distrito, que le permitiera a su vez una mayor vinculación con
las esferas nacionales. En ese sentido, resulta interesante preguntarse: ¿qué
lugar ocupaban los demócratas provinciales en el juego político de Justo?, ¿qué
retribución esperaban de sus pares nacionales y de las autoridades del PDN?, y
¿como revertirían años de derrotas electorales en la provincia? En
consecuencia, en el siguiente artículo nos proponemos indagar la actuación de
los demócratas tucumanos en relación a las estrategias desplegadas y las
alianzas construidas con las autoridades partidarias y las esferas gubernamentales
nacionales. Asimismo, no se descuidan las vinculaciones entre los conservadores
tucumanos y los radicales concurrencistas y la puja
de ambas fuerzas por despertar la simpatía del ejecutivo nacional.
De este modo, nuestro análisis del desempeño de los demócratas
implica desentrañar las características del conservadurismo a nivel provincial
y explicar porque éstos se vieron imposibilitados de erigirse en una
alternativa política al concurrencismo en la
provincia. En igual sentido, las relaciones entabladas con el Ejecutivo
Nacional y las autoridades partidarias nacionales no resultaron del todo
fluidas y significativas como para asegurarse la victoria. Por el contrario, y
atendiendo a la dinámica política impuesta por Justo a la Concordancia, el
presidente decidió avalar, una vez más, a los radicales tucumanos en una clara
muestra de su pragmatismo político.
La reorganización del PDNT
A comienzos de abril de 1937, y conscientes de la
proximidad de las elecciones nacionales, los demócratas tucumanos iniciaron un
proceso de reorganización de sus huestes partidarias. En el transcurso de las
tareas organizativas salieron a la luz una serie de críticas a la dirigencia
partidaria y a la estructura misma del partido. En una nota enviada al Comité
Central, un grupo de afiliados sostenía “estamos a pocos meses de la elección
presidencial y nuestras fuerzas están desorganizadas, con la moral y la
disciplina resentidos. Los sucesivos contrastes últimos han debilitado al
partido”.[11] Reconociendo el historial
de derrotas vivenciado por el Partido Demócrata Nacional de Tucumán (PDNT)
desde su existencia como fuerza política en la provincia, los solicitantes
denunciaban el estado anárquico de la agrupación y proponían como solución la
incorporación de hombres nuevos, o bien, el reintegro de aquellos que se habían
alejado de la lucha política. Por ello, solicitaban la apertura de los
registros de inscripción de afiliados y cambios en los procesos de selección de
autoridades y candidatos, abogando por la realización de convenciones para
tales fines. No obstante este pedido, advertían sobre el carácter de las
futuras incorporaciones, al afirmar que las mismas debían realizarse con el fin
de estrechar filas y no de generar agitaciones o conflictos. Sin lugar a dudas,
pesaba en este requerimiento el recuerdo de innumerables conflictos sufridos
por el PDNT en los años anteriores, los cuales habían producido el alejamiento
de determinados personajes o grupos.[12]
El principal conflicto que atravesaba el partido desde
sus inicios era el enfrentamiento entre dos grupos al interior del mismo, que
pujaban por lograr un espacio de privilegio en la trama dirigencial.
Por un lado, se encontraban los sectores “renovadores”, también denominados por
la prensa como “democratizantes”, quienes abogaron
por la conformación de un partido orgánico, con reglas y principios
programáticos cuya soberanía interna descansara en la masa de los afiliados, y
con una clara identificación con los problemas políticos, económicos y sociales
de la provincia. Estos grupos fueron quienes mejor comprendieron la necesidad
de adecuar al partido a los propósitos de la reforma política para lograr una
adecuada adaptación con el proceso de ampliación de la ciudadanía. Entre los
principales referentes se destacaron Adolfo Piossek,
José Ignacio Aráoz -padre e hijo- y Eduardo Paz, quienes manifestaron
abiertamente su apego a las tradiciones liberales y su oposición a los manejos
fraudulentos y a los intentos por imponer un rumbo autoritario al partido. Esta
tendencia, que en los años veinte había ocasionado la fractura del
conservadurismo y originado nuevas fuerzas políticas, una vez incorporada al
PDNT emprendió la lucha por la hegemonía partidaria frente a los sectores más
antiguos o “tradicionales”. El triunfo de este grupo fue posible durante los
primeros años de existencia del PDNT, aunque las sucesivas derrotas electorales
en el escenario provincial condujeron a su paulatino desplazamiento de los
espacios de poder frente al ascendiente de los sectores de mayor trayectoria. Éstos
últimos, identificados con los antiguos conservadores de la provincia y
vinculados a las esferas nacionales, no pudieron procesar el ideario reformista
e internalizar las nuevas prácticas políticas del juego democrático. Por el
contrario, los conservadores más tradicionales continuaron apegados a su
concepción política centrada en las alianzas con las elites del interior, donde
cada distrito mantenía su identidad partidaria, relacionándose con sus pares
para actuar ante las coyunturas electorales o en el escenario parlamentario.
Asimismo, mantuvieron un patrón de comportamiento basado en lealtades
personales más que en normativas internas. Liderados por hombres como Abraham
de
Conscientes de la existencia de diferentes tradiciones
políticas y la consecuente conflictividad, los dirigentes partidarios iniciaron
la reorganización con el objeto de dar cabida en forma equilibrada a los
principales referentes de ambos grupos o tendencias. Un primer paso fue dado al
reunirse el Comité Central y conformar una comisión de cinco integrantes que
llevaran adelante las tareas reorganizativas. Quien
lideró el proceso fue el diputado nacional Juan Simón Padrós,
quien se convertiría en la autoridad máxima del partido en el orden local, y al
mismo tiempo desempeñaría un importante cargo en el Comité Nacional del PDN.
Entre los primeros logros del Comité figuró el retorno al seno del partido del
otrora militante del conservadurismo provincial: Gaspar Taboada. Con su regreso
a la vida partidaria, se atendía el pedido de los afiliados y se lograba la
incorporación de un importante número de simpatizantes del viejo caudillo
liberal. También se intentó el reintegro de Alfredo Guzmán, quien se había
desempeñado como presidente del PDNT desde sus inicios, abandonando ese rol de
manera repentina a mediados de 1935. En dicha oportunidad, la prensa local
reconoció que con su alejamiento el partido perdía un dirigente que lograba el
“milagro de mantener unidas a fuerzas políticas casi heterogéneas, en un
partido de tendencia netamente conservadora, aunque con corrientes internas
modernas y de vanguardia dentro de la ideología propia de derecha”.[14] Siguiendo esta apreciación se
comprende la importancia del retorno a las filas partidarias de Alfredo Guzmán,
ya que sólo a través de su figura se lograría la unidad entre los grupos en
pugna al interior del PDNT, logrando una convivencia, aunque no del todo
pacífica, que permitiera al partido presentarse a las próximas elecciones como
una fuerza homogénea y dotada de un alto nivel de institucionalización. La
necesidad de reorganizar al partido y evitar nuevas disensiones a su interior
resultaba prioritaria, más aún cuando volvió a circular el fantasma del
renacimiento del Partido Liberal. Con esta estrategia, los “antiguos liberales”
lograrían un espacio en la trama partidaria, tal como había sucedido con Gaspar
Taboada. Resulta significativo mencionar que esta maniobra fue utilizada en
reiteradas oportunidades por los liberales, quienes, ante la posibilidad de
verse desplazados del poder o bien resueltos a integrar nuevamente los espacios
dirigenciales, animaron el fantasma del renacimiento
del partido, e indujeron a los jefes partidarios a buscar un acuerdo que
desarticulara la posibilidad de una nueva fractura.
La amenaza de un nuevo cisma partidario obligó a los
dirigentes a acelerar las tareas de reorganización. Apremiados también por los
acontecimientos nacionales, en los cuales urgía la resolución de la fórmula
presidencial, los demócratas tucumanos eligieron los delegados a
Aún lejos de compartir esta visión acerca de las
instancias electorales intrapartidarias, en la
coyuntura de 1937 los sectores más antiguos también abogaron por la realización
de convenciones a fin de proclamar candidatos. Sin lugar a dudas, eran
conscientes de la capacidad de movilización de sus bases, lo cual redundaría en
un triunfo y la consecuente ocupación de un espacio destacado en la lista de
candidatos a electores. En esta oportunidad, con mayoritaria representación del
PDNT, fueron elegidos electores para presidente hombres de antigua militancia
partidaria, liderando la lista Alfredo Guzmán, Gaspar Taboada y Ernesto
Padilla, entre otros. En ese sentido, se cumplía con la idea de un concordancista al sostener
“Nuestro partido
es de tradición y de orden y no puede salir proclamando una lista integrada con
rellenos o con figuras desconocidas (…)
Si en las instancias electorales lideraban los
antiguos referentes del ex Partido Liberal, en los espacios dirigenciales
los “renovadores” tenían una presencia significativa. Se lograba un equilibrio
entre los grupos en pugna, lo cual permitiría la convivencia de hombres que
adherían a tradiciones políticas diferentes. Mientras Eduardo Paz y José Ignacio
Aráoz (hijo) se incluían en el grupo de los “democratizantes”,
con una fiel defensa de los valores democráticos, de la tradición liberal y
acérrimos opositores al fraude, hombres como Taboada reivindicaban la figura de
Manuel Fresco y sus manifiestas críticas a
Las complejas relaciones entre
demócratas, radicales y
autoridades nacionales
Mientras el PDNT lograba reorganizar sus huestes y
presentarse como una fuerza política homogénea y vigorosa, intentaba al mismo
tiempo participar en el juego político del Ejecutivo Nacional. Sin embargo,
este propósito resultaría difícil de concretar teniendo en cuenta que Justo
manifestaba una simpatía significativa hacia los radicales concurrencistas.
Las vinculaciones con el concurrencismo habían nacido
a partir de la decisión de los radicales tucumanos, en manifiesta desobediencia
a las directivas del Comité Nacional, de levantar la abstención y presentarse a
las elecciones legislativas nacionales de marzo de 1934.[18] En
dicha oportunidad, Justo optó por brindar su apoyo a los concurrencistas
y garantizar comicios libres y transparentes con el contundente objetivo de
desestimar la postura abstencionista y dotar de legitimidad al gobierno.
Asimismo, buscó lograr cierto margen de maniobra en
Sin lugar a dudas, esta estrategia política fue
posible ya que Tucumán no representaba una circunscripción electoral importante
en términos cuantitativos -por el número de electores que aportaba para la
elección del Poder Ejecutivo Nacional como por los escaños que le correspondían
en la Cámara de Diputados de la Nación- que pusiera en peligro el dominio de la
coalición oficialista. Más adelante, el primer mandatario también auspició el
triunfo de
La férrea decisión de mantener alejados del poder a los radicales no
fue la única razón por la cual el presidente desestimó la posibilidad de un
candidato de las filas del radicalismo, sino también debió afrontar los
conflictos surgidos en la coalición de gobierno. Frente a la posibilidad de que
los antipersonalistas les ganaran la pulseada a los
demócratas en la conformación de la fórmula presidencial, éstos últimos
resolvieron dictar un comunicado a través del Comité Nacional en el cual
afirmaban su convicción acerca de que la fórmula de
Si estas negociaciones prosperaban sólo le cabía a los
conservadores acompañar la fórmula y ver completamente resentido su espacio de
poder en la coalición oficialista. Frente a esta situación, la amenaza de una
ruptura del PDN con el gobierno nacional se manifestó de manera contundente, y
sólo logró disiparse luego de que el Comité Nacional del PDN resolviera
manifestar su postura categórica y conferenciar con los antipersonalistas
para lograr un acuerdo. En ese sentido, los demócratas ahondaron en la defensa
de su espacio en la fórmula presidencial y ratificaron su apoyo al senador
salteño Robustiano Patrón Costas como candidato a la
vice presidencia.
Por su parte, los demócratas tucumanos concordaron con
esta fórmula a pesar de las desavenencias entre el antiguo presidente del PDN y
las autoridades partidarias de la filial tucumana. Pesaba en la memoria de los
dirigentes provinciales la simpatía que había demostrado Patrón Costas hacia el
gobernador blanco Juan Luis Nougués, y la consecuente
falta de apoyo del Comité Nacional del PDN hacia los pedidos de intervención a
la provincia durante los primeros años de la década del treinta.[23]
También estaba presente la rivalidad en lo referente a la industria azucarera,
en tanto el senador salteño era el industrial más poderoso de la provincia
vecina. Aunque estas razones influyeron en los argumentos en contra del
candidato del norte, los tucumanos reconocieron que al apoyar a Patrón Costas
obtendrían importantes beneficios en el futuro. Así lo reflejaban las palabras
de un concordancista al sostener
“Tenemos la
futura gobernación en el bolsillo. Cierto que el Dr. Patrón Costas no es santo
de nuestra devoción, pero todo tiene solución en la vida política. La
compensación de ese apoyo, estará en la ayuda que nos prestarán para elegir, a
su tiempo, gobernador a un hombre de nuestras filas. Pase lo que pase, el
futuro gobernador será conservador.”[24]
Confiados en lograr revertir los fracasos electorales
gracias al apoyo que recibirían de las esferas nacionales como contraprestación
del suyo, los demócratas tucumanos decidieron engrosar el bloque de las
provincias del interior que simpatizaban con la candidatura de Patrón Costas.
Pero no todo el PDN se encolumnó detrás del senador salteño, un importante
sector del partido resistió su candidatura, liderando la impugnación las
provincias de Corrientes y San Luis. Esta oposición al interior del partido,
sumada a la existente en el antipersonalismo generó
aún más inestabilidad en el seno de la Concordancia.[25] Sólo
Justo, con el manejo político que lo caracterizaba podría apaciguar las pugnas
entre las fuerzas coaligadas y buscar la estabilidad si deseaba designar a su
sucesor. Desestimada la posibilidad de elegir a un compañero de fórmula de
Ortiz de raigambre antipersonalista, Justo optó por apoyar
la candidatura de Miguel Ángel Cárcano, y para ello
contó con el decidido apoyo de un sector del conservadurismo bonaerense. Esta
decisión provocó una verdadera rebelión en las filas del partido mayoritario de
la coalición oficialista, el cual ya consideraba suficiente sacrificio aceptar
el primer término de la fórmula para el antipersonalismo
para aceptar la candidatura de un hombre que lejos estaba de simpatizar con los
mecanismos fraudulentos que le permitían al PDN mantener su posición en el
poder.[26] La
situación al interior del PDN se agudizó durante el mes de junio, las
candidaturas de ambos personajes calentaron el ambiente político, y la
posibilidad de una fractura partidaria se materializó de manera contundente
días previos a
La candidatura de Castillo fue recibida con
beneplácito por algunos demócratas tucumanos, quienes recordaron su actuación
como interventor federal durante los primeros meses de la Revolución.[27] Bajo
sus auspicios las fuerzas antirradicales de la provincia habían conformado el
Partido Demócrata en una contundente interpretación de los ideales
septembrinos. Pero más importante aún, habían resultado las gestiones ante las
autoridades nacionales con el fin de lograr la protección aduanera al azúcar,
medida que favoreció a los industriales y sería constantemente recordada por
los demócratas en sus discursos, hasta llegar a convertirse en un elemento identitario del partido.[28]
Asimismo, los demócratas reconocían que Castillo encarnaba las viejas
tradiciones del partido, a diferencia de Cárcano,
quien representaba ante sus ojos a un “conservadurismo avanzado”. El candidato
cordobés, simbolizaba a un sector del conservadurismo más afecto a la
democracia y a las tradiciones liberales que rechazaba el fraude como
dispositivo de control electoral, asignándole, en cambio, al sufragio la
cualidad de instancia pedagógica en la construcción de la ciudadanía. De hecho,
Córdoba, al igual que Tucumán, era una provincia gobernada por el radicalismo,
en la cual las fuerzas demócratas habían optado por defender la transparencia electoral
aún frente a la amenaza del radicalismo sabattinista.
Los demócratas tucumanos afirmaban “Con el Dr.
Castillo triunfa, además, nuestra tesis: El futuro vicepresidente será hombre
de filas, sin que puedan marearlo como a otros las declamaciones de un mal
entendido espíritu democrático o los halagos de juicios interesados y
aleatorios”.[29] Para los sectores “tradicionalistas” la candidatura de Castillo
representaba la continuidad de la política del PDN con respecto a los
mecanismos fraudulentos empleados para impedir el retorno del radicalismo.
Asimismo, su vinculación con
No obstante se había logrado acordar la fórmula
presidencial, ello no impidió que quedaran al descubierto las diferentes
tradiciones políticas que anidaban en el PDN. Éste, formado a partir de una
coalición de fuerzas conservadoras provinciales, lejos estuvo de constituirse
en un partido político institucionalizado que actuara de acuerdo a las órdenes
de una dirigencia nacional homogénea. Signados por las incertidumbres y los
vaivenes de la política, unos se aferraron al credo liberal democrático,
mientras otros alentaron la vía autoritaria y antiliberal y concibieron al
fraude como una solución al dilema político planteado tras el retorno del radicalismo
a la competencia electoral.
A principios de julio el conflicto de las
candidaturas parecía resuelto, tanto en el universo de
En los cálculos de los principales referentes políticos nacionales,
resultaba imprescindible captar el apoyo del concurrencismo.
Sin lugar a dudas, el lugar primordial que mantenían en el electorado tucumano
y el control de la mayoría de las bancas de la provincia en el parlamento
nacional habían dotado a los concurrencistas de una
importante capacidad de negociación en el imbricado mapa de poder político
vigente en
Los gestos de acercamiento al PEN, que redundaron en una política de
recursos importantes para la provincia, no fueron obstáculo para que la
fracción mayoritaria del radicalismo tucumano se apoyara sobre un sostén
complementario en el mapa de poder nacional: el Comité Nacional. A esto
contribuyó que el concurrencismo se reconoció como un
partido radical, sentido de pertenencia sustentado en la militancia de sus
dirigentes en las filas de
A partir de este juego bifronte que llevó
adelante el concurrencismo desde su conformación como
fuerza política local, es comprensible que tanto el Ejecutivo Nacional como las
autoridades del radicalismo a nivel nacional compitieran por obtener la
definición de los tucumanos y su apoyo en los comicios presidenciales de 1937.
En consecuencia, y como una muestra del juego llevado adelante por los concurrencistas, la Junta de Gobierno de
La decisión de los tucumanos acentuó aún más la competencia entre las
fuerzas en pugna para lograr el apoyo de los concurrencistas,
de allí que las lecturas sobre esta decisión resultaron diferentes. Mientras
para algunos, la resolución significaba vía libre para los concurrencistas
en apoyar a los radicales del Comité Nacional, para otros, entre los que se
encontraba el informante de Justo, la misma significaba reconocer
“… el derecho,
no sólo de votar, sino también de hacer propaganda a favor de la fórmula de
Ortiz- Castillo, dando en esta forma oportunidad para que los verdaderos
simpatizantes de ella, puedan hacer trabajos en su favor, variando así, en
parte, el panorama político de la provincia con respecto a la mencionada
fórmula presidencial, que hasta hace pocos días no tenía ninguna probabilidad
de desempeñar un papel airoso en el orden local.”[32]
Los demócratas locales también recibieron con
ciertas reservas la decisión de
Mientras las interpretaciones sobre la decisión
de los radicales tucumanos se multiplicaban y las especulaciones estaban a la
orden del día, la incertidumbre caracterizaba al panorama político local. En un
intento por concluir con el dilema de los concurrencistas,
Ortiz, en su visita a la provincia, afirmaría
“He dicho que no
caben los indiferentes, porque ser indiferente supone, en esta hora, facilitar
la acción de políticos sin control; supone estimular la acción perturbadora de
las minorías que sólo pretenden, al amparo del desorden y concitando las
pasiones más rudimentarias, crear estados de desorganización que constituyen el
caldo más propicio para la demagogia.”[33]
Tanto Ortiz como Justo reconocía el caudal
electoral del concurrencismo en la provincia, y por
ello quería que acompañaran su fórmula. Resultaba más importante que los concurrencistas apoyaran la fórmula presidencial que los
mismos demócratas, razón por la cual Ortiz deseaba revertir la decisión de
Frente a este panorama complejo, y dada la
dinámica interna de la coalición oficialista, no estaba asegurado el triunfo de
la Concordancia de manera contundente. Por lo cual, resultaba necesario contar
con los electores de Tucumán y de Santiago del Estero para cerciorarse una
victoria innegable. Al mismo tiempo, y como advertía la prensa, resultaba
interesante que
En ese contexto, se entienden las tratativas
del concurrencista Manuel García Fernández para organizar
una nueva fuerza política que apoye a Ortiz. En dicha agrupación participarían
todos los dirigentes del concurrencismo, incluido el
gobernador Campero, demostrando el estrecho vínculo que existía entre el situacionismo local y el gobierno nacional. En una clara
manifestación de que el concurrencismo entraría a
gravitar en
Un historial de desencuentros
Tras el fracaso del proyecto de un grupo de concurrencistas, los demócratas podían adjudicarse el papel
de únicos aliados “oficiales” del gobierno nacional. Aunque, si deseaban
mantener esa posición, para obtener ventajas posteriores, debían asegurar su
victoria en las elecciones nacionales. De hecho, los demócratas fantaseaban con
la posibilidad de una futura intervención a la provincia que les permitiera
presentarse bajo condiciones ventajosas a la elección provincial del año
próximo. Confiaban en el triunfo no sólo por la factible ayuda de las esferas
nacionales, sino también por el arrastre que tendría la figura de Simón Padrós como candidato a gobernador. El diputado nacional
había venido desempeñando una labor importante a favor del PDN en el
parlamento, mantenía estrechos vínculos con las autoridades nacionales, tanto
partidarias como gubernamentales, y su candidatura ya contaba con la simpatía
de los miembros del partido.
Ya que los demócratas eran los únicos aliados
con los que podía contar el oficialismo, estos se encargaron de señalar esta
condición en sus discursos. Así ratificaron la idea de que el PDNT, desde sus
comienzos, había manifestado su apoyo al gobierno sin recibir beneficio alguno.
Simón Padrós afirmaba
“Que se aprecie
la infinita lealtad de quienes nunca se apartaron de su deber frente al interés
de
Los demócratas no desaprovechaban la
oportunidad para manifestar su admiración hacia el Gral. Uriburu, quien los
había beneficiado a través del proteccionismo azucarero. Y reafirmaban la
identidad partidaria al estrechar sus vínculos con Uriburu y el movimiento
septembrino. Esta identificación con el líder de